martes, 1 de marzo de 2016

SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 68 – Marzo de 2016 – Año VII
ISSN 2250-5385
Inscripción gratuita como LECTOR
si escribe a  zab_he@hotmail.com
indicando nombre y apellido, ciudad y país
(se le avisará cada nuevo número trimestral).

“Simónides de Ceos”
Mónica Villarreal (2016)
(Acrílico sobre papel, 30 cm x 23 cm)
Serie “Poetas Clásicos Griegos”

Sumario:
• Fernando SORRENTINO (Argentina)
• Asmara GAY (México)
• Diana DECUNTO (Argentina)
• Alberto ESPINOSA OROZCO (México)
• Víctor DAVIU (Chile)
• José Ángel GRAÑA ABAD (España)
• Jorge Oscar MOZZINO (Argentina)
• Axel BLANCO CASTILLO (Venezuela)
• Rosana RUFINER (Argentina)
• Nuria de ESPINOSA (España)
• Gustavo Marcelo GALLIANO (Argentina)
• Teresa ÁLVAREZ OLÍAS (España)



FERNANDO SORRENTINO

Nació en Buenos Aires el 8 de noviembre de 1942. Es profesor de lengua y literatura. Su narrativa de ficción es una mezcla de fantasía y humor. Ha sido traducido a los idiomas inglés, portugués, italiano, alemán, polaco, chino, vietnamita y tamil. A menudo escribe ensayos sobre literatura argentina, que en general se publican en La Nación de Buenos Aires. Ha recibido varios premios literarios, entre otros Faja de Honor de la Sociedad  Argentina de Escritores (SADE).
Biografía y obra completas en:


EL CONEJO DE USHUAIA
Fernando Sorrentino ©

En un diario acabo de leer que, “tras largos meses de intentos fallidos y de diversas expediciones, un grupo de científicos argentinos logró dar caza a un ejemplar del ‘conejo de Ushuaia’, especie que se daba por extinguida desde hacía más de un siglo. Los científicos, encabezados por el Dr. Adrián Bertoni, lograron capturar un ejemplar en uno de los bosques que rodean aquella ciudad patagónica…”.
Como prefiero lo específico a lo genérico y lo preciso a lo evanescente, yo habría dicho “en el bosque tal y tal que se encuentra en tal sitio con respecto a la capital fueguina”. Pero no debemos pedir peras al olmo ni inteligencia alguna a los periodistas. El doctor “Adrián Bertoni” soy yo, y por supuesto tuvieron que escribir de manera equivocada mi nombre y mi apellido: me llamo exactamente Andrés Bertoldi, y, en efecto, soy doctor en Ciencias Naturales, con especialización en Zoología y Fauna Extinguida o en Peligro de Extinción.
El conejo de Ushuaia no es, a pesar de todo, un lagomorfo y, mucho menos, un lepórido, y tampoco es cierto que su hábitat sean los bosques de Tierra del Fuego; más aún, ni siquiera un solo individuo ha vivido nunca en la Isla de los Estados. El ejemplar que yo capturé —yo, yo solo, sin ningún equipo ni ayuda de nadie— apareció en la ciudad de Buenos Aires, junto al terraplén del Ferrocarril San Martín que corre paralelo a la avenida Juan B. Justo, a la altura de la calle Soler, en Palermo.
Yo no estaba buscando al conejo de Ushuaia, sino que tenía otras preocupaciones y caminaba un poco cabizbajo. Me dirigía, bajo el calor de noviembre y por la vereda de Juan B. Justo, hacia la avenida Santa Fe, a un banco donde debería realizar trámites molestos y hasta inquietantes. Entre el terraplén y la vereda hay una verja de alambre tejido sobre una base de mampostería; entre la verja y la base del terraplén estaba el conejo de Ushuaia.
Lo reconocí al instante —¿cómo no iba a reconocerlo?—, pero me llamó la atención verlo tan quieto, pues es animal movedizo y saltarín. Pensé que tal vez estuviera herido.
Sea como fuere, me alejé unos metros de donde se hallaba el conejo de Ushuaia, escalé la verja y bajé con sigilo junto al terraplén. Caminé con pasos cautelosos, temiendo a cada instante que el conejo de Ushuaia huyese espantado, y, en ese caso, ¿quién podría alcanzarlo? Es uno de los animales más veloces de la creación y, aunque de modo absoluto el guepardo es más rápido que él, no lo es en términos relativos.
El conejo de Ushuaia giró la cabeza y me miró. Pero, contra lo que yo imaginaba, no solo no huyó sino que quedó inmóvil, con la única excepción del airón plateado, que se agitaba, como desafiándome.
Me quité la camisa y quedé con el torso desnudo.
—Tranquilo, tranquilo, tranquilito… —iba diciendo.
Cuando estuve a su lado, desplegué con lentitud la camisa, como si fuera una red, y, de repente, en un solo movimiento brusco, cubrí con ella al conejo de Ushuaia, envolviéndolo por abajo y formando un paquete de regulares proporciones. Con las mangas y los faldones practiqué un fuerte nudo, que me permitió sostener el envoltorio con solo mi mano derecha, mientras la izquierda me quedó libre para ayudarme a escalar de nuevo la verja y volver a la vereda.
Desde luego, no podía presentarme en el banco con el torso desnudo ni con el conejo de Ushuaia. De manera que me dirigí a casa; resido en un octavo piso de la calle Nicaragua, entre Carranza y Bonpland. En una ferretería adquirí una jaula para pájaros, de tamaño más bien grande.
El portero estaba lavando la vereda de nuestro edificio. Al verme con el pecho descubierto, con una jaula en la mano izquierda y un envoltorio blanco, que se agitaba, en la mano derecha, me miró con más asombro que reprobación.
Mi mala suerte quiso que, al entrar en el ascensor, me siguiera una vecina que traía de la calle a su perrito, un animal feo y antipático que, al captar el olor —más allá de la percepción del ser humano— del conejo de Ushuaia, rompió a ladrar ensordecedoramente. En el octavo piso pude librarme de aquella mujer y de su estentórea pesadilla.
Cerré la puerta del departamento con llave, preparé la jaula y, con infinito cuidado, empecé a desenvolver la camisa, tratando de no irritar, y mucho menos de herir, al conejo de Ushuaia. Sin embargo, el encierro lo había hecho enojar y, al liberarlo del todo, no pude impedir que me clavara en el brazo un aguijón. Tuve la suficiente presencia de ánimo para que el dolor no me hiciera soltarlo y logré, por fin, ponerlo a buen recaudo dentro de la jaula.
En el cuarto de baño me lavé la herida con agua y jabón, y, en seguida, con alcohol medicinal. Luego me pareció que lo más sensato era llegarme a la farmacia y hacerme aplicar el suero antitetánico, y eso fue lo que hice sin dudar.
Desde la farmacia me fui directamente al banco para concluir el maldito trámite que había quedado postergado por culpa del conejo de Ushuaia. En el camino de regreso adquirí víveres.
Puesto que, durante el día, carece de aparato masticador, consideré lo más práctico cortar el bofe en pequeños trozos y mezclarlo con leche y garbanzos; revolví todo con una cuchara de madera. Tras olfatear la combinación, el conejo de Ushuaia la absorbió, sin dificultad pero con mucha lentitud.
A la caída del sol empieza su proceso de dilatación. Trasladé entonces los pocos muebles del living —dos sillones simples, uno de dos cuerpos y una mesita ratona— al comedor, apoyándolos casi contra la mesa grande y las sillas.
Antes de que no cupiera por la puertecita, lo hice salir de la jaula y, ya libre y cómodo, creció lo suficiente. En este nuevo estado había perdido por completo la agresividad, y se mostraba abúlico y perezoso. Cuando le vi brotar las escamas violetas —indicios de somnolencia—, me metí en mi dormitorio, me acosté y di por terminado ese día.
A la mañana siguiente, el conejo de Ushuaia había regresado a la jaula. En vista de esa docilidad, no me pareció necesario cerrarle la puertecita: que él decidiera cuándo permanecer dentro o fuera de su prisión.
El instinto del conejo de Ushuaia es infalible. Desde ese primer día, y al anochecer, se habituó a dejar la jaula y a extenderse, a modo de un flan de cierta consistencia, por el suelo del living.
Según se sabe, evacua sus heces las medianoches de los días impares. Si uno coloca (por ánimo de jugar, claro está) esos pequeños poliedros metálicos y verdes en una bolsa, y los agita, suenan de una manera muy simpática, con algo de ritmo caribeño.
En realidad, poco tengo en común con Vanesa Gonçalves, mi novia. Es bastante diferente de mí. En lugar de admirar las tantas cualidades positivas del conejo de Ushuaia, le pareció que lo mejor era desollarlo para hacerse confeccionar un tapado de piel. Eso puede practicarse de noche, cuando el animal está dilatado y la superficie de su piel es lo bastante extensa para que las crestas cartilaginosas se desplacen hasta los bordes y no dificulten las tareas de incisión y corte. No quise ayudarla en la operación; Vanesa, sin otros instrumentos que una tijera de sastre, despojó al conejo de Ushuaia de toda la piel del lomo, la llevó a la bañadera y, bajo el agua de la canilla y con detergente, cepillo y lavandina, eliminó por completo los restos de ámbar y bilis que la cubrían. Luego la secó con una toalla, la plegó, la guardó en una bolsa de plástico y, muy contenta, se la llevó a su casa.
Esa piel no necesita más de ocho o diez horas para regenerarse por completo. Vanesa imaginó un gran negocio: desollar cada noche al conejo de Ushuaia y vender sus pieles. No se lo permití; no quería convertir un hallazgo científico de tanta importancia en algo groseramente mercantil.
Sin embargo, una entidad ecologista denunció el hecho, y en los diarios se publicó una solicitada en la que se acusaba a “Valeria González” —y, lateralmente, también a mí— de ejercer crueldad hacia los animales.
Tal como yo sabía que iba a ocurrir, la llegada del otoño restituyó al conejo de Ushuaia su lenguaje telepático y, aunque su mundo cultural es limitado, pudimos tener agradables conversaciones y hasta establecer una especie de, ¿cómo diré?, de código de convivencia.
Me dijo que Vanesa no le caía simpática, y yo comprendí perfectamente sus calladas razones: le pedí a mi novia que no viniera más a casa.
Tal vez por gratitud, el conejo de Ushuaia perfeccionó un modo de no dilatarse tanto por las noches, de manera que pude traer de regreso al living todos los muebles. Duerme sobre el sillón de dos cuerpos y defeca sus poliedros metálicos sobre la alfombra. Nunca fue de excesivo comer y, en esto, como en todo lo demás, su conducta es mesurada y digna de elogio y de respeto.
Su delicadeza y su eficacia llegaron al extremo de preguntarme cuál sería, para mí, su tamaño diurno más cómodo. Le dije que habría preferido el de la cucaracha, pero advertí que esa misma pequeñez volvía al conejo de Ushuaia peligrosamente imperceptible, con el consiguiente riesgo de herirlo (ya que no de matarlo).
Tras algunos ensayos, llegamos a la conclusión de que, durante las noches, el conejo de Ushuaia continuaría dilatándose hasta adquirir el tamaño de un perro muy grande o de un leopardo. Durante el día, lo ideal consistía en las proporciones de un gato mediano.
Esto me permite, mientras miro televisión, por ejemplo, tener al conejo de Ushuaia en mis rodillas y acariciarlo distraídamente. Hemos forjado una sólida amistad y, a veces, con solo nuestras miradas nos entendemos. No obstante, durante los meses fríos se mantienen vigentes sus facultades telepáticas, que desaparecerán apenas lleguen los primeros calores.
Ya estamos en agosto. El conejo de Ushuaia sabe que, desde septiembre hasta febrero o marzo, no podrá formularme preguntas ni plantear sugerencias ni recibir mis consejos o felicitaciones.
En los últimos tiempos ha caído en una especie de manía repetitiva. Me dice —como si yo no lo supiera— que él es el único ejemplar sobreviviente de conejo de Ushuaia en todo el mundo. Sabe que no tiene la menor posibilidad de reproducirse, pero —aunque se lo pregunté muchas veces— jamás me dijo si esto le preocupa o lo deja indiferente.
Además de estas afirmaciones, me pregunta —todos los días y varias veces al día— si vale la pena seguir viviendo, así, solo en el mundo, en mi compañía pero sin congéneres. No tiene manera de morir por su propia voluntad, y yo no tengo manera —y, aunque la tuviera, jamás lo haría— de matar a un animal tan dulce y afectuoso.
Por estas razones, mientras perduran los últimos fríos del año, converso con el conejo de Ushuaia y continúo acariciándolo distraídamente. Cuando llegue el calor de septiembre, solo podré limitarme a acariciarlo.

[Este cuento pertenece al libro El crimen de san Alberto, de Fernando Sorrentino, publicado por la Editorial Losada, de Buenos Aires, en octubre de 2008.]



ASMARA GAY

(Ciudad de México, 1975) es poeta, narradora y ensayista. Maestra en Apreciación y Creación Literaria por el Centro de Cultura Casa Lamm y Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la UNAM. Colabora en diversas revistas especializadas y ha obtenido interesantes premios.
Más datos sobre su biografía y trayectoria literaria en las dos publicaciones siguientes:
Revista Realidades y Ficciones # 17:
Suplemento de Realidades y Ficciones # 60:


FONDO
Asmara Gay ©

No quejarse
ni en los actos
cuando se es niño.

Ceder si se puede
en escribir los versos
que no hace.

Fruta discreta:
principio del vivir
en ojos que abrasan.

Columpio vegetal
de gestos gratos
con que recordarse.

Instantáneamente
subir al lado
de la ninguna persona.

Cómo destruirse:
consuelo nacional
hereditario.

Ganarle el paso
al delicado estado
de la íntima viveza.

¡Ah!, estoy aquí
escaleras abajo
a punto del cuarto menguante
como la primera vez
dentro de mi especie infame,
perezosa y rara,
que con humor
me quita el habla.


DESIERTO
Asmara Gay ©

Familia en solitario: destino niñez,
a cuestas el trabajo de sonreír.

El ocaso comienza
en esta fronterahistoria
de la humanidad:
la vida de un hombre.

De este a oeste
se topografía el desierto,
los trabajos y los días,

la región inestable,
cóncavo.convexa,
de mares imposibles.

La arena líquida
gotea a carcajadas
sobre las once y media…

Ahí está de nuevo
el vuelo de la cama
para soñarse en lienzos
adolescentes donde la frecuencia
de la llama, delirante en vapores y quimeras,
es la única habitante del inhóspito,
explorado a medias, desamparado,
individuo.


LUNA
Asmara Gay ©

La luna nos volvió locos.
Locos: de locura infinita.

Cada día, sin darnos cuenta, fuimos radicando
destornillados, desquiciados, trastornados, frenéticos, furiosos delirantes, enloquecidos,
rabiosos, como cabras negras, como regaderas que en lucha espiritual
vuelven a ser hombres-comienzo.
Animales en frenesí
que en su delirio
levantan estatuas a los muertos,
escalan montañas tan altas desde las que pueden ver el paraíso,
de sus vientres nacen pájaros naranjas
concebidos al calor de unas hogueras
donde, todavía, danzan,
danzan,
danzan,
eterna danza
en la que el agua, el aire, la tierra y el fuego
cultivan el tiempo y el espacio.



DIANA DECUNTO

Argentina (nacida en Uruguay) y residente en la ciudad de Buenos Aires. Colabora con algunas páginas literarias en la web. Posee varias obras sin editar. Ha realizado cursos de arte, incluyendo teatro.
Licenciada en sistema por la Universidad Católica de Salta, especializada en sistemas bancarios. Es coautora con Alicia Zabala y Héctor Zabala de la obra teatral “Diván en crisis”.


CUPIDO ESTÁ EN PROBLEMAS
Diana Decunto ©

Las locuras del arco y la flecha.
Noticia de último momento de las 19:15. En nuestra redacción el periodista Pedro Fedarez tuvo una entrevista exclusiva con Cupido. Sí, como lo oyen, el niño bonachón de rulos se acercó a nuestra redacción. En entrevista exclusiva a Fedarez comentó que a partir del 1º de noviembre se retira de su profesión de lanzar flechas a las parejas candidatas al amor.
Cupido comentó que está altamente estresado. Ha recibido duras reprimendas por parte de ambos padres debido al alto fracaso que se han producido en sus últimos trabajos con las nuevas parejas a las cuales ha intentado unir.
Según dichos de Fedarez, a Cupido se lo notaba altamente agotado. La época primaveral es de intenso trabajo en su rubro. Según las declaraciones de Cupido a nuestro prestigioso reportero le ha sido altamente dificultoso continuar con su labor a partir del auge y exceso de las redes sociales.
Cupido, con una carrera plagada de éxitos en el pasado, confiesa que es muy complicado competir con software(s), ringstones y selfies que lanzan las grandes corporaciones en un plan encubierto para opacar su actuación. El niño querubín le manifestó a Fedarez que el calentamiento global de la tierra lo ha afectado.
En otros tiempos llegaba el 21 de septiembre y los espíritus estaban más cachondos porque la temperatura era agradable, las flores exultaban color y luego las relaciones se consolidaban en la época estival. Pero ahora, Cupido, en época de primavera se toma la ardua tarea de ver los noticiosos de los canales de televisión donde la primicia es el parte meteorológico. Cuando es primavera y ese día nieva en plena pampa húmeda, Cupido últimamente se declara en huelga y no sale a trabajar. Ni hablemos en época estival, cuando el sol raja 50º a la sombra en la Capital Federal, se corta la luz y no hay aires acondicionados. Esos días aciagos en los que Cupido baja los brazos con claros signos de resignación de que su tarea es una misión imposible.
La madre de Cupido, doña Venus, fue prontamente ubicada por la prensa y, según sus declaraciones, ha opinado que Cupido, según las encuestas recogidas de prestigiosas consultoras, no está logrando la cantidad de parejas armónicas y funcionales de otras épocas. Las que logra se caracterizan por el corto tiempo de duración, la falta de tolerancia y la falta de comunicación. Las estadísticas del pasado año, hay versiones encontradas sobre si el gobierno ha distorsionado las cifras o no, pero los valores oficiales se puede arribar a la conclusión de que hay una alta tasa de jóvenes cuyas edades oscilan entre 20 y 30 años que todavía conviven con sus padres y que las flechas de Cupido duran lo que dura un verano. Ya para el otoño hay un alto grado de disolución. Con lo cual la tarea de Cupido es vertiginosa y cada vez mayor.
El padre de Cupido, el Sr. Marte, no nos quiso atender ningún día de la semana. Fuentes fidedignas cercanas al entorno de Marte opinan del alto grado de indignación que tiene por la decisión abrupta de Cupido. El hecho de no haber consultado a su padre molestó en alto grado al Sr. Marte.
Últimamente Marte estaba muy preocupado por el costo de las flechas y acerca de rumores sobre un posible impuesto a los enamorados.


INOCENCIA
Diana Decunto ©

El hijo del cacique está muy excitado, porque es la primera vez que sale con su padre a cazar. Tiene apenas siete años. El morral donde lleva el arco y la flecha le pesa. Sus ojos tienen una mirada de fresca inocencia. Ha escuchado conversaciones de adultos, sobre las flechas que atravesarían el corazón del hombre blanco si intenta invadir sus tierras.
Los ojos inyectados en sangre de los mayores cuando hablan de las fechorías y crueldades del hombre blanco asustan al niño de tal manera que prefiere huir para no seguir escuchando porque su breve vida, en parte gracias a su madre, es belleza y paz.
Vuelve a la realidad, descarga la flecha sobre un venado, brota mucha sangre de la herida del animal. El hijo del cacique se ha ganado la admiración de todos. Vuelve contento a la tribu con su presa.
Lo recibe su madre, lo abraza. Sus miradas se cruzan. Su madre lo vuelve a mirar con ojos llorosos porque su hijo cedió por ese arco y flecha algo de su bella inocencia.


LA MEDIOCRIDAD BAJO EL MICROSCOPIO (PARTE I)
Diana Decunto ©

Cinco hombres de ciencia, alrededor del año 3050, investigan sobre la mediocridad que fue moda en el siglo XXI. Han realizado una tarea minuciosa de investigación, de casi un año, pero no pueden llegar a entenderlo. Es preciso aclarar acerca de lo complicado que resulta comprender esta escuela filosófica donde el mediocre nace mediocre, crece y adopta un estilo de vida, el cual no todos están preparados para comprender. Acertadamente, estos cinco ancianitos, de barba blanca, de lentes, me convocaron para la tarea de explicar “por qué, para qué y cómo” se desarrolla un mediocre. La decisión de ellos fue acertada en convocarme porque reunía el atributo más importante para cumplir con mi tarea, que era pertenecer al grupo de los mediocres. El equipo de científicos, apenas me conoció, percibió mis cualidades de mediocre. Me confiaron sus miedos acerca del resultado del trabajo de investigación, que no fuera cumplido, como ellos querían, porque, bueno, en definitiva iba a ser liderado por un mediocre. Pero estos adorables ancianos, perdieron con su sinceridad. Generalmente, un “no mediocre” lleva las de perder cuando se enfrenta con uno que lo es. Para un mediocre lo peor que le puede pasar es que le ofendan su amor propio. Un mediocre, jamás se equivoca, todo lo hace más que bien, presupuesta el tiempo optimistamente, porque un mediocre todo lo puede, no existe cosa que se le resista. Una discusión entre un “no mediocre” y uno que si lo es, termina rápidamente, siempre ganando el mediocre. Hay un solo desenlace posible del conflicto, el “no mediocre” se queda convencido de que el problema reside en él, el mediocre le hace ver cosas que no había reparado, el mediocre siempre le abre los ojos y le surgen al pobre “no mediocre” muchos pero muchos sentimientos de culpa.
Conclusión, a partir de ahí, los científicos confiaron ciegamente en mí, convencidos de que mi trabajo, sería excelente, carente de mediocridad. Demostrando el primer axioma mediocre que dice “la mediocridad es contagiosa”. Al aceptarme estos cinco nonos de canas blancas, ya estaban afiliándose involuntariamente a la selecta sociedad de mediocres y afines.
Estos ancianos en su curiosidad, acudieron a excelentes libros que hablaron de mediocridad, como el de José Ingenieros, “El hombre mediocre”. Leyeron y escucharon tangos como el de Discepolo: Cambalache o Al mundo le falta un tornillo de Cadícamo. Tal vez, por el lunfardo, pero no manyaron [1] mucho de que se estaban hablando. Ante tanto desorden, les propuse en cuatro clases de 2 horas cada una, empezando un lunes y terminando un jueves, expondría los axiomas más importantes de un mediocre. En la clase del lunes, expuse ante estos hombres de ciencia, el origen de la mediocridad. Según investigaciones de los centros más importantes del mundo se llegó a la conclusión que la mediocridad forma parte de la condición humana. El barro con que se modela la especie humana necesita de esa pizca de mediocridad. En el siglo XXI, la mediocridad tomó una vital importancia, aplastando toda posibilidad de una vida sana para aquellos que no quieren ser mediocres. Generalmente los “no mediocres” murieron en el intento, por no ser mediocres.
En nuestra clase del martes, con varios ejemplos, estos estudiosos hombres, aceptaron que la mediocridad es contagiosa. El suelo fértil donde crece la mediocridad es en el ámbito político. Los sufragantes en el marco de mediocres repúblicas que vapulean mediocres frases de democracia generalmente eligen ser gobernados por personajes muy mediocres. La experiencia me ha permitido llegar a la conclusión que los políticos no mediocres, que si los hay, generalmente su carrera se ve frustrada por falta de votantes no mediocres y porque el político mediocre tiene triunfos aplastantes de un voto popular y mediocre.
La clase del miércoles, uno de los científicos comenzó la clase preguntando si ¿los no mediocres tienen alguna chance de ganar sobre los mediocres? No es una pregunta fácil de contestar, sobre todo porque el mediocre que habla tiene que exponer sus debilidades. Tuve que reconocer que un “no mediocre” gana cuando tiene más conocimiento. Un “no mediocre” es difícil que se resigne, tiene un alto espíritu competitivo. Un mediocre puede perder, pero sabe que es una batalla, no la guerra. Un mediocre lo que tiene de astucia le falta de inteligencia. Un mediocre con alto grado de materia gris, no es frecuente y de ahí radica su debilidad.

[1] Manyar: expresión del lunfardo rioplatense, que en este contexto significa comprender.



LA MEDIOCRIDAD BAJO EL MICROSCOPIO. Mundo virtual (PARTE II)
Diana Decunto ©

Estamos a jueves por la tarde, estos eruditos están progresando porque ahora sí, se están internando por los recovecos de la mediocridad, pero los noto muy excitados. Temo por su salud, porque tanta mediocridad, a cualquiera, en dosis altas, puede llegar a provocar la locura. Bien, en la clase de hoy, nos ocuparemos de esa frase tan trillada, que fue en el siglo XXI, mundo virtual. Una de las grandes mediocridades fue no reconocer que ese supuesto mundo virtual tiene entidad propia, siendo excesivamente real. Redes sociales, mensajería de celulares, mails, fue absorbido por millones de personas. Se caracterizó por centralizar la relación en un diálogo escrito, evitando el contacto personal y logrando que una persona se comunique con varias personas al mismo tiempo, en simultáneo, logrando que en ese momento, todas sean iguales, donde se olvidaron del otro lado, quien escribe, sino concentrándose en la importancia de contestar rápido, con códigos cifrados aceptados colectivamente, como uphssss, sii, noooooo, bueno, después te escribo estoy bajando del subte y no olvidemos los emoticones. El emoticón obliga a un párrafo aparte, porque logra mostrar un estado emocional de quien lo envía. Pero en función del estado de ánimo de quien lo recibe, su agudeza visual y trastornos sicológicos de quien los reciba, la interpretación cae en la mediocridad. No restemos mérito, en que esta torre de Babel tecnológica ha permitido comunicar a miles de personas, que en otras épocas de la historia vivían aisladas en un páramo. Millones de personas lograron tener voz y voto, pudieron decir las más terribles verdades, opinaron, catapultan o defenestran sin mucho análisis. Pero la mediocridad consiste en que todo cae en la misma bolsa de la indiferencia. La genialidad se pierde, lo banal se mezcla, me permito aludir a la frase de Discépolo, todo en el mismo lodo, manoseao. Me extendí del horario, característica propia de un mediocre, no respetar las pautas fijadas. Para cerrar este tema, este mundo virtual es tan pero tan real, que una interrupción de diez minutos de Facebook ha salido publicado por diarios y noticiosos, con alto grado de preocupación, diría a nivel de ser preocupante como un problema de Estado.

PD. Esta mediocre agradece a textale haberle dado la posibilidad a esta autora de escribir sus mediocridades. http://www.textale.com/component/option,com_textupload/Itemid,128/id,119221/task,view_text/



ALBERTO ESPINOSA OROZCO

Nació en Mérida y reside en Victoria (Estado de Durango), México. Ensayista y poeta. Docente. Estudió Maestría en Ética en la Universidad Nacional Autónoma de México y en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda”. Profesor de artes plásticas. Coordinador general en Terranova Durango. Obtuvo el segundo puesto y mención especial en el III Concurso de Poesía de El Boulevard Encantado (2014), en su país, por el poema que reproducimos en estas páginas. Colabora en diversos medios literarios.

                          
EL DOGMA EL DÍA DE HOY
Alberto Espinosa Orozco ©

El dogma el día de hoy es el exilio,
Vivir de espaldas a las voces, entre el ruido;
Vivir fuera de casa, sobre la arena o sumergidos
Entre la densa bruma del olvido.

El dogma el día de hoy es no estar vivos;
Nacer el día de ayer, hace un instante,
Para agostados declinar para la tarde
Ardiendo ciegos en la noche al otro instante.

El dogma el día de hoy es ser vencidos;
Tener el alma en un rincón y amurallada
Como un gran pozo de vacío y anegada
Por la enturbiada estulticia de la nada.

El dogma el día de hoy es la sordera;
Encerrarse en el laberinto de la oreja
Azotada entre tinieblas por las trombas
Del ansia insaciable de las sombras.

El dogma el día de hoy es lo prohibido;
Revolcarse entre las aguas de las yagas
Dejando al alma anegarse en la caverna,
Indolora en el incendio -bajo una lápida.

El dogma, vuelvo a decir, son las cadenas
De la insensata soberbia que levanta
Una arenisca que hiere la garganta
Para enturbiar el juicio, subsumido

En los confusos laberintos del instinto
O en la obediencia fatal del terco olvido.
Pisamos con extranjero pie una tierra
Donde la verde lluvia al pasto estremeciera

Vuelta en la noche callejones sin salida
Que palmo a palmo se nos vuelve arena
Calcinada, carcomida, irreal: agua abismada
En que zozobra el sin-sentido de la nada.



VÍCTOR DAVIU ESCOLA

Nace en la ciudad de Copiapó (Tercera Región de Atacama), Chile. Cursa sus primeros estudios en un escuelita dirigida por dos hermanas (las hermanas Julio), ubicada en calle Mackena de su ciudad natal. Cursa enseñanza media en el Seminario Conciliar de la Serena. Sus primeros pasos por las letras lo da como cronista en los diarios locales de “Atacama” y El Chañarcillo. Su primer trabajo, un libro de cuentos y luego Dos libretillos. Siendo Imagen de Neón su última y más reciente obra, cuyos relatos iluminan zonas oscuras de seres esperpénticos o demasiado humanos. Ahí el autor nos lleva a situaciones alucinantes sin dejar de tener un ancla en la realidad.


LA VENTANA ESTABA FRÍA Y GRIS
Víctor Daviu ©

La dama apoyó el hombro al marco de la ventana y descansó el cuerpo con un suspiro grave y hondo. Descansó hasta la panza echando afuera el alma en ese largo hálito. Deslizó los dedos delgados por la tasa de café con leche en las manos ahuecada. El sol echaba sus primeros rayos sobre el cielo azul y la bruma mañanera se adhería a los vidrios empañados formando una delgada película. La mejilla en el cristal y los pies desnudos sobre la alfombra resuman el desconcierto entre la soledad y la cálida sensación de apaño hogareño. Es el primer día, se dijo ella con tono desapegado. Por la noche el hombre ha tomado sus cosas y se ha llevado el Toyota nuevo. Aún le queda el auto viejo para ir al trabajo aunque poco sabe de mecánica, cree que lo podrá llevar al taller a tiempo para sus cambios de aceite y otras revisiones. Tal vez es lo único que a ella se le ocurre que el hombre se ocupaba en la casa. Si es una mujer débil o fuerte se sabrá en adelante. Deberá retomar la vida paso a paso. Levantar los niños por las mañana. Lo ha venido haciendo desde hace diez años, la diferencia que desde hoy cocinará solo para ella y los niños. Tuvo una noche tranquila, más de lo que ella habría imaginado después de ese toquecillo de preocupación que le dejara la puerta cerrada de un solo golpe. Por un momento pensó que a la mañana le vendría el bajón, que lloraría, que ni siquiera podría levantarse. Pero al despertar no estiró la mano para alcanzarlo y tocarlo sino que sintió más espaciosa la cama. Ha sonreído con cuidadosa cautela al estirarse. La cocina estaba fría al contacto de los pies desnudos en la baldosa. Pero a medida que la tetera se calentaba, a ella se le iba calentando el corazón. Era extraño muy extraño, ha preparado un café con leche para ella. Un café con leche para ella, solo para ella. Al fin se daba cuenta que el problema era ella misma. Apenas se ha dado cuenta lo miserable que ha vivido hasta ese día. Ya voy, respondió a su niño que la llamaba desde el dormitorio. De un impulso se alejó de la ventana fría y gris. Quiso correr, correr como una niña.


COCOA Y LECHE
Víctor Daviu ©

Por la dignidad y seguridad del abuelo, ese día se prohibieron las piñatas en la casa de la abuela. Días antes nos habíamos alistado para asistir al cumpleaños que la familia en pleno daría al primo, el guatón Marcos. Desde la puerta de la cocina, vigilamos los preparativos soportando con valentía los magníficos aromas que manaban de los hornos a leña donde se asaban los biscochos. Es que... las tortas aquellos días las preparaba la abuela en persona. Se oía el batir de los huevos de campo. Se oía el crujir de las nueces al romperlas para remojar sus carnes en agua caliente y bien pelarlas y las almendras asadas sobre la salamandra soltando aromas a café tostado. Se veían enfriar los alfajores rellenos de manjar casero y los turrones de maní con su crema de azúcar retorcida en colores rosa y menta. Con la experiencia de tantos años en el oficio, la abuela como quien iría a presentar una obra de teatro a la hora correcta, ordenaba abrir las puertas del comedor para dejarnos pasar a los niños. Entrábamos llevando aires de hombres serios, pantalón corto, zapatos negros y los regalos que entregaríamos por turno al gordo. Debíamos soportar las risas de los otros niños al darle el abrazo de felicitaciones. Luego venían las manzanas confitadas, los panes dulces y las limonadas. A la hora de abrir los regalos, aparecía una grandiosa torta luciendo como estrellas, en un mundo de chocolate, diez velas de colores que después de apagarlas en medio de los toqueteos de las cornetas de cartón devorábamos el pastel a grandes trozos. Lo acompañábamos con leche y cacao. Como decía, las piñatas se prohibieron porque después del banquete, después de las rondas y las escondidas, la abuela le dio un garrote al gordo para que dé palos al figurín de cartón, pero con tanta suerte que en vez de darle al mono le dio tal garrotazo al abuelo que lo precipitó al suelo. Suerte, digo, porque si llega a darle en la cabeza, el guatón mata al abuelo.


UN TESORO INVALUABLE
Víctor Daviu ©

Lo cierto es que seguíamos al abuelo desde que contó a papá, guiñándole un ojo, que poseía un tesoro. En aquel momento miré a mis hermanos y vi que igual que yo morían de curiosidad. ¡Había un tesoro de verdad en la casa! Fuimos tras las pisadas del anciano, nos escondíamos detrás del sillón para vigilarle. Cuando pasaba al frente, se detenía y giraba la cara. Nosotros reíamos de nervio. Luego de mirar sobre nuestros cabellos, que brillaban sobre el escondite, alzaba los hombros y seguía andando. Murmurábamos en nuestro refugio, imaginando riquezas que nos permitirían consumir toneladas de helados. Al fin abuelo nos llevó a la zaga por la casa hasta llegar al cuarto pequeño del que solo él poseía llave. Con estudiado ademán abrió la puertita, lo revisó y cerró luego como lo haría un mago para llamar la atención del publico, colocó la llave en el bolsillo pequeño de su chaquetilla, al lado contrario donde guardaba el reloj de oro y caminó a tenderse en su silla mecedora Cuando se durmió, nos acercamos. El guatón de mi hermano tropezó apoyándose en el cuello del anciano que apretó los labios con una mueca de dolor. Entre todos lo rescatamos de encima, pero afortunadamente el viejo siguió durmiendo con los párpados muy apretados. Sustrajimos la llave y corrimos tras las riquezas, cuando entramos al cuartillo encendimos la luz y solo había un baúl al centro, lo abrimos con ansias, pero con gran decepción comprobamos que se encontraba repleto de libros. Salimos del cuarto y regresamos la llave, que por meses el abuelo innecesariamente siguió atesorándola. Sin embargo aquel misterio poco a poco fue despertando nuestra hambre de aventuras prohibidas y otro día nos llevó nuevamente a robar la llavecita y abrir el cuarto del tesoro. Tiempo después, el abuelo se marchó adelantándose en el camino de la vida, pero durante su corta compañía entre nosotros nos enseño, sin darnos cuenta, la irremplazable riqueza de leer un libro.



JOSÉ ÁNGEL GRAÑA ABAD

Nació en Reborica (Aranga, La Coruña), España, el 28/1/1964, en una familia de campesinos y emigrantes. Comenzó a escribir poesía a los quince años. Estudiante compulsivo, debió abandonar los estudios oficiales a los diecinueve como consecuencia de una fuerte depresión somatovital y fatiga crónica. Desarrolla una permanente forma de supervivencia emocional y vital en situaciones extremas.
Reside en Lugo. Preocupado desde su adolescencia en la psicología (principalmente freudiana y psicoanálisis, y como analizante durante diez años), filosofía y creación artística. Desde hace trece años estudia metafísica, espiritualidad y esoterismo, ciencia y terapias alternativas. La poesía es una forma de rescate emocional de situaciones anímicas de hiperemotividad. Revolucionario, perfeccionista, rebelde, atípico, anticonvencional, disidente, sensible y lírico, lleno de obsesiones altruistas y utópicas y de una libido poderosa de una constante admiración hacia lo femenino, hacia el Ying. Su mayor aspiración es el amor universal radical e incondicional.
Publicó “Las quimeras de los espíritus puros” (Ed. Trafford. 2007), “Las quimeras de los espíritus puros o el amor platónico del ángel caído” (Alternativa Luz de Luna, 2011, Libróptica, 2011); “La tesis de los sueños” (Finis Terrae, 2012), “De la belleza y el sentimiento trágico de la vida” (Albores, 2012). "Antología poética flamma" (Ende, noviembre 2013), "Dime qué más puede un hombre hacer" (Punto Rojo Libros, junio 2014) y "Sombras de sueños. Todos los sueños de amor" (Letras de Autor, diciembre 2014).
Ha colaborado en la revistas "Astrolabium" y “Los Palabristas de Hoy y de Siempre”. Actualmente colabora en la "Asolapo-España" y tiene un espacio exclusivo en "Palabras Diversas". También lo ha hecho en diversos periódicos locales y en en el programa “Paisaje Literario” de la emisora argentina www.nadieteve.com.ar/


QUIMERAS
José Ángel Graña Abad ©

Mas algún día volverá,
y verá sus sueños realizados,
sobrevivirá al tiempo,
continuará en él la esperanza
después de muerto;
podrá vagar por un mundo
de silencio,
mas algún día volverá
y se mecerá en sus sueños
hechos realidad.
Las quimeras de los espíritus puros
no puede destruirlas el tiempo,
perduran en la ilusión
de almas hermanas de las suyas,
y un día muy lejano,
de cielo muy azul,
podrá ver tangible
el mundo hijo de sus sueños.
Podré estar oculto
bajo las aguas de un mar
que desde aquí creemos incierto,
pero la misma ilusión y la rebeldía
que me hicieron sufrir en la vida,
harán que en la muerte
no esté muerto,
y surgirá de las olas mi sonrisa,
que en las noches de tormenta
escucharán mis hermanos
desde el mundo en el que yo
quise vivir.


LA TESIS DE LOS SUEÑOS
José Ángel Graña Abad ©

Soy un soñador
y juro que lo soñado es verdad.
A veces sueño que sueño,
y cuando creo despertar,
busco un momento en mi pasado,
y esos sueños que se borran
dejan un hueco vacío;
la nada no es realidad.
Todo lo que vivo es sueño
y cuando no sueño no vivo
(y si no soñase no viviese),
pues no conozco ese sueño
que no se puede soñar;
¿acaso existe la vida
sin percibir, sentir, pensar,
un mundo que todos sueñan
con sueños todos distintos,
y solo uno es verdad?
O, ¿la realidad es la ecléctica promiscuidad
entre mil sueños estancos
y los demás sueños
no son, no existen, no hay?
¿Solo soñamos un sueño,
y al pronto vagamos, sin saber lo que soñamos,
por un oscuro vacío
hasta soñar la realidad?
Soy un soñador
y juro
que lo soñado es verdad;
si toda mi vida es sueño,
y toda mi vida es nada,
¿dónde está mi realidad?
Soy un soñador
y juro que lo soñado es verdad.


SOLAMENTE EL AMOR
José Ángel Graña Abad ©

Tantas miradas, tantos suspiros,
tantos sexos cómplices,
tantos estallidos de nuestros cuerpos y espíritus;
almas y mentes en frenéticas muertes
hacia el sueño postorgásmico.
Tantas hembras que yo amé
bajo el juramento de amarme.
... y hoy, después de tantos siglos enamorado
de la mujer y del amor,
después de tantos holas y adioses,
con los surcos en mi piel,
y el cabello helado,
los ojos secos sin miradas ni lágrimas
que permitan ser espejo del pasado
a tanta nostalgia, recuerdos y melancolía,
mientras la nada espera envolver y abrazar
mi cuerpo y mi espíritu,
ensañándose en el último expirar,
aconsejo al niño del vientre de la mujer
que más me amó y me ama,
a esa última generación de mi amor,
del amor hacia mí y de mi ser,
que apure el tiempo exiguo de su vida
en respetar el horizonte de mi mirada,
y volcarse incivilmente en la misma senda,
siendo homenaje, tributo y despojo
hasta el último latido,
del amor, el deseo, los sueños,
el placer y el dolor sucesivos e intermitentes
que genera en algunos,
que nos empeñamos en ser
solamente el amor.


ABRIR LAS PENAS MÁS GRANDES.
José Ángel Graña Abad ©

Me quiere llorar el alma,
a borbotones, como llantos de payaso,
un tétrico día de función
sin ganas de llorar ni de reír.
Se me mata por llorar el alma,
como ríos de glaciar que arañe
todos mis ojos todos, hasta arrancar el vítreo,
que corra por las mejillas de mi corazón
(mas aún sabiendo que está muerta).
Se me murió por llorar el alma,
cuando mis dedos no encontraron
la exención tan principal
de secar secos ojos secos de ceniza
y escarbaron las uñas de los hombres
y el Dios de todos,
con fuerza unísona,
la fuente muerta de mi ser.
Sin saber que me duele,
todo me duele todo,
y todo es nada,
sino una misteriosa formidable fuerza
que me hace ser el dolor.
Y aquí, donde dejo de esperar,
espera esa fuerza irrespetuosa,
esperando en la esperanza,
sin que tenga ser mi cuerpo
ni para esperar, ni para existir,
ni para hallar nada.
¡Muérete diablo!, que habitas en quien yo fui,
sin dejarme esconder entre tu vello
repugnante y sucio, porque temes
que mi dolor te doblegue
como picadura de hiel a despreciable monstruo,
y me humedezcas para renacer yo,
más allá del bien y del mal;
tan solo para llorar.



JORGE OSCAR MOZZINO

Nació en Buenos Aires, Argentina, el 9/2/1947. Vive desde 1999 en Bella Vista, Provincia de Buenos Aires, con su esposa Olga y sus hijos Jorge y Oscar.
Más datos sobre su biografía y trayectoria literaria en Suplemento de Realidades y Ficciones # 63:


EL ABANICO
Jorge Oscar Mozzino ©

Alberto había comprado las entradas con dos meses de anticipación. Lo macabro lo atraía. Ver rodar cabezas lo excitaba de sobremanera. Tanto había leído sobre el Terror que sucedió a la Revolución Francesa, que no se iba perder la única función que daban en su pueblo. Unos días antes se mostraba con una ansiedad que no podía reprimir. Lleno de anticipado gozo contaba los días, y luego las horas para el inicio de la obra.
A Susana, su esposa, no le entusiasmaba el teatro. Pero no por eso mostraba desinterés. Por el contrario, siempre trataba de satisfacer los deseos de Alberto. Hacía treinta años que estaban casados. No tenían hijos. Su vida transcurría entre ilusiones y fantasías.
Esta salida al teatro era una buena oportunidad para lucir ese vestido negro con brillos que tanto habían elogiado en el casamiento de su prima, hacía ya varios años. Por suerte no había engordado. Se lo probó varias veces para asegurarse de que le quedaba bien. Esta sería la oportunidad para lucirlo en su pueblo. Pensó qué detalle agregar a su atuendo y se acordó del abanico con incrustaciones de nácar que Alberto le había regalado y que nunca había usado. No estaba segura si le quedaba bien, pero era primavera y le pareció elegante lucirlo en el teatro. Después de todo, aunque no le seducía la obra, esta era una salida importante.
Estaban en primera fila. Alberto contemplaba deslumbrado la función. Los juicios sumarios se sucedían. Los tribunales condenaban a muerte de manera inexorable. Todo el proceso era para Alberto una mezcla de angustia y placer. Inmensa la excitación que sentía cuando cambiaban la escenografía y aparecía la guillotina. Cuando al reo lo ataban cabeza abajo, sus palpitaciones se aceleraban al punto de no dejarlo respirar. Cuando el verdugo dejaba caer la filosa cuchilla era el clímax. Sus ojos se desorbitaban. Cuando la cabeza rodaba hacia la canasta una felicidad sadomasoquista lo hacía vibrar con toda intensidad.
Susana había desplegado su abanico y con elegancia esparcía sus hermosos destellos nacarados.
Alberto, después de varias ejecuciones, agotado, cayó profundamente dormido. Comenzó a soñar que él mismo estaba siendo juzgado por los tribunales populares en París. Que también lo habían condenado a morir en la guillotina.
Estaba en el cadalso. Atado boca abajo. Escuchaba los desgarradores gritos de Susana pidiendo clemencia al verdugo, mientras las multitudes clamaban sangre. ¡Como antes él! En la obra había disfrutado con el silbido espeluznante de la cuchilla al caer. Ahora los latidos de su corazón retumbaban como campanazos en los oídos. En unos instantes, su cabeza iría a parar al canasto entre gritos de júbilo de la multitud.
En ese momento, Susana miró a Alberto y vio que estaba dormido. Cerró el abanico y se lo pasó por el cuello, para despertarlo.
Fue demasiado para Alberto. Su exigido corazón no resistió. Un masivo infarto acabó con su sueño y con su vida. Pero su cabeza no rodó.


EL TREN DE LAS SIETE
Jorge Oscar Mozzino ©

Siempre llegaba apurada a la estación. Cuando el tren estaba por detenerse aparecía. Tan puntual. Yo la reconocía enseguida. Cuando movía la cabeza sus largos cabellos azabaches la acariciaban voluptuosamente. Cuando sonreía… ¡ah! Cuando sonreía... Los dientes enmarcados por sus labios pintados eran la imagen perfecta de la felicidad. Sus ojos... Bueno, nunca estuve tan cerca como para hundirme en ellos. Pero yo imaginaba que me atraían hasta lo más profundo de su ser. Ahora, después de tanto tiempo, cuánto lamento no haber podido ni siquiera acercarme.
Casi siempre se saludaba con otros chicos y chicas. Seguro que eran todos estudiantes. Entre ellos había un par de parejitas. Iban de la mano o abrazados. Esos amores juveniles. Pero ella no. ¿Me estaría esperando a mí?
Nunca supe donde bajaba. Era una estación que tenía salida por atrás. Quizás Chacarita. Palermo o Retiro seguro que no. La habría visto. Entonces, si bajaba en Chacarita iba a tomar el subte. Claro, para la facultad le quedaba bien. Se bajaba en Pasteur. Caminaba cuatro o cinco cuadras y listo.
Seguro que estudiaba medicina. No sé, se me ocurre. Varias veces la vi llevar un delantal bajo el brazo. Además, tenía ese aire interesante que tienen los médicos.
Debe haber hecho una buena carrera como médica. Seguro que es traumatóloga. Atenderá en uno de esos sanatorios tan caros que hay en Capital.
Cada vez que voy a la clínica de mi obra social, tengo la esperanza de encontrarla.
Cuando la encuentre, sí que le voy a hablar.
Le voy a confesar cuánto me gustaba. Cuantas veces soñé con ella Además, le voy a pedir si puede hacer algo por mi reuma. Me vino después de tantos años de manejar la locomotora.



AXEL BLANCO CASTILLO

Nació en Caracas. Venezuela, en 1973. Profesor egresado del Instituto Pedagógico de Caracas - UPEL. Ha estado en permanente ejercicio docente desde 1998 en los niveles de educación básica, diversificada y técnica. Participó en los talleres de narrativa con Sael Ibáñez, Casa Nacional de las Letras Andrés Bello, Fedossy Santaella Casa del Libro y Editorial Kerusso. Autor del libro de cuentos Al Borde del Caos publicado por El Perro y la Rana y Más de 48 Horas Secuestrada y otros relatos por amazon.com. Recientemente se está desempeñando como profesor en el Liceo Nacional “Andrés Bello”.


AMOR DOMÉSTICO
Axel Blanco Castillo ©

Cuántos quisieran estar en mi lugar dentro de esta casa y con la mujer más guapa de la ciudad. Embriagado con sus mimos y atenciones todo el día, oliendo su perfume, retozando sobre su cama aterciopelada. Pero esta no es la vida que quiero, camarada, esta no es la vida que desean mis ancestros. Quisiera ser libre y poder salir de noche a reunirme con mis amigos, echar una cana al aire, o quizás retozar en el tejado con una gata que me maúlle al oído. A veces vienen mis amigos a contarme, que todas las noches hacen fiesta en las casas vecinas. Dicen que se hace fácil porque los dueños tienen el sueño muy pesado. Entonces se meten a bailar y retozan, y comen caviar, y beben un agua extraña que atonta, pero que pone el cuerpo sabroso y te hace reír hasta que pierdes la conciencia. Al final, la casa queda hecha un guiñapo, pero siempre los dueños la acomodan como si sufrieran de masoquismo o amnesia.
Otras veces visitan a las gatas del vecindario y les cantan serenatas al ritmo de un saxo que nunca para de expeler su aliento metálico. Algunas se hacen de rogar por su posición social, tal vez se creen muy finas, como la mujer que vive a mi lado, respingada, llena de alhajas, hundida en una piel de leopardo, cuya mano huesuda nunca deja de acariciarme. Otras se hechizan con la bola nocturna incrustada en el medio del cielo como una gema. Saltan de sus nichos con sus cuerpos elásticos, que arden como caramelos derretidos, que se estiran haciendo formas sugestivas y maúllan, hasta que ya no hay otro remedio que acoplarse, y fundirse… Cuando logran quedarse con ellas, miran las estrellas con toda libertad, echados sobre cualquier parte sin temor a mancharse del polvo de la tierra, del sucio de los techos, o el smog… El saxo sigue imponiendo el ritmo de las zancadas sobre el tejado, la gema hipnótica filtra mensajes en franjas lumínicas, y el aire pútrido, por la cercanía del basurero, añade un ingrediente peculiar y encantador…
Los envidio cuando hacen el amor así, sin reservas, entre el placer y el dolor de un rasguño y una mordida. Entre el apremio de las envestidas y el maullido cacofónico de las gatas. Es la música fantástica que percibo desde mi ventana, lástima que termine tan mal. Porque de pronto ellas se enfurecen, y empieza una persecución terrible. ¿Será que el amor duele tanto así que ellas terminan odiándonos? ¿Será que no existe el amor sin dolor? ¿Será que el dolor es una forma de amor?
Por lo menos la mujer que vive conmigo, aunque nunca me deja salir de la casa, me atiende como si fuera un rey. Cuida mi alimentación, mi salud, mi colcha de dormir, mi bola de estambre, la tierrita del pupú que cambia constantemente… Algunas veces, hasta deja la ventana abierta para que salga. Pero aunque me asomo, no salgo, porque no quiero verla triste por mi ausencia. A veces me gustaría que fuera gata, quizás así sería plenamente feliz aquí dentro, y aplicara todo lo que hacen mis amigos sobre los tejados.


LA LÓGICA CRIMINAL Y SUS POSIBLES MÓVILES
Axel Blanco Castillo ©

Inocencio López, caraqueño, cursante del último año de Criminología, se dirige a recibir su título. No pudo dormir la noche anterior de tanto pensar en la toga, el birrete, su desplazamiento lento y pausado hasta la plataforma donde las autoridades le darían el valioso pergamino. Imagina el texto central del título: “… por lo cual, en nombre de la República y por autoridad de la Ley, le confiero el título de…CRI-MI-NÓ-LO-GO…” El corazón se le detiene por unos segundos, un hormigueo aguijonea la parte baja de su estómago y le dan ganas de defecar. Su novia Salma, que camina a su lado, sonríe al verle. Sabe que Inocencio no se aguanta la emoción. Su rostro parece formar parte de una comedia de tenores clásicos. Inocencio le saca la mano al autobús de Magallanes-Carmelitas, toma la mano de su novia y se monta en la unidad. Al entrar, es el punto de mira de todos, no solo porque se acaba de montar, sino por su atuendo de graduado (su espléndida toga negra y birrete, que porta con esmerada elegancia). Un niño le ve y le señala con el dedo:
—Mami mami, mira… ¡el zorro, el zorro!
—No papi no, dice la madre, no es el zorro, es un graduado.
–Aaah —dice el chico—, es verdad mamita, no lleva el antifaz.
Inocencio modela como los actores de la tele. Las miradas hacen que se sienta más importante de lo que ya cree que es. Salma lo hala bruscamente para ocupar los últimos dos puestos que quedan, e Inocencio se pone rojo de la pena, su chica le ha quitado el estilo.
La camioneta se mete en un embotellamiento y el chofer toma un atajo por San Martín. Avanza con lentitud, pero avanza. La cola es persistente. No es el único que se le ocurrió la brillante idea del atajo por San Martín. Inocencio comienza su largo parloteo. Es su legado ancestral, su padre profesor, su abuelo político, su bisabuelo vendedor de frutas en el mercado de San Jacinto. También piensa que el momento lo amerita. Así que le habla a su chica sobre diversos temas, pero se queda anclado en la lógica criminal. De eso sabe mucho y se extiende. Deshuesa los posibles móviles del psicópata, el violador, el ladrón. Establece las graduaciones de la mentalidad criminal. Habla de los delitos más comunes en las urbes y cómo hacer para erradicarlos. Plantea la posibilidad de bajar los índices delictivos en Caracas, como ha sucedido en varias entidades de Colombia. Afirma que él mismo ha desarrollado un plan infalible. Un plan que no necesita de mucha inversión sino solo la voluntad para ejecutarlo, y hacerle seguimiento. Porque una de las grandes fallas de los gobiernos es que no le hacen seguimiento a las obras que ejecutan. Inocencio nota que varios pasajeros le escuchan. Lo sabe por las miradas indiscretas y los oídos que se acercan con disimulo. Entonces aumenta el volumen de su documentada exposición, aunque su novia ya ha dejado de escucharle. Le parece más divertida la ventanilla.
Dos buhoneros se meten en la unidad con una caja de caramelos. Se separan al entrar, uno se queda junto al chofer, y el otro se viene adelante, hablando en voz alta. Ya van once vendedores, por eso la gente pone cara de fastidio y prefiere ver por la ventanilla. Inocencio termina su charla y chatea por el BlackBerry: —Mamá, voy en camino con Salma. —¡Apúrate hijo que ya se están preparando las autoridades! Debiste salir más temprano, cónchale. —No hay problema mamá, el bus avanza, con pausa, pero avanza. —¿Por qué no te viniste en el metro? —Porque de la estación son como cuatro cuadras hasta el auditorio. —Okey okey, apúrate hijo.
En ese momento el buhonero golpea el pasamano con un tubo. El sonido es tan agudo que hiere los oídos. Está molesto porque los pasajeros no le ven, no le hacen caso, no le agarran los caramelos, no le creen su historieta biográfica del sufrimiento. Algo así como que viene de un centro de rehabilitación, que antes atracaba a la gente para gastarse la plata en marihuana, piedra o latitas de pega. Pero que ahora no, ahora solo quiere vender caramelitos de menta y hierbabuena. Pero la gente ni siquiera le respondió el buenas tardes. Por eso el otro buhonero, el que se había quedado cerca del conductor, saca una nueve milímetros cañón corto y decide hacerlo como en los viejos tiempos. Nadie sabe de dónde sacó esa bicha. Tan nueva y con un aceitico que la hace brillar. Su indignación lo lleva hacer las cosas por las malas. Se la pone en la cabeza al chofer. El chofer casi choca de la impresión con un carro en el extremo derecho de la calle, pero al punto lo esquiva.
—Dame todo, chofe, todo. Regístrate los bolsillos, dame la cartera, métete la mano en las bolondronas…
El conductor no sabe qué hacer, si suelta el volante para sacarse los billetes del pantalón, choca, si no suelta el volante, no puede sacarse los billetes y lo matan, así que está muerto de todas formas. Por eso trata de hacerlo al mismo tiempo y, por una destreza que no concibe, logra hacer las dos cosas. Maneja y saca los billetes. El malandro sonríe y mira a su compañero delictivo que ahora ha dejado de repartir caramelitos y recoge las pertenencias de los pasajeros. Inocencio no puede creer que le pase esto, pero el robo ya está hecho. No le sirvió conocer la lógica criminal y sus posibles móviles para preverlo. Pero ahora no servía de nada lamentarse. Los malandros se habían bajado de la unidad con el botín. Inocencio había perdido todo al igual que todos. Salma lloraba por su dije de oro y el anillo de compromiso. En el fondo, Inocencio no le importaba haber perdido sus pertenencias: cartera, BlackBerry, toga, birrete… Podía recuperar todo de nuevo. Lo que le molestaba era el grado de impunidad del crimen. La forma en que se iban sin que nadie pudiera detenerlos. Caminando tranquilamente como otro transeúnte sobre la acera, prendiendo un cigarro y parloteando como si nada. Ajenos a las voces de auxilios de las víctimas y de una, ¿posible persecución policial? Inocencio se lamentaba por su novia que todavía lloraba y por la gente. Por eso fue que decidió bajarse del autobús y seguirlos de cerca. Deteniéndose unas veces y avanzando otras. A la espera de que algo pasara y alguno cometiera un error imperdonable, y pudiera atraparlos al fin sin contratiempos. Tal vez aplicaría sus conocimientos, ya saben, la lógica criminal y sus posibles móviles. Aunque a veces los principios no se cumplan, y todo pase de la forma menos predecible.


SUEÑOS FRAGMENTARIOS *
Axel Blanco Castillo ©

Había dejado la ventana abierta, y cuando amaneció, la lluvia mojó mi cara y desperté. Salté de un brinco de la cama y cerré el vidrio. Miré el reloj y eran las seis. Me acosté de nuevo sin preocuparme por el trabajo, era sábado. Charlie comenzó a ladrar y rasguñar la puerta, había pasado toda la noche en la calle copulando con perras malas. Salté otra vez de la cama y abrí los pasadores y la puerta. Charlie dejó de ladrar y entró como cualquier tipo que llega a su casa después de una noche de farra. Le puse perrarina en el plato y agua en la escudilla. Me dejé caer sobre la cama y cerré mis ojos. No pasaron diez minutos cuando sonó el teléfono. —Hola hijo perdona, ¿podrías ponerme la inyección?
—Ya voy —dije, y colgué. Mi madre vivía en el piso de arriba así que me puse solo la bata de baño y salí. Me llevó como veinte minutos subir e inocularla. Bajé, y otra vez me lancé sobre la cama. Escuché un tañido de campanas. Entré por la puerta de la estructura rocosa y subí por la torre hasta el campanario que no se detenía:
BLAM BLAM, BLAM BLAM, BLAM BLAM, no podía soportarlo. El sonido me aturdió a tal grado que desperté, ni el sueño más pesado podía con el timbre. Era el técnico de CORPOELEC que tocaba sin levantar el dedo. Creo que gozaba al hacerlo. Cuando llegué a la puerta ya había partido dejándome un aviso de corte. Lo tomé. Era un papelito rectangular con un recargado membrete y la palabra —AVISO DE CORTE—. Casi al final estaba el monto en negritas. Era un monto ridículo, ocho bolívares con cuarenta. Tantas molestias por tan poca plata me daban risa. De todos modos apagué las luces que habían quedado encendidas desde la noche.
Desayuné sobre el sofá viendo la tele. Discovery Channel describía la vida de los leones de África: “La especie Panthera Leo es la más feroz del Parque Nacional Kruger. Mientras que las hembras pueden durar hasta catorce años, los machos no pasan de ocho años de existencia…” Tenía un traje kaki de explorador y era amigo de la tribu Maasai. Decían que tenía la habilidad de amansar a los Panthera Leo. Aquel trato me gustaba, en fin, era una aventura que siempre quise vivir. Pero los Panthera Leo me rodearon y los Maasai alzaron su grito de guerra. Creí que moriría. Los leones se lanzaron sobre mí y mordisquearon partes de mi esquelética humanidad. Traté de usar ese poder que decían que tenía para amansar fieras, y creo que resultó, porque en lugar de sufrir dolor, experimenté una risa incontrolable. Cada mordida era en realidad una lamida en cualquier parte del cuerpo. Desperté bañado en la saliva de Charlie.
Almorzaba con Darna en la cama. Comimos hallaca, ensalada y pan de jamón. Mi barriga se prensó por la llenura. En realidad no medí cuantas hallacas comí. Igual tuve que cumplir mi parte con la chica. Fue como hacer ejercicios en la selva. Quemamos todas las calorías del almuerzo antes de hacer la digestión. Es algo complicado. Quedamos exánimes y viendo hacia el techo. Húmedos como tórtolas que se mojan con el rocío de la mañana. Allí, cerré mis ojos y conocí a Marilyn. La vi tan rubia como en Gentlemen Prefer Blondes. Un poco frívola para mis gustos pero era Marilyn. Estaba con otros tipos, tal vez uno era Eliott Reid, Tommy Noonan o quizás Tony Curtis. Era un gánster perseguido por sombríos detectives que podían medir los pensamientos. Me vi descargándoles una metralleta, ellos también tenían puntería y me dieron en el brazo. Sentí un pinchazo y luego un dolor intenso. Caí. Marilyn se me echó encima desesperada —¡despierta papi, despierta!—, decía. Sentí sus cachetadas y pensé que agonizaba lentamente con aquel dolor. Abrí mis ojos sobresaltado. Darna estaba sobre mí, sus cachetadas lograron despertarme. Mi brazo izquierdo era lastimado entre el borde de la cama y la cómoda. Ella decía igual que Marilyn —¡despierta papi, despierta!
Al llegar la noche decidí no dormir. Prendí el compañero de los noctámbulos, la tele. Darna se había marchado y también Charlie. Piqué muchas papas y las puse sobre un sartén rebosante de aceite caliente. Saqué la salsa Kétchup, refresco y carnes frías. El sofá estaba cálido. Tomé la sábana y me cubrí mientras esperaba las papas. James Bond era atacado por los secuaces del doctor No y se defendió como siempre, sin despeinarse. Los abatió con su golpe de mano abierta pero otro lanzó por la ventana una bomba k1. Bond, saltó por la otra ventana y cayó en el río Sena. Madeleine lo esperaba en una lancha encendida y partieron. Empecé a sentirme como Bond, tomé a Madeleine, la introduje en el camarote y la besé. La lancha avanzaba a toda prisa conducida por un piloto automático. Mientras el doctor No nos seguía de cerca con un submarino. Comencé a oler humo, un humo que se hizo denso y llenó todo. Ella decía que era el motor, pero yo sabía que eran las papas que se quemaban.

* Relato publicado en el libro Al Borde del Caos. Editorial El Perro y La Rana.



ROSANA RUFINER

Nacida en Paraná (Entre Ríos), Argentina. Profesora de Nivel Inicial, carrera en la que se desempeña desde hace veinte años, además de trabajar en el Bibliomóvil, biblioteca ambulante con la que se visitaba escuelas, hogares e instituciones diversas, a objeto de motivar a leer literatura. Cursó seminarios de literatura infantil y talleres de capacitación literaria.
Ha publicado en: La Trastienda Fanzine (Buenos Aires, 2011), Suplemento de Realidades y Ficciones (Buenos Aires, 2012), Centro de Estudios Poéticos (Madrid, 2010, 2011, 2014 2015), Editorial Dunken (Buenos Aires, 2012 y 2014).
Más datos sobre su biografía y trayectoria literaria en Suplemento de Realidades y Ficciones # 58:


INSOMNE
Rosana Rufiner ©

Mis pupilas insomnes que sueñan
esos arroyos que penetran mi cauce
que profanan mi orilla

brotan, en tus dedos dormidos
los acordes infinitos
de alguna extraña cadencia

miradas en la oscuridad
—rendidas, cansadas, disipadas—
buscan mis alas repletas de plumas

y solo entonces son
mis pupilas desveladas las que te sueñan.


AMANTES
Rosana Rufiner ©

Me preguntas por qué cierro mis ojos
—te doy todo—
más no los ojos.
Prostituida en esta muerte ridícula
algunas veces
                        soñé con el crepúsculo.

La común indiferencia
la no piedad para el verbo

y creer
         en la ambigüedad de esta danza
donde dos cuerpos resucitan

para luego caer
cerca de aquellos planetas sin horizontes.

Ya no sigas preguntando
                        y bésame

deja que lleguen mariposas a la almohada.


ENFRENTADOS…
Rosana Rufiner ©

frente al mar profundo de los sueños
¿acaso la tarde que llega a su fin
anticipa los ocasos?

Es un instante apenas
entre tu piel y mis abrazos
y un espacio eterno
de páginas en blanco
donde no cabe un sueño más
solo el recuerdo de esta tarde gris
el último hálito de la última tarde

hasta el destino conspira con nosotros
quédate conmigo hoy
aquí, cerca y lejos
soñemos un imposible
la vida es muy corta
aún estoy aprendiendo
a esperar por lo q llegue

acompáñame…

del otro lado
estando sin estar
aunque sea con la ausencia

con esta soledad a medias

hasta que me conforme, hasta que entienda
que mi vida esta llena de pasos en el vacío

y pueda interpretar siquiera
el éxodo irremediable de los cielos
que se vuelcan hacia esa verdad
cansada de ser nombrada.


CALESITA
Rosana Rufiner ©

Da su vuelta
la calesita.
Los caballos blancos y negros
pelean
por niños con abrigos y manoplas.
Un dulce olor a vainilla
entorpece la siesta
y me ubica
en un regreso de sortijas.
Tres aplausos…
comienza a girar.
A lo lejos
quejidos de solapa
el sol que entibia mis manos
el viejo manisero y su bicicleta.
Otra vuelta
mi nariz se pierde en la tarde verde
el río alimenta los colores
allá en la barranca,
quizás más tarde,
el cielo también resucite
los aromas del lapacho.



NURIA DE ESPINOSA

Escritora autodidacta catalana, nacida en Rubí (Barcelona), España.
Ha publicado varios libros, “Mis poemas y relatos cortos”, “Sentimientos vitales”, “Momentos”, “A corazón abierto”, y una novela de misterio “No estoy sola”. Participó en las antologías “Alma de poetas”, “Cruzar el río”, “Cerca de ti - I”, “Cerca de ti - II”, “Mañana al despertar” y “El poeta virtual”.
Más datos sobre su biografía y trayectoria literaria en Suplemento de Realidades y Ficciones # 51: 
http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com.ar/2011/12/suplemento-de-realidades-y-ficciones-n.html



EN EL PARQUE
Nuria de Espinosa ©

Cómo cada mañana, Luis sacó a pasear a Nelo, su perrito, por el parque de la Alameda. Aquella era una mañana fría y húmeda de principios de otoño. Los senderos del parque estaban cubiertos de hojarasca, a pesar de que los barrenderos recogían las hojas a diario.
—Quieres esperarte, Nelo —gritó Luis a su perro, que no dejaba intentar salir corriendo, dándole fuertes tirones de correa—. Desde que llegamos al parque te muestras inquieto, ¿Qué narices te ocurre hoy? Maldita sea, terminaras por hacerme daño.
Se inclinó refunfuñando entre dientes y le soltó la correa del collar. Apenas tuvo tiempo de reaccionar. Nelo salió como alma que lleva el diablo hacia una zona que había tras unos arbustos cercanos.
Luis salió corriendo en su busca al escuchar los ladridos exasperados de su perro. Al traspasar los arbustos, se detuvo en seco. Nelo le ladraba a un hombre que estaba sentado en un banco del parque, el hombre no se inmutaba, pero Nelo insistía con sus ladridos.
Luis se acerco cauteloso, por si el hombre se enfurecía a causa de los ladridos de su perro. Pero al acercarse, comprendió qué le pasaba a Nelo y se quedó petrificado.
El hombre mantenía en las manos un cartel que decía:
“No me toques, estoy muerto”
—Tranquilo Nelo, ya no podemos hacer nada por él. No debió soportar el frío que hizo anoche, pobre hombre.
—Guau, guau, guau.
—Te repito que ya es tarde, Nelo.
Y entonces aquel hombre abrió los ojos y le miró directamente. Sus ojos estaban completamente vacíos. Luis se estremeció, se quedó inmóvil, aterrorizado, incapaz de moverse.
—Guau, guau… —aquella extraña criatura abrió la boca como si de una serpiente se tratara y Nelo desapareció engullido por aquel extraño ser. Luis notó cómo la orina bajaba por sus pantalones.
Aquel extraño ser cerró de nuevo los ojos y continuó en la misma postura, como si nada.
Luis consiguió por fin moverse y tras volver a su casa, decidió que nunca más se compraría un perro y así evitaría tener que regresar a ese parque.



GUSTAVO MARCELO GALLIANO

(Gödeken, Santa Fe, Argentina, 1965). Poeta, narrador y docente universitario. Vive en Rosario, donde estudió Economía, Derecho e Integración (Mercosur). Su pasión por las letras le impulsó a crear su propio espacio en el medio literario.
Primer premio en un certamen internacional, por su poema Carta de un Cyrano a la mas dulce dama (Córdoba, Argentina, 2006), y varias distinciones, entre ellas primer premio por La casa de mi vida, en el XXXIII Concurso Nacional de Poesía y Narrativa Breve (San Lorenzo, Santa Fe, 2010).
Jurado en certámenes literarios de poesía y narrativa, ha prologado importantes poemarios a nivel internacional. El 2/4/2009 presentó en el Club Español de Rosario su premiado libro de relatos La cita. Ha participado de varias antologías internacionales y publicado en prestigiosas revistas de América, Europa, Asia y Oceanía, unos 110 países. Traducido a diversos idiomas, se desempeña como colaborador permanente de revistas de literatura y arte en Buenos Aires, España, Miami, Nueva York y Suecia. Es miembro de diversas organizaciones literarias.
Han elogiado su poesía, críticos literarios como Antonio Guerrero —Revista Resonancias.org, septiembre del 2011, París, Francia— y el español Salvador Moreno Valencia —marzo 2012.


SEDUCCIÓN, LABIOS Y MAR
(en castellano)
Gustavo Marcelo Galliano ©

Localicé el ocaso del día en mí,
creyendo ver tu sonrisa en la bruma,
evolución del silencio en frescura,
cual tesis desleal de mis sentidos.
Perduras, el olvido aún no erosiona,
te sumerges y emerges en las aguas,
cristalinas aguas de voluptuoso oleaje,
donde Poseidón no reina, solo mi mente.
¿Fue la seducción mi soledad?
no, creerías que profané la necedad,
fueron tus labios con reminiscencia a Mar,
néctar divino que incendió a mi alma.
Lapso, detente impertinencia burda,
monólogo destructivo de mi ser,
agitarás el recuerdo hasta agotar la luz,
al resucitar tus labios estos versos.
Contemplé el respirar de la noche en mí,
creyendo ver tus ojos en la penumbra,
cristalizó el resplandor de la tiniebla,
ofrenda mortal, en la Bahía del Adiós.


SEDUÇÃO, LÁBIOS E MAR
(em português)
Gustavo Marcelo Galliano ©

Localizei o ocaso do dia em mim,
creditando ver teu sorriso na névoa,
evolução do silêncio em frescura,
como tese desleal de meus sentidos.
Permaneces, o olvido ainda não erode,
imerges e emerges das águas,
águas cristal de marulhos bombásticos,
onde Poseidón não reina, apenas minha mente.
Foi a sedução minha soledade?
não, pensarias que profanei a necedade,
foram teus lábios com reminiscência de Mar,
néctar divino que incendiou minha alma.
momento, detém impertinência tola,
monólogo destrutivo de meu ser,
agitarás a lembrança até cessar a luz,
ao ressuscitar teus lábios estes versos.
Contemplei o respirar da noite em mim,
acreditando ver teus olhos na penumbra,
cristalizou o resplendor das trevas,
oferenda mortal, na Baía do Adeus.


ALGUIEN OBSERVANDO
(en castellano)
Gustavo Marcelo Galliano ©

Te he observado espiar tras las cortinas,
con la mirada perdida en algún horizonte,
devorando a otras gentes tan indiferentes
que machacan veredas solo por costumbre.
He notado la inquietud de tus pupilas,
con manos crispadas por tanta impotencia,
y un suspiro profundo empaño los cristales,
sin poder destruirlos como hubieras deseado.
Te he visto observar desde tu fortaleza,
con frente sudorosa y aspecto cansino,
bebiendo la brisa que obsequia la noche,
sin penas ni glorias, solo por destino.
He descifrado de pronto tus dudas y temores,
náufrago del llanto que abraza la impaciencia,
soñando una isla sin tesoros ni puertos,
y miles de gaviotas de incesante vuelo.
Te he visto observar hacia mi ventana,
papel y lápiz en mano, escribiéndome algo,
y dudé entonces si en verdad existías
o un gigantesco espejo pendía del cielo.


ALGUÉM OBSERVANDO
(em português)
Gustavo Marcelo Galliano ©

Eu vi você espiar por trás das cortinas,
com a mirada perdida em algum horizonte,
devorando outras gentes tão indiferentes
que esmagam veredas apenas por costume.
E notei a inquietação das pupilas,
com mãos crispadas por tanta impotencia,
e um suspiro profundo embaço os cristais,
sem poder destruí-los com teria desejado.
Eu te vi observar desde tua fortaleza,
com a fronte suada e aspecto cansado,
bebendo a brisa que obsequia a noite,
sem pena nem glória, apenas por destino.
Decifrei de repente tuas dúvidas e temores,
náufrago do pranto que abraça a impaciência,
sonhando uma ilha sem tesouros nem portos,
e milhares de gaivotas de incesante vôo.
Eu te vi olhar na direção de minha janela,
papel e lápiz na mão, escrevendo-me algo,
e duvidei então se em verdade existes
ou serias um colossal espelho pendurado no céu.



TERESA ÁLVAREZ OLÍAS

(Madrid, 1958) Reside en Madrid y su nombre completo es María Teresa Álvarez Olías. Contable y profesora. Licenciada en Ciencias Económicas por la Universidad Autónoma de Madrid, cursó inglés en la Escuela Oficial de Idiomas de Madrid y posee certificados de la Cámara de Comercio Británica y de las universidades de Michigan y Georgetown. El cuento que aquí se publica es parte del libro “Volando de una ciudad a otra”. Cabe aclarar que su afición por la literatura viene de muy joven, pues escribe de cuando era niña.


AÑO DOS MIL CIEN
Teresa Álvarez Olías ©
“Me enseñaron que el camino del
progreso no es ni rápido ni fácil”.
Marie Curie

Hoy es uno de enero de dos mil cien. Hemos dado las órdenes precisas al control de la casa, robotizada por completo, y la mesa para la gran comida de Año Nuevo se ha montado con esplendor. Primero las paredes se han plegado para acoger a toda la familia, ya que nos hemos congregado más de veinte personas. Luego han bajado del techo los tableros de pino y metal presurizado. Después han aparecido las sillas forradas de cuero y acero, guardadas en los armarios del fondo. Por último, una máquina hostelera ha colocado, junto a las servilletas, la vajilla de vidrio y porcelana irrompibles, decorada con motivos florales.
Han venido mis primos de Dinamarca con mis tíos; su padre es hermano de mi madre. También han llegado los primos de Honduras, cuya madre es hermana de mi padre. Mis tres hermanos estudian sus carreras en Francia y yo en Canadá, así que estos días hemos podido encontrarnos con enorme alegría en Madrid, en nuestra casa de Colmenar, a un paso de la Puerta del Sol, pero al pie de las hermosas montañas de Somosierra, perfiladas en granito oscuro contra un azul resplandeciente y velazqueño.
No es fácil que todos podamos coincidir, pero hemos hecho un esfuerzo esta Navidad. El transmisor de noticias se ha proyectado solo un minuto en la pared, ya que a los mayores no les gusta que las comidas familiares se vean influenciadas por la reproducción de imágenes bélicas o inapropiadas. Hemos contemplado cuán esplendorosa se ha celebrado la fiesta de Fin de Año en el mundo entero, como corresponde a la entrada en un nuevo siglo y despedida del anterior, que fue tan duro y con tantos altibajos. Los más jóvenes hemos salido de fiesta, naturalmente, y hoy nos hemos levantado tarde, algunos más que otros. No se cambia todas las noches de siglo. Las celebraciones han sido grandiosas en Sidney, en Shangai, en Moscú.
La guerra entre China y Estados Unidos, que a punto estuvo de arrastrar a la federación europea y americana por un lado, y a la asiática por otro, hace treinta años que acabó. Los hijos no hablamos de ello, pero la generación de mis padres aún la tiene presente, y se alegra, tal vez se estremece, de manera especial cuando los antiguos enemigos se estrechan las manos en público, en cualquier congreso internacional, o adoptan medidas conjuntas a escala planetaria. De hecho, desde aquel tremendo conflicto bélico, los gobiernos han cambiado de perspectiva, y parece que la humanidad ha comprendido que solo con unión y respeto mutuo es posible sobrevivir, pues el pánico y la miseria de la pasada centuria fueron duros y sin parangón en la historia. Agradezco no haber vivido aquélla ni ninguna otra guerra. El cambio climático y la conquista del espacio se han abordado de manera conjunta en las últimas décadas, y ya parece detenido el desastre físico del globo, además de muy inminente la colonización de otros planetas, al menos con robots.
Aunque no seré yo quien marche, ceteris paribus, a ese aburrido planeta helado, pero sí conozco personas que quieren viajar a él, aunque sea muy difícil poblarlo. De hecho, muchos africanos parece que se han registrado para partir hacia allá, en cuanto la nave nodriza esté dispuesta. Se puede comprender, puesto que ciento cincuenta años después de su independencia del yugo europeo, las naciones del continente negro aún necesitan muchos años, tal vez décadas, para lograr su completo desarrollo.
De hecho, por haber podido erradicar la hambruna en esta población, sus estados están exhaustos y poco decididos a comprometerse en una federación como hicieron paulatinamente el resto de los continentes. Parecen poco pertrechados para dotar a toda su gente de empleo, sanidad y educación. Llevar a seres humanos a otros mundos es el desafío que África quiere abordar, como válvula de escape a la cadena de desvergüenzas que se han perpetrado en ese continente, desde que el esclavismo de personas de raza negra se extendió como un cáncer por América, hace siglos.
Por otra parte, todas las federaciones continentales se han asentado en la Luna, tras fuertes pleitos y disensiones en los tribunales sobre la conquista de nuestro satélite. Mis padres tienen una férrea opinión acerca de la explotación de los recursos lunares: han de ser públicos. Yo no lo tengo claro. El espacio interestelar es un territorio vasto donde, en el futuro, las naciones no querrán caminar siempre juntas. Es verdad que solo con la unidad en federaciones, y también con una enorme cantidad de recursos económicos, podemos abordar el inicio de esta ardua empresa, la de establecernos en la luna. Pero dudo mucho que en el futuro no haya gente aventurera que intente explorarla por su cuenta y para su peculio. Quizá esas personas quieran independizarse de la Tierra. Será imposible detener siempre la iniciativa privada, la sed de conquistar el universo y de abrir nuevos caminos por parte de muchos particulares.
El agua y el plutonio del satélite, así como los enormes yacimientos que acaban de encontrarse allí, de oro y cristales preciosos, no hallados nunca en nuestro planeta, se están explotando con un férreo control de las autoridades internacionales. El transporte a nuestro astro azul, así como la canalización y distribución del mineral, está controlado por la policía de las confederaciones, con un reparto proporcional a las necesidades de cada zona y subregión. No es casual esta vigilancia sobre la explotación lunar. La escasez hídrica terrenal de mediados del siglo pasado fue decisiva para alertar a los pueblos de la necesidad de un orden mundial en su tratamiento y consumo. El desperdicio y la contaminación del líquido elemento es hoy delito a escala internacional, y cada persona tiene su ración estipulada. La gente muere y mata por el agua. Y todavía no han podido explotarse los recursos líquidos del interior de nuestro adlátere.
Me fascina pensar en las personas que se bañaban en los ríos y playas en el siglo XX. Los libros de historia y de economía regional describen el océano Atlántico, el Mediterráneo y el Pacífico como lugares de vacaciones donde las familias tomaban sol y nadaban en la orilla del mar. De hecho, el turismo y la construcción en las zonas de río, playa o manglar fue un sector en auge durante decenios, que movió ingentes cantidades de dinero y desplazó a millones de personas por todas partes, invirtiendo en ello sus ahorros, fundamentalmente en el mundo occidental.
Las gentes ignoraban también entonces lo dañino que el sol puede llegar a ser sobre la piel. A nadie se le ocurre ya tomarlo de forma expresa. Bebían, se bañaban y tiraban al océano y a los arroyos los residuos industriales en una impunidad tal que consiguieron envenenar los canales, fuentes y embalses de buena parte de África, Asia y media Europa. No digo que los individuos que se bañaban en los lagos ensuciaran éstos premeditadamente hasta destruirlos, sino que tuvieron su responsabilidad por no detener la industria contaminante ni el consumo abusivo, y por no pensar en los derechos a respirar y beber de las generaciones futuras.
Afortunadamente, el petróleo no se termina. El carbón se agotó hace unos ochenta años, junto con la práctica totalidad de los combustibles fósiles, y la producción de electricidad fue decayendo y encareciéndose, conforme se fue deteriorando y empobreciendo el agua. Parece que también la obtención de energía nuclear en la Luna está siendo un éxito. Eso aliviaría un poco la demanda terrestre de energía, siempre ávida, ya que la eólica y la solar, también la de las mareas y los biocombustibles, no consiguen abastecer las crecientes necesidades mundiales.
No se extingue el petróleo porque constantemente aparecen nuevos yacimientos en Siberia, en Brasil, en Atacama, o en la costa frente a Japón. Solo que el oro negro se esquilmó hace tiempo en los países árabes del norte de África y los limítrofes a éstos de Asia. Fue otro imperio desplomado. Un efímero reinado absoluto de lujo en el desierto, donde habitaban pueblos que se volvieron ricos con el mineral líquido, y donde, históricamente, era férreo el poder de los hombres sobre las mujeres. La falta de petróleo los ha sumido en la ruina, y su población femenina aún necesita otros cuatro siglos y mucho arrojo para conseguir la igualdad.
He venido a casa con Frank, mi novio, que es canadiense. Subimos al trasbordador en Toronto, donde ambos vivimos, y llegamos a Madrid en media hora. De puerta a puerta. No fue mal viaje, teniendo en cuenta la saturación del espacio aéreo en estos días de fiesta. Las torres de control nos informaron de la mejor ruta a seguir. Es impresionante contemplar el final de la tarde sobre Ontario, avanzar sobre el océano en el crepúsculo e ir entrando en la noche cerrada de Europa. Soledad, mar y estrellas resultaron una combinación demasiado romántica. Otros años, cuando he venido sola, de vacaciones a casa, no me ha impresionado de tal manera el viaje.
Frank condujo el trasbordador y yo lo llevaré en nuestro trayecto de vuelta en unos días, como convinimos. Él no conocía Europa, apenas se mueve de su barrio, y me consta cómo le ha afectado esta experiencia de conocer a mi familia, volar tan lejos y escuchar todas las conversaciones y anuncios en español. Está sobrepasado y feliz. El resto del año pasa toda la jornada laboral, parapetado en su laboratorio, profundizando en las técnicas de tele-transporte, algo que su empresa, mitad pública y mitad privada, quiere patentar. Habla varios idiomas con sus compañeros, científicos de muy distintos países, pero muy poco español.
De hecho, apenas deben dialogar entre ellos en ninguna lengua, absorbidos como están siempre por sus experimentos y teorías. Desde su apartamento puede contemplar la bahía de Hudson, iluminada, fría y llena de vida a la vez. Lleva una vida rutinaria y tranquila. Apenas compra nada. Desayuna huevos revueltos y tortitas de jengibre con bacon, únicos alimentos que se acuerda de comer, y sospecho que manda fregar y limpiar al sistema demótico del piso, cuando sabe que yo puedo aparecer los viernes a última hora. Él no quiere confesar cómo lo consigue, pero todo está maravillosamente limpio cuando llego.
Estudio economía mundial, en su descripción y soluciones, desmenuzando a los clásicos y contrastando las distintas teorías sobre desarrollo rural y urbano. Cada día profesores de probada relevancia de todo el mundo nos dan clase desde sus aulas virtuales. He tenido la suerte de dialogar con el último Premio Nobel de economía, un científico de la universidad de Caracas, y con reconocidos catedráticos, profesores honoris causa, sempiternos candidatos a ese y otros galardones de destacado renombre, pero presiento que estoy pinchando en la economía doméstica.
Yo no estoy aún preparada para una vida en pareja, y Frank mucho menos. Me obsesiona que podamos fracasar. En mi residencia son pocas las labores incuestionables que debo asumir: estirar mi presupuesto, estudiar lo máximo posible, trabajar tres tardes a la semana en la biblioteca de la facultad, que más que un empleo es un sueño, y encargar al controlador de mi habitación la limpieza de la misma y el lavado, planchado y colocación de mi ropa.
Alguna vez siento la punzada de vivir por mi cuenta en un apartamento, pero la comodidad de la residencia me atrapa con rapidez. Es acogedora la vivienda de Frank, aunque él hace allí una vida de eremita olvidadizo. Tiene sus costumbres y su organización particular, me temo que muy diferentes a las mías. La convivencia es la asignatura que no espero aprobar en este curso. Y debería.
Mi madre no entenderá nada de mis problemas, si se los planteo. Ella no partió a otro continente para estudiar una carrera, no tuvo un novio extranjero, o al menos nunca me lo ha dicho. No debía albergar dudas sobre ningún aspecto propio ni ajeno cuando se casó con mi padre, recién acabada la guerra. Entonces el problema consistía en encontrar ocupación remunerada y diseñar un mundo más equitativo, poner en marcha de nuevo las instituciones, construir la paz, en suma.
El pavor mundial y por supuesto el nacional, la necesidad de reinventar la ilusión en una posguerra atroz, hicieron audaz a la juventud de la generación de mis padres. No es nuestro caso ahora. Y para qué preguntar a mi abuela. Ella aún fue más valiente, con hijos jóvenes y adolescentes a los que mantener y tranquilizar en un ambiente prebélico, deseando con toda su alma cambiar el rumbo de los acontecimientos mundiales, y comprobando con desesperación su impotencia. Por eso ninguna de las dos quiere escuchar noticias sobre el mundo en los ágapes de celebración.
Las miro a ellas y a mi tías, adivinando el coraje que yo no tengo, la seguridad en sus convicciones, la valentía para tener hijos, la paciencia para formar una familia, tan grande y diseminada como la nuestra, tan amante de viajar y conocer, de instruirse y recorrer el mundo. Quizá están hechas de otra materia, distinta de la mía.
Conozco todas las cosas que no me gustan de Frank, casi tanto o más como las que me agradan. No estoy ciega ni quiero estarlo. Mi novio es un libro abierto que reconoce sus limitaciones, aunque yo no me atrevo a confesarle las que poseo. Creo que es el hombre definitivo de mi vida, pero dónde me apoyo para creerlo así. No debe existir la fidelidad eterna. En los ciento veinte años que espero vivir, no puedo jurar que no me aburra de Frank, y aún peor, no puedo asegurar que él no se hastíe de mí antes.
De hecho, a veces creo que se cansa. No aquí, en España, en estos días de vacaciones, sino en Toronto. Le interesan demasiado sus investigaciones. Se olvida de mi cumpleaños y en ocasiones hasta del sitio en que nos hemos citado para cualquier asunto. Confío en que, al no disponer de mucho tiempo libre, no visite salas de fiesta a mis espaldas, donde encuentre cualquier chica que le guste más que yo, o que en su laboratorio no flirtee con las compañeras a lo largo del extenso día en que trabaja con ellas. Es un aspecto trasnochado este de los celos, y especialmente el jugar a no tenerlos en el mundo de hoy, que ha saltado por encima de tantos prejuicios, pero no vivo con Frank para saber con alguna certeza cómo transcurre realmente su vida, y me falta la seguridad diaria de mi familia, su ejemplo permanente de entrega, como estandarte. Los latinos somos demasiado diferentes de los anglosajones. Y los americanos son distintos de los europeos. Los hombres no poseen los mismos gustos que las mujeres, y los científicos trabajadores no tienen nada en común con las estudiantes de economía.
Intento esclarecer la realidad, resumirla en premisas y variables conocidas, restrictivas, que definan la situación, como estoy acostumbrada a realizar. No quiero engañarme, sino enfrentarme al cruel espejo de la verdad. Frank me lleva cinco años y no debe recordar el tiempo en que los libros electrónicos y la información se acumulaban en su agenda personal, como temas a estudiar, y debía presentarlos de viva voz a los catedráticos para ser evaluado. La angustia de los minutos anteriores al cara a cara con el profesor o la profesora de turno. La materia acumulada que no da tiempo a asimilar. La necesidad de salir a respirar y no hacerlo porque el tiempo es escaso, y el proceso mental de asimilación del cerebro necesita sosiego, soledad y entrega. Comentan distintas teorías que hemos ampliado enormemente las capacidades de nuestra mente en unos decenios. No puedo comparar mi experiencia con épocas anteriores. Y es demasiado lo que me queda por aprender. Los asuntos a investigar provienen, fundamentalmente, de distintas universidades latinoamericanas, donde la ingente población ha proporcionado al mundo las mejores cabezas en ciencia y humanidades. Las más adaptadas a las necesidades, al paisaje, a los sentimientos. Es como si la cultura mestiza hubiera desarrollado en esa parte del mundo una sutil sensibilidad al sufrimiento y al ansia de nuevas técnicas para aliviarlo.
He visitado con mucha asiduidad Colombia y Argentina, debido a distintos proyectos de mi departamento. El primero profundizó en el avance de la medicina actual sobre el sector infantil asentado junto a la selva amazónica, evaluando resultados. El segundo valoró la esperanza de vida en las megaciudades del cono sur, por sexos y edades.
Durante semanas, y subvencionados por mi facultad, mis compañeros y yo visitamos los hospitales de las regiones de Putumayo y Caquetá, sufriendo los ataques de los implacables insectos, el sudor corrosivo, la lluvia torrencial. Aquella tenacidad implacable de la selva para avanzar y resistir.
Resultaron un poco excesivos para una europea sedentaria como soy yo ambos proyectos, pero la mirada de los niños enfermos me apremió a inventar para ellos una solución. Me retó a informar sobre los progresos y retrocesos de las infecciones nuevas, y del tratamiento viral contra las pandemias latentes. Quiero que las empresas farmacéuticas, a las que iban destinados los dos trabajos de campo que desarrollamos, no olviden jamás la obligación moral que tienen con los indefensos críos indígenas. Vivir en Buenos Aires, por otra parte, la ciudad más rica de América, es una delicia que se cuece con mis venas. Muchos de mis antepasados emigraron de España a Argentina desde tiempo inmemorial. En la historia de nuestra familia, que consta solo desde que se hizo habitual registrarla ante notario, en dos mil treinta, figuran numerosos tíos y primos míos, hermanos y hermanas tanto de mi padre como de mi madre, buscando trabajo en ese país donde leer y soñar es la tarea cotidiana. Por no mencionar los argentinos que han llegado a cualquier ciudad de España explorando sus propias raíces. De hecho, el hermano mayor de mi bisabuelo paterno llegó a Melilla, procedente de Corrientes, a finales del año dos mil trece.
Mis primos me comentan estos días las excelencias de visitar Italia y la alegría de estudiar en Francia. Me gusta que lo mencionen, que hablemos de arte y de tecnología, de las novedades sobre ingeniería empleadas en Letonia y Ucrania, en la construcción de puentes y ciudades, tanto subterráneas como submarinas. Me hablan de Islandia y Suecia, de su lucha contra el deshielo en el polo norte y la reimplantación y asentamiento de la nieve en los glaciares. Mis raíces están en este adorado continente europeo. Me he criado con sus cuentos de hadas y sus canciones de cuna. Me gusta trasnochar y hablar alto hasta que la risa nos devora.
Visito a los míos traspasada de felicidad, y me encantan estas reuniones sin horario y sin medida. Pero imagino el futuro en Canadá, con este chico rubio de otra raza que se ha cruzado en mitad de mi camino, en la tierra donde todos somos inmigrantes, y donde la naturaleza se impone sobre la adversidad y las personas, con su belleza acrisolada y criolla. Me falta muy poco para acabar la carrera y Frank parece estos días entusiasmado con mi familia. Quizá hemos superado esta prueba de fuego de acercamiento entre continentes. Yo conozco a la suya, ubicada en una deliciosa zona rural de Ontario, y todo son felicitaciones para ella. Le he dicho a él que la universidad, donde quiero trabajar en el futuro, me ha propuesto un nuevo proyecto para el que necesito apoyo moral a manos llenas, y especialmente su confianza. Necesito que Frank me espere en su vida, y yo aparezca en la suya cuando pueda. Él ignora cuánto puede influir en mi ánimo su aprobación. El proyecto que tengo entre manos es vasto y costoso: equiparar de hecho la vida de la mitad de la población a la otra mitad, sea cual sea su etnia o lugar de residencia. Luchar por la igualdad de las mujeres en el orden práctico a escala mundial.
La humanidad se dio un reglamento internacional sobre el caso, de cumplimiento obligatorio, en dos mil cuarenta y hay que luchar por aplicar la norma. Los derechos civiles se garantizaron para los dos sexos en la Conferencia de México D.F. hace casi medio siglo, y se instó a los gobiernos a cumplirlos a rajatabla, igual que se obligó a racionar el agua. Asia y África tuvieron que esforzarse en ello si no querían enfrentarse al resto del mundo. Sesenta años después, la realidad presenta demasiadas lagunas, especialmente en India y en el continente negro, donde no solo las mujeres, sino enormes segmentos de ciudadanos llevan una vida de segunda, de total exclusión, medio abandonados por sus gobiernos.
El contrato en prácticas que me han ofrecido y que puede durar mucho tiempo, porque la tarea parece ardua, es ayudar a drenar esas lagunas, reunirnos con los ministros de políticas sociales de medio mundo y luchar por extinguir entre sexos las diferencias legales y cotidianas. Siempre con el ejemplo de América y Europa, que en este campo han constituido la vanguardia, trabajando de forma espectacular. Ansío que sus estados nos apoyen de pleno. La plena equiparación entre hombres y mujeres mejorará la calidad de vida mundial exponencialmente.
La alimentación, la higiene y la educación serán instrumentos comunes de toda la humanidad en los próximos veinte años, sin fisuras, lo que potenciará nuestro desarrollo e inteligencia como seres vivos. Estoy impaciente. Ansío que Frank comparta mis ilusiones.
Pero él acaba de venir a comentarme un asunto trascendental, que me ha dejado demudada. Le he encontrado jubiloso y sonriente, con una alegría inmensa naciendo de su pecho. Sin embargo, mi sorpresa ha velado su exceso de felicidad.
Sabía que él tenía, como yo, algún proyecto importante en mente, pero no de tal envergadura. Dónde aparco mis inquietudes sobre necesidades terrestres. Me siento desfallecer.
Frank quiere adquirir un compromiso para viajar a un planeta de Júpiter, Io, que acaban de ofrecerle desde la Confederación. Yo ignoraba que él estuviera implicado en semejante gesta. Que quisiera participar en ella sin titubeos. No he encontrado apenas las respuestas que he detestado emplear. De todos los seres humanos, por qué me toca a mí saltar en el vacío. Elegir entre el deber, la gloria, la muerte y la felicidad.
Si realiza semejante odisea, jamás volverá a la Tierra. Se trata de un largo paseo por el sistema solar. Me pide que marche con él y me prepare para ello a su lado. No cree que yo tenga problemas en el durísimo entrenamiento. Y necesitan especialistas en optimización, producción y distribución de recursos, objetivos en los que él dice que soy experta.
Precisan parejas que conquisten y colonicen el espacio. Que admitan, desde el principio, que será imposible regresar de tan largo y silencioso periplo entre planetas. Que afronten los peligros exteriores, la convivencia en habitáculos reducidos con otras parejas o individuos desconocidos. Dispuestos a todo y especialmente a soportarse, a explorar, a tomar decisiones en equipo, a vivir y a morir.
La incertidumbre conmueve mis entrañas y mis sueños. Solo tengo unos días para elegir.



SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 68 – Marzo de 2016 – Año VII
ISSN 2250-5385
Exp. 5259277 del 21/10/2015, Dirección Nacional del Derecho de Autor


Propietario y Director: Héctor R. Zabala
Av. Del Libertador 6039 (C1428ARD)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina

Corrección general:
Noelia Natalia Barchuk Löwer
Resistencia (Chaco), Argentina
(currículo en revista Realidades y Ficciones Nº 13)



Ilustración de carátula y emblema:
Mónica Villarreal
Scottsdale (Arizona), Estados Unidos
Monterrey (Nuevo León), México
 @mon_villarreal
(currículo en revista Realidades y Ficciones Nº 17)


 @RyF_Supl_Letras

 @RyFRevLiteraria
"Realidades y Ficciones"
Mónica Villarreal (2014)
acrílico y óleo sobre
papel-lienzo, 30 cm x 30 cm