martes, 1 de junio de 2021

SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES

Nº 90 – Junio de 2021 – Año XII

ISSN 2250-5385 – Edición trimestral

Inscripción gratuita como LECTOR

si escribe a  zab_he@hotmail.com

indicando nombre y apellido, ciudad y país

(se le avisará cada nuevo número trimestral).

 

“Mariposa fantasma”
Mónica Villarreal (2021)
(Acrílico sobre canvas, 14" x 11")
Serie Mariposas

 

Sumario:

• Francisco ÁLVAREZ KOKI (España - Estados Unidos)

• Marlene VILLATORO (México)

• Manuel ARAÚJO DA CUNHA (Portugal)

• Diana SÁNCHEZ (Argentina)

• Washington Daniel GOROSITO PÉREZ (Uruguay - México)

• Eva NORDENSTEDT (España)

• Felipe ARGENTI (México)

• Cecilia ORTIZ (Argentina)

• Héctor MEDINA (Colombia)

• Verónica LEYES CASTRO (Argentina)

• Omar REYNOSO MEJÍA (México)

• Alfredo LEMON (Argentina)

 

 

FRANCISCO ÁLVAREZ KOKI


Francisco Álvarez Álvarez, conocido en el ámbito literario como Francisco Álvarez Koki: A Guarda (Galicia), España, 1957. Escritor gallego y animador cultural. Autor bilingüe residente en Nueva York, donde fundó el colectivo Celso Emilio Ferreiro para difundir la cultura gallega.

Sus últimos libros publicados en gallego son: Un neno na emigración, Vasoiras Barreiro (literatura infantil, Ed. Fervenza, 2018), A memoria das palabras (poesía, Ed. Fervenza, 2018), Maruxía (poesía, Ed. Diputación Provincial, 2010), Ratas en Manhattan (narrativa, Ed. Sotelo Blanco, 2007), Mais aló de Fisterre (poesía, Diputación Provincial, 1999).

En castellano ha publicado: El libro de Lourenzo (poesía infantil, Ed. Sial Pigmalión, 2018), Erótica...Dos (antología de toda la poesía amorosa del autor, Ed. Sial Pigmalión, 2018), Sombra de Luna (poesía social, Ed. Sial Pigmalión, 2015), Premio Escriduende de la feria del libro de Madrid 2016.

Participó en los siguientes libros. Escritores españoles en los Estados Unidos (Edición de Gerardo Piña. Academia Norteamericana de la Lengua Española, 2007), Seis narradores españoles en Nueva York (narrativa, Ed. Dauro, Granada, 2006), Geometría y angustia. Poetas Españoles en Nueva York (Edición de Julio Neira, Fundación José Manuel Lara, Sevilla 2012), Miradas de Nueva York (Ed. Cuadernos de El Vigía, Granada, 2000).

Ha sido editor de los siguientes libros: Piel Palabra Poetas españoles en Nueva York (Ed. Consulado General de España en Nueva York, 2003), Al fin del siglo, 20 poetas hispanos en Nueva York (Ed. Ollantay Press, Nueva York, 1999), Luna y Panorama sobre los rascacielos (Poetas españoles en Nueva York, Consulado General de España en Nueva York, 2019).

 

Tiene publicado en gallego: Mais aló de fisterre (Diputación de Pontevedra, 1991), Alen da fronteira (poesía, Ed. Egasur, 1999), Para abril e amantes (Diputación de Pontevedra, colección Tambo de poesía, 2003), Ratas en Manhattan (narrativa, Ed. Sotelo Blanco, 2007), Maruxia (Diputación de Pontevedra, colección Cies, 2010), Un neno na emigración (edicións do cumio, 2014), Un neno na emigración (literatura infantil trilingüe, Ed. Fervenza, 2018), Vasoiras Barreiro (literatura infantil trilingüe, Ed. Fervenza, 2018), A memoria das palabras (poesía, Ed. Fervenza, 2018)

En castellano: Al fin del siglo (Ollantay Press, New York, 2000), Doce poetas entre rascacielos (antología, Casa de la cultura de Ecuador, 2000), Miradas de Nueva York (antología, Ed. El Vigía, Granada, 2000), Geometría y angustia. Poetas españoles en Nueva York  (Edición de Julio Neira, Fundación José Manuel Lara, Sevilla 2012), Seis narradores españoles en Nueva York (narrativa, Ed. Dauro, Granada, 2006), Para abril e amantes  (edición bilingüe español/inglés, book press, New York, 2012), Sombra de luna (Sial Pigmalión, Madrid, 2015), Erótica... Dos (Sial Pigmalión, Madrid, 2017), Luna y el libro de Lourenzo (poemas infantiles ilustrados, Sial Pigmalión, 2018), Luna y Panorama sobre los rascacielos (Poetas españoles en Nueva York, Consulado General de España en Nueva York, 2019).

 

Premios:

2003, Primer premio de teatro latino Nuevas Voces de MetLife y repertorio español en colaboración con el poeta Colombiano Miguel Falquez-Certain, por la obra Quemar las naves.

2014, Hernán Esquío, en El Ferrol España, menciones honoríficas del círculo de escritores y poetas iberoamericanos de Nueva York.

2016, El libro Sombra de Luna obtuvo el premio Escriduende al mejor libro de poesía social de la feria del libro de Madrid.

lolakoki1@gmail.com

 

 

ORTOGRAFÍA DE TU CUERPO

Francisco Álvarez Koki ©

 

Desde aquí pienso…

en los puntos suspensivos y las comas

que solo conocemos yo y tu cuerpo.

Ahora me invade no solo la tristeza

sino la geografía del silencio.

 

 

YOUR BODY’S PUNCTUATION

Francisco Álvarez Koki ©

 

From this point I wonder…

about the ellipsis and the commas

only familiar to your body and me.

I’m now filled not only with sadness

but also with the geography of silence.

 

 

SONATA PARA UN CUERPO EN LA BAÑERA

Francisco Álvarez Koki ©

 

La bañera como un barco

te mecía en el tiempo,

y a través del agua

yo era tu silencio.

El agua tenue se hundía

por tu hermoso cuerpo

mientras la luna se filtraba

con todos sus misterios.

Los visillos de la ventana

jugaban con el viento,

mientras la bañera te rodeaba

con sus brazos de hierro.

El agua, otra vez el agua

en su dulce chapoteo

subía por tu piel

para entrar en tus secretos.

Yo era el vendaval

que soplaba en tus velas

y era el maremoto

que sacudía tu bañera.

Pero al final fue el tiempo

más firme que mi fuerza

y me volví playa y me volví puerto

para ser agua de tu misma bañera.

 

 

SONATA TO A BODY BATHING IN A TUB

Francisco Álvarez Koki ©

 

Like a vessel, the bathtub

rocked you in time,

and I was your silence

across the water.

Your exquisite body

sank in the tenuous water,

while the moon filtered in

with all its mysteries.

The window blinds

played with the wind,

and the tub embraced you

with its arms of iron.

The water forever

climbed up your skin

with its tender swashing

to break your codes.

I was the gale

stirring your sails,

I was the tsunami

shaking your tub.

At the end, however, time was

relentless, and I surrendered,

becoming harbor and seashore,

to be the water in your bathtub.

 

 

RETRATO CUBISTA

Francisco Álvarez Koki ©

 

Quedaré detenido ante el temor

de incendiar las alfombras

José Lezama Lima

 

Desde el lienzo cubista

y desde la altura…

de una métrica medida,

unos ojos como oídos nos sentían.

Tal vez después el osado pintor

interrogue al cuadro

sobre nuestros jadeos y demás juegos malabares.

Pero el cuadro,

fiel al arte de nuestros cuerpos

permanecerá sonriente y mudo

con el todavía caliente tintineo de tus besos.

El sofá se recupera de las embestidas

y por el suelo saltan las chispas

de dos cuerpos, cuya energía se extingue

en la hoguera de las pasiones

que vibran al unísono.

Descansamos…

más tarde volvimos al encuentro,

era fuego, era sueño y era poesía…

Bajando por tu cuerpo,

subiendo por mis besos.

Mujer de altas montañas

me perdí en tus altiplanos

y el eco sonido de mis pasos

se confundió en tus huellas.

 

 

CUBIST PORTRAIT

Francisco Álvarez Koki ©

 

I won’t be able to move

by fear of burning the rugs.

José Lezama Lima

 

High on the wall

and from a distance,

from the Cubist canvas

a few eyes like ears heard us.

The daring artist may

question the painting later on,

what with all of our panting and juggling.

And yet the painting,

true to the art that our bodies are,

shall remain quiet and smiling

with the still steaming tinkling of your kisses.

The couch is recovering from the attacks,

and, jumping out from our two bodies, sparks

run along the ground, consuming their energies

in the bonfire of passions,

resonating in harmony.

We relax…

afterwards, we meet again:

It was fire, a poem, a dream…

climbing down your body,

climbing up my kisses.

Woman with lofty peaks,

I lost my way in your high plateaus,

and the echoing sound of my footsteps

became one with your footprints.

 

 

Otros autores acerca de la obra de Francisco Álvarez Koki:

 

La poesía de Francisco Álvarez está atiborrada de imágenes insólitas: «y lo negro fue cobre / y el grito fue bamba» y de oxímorones: «tartamudeo el silencio». Continúa, asimismo, una larga tradición (Shakespeare, Calderón) al observar al mundo como un gran escenario donde «una sombra de ombligo… se cierne sobre la sinalefa de mi tiempo». A ratos también juega con las herencias de la sabiduría popular en sus refranes trastocados «ya muerto el poeta / murió la rabia», o traiciona las expectativas como cuando escribe: «me siento como un niño pequeño / agarrado a la falda de mi dolor».

(Miguel Falquez Certain)

 

Quien vive y escribe en un país con una lengua distinta de la suya lleva esta como un tesoro privado, un alimento secreto del que solo él es consciente, que lo mantiene muchas veces apartado de los otros pero que a la vez le sirve de código intimo con algunos de sus semejantes, convertidos en cómplices.

También ese idioma es un vínculo con uno mismo, con el pasado, que es tan distinto del presente; el idioma se convierte en memoria, porque las cosas que nombra son las que están más alla del presente en el que uno es extranjero. De este modo, la lengua literaria alcanza una extraña pureza al no estar contaminada, o no del todo, por los usos de la vida cotidiana. El idioma en si mismo ya es literatura. Escribir es dar forma a mensajes cifrados.

Pienso estas cosas leyendo los poemas de Francisco Álvarez, imaginando su vida de escritor en español y gallego en la ciudad de Nueva York, preguntándome como se mantiene la inspiración literaria viviendo durante muchos años sumergido en otro idioma, en otros idiomas, porque si en Nueva York el inglés ya no es la lengua dominante, también es cierto que el español que se habla en la ciudad está lleno de resonancias, giros, contaminaciones que lo hacen muy distinto del idioma que Álvarez aprendió en su infancia y en su juventud.

(Antonio Muñoz Molina)

 

 

 

MARLENE VILLATORO


Poeta, actriz y narradora, Licenciada en Comunicación y Relaciones Públicas, así como en Artes Escénicas. Tiene estudios de lírica moderna y letras hispánicas. Es autora de los libros de poesía: Pensamientos (Secretaría de Educación Pública Estado de Chiapas) Gotea la Vida (Universidad Autónoma del Estado de México), Estigmas (FETA Conaculta), Percepciones (Editorial La Tinta del Alcatraz), La Culpa del Origen (Universidad Autónoma Metropolitana), Ofrendas y Cascadas (Editorial Coyocoanense), Configuraciones de la Memoria (Coneculta Chiapas). En 2016, la Editorial Digital Biblioteca de las Grandes Naciones, reeditó su libro La Culta del Origen. Libros de cuento: El Misterio del Sumidero y Nacimiento.

Premios: Premio Internacional de Poesía José Ortega y Gasset l995 otorgado por la Asociación Amigos del Arte de Madrid por su libro Percepciones; Premiére Prix 13éme Concours Internacionale de Poésie en lengua española 2009, otorgado por la Asociation Internationale La Porte des Poétes de París por Poemas Sueltos; Premio en Oratoria que le concedió el Instituto Nacional de la Juventud en 1970; Premio en Oratoria por el Instituto Politécnico Nacional en el año 2000; Premio a la Primera Actriz por su actuación en La guerra de las gordas de Salvador Novo; Mención Honorífica por su actuación en La Noche de los Asesinos de José Triana otorgado por La Casa de las Américas en La Habana, Cuba.

Ha colaborado en los diarios: El Nacional, La Jornada, Ovaciones y Unomásuno; Está incluida en el Anuario de Poesía l988-l989 de Conaculta-INBA; en el Diccionario Bio-bibliográfico de Escritores de México 1920-1970 del INBA, así como en el Diccionario de Escritores Mexicanos Siglo XX por Aurora M. Ocampo, UNAM, Centro de Estudios Literarios. Su obra aparece en diferentes antologías nacionales y extranjeras. Algunos de sus poemas están traducidos al inglés, francés portugués e italiano. Ha sido jurado de poesía, y es Miembro de la Sociedad General de Escritores de México (SOGEM), la Asociación Prometeo de Poesía de Madrid y la Asociación Internacional Poetas del Mundo. Fue cofundadora del extinto Grupo Cultural Floricanto, A.C.

marlenevillat@yahoo.com.mx

 

 

DIEZ POEMAS DE MIS LIBROS

Marlene Villatoro ©

 

I

 

DESCUBRIR UN CUERPO que se abre

                                     intimidad de gema sorprendida

 

Absorbemos el ocre de su trigo colmados de nosotros

en la llama inagotable de un nacer sin límite

 

Lo amamos al desnudo en la estación sin memoria

y en el vértice de la última sorpresa

lo sentimos nuestro

 

                             pero extraño.

 

(Marlene Villatoro, Gotea la vida, Universidad Autónoma Estado de México, 1988)

 

II

 

NAUFRAGA el aire

                     entre sombras y días muertos

 

Espejismo que mi voz escucha

                                y la pregunta huye

 

Duermo en aguas vacilantes

                           hoja que sueña

 

                                            si sólo llamaras…

 

Escucha galopar mi sangre

habita la ferviente noche

colma mi entrega

 

                                          ala de estaño

                                          día primero

                                          profundo inicio de la desnudez.

 

(Marlene Villatoro, Gotea la vida, Universidad Autónoma Estado de México, 1988)

 

III

 

PASOS EN LA ORILLA del instante

atraviesan el camino

 

no viene la noche

y mis ojos hurgan hacia dentro

 

Sin mirarme avanzo el recodo de horas que se funden

tal vez otro lugar enraíce mis pisadas

y diga el secreto de la tierra

 

o desaparezca la memoria

 

                                             y mi rostro se oculte

                                             entre la penumbra del solsticio

                                             o la primitiva desnudez del agua.

 

(Marlene Villatoro, Gotea la vida, Universidad Autónoma Estado de México, 1988)

 

IV

 

ASPIRA INFINITO el hombre

                                        y construye su lecho

 

Antes de abrirse resplandece

 

Al venir

             traza la hora

             divulga mundos

 

            Impregna espíritu en el polen.

 

(Marlene Villatoro, Estigmas, FETA Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1993)

 

V

 

ABSTRACCIONES

                        Risas

                              Murmullos

                                          Miradas a través de rostros

 

                 -el sueño exorciza-

 

Ante tal éxtasis la lluvia se cubre

 

Toca el vino a la perla circundada en rojo

perseguida huye a los pasajes de refugios inminentes

 

Un hálito absorbe la extinción de arco iris

 

 Y el bramido zarandeo

                                      No era luz         ni agua

                                                    sólo

                                       relámpago que muere.

 

(Marlene Villatoro, Estigmas, FETA Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1993)

 

VI

 

PARA ANDRÉ BRETON

 

Ante la luz que oscurece acuna el sueño

su ancestral vigilia

 

Ceremonia tocando el origen del reposo

 

Murmurio

            en tus aguas se introducen reinos.

 

(Marlene Villatoro, Percepciones, Premio Internacional José Ortega y Gasset 1995, La Tinta de Alcatraz, 1994)

 

VII

 

PARA VICENTE VAN GOGH

 

Musgos insaciables apiñen flores sin presagios

 

Espigas entretejan la morada

 

Pinceles sin sosiego

                            descubran el fondo del resquicio

configuren a la vida matizando fuegos en sendas indigentes.

 

(Marlene Villatoro, Percepciones, Premio Internacional José Ortega y Gasset 1995, La Tinta de Alcatraz, 1994)

 

VIII

 

IMANTA DE AMOR el apareamiento

purifica el fluido que toma el feto de la tierra

 

Vida

               busca en el regazo del transcurso

               entre tus reencarnaciones

               la bonanza en el racimo del perdón

 

Por qué

               en la densidad de tus pasos engendras al hombre

               sin nadie que lo guie

               en un mundo donde azoga la mene del sofista.

 

(Marlene Villatoro, La Culpa del origen, Universidad Autónoma Metropolitana, 2000)

 

IX

 

UN INCONTROLABLE alud sobre la tierra

desune lazos huyendo del disturbio que azota los días

violenta el vendaval que rompe la quietud y estrangula

invade la marea para confundir su travesía

porque entre las raíces y frutos de la entraña

del árbol partido por el trueno

se introdujo la muerte en el corazón palpitante de la vida.

 

(Marlene Villatoro, La Culpa del origen, Universidad Autónoma Metropolitana, 2000)

 

X

 

SIENTE LA FURIA del dolor que increpa

palpa su incendio de agonías ancestrales

que los otro se queden suspendidos

los que nunca durmieron en el bosque cimbreante de semillas

los que no despertaron al inundar el zumo

                                                                 el latir

su rojo abierto en la tierra encendida de batallas

 

Mira

estás dentro del mundo

                           no vaciles en el umbral del cauce

 

Ya conoces el tercer suelo de los mares

el sentido y su voz hacia la noche

 

                                                         entra.

 

(Marlene Villatoro, La Culpa del origen, Universidad Autónoma Metropolitana, 2000)

 

 

 

MANUEL ARAÚJO DA CUNHA


Nació en Rio Mau, pequeña aldea de pescadores, barqueros y mineros. Tierra de apicultura, de miel y de abejas, situada en la margen derecha del río Duero en el distrito de Porto, Portugal. Colaborador de la revista literaria “Correio do Porto” desde hace más de tres años, trabajos que firma como “Miradouro”.

Obras completas del autor editadas en libros:

• Contos do Douro (Cuentos del Duero)

• Ouro Inteiro (Oro entero)

• Ouro Lindo (Oro lindo)

• A ninfa do Douro (La ninfa del Duero)

• Palavras conversas com um rio (Palabras conversando con un río)

• Fado Falado cronicas do Facebook (Crónicas de Fado Hablado de Facebook)

• Barcos de papel (Barcos de papel)

• Crónicas de outro mundo (Crónicas de otro mundo)

m.araujodacunha@live.com.pt

 

 

BÉSAME, BÉSAME MUCHO

Manuel Araújo da Cunha ©

 

Atravesé el río Duero en el barco valboeiro Zé Chasco. Aquel pedazo de madera —artísticamente trabajado por las manos de Ti Arnaldo, artífice de la construcción de estos navíos— flotaba con la dulzura de las cosas más bellas y más sencillas de este mundo. De vez en cuando lanzaba una mirada cómplice al barquero, que sonreía por entre las arrugas que le escribían en su rostro todos los libros de una vida. Somos amigos, nos une el mismo espacio de nacimiento, horas de convivencia, de compartir horizontes, y el río, el río que nos vio nacer. Él traía apresada detrás de una de las orejas un ramito de lavanda, conocida también por albahaca de hoja ancha, que exhalaba una fragancia inimitable mientras se extendía entre los golpes rítmicos que empujaban los remos, impulsando la embarcación que parecía feliz.

En esto, comenzó a silbar una modinha de otros tiempos, melodía popular difundida por los altavoces de las fiestas de San Juan y San Antonio, patronos de las dos orillas, una en cada parroquia, una a cada lado del río.

El barco progesaba garboso sobre las tranquilas aguas, los barcos son también materia sensible. Antes fueron los árboles, antes fueron vida, este era un cisne de colores matizados que pasaba, la levísima pluma que se soltaba de una graciosa ave, un eslabón fuerte de la corriente de nuestra historia, como pueblo ribereño en intentar mantenerse en la superficie de la memoria.

El barquero, el río, el barco y todos los recuerdos de la juventud navegando en esa tarde de fines de septiembre, a la hora del crepúsculo. Cuando el cielo parece hecho de agua colorida y ondula al ritmo de suaves caricias, la que un sol agonizante daba color como si fueran las manos de enamorados para sentir los sitios más íntimos de los cuerpos, para vivir una grande y sabrosa y ardiente pasión.

Los remos penetraban suaves el espejo de agua, desgarrando reflejos únicos, constelaciones de rostros de gente que ya partió de este mundo y que son ahora ese choque de luz al caminar sobre el río, llevados de la mano de un Dios Misericordioso y Omnipresente tan visible en las cosas que tocamos, en las configuraciones que todos los días nos proporciona, siempre nuevas y siempre diferentes, algo que juzgamos, que nunca nos deja al abandono, incluso después del final de nuestros días.

Si yo pudiese retener en mí uno solo de esos momentos de magia que viví, tal vez me transportara a lugares adonde la palabra amor aún existe en su pleno significado, o dejaría de ser la sombra que involuntariamente oscurece las horas de algunos. Acusado sin delito probado, consuelo de espíritus menores. El simple hecho de existir obstaculiza el progeso de la luz a otros seres, menos capacitados de sentimientos y cultura, y menos preparados de espíritu para ser claridad. Espacio de encuentro fraternal con el prójimo, criaturas de centellante brillo que, tal como la preciosísima y bruta piedra, no intervinieron en el acto de venir a este mundo.

Llegamos a la otra orilla del río, el valboeiro atracó serenamente al lado de otro barco semejante, que fue el barco propiedad del ya difunto Gonçalo (Padeiro) y todavía anda allí, permanece, a la espera de unirse a él, un día en otro paraíso tan o más bello que este, donde también hay barcos y las personas se hacen felices con sus propias manos. Es aquí el “Veintinueve”, conocido familiarmente por todos los que habitualmente lo frecuentan. Mas el verdadero nombre comercial, que hace justicia a la toponimia del sitio, es “Jardín del Arda”, y ese día me recordó a una de las fantásticas terrazas de Mindelo, en Cabo Verde, en una noche clara y calurosa de fines del verano, que evocaba el místico e inimitable esplendor africano.

La armonía melodía, quw un cálido viento transportaba, era puro sentimiento transmitido a través de los altavoces que el establecimiento disponía durante las noches estivales a todos los que se refugian en la frescura del rincón. Formado por las aguas del río Duero al penetrar en Arda, creando un estuario paradisíaco adornado con floresta de maravillosos y frondosos árboles, poblado por cientos de pájaros que cantan al amanecer. Sitio agradable, único en la margen izquierda del Duero, desde la desembocadura hasta la Barca de Alva, congrega en su decidida sencillez la tradicional cocina portuguesa. Servidos en mesas de granito dispersas a lo largo del recinto central, donde decenas de patos salvajes, que anidan en las márgenes de los ríos, o frecuentan a diario en busca de amistosas sombras, y son complemento alimenticio disponible como generosa oferta por Zé Pinto, el omnipresente Señor del “Jardín del Arda”.

La voz de la nostálgica e inmensa cantante evoluciona suave, llena la noche de olores con sabor a África, combinados perfectamente con la dulzura mística del romance, que los pueblos latinos saben producir mejor que nadie. Era un lamento nostálgico, un suave y apacible clamor que nos marea, nos estremece y nos deja postrados en manos de la esencia más pura que el amor puede tener, mientras se esparce perfumado por sobre los vapores nocturnos de las aguas adormecidas de los dos milenarios ríos, transformándose apenas en un rumor, cuando ya desfallecida llegaba a la margen derecha del Duero:

 

Bésame, bésame mucho,

como si fuera esta noche

la última vez.

Bésame, bésame mucho,

que tengo miedo a tenerte

y perderte después.

 

La música era una adaptación besllísima del lánguido y doliente tibio caboverdiano, una especie de hechizo insular creado a lo lejos, en las diez bendecidas islas del África Occidental, protegidas por el Océano Atlántico, que las rodea de agua salada y provee sustancial parte del alimento a aquel pueblo.

La noche progresaba gustosa y bella, mas un día terminaba en lenta agonía y otro despuntaba ya en tímidos albores, que una clara luna gigante hacía llegar en baños de misteriosa luz y, de a poco, iba develando los secretos de la danza nocturna a transcurrir en el centro del terreno. Que tiene una fuente para asperger continuamente agua dulce en el lago que guarda, dentro de él, la escultura casi perfecta de un barco valboeiro, imitación que recuerda las tradicionales embarcaciones de pesca y transporte usadas aquí y en parte significativa del Duero.

Eran pocas las parejas que evolucionaban, entrelazadas en el sereno de la noche, abrazadas tiernamente en estrechamiento tal, que se hacían parecer un solo cuerpo describiendo reducidas acrobacias de sueños, en los lentos, abstraídos y raros pasos de baile, siempre enrededor de sí mismos.

Yo, hoy solitario pasajero en la nave de los que procuran más luz, no tenía pareja a quien enlazar por la cintura, sintiéndole el respirar tumultuoso que las más dulces emociones provocan en un ser. Era espectador atento, recordando momentos que nunca volvería a vivir:

 

Quiero tenerte muy cerca,

mirarme en tus ojos,

y tenerte junto a mí.

Piensa que tal vez mañana,

estaré muy lejos, muy lejos de ti.

 

Son pocos los que conocen las fascinantes historias que el amor va contando por las márgenes de los ríos que por allí pasan. Mucho de lo que se nos figura como realidad objetiva, no pasa de mera ilusión o instrumentación, provocada a nuestras mentes por extraños que ni amar saben. Mas el corazón va moldeando las señales de los afectos que perdemos en la labor diaria, para así modificarnos los lugares mas recónditos de los cerebros y y hacernos sentir verdaderamente humanos y a merced de las más auténticas y puras emociones. Las parejas que bailaban agarradas, en el improvisado anfiteatro, presentían el colapso de la bellísima canción que la voz única de Cesária Évora divinamente interpretaba y, en esos últimos instantes musicales en que la melodía recuerda más de cerca los afectos, los labios de ellos pegados dulcemente por impulso. Y me parecía ver, por entre el vasto follaje de los árboles, nidadas de decenas de pequeñas aves que escuchaban la afable serenata, un ramillete de besos navegando por el río:  

 

Bésame, bésame mucho,

como si fuera esta noche

la última vez.

Bésame, bésame mucho,

que tengo miedo a tenerte

y perderte después.

 

Siguió el silencio que nos roba el alma, cuando se apagan las luces en el terreno de la fiesta. En los árboles frondosos que dan luz verde al sitio, los pajaritos, felices, se acurrucaban juntos. Y yo, el único pasajero de otra barca que no es de aquí, atravesé el río en la dirección opuesta a las llamadas de la música, y volví a ser apens un microscópico grano de polvo estelar, de regreso a los lugares donde ya nadie me espera, mas los únicos donde sé que todavía soy recordado con alguna nostalgia.

 

Nota de la Redacción: Si bien en su original, este relato fue escrito en portugués, todo lo extraído del bolero Bésame mucho fue vertido en castellano por el propio autor. Fue compuesto por la mexicana Consuelo Velásquez (1916-2005) en 1932 cuando era una adolescente de 16 años, aunque ya una eximia compositora, pero publicado recién en 1940. Grandes intérpretes lo cantaron y adaptaron. Entre sus más destacados cultores se cuentan Pedro Infante, Javier Solís, The Beatles, La Internacional Sonora Santanera, Thalía, Xavier Cugat y su orquesta, The Ventures, Sammy Davis Jr., Antonio Machín, Lucho Gatica, Plácido Domingo, Vera Lynn, Luis Mariano (quien la popularizó en Francia), Sara Montiel, José Carreras, Ray Conniff y su orquesta, Andrea Bocelli, Frank Sinatra, Luis Miguel, Diana Krall, Filippa Giordano, Zoé, Susana Zabaleta, Mónica Naranjo. Bésame mucho fue traducido a más de veinte idiomas. En inglés se lo conoce como Kiss Me Much, Kiss Me a Lot y también como Kiss Me Again and Again.




DIANA SÁNCHEZ

 

Nació en Buenos Aires, ciudad donde vive la mayor parte del año. Durante los meses restantes reside en Puerto Madryn, Chubut (Patagonia), Argentina.

Publicó los libros de cuentos: Universo secreto (2000), La soga (2005), Las piedras del deseo (2009), Ronda de espejos (2013), este último impreso también en Braille, y la nouvelle Cicatriz (2019). También, los microlibros: Ramiro y el mar, El arco iris de Sofía, La intrépida Lucía, Tomás y el espejo. El libro infantil Delfina y el misterio de la lechuza (2016) es su primer e-book, publicado por la Editorial digital Sopa de Letras.

Integró en Buenos Aires las antologías: Palabras escritas (Autores Selectos), 20 Historias digitales, Minimalismos, Palabras dichas, 30 Crímenes digitales, La cocina de los dramaturgos y Humor (entre dúos y solos) publicados por Argentores y Breves de Amor, Editorial Sopa de Letras.

Obtuvo premios y distinciones, entre ellos: Primer Premio Cuento Corto Revista Generación Abierta a la Cultura, Premio Publicación Horacio Quiroga, Primer Premio Cathedra en “Cartas de Amor” y Primer Premio Cuento Revista Lazos Cooperativos, 2do. y 3er. Premio de Narrativa Encuentro Escritores de Avellaneda, 2do. Premio en Cuento “Homenaje a Tilo Wenner” (Pcia. de Santa Fé), 2º Premio en Cuento Certamen “Alfonsina Storni” (SADE - Marcos Juárez, Córdoba). Resultó Finalista en el Certamen “Homenaje a Fontanarrosa” (Buenos Aires) y en “Autobiografías Ricardo Jones Berwyn” (Gaiman, Chubut).

En España, fue Finalista en el Concurso El Laurel, de Barcelona, en el Certamen Jara Carrillo, de Murcia, y en Diversidad Literaria, de Madrid. Integra la antología de relatos eróticos Afrodita y Eros IV 2018 (Madrid).

Participó en “Buenos Aires Lee” programa de lecturas en barrios organizado por la Secretaría de Cultura. Fue invitada a la 6ª Feria del Libro de Gaiman y en dos oportunidades al evento multicultural ARTEBAR en Puerto Madryn, declarado de interés nacional.

Varios de sus cuentos han sido teatralizados en Argentores y publicados en el Diario Perfil y en Revistas Literarias de Argentina y de México. Participó en los blogs Breves no tan breves y Químicamente impuro.

Coordinó un Taller Literario vía internet para la Escuela Argentina de Georgetown (Estados Unidos). Ha sido nombrada Embajadora del idioma español de su país en el mundo por la Fundación César Egidio Serrano y el Museo de la Palabra, Madrid, 2018. Es voluntaria en la Biblioteca Popular y para Ciegos “Alfredo B. Palacios” de Puerto Madryn, donde grabó como Libro Parlante la obra de diversos autores.

ludisan2001@yahoo.com.ar

 

 

LA BIBLIOTECA

Diana Sánchez ©

“El estante de la biblioteca es como una bola de cristal

donde el niño sueña la vida que tiene por venir”

Graham Greene

 

La biblioteca de mi padre era un pasillo angosto, larguísimo; interminable para mí. A cada lado había repisas rebosantes de libros.

Mi padre pasaba horas leyendo, escribiendo y tomando notas hasta entrada la noche.

Lo recuerdo sentado en un banco diseñado por él mismo que había encargado a Romo, el carpintero que solía venir a trabajar a casa. El banco era sólido, estaba hecho con madera de guatambú y tenía ruedas pequeñas para poder deslizarse de un lado a otro. Mi padre se movía con facilidad en el banco-móvil, como acostumbraba decir. Entonces, estaba a sus anchas en la biblioteca y no necesitaba de la silla de ruedas, no necesitaba que le alcanzaran el bastón. No necesitaba a nadie. Ni de nadie.

A mí me obligaban a dormir la siesta y yo odiaba hacerlo. De hecho me acostaba, cerraba los ojos y apenas mi madre corría las cortinas y se iba, yo me levantaba de la cama como un resorte y abría la puerta que daba a la biblioteca.

Me llegaba, como en una brisa, un olor a tinta y a madera. Podía ver a mi padre ensimismado en la lectura y, creo lo envidiaba. Estaba inmóvil, abstraído como un caracol en su propia quietud perteneciendo a un mundo diferente, mejor o peor yo no lo sabía, pero un mundo otro.

En cuanto podía yo iba a la biblioteca.

Recuerdo que buscaba un libro cualquiera, lo abría, lo acariciaba. Y también lo olía.

En ocasiones, descubría el perfume de mi padre en alguna página. Era solo un instante, una ráfaga, algo etéreo. Cerraba los ojos y lo imaginaba a él chiquito, reducido al tamaño del libro. Lo imaginaba corriendo, deslizándose por las páginas. Lo imaginaba libre, hablando con los personajes, gritando. Riendo.

Imaginaba a mi padre sin la silla de ruedas.

Después, cerraba el libro y lo acomodaba con cuidado en el estante pero no me iba, permanecía acariciando las distintas texturas de los lomos de diversos colores, observando los títulos, misteriosos para mí.

Un día le pregunté porqué había varios libros con las letras iguales en la tapa.

—Es una colección de revistas en forma de libro —me contestó.

—Esas tres letras —agregó— le dan el título: SUR.

Con el tiempo, logré rescatar los ejemplares que están ahora en mi biblioteca. El resto los había prestado a un amigo que nunca se los devolvió.

A veces, un rayo de sol se filtraba por el hueco de la cerradura: entonces yo abría los dedos y el sol se posaba en ellos. Era una sensación mágica, imaginaba que los dioses depositaban en mis manos un poder divino y que algún día escribiría historias fantásticas.

Más tarde, corría a jugar al patio.

 

 

POLILLA

Diana Sánchez ©

 

Atardecía. Las nubes panzonas y agrisadas presagiaban tormenta. El viento del norte se desparramaba en ráfagas que olían a lluvia.

Cerré la ventana de la cocina, la del comedor. Los relámpagos parpadeaban en mi balcón. Corrí a bajar la persiana y seguí cocinando.

Cuando empezó a llover, me acordé de que la ventana de la habitación estaba abierta de par en par. Me detuvo en el pasillo un trueno que pareció partir la casa. Luché manoteando las cortinas que bailoteaban atraídas por el viento. Las enrollé en una mano y con la otra empujé la ventana hasta cerrarla. Suspiré aliviada y al soltar las cortinas, ella voló asustada hacia el techo. Solté un grito y retrocedí.

Nunca había visto una polilla de ese tamaño. Busqué la escalera, un repasador y con decisión subí hasta casi rozarla. La polilla estaba inmóvil tratando de pasar inadvertida. La golpeé con el repasador y logré atontarla. Después, estiré la mano y la atrapé.

Al principio aleteó tratando de levantar vuelo, entonces la cubrí con la otra mano dejándola prisionera.

Bajé con cuidado y me senté en la cama. Estaba exhausta, me pareció que ella también. La observé detenidamente. Era plateada, tenía una mancha negra en cada ala. Me miró desde el fondo de sus ojos agrisados y pareció indicarme que una de sus antenas estaba quebrada. Seguramente la había presionado demasiado. Me sentí culpable.

La lluvia arreciaba, desde la cocina subía un aroma a quemado y el teléfono empezó a sonar. Recordé que ese día esperaba una llamada del exterior.

Con la polilla en mis manos fui al baño decidida a tirarla en el inodoro. Me incliné para arrojarla pero ella, con las fuerzas escasas, se aferró a mis dedos y logró cerrar las patas. No quise ceder y traté de quitármela sacudiendo la mano mientras buscaba desesperadamente el teléfono. Al encontrarlo, me descuidé; ella aprovechó y con un aleteo preciso se posó sobre mi frente.

Me miré en el espejo. La polilla se deslizó hasta el entrecejo y allí quedó estática, firme. Desafiante.

Encendí la luz con la esperanza de sorprenderla, sin embargo pareció recuperarse y lentamente fue bajando hasta mi nariz. Me acerqué al espejo, casi pegué mi cara contra él. Al sentir el contacto frío, la polilla descendió hasta una de mis mejillas. Busqué la lupa que uso en ocasiones, cuando no encuentro los anteojos. Pude verla las pestañas. Eran tupidas y grises. Sin moverme, tanteé la toalla y en el momento en que la subía hasta mi cara para asfixiarla, se cortó la luz.

La polilla y yo estuvimos inmóviles por unos segundos. Cuando reaccioné la oscuridad era profunda, sin embargo algo brillaba en mi cabeza.

Como una mariposa nocturna destilaba una luz tenue, parpadeante. Estiré la mano para buscarla, entonces ella se posó suavemente, sin resistencias. La atraje hacia mí.

En una ráfaga, recordé los veranos en el campo cuando de niña juntaba luciérnagas y las aprisionaba en una botella, hasta que mi padre me descubrió y me hizo soltarlas y prometerle que nunca maltrataría a ningún insecto, ni ave, ni animal. Le prometí a mi padre que nunca maltrataría a nadie aunque yo fuese maltratada.

Acaricié la cabeza pequeñísima de la polilla y traté de enderezarle la antena.

Contesté la llamada y mientras iba a la cocina, volvió la luz.

Me senté a comer y acomodé a la polilla sobre la mesa. Ella pareció estar a gusto. Le alcancé un pañuelo en desuso a manera de alimento. Lo devoró en segundos.

Al principio fue fácil la convivencia. Hasta que llegó el verano.

Tenía una reunión importante y pensé en usar mi vestido blanco de hilo, que era muy sentador. Cuando lo saqué del ropero, estaba hecho jirones. Fui con la percha arrastrando el harapo a increpar a la polilla. Ella ni se molestó en mirarme, estaba deleitándose con el contrato de alquiler. Se lo quité y la perseguí hasta mi cuarto, pero se escondió hábilmente. Me tranquilicé y recordé la promesa.

Volví de la reunión muy cansada; me desvestí y al acostarme, me encontré con la polilla en el medio de mi cama. Sin decir una palabra, puse un colchón en el piso y me dormí. De noche es cuando más exigente se pone, es mejor no discutir.

La vida con la polilla se hace cada día más difícil. Al amanecer entra en el ropero eligiendo las prendas que de a poco va a devorar. A mediodía, se regodea en los cajones agujereando los pulóveres que son su delicia y a la hora del crepúsculo se instala en mi escritorio a darse una panzada con mis papeles.

Antes de la medianoche recorre la sala donde menoscaba cortinas, alfombras y se detiene en su manjar preferido: los tapices de la India.

En ocasiones intenté exterminarla pero respeté la promesa que había hecho. Hoy fue demasiado lejos. Destrozó la foto de mi padre.

Compré un palmeto de acero, lo hice reforzar con varias capas de alambre. Hace horas que la estoy esperando con la luz apagada. A ella le encanta aletear en la oscuridad, ya que su cuerpo gris suelta reflejos contra el espejo creando una especie de arco iris plateado. La he visto mirarse y girar a uno y otro lado. Su soberbia es insoportable.

Acaba de entrar. Empieza la lucha. O ella o yo.

Cuando creo vencerla, se recupera y en un vuelo supremo se precipita por la ventana abierta. No lo dudo, me abalanzo tras ella.

 

 

VIEJAS DE PELO LARGO

Diana Sánchez ©

 

Los pelos viejos de las viejas flotan en un nido de espuma. Ellas los cepillan y cepillan pero los pelos quedan paralizados, estáticos. Atónitos, en el estallido de la tarde que se quiebra lenta, inexorable.

Una de las viejas espía sobre el hombro. Mira hacia atrás buscando los relojes de la infancia y solo encuentra el escalpelo del padre. Lo toca, está frío (por supuesto) también un poco oxidado. Sin embargo, aún brilla contra las aspas del sol cuando otra de las viejas lo hace girar entre sus dedos.

Sixta, la más joven de las viejas, enciende un cigarrillo. Volutas de humo y de pelo se entrecruzan en el aire, una hoguera invisible sobre el aparador.

Las viejas juegan en el salón enorme. A veces ríen, cuando Onelia la más vieja de las viejas ahora ciega, parándose con torpeza intenta atraparlas. Cae la silla, se suelta el grito.

Juegan las viejas en el espacio del tiempo.

Como es habitual a esta hora, Andrómeda amenaza a las otras con ir a bailar en patines sobre la pista de hielo. Busca el carmín urgente para empastarse los labios y nerviosa, intenta el rodete con horquillas invisibles.

—¡Que me devuelvan el mundo! —clama obstinada Sixta—. ¡Porque el olvido no alcanza! —Y con los brazos en cruz, cae de rodillas.

Alarmada, Onelia extiende el brazo izquierdo y empieza a caminar, buscándola. Tropieza con Sixta y se derrumba a su lado, la más vieja de las viejas ahora ciega.

Suelta el carmín y empuña el escalpelo Andrómeda, amenazante.

Desde el piso, las dos viejas desnudas como peces heridos, suplican el perdón. Entonces, la más joven de las viejas y más vieja de las jóvenes, explota en una carcajada vigorosa y con maestría, introduce el escalpelo en su pelo largo, a manera de horquilla.

Una cortina de pájaros atraviesa la ventana. El cielo azul recobra su sentido.

 

 

EL DESPOJADOR

Diana Sánchez ©

 

Mi abuela usaba aros de brillantes. Eran redondos y panzones como garbanzos.

Por las mañanas, ella luego de cepillarse el pelo y alzarlo en un rodete, se atornillaba los aros con destreza en los orificios de los lóbulos. A la hora de la siesta se los quitaba, y los dejaba caer suavemente tonnn tonnn en un recipiente pequeño de porcelana francesa, blanco con flores rosadas, al que ella llamaba “el despojador”.

Mi hermana y yo esperábamos ese momento para entrar de puntillas a su habitación y, acercándonos a la cama para verificar que dormía, nos precipitábamos a la mesa de luz para apoderarnos de los aros. Primero mi hermana, porque era la mayor; ahuecaba una mano en la que los ponía, y con la otra los acariciaba lentamente, haciéndolos girar. Los destellos se proyectaban mágicamente en las paredes de la habitación. Pasado un rato, ella anunciaba: “algún día serán míos” y en un gesto de grandeza, se despojaba de los brillantes, me los entregaba y se iba dejando la puerta abierta. Entonces yo murmuraba “algún día serán míos”, los acercaba a mis orejas y me contemplaba feliz en el espejo.

Mi abuela envejecía, caminaba lenta y encorvada; sin embargo, se ponía y sacaba los aros de brillantes y no dejaba que nadie participara de su ceremonia cotidiana. Las orejas se le habían alargado, y los orificios eran ahora dos huecos a los que ella aferraba los aros que asomaban apenas, enterrados en la piel.

La abuela murió una tarde a la hora de la siesta. Al volver del cementerio, mi hermana y yo entramos, como siempre, de puntillas a su habitación. En la semipenumbra la cama vacía parecía estar esperándonos. Sobre la almohada reposaban los lóbulos ensangrentados de la abuela.

En la mesa de luz el despojador estaba vacío.



 

WASHINGTON DANIEL GOROSITO PÉREZ

 

(Montevideo, Uruguay, 24/6/1961) Radicado en Irapuato, México, desde 1991. Naturalizado mexicano desde el 18/11/1999. Carrera de Periodismo aplicado a los Medios de Comunicación Social (Uruguay). En México obtuvo los títulos de Licenciado en Sociología de la Educación, Maestría en Ciencias con Especialidad en Sociología Educativa y Doctor en Ciencias con Especialidad en Pedagogía.

Poeta, narrador, ensayista. Catedrático universitario, periodista, conferencista e investigador.

Ha sido galardonado con premios de periodismo, ensayo, cuento y poesía en Uruguay, México, Brasil, Argentina, España, Estados Unidos, Alemania y Francia. Ha integrado unas treinta antologías literarias en Uruguay, México, Argentina, España, Italia y Estados Unidos.

Ha publicado en diversos medios literarios de Brasil, Ecuador, Suiza, Italia, Holanda, México, Argentina, Uruguay, Colombia, Estados Unidos, Chile, Cuba, España, Rusia, Israel y Paraguay, tanto poesía, haikus, poemínimos como microcuentos.

Más de sus obras y trayectoria literaria en Suplemento de Realidades y Ficciones:

http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2017/09/ (Nº 74)

https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2018/12/ (Nº 79)

 

wd_gorosito@yahoo.com.mx

 

 

MITLA- MICTLÁN

Washington Daniel Gorosito Pérez ©

 

Aquí reina Pitao-Bezelao [1]

señor del inframundo.

En Lyobáa [2]

se detienen las agujas

del tiempo.

El ruidoso aletear,

de pájaros sin ojos

provoca que el sol

guarde su luz

y despierte a Huija-Tao [3]

Al unísono,

miles de maravillosas grecas

florecen en la piedra milenaria.

El color ocre

y los aromas nauseabundos

guían

el descenso al Mictlán

donde se extiende

el silencio eterno

que solo rompe

el quejido de las estrellas.

Las lagartijas huyen

de la gallarda sala de columnas.

Allí, golpea los ojos

la estoica columna de la vida.

A pesar de la muerte

está viva.

 

[1] Pitao-Bezelao. El Señor del Inframundo, El Dios de la muerte (Cultura Zapoteca).

[2] Lyobáa. Lugar de muertos, tumbas o entierros.

[3] Huija-Tao. Supremo Sacerdote de Mitla.

 

 

TAJÍN

Washington Daniel Gorosito Pérez ©

 

Melodía del agua

sobre las hojas marimba.

 

Hay tristezas húmedas.

 

La luna calla,

personaje central

del milenario escenario.

 

El trueno devorador de hombres,

como una lanza de fuego

para la cual no hay refugio

vence la esterilidad de la noche

y desenmascara al silencio.

 

Las llamas del dios

como ávidas serpientes

alumbran los altares vacíos.

 

Un teatro,

donde faltan los actores

y

sobran los espíritus

en un marco apocalíptico.

 

El tiempo,

hiere, daña y destruye

los nichos de piedra

de la pirámide.

 

 

POEMA LIBERA A DOMITSU *

Washington Daniel Gorosito Pérez ©

 

El poema se escapa

de las páginas sepia,

migración de las palabras,

y el trinar del tehñö

en lo alto de un organun

anuncia su llegada.

 

Zumban las alas del gätu

saludando las letras esperadas

se rompe el silencio de la tierra seca

cruje la ocre hojarasca

al brincar de felicidad

la mina y lua.

 

Gotas perladas

anuncian la llegada del aguacero

milagro en suelos áridos;

la palabra es brote.

 

Tukuro mueve sus ojos nervioso

es que nkuni planea suavemente

sobre el n’oo mbodo.

 

El poema acaricia a domitsu

temblorosa ante el vuelo de pada,

mientras r’okne se le acerca lentamente.

 

Una serenata de viento

que solo pájaros y poetas perciben,

la despide.

 

Se transforma en un ave símbolo

errante no migrante

que algún día contará

que un poema la liberó de pada

en ra ngu ya däta pe.

 

* El pueblo Otomí radica en la zona norte del Estado de Guanajuato, México. Su lengua es de las más antiguas de Mesoamérica.

Términos utilizados en el poema de la lengua Hñähñü-Otomí:

domitsu (paloma)

gätu (colibrí)

lua (conejo)

mina (ardilla)

n’oo mbodo (lugar de piedras, acantilados)

organun (órgano, cactus)

pada (zopilote)

pe (su casa) de nkuni (águila)

r’okne (gorrión)

ra ngu ya däta pe (su casa de las biznagas grandes)

tehñö (cenzontle, pájaro del género Mimus, de plumaje gris)

tukuro (tecolote, búho pequeño)

 

 

 

EVA NORDENSTEDT

 

Nació en Madrid, España, en 1972, de madre española y padre sueco. Desde muy pequeña escribe relatos y poemas aunque su orientación profesional se ha dirigido hacia el ámbito de los negocios. Habla español como idioma nativo y ha hecho traducciones de los idiomas inglés, francés, alemán, sueco y portugués.

Ha seguido varios cursos de escritura creativa. Ha realizado revisiones ortográficas, gramaticales y de estilo para varios libros traducidos del inglés.

En 2018 obtuvo primer premio en el certamen de relato breve “Exposiciones ad Hoc” y tercer premio en el cuarto certamen de poesía “David Cantero”. Ha colaborado como finalista en la XII Antología del Premio Orola y en la antología de relatos de la Escuela de Escritores, edición de 2019. También ha publicado en la revista literaria Visor. Durante varios años ha mantenido un blog de poesías, cuentos y reflexiones llamado “cuentosdemediamentira.blogspot.com”. Recientemente ha terminado una novela juvenil, aún pendiente de publicación. Vive en Madrid con su esposo y tres hijos.

eva.nordenstedt@gmail.com

 

 

APLAUSOS

Eva Nordenstedt ©

 

¡Qué placer la brisa de la tarde y el suave sol poniéndose sobre las doradas azoteas! Santiago tenía una terraza orientada al oeste, en un piso alto, de modo que el sol le acariciaba la cara y el aire fresco llenaba sus pulmones como un vigorizante aliento de vida. Eran las ocho menos cinco, estaba preparado. En las terrazas y balcones vecinos comenzaba a percibirse cierto movimiento. Desconocidos de su mismo edificio, de más arriba o de más abajo, de enfrente de su calle, y todo arriba y abajo de la calle, se unían por un momento en ese acto común (“daos fraternalmente la paz”) de los aplausos. Y era tan reconfortante saber que no ocurría sólo en su calle; en todas las calles, en toda la ciudad, en las ciudades separadas por nervios de autopistas, y también en los pueblos conectados por caminos rurales, hasta vete a saber dónde, el concierto de palmadas transportaba a través de la atmósfera un vínculo impalpable pero audible, que cada tarde quedaba corroborado como una renovación de votos.

Lo mejor de esa ceremonia de los aplausos era que no se hacía necesario conocer a los otros. La comunión se producía así sin más, por el hecho de estar, por asomarse a la terraza a la hora señalada y batir palmas. A Santiago, que de por sí era poco sociable, le parecía una alianza perfecta. Siempre había estado solo. Vivía solo, no recibía a nadie. Sus pasados intentos de conectar con la gente habían conllevado resultados desastrosos. Desde que existían los aplausos, Santiago se sentía por primera vez acompañado. Y aunque al principio le había dado un poco de vergüenza, pronto comprobó con alivio que su presencia pasaba totalmente inadvertida. Desde entonces no faltaba ni una sola tarde.

Desde su personal atalaya veía las terrazas vecinas como brazos alargándose para conquistar el espacio libre más allá del muro; los balcones abiertos que respiraban como bocas, las ventanas tras las cuales sólo había oscuridad, por las que asomaban ya cabecitas cuidadosas de no echar el cuerpo demasiado afuera. Tres minutos antes de la hora unos nudillos golpearon la puerta. Santiago decidió ignorarlos, pero los nudillos persistían. ¿Quién podría tener la imprudencia de molestarlo a esa hora? ¿Quién era tan desconsiderado como para no respetar los aplausos? Era imposible que no supiera que el momento era de lo más inadecuado. Los nudillos pararon, pero Santiago no se los quitaba de la cabeza. Dos minutos antes de las ocho decidió asomarse por la mirilla. Sólo un momento, para comprobar si el intruso seguía acechando. Por el minúsculo ojo de buey pudo ver el rostro de la vecina del ático, distorsionado como hacen ese tipo de lentes, la frente ampliada como si su cabeza tuviera forma de bombilla y los ojos demasiado grandes, bulbosos, como a punto de abandonar sus órbitas. Si abría ahora, se perdería sin lugar a dudas los aplausos. Disimuladamente, se apartó de la mirilla y regresó a su puesto en la terraza.

Pero el ambiente no era el adecuado. Todos los ojos (ahora todas las terrazas, balcones y ventanas estaban llenos de ojos) miraban en una única dirección, por encima de la cabeza de Santiago. Asomando un poco el cuerpo por fuera de la barandilla (más de lo que hubiera querido) alcanzó a ver la azotea de su propio edificio. Un hombre estaba de pie en el antepecho. Inmóvil contra el cielo de la tarde, realmente sólo se distinguía su silueta negra, parecía una escultura de bronce como las que coronaban algunos edificios de mayor categoría, un vigía apostado por encima de él y de todos los demás mortales.

Calculó el tiempo que tardaría el hombre en alcanzar el suelo, en caída libre y silenciosa, y sin duda el silencio sobrevendría a su caída, que quizá ni siquiera hiciese sonido alguno. Aun así, habría caído, y la gente no aplaudiría. También cabía la opción de que el hombre bajase del antepecho, pero tenía que ser antes de las ocho, porque ese era el asunto, si se decidía antes o si aún permanecería allí a la hora de los aplausos. Y nadie se atrevería a aplaudir. Casi no quedaba tiempo.

Había cuatro plantas desde su piso hasta la azotea. Abrió la puerta y arrolló a la mujer en su carrera escaleras arriba. Un minuto hasta los aplausos. Podía lograrlo.

En el último peldaño se permitió parar y tomar aliento. Desde luego no podía entrar de sopetón y asustar al hombre. Con cordura razonó que sería todo un papelón que perdiera el equilibrio y cayera. Así que se acercó por detrás, sigilosamente, agarró al hombre por la cintura y lo empujó hacia dentro, con rabia, porque aunque no solía perder la paciencia en ese momento estaba bastante enfadado. El hombre resultó ser mucho más pequeño de lo que parecía desde abajo. Pequeño y feo. Pero la mujer de la cabeza de bombilla, que había subido por detrás, parecía encantada de que el hombre pequeño y feo hubiera dejado el antepecho.

Santiago no se entretuvo. Bajó volando por las escaleras aún más rápido de lo que había subido. Iba por la penúltima planta cuando empezaron a resonar los aplausos. Paró donde estaba, aplaudió. No era lo mismo. No era de ninguna manera lo mismo. Allí en lo oscuro del rellano, definitivamente solo. Claramente, cualquier interacción con la gente era siempre desastrosa. Dejó de aplaudir. Los aplausos continuaron sin él mientras terminó de bajar las escaleras y, con desánimo, entró en su casa, cerró los ventanales, y se escondió dentro, con todas las miradas clavadas en su terraza, asediándolo, bajo el bramido de los aplausos.

¿Podía existir mayor soledad que la de verse así excluido de los aplausos?

 

 

CATÁBASIS

Eva Nordenstedt ©

 

“¿Amigos?”, me dijo el Diablo

el primer día que la maestra

pintó la letra A en la pizarra.

“¿Amigos?”:

Y en los libros de cuentos,

en las caligrafías

tintineaba ya la propuesta indecorosa.

“¿Amigos?”

Yo mientras tanto escribía las palabras

con las que creía designar todas las cosas,

y creaba en mi mente las imágenes

que correspondían con aquellos caligramas.

Y las imágenes crecían

y necesitaban ser nombradas.

“¿Amigos?”

Era un juego de origami,

de ciudades bien estructuradas

donde las palabras se doblaban

construyendo torres y castillos.

Y el Diablo me cogió la mano,

y escalamos mis babeles de palabras,

recorrimos las rectas avenidas

y los castillos de papel, descansamos

al rumor de las hojas en los parques.

Entonces vi luz tras los portones

y quise ir. El Diablo

interpuso su espada en mi camino: “Ahí no hay nada”.

Pero yo quería ver las cosas

desde fuera de mi mundo de palabras.

Y puse un pie al exterior del muro,

y el suelo que pisaba no era suelo;

extendí los brazos al vacío,

hacia la ancha extensión de las cosas innombradas

y en la hinchada oquedad de un precipicio

grité mi nombre: un graznido

que el eco reflejó hasta el horizonte.

“¿Lo ves? Ya te lo dije”,

sin embargo

yo ya no entendía qué decía.

Llevé otra vez el pie hacia adelante,

sobre aquella vacuidad espesa y firme

y me zambullí en una caída silenciosa

hacia la profundidad del mundo…

Desde entonces sólo caigo.

Lo curioso,

es que el Diablo no quiso acompañarme.

Creo que el Infierno está más allá de sus dominios,

y que no tiene más cuerpo que su nombre.

Creo que yo ya soy sólo caída

mientras caiga. Y que luego,

cuando el verbo quede paralizado

en la lava de la que está preñado el mundo

quedará un solo nombre sin contrarios.

 

 

 

FELIPE ARGENTI

 

(Tlalchapa, Guerrero, México, 1956). Reside en la Ciudad de México.

De 1973 a 1975, durante su estancia en la escuela preparatoria, publicó algunos cuentos y narraciones en el diario Novedades de Acapulco.

Tiene algunas publicaciones virtuales de cuento, verso, y canciones de trova experimental, son, chilena, y otras sin género determinado todavía por los entendidos en música, en las que colaboró con el grupo musical La Parvada de la Ciudad de México.

Ha sido promotor y participante en antologías de cuento y verso: Azulejos (2004), Catador de sueños (2005), Amores de agua (2006), Más allá del final (2008) de Editorial Porrúa. Guardián del Alba (2006), Raíces al viento (2007), en Cavi&Rado Editores. Contra viento y marea (2012), Noctambulario (2013), Saudade (2015), Norteado en la ciudad (2015) en Ed. Sierpe.

Obtuvo dos premios en cuento corto, tres en poesía y algunos reconocimientos en Col-Bach de la ciudad de México. Participó en la Asociación Cultural Felipe Ángeles y en la Asociación Amigos de Iztapalapa de la misma ciudad, donde se editaron los libros de cuento y verso, y el periódico Perfil de Iztapalapa, de tipo político-cultural.

Licenciado en Filosofía y Ciencias Políticas. A la fecha, un torpe aprendiz de la vida…

martinezsalazarh@yahoo.com.mx

 

 

LOS GUARDIANES

Felipe Argenti ©

“Hay cierto presentimiento en la gente de mi

pueblo, que se parece mucho a la conciencia”

 

Por eso los maté, y no me rajo. ¿¡Que eran unos locos!? Todos lo sabían; pero yo fui quien los mató. ¿Qué por ser uno de ellos “funcionario” del gobierno? ¿Y a mí qué me importa? Yo los maté y están bien muertos. Que se sepa: que salga en todos los periódicos. Que se oiga en el radio. Que lo vean los ricos. Y si el Papa y el Santo Oficio lo condenan ¿qué? Están bien muertos. Aunque a decir verdad, a uno no lo maté yo, pero pues yo maté al otro, al matador, y a fin de cuentas mi mano fue la que dio el último golpe.

Sí, ya sé. Ustedes se preguntarán que ¿por qué los maté? ¡Todos lo saben! ¡Esto no es de ahora! La cosa es vieja. ¡Que si es vieja!... Es la injusticia añeja entre los pobres. Es la rivalidad entre la autoridad y los hambrientos. Nada de eso es nuevo. Pero el tipo del camión le dio remate: se puso a discutir con el policía y le dijo “todos los policías son culos”. Se lo dijo y se rio. Se rio con esa risa dolorosa de los resentidos, y pensó que él también era algo culo.

El gendarme se sonrió forzadamente y mascó las palabras como si se tragara un alacrán. Luego, queriendo acercarlo para tenerlo “a tiro” y cobrarle la ofensa dijo: “—Sí, soy lo que dices y toma por tus palabras”, y estirando la mano, le extendió un billete de a cincuenta pesos. Pero yo sé que le escocían las manos cerca de la “cuarenta y cinco”. El otro le miró con desconfianza desde lejos, pero no se acercó, y con una seña obscena todavía le dijo: “¡Mira... aquí tienes a tu pendejo! Ya sé lo que me harías si me acerco, por eso, pura madre que voy; si no ¿quién queda?” “—Cabrones como tú es lo que sobra —dijo el policía—, pero no se trata “d’eso. Acércate, te quiero invitar a una fiesta, verás, al santo de m’hija, q’es mañana. Pero acércate, no tengas desconfianza, aquí traigo ‘tu invitación’”. El movimiento de su mano cerca de la reglamentaria hacía evidente su intención homicida. Por eso el provocador lo vio casi con miedo. “—¡Órale, no seas cabrón! —agregó el poli— y si quieres pos luego te regresas.” Pero el invitado no respondió, solo lo miró como queriendo adivinar sus intenciones, luego sonriendo con tristeza se alejó hacia la parte delantera del autobús, ofreciendo su canción a los pasajeros: “—Yo nací en una barranca / al pie de un cerro pelón... En el merito Chilapa —¿verdá, mi chofe?—”.

Luego pasó a pedir ayuda a los viajeros, que solidarios le daban algunas monedas por su canto. Después se acercó un poco más adonde estaba el policía. Y tratando de limar asperezas, le dijo suavemente: “—Oiga, mi sargento, ¿pa’ qué quiere que le acompañe?” “—Ya te dije —contestó el otro en tono conciliador y casi amable—, es el santo de m’hija.” El tipo nuevamente se sonrió con tristeza y alejándose de su anfitrión cortó la plática: “—Esta vez no puedo ir, mi capi, otra vez será...” y se bajó del autobús. El policía ya no aguantaba más, sus ojos centelleaban de rabia y sus manos reptaban sobre el arma. “Es un cabrón —dijo alguien cercano al policía, queriendo congraciarse con la ley—. Ya se va, no le conviene seguir aquí discutiendo con Usté, va a esperá el otro autobús pa’ seguir chingando”, concluyó en tono hipócrita y ladino el lamebotas. “—Ya no va a chingar a nadie más —respondió el policía—”, y sacando su cuarenta y cinco, de tres tiros dobló al cantador a media calle.

El autobús se arrancó dejando al muertito tras el humo de su mofle. Saldados los agravios, el policía se serenó, ya no se sentía tan culo. Y el muertito ¿qué más podía sentir? Solo quedábamos el policía y nosotros. Por eso lo maté, como quién dice, “pa’ justar las cuentas”, porque aunque no llegué más que a segundo, culo culo, no soy.

 

 

LOS INSOLENTES

Felipe Argenti ©

 

Desde chicos

están acostumbrados a pasar sobre el derecho de los otros.

A que les abran paso.

A interrumpir la fila de la vida.

Su soberbia

—es como un escorpión entre sus labios,

una víbora airada—

en sus manos que pactan con la muerte.

Ya nadie los soporta.

Para ponerlos nuevamente en su lugar

bastaría liquidarlos

—de lo más fácil si fuera solo el acto—.

Pero ellos se aprovechan

de ese gramo de amor que aún les queda

a las buenas conciencias

de aquellos que sucumben a sus furias.

Son unos mentecatos

pensando que su fuerza les ha dado

el lugar que hoy usurpan, y se burlan.

y son los más cobardes,

la afrenta más sufrida de este cielo.

Todos los compadecen

Son unos pobres diablos y no tienen

salvación ni remedio.

De pequeños,

los más ancianos les dijeron

que serían los primeros,

¡y como acto de fe se lo creyeron!


 

 

CECILIA ORTIZ

 

Nació y reside desde el 4 de marzo de 1954 en Buenos Aires, Argentina. Docente. Poeta y narradora. Coordina talleres, técnicas de escritura, narrativa, poesía. Jurado internacional y local desde 2001.

 

Libros:

En la geografía de mis manos (Editorial Esferas Literarias, 2001), Doce poetas argentinos del siglo XXI (Selección Nina Thürler, Ediciones Eleusis, 2005), Libro secreto (Ediciones Literarte, 2007-2011), Aún no está todo dicho - Antología (Ediciones Literarte, 2012), Bardos y desbordes (Editorial Tersites, 2013), Antología Poética Internacional Mujeres y sus Plumas I, II, III (2014– 2015- 2016, Mabel Coronel Cuenca - Fundación Apostar por la Vida), Antología Nuestra Voz (Editorial Tersites, 2015), Antología Grupo A.L.E.G.R.Í.A. X Aniversario (Enigma Ediciones, 2015), Antología Nocturno (Ediciones El Mono Armado, 2016), Alejanías - Antología homenaje a Alejandra Pizarnik (Ediciones El Mono Armado, 2019), Bardos y desbordes II (Editorial Tersites, 2019), Memoria del agua (poemario, Ediciones El Mono Armado, 2020).

Miembro de UHE, Unión Hispanomundial de Escritores.

 

Algunos reconocimientos:

• Asistente, en representación de Argentina, en el XV Encuentro Internacional: Mujeres Poetas en el País de las Nubes, Región Mixteca, Oaxaca, México, en reconocimiento a obra y trayectoria. Invitación oficial. Noviembre 2007.

• Mujer Destacada en Letras, año 2008, por el Honorable Concejo Deliberante de Vicente López (Ref. Expte: 0246/2207 del 12/11/2008, aprobado en sesión del 18/11/08).

• Primer Premio Poesía Asociación de Escritoras Contemporáneas del Ecuador (Condecoración al Mérito Literario Libertadora Manuela Sáenz), agosto 2010.

ceortiz03@yahoo.com.ar

https://zonadefuego-lapalabra.blogspot.com/

https://www.facebook.com/Zonadefuegolapalabra

 

 

Imágenes de la memoria

Cecilia Ortiz ©

 

Sólo recuerdo que la muñeca no cerraba los ojos.

Para cerciorarme de que estuviera dormida, cuando iba a la cama por mandato paterno, la ponía boca abajo, para que al menos no me viera dar vueltas como una marioneta.

Mi muñeca desapareció en alguna mudanza y llegué a la nueva sin ella.

Bajo un manzano contemplé lo que sería mi nuevo hogar.

Aún hoy contemplo la casona entre árboles más viejos que ella.

Me preguntaste, y en esta foto quienes están.

¿Quiénes?

No puedo decirte que lo sé. Me inventé una historia familiar cuando desaparecieron los que estaban posando para quedar por siempre. Quedar por siempre me suena a mucho tiempo.

No lo sé, contesto.

Por qué la guardas, entonces.

No la guardo, está por alguna razón. Me la habrá enviado alguien, luego de verme en tantas películas. Me imagino que habrá pensado que me gustaría.

Desempolvo la fotografía y la miro.

Sonrío.

Qué otra cosa se puede hacer sobre el polvo de las cosas.

El tiempo solo me ha dejado arrugas infinitas y una certeza de haber sido la mejor.

Ya nadie recuerda lo que fui.

Y los recuerdos no tienen movimiento. Ocupan un espacio. Que de tanto en tanto se inquieta y deja un trazo, leve, sobre el día que vivo.

La muñeca no cerraba los ojos.

Yo, ahora tampoco, me trago las visiones para sentirme viva, vieja, pero viva.

Te alejas. Siempre te alejas y veo tu espalda que me habla. Me dices que eres lo único que tengo.

La muñeca y yo somos lo mismo. Dos formas estáticas, una plasmada en papel senil y yo, suspirando a la espera de reencontrar a los míos, en algún lugar de no sé dónde.

 

 

Poema y fresas

Cecilia Ortiz ©

 

Se mordía los labios hasta hacerlos sangrar, para que parecieran una fruta roja a punto de estallar en la primavera.

No conocía a Luis, él sí la conocía.

La esperó leyendo un libro de poemas en el banco de la plaza, al extender su mano ella creyó que le pedía algo. Se detuvo.

Atardecía, los labios de Luis repetían un poema que no estaba en el libro.

Era rojo y sabía a fresas.

 

(Del libro Aún no está todo dicho – Antología, Ediciones Literarte, 2012)

 

 

Suma en poemas

Cecilia Ortiz ©

 

Uno

 

Sumo días   horas   y minutos

calendario entre luna y sol

respiro andando de espaldas al viento

 

mi noche   y tu día   conjugan

esperanza

 

sístole/  diástole    cuento latidos

se expande una cifra extensa

espacio extenso    más tiempo    me encuentran

 

días oblicuos imprimen su carga

a mi tarea de sumar ideas

y encontrar

soltura    sentada en mi poema.

 

 

Dos

 

Duele justo ahí

en la cintura del plato hondo

              vacío desde hace tanto

y en la cuchara opaca de memoria

              desusada pero obediente

              junto a su compañero estático.

 

Justo ahí            duele

el hambre todo sumado

                          el dolor constante

en tantas mesas más mesas     sin alimento.

 

Duele justo ahí          suma y suma

sobre el techo agobiado

                        -comba- la esperanza se estrecha

                        y cruje tres veces

y mis manos duelen en el lápiz

cansado de ser gris sobre blanco.

 

Me duele el mundo     con sus cifras elocuentes

                   enteras o decimales.

 

 

Tres

 

Números infrecuentes en torbellino

acomodan líneas debajo de líneas

            buscan caricias    para no morir

y ser

un pan     tres naranjas     cinco nueces

acomodo un sin sentido que aletarga

levanto la cabeza

aprendo a dibujar el dos en el aire

            mi dedo insinúa la forma perfecta

y regresa el perfume de manzanas

-sobre el pupitre lejano está mi cuaderno-

            y los contornos de muchos dos

                        (ninguno se parece al otro)

Dos accidentes

más dos asaltos   sumo   es más que cuatro

-antes   mucho antes me callaba en soledad-

en vano voy sumando números infrecuentes

abriéndose camino en mi costado que late

            aunque duela

            aprendo lo que demanda conocer

y se bifurcan sensaciones

dos mujeres   observan   mis palabras

Y el dos se instala donde desemboca mi sangre

repite su forma una y otra vez hasta el infinito

aunque dé vuelta la página.

 

 

Cuatro

 

Entre llama y brasa encendida

            despliego el embalaje de memoria

            rehago    reciclo    recuento

                        días soleados

                        uno   cuatro   diez

            -me sorprende el inventario-

                        (suma quince y no lo creo)

Un trueno perdido

            hiere el silencio y resta espera

            cubre nuestras caras confundidas

-siempre amanece en esperanza

y la oscuridad

transforma el día         lo hace esclavo-

(sin raíces pierde el canto)

Aparece un número en el horizonte

            -vanguardia de mis palabras

                                    sin prefacio-

 

Me fulminan las noticias.

Recuento días soleados

menos uno     menos cuatro    menos diez

 

sin paracaídas            ando por el espacio

                                    donde no hay pájaros

            (pesadilla de fuego en desmesura)

voy entre llama y brasa

            se pliega mi memoria.

 

(Del libro Bardos y desbordes II – Antología, Editorial Tersites, 2019)


 

 

HÉCTOR MEDINA

 

Nació en Ibagué, Colombia, el 13 de julio de 1984. Vive en Bogotá. Tuvo un pequeño paso por la Universidad del Tolima, cursando algunos semestres de Economía, sin embargo, su gusto por la literatura lo llevó a abandonar dicha carrera. Ha escrito varios cuentos, algunos de los cuales se han publicado en blogs y revistas literarias virtuales. A través del espejo (Blog La Pipa de Magritte, abril de 2007), La idiotez consumada (Revista Literaria Noche de Letras, septiembre de 2012), La noche en el café (Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 65, junio 2015).

Fue ganador del Concurso de Cuento organizado por FUNDALECTURA, en asociación con la Alcaldía de Negativa, en la categoría de Grandes Contadores de Historias con el cuento La muerte absurda (2011), Impiedad (primera novela publicada en Amazon en 2018 y publicada por la editorial ITA en 2019), Antología de cuento a través del espejo (publicada en Amazon 2019). Su segunda novela El día que Dios murió se proyecta como una gran novela a punto de ser publicada en España por la editorial DAURO. Antología de cuento también está a punto de publicarse en Argentina. También ha publicado un artículo de opinión ¿Será necesario el tercer canal? (El Tempo, Separata Tolima, enero de 2010).

Lector asiduo de obras literarias, estudioso de filosofía y temas científicos.

hector_medina_20@hotmail.com

 

 

EL GATO EN EL TEJADO

Héctor Madina ©

 

"Cuando los gatos sueñan, adoptan actitudes augustas de esfinges reclinadas

contra la soledad, y parecen dormidos con un sueño sin fin; mágicas chispas

brotan de sus ancas mullidas y partículas de oro como una fina arena

vagamente constelan sus místicas pupilas."

Baudelaire

 

El gato subió a toda prisa la pared de la casa, puso sus patas en la canaleta y como pudo, con las uñas, se sostuvo fuerte cuando llegó al tejado. La noche era limpia, como la sábana lavada al aire y al sol; la luna centelleaba haciendo que el gato maullara de desazón.

Sigilosamente, preso de un miedo sin motivo, miraba todo desde el tejado, con su ovalado iris, con la cola en punta y con el pelo erizado por momentos. De pronto, un viento cabalgó, desplomando la tranquila noche, haciendo que el gato se quedara estupefacto, como en medio del mar o el desierto.

Corría por todo el tejado, intranquilo, como si algo le fuera a pasar o presintiera. Los nervios se apoderaron de sus siete vidas, los nervios hicieron que su cola se formara en s, que sus uñas fueran tan agudas como las del águila; su pelo erizado en el lomo advertía de algo que no sabía, como si se acercara.

Pero la noche era tranquila, solo la luna, el viento y los grillos afanaban. El gato se desesperó por unos segundos, pensando que la noche se iba a derretir como óleo de pintura, pensando que la luna bajaría y lo arrastraría al siempre universo. Zigzagueaba. Se lamía las patas como haciendo un conjuro.

Sabía que tenía siete vidas, de las cuales no había desaprovechado ninguna; sabía que de repente su sagacidad para escalar lo dejaría intacto de todo peligro, pero había algo que no lo dejaba en paz, a pesar de su vellocino color gris plateado; había algo que le carcomía su endeble cabeza, como pudo, con las barbas, se las pasó por las patas como en son de que aún las tenía, su sensibilidad se mantenía fuerte.

Volvió a bajar al suelo. Allí miró al tejado, miró la luna y las estrellas, incluso a sus amos que yacían en la casa cenando, quizás no lo recordaban por algún motivo, el plato de su alimento estaba seco; y de alguna manera maulló de tristeza, hambre y soledad. Estuvo a punto de entrar para buscar qué comer, pero se arrepintió, el orgullo gatuno lo detuvo.

Alzó la cola y se empinó en sus patas traseras hasta que estuvo de nuevo en el tejado, era como si lo llamara. Se lamió las patas, las zarpas y las almohadillas se le humedecieron y sintió que el tejado se las dejaba secas de nuevo. Miró la luna, la sintió vacía y sin ganas de trabajar, como si quisiera apagarse y nunca más la tierra oscurecerse.

De repente, se posó una polilla a su nariz, revoleteó por su cara, haciendo que maullara de mal genio y tratando de atraparla con las zarpas; pero era imposible. La polilla voló de nuevo, el gato corrió para morderla pero fue inútil, como si la vida se la arrebatara. Se acurrucó en las patas traseras, mirando el horizonte, la silueta de las montañas, las nubes claras que se arremolinaban impactantes en la bóveda. Y de repente escuchó la voz humana, agudas, algunas potentes, pero con picardía se paró en la orilla del tejado y observó concienzudamente.

—Espero que esta noche sea limpia, ojalá la lluvia se haya ido hacia occidente.

—No lo sé, esto es solo noche de gatos, fiesta de gatos.

De alguna u otra manera el gato se percata que no es con él, no quieren hablar de él y ese sentimiento es tan egoísta que se siente abatido y lo mejor es huir, como un verdadero ser abandonado. Así se siente. Baja del techo y a toda prisa corre hacia la salida, luego llega a la carretera por donde pasa un automóvil, luego una persona y nota que se asusta al verlo pasar, como si tuviera algo extraño.

Siente que su cuerpo se condensa, se esfuma como humo de cigarro, sus patas yacen enraizadas al pavimento, pero sigue corriendo; la noche, las luces, todo el entorno nocturno se trata de palidecer, la primera vida se esfuma.

Se encuentra en medio de la nada, buscando un árbol para trepar, otro techo diferente, pero no haya nada. Sus orejas se agudizan, siente una presión en ellos pero es molesto, y quisiera arrancárselas, preso de fastidio. Entonces comprende, los gatos también sienten envidia, sienten celos de no ser reconocidos como tal.

Brinca y otro carro le pita para hacerlo sacar de su camino. Alguien que viene por el andén contrario lo llama.

—¡Boris!

Entonces recuerda que se llama así, “Boris”, un nombre que desde que había llegado a aquella casa le pusieron y le agradó. Pero se esfuma, no le presta atención al humano porque de pronto quiere hacerle daño. Corre mucho, corre y salta. Sus ojos se iluminan y siente un desmayo: su segunda vida se ha ido.

Pero la tercera dura poco menos, su cuerpo grisáceo se humedece por un vapor que no sabe de dónde sale, es como si estuviera en una sauna. Pero es capaz de seguir fisgoneando la noche, capaz de brillar y capaz de presentir los males, todos los peligros del mundo llegan a él, y la tercera vida se esfuma al sentir tantas cosas.

La cuarta vida cuelga de una cuerda, está por esfumarse sin más ni más, por cuarta vez su cuerpo siente un óleo con el universo, se derrite, se condensa y su cabeza es tan débil que lo siente todo como la embriaguez. De repente se para en una esquina, varias personas pasan, miran al gato, pero siempre con el terror, como si se sintieran apabullados por el animal. Y la cuarta vida la ve pasar como agua por sus pies.

Un llanto le atormenta por un momento, como de un niño no muy lejano. Se cubre con sus patas las orejas, el llanto le impacienta tanto que quiere que no tuviera ese sentido. Se aleja para ver si deja de escucharlo, pero es aún más fuerte; por el otro lado pero igual, es como si el niño se acercara. Y corre, corre de nuevo hasta su inicio hogar porque recuerda el tejado, el que lo ha resguardado por unos minutos. La quinta vida se le va sin ton ni son.

Y llega de nuevo al tejado, de nuevo allí como al principio. Esta vez la luna ya está cubierta por unas nubes naranjas, ya también está perdiendo sus vidas, se dice el gato. Flamea su cola como bandera; refriega el hocico contra las tejas. Siente una fuerte punzada en la cabeza que lo hace retorcerse de dolor; ha perdido las barbas, como si alguien se las hubiera cortado, hasta las patas ya no las siente y con eso, acto seguido, su sexta vida ha desaparecido, como si estas dos partes de su cuerpo incluyeran la sexta vida.

Y siente que el universo se vuelve pintura, todo un óleo de sensibilidad: la luna desaparece por la acción de las nubes, la casa desaparece, al igual que el paisaje y su familia; el universo se vuelve polvo y el gato, la última vida del gato, con él, claro está, desaparecen.

 

 

LA IDIOTEZ CONSUMADA

Héctor Madina ©

 

En la cama hace rato Virginia estaba leyendo. Alfonso entró al cuarto luego de haber visto las noticias de la noche. Entró al baño, se cepilló, se limpió los dientes con seda dental y por último el enjuague bucal. Cogió el libro de la mesa de noche, encendió la lámpara y se acostó junto a Virginia que seguía ensimismada en su libro.

Afuera la noche era tibia, la casa muy bien amoblada y el cuarto respiraba un aire de tranquilidad para descansar. Virginia dejó el libro encima de su mesa de noche, se quedó mirando por un momento al techo en machimbre, luego a su esposo Alfonso que también leía a todo gusto; observó su libro que decía Satisfacción en su empresa. Volvió a mirar al techo que por un momento se le tornó oscuro por la poca luz del cuarto. Dio un respiro cómodo en sus pulmones. Siguió mirando al techo.

—¿Qué tal el día en la empresa? —Virginia miró el libro que ella leía: La belleza como símbolo de éxito.

Alfonso no contestó. Siguió metido en su libro. Y, como si su cerebro lo hubiera procesado tarde, puso el dedo en la página que iba y también miró al machimbre.

—Excelente. Este mes ha sido de los mejores, las ventas aúllan, el dinero entra por montones... es que... es que... no podría describir la satisfacción que siento, los empleados rinden, los activos funcionan a toda máquina.

Paró de súbito y se quedó pensando, mirando al techo; Virginia del mismo modo. Luego continuó.

—Y a ti, uhmmmm, ¿qué tal tu día?

—No me puedo quejar tampoco. Estuve en el centro comercial con Gloria, Sara y Carmen. Estuvimos midiéndonos ropa, oliendo perfumes, viendo la gente degustar comida a diestra y siniestra. A eso de las dos de la tarde, después de habernos tomado un té de medio día, pasamos por un almacén lleno de accesorios para el hogar... —Virginia rio pero continuaba mirando al techo— ... y Gloria, sin culpa tropezó una jarra en porcelana y...

A Virginia le había podido la risa. A pesar de eso Alfonso seguía ensimismado en el techo, como si de repente el machimbre se hubiera vuelto el cielo. Virginia paró de reírse y continuó.

—Se rompió la jarra. El administrador del supermercado vino y nos hizo una nota cambio porque a Gloria se le había quedado el dinero en su casa. ¿Y qué más en tu empresa?

Alfonso se limitó a mover las manos.

—No… pues… Tuvimos una reunión con unos alemanes que piensan invertir fuertemente en el mercado de textiles. Se habla de unos cien millones de dólares. ¿Y qué más hiciste con tus amigas?

—No… pues… Estuvimos en casa de Esteban, con Ricardo y el amigo americano de Sara. Nos invitaron a una copa de vino y después a cenar a pozzeto —Virginia se pasó las manos por la nariz y cogió el libro de nuevo. Trató de alejarse un poco más del lado de Alfonso—. Pero cuéntame más detalles de tu empresa.

Alfonso se incorporó de ipso facto, recogió los zapatos que se había quitado y los dejó en el armario como si de repente se hubiera acordado de que no podía dejar desorden en el cuarto. Además, puso la camisa y el pantalón en un gancho, y mientras tanto le contestó a Virginia.

—Pues, verá. La tarde estuvo impulsada por unas secretarias que querían que las lleváramos hasta la avenida principal para que allí tomaran un taxi. Como a eso de las ocho las mujeres salieron y les hice ese favor. Pero, mujer, por favor, cuéntame algo contagioso de tus aventuras.

En ese momento ya Virginia se había dado la vuelta completamente. Alfonso se acostó de nuevo, dejó el libro en la mesa de noche y también se dio la vuelta. Los dos quedaron espalda con espalda.

—La convivencia con esas locas de mis amigas es lo mejor. Imagina que una de ellas se le ocurrió jugar a la botella y a quien le cayera tenía que irse quitando una prenda. Primero le tocó a Sara, luego a Esteban, a Ricardo y así. A lo último le tocó a Carmen que ya estaba en pantis y en ese momento timbraron.

Virginia se detuvo por algunos segundos. Alfonso parpadeó sus ojos y esperó a que Virginia continuara, pero no fue así. En ese momento la vio pararse más bien, se puso las chancletas y salió del cuarto directo a la cocina. Y desde allá, a todo grito, le preguntó a Alfonso:

—¡¿Y qué más con tus secretarias?!

Y desde el cuarto, también a todo pulmón, dijo Alfonso:

—¡Pues… son mujeres muy atractivas! ¡Mientras las llevaba en el carro para que tomaran el bus una de ellas llevaba una minifalda muy sugestiva y una blusa escotada! ¡Llevaba mirándola desde mucho rato y ella se dio cuenta y me preguntó que qué tal estaba! ¡Yo le dije que muy bonita y…!

En ese momento entró Virginia limpiándose la boca de leche. Se arrellanó de nuevo en la cama, dándole la espalda a Alfonso y puso sus manos contra la mejilla, como para ir conciliando el sueño. Alfonso se había detenido de repente y en un crudo momento de la situación le preguntó esta vez a Virginia.

—¿Qué más pasó con los amigos de sus amigas en casa de Esteban?

—Pues, verá. Desafortunadamente en ese momento llegó una vecina del apartamento de al lado, diciendo que le bajáramos al desorden porque necesitaba madrugar y yo no sé que más cosas. La verdad fue que no le prestamos atención a la susodicha, nos dedicamos a seguir jugando hasta que quedamos todos desnudos y cada quien cogió su pareja y subimos al cuarto. Y…

En ese momento el que se paró de la cama, y a toda prisa, fue Alfonso. Sin ponerse nada en los pies bajó rápidamente a la cocina, sirvió otro vaso de leche y la saboreó por mucho más tiempo que su esposa. Y esta vez, sin que Virginia se lo preguntara, continuó relatándole su día a todo grito.

—¡Imagina que decidimos con Román, uno de los ejecutivos, que fuéramos a la casa de Penélope, la secretaria sexy que hay en la empresa! ¡Aparte de eso invitamos al resto y a otras mujeres de otras secciones! ¡Todas aceptaron ir! ¡Fuimos primero a un bar, donde nos tomamos unas copas de whisky, bailamos y cada uno de nosotros escogió una mujer y cada uno se fue para el lugar que quiso!

En ese instante Virginia llegó a la cocina a toda prisa, abrió la nevera cuando su esposo ya terminaba el vaso de leche y se sirvió otro pero esta vez con un banano. Alfonso sacó también otro y empezó a comerlo a la par de Virginia, que jugueteaba con sus ojos, mirando de lado a lado. Luego fue hasta el cajón de la alacena donde guardaba los cubiertos y sacó una cuchara; fue de nuevo a la nevera y untó arequipe en ella. Seguía en silencio. Pero de repente dijo:

—Me parece excelente. Por mi parte yo me fui con Esteban, un joven muy atractivo, de no más de treinta años. Nos despedimos de Carmen, Sara y Gloria. Él me llevó en el carro hasta su casa. Bailamos un rato, conversamos de nuestras vidas, nos acariciamos, empezamos a desnudarnos en un sofá muy cómodo que tiene y le dimos rienda suelta a la pasión —Virginia hizo un ademán de satisfacción y engulló el banano—. Me trajo hasta aquí a eso de las ocho y media.

—Qué exquisito, déjame decirte. Conocer personas es fascinante. Yo me fui con Penélope para un motel. Allá disfrutamos de unas copas de vino, uvas, jacuzzi y mucho sexo, imagina. Después salimos, cenamos y regresé a nuestra casa. Cuando llegué Luis y Salomé ya se habían ido para sus fiestas universitarias: Salomé iba con el novio y Luis con su novia de parque.

Hubo un silencio prolongado, donde Virginia miró para la sala y Alfonso a la nevera. La noche se expandió y ahora se hacía fría. El tiempo entorpeció el espacio cuando dio las diez en punto, porque, a través de la oscuridad los grillos organizaron un concierto de música inigualable. Alfonso subió al cuarto y detrás siguió Virginia. Entraron, se arrellanaron en su cama y cada uno apagó su lámpara; los libros en cada mesa de noche, los zapatos y ropa a cada lado de la cama. Eran felices.



 

VERÓNICA LEYES CASTRO


Escritora tigrense. Tigre (Provincia de Buenos Aires), Argentina.

Dedicada a la ficción, sus obras han sido publicadas en diversas revistas literarias y antologías (Diario de una cuarentena, El vuelo de las plumas de oro, Tahiel Ediciones, entre otras).

La emoción humana, la soledad y las cosas cotidianas son fuente inagotable para su trabajo.

veronicaleyescomunicacion@gmail.com

 

 

LA CLARABOYA

Verónica Leyes Castro ©

 

Quise trepar a la claraboya para asomarme sobre el tejado caliente y espiar el paisaje.

Bajé al sótano, tres pisos, ochenta y cinco escalones, cuatro puertas. Los volví a subir con la escalerita de hojalata tambaleando entre los brazos.

No sé de dónde saqué la idea. Pero dicen que así soy. Una vez que algo se me mete a la cabeza, persisto tenazmente hasta que lo hago. Mal, más de una vez… pero lo hago al fin y al cabo.

Así que llegando otra vez a la habitación, miré el techo con aires de arrogancia, acomodé la escalera, y subí de a poco, sabiéndome vencedor.

Una mano, la otra. Al fin la cabeza. Y el viento fresco del otoño me llenó los ojos de tierra.

Me alce rápido sobre la teja agrietada y vieja y me senté, y al terminar de refregar mis ojos y poder abrirlos, contemple la calma de las sierras que se paraban solemnes a los lejos. La niebla tenue. La luz del sol que se apagaba.

Me dí por satisfecho. Aun con los escalones, los pisos y las puertas. Aun con la hojalata dando tumbos en los rincones. Aun cuando el día terminaba y el reflejo dorado comenzaba a perderse entre las hojas del bosque, respiré profundo, pensé en todas las veces que había logrado todo y recordé por un segundo que lo único que en verdad quería, y no podría, era abrazarte.

 

 

COLECTIVO DEL PASADO

Verónica Leyes Castro ©

 

En esos quince minutos de viaje había hablado una vida entera.

No se agotaba nunca.

Pasaban como flashes las paradas, las personas y los árboles de la vereda. El sol daba brincos en cada frenada.

—¿Te conté de la mina que conocí en el trabajo?

—No —respondió el anciano con mirada de intriga—. ¿Qué mina?

—Resulta que la vi por primera vez en el comedor. Llevaba la bandeja repleta de fruta, me hizo reír…

—¿Por qué? ¿Por la fruta?

—No sé, me pareció curioso en el momento. Habiendo tantas cosas, ella prefirió las manzanas, las peras y una naranja. La cuestión es que la seguí a la mesa y usando esa excusa me senté con ella.

—¿Y qué pasó?

—No sabés —dijo el hombre con voz alegre. Por la rendija de la ventanilla entreabierta el aire le hacía flotar los rulos negros. Las manos aferradas al asiento de adelante se apretaban sudadas y ansiosas.— Fue la mejor conversación de mi vida. Es linda, es inteligente, es divertida.

—Parece buen partido, hijo.

—Si, pa, lo es.

—Bueno… menos mal. A estas alturas pensé que te ibas a quedar solo para siempre.

El viejito soltó una risa pícara mientras se acariciaba la rodilla. El pantalón de vestir, marrón y grueso hacía un ruido metálico, como cuando uno se rasca.

Los dos hicieron silencio un rato y miraron por la ventana, contemplándose el uno al otro. Dos generaciones viajando en el colectivo.

El hijo suelta una mano del hierro plateado y la pone sobre el hombro del padre. El abrazo cálido y tierno pronto sintió silencioso y algo incómodo, y mientras se quitaba la boina con una mano, y se pasan un antiquísimo pañuelo a rayas por la frente arrugada con la otra, el anciano tiró:

—Sabes, ya va siendo hora de bajarme.

—¿Ya? —responde angustiado el hombre más joven.— ¡Pero si aún no terminé de contarte nada! ¡Ni mis planes de vacaciones! ¡Ni la casa que me gustó en el Tigre!… ¡Falta todavía!

—Hijo… —interrumpió el viejito con un ya lúgubre tono—. No podés traerme acá todo el tiempo. Algún día voy a tener que irme.

—No quiero, papá, no puedo… ¡No quiero!

—Hace ya un año estoy muerto, y seguís hablando conmigo en todas partes, la gente va a pensar que estás loco.

El hombre entonces fue sacudido por el detenerse brusco del bondi. Tanto, que el brazo apoyado en el respaldo del acompañante se soltó entonces hacía el vacío.

No hacía más que respirar casi imperceptiblemente, mientras contemplaba el reflejo en la ventana, solo él. Y su rostro, más adulto que hacía un año, hecho roca, mientras comenzaba a rodar una lágrima serena.

Era hora de dejarlo ir. Pero mientras se hacía a la idea, recorrió las mismas calles que de pequeño caminaba de su mano, solo,

 

 

 

OMAR REYNOSO MEJÍA

 

Nació en Ciudad de México el 23 de Julio de 1981 y ha vivido toda su vida en ella. Estudió la Licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Ha trabajado como profesor en distintas escuelas impartiendo las materias de Literatura, Redacción, Español y afines al área de Humanidades. Ha escrito algunos cuentos, entre ellos uno titulado La Tormenta, que ganó una mención honorífica en el Primer Concurso de Poesía y Cuento organizado por Gobierno de la Ciudad de México, cuento que fue publicado en el año 2018. Cuenta con algunas poesías y una novela que esperan su pronta publicación.

metafora26@gmail.com

 

 

¿QUIÉN ERES TÚ?

Omar Reynoso Mejía ©

 

La troca del Loco Barragán salió por la autopista y después de unos escasos seis minutos, antes de llegar al primer reten se desvió hacía un camino de terracería que nos envolvió con una tolvanera el sendero completo. Bajamos la velocidad para rodear un pequeño paraje de biznagas que a lo lejos asemejaba un estacionamiento de tortugas. De uno y otro lado planicies extensas de desierto cubren un paisaje apenas imaginable.

El calor era insoportable a pesar del pequeño ventilador improvisado que el Loco había montado sobre el espejo retrovisor y que por supuesto era insuficiente para las tres personas que íbamos al frente, además el aire viciado nos puso de muy mal humor y para cuando Salitre bajó a orinar, al abrir la puerta, el calor entró de tal manera que nos hundió aún más en los asientos dejándonos petrificados. Tuve que bajar también y estirar un poco el cuerpo así como vaciarme una botella de agua sobre la cabeza para poder aguantar el resto del trayecto. Después perdí la orientación pues nos adentramos por una serie de caminos improvisados y veredas apenas transitables que yo no conocía, la camioneta pasaba sobre encercados y matorrales que nos balanceaban casi a punto de voltearnos, sabíamos que no era la vía más corta, pero si la más segura.

Cuando al fin llegamos encontramos una fachada más bien austera, diría que hasta deprimente, más para mi sorpresa el interior era amplio, limpio y con mucha iluminación, una pista de madera circular al centro, fotografías viejas de la revolución mexicana enmarcadas cubrían la mayoría de las paredes, en el área del bar la rockola tocaba una canción lenta y pausada mientras dos parejas fuertemente abrazadas bailaban cadenciosamente al ritmo del golpeteo de sus propias botas sobre la duela.

A pesar de la hora había mucha gente ya en el lugar, atravesamos la pista y nos sentamos en un rincón del lado izquierdo, cerca de los baños, a petición mía. Tomamos inmediatamente cerveza fría que me resucitó de la somnolencia causada por el viaje, luego pedimos una botella de ron que Salitre no demoró en servirme e inmediatamente comenzó a interrogarme sobre algo que no alcanzaba a entender pues la música sonaba muy alto, aunque sospeché se refería a mi compañero de la otra cabecera municipal que había sido asesinado el mes pasado, no estaba dispuesto a hablar más sobre el tema, cansado tanto física como emocionalmente de ese asunto seguí ignorándolo. La última vez que lo vieron, según me dijo el doctor Aguirre fue el miércoles por la noche, había terminado su turno en la clínica, la señora que le rentaba el cuarto se dio cuenta de su ausencia hasta tres días después que junto con la policía se vieron obligados a forzar la puerta; encontraron todo normal, solo el cuerpo en el piso, eso les hizo suponer que los asesinos lo secuestraron entre el trayecto del trabajo a su casa, los esfuerzos por obtener algún tipo de información sobre los sospechosos han sido en vano hasta el momento y yo he preferido seguir con la rutina para no abrumarme mucho más de lo que ya estoy.

Un grupo musical comenzó a tocar en el pequeño escenario y eso dificultó aún más la conversación, pretexto perfecto para cambiar de tema.

Las parejas bailaban en una danza de simetría perfecta, recorriendo en círculos la pista entera, una mesera le indicó al Loco la dirección de algo mientras yo me apresuraba a beber en pequeños tragos el ron que ahora pasaba con mucha mayor facilidad por mi garganta, no demoró mucho en terminarse aquel licor y me vi en la necesidad de levantarme para pedir más hielo y otra botella, así estuve parado un momento frente al grupo mientras simulaba conocer alguna de las canciones, señalé torpemente alguna fotografía y mareado regresé a la mesa donde encontré a una muchacha muy bonita, creo que tenía el pelo pintado de rojo (la luz desde que comenzó a tocar el grupo impedía ver claramente casi a cualquier persona), me vio llegar y ella y mi compañero Salitre se pararon a bailar inmediatamente, tomados de la mano y en medio de otras parejas empezaron a balancearse de un lado a otro dejándose llevar también por la marea de los demás. El Loco y yo nos quedamos estupefactos ante la inusitada maestría de nuestro compañero.

Me hablaron muchas veces del Tucán, sin embargo, cada vez que preguntaba la dirección me respondían que ellos mismos podían traerme, parecía que aquello era una especie de información clasificada o área restringida, algo que me resultaba absurdo y enfadoso, así que simplemente dejaba de insistir.

—Según dicen —dijo acercándose a mi oído el Loco mientras el grupo preparaba otra canción—. Aquí suelen venir…

—Los chacales —le interrumpí.

—¡Cállate! ¡Eso no se dice en voz alta!

Sus palabras eran más bien susurros que junto con el ron apenas y podía conectarlas, entenderlas quiero decir. Hice un gesto con mis manos sobre mi boca dándole a entender que estaba sellada por un candado, no pude evitar reír en una forma hipócrita de aceptación; sinceramente me importaba un demonio que alguien me pudieran escuchar.

Salitre no volvió, había desaparecido junto con su acompañante, a nosotros no nos importó y seguimos bebiendo despreocupados. Después de unas dos horas más, aproximadamente, las mesas alrededor nuestro se habían ido llenando dificultando aún más el paso obligándonos a recorrernos más hacía la orilla del gran salón, supuse era ya de noche aunque no había ninguna ventana visible, tuve hambre por eso pedí algo de comer, mas no pude probarlo, olía rancio, hice un buche con el ron para quitarme el mal sabor y después lo escupí, mi compañero pidió cigarros a una mesera y mientras los dos concentrados la veíamos alejarse, sin advertirlo, así de pronto, como una sutileza de ángel celestial llegó sin avisar, una bendita aparición que inmediatamente sentí a mi lado sin invitación, así su brazo se recargó en mi pierna sin dejar ningún rastro de peso en mí.

—¿Cómo te llamas? —le dije.

—Fany —me contestó con mucha seguridad.

—Ese es tu nombre artístico— le dije burlonamente.

—Ese es mi nombre real —me contestó ofendida.

El Loco pidió otra botella negándose rotundamente a que yo pagara esta vez. Fany se apresuró a servirnos mientras me brindaba una sonrisa deliciosa.

—¿Cuántos años tienes? —le pregunté.

—Diecinueve.

Mentía, tendría dieciséis a lo mucho. Después me pidió que la acompañara hasta la pista para bailar.

—Perdóname, tengo dos pies izquierdos —le expliqué mientras trataba de que aquello sonara gracioso, la explicación resultó más bien patética.

Le acaricié las piernas por debajo del mantel mientras ella no dejaba de sonreírme, luego escribió algo sobre una servilleta y me pidió que la llevara al vocalista del grupo, no podía levantarme, aun así obedecí servilmente.

Obsesionado por conocer más datos sobre su vida, anhelaba tener una impresión diferente, por eso hablaba aparentando que conocía muchos temas, que no era como los demás hombres que seguramente había conocido, hasta tuve la confianza de contarle alguno que otro amor (que estúpido de mi parte). Ella respondía a todas mis preguntas y, aunque sabía era una mentira repetida mil veces, me reconfortaba mientras se recargaba y aferraba cada vez más a mi brazo.

Le dije que me perdonara un momento, que necesitaba ir al baño, que no se moviera de donde estaba, le serví ron y me levanté, me sentía con el deber de tener una mayor claridad en mis palabras, así que estuve repasando por algún tiempo frente al espejo un plan muy bien estructurado para no parecer un completo imbécil alcoholizado, no obstante mi plan se vino abajo tan fácilmente, pues lo primero que escuché al regresar a la mesa fue a Fany decir:

—¿Quieres subir conmigo? —me lo dijo mientras ladeaba la cabeza de una forma encantadora.

Le contesté que sí, sin dudarlo. Subimos por unas escaleras muy estrechas con paredes verdes descarapeladas, al final había un pasillo que conducía a muchas puertas de madera, entramos en la segunda e inmediatamente me senté sobre una silla situada frente a un tocador muy viejo, el sonido allá abajo había disminuido considerablemente y ahora escuchaba su voz tal y como era en realidad, podía verla claramente en su extraña comodidad, así pude apreciar unos hombros lisos y morenos, perfectos, que apenas y podían sostener el único impedimento para contemplar sus senos que se adivinaban como un aliento tan extraordinario que me era imposible creerlo.

Me entretuve por unos segundos observando desde el espejo del tocador el papel tapiz detrás de la cabecera, y al girar la descubrí sentada a la orilla de la cama, con el rostro agachado, y como si se tratara de una virgen me arrodillé ante ella, desplomándome y quedando a su entera disposición, venerándola, dispuesto a emprender la exploración hacía aquel territorio que ya me presagiaba la felicidad. Le quité muy lentamente los zapatos al tiempo que besaba sus pies diminutos, mis manos descansaron sobre sus piernas provocándole un pequeño espasmo en el cuerpo que a mí me enajeno completamente. Anonadado comencé a besarla impulsivamente, pero algo distrajo mi atención poderosamente, en ese preciso momento, mientras con mis manos apretaba con muchísimas fuerzas las sabanas llegó hasta mí un extraño olor que inundó la habitación muy rápidamente, solté a Fany intempestivamente, extrañado, miré alrededor tratando de averiguar de dónde podría provenir aquel aroma, todo estaba igual, se diría incluso que demasiado tranquilo, pretendí no darle importancia y volví acariciar sus piernas, aunque el olor seguía sin desaparecer, intrigado nuevamente me levanté para estudiar más de cerca el foco pensando que tal vez una cable pudiera tener algún corto circuito y algo pudiera estarse quemando.

—¿Qué te pasa? —me dijo ella.

Sin entender muy bien lo que pasaba, una neblina color azul comenzó a emanar de todo su cuerpo. Hipnotizado ante aquella visión me postré frente a ella para bajarle la falda, cual diosa, alelado la contemplé debajo de la luz, hermosísima, joven y delicada, las ansias de vida eterna, el mundo de la carne y del sexo en bendita comunión, toda ella se proyectaba hacía mí, salvaje y pudorosa al mismo tiempo, eso me estremeció. Se desabotonó la blusa a la par que iban emergieron sus senos afilados que apuntaban ligeramente a lados opuestos de la habitación, me tomo la cabeza y me acercó hacía su pecho, la acaricié al mismo tiempo que la besaba, mi lengua rodeaba ansiosamente sus pezones mientras seguía de rodillas y sentía como el cuarto completo daba vueltas alrededor mío.

Al quedar completamente desnuda volví a observar la emanación azul que envolvía sus contornos, lo que antes fue neblina se convertía ahora en una tempestad, fenómeno violento que intentaba desesperadamente vaticinar los presagios surgidos de la inconciencia, porque de pronto entendí que todo cobraba sentido.

—Quítate la camisa —me ordenó. Lo hice torpemente.

—De prisa —volvió a decir. Su voz ahora era autoritaria, estricta.

Mis dedos eran ineficientes, inútiles, adolescentes, torpes, cuando al fin logré hacerlo la arrojé violentamente al suelo. Me abracé fuertemente a ella y pude sentir su piel húmeda y caliente, no pretendía soltarla jamás, ella me tomó de los cabellos como si quisiera que pusiera toda mi atención en lo que iba a pronunciar pues vi sus labios morderse y humedecerse entre sí, se acercó lentamente y me dijo rozándonos las narices:

—Camilo, jamás podrás huir de mí, te he reconocido y sé muy bien quien eres, entonces, deja ya de fingir.

La solté al instante, asustado retrocedí, su apariencia había cambiado, de inocencia se transformaba en seguridad ante su víctima. Hice cálculos de distancia y tiempo para averiguar cuanto me llevaría escapar de ahí. Levantó la pierna amenazando con avanzar hacia mí, y sin esperar si se pudiera cumplir su amenaza salí corriendo. Bajé de prisa, en la pista busqué a Salitre y al Loco, pero no los encontré, la música seguía muy fuerte, desesperado atravesé el salón chocando entre las parejas que bailaban despreocupadas.

Al salir del Tucán el aire tibio envolvió mi cuerpo que todavía respiraba agitadamente, había olvidado la camisa en la habitación, no obstante, no pretendía regresar por ningún motivo, el cielo estaba estrellado y los órganos y cactos habían desaparecido en la oscuridad. Pasé sin detenerme junto a la camioneta porque sospeché que si se me buscaba sería precisamente al primer lugar adonde acudiría, esto era un juego macabro o un producto de mi fantasía, en cualquier caso no tomaría más riesgos y traté de alejarme lo más rápido que pude. Los momentos posteriores los ocupé en pensar y en tratar de dar una explicación a lo que sucedió, ¿sería posible que me hubieran podido seguir hasta este lugar?, eso resultaba casi imposible, absurdo, aunque sin duda no podía desechar tan fácilmente esta posibilidad, aun si se tratara de una coincidencia era ilógico, por eso comencé a sospechar que aquello era una trampa, una vil simulación, por eso mi reacción natural fue la de tener muchísima ansiedad.

En un lugar totalmente desconocido me dirigí a lo que parecía ser una pequeña montaña blanca, lo supe porque la luna detrás de ella iluminaba perfectamente su perímetro. En medio de este paisaje que guarda todos nuestros miedos infantiles tuve un deja vu, yo ya había estado aquí, yo conocía ya este lugar, mis pasos solo fueron un recorrido aprendido con anterioridad, quizá por eso no me sorprendí al advertir una luz que iluminaba el horizonte, era una bola de fuego que giraba dependiendo de la velocidad con la que se movía y que a su vez dejaba un rastro como la cola de un cometa. Comencé a seguirla hasta que finalmente implosionó sobre el esqueleto de un árbol ya seco, al verla contraerse me derrumbé agotado sobre lo que parecía ser arena de mar, despreocupado ya por cualquier animal que pudiera encontrarse cerca, intentando solamente sentir el vaho de la profecía. Respiré hondamente sintiendo la noche en mi pecho, percibí el olor y la neblina que bajaba y se apoderaba muy lentamente del lugar, los mismos que pude percibir en aquel cuarto.

No estaba solo, había alguien más.

Al saberse descubierta salió de su escondite y caminó emergiendo de entre las sombras hasta quedar frente a frente, solo así pude distinguir al fin de quien se trataba. Mientras mi boca se secaba yo trataba de ocultar mis manos para que no pudieran delatarme ante ella, para mi sorpresa, no se detuvo, y ante mi desesperación por su silencio pude darme cuenta que la perdería una vez más.

Cuando recobre el sentido el sol ya estaba en su cenit, pude oír a lo lejos el sonido de los automóviles pasar, estaba, para mi sorpresa muy cerca de la carretera, de día los objetos ya no parecen tan lejanos, eso me dio ánimos para seguir, así que solamente me levanté, miré a mi alrededor, sacudí mi pantalón y emprendí el camino de regreso al pueblo.



 

ALFREDO LEMON


Córdoba, Argentina, 1960. Abogado.

En poesía publicó: Cuerpo amanecido (1988), Humanidad hecha de palabras (1991), Sobre el cristal del papel (2004), El pastor que fue amado por la luna (antología personal formato e. book Ed. Página de Poesía, 2018). Entre otros, obtuvo los siguientes premios: SADE Río Cuarto en 1983; Romilio Rivero, Municipalidad de Córdoba, en 1985; José Hernández, 1987; Jóvenes por la Paz, 1994; Jóvenes Sobresalientes Bolsa de Comercio de Córdoba, 1995; Plaza José Pedroni, 2002 y Primo Belletti, Villa María, 2007.

alfredo_lemon@yahoo.com.ar

 

 

EL MUNDO ES UN EXTRAÑO DIARIO LEÍDO DE ATRÁS PARA ADELANTE

(frase de Tennesse Williams)

 

La información te hipnotiza con múltiples mentiras

y hasta podrías creer que la historia o la política

te ayudarán a encontrarle sentido a la existencia

 

En busca de novedades te arrojas al centro de la pantalla

saltas de un link a otro

bajas y subes en tu tablet

chequeas tu Twitter

le das un like a un artículo

te anotas en Tinder

publicas un relato en Instagram

 

Allí parece estar todo el todo junto

(después se desmorona)

 

Solo ves láminas sobre un espejo lumínico

¿será Narciso en la laguna?

 

Por los títulos enormes sangra la calamidad

apeteces lo rimbombante

y entre las páginas te extravías / te pierdes / te confundes

 

La peste de Atenas acabó con Pericles

Sócrates sobrevivió

y fue condenado por hacer pensar a los jóvenes

 

Boccaccio escribió el Decamerón durante la plaga europea

allí perdió a su madre, a su padre y a su madrastra

 

La tuberculosis mató a Kafka en 1924 cuando tenía 40 años

Sofía, una de las hijas de Freud, murió a causa de la gripe española

Lacan, en su Seminario III

proyectó que un virus escaparía debajo de la puerta de la medicina

 

Durante el Festival de Woodstock en 1969 en EEUU

una toxina de Hong Kong

mató más personas que la guerra de Vietnam

nada estuvo cerrado / las bandas siguieron tocando rock

 

Dean Koontz en “Los ojos de la oscuridad” (1981)

relata la fuga de un virus por manipulación genética

desde un laboratorio de Wuhan

 

En 1994 Laurie Garret ganadora de un Pulitzer

predijo una pandemia global con cuarentenas

y colapso en la economía

 

Hasta los Simpson hablaron de unos avispones voladores

que causaban una enfermedad a nivel mundial

 

Stephen King reconoció tener miedo

Orhan Pamuk desde su casa frente al Bósforo, también

 

¿Cómo zarandear y discernir estos mensajes?

 

La realidad es difusa profusa volátil

la contradicción es su mayor riqueza

el deseo de triunfo clava sus colmillos

 

He aquí el fiel de tu balanza:

el péndulo que oscila entre la certeza y la angustia

el vaivén de la confianza y la duda

 

Opiniones / lenguajes encriptados / conjeturas

un torbellino de acontecimientos

donde la agitación cambia tu perspectiva

 

Aristóteles dijo que el hombre por naturaleza desea conocer

pero ¿cómo ordenar este cóctel caleidoscópico

y remover el miedo y la ignorancia?

 

Lo importante y lo trivial son el imán de tu entusiasmo

el tobogán de la curiosidad

 

Del sentimiento trágico de la vida

al sentimiento trágico de la civilización

los designios del azar te conducen

 

Intuyes que hay datos falsos

y es precisamente allí

cuando la lectura se pone más emocionante

 

Las redes con sus telarañas te anudan la garganta

 

La publicidad y la extravagancia avivan tu excitación

y en vez de dolor lees amor

en vez de muerte lees suerte

 

los clasificados y el obituario te entristecen

el horóscopo te ahorca

el crucigrama te crucifica

 

Te masturbas frente a la computadora

juegas al sexo sin contacto

pero anhelas el sudor animal de los amantes

el puro pensar del erotismo

 

Ecos, huecos, coartadas.

En la era digital de la Galaxia Gates

¿existe un rompecabezas para armar?

 

Lo que llamamos objetos exteriores

son representaciones de nuestra imaginación

formas y espacios de un sitio virtual.

 

¿Lo hubieran soñado McLuhan o Schopenhauer?

 

He aquí una aldea centelleante de pánico y soledad

¿son bengalas, meteoritos o bombas?

 

El espectro del que huyes eres tú cuando corres buscándote

asustado no te encuentras porque te escondes muy bien

 

¿Hay una alhambra donde duermen los peces?

¿Hay un templo custodiado por apóstoles altísimos?

¡Hay en el hombre pantanos más profundos que acertijos!

 

Giramos en un carrusel cuyo eje se ha roto

 

Entronizamos al ego en el centro de un altar junto al becerro de oro

 

Conservas la ilusión de que mientras leas o escribas

el infarto no sucederá

 

Se asoma Yahveh desde lo alto

para ver si hay algún justo en la turba

¿dónde están Diógenes, Siddharta, Shakespeare?

 

Ideas diversas dispersas

relatos yuxtapuestos

 

La mente se embota

 

Imposible deglutir tanta gula

 

Imposible escucharse en silencio sin aferrarse a un mástil como Ulises

 

Si pudieras asumirte no haría falta aturdirte

 

La sed de noticias te arrastra como un zombi

y tus dedos pasan las hojas

haciendo el camino de los escarabajos

 

¿Qué significará este padecer?

un castigo?

¿una amonestación?

¿un despertar de conciencia?

 

Detrás de cada discurso surge otra adivinanza

 

La esperanza parece una trampa

donde la miseria muestra su estética cotidiana

el rostro de los sin rostro de los vulnerables

 

El jardín de las delicias se volvió una jaula de torturas

Hieronimus Bosch fue desterrado de su propia obra

 

Situaciones límites / dilemas morales / desgracias colectivas

 

El tiempo perdió la razón

 

Los días se saturaron de erudición inútil

 

La verdad te daría vergüenza

 

Tampoco la ciencia alcanza a cubrir nuestra orfandad

En los vértices de las bibliotecas

el rigor y el equívoco con idénticos

 

¿Será este el precio por nuestra codicia?

 

Los místicos y los locos saben

Los niños y los mendigos alcanzan

 

Hay demonios que visitan los confesionarios

Hay estatuas que estudian psicología

 

El ahora te atraviesa /te increpa /te acorrala

Un presente continuo resulta demasiado

 

No temas al contagio que avanza en las tinieblas

Ninguna luz se apaga antes de que llegue el viento

 

¿Qué quedará de estas crónicas caducas?

 

Todo será la memoria de un recuerdo rápido

 

¿Sanarán los traumas?

 

¿Sanará la tierra?

 

La vida irá recuperándose

 

Las lágrimas purifican y renuevan promesas

 

El olvido avanzará aunque cuesten años

 

La humanidad no cambia fácilmente

 

¿Seguirán firmes las instituciones las costumbres las creencias?

 

El futuro es intriga / renuncia / expectativa

avidez por una copa de champagne

 

Cuando atardezcan las breves horas

tendremos una extensa noche para la ficción

 

¿Habrá cámaras de video dentro de la tumba?

 

¿Le sacarías un selfie al alma?

 

¡Cómo renunciar al derecho a la eternidad!

 

Punto y aparte

 

Todo termina

 

El escenario queda oscuro como los capítulos de un desierto

 

Alguien aprieta la tecla suprimir

apaga el botón del encendido.

 


 

SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES

Nº 90 – Junio de 2021 – Año XII

ISSN 2250-5385 – Edición trimestral

EX-2021-05119401-APN-DNDA#MJ del 19/1/2021, Dirección Nacional del Derecho de Autor / República Argentina. 

Propietario y director: Héctor Zabala

Av. Del Libertador 6039 (C1428ARD)

Ciudad de Buenos Aires, Argentina

zab_he@hotmail.com

http://hector-zabala.blogspot.com/

Currículo en revista Realidades y Ficciones Nº 40:

https://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com/2019/12/realidades-y-ficciones-revista.html

 

Colaboradores

Corrección general:

Noelia Natalia Barchuk Löwer

Resistencia (Chaco), Argentina

alfana79@hotmail.com

http://noelia-barchuk-literatura.blogspot.com.ar/

Currículo en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 88:

https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2020/12/suplemento-derealidades-y-ficciones-n.html

 

 

Ilustración de carátula y emblema:

Mónica Villarreal

Scottsdale (Arizona), Estados Unidos

Monterrey (Nuevo León), México

monvillarreal@hotmail.com

 @mon_villarreal

https://www.facebook.com/monvillarreal22

Currículo en revista Realidades y Ficciones Nº 17:

http://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com.ar/2014/06/

 

El listado completo de colaboraciones al Suplemento de REALIDADES Y FICCIONES se encuentra a la derecha del blog bajo el acápite ÍNDICE DE AUTORES.

 

REVISTA: http://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com/

 @RyFRevLiteraria

SUPLEMENTO: http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/

 @RyF_Supl_Letras

 

Las opiniones vertidas en los artículos de esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor pertinente.


“Realidades y Ficciones”
Mónica Villarreal (2014)
acrílico y óleo sobre
papel-lienzo, 30 cm x 30 cm


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