viernes, 25 de febrero de 2011


JAVIER FLORES LETELIER

(Chile, 6/8/1982). Formó parte de la antología de cuento y poesía realizada por el sello Editorial Mago Editores de Chile en la sección de poesía y de la antología desarrollada por la Editorial Alea Blanca de España, con selecciones de textos del fanzine Elefante Rosa. Ha publicado en diversos medios electrónicos tales como Palabras Malditas, Remolinos, Café Literario, Litterae, Cinosargo y Arte poética, entre otros, como también ha participado con textos en instalaciones artísticas como Experimento Colector, desarrollada por el grupo Libre Configuración de España y en lecturas poéticas pertenecientes a la Feria del Libro del Parque Forestal, en Santiago de Chile. Hoy forma parte del colectivo artístico Río Negro.

javierflores2099@gmail.com

http://www.colectivorionegro.cl/



EL CAMINO AL PUEBLO OCULTO...
de Javier Flores Letelier  
© 

Toma mi mano, no me mires a los ojos si no quieres,
recuerda que soy un hombre enfermo con los días contados...
Toma mi mano, he venido a sentir el calor de tus lágrimas
prende una llama que enfrente el reflejo de tus pupilas en la oscuridad, y mírame arder.
Piensa que estaré bajo el mar, en cualquier lugar donde mi rostro ya no tenga valor.
Decidirás continuar buscando tus raíces...

He construido mi propia miseria
creo que me revela una luz que brilla en el cielo,
pero aun así no puedo dejar de escuchar el grito desesperado
que lanzan los fieles cuando encuentran los milagros
en el castigo de las figuras envueltas en llamas en cada sueño nocturno
y en cada despertar entre lágrimas;
la lealtad entre los esclavos,
la lealtad entre los esclavos; recuerda el amarillo de la piel,
la serenidad después de que las heridas paraban de sangrar...

La solidez natural de la carne de las manos
será para los que cumplen el deber de enterrar con su propia fuerza
a un amigo que fue su padre,
la enfermedad y el destello sobre el granito
que cubre los huesos, la carne y las piedras
en donde se alimentan los cauces de los ríos
hasta las cuencas cercanas al centro de la Tierra
en donde crece el pulso de los corazones que estallarán
justo después de haber procreado,
el perdón y la rebelión ante los secretos que forjaron la forma de caminar,
la sonrisa de quienes te pueden traicionar y robar la vida
el amarillo de los ojos enfermos, de la ternura y de la piedad;
honra a tu madre, la fatiga de recordar tu nombre
hasta la adultez de los cuervos que desprenden la carne de tu espalda.

Necesitamos un nombre para permanecer en silencio frente al fuego
No puedo seguir creyendo más, no quiero creer en el trueno al que mis abuelos temían,
los espíritus ya están en el círculo esperando por la noche,
mi corazón se agita con las luces de los montes, con tu cuerpo desnudo en la ventana...
debo saberlo, dormir con el mismo miedo de siempre, para la serenidad de tus manos,
despertar en las mañanas dentro de mí, para el alma que desaparece,
para nuestros nombres en el eco de los templos de roca junto al mar
en los que los murciélagos conciben sus mundos frágiles y secretos.

El sudor bendijo las frentes de los refugiados,
entre el sonido grave del viento en las plantas
y la imagen cegadora de las inscripciones lapidarias.
Los ojos cansados de las aves nocturnas,
espiaban el mundo que pasaba ardiendo bajo sus garras,
el fuego tras las visiones de las cruces negras en la oscuridad,
el fuego levantado por los cachorros, dormidos con el polvo en sus narices
respirando el dolor y la miseria en la carne desgarrada de los compañeros.

La esencia cálida del carbón en el viento
tocó la frente del condenado antes del sonido de los disparos,
su muerte dispuesta ante los ojos de aves extrañas, rasgando en la madera pálida
de las habitaciones abandonadas donde el retrato del dictador enmudece
y envenena la sangre de los que aún pueden correr por sus vidas.
La sangre llenó la visión de la luz debajo de cada roca,
las alas imaginarias de los terrenos desbastados,
el ruedo del alma de las máquinas
impregnadas con el olor de los alimentos descompuestos
que las criaturas perseguidoras del sol de la frontera
cargan como el aliento del fuego consumido en la última piedra de la ciudad.

La aurora del humo en el polvo se carboniza en mi vientre,
y los que han sobrevivido observan sus cicatrices
como a imperios malditos que no desaparecerán,
en un dolor agudo los ríos se derrumban en la madrugada
en los huesos y en la calidez de la carne como puñaladas ciegas...
la memoria es una bestia más grande que cualquier fuego
que se pronuncie para acallar esos ríos,
los demonios de los recuerdos acarician el espejo
y las velas se prenden para recibir las lágrimas de las sombras;
el río y el color de mis venas, el rastro de la sangre seca en el pavimento
después de las peleas de barrio,
después de las luces que el alcohol
roba de los nombres de los territorios desolados
y se encuentra la paz momentánea, el amor eterno,
el amor que nos dejará, el amor que no nos atrevemos a pronunciar...
el río y el color de mis venas,
es lo que puedo ofrecerte para ser el padre de tus hijos,
es lo que puedo sacrificar de las sombras de los animales
en los caminos de tierra, en mis recuerdos como hijos del sol
y hacer volver a nacer la lluvia
apretando tus manos y enfrentándote a los ojos,
confiarte el secreto del viajero rebelado del que todos hablan
como el hijo de la tierra,
o como el mito que los guardianes de las fronteras
enfrentan cada vez que empuñan sus armas,
su final, el final de sus ojos violetas por el mundo de recuerdos reflejados,
derrotados y soñadores por la pérdida de sangre
en su decisión de enfrentar a la justicia humana
con el color de la sangre que no distingue las heridas del cuerpo y del alma
dando el poder a sus niños que rogaban al cielo y pedían al mar
salvar la existencia de las sombras de su padre ante cualquier consecuencia.
Volvería a vivir todo este destierro por cualquiera de ellos;
recuerdo el fuego del cansancio de su voz
cada vez que me alejo de las luces de la ciudad
para buscar la tierra entre la oscuridad de las noches de aire frío y fuegos fatuos
a la que llegaron los conquistadores perdidos
en las sombras de las trazas de sus manos,
destruyendo todo el nuevo mundo que abrían a su paso,
forzando la voz de mujeres mal heridas
intentando encontrar en los dibujos de sus vestimentas ultrajadas
las voces de sus hombres todavía invocando el alarido del cielo
desde sus corazones cruzados por las mismas armas construidas
para proteger el alma de los hogares de la memoria eterna
de las guerrillas bajo las tormentas...


EL MAÑANA
de Javier Flores Letelier  © 


Y si estuviera enfermo, ¿me cuidarías hasta mi muerte, amigo? 

y si nunca sanara, ¿verías mis ojos amarillos día tras día?, 
cuando tu mujer mire cansada por la ventana, 
me culparías de pasar demasiado tiempo con ella... 
¿Recuerdas quién era el fuerte? 
¿Recuerdas quién era el fuerte de los dos? 
Uno de nosotros tenía cierto temor que lo paralizaba, 
cierto temor que no recuerdo. 
Uno de los dos tenía cierto amor imposible, 
y ella fue a buscarme y lloró de desprecio, 
fue a buscarte para decir que se iba y que no la buscaras, 
partiría a un mundo en donde hay dinero fácil 
si es que aceptas las reglas del juego, 
si le das a todos lo que quieren 
y lloras con ellos en sus corazones cada vez que lo hagan, 
lloras de emoción como una artista en el escenario, 
bebes hasta despertar con la mente en blanco y odiando el pasado... 
Ese es el futuro inevitable, uno de los dos caerá antes 
y no importa si luchamos o no por encontrar la pasión de nuestras vidas, 
la encontramos de todas formas, fue fulminante mientras duró. 
Ese es el futuro inevitable, morir juntos como mártires, 
o morir armados y condenados por el mundo, 
como amigos del silencio traicionados por la espera del tiempo.


DEJAR LA CIUDAD
de Javier Flores Letelier  © 


Dios me hizo un animal del desierto, semejante a él, a cualquier rostro, 
a los rostros de las llamas que aúllan en los portales de las cuencas de los océanos. 
Despierto ebrio en la madrugada, él despierta conmigo. 
Salivo en mis labios partidos y su presencia los amarga. 
Mis hermanos, a cada uno de ellos los escucho gritar esta noche por salvación; 
no puede haber paz en el corazón de un imperio... 
soy un hombre creyente, y he ya pagado el daño que he hecho 
a lo único que me importó en vida; que una mujer joven hiciera poner 
mis manos sobre su espalda débil y enrojecida por el frío; 
tener un camino por donde volver iluminado por la luna 
desde los golpes en el bar, la miseria de los siglos, 
el recuerdo de la mujer piadosa y su sonrisa de fuego 
hasta el cementerio para ver los ojos de mi padre, nuestro gran padre, 
cerrarse otra vez en el final del camino 
entre las grietas de los montes donde duermen tranquilas 
las criaturas más crueles que se puedan imaginar...

Para alcanzarte esta noche, debiera dejar el alcohol. 
Para alcanzarte esta noche, con mi presencia incandescente 
con la que desgarro mi garganta en cada trago y salvarte de una muerte indigna, 
de ver mi rostro destruido en los sueños, 
debiera ser ahora la última vez que te convenzo para hacer el amor 
con las palabras, con la rabia de las palabras 
que llevan a dos personas a buscar sus rostros, 
me aconsejó con el cariño y la desesperación de un padre al borde la muerte 
el sacerdote al que visitaba los domingos para ver nacer de sus manos 
el relámpago que encandilaba su temeroso rostro, 
el de nosotros viendo en las miradas entre la niebla y los destellos de tibia oscuridad 
en los cuerpos desnudos de ángeles hechos de mármol, sangre y rosas, 
en los labios y mejillas el color del pudor y la resignación, 
la rabiosa voz de la fe. 
Creímos en el poder del canto de las bestias redentoras del frío cruel de las iglesias, 
que la fuerza de los pechos de los muertos 
está en la voluntad de las armas de los pobres, escuchamos venir el mar mercante, 
la tristeza, la pasión, el misterio del alimento de las ratas, 
la sotana que entre las sombras nos entregaba el lugar 
donde llorar a los seres queridos fallecidos y desenterrados 
que aún nos hablan dolientes en las cruces de nuestro trabajo diario. 
Los recuerdos de la vida pasada son intocables, el deseo 
era algo desesperante que no tenía nombre, recuerdos que se convertirían en eternos 
por el esperado secreto que tenía Dios con las mujeres 
viajando por el aire entre los vestidos, como la calidad de los venenos 
que antes de matar, dejan el espíritu exaltado 
con las profundas voces de los cuartos oscuros...

Esta tarde estabas triste, te veías cansada, ardiente y soñolienta, 
habías esperado en vano la noche de mi suicidio 
y el reencuentro con mi voz aguardentosa, 
el reencuentro con esa vieja mujer que rodeaba el cementerio 
y que se parecía a tu madre, el milagro en tu velador, el amanecer 
después de contarte los secretos crueles por los que agacho 
la cabeza entre tus manos esperando ser juzgado por algún animal de las sombras... 
Diez años atrás, cuando aún era algo más joven que tú 
y estaba frente a nosotros el silencio que llenar 
con baladas, sexo y nostalgia, las mismas calles de toda la vida que volver a construir 
para correr a abandonar los derroteros en las esquinas del agua de lluvia estancada 
en los inviernos en donde detrás de la calidez de la conciencia dormida hablábamos en
silencio de la vida y la muerte, de la tierra húmeda y de la sangre de los corazones.

Diez años atrás, cuando todo lo que tenías eran tus esculturas apiladas en una bodega 
demostrándote en secreto el arte contenido en los animales cansados, 
tus párpados violáceos después de llorar por la impotencia de no poder 
agarrar el mundo con tus manos, sobre tu ombligo y hacerlo arder con tu pasión, 
cuando mi piel era pálida y mi dorso ágil y mis pensamientos debían servir 
al bien que se esconde detrás de los corazones, a los corazones que se esconden 
detrás de los objetos, a los objetos de la memoria que tienen su propio olor.

Diez años atrás, cuando me hablabas de tu padre desaparecido, 
al que extrañabas y que fue exiliado por su cariño 
por el trabajo con la madera y por todos los espíritus 
que descansan en las manos heridas que persiguen las vetas. 
Cuando te hablaba la voz de mi padre, el castigo de la vergüenza bastarda, 
la angustia de lo divino, el poder de los elementos, 
ese hombre sonriente, grave y sarcástico, 
músico frustrado, jugador reprimido 
que preparó su juventud levantando durmientes abandonados 
de las estaciones de ferrocarriles; en ese entonces, no hubiera sido casualidad 
encontrarte en mi camino, encontrarte en mis vicios, 
en la carga cegadora del aire antes del anochecer y en las imágenes del desierto; 
no teníamos que sacrificar nuestras vidas, nuestra dignidad, 
para comenzar a olvidarnos... 
has logrado tenerme en vela mirando las calles, 
en mi mente las cordilleras y los montes demolidos por la persecución ansiosa 
para alcanzar a los animales que en sus estómagos tendrían el valor del polvo milenario, 
has logrado cansarme el cuerpo, despertarme el deseo; despertarme el cuerpo, 
cansarme el deseo, de todo, de estar vivos, 
he comenzado a dormirme triste y tranquilo, hablar con la oscuridad, 
llorar en libertad como los niños, pensar que nacimos dueños y castigadores 
del mundo que no conocemos, cuando sólo necesito un trago... 
que te acerques con otro nombre para pedir un vaso hasta el tope, 
un lugar donde dormir, hablar ebria, regalar los objetos coronados de tu ropa; 
confiar, confiar, confiar...

Tengo rabia, el resto de los animales no podrán volver a escucharnos... 
por qué detienes mi embriaguez, por qué no me dejas pelear cuando alguien pretende 
que puede despreciar tus vestidos. 
Pon tu mano sobre mi espalda, en los rincones de la carne desgarrada, 
el frío del viento es igual entre los árboles, la muerte cruza igual nuestras vidas 
armándonos de nombres y fuerza en nuestros pechos, 
el agua del mar envenena la carne entre los pliegues de tu piel 
cada vez que cierras los ojos y no quieres ver el día terminar otra vez...

Lo que estoy pidiendo, es que devuelvas el alma que robaste de los rosarios, 
devuelvas mi alma al pozo negro, donde el elemento de las águilas 
parece susurrar la palabra padre...


SERPIENTES
de Javier Flores Letelier  © 


No me hagas más preguntas
esta tarde
en la que vuelvo a verte
desnuda y feliz
como en mis sueños salvajes con la libertad


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SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES
Propietario y Director: Héctor R. Zabala
Av. Del Libertador 6039 (C1428ARD)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
Nº 17 – Febrero de 2011 – Año II


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REVISTA: http://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com/

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