miércoles, 11 de junio de 2025

SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES

Nº 106 – Junio de 2025 – Año XVI

ISSN 2250-5385 – Edición trimestral

 

Inscripción gratuita como LECTOR o COLABORADOR
si escribe a zab_he@hotmail.com
(por favor, revisar correo no deseado)
indicando nombre y apellido, ciudad y país
(se le avisará cada nuevo número trimestral).

 

Sumario:

• Klenya MORALES DE BÁRCENAS (Panamá)
• Miquel RICART PALAU (España)
• Paola RINETTI (Argentina)
• Álvaro BOZINSKY (Uruguay)
• Félix Armando QUIRÓS TEJEIRA (Panamá)
• Luis Nelson RODRÍGUEZ CUSTODIO (Uruguay)
• Gabriel GUERRERO GÓMEZ (España)
• Juan BOTANA (Argentina)
• David OTERO ARIAS (España)
• Héctor ÁLVAREZ CASTILLO (Argentina)
• Yolanda ALBA (España)
• Omar ROLDÁN RUBIO (México)

 

KLENYA MORALES DE BÁRCENAS

(1975, David, Chiriquí, República de Panamá). Es abogada por la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Panamá, egresada del Postgrado de Alta Gerencia de esa misma universidad y cuenta con un Master of Arts with Emphasis in Creative Writing en Missouri, Estados Unidos.

Fundadora, columnista y editora ejecutiva de la Revista Placacuatro desde 2006. Ha sido Coordinadora de Difusión Cultural en la Universidad Tecnológica de Panamá. Es columnista freelance en periódicos y revistas nacionales. Ha publicado su tesis de maestría El viaje en el tiempo como elemento literario (2002), Demencia temporal (Editorial Triskel 2004), A sangre tibia (Editorial Triskel, 2011), Demencia temporal Remasterizada (Editorial Triskel, 2012), Las mentiras que recuerdo (Editorial Triskel, 2021).

klenyam@gmail.com

https://cultura.utp.ac.pa/escritores/morales_k_m.htm

https://laesquinadeltriskel.blogspot.com

https://demenciatemporalkmm.blogspot.com

 

 

KÍNDER

Klenya Morales de Bárcena ©

 

Recuerdo que Jazmín vivía casi frente a la escuela. Su padre tenía un taller de ebanistería especializada en... féretros. Nos hicimos mejores amigas nada más mirarnos. Reconocimos un pedacito de una en la otra. Son las cosas mágicas que suceden entre los niños. Camisas blancas, faldas azules bailando contra la brisa y delantales rojos con nuestros nombres bordados con primor del de antes. Quizás hasta nos parecíamos un poco. Teníamos por delante una vida para jugar. Salíamos juntas al recreo, leíamos a la misma velocidad, nos asustaba la profesora de la biblioteca, corríamos hacia el kiosco a la misma velocidad, ganábamos las mismas notas. Éramos un alma dividida en dos cuerpos. Dos corazones que bombeaban al mismo ritmo.

Mis papás me dejaban pasar por casa de Jazmín un par de horas algunas tardes y nosotras aprovechábamos para jugar entre el aserrín y las piezas de madera que sobraban de los recortes y talla de los ataúdes. El negocio iba bien porque eran otros tiempos. A la gente no la cremaban, sino que se les velaba por una noche entre rosarios y lágrimas y luego se celebraba la sentida misa de cuerpo presente. Las cosas han cambiado y no estoy muy segura de adónde van aquellas lágrimas que antes se derramaban frente al muerto.

Yasmín y yo armábamos pueblos de tuquitos de madera, los usábamos como juegos de té y jugábamos a que el aserrín era nieve, como la de las cómicas.

Un buen día y cansada de nuestra simbiosis, la maestra nos cambió de mesa, y a Jazmín la colocó cerca de la puerta y la nombró en el COD (Cuerpo de Orden y Disciplina). La convirtió en una “sapa”. En una soplona glorificada. Yo me quedé en mi mesita con mi mochila verde y aunque en principio me aterrorizó la idea de estar separadas, luego de unos diez minutos de pánico, sentí como si me abrieran los ojos. Jamás me había percatado del resto de los niños. Fue entonces cuando Yamal me extendió su mano y me preguntó que si quería que fuéramos amigos. Dora me miraba a través de sus gruesos lentes de pasta carey y Luis Miguel prestaba una indivisible atención a la maestra.

Le sonreí con timidez al niño. Y pensé que nada impedía que pudiera tener otros amigos. Busqué a Jazmín con la mirada a través del salón pintado de celeste, como pidiéndole aprobación. Ella nos miraba y movió la cabeza de arriba a abajo con una sonrisa curiosa en su rostro.

En el recreo nos juntamos los tres y compartimos una soda de veinte centavos con los emparedados que nos habían empacado nuestras mamás. El de Yamal era de mantequilla de maní con mermelada de uva. El mío de jamón queso y mantequilla y el de Jazmín de huevo con tuna. Yamal y yo pensamos que nuestros sándwiches eran el perfecto complemento para el del otro, dejando a Jazmín disfrutar a solas de su emparedado. A ella pareció no importarle. Se lo comió mientras se quejaba de lo triste que era tener que apuntar en la lista de comportamiento al resto de los compañeros.

Y el primer recreo pasó en un suspiro. Y la primera semana vimos que nuestra nueva complicidad aumentó. Y estábamos felices.

Recuerdo claramente como un día se me quedó mi borrador (de queso, sí así le llamábamos a los borradores buenos) en casa, y la maestra nos pidió hacer un pareo entre unos patos y unas canastas o unos huevos. Yo me equivoqué en una de las líneas y ningún compañerito de la mesa me quiso ayudar. Yamal tampoco tenía con que ayudarme a borrar. Fue allí cuando se le ocurrió la idea de que borráramos la línea errónea poniendo saliva en mi dedo índice y frotándolo contra el papel. Sólo puedo decir que el hueco que hice me valió que la maestra me pusiera una “X” del tamaño de la página. Por un momento temí que me fuera a colocar una igual en el boletín. Decidí no hablarle a Yamal por un día entero. Esperaba que eso lo ayudaría a reflexionar sobre su recomendación y a no andar inventando.

Así pasaban los días entre peripecias escolares y tareas. Intrigas en los recreos, notas y planas. Éramos un trío inseparable.

Una tarde de aquellas que no es de verano ni de invierno, quedamos en vernos para jugar en casa de Jazmín. Luego de la pega, el pez congelado y el un, dos, tres, pan y queso, llegó el plato fuerte, las escondidas. Y a Yamal le tocó contar mientras Jazmín y yo nos ocultábamos en los lugares más ingeniosos. El témbol era el gran árbol de mango que había entre la casa de Jazmín, el taller de su papá y la casa de su abuelita, de manera que había en aquel pequeño complejo, mucho espacio para esconderse. Usualmente nos escondíamos juntas, pero esa tarde quise intentar algo diferente. Yamal empezó a contar en voz alta. Uno, dos, tres... once, doce, trece. Jazmín se ocultó entre unas matas de papo, pero yo estaba segura de que allí la encontrarían. Veinticinco, veintiséis, veintisiete...treinta y tres, treinta y cuatro, treinta y cinco. Empecé a desesperarme porque no encontraba el escondite ideal. Cincuenta y nueve, sesenta, sesenta y uno. Cada vez subía más la voz de Yamal, quien no se saltaba ni un número. Cuando iba por noventa se me ocurrió aquella idea. No lo dudé ni por un segundo y salí corriendo, convencida de que sería el mejor escondite...

Allí estaba. Era pequeño, blanco con dorado y estaba cubierto de polvo. Era perfecto para mí. Estaba segura que siendo lo miedoso que era, Yamal jamás me encontraría.

Y Dios sabe que me buscó. Me buscó por el resto de la tarde. Tanto tiempo me buscó, que Yasmín se unió a la búsqueda. Ante un triunfo tan total, pensé en hacerlos esperar un poquito más, para que reconocieran que yo era la campeona indiscutible de las escondidas a nivel mundial. De repente sentí una pesadez, y como adentro estaba muy suavecito, supongo que me dormí.

Solo pudimos dar con ella al día siguiente. Parecía que dormía. Podría decirse que hasta sonreía. Seguimos con nuestras vidas. Crecimos mientras ella siguió siendo una niña pequeña. En donde esté, aún tiene cinco años. Nunca volvimos a jugar a las escondidas. Aún tiemblo cuando veo un ataúd. En especial uno pequeñito como aquel en el que Katy se escondió. Y cada vez que me toca contar, por cualquier razón, me salto el número 100. No sea que se vaya a despertar y se asuste por estar solita. O se ponga a llorar porque la encontré.

 

 

MIQUEL RICART PALAU

Nació en Barcelona (Catalunya), España) en 1946. Se licenció en Derecho en la Universidad de dicha ciudad. Reside en Sant Julià del Llor-Bonmatí. Es ahora escritor por afición.

Administra una página web y un canal de youtube, cuyos enlaces se encuentran al pie.

Ha predominado en su escritura la sensibilidad y los recuerdos (en literatura) y el desconcierto existencial (respecto al ensayo). No ha pretendido al escribir sino expresar sentimientos e ideas sobre lo que lo rodea. Y no ha dicho sino lo que para él es cierto. Así como otros escritores se basan en especial en la erudición, él lo ha hecho en la imaginación. De aquí las pocas referencias personales y textuales de sus dos libros, que de paso dice que son dos: Ante la manifestación de la existencia y Escritos literarios y filosóficos (ambos están en su web, en versión pdf).

En curso está el tercero: La devastación, del que lleva ya veinte escritos. Pero no sabe hasta dónde podrá llegar, porque ya dijo Blas de Otero que escribir es “viento fugitivo”.

Participó como ponente en el XII Congreso Internacional de Ontología de San Sebastián. Pese a estudiar la ontología a la materia, y estar muy de actualidad la mecánica cuántica, habló entonces sobre la corporeidad del ser humano. Es lo que más le preocupa e intriga. Es humanista, agnóstico, progresista y escéptico. Y existencialista y nihilista (por materialista).

ricartpalau@mail.com

https://miquelricart.net

https://www.youtube.com/c/MiquelRicartPalau

 

 

De: Ante la manifestación de la existencia

Prosa

Miquel Ricart Palau ©

(https://miquelricart.net)

 

1. Señales Premonitorias

 

En aquel entonces el silencio era casi absoluto. El tiempo transcurría a mi favor, y yo navegaba indolente por sus aguas. Después, a partir de un día —el día prodigioso— no dejé de pensar en la posible existencia de una imagen duplicada. Ahora, mientras intento alejarme con calma de un mundo que de espanto aúlla, palpo mi cuerpo y lo siento arder. Qué extraño. Con lo frío que está el mundo. No sé de qué manera pueden haber surgido las telúricas fuentes de calor que en mí han hallado cauce.

Como un héroe trágico hinco en tierra mi rodilla; por todas partes veo ondear señales premonitorias. Hay unos héroes que son míticos, mágicos, fabulosos... inexistentes al cabo; pero hay otros héroes, éstos sí reales, que son aquellos que intuyen su futuro, olvidan parte de su pasado y luchan contra la adversidad sin volver hacia atrás su rostro despavorido.

Todo eso es cierto, y mucho más. Y heme aquí, pese a todo, incorporándome de nuevo para hacer frente, desde mi cuerpo ligeramente cálido, a las heladas ráfagas del desespero.

 

 

De: Ante la manifestación de la existencia

Ensayo

 

289. Una aproximación a la relación entre imagen y pensamiento en los Escritos de Giacometti *

Yo no conocía los Escritos de Giacometti hasta que leí el libro de Matti Megged Diálogo en el vacío y otros escritos de la editorial Machado Grupo de Distribución, S.L. 2009. Que Giacometti fue un gran escultor se comprueba observando esculturas tales como “El Carro”, “Hombre paseando”, “Gato”, “Busto de Diego”, entre otras.

Además de artista, Giacometti fue un gran intelectual, un profundo pensador. Ahora que he leído sus Escritos, he creído que sería muy interesante elegir de entre todos sus pensamientos aquellos que a mi juicio son más atractivos, más densos en sus conceptos.

Me he permitido insertar unos comentarios y anotaciones a tan espléndidos textos. Giacometti tenía para mí una característica fundamental como pensador: una visión crítica de la realidad, una visión profunda. Estas que incluyo a continuación son partes de sus escritos (las que van en cursiva) a las que siguen mis comentarios.

 

1. “Doy vueltas en el vacío y miro el espacio”.

El vacío al que se refiere nuestro autor debe entenderse probablemente más como un “vacío intelectual o creativo” que como un “vacío físico”. Sin embargo, ambas posibilidades son asumibles.

En cuanto al espacio, quizá se refiera al espacio infinito.

 

2. “Sólo puedo hablar indirectamente de mis esculturas y decir parcialmente qué las ha motivado”.

Ciertamente, cualquier autor sólo puede opinar de forma indirecta de sus obras y de la calidad de las mismas, para evitar criterios subjetivos de valoración, tan fácilmente erróneos. Al autor le corresponde únicamente realizar la obra y que la misma supere su propia autocrítica. A partir de este momento sólo puede aportar criterios no referidos al propio valor de la misma.

 

3. “El único elemento permanente y positivo en Callot es el vacío, el gran vacío abierto en el que sus personajes gesticulan, se exterminan y se anulan”.

El vacío al que vuelve a aludir Giacometti quizá sea también aquel relacionado con la angustia que produce la nada existencial.

 

4. “Esto me llevaría a hablar de la dimensión de las cabezas, de la dimensión de los objetos, de las relaciones y las diferencias entre objetos y seres vivos”.

La conceptualización de la forma de las obras por sus autores es subjetiva en su mayor parte y pertenece a la intimidad del artista o autor. Y en consecuencia depende de factores emocionales impredecibles. ¿Cuáles serían, según Giacometti, las diferencias entre los objetos y los seres vivos?

Infiero que tales diferencias tendrían que ser la capacidad de pensar y de sentir exclusivas de los seres vivos.

 

Alberto Giacometti

5. “Las cabezas y las figuras me parecían reales si eran minúsculas”.

Se trata de la “percepción” que tiene Giacometti de las figuras.

A la percepción concreta de una visión (sea superficial o volumétrica) se suman conocimientos no-concretos y percepciones anteriores. Es el momento en que la forma “es ella misma para nosotros mismos”.

 

6. “...pero ahora no sé exactamente en qué punto me encuentro”.

Ello probablemente porque nuestro autor debía carecer —al menos cuando concibió la frase anterior— de puntos específicos de referencia. En realidad, la falta de puntos de referencia es una carencia tanto en el ámbito del pensamiento y del arte como en la mayoría de los procesos que tienen por objeto los valores, carencia que se vuelve más importante cuanto mayor es la trascendencia del aspecto a tratar.

 

7. “Ciertamente, practico la pintura y la escultura, y esto desde siempre, desde la primera vez que dibujé y pinté, para morder la realidad, para defenderme, para alimentarme, para crecer; crecer para defenderme mejor, para atacar mejor, para agarrarme con uñas y dientes...”

Señala en este maravilloso párrafo el escultor suizo sus convicciones más profundas, las cuales constituyen el andamiaje de la fuerza de su voluntad, voluntad que se manifiesta ante un mundo adverso, y también en su lucha vital por sobrevivir, en su deseo de querer seguir adelante, en su intento de superar tantos obstáculos que a menudo parecen imposibles de ser superados...

 

8. “Fuera ya del tiempo, él (Braque) se sitúa en el espacio”.

La no temporalidad implicaría una situación determinada del artista, o de su obra, o quizá de ambos, en el espacio. Asigna Giacometti al espacio el carácter de atemporal, parece ser el lugar de la no-temporalidad y, por tanto, en cierto sentido, un lugar de libertad. Eliminar el tiempo significa eliminar sus condicionantes, las limitaciones que éste implica en cualquier ser humano, incluyendo por tanto a los artistas.

 

9. “Me pregunta usted cuáles son mis intenciones en relación con la imaginería humana. No sé bien cómo responder a su pregunta”.

Y añade que el arte ha sido su medio para comprender su propia visión del mundo exterior.

La sensibilidad de Giacometti se hace patente en la diferencia entre el mundo exterior y el mundo interior, en su personalidad más íntima. Es una capacidad de análisis, de separación que va asociada con aquella voluntad de defensa y de autoprotección antes citada...

 

10. “Si lo veo todo gris, y en ese gris la multitud de colores que siento y que querría expresar, ¿por qué utilizar entonces otro color?”

Se trata aquí de establecer una identificación entre una parte de la forma (el color) y una parte del pensamiento (el sentimiento) del artista. El gris, por otra parte, es un color con un gran significado emotivo y expresivo. Es asimismo el color de la aceptación.

 

11. “Me parecía absurdo correr tras una cosa (la representación de la realidad) que estaba llamada al fracaso desde el principio”.

Y más adelante: “Los artistas modernos... quieren poseer la sensación que tienen de la realidad más que la realidad misma”.

A mi modo de ver, la “representación de la realidad” tiene, en los verdaderos artistas, no poco de interpretación, de expresión del sentimiento y de la manera de ver esa propia realidad. No se trata únicamente de formas y colores, de un proceso mimético de reproducción de lo que se ve.

Se trata de añadir a la obra artística una parte de la propia sensibilidad del autor. La realidad, inicialmente objetiva, se subjetiviza parcialmente por la habilidad del artista.

 

12. “Sí, el arte me interesa mucho, pero la verdad me interesa infinitamente más...”

La verdad objetiva es la coincidencia de la expresión con lo que se quiere expresar, con lo expresado. Puesto que el arte es representación, existe una diferencia esencial entre éste y la verdad.

Pese a ser cosas diferentes (arte y verdad) pueden relacionarse. Otra cosa es que el arte sea “auténtico” es decir que exprese la voluntad y el sentimiento del artista. No sé si es así como pensaba Giacometti al respecto. Podría muy bien ser que Giacometti quisiera mencionar, en este punto y de forma explícita, el valor supremo de la verdad.

 

13. “Lo único que podríamos poseer es la apariencia”.

La apariencia tiene relación con la percepción. Es aquello que percibimos en primer lugar.

¿Percibimos sólo la apariencia? ¿Qué hay, si no, detrás de la apariencia? Según el Diccionario de la lengua española, la apariencia es “el aspecto exterior de una persona o cosa”. ¿No hay en realidad nada más? Yo creo que sí; detrás de la apariencia tiene que haber, como mínimo, la estructura oculta del objeto de la definición

 

* Escritos, Alberto Giacometti (Editorial Síntesis, S.A., 2009).

 

 

De: Ante la manifestación de la existencia

Poesía

 

26. Sí claro, los ríos bajaban llenos de sangre.

Abierto en canal, en dos mitades latentes,

me desangraba a chorros

mientras mi sangre, a mi sudor unida,

formaba una sustancia nueva que provenía del amor.

Al mirarme las manos, y verlas también llenas de sangre,

por entre mis músculos busqué mis vísceras,

y las encontré desangradas por tu amor renacido.

Para conseguir humedad

me quedé quieto, ya no muy lúcido,

y las partes más desconocidas de mi cuerpo, a mi ruego,

segregaban linfa y líquidos amarantos.

Sí claro, la noche escondía

el color rojo de la sangre;

pero yo no podía ya desangrarme más,

porque mis manos ya dudaban,

porque todo se enturbiaba,

porque me faltaba tu presencia,

porque al no estar tú

para que quería yo la sangre,

sino era para multiplicarte, para revivirte,

para acrecentar en ti mi recuerdo,

para estar ahí, a tu lado, junto a ti,

terreno de secano bajo tus ojos.

 

 

PAOLA ANDREA RINETTI

Nació en Necochea (Provincia de Buenos Aires), Argentina, el 3 de agosto de 1987. Es realizadora integral en artes audiovisuales, escritora, guionista y productora. En 2013 publicó su primer libro de relatos breves Cenital y otros cuentos, además de haber obtenido hasta la fecha varias publicaciones, menciones y premios en diversos concursos literarios a nivel nacional e internacional. Actualmente vive en la ciudad de Buenos Aires, estudia periodismo y se encuentra trabajando en la publicación de su segundo libro.

pao_rbebomio@hotmail.com

 

 

DOS

Paola Rinetti ©

 

Se quitó con sumo cuidado los tapones de goma que cubrían sus oídos y, aún sin abrir los ojos, comenzó a despojarse de las numerosas y pesadas frazadas y acolchados que la envolvían.

Los tres buzos que llevaba puesto no fueron suficientes para mitigar el choque helado que su cuerpo sintió en cuando se puso de pie sobre el helado parqué. Dejó los tapones de goma en la mesita de luz y rápidamente se colocó varias capas más de ropa, ropa que se encontraba apilada desordenadamente sobre una silla junto a la cama matrimonial.

Su respiración formaba nubecitas blancas en el ambiente. Tenía la nariz roja y los ojos llorosos.

         Un hilo de luz se colaba por entre los tablones de madera que tapeaban las ventanas de aquella habitación. Miró su reloj y, mientras leía las agujas que marcaban las 10:07 a.m., abandonó el cuarto luego de colocarse un par de borceguíes de cuero que apenas pudieron entrar por la presión que ejercían los numerosos pares de medias.

El comedor se hallaba en orden y en silencio. Se aproximó a una de las ventanas del frente, también tapeadas, y observó a través de una pequeña rendija. Todo se hallaba en orden; tan solo el vecino retirando con un palo y a través de la reja de su vivienda, un cadáver que yacía rígido y afirmado a uno de los hierros.

Recogió de la mesada un colador de tela y dos tazas cachadas y sin mango y se dirigió hacia el patio trasero. Abrió la puerta y se encontró con él removiendo la tierra de varias macetas que contenían verduras. Sus ojos se cruzaron y sonrieron sutilmente. Hacia un lado, una pila de leños encendidos calentaba agua en una olla, rodeada de pequeños platos de vidrio que contenían hebras de té húmedas.

Los rayos solares la inundaron. Sintió que su cuerpo se energizaba. El cielo estaba despejado, sin nubes, y casi que le pareció oír el canturreo de algún pajarito.

Se sentó junto al fuego y removió los platitos con hebras para que estas se secaran con mayor rapidez. Sus ojos se dirigieron al suelo y se encontraron con las sombras de los fornidos alambres de púas que se proyectaban desde lo alto, aquellos que unían y cerraban los altos y cementados muros de aquel patio; aquellos que habían terminado de colocar la tarde anterior.

Eligió un plato, colocó las hebras en el colador y, ubicando debajo las tazas, les vertió el agua hirviendo. Dejó ambos tés reposando y procedió a colaborar con las tareas de jardinería.

El patio estaba desprovisto de vegetación, a excepción de las macetas que contenían las verduras. El terreno, llano y agrietado, tan solo presentaba resecados vestigios de lo que alguna vez habían sido plantas y flores.

—Uno debería salir hoy… —dijo él acomodando las macetas al sol.

—No, hoy no… —dijo ella mirando al suelo.

—Tal vez mañana… —finalizó él.

Ella guardó silencio. Habían tenido esa misma conversación el día anterior; y el anterior, y el anterior también.

Cortaron las verduras maduras y las depositaron en el interior de la olla que hervía en el fuego. Luego se sentaron a tomar el té en silencio.

Por momentos se oían breves sonidos, algunos distantes, otros no tanto; el motor de algún automóvil que intentaba ser encendido, gritos, discusiones, alguna que otra risa, pedidos de auxilio, disparos. Ninguno se sobresaltaba; ninguno preguntaba ni hacía comentarios al respecto. Esos sonidos humanos se habían convertido en la música de fondo diaria.

Allí permanecieron sentados, aferrados a su taza, silenciosos. Observaban el crepitar del fuego, los leños consumirse y quebrarse, las verduras bailoteando y agitándose en el agua hervida; las herramientas de jardinera sobre la tierra, las hojas bamboleando con el viento, las pequeñas verduras que apenas nacían. El té negro de sus tazas, alguna que otra hebra que había sobrevivido al colador y flotaba en la superficie, las manos resecas y cortadas, las uñas sucias y quebradas.

         El frío se volvió intenso, y luego insoportable.

Apagaron el fuego e ingresaron a la casa. Colocaron todas las macetas en el centro del comedor y las cubrieron con una lona, como hacían todas las noches. Cerraron la puerta de acceso al patio con candados y, además, colocaron delante un antiguo modular que bloqueaba completamente la entrada.

Se sentaron en el suelo, encendieron una vela y comieron las verduras hervidas, también en silencio, sin mirarse. La temperatura seguía descendiendo. Hacía varias horas que había oscurecido. Sus cuerpos comenzaron a tiritar.

Finalizada la escueta cena, apagaron la vela y se dirigieron al dormitorio.

Ella se quitó algunas capas de ropa y las depositó sobre la silla. Él se giró para no verla desvestirse e incomodarla, y luego se introdujo bajo la henchida pila de acolchados. A continuación, fue ella quien se perdió debajo de tanto abrigo y se recostó boca arriba, con el rostro acariciado por la seda. Ella se aproximó un poco más al borde, él la imitó. No llegaban a tocarse, ni siquiera a rozarse; pero estaban un poquito más cerca que la noche anterior, y muchísimo más que la primera.

Ella cerró los ojos. Aún faltaban varias horas. Ella dormiría hasta tarde, él madrugaría y trabajaría en la huerta luego de haber hecho el fuego para calentar agua. Ella prepararía el té y lo ayudaría con las tareas. Tal vez uno debiera salir, tal vez no. Cenarían austeramente y tal vez conversarían, tal vez no.

         Así habían transcurridos diariamente las 5 horas diurnas, aquellas que antes habían sido 6, y antes 7, y antes 8, aquellas que pronto serian 4, y 3, y 2, hasta que el sol finalmente terminara de morir arrastrando consigo lo poco que quedaba.

         Sacudió la cabeza para despejarla de malos pensamientos. Estiró sus manos y recogió de la mesita de luz los tapones para sus oídos, aquellos que llevó rápidamente a sus orejas; aquellos que la aislaban del mundo; aquellos que impedían que escuchara los alaridos y súplicas de quienes no habían podido encontrar resguardo para la despiadada noche, eterna, helada; seres desconocidos, o no tanto, que amanecerían rígidos y congelados, aferrados a los frentes de las casas, anticipando el implacable e inevitable destino de la humanidad.

 

 

ÁLVARO BOZINSKY

Escritor uruguayo de cuentos, relatos y obras experimentales. Debe su formación a clásicos como Kafka, Quiroga, Borges, Cortázar, Poe, Potocki, etc.

Principalmente trabaja la ficción fantástica. Sus creaciones están cargadas de imaginación, y su estilo suele ser esmerado y con toques de lirismo.

Las siguientes obras se encuentran en internet (Freeditorial, Neocities, etc.) con licencia Creative Commons: Vacaciones eternas (2019), Johnny ha vuelto (2019), Racimo de Artemio (2020), Cuentos normales, raros y absurdos (2021), Obras del escurridizo chivo blanco (2022), Botero (2023), Detrás de las fotos (2024), Descansador (2024).

ajbozinsky@hotmail.com

 

 

CHUPACORRIENTES

Álvaro Bozinsky ©

 

En las casas antiguas, los contadores de corriente eléctrica estaban instalados dentro del hogar. Esto daba lugar a que ocurrieran diversos tipos de irregularidades, que más tarde se evitaron recurriendo a la instalación exterior. Si se observa bien, este caso resultará feliz, debido a tan singular detalle… Aunque debiera corregirme, porque en realidad se trata de un triste feliz final.

Edberto escuchaba su radio transistorizada, ubicada sobre la mesa de trabajo que había pertenecido a su abuelo, quien en vida fuera de profesión sastre y de vocación poca para el trabajo, heredada con plenitud por Edberto, junto a un par de tijeras de excelente metal, géneros e hilos de muy buena calidad, libros de caja con manchas de hongo, una docena de revistas de sexología, herramientas de madera cuyo uso desconocía, varias antiguallas, y la radio que, en ese instante y sin su funda de cuero, transmitía en amplitud modulada información de primer momento.

Ora la voz gangosa de una asmática, ora la voz medio atiplada y medio falsete de un mequetrefe, alertaban sobre las enigmáticas muertes por electrocución, que hacía dos semanas se incrementaban, dejando sin respuestas a la policía y a los técnicos de la compañía eléctrica.

—Raro —dijo Edberto—. Pero más raro son los niños con cola.

Cambió las orientaciones vertical y horizontal de la revista de sexología, para que el reflejo de luz de la lámpara sobre su cabeza, le permitiera ver con claridad la fotografía de un niño con cola.

—¡Joder! —exclamó perplejo—. ¡Qué incómodo ha de ser vivir contento!

Por preferir mirar láminas y omitir textos, y por preferir la imaginación al rigor científico, Edberto forjaría extrañas fantasías cuyas semillas se encontraban en las revistas de sexología, que germinarían en fecunda y desordenada mente, acompañándolo durante su vida.

Poco adepto al fútbol, apagó la radio ante la transmisión en directo de un partido local, y se dedicó a perder el tiempo hurgando en los cajones del noble mostrador, riéndose de la desgracia de tener cola, tratando de encontrar algún valor a las antiguallas y a los útiles de sastrería.

Hasta mediodía, se entretuvo dibujando entre las hojas en blanco de los cuadernos de caja, hasta que se aburrió por completo de recrear escenas bucólicas de gente con cola. Esperando a que su abuela terminase de preparar el almuerzo, rellenó con colores los diminutos rectángulos donde antiguamente los auxiliares contables anotaban números, y creyó descubrir una nueva técnica pictórica similar al puntillismo, que por estar relacionada con lo contable y la apatía, abruptamente bautizó con el nombre de “contaduría”.

La abuela estaba harta de él. El día anterior le había amenazado con dejarlo sin comer si no conseguía un trabajo, por lo que, siendo mujer de palabra y superviviente a tiempos hostiles, contestó con cacerolazos a sus súplicas de almuerzo.

Edberto se atrincheró definitivamente en la pieza del sastre. Como trabajar tiene mucho que ver con la injusticia y la tortura, que son espantosidades del mundo, descartó de plano los consejos de la pérfida abuela, pero, sin embargo, se obligó a sí mismo, por primera vez en su vida, a intentar pensar productivamente, de modo que, aunque no tuviera la menor idea de cómo hacerlo, al menos por cansancio, surgiera una idea que le permitiera ganarse la vida.

Aunque el intento fue serio, el propio pensador se dio cuenta que, por más esfuerzos que hiciera, su mente juguetona, demorada en el espacio de la niñez y la adolescencia, llevaba el curso de la lucha hacia lúdicos terrenos y, entonces, por ejemplo, si se le ocurría vender una regla de madera, pronto se veía como un espadachín en medio de violento combate; si el torso de un maniquí pudiera trasladarse a la casa de remates más cercana, se convertía en un reo atravesando el patíbulo resignándose a la decapitación; si la noble tijera podía pasarse a billetes, pronto era el crucifijo que aterraba a una legión de demonios saliendo de la puerta del sótano…

Por fin, de tanto desarrollar ideas, cayó rendido en una butaca, asiento predilecto donde en vida, su abuelo había pasado interminables horas leyendo libros y revistas, en vez de cortar y coser géneros. El sueño le cerró los ojos, y lo hundió más y más en sí mismo, hasta replegarlo de tal modo, que todo fue oscuridad y silencio…

…Una chicharra pasó zumbando… Murmullos y ecos… Destellos… ¡Chasquidos! Voces cascadas que se distorsionaban hasta parecer gruñidos de fieras… ¡Un claro grito de horror!

Fue como el estruendo de una bomba, lo que hizo a Edberto despertarse con la bendición de saber qué hacer. Así como la concentración y el sueño revelan grandes verdades a los genios, a este mortal se le ocurrió que lo mejor sería vender todo de a poco, y, para ponerse manos a la obra determinó que lo primero sería el espejo de tres hojas que tenía enfrente, donde antaño los clientes se podían observar satisfechos o disgustados de pies a cabeza antes de

¡Pero nada de esto importa!

Reflejado en el espejo, lo vio. Prendido en un rincón donde techo y paredes convergían, chupaba afanosamente la caja de fusibles. La cabeza parecía una enorme muela, con dos ojitos negros por caries, nariz chata de boxeador, tres bornes de cobre dispuestos en línea acaso dientes o enchufe. Era albino, escuálido, los bracitos parecían patas peludas de una araña, que quedaban descubiertos por la camisa de manga corta del uniforme de la compañía eléctrica. Una cola larga, viboresca, salía del pantalón. El espantoso ser, andaba descalzo.

Al verse sorprendido, el chupacorrientes lanzó un rayo desde la punta de sus dedos, e hizo saltar astillas a dos centímetros de los pies de Edberto, y, al ver que éste no atinaba a adivinar de qué se trataba todo aquello, aprovechó para saltarle encima y escupirle un chorro de electrones en los ojos.

Medio enceguecido, pero sirviéndose del peso de su barriga, Edberto giró sobre sí mismo y puso debajo al atacante, impartiéndole manotazos para desprenderse de él. Una vez que a duras penas lo consiguió, sin dejar de llevarse unos buenos sacudones eléctricos de alto voltaje, corrió hasta la puerta con la intención de huir… Al abrirla, cayó la abuela sobre él, completamente convertida en chamusquina.

¡Puaj!

Siempre había detestado a aquella anciana malhumorada, con la mano pronta a extenderla para surtirle de sopapos, o a cerrarla para coscorrones, mas aquel pedazo de asado pasado de brasas, hizo que olvidara cuantas veces le había deseado la muerte, y sintió un poco de lástima, porque por lo general, cuando uno desea la muerte a alguien, es simplemente para que desaparezca de su vida, pero no para que se abalance de forma tan desagradable y antinatural.

Poco tiempo tuvo para pensar o sentir algo por la vieja maldita, porque el chupacorrientes ya se había incorporado, y le estaba rascando la espalda con diez rayos azules salidos de las puntas de sus uñas… Y digo bien “rascando”, porque en otro individuo aquello hubiera bastado para abrirle los trapecios, romboides y dorsales, mas en Edberto, el ataque surtió el efecto de quien ama a su cerdo favorito, y le prodiga los mimos que traen a colación el viejo dicho sobre la culpa. En vez de dolor o abatimiento, sintió, quizás por primera vez en su vida, o por lo menos en muchos años, que la pereza y la modorra patológica eran reemplazadas por un nuevo estado de exaltación… A cada choque de electrones, en vez de doblarse como quien recibe la picana por oponerse al sistema político, le parecía que acercaba su nariz a un vaso recién servido de refresco efervescente; cuando el arco de una soldadura emanaba de la boca del chupacorrientes para chocar con su testa, mayor lucidez mental adquiría; si los ojos parecían focos capaces de iluminar un estadio y de cegar a un hombre, Edberto adquiría la visión del campeón mundial de arquería… Entonces, la inmunda bestia se replegó sobre sí misma, se produjo un chisperío descomunal en todos los puntos de la habitación, y de lo que sería su ombligo salió una columna de luz que impactó de lleno en la frente del revitalizado somnoliento.

¡Zas!

El chupacorrientes, dragón que mató San Jorge, cayó exhausto en pantalón y camisa a los pies de Edberto coronado por dorada aureola. Calzado con su botín entre viejo y eterno, apoyó el pie sobre la cabeza del vencido, consiguiendo una pose que rivalizaría con cualquier estampita de las que se venden en los ómnibus. En vez de atravesarlo con las tijeras a guisa de lanza, lo ató de pies y manos valiéndose de un borbollón de retazos.

¡Fenomenal!

Así como la pereza no había tardado en disiparse, tampoco las dudas lo hicieron respecto a aquella situación, pues cuerpo y mente se establecen en férrea unión, y a una voluntad colosal corresponde gran claridad de inteligencia, o al menos aquí no hubo una de las tantas excepciones a la regla. Casualmente, Edberto realizó el hallazgo más importante de su vida, y por partida doble: se le había aparecido un ser extrahumano, capaz de acumular enormes cantidades de energía eléctrica, y, a su vez, lanzarla en forma de terribles rayos cuando le viniera en gana, sobre todo, cuando consistía en matar personas; había descubierto que la electricidad no le perjudicaba al recibirla directamente, antes bien, le prodigaba una apetecible y reconfortante sensación, como el artista inspirado o el comerciante visionario que se deja caer en un sillón con un vaso de buen whisky, y, entre sorbo y sorbo, las perspectivas de sus proyectos se hacen más claras y profundas, redituándole a posteriori, mayor fama o dinero. En cuanto a la abuela, estaba muerta. La pobre vieja yacía en la pieza contigua, encogida, chamuscada, desgranada y profusamente humeante, como algo que se dejó olvidado en el horno y recién se atina a abrir la puerta. Que cada cual tenga lo que se merezca… No se podía pedir mayor perfección.

¿Y ahora qué?

Dos ideas se sumaron, acudiendo solícitas desde su memoria. Lo visto en una vieja serie policial de televisión, y el radiograbador que su abuela le había regalado en un cumpleaños, para quitárselo después... Acaso, como el Señor, bendita fuera por tal acción. Fue hasta el dormitorio de la quemada difunta, tomó el radiograbador de la mesa de luz y un cassette virgen del cajón, además de una lámpara ajustada al respaldo de la cama, agradeciendo que en vida, la anciana fuera adicta a grabar los ruidos que los fantasmas producen por la noche.

Volvió a la carrera hasta el taller del sastre. Con pocos aprontes, logró ubicar al chupacorrientes de tal manera que la luz le diera en plena cara, y, apretando las teclas “record” y “play”, le tomó confesión después de reanimarlo a bofetadas.

¿Para qué escuchar la monótona voz del narrador, si la cinta, aunque bastante deteriorada, no deja mentir a otro que no sea el propio involucrado?

 

***

 

///—No#, no… P%or favor… Ya está #bien… &Hablaré…*** Esto empezó *** cuando conseg$uí e=mpleo= en la compañí+a de electricida$d*** Entré gracias a *** Mi tare%a consistía en t#omar el consum+o d+esde los medidore///s... *** Yo no tení=a idea de quién era, hasta& que +un des$cuido de+++venido en# accidente, me h$i=zo ver…+ **** Oh… *** Fue un cabl++++e pelado haciendo*** contacto con la c%aja metálica+… #*** Sentí un $fuerte sacudón, pero lueg=o, contrariamente a lo que a todo el mundo le sucedería, experimenté #un*** leve bienest$++ar*** Extrañado *** No $quise permanecer en la ***duda, así que volví a acariciar *** &el= cable p#elado un par de veces má=s, retribuyé%vndom=e con un placer mágico. Yo era dis***tinto a todos. Ya desde niño#,+ sabía que +el destino me t$%enía reservado un plan especial. Mi nombre+$ no sería +borrado de la historia como en el c#aso de ***la ma=yoría de+ los +mo+rtales. %Pero l***a& vulgaridad de lo cotid***iano, que arrasa, =que destruye cualqu#ier prominencia intele$ctual, que achata la/// i+nteligencia +de los se***lectos hasta convertirla en la misma %m=iseria d+el res+to. El hacinamiento en una sociedad de objetivos triviales. #+La ene+rgía del& universo se bloquea$. La& sa#biduría de Dios no $***es abs+oluta. No= existe tal cosa. No hay armonía en el universo. = Lo elevado +cae al prec%ipicio para encontrase con el p***an de todos los días En fin, per+dí po#r compl=eto aquella firme co=nvicción. Que #por qué no me dedi+qué a tomar mi alimento y vivir tranquilame$nte s&in molest=ar a nadie. +Ust$ed no entie**=*nde nada de nada. Comprendería d***e inmedia+++to +si conociera cada una de# las crueles burlas a las que fui sometido cuando era niño. Cabeza/// de muela***, dientes de tornillo, patas de d#&=estorn+ill+ador, boca de pinza, cara de vampiro, todos se reían de mí, en tod$os*** lados, en la escuela, e$n% el barrio, # hasta en el t***rabajo, ya siend+o hombre, hablaban y se/// burlaban a mis es***paldas. Todo siempr=e fue a#sí. Odio a+l hombre. Odio a la raza humana. Si un deber te+ngo en la vida$, ade&más del poder ///que =me fue conf%erido, ha #de ser +++para ven*=+**garme y para hacer ju///sticia, para$ dejar el lugar a sere***s+ más evo=lucionados, +que #vendrán al planeta en cualquier mome%nto. +Per+o usted nada de e***sto $ente&#nderá jamás, a no ser que… Me pregunto…# aho***ra me pregunto si usted n#o será =uno de los nuestros. ++&

 

***

 

Edberto no pudo evitar el hallazgo de analogías con su propia vida, pues bastante sabía él de rechazos, burlas e incomprensiones, por eso, cuando el chupacorrientes, sacando el enchufe que guardaba bajo su lengua le rogó que lo acercara al tomacorriente más cercano para así poder comenzar a restablecerse, dudó por dos segundos si apiadarse o no de su capturado. Pasado ese tiempo, resolvió la incógnita con palabras que brotaron de lo más profundo de su alma:

—Alimaña barata con poderes eléctricos, tú has determinado tu innoble suerte, porque las decisiones criminales no siempre quedan exoneradas de la justicia de los hombres, donde pulula la iniquidad, donde jueces, abogados y políticos se dan la mano para absolver al verdadero culpable y condenar al inocente. Porque aquí estoy yo, observando las cosas desde arriba, como te estoy observando a ti. A más de un asesino miserable vi hacerse el agonizante para escapar de su merecido castigo, implorando por uno menor, pronto a volver al crimen en la primera oportunidad que dispusiera. Podrías haberme engañado, pero ahora mis ojos ven mucho más profundo que en el mero cascarón de lo que llamamos realidad. Tu alma es negra como todas las almas de los que hacen piruetas en el circo del poder. Has sido pérfido hasta en el último minuto de tu vida, queriéndome engañar… ¿O acaso crees que no me di cuenta que, mientras tratabas de envolverme con tu lastimero monólogo, te estirabas hacia la tijera a tu lado, para tomarla una vez que terminaras de desatarte con los filosos alicates de tus uñas, y hundírmela sin remilgos aunque yo por compasión te auxiliara?

Dicho esto, Edberto recogió con media brazada la tijera, y con otra media la hundió en el cráneo del chupacorrientes que, quebrándose como un huevo, dejó escapar bolitas de luz que rodaron por el piso, evaporándose al instante… Y se fue a dar aviso a la policía.

Bien dijimos que se trataba de una historia con un triste feliz final, porque si bien el chupacorrientes dejó de existir para el bien de la humanidad, o por lo menos de los consumidores de energía eléctrica, nadie creyó a Edberto su absurdo cuento, y fue acusado por el asesinato de su abuela y del pobre tomador de consumo. Sentenciado a treinta años de prisión, estará pasando un calvario mucho peor que el “cabeza de muela”, apelativo que será de los más delicados en recibir por parte de las gentuzas que allí moran. Pero así como el mismo Cristo, de haber vivido más, se hubiera dado cuenta del error que cometía al sacrificarse por una humanidad podrida y se habría aplicado en un proyecto de eliminación masiva, Edberto, apoyándose en sus electromagnéticos poderes, se escapará en cualquier momento de la cárcel, y, ahí sí, casi todos tendrán como mínimo, un triste final.

 

Nota: “Chupacorrientes” ha sido traducida al inglés por Isabel Montesanto.

 

 

FÉLIX ARMANDO QUIRÓS TEJEIRA

De raíces coclesanas, nació en la ciudad de Panamá el 21 de enero de 1959. Es escritor, ingeniero civil y docente universitario. Javeriano. Trabajó en la Universidad Tecnológica de Panamá, donde en 1984 obtuvo el título de licenciatura en ingeniería civil, con tendencia en Hidráulica y Sanitaria, y el Instituto de Acueductos y Alcantarillados Nacionales. Además, fue profesor y director de la Escuela de Ingeniería Civil en la Universidad Católica Santa María La Antigua hasta que se retiró en enero de 2024. En la USMA obtuvo la especialización en docencia universitaria. Fue becario de JICA en el curso de Manejo de Aguas Residuales Domésticas en Higashihiroshima, Hiroshima, Japón.

Ha sido miembro fundador del colectivo de escritores Umbral y editor de su revista, director del programa Foro Cultural en Radio Libre, miembro del Consejo Editorial del Suplemento Tragaluz que publicó el diario El Universal de Panamá y miembro del equipo responsable de la revista cultural Tragaluz Panamá digital. Actualmente se dedica exclusivamente a la actividad literaria.

Sus cuentos han aparecido en diversas revistas literarias, periódicos y antologías.

 

Libros de cuentos publicados: Continuidad de los juegos (INAC, 1991), Miel de luna (Editorial Universitaria, 1993), La ciudad calla (Universidad Tecnológica de Panamá, 1997), Ella pasa a mi lado (Foro/taller Sagitario Ediciones, 2022).

Tiene en preparación el libro La noche del corazón.

 

Distinciones literarias:

• Premio Nacional Signos de Joven Literatura Panameña, 1991, Sección Cuento. Mención de honor, por el libro Las parcas nenas del serpentario.

• Premio Nacional Signos de Joven Literatura Panameña, 1993, Sección Cuento. Mención de honor, por el libro Del otro lado de unos ojos cerrados.

Premio de Cuento Darío Herrera, 1993. Premio único por la colección A fuego limpio.

• Concurso Nacional de Cuento César A. Candanedo, 1994. Primera mención de honor, por el libro La ciudad calla.

• Concurso Nacional de Cuento César A. Candanedo, 1996. Accésit por el libro Soles de papel y Premio al Mejor Cuento Largo por Ella pasa a mi lado.

• Concurso Nacional de Cuento César A. Candanedo, 1997. Segunda mención de honor, por el libro Ritos Cotidianos.

faquite59@gmail.com

 

 

COMPUTADORA PERSONAL

Félix Armando Quirós Tejeira ©

 

Antes de que este ambiente malsano se posesionara de mi espíritu, solía jactarme de ser una eficiente funcionaria del ministerio y me sentía encaminada a lograr algo en mi carrera profesional. Estaba convencida de que nada podría interponerse entre el éxito y yo; pero el éxito es ajeno al ámbito de las oficinas públicas. En ellas, las personas se anquilosan, se anonadan, se mecanizan. Mi caso es el más claro ejemplo. Era optimista; pero el ministerio se encargó de destruir mis sueños. Era emprendedora; pero mis jefes se ingeniaron para aplastar mis iniciativas. Era segura; pero entre todos se arreglaron para llenarme de dudas.

Muchas veces hice cosas buenas, cosas que representaron beneficios inmediatos para la institución; pero nunca recibí una felicitación, ningún reconocimiento, ni siquiera un mínimo elogio. Simplemente cumplía con mi deber, no podía esperarse menos de mí, para eso me daban un salario. Las pocas veces que cometí algún error. ¡Mamá mía! Le falta dinamismo, señora, tiene que poner más atención en lo que hace, agradezca que no la mando botar. Frecuentemente, la insinuación. ¿Qué vas a hacer esta noche, mamacita? Se me ocurre un modo maravilloso de que compenses tu error. Mano atrevida. Bofetada. Trasladada a otra sección. De esa señora puedes esperar cualquier cosa. Disminuida como un guisante.

Ya no cometo errores. Los años me vencieron, mi sed de reconocimiento se convirtió en ansiedad, mis únicos aumentos fueron de trabajo y preocupaciones. Poco a poco me entregué a la rutina.

Llegué al ministerio siendo una jovencita recién graduada. Con un maletín lleno de sueños y planes concebidos durante arduas jornadas universitarias. Fue un gran esfuerzo de mis padres. Un gran esfuerzo que aproveché. No hice lo que algunas amigas que tuvieron que ser madres antes de que la vida las hubiese preparado para ello. Expuse mis ideas con claridad y convencimiento; pero mis jefes se ingeniaron para aplastar mis iniciativas. Fue un error demostrar mi inteligencia. Se asustaron y me marginaron. Se dieron cuenta de que tenía ambiciones y me incomunicaron. Mis compañeros me reclamaban porque si hacía tantas cosas, los iban a hacer trabajar más y me boicotearon...

Desde el principio, inquietó mi curiosidad la actitud de los demás funcionarios del ministerio, esa apatía generalizada, los cuerpos que se derramaban por las escaleras, como si fuese una cascada, a la hora de salida, la forma automática de atender clientes y mandarlos de un sitio para otro sin interesarse en resolverles sus problemas sino limitarse a cumplir normas y procedimientos; aunque debo reconocer que algunos servían como penitencia. Sin embargo, siempre los atendí. Era la única que me esforzaba hasta que el ministerio se encargó de destruir mis sueños...

Una mañana llegué a la oficina antes de lo acostumbrado y encendí la computadora personal. Metí mi clave para entrar al programa. ¡Oh! ¡Horror de los horrores! ¡Sangre que antes fuera mi sangre! Allí estaba ella. Sentada en mi silla, mi escritorio detrás. Con mi maletín y mi cartera. Sonriendo de un modo en que hace tiempo no lo hago. Tarareando una cancioncita con mi voz. Allí estaba ella haciendo mi trabajo. Con el mayor descaro del mundo llevaba puestos mi ropa, mis nuevos zapatos de cuero, mis medias de seda. No contenta con ello, la muy condenada había usado mi maquillaje, copiado mi peinado, estrenado mis pendientes. Tenía mi cara, mis manos, mis ojos. Mis aventuras vagaban por su piel y mis besos yacían en sus labios; pero no era yo. No podía ser yo. Jamás me habría puesto ese collar con esa lagartija plateada. No era yo. Era una impostora. Eso. Ella no era yo. Debí abofetearla; reclamarle mi ropa, mi puesto, mi vida; que me devolviera mis ansias, mis afectos, mis rencores; pero me había quedado atrapada dentro de esta máquina y no pude odiarla, los sentimientos me están vedados, mis circuitos no los reproducen.

Ahora que soy una computadora guardo esta fatal certidumbre. Y tengo que ver su rostro, que antes era mi rostro, todos los días. Hora tras hora tengo que verla, seguir sus instrucciones, soportar sus frustraciones porque sus jefes también se ingenian para aplastar sus iniciativas y refunfuña; pero hace su trabajo porque para eso le dan un salario. Termina y se marcha a mi casa a vivir mi vida, a atender a mis hijos, a recibir las caricias de mi esposo. No puedo decir cómo le va; aunque lo imagino.

Me quedo en esta oficina procesando cálculos y textos en este ministerio que se encargó de destruir mis sueños...

 

(Tomado de Miel de Luna, 1993)

 

 

LA CIUDAD CALLA

Félix Armando Quirós Tejeira ©

 

Elena recogió un sobre de veneno a plena tarde.

Nunca se sabe qué pasa con las alimañas en una ciudad que calla, sitiada por el hambre y los soldados. Todo llega de golpe, como una colección de fragmentos dispersos. Un automóvil cruza, una mujer sube, el reloj marca las ocho y diez, un plato de arroz con guandú y carne ropavieja, una copa de vino tinto, luz tenue, dos vasos de güisqui, las sábanas esperan, trastos en el fregador, un sobre con polvo blanco, las malditas cucarachas y Elena decidió vender su cuerpo en una noche fría.

La música de 4-40 entra por las ventanas —sabes que en este condenado edificio no hay privacidad—; entra y se enreda en el trapo mientras tratas de limpiar la mesa y tu pensamiento. En la mesa quedan restos de la cena y Elena decidió vender su vida. En tu pensamiento no hay camino de vuelta. Todavía resulta difícil crecer siendo una mujer con ambiciones profesionales. Estás harta de todo eso. El jefe volvió a ignorar tus méritos para un ascenso. Otro novio —ahora ex— quiso aprovecharse de ese viejo hábito tuyo llamado soledad para meterte en su cama. Nada es fácil; sólo este silencio que desearías romper a gritos. Será peor cuando vayas a tu cuarto; a tu cama solitaria. Ya está bueno de imágenes que llegan, desde el apartamento de atrás, por la ventana del comedor y se ligan a tus recuerdos. Sus ojos dejaba en cualquier vitrina. La mesa está casi limpia. Basta. Es hora de abandonar la ventana y buscar el primer sobre; seguir las instrucciones de Luisa. Ella tuvo el mismo problema y lo resolvió de esa forma. Deberá funcionar en un apartamento pequeño como el tuyo. Sólo así evitarás los acostumbrados reproches de tu madre —cuando venga en un par de semanas—. Si te va bien, escribe, Elena. Vamos, no te dejes vencer por la nostalgia.

Nada ganas con seguir pegada a la ventana —con el pretexto de limpiar la mesa— y refunfuñando. Estás cansada de que te presuman sus intimidades. No es tu problema —o no debería serlo— que la vecina de atrás aproveche que su marido —celoso y medio loco— está pasando barcos por el canal para pasar soldados por su cuarto. Te han hecho cómplice indiferente —¿hasta dónde? — de sus aspiraciones desesperadas. No les importan tus ojos para esparcir cocaína en hilos temerosos e inclinarse con narices atentas. Tienes la impresión de que quisieran involucrarte. Elena así empezó un juego del que nunca se saldría. Es tan cierto como tu nombre que regresa con la canción. Si por lo menos te dieran el aumento para cambiar esos vidrios demasiado claros o comprar unas persianas. No obstante, tu jefe está más interesado en otras cualidades que no piensas demostrarle. Igual que el gringo que está con la vecina. Mejor será que te pierdas o va a creer que te agrada observarlos y, como la otra noche, va a sugerirte —a señas— que los visites y te le humilles voluntariamente. Lo que menos necesitas es añadir otro eslabón a tu cadena. Deja que ella se las arregle con el marido y los soldados. No será tu culpa que le vuelvan a pegar; pero qué edificio este. ¡Qué ciudad!

Esta moderna hetaira hormigonada de muslos crujientes te ha habituado al silencio —fiero proveedor de olvidos y muertes— y quisieras, desde el obscuro espacio que te cede, que tus sueños agotaran sus esquinas —féretros de concreto dócil y acero esclavo—. Todo parece dormir al borde de esta penumbra que te arropa con sus welcome y sus good for business. A city for sale. Big discounts. Sale. Deseas encontrar las palabras —cinceles de diamante— que arremetan contra sus muros de mentiras petrificadas. La ciudad calla y —al hombre que habita sus temores— pare miseria y ansiedad. Anhelas que sus paredes —una vez demolidas— se preñen de ideales y alumbren una nueva ciudad de gritos...

Y, mientras piensas en todo esto, te vas quedando dormida.

Recoges otro sobre de veneno a plena tarde. Luisa tiene razón. Después de una semana, notas alguna mejoría. Ya estás lista para la visita de tu madre; aunque lo demás se haya ido complicando.

Por un lado, no olvidas al maldito. Te preguntas si no existirá alguno que intente que le abras tu corazón antes que tus piernas. Tal vez te convenga hacerte la tonta. Las mujeres inteligentes despiertan un miedo increíble. Sin embargo, no venderás tu cuerpo ninguna noche fría. No vas a dejarte cambiar como una sábana usada. Puede que estés fuera de onda o seas un ente anacrónico —en palabras de Luisa—; pero no deseas que te regalen un problema de nueve meses. No te sientes preparada todavía. Tienes otros planes inmediatos. En fin, no es asunto de los demás; aunque a tus veintidós les parezca inaudito en estos tiempos de Vientre de Alquiler, Tieta, Pantanal y Vale Todo. Tu ex se puso furioso y desnudó su alma. Como tantos otros, no soportó el rechazo. Estabas a punto de sucumbir a los ruegos de tu carne; pero él no tuvo la habilidad necesaria ni la paciencia para lograrlo. Fue muy brusco. Entonces, ejerciste tu derecho de mujer a elegir el uso de tu cuerpo y le expediste un boleto para que diera un tour por el país de las heces. Nadie te puede obligar a venderle tu vida.

Por otro lado, la pasasoldados mujer del pasabarcos. Cada vez más descarada en sus intenciones de mezclarte en su juego. No logras borrar las imágenes de ella y el soldado, como dos animales en su sala, mientras cenabas; sus burlas irreverentes ante tu mirada iracunda. Luego, fueron las groserías jadeantes —que para colmo te llegaron en inglés— del otro lado del teléfono. Se rieron de tus amenazas de contarle los cuernos al marido. No entiendes cómo ella —mujer con alma de sparring— se atreve a correrse esos riesgos. Si tus palabras resultaron inútiles, la Fuerza Pública lo fue más todavía. Nada les pasa a los soldados. Ellos son los amos de tu ciudad de espantos —your haunted city, baby—. Como si lo hubiera adivinado, el gringo volvió a llamar y te hizo la promesa de que si no ibas, él te buscaría. Le tiraste el teléfono; le hiciste un gesto obsceno a través de la ventana. La humillación de la impotencia estalló más tarde con todos tus llantos reprimidos. Si hubieras obtenido tu aumento, habrías podido cancelar las visiones grotescas con unas persianas. No vas a dejar tus ojos en cualquier vitrina. Tienes la convicción de que, en esta maldita ciudad, nadie moverá un dedo para ayudarte. Por eso no escribes, Elena. A la ciudad no le interesa lo que te ocurra y te sientes deshabitada.

Cambia tu suerte. El pasabarcos y su pasasoldados se mudarán a las áreas revertidas. Parece que todo quedará resuelto para recibir a tu madre. Cuando llegue, le soltarás tu llanto de niña inmadura o mujer arrinconada. ¿Qué más podrías hacer después de cargar a cuestas toda esta tristeza? Ella, condescendiente y amigable, dejará que poses tu cabeza en su regazo y llores hasta el cansancio. Siempre a tu lado cuando la necesitas, aliviará tus frustraciones y temores con palabras dulces. En el momento en que ya te hayas desahogado lo suficiente, se levantará para traerte un vaso de agua. Ya te habrás limpiado las lágrimas y empezarás a sonreír. Sabes que, como muchas otras veces, aprovechará para revisar tu cocina con sus ojos de madre; pero, esta vez, no encontrará reproches sobre tus habilidades como ama de casa. Después de estar colocando sobres de veneno por toda la cocina —como recomendó Luisa—, durante dos semanas completas, ya no deberá quedar ninguna cucaracha viva. Será tu único consuelo en esta ciudad sitiada, donde al nacer empezaste un juego del que tal vez nunca te saldrás.

 

(Tomado de La ciudad calla, 1997)

 

 

LUIS NELSON RODRÍGUEZ CUSTODIO

Nacido el 21 de noviembre de 1958 en Uruguay. Literato. Representante de Masticadores de Letras (una organización internacional sin fines de lucro).

Numerosos libros, fruto de casi cincuenta años de trabajo; publicados en varios idiomas. Obras que comprenden muchas temáticas, siendo en su mayoría de ciencia ficción. Varios cursos de literatura. Tiene alumnos propios y colabora en charlas en talleres literarios.

rodrigueznelson@hotmail.es

https://facebook.com/luisnelson.rodriguezcustodio3

 

 

MIEDO

Luis Nelson Rodríguez Custodio ©

 

Se encontraba en aquel maléfico lugar, víctima de su propio destino.

Su corazón palpitaba fuertemente.

Trataba de no reconocerlo, de no pensar, pero los nervios recorrían todo su cuerpo haciendo estragos. Tenía pánico al dolor. Siempre lo había temido. Un miedo cerval, enquistado en sus genes.

Miró a los demás, buscando alguna clase de consuelo. El hombre situado frente suyo estaba serio, concentrado en sus pensamientos. Tendría unos cuarenta años y porte distinguido, enfundado en un ajustado traje azul y corbata al tono.

         ¿Cuál será su profesión? ―se preguntó, tratando de distraer su mente.

Desvió su mirada hacia la izquierda donde se encontraba una mujer de imprecisa edad, tal vez más de cincuenta. No era bonita y estaba algo pasada de kilos, pero en el esmerado maquillaje y prolijo vestido, se adivinaba su imperiosa necesidad de parecer agradable.

         ¿Sufrirían como él?

¡Falta poco! Una nueva oleada de temor golpeó su mente, y las manos comenzaron a temblarle. Pensó en fugarse, tratar de poner distancia entre él y ese ente macabro, representante del sufrimiento que pronto, ¡muy pronto!, asomaría por aquella puerta.

Transpiraba cada vez más por el temor y la tensión. De repente no se sintió con fuerzas para soportar aquella tortura.

Comenzó a pararse lentamente, tratando de no llamar la atención. Si tenía suerte ganaría la puerta de calle en pocos segundos.

Avanzó con infinito cuidado. Pero cuando ya se encontraba a centímetros del objetivo, sintió el terrible y típico chasquido de una cerradura abriéndose a sus espaldas.

Todo su cuerpo tembló convulsivamente cuando sintió la temida voz:

―¿Quién sigue? ―preguntó el dentista.

 

 

ACCIDENTE

Luis Nelson Rodríguez Custodio ©

 

La señora oyó la frenada desde el interior de su casa.

Se dirigió apresuradamente a la salida y abrió la puerta.

Al mirar al exterior su curiosidad se tornó en angustia.

En el medio de la calle, tirado en grotesca e inerte posición, se encontraba Hugo… ¡su Hugo!...

Un auto se había detenido unos metros más adelante.

         Corrió desesperada hacia el lugar. Al acercarse notó que un hilillo de sangre manaba de la boca del caído, incrementando el dramatismo de la escena.

Se arrodilló al costado de aquel e intentó reanimarlo, mientras su sollozo se trocaba en llanto.

―¡Hugo…Hugo…! ―gritaba mientras se aferraba a aquel cuerpo muerto, en un inútil esfuerzo por recuperarlo.

―Fue… un accidente… ―se justificó el automovilista, que había bajado del vehículo para acercarse al lugar―. Él cruzó apurado y sin mirar, y yo no pude evitar embestirlo… ¡le juro que fue un accidente! Yo venía despacio y…

―¡Son mentiras ―gritó un barrendero que se encontraba ejerciendo su tarea en las inmediaciones―. ¡Yo vi todo! ¡El aceleró a propósito! Estos tipos, como tienen auto, se creen los dueños del mundo. No respetan a nada ni a nadie.

         Nos desprecian a nosotros los pobres. ¡Habría que matarlos a todos!

―¡Hugo…Hugo…―la señora sacudía el cadáver en un inútil y desesperado intento por despertarlo.

―¡No fue así! ―se defendió el conductor, cuyo nerviosismo iba en aumento―. Si apuré un poco se debió a que los semáforos estaban por cambiar…

―¡Mentira! ―repitió el barrendero―. ¡Hay que matarlos a todos! ―clamó con una obsesión que mediaba entre el rencor y la locura.

Junto a los gritos de los dos hombres y la “música” de fondo del llanto de la señora, se escuchó otra voz. Un vecino que sin ser advertido se había acercado al lugar y dijo:

―Yo también vi el accidente. Se notó claramente que el conductor no quiso atropellarlo, pues intentó una maniobra de último momento, que lamentablemente resultó infructuosa. Aunque también reconozco que fue negligente al acelerar para ganar unos segundos en el cambio de luces. En resumidas cuentas, un accidente que podría haberse evitado siguiendo el sentido común. Pero como dicen, el sentido común es el menos común de los sentidos.

―¿Me va a salir de testigo para la denuncia? ―le preguntó la mujer a este último, mirándolo a los ojos, sin dejar de llorar, y limpiándose los ojos con la mano derecha.

―¿Qué denuncia? ―se extrañó el vecino―. Tampoco vamos a exagerar, señora. Al fin y al cabo, se trata solamente de un gato.

 

 

¡ARMAS!

Luis Nelson Rodríguez Custodio ©

 

El guerrero combatía

Se abría camino entre los enemigos.

Es decir, hería

Y mataba.

En su mano una enorme espada,

Contundente, fría.

Acero que se tornaba caliente

al contacto con la carne

y la sangre.

Sintió un cosquilleo en su nuca.

¿Premonición

o miedo?

Se dio vuelta raudamente,

justo a tiempo de ver al arquero

terminando de tensar su arco

y soltando la saeta hacia él,

a su pecho.

Se sintió herido, cayó

Y supo que moría…

Todos estamos en un campo de batalla…

La vida.

Y tenemos una gran espada

con la que a veces herimos.

La palabra.

 

 

VIAJE AL PRINCIPIO

Luis Nelson Rodríguez Custodio ©

 

No lo entendía.

Desde que tenía conciencia de si mismo se encontraba en aquel lugar, sumido en una dulce y húmeda oscuridad.

Se dejaba llevar, aflojando su cuerpo, con la sensación de flotar en un universo tibio y acuoso.

De vez en cuando intentaba moverse, y lo lograba plenamente, con una impresión de goce y de poder.

Si prestaba atención sentía voces, algunas conocidas, otras no; pero una de ellas parecía vibrar a su alrededor, dentro suyo. Sentía sin saber por qué, como que le pertenecía.

La sensación de paz era casi total, apenas alterada por algunos ruidos más fuertes que otros, que en variadas ocasiones había sentido.

Pero ahora todo estaba cambiando…

Sintió que algo se rompía.

Fue empujado hacia otro lugar…intentó resistirse, lo logró a medias.

La fuerza extraña lo llevaba, intermitente pero obstinadamente, conduciéndolo contra su voluntad hacia un lugar desconocido…

Todavía intentó luchar, notando que sus escasas fuerzas menguaban muy rápido.

Finalmente, con un sentimiento de angustia y derrota, se dejó llevar, sintiendo que perdía el lugar y la comodidad de su pequeño mundo.

De repente fue el caos. Ya no podía luchar.

Una multitud de luces hirieron sus ojos.

         Los ruidos fueron fuertes, cada vez más fuertes.

Se sintió ahogado, con frío.

Alguien le pegó. Lloró a gritos, presa de un desamparo total nunca sentido.

― ¡Varón! ―dijo la partera.

 

 

GABRIEL GUERRERO GÓMEZ

Nacido en Madrid, España, en 1971. Escritor que ha cultivado diversos géneros literarios: filosofía, poesía, ensayo, novela corta, relato, aventuras, cuento, ciencia ficción, space opera, ciberpunk, steampunk, futurépico, épico fantástico, aforismos, narrativa, techno-thriller, periodístico, microrrelato, crítica literaria o cinematográfica.

Ha adquirido conocimientos certificados en: Emprendimiento en industrias culturales y creativas. Posee amplia experiencia en el sector de divulgación cultural y científico, con más de cuarenta títulos publicados y cuatro años trabajando como columnista en los diarios el Heraldo del Henares y e-globalpress.

sillmarem@gmail.com

 

 

“Mira dentro de ti”.

Dama

 

LA DAMA

Gabriel Guerrero Gómez ©

 

I

 

Un día, dando un paseo por el bosque, decidí conocer un camino nuevo. Comenzar algo diferente, en ocasiones, te permite descubrir cosas diferentes. Así que anduve al lado de un estrecho riachuelo por un rato, cuando el alegre sonido de su agua me llevó hasta un pequeño charco salpicado de diferentes ranas. Curiosamente, el roce de un extraño ruido me llamó la atención. No pude resistirme y me asomé, comprobando para mi sorpresa, cómo una pequeña niña, morena de ojos verdes, no paraba de coger cosas que colgaban de los árboles, aunque, cuanto más me acercaba, no lograba distinguir qué era…

—¿Qué es lo que haces, niña? —le pregunté.

Lejos de asustarse, me contestó:

—Cojo palabras y las guardo en este saquito de aquí…

Por más que me esforcé, no pude ver ninguna palabra, ni ningún saquito…

Le volví a preguntar: — ¿Y para qué las quieres?

—Es muy fácil —me dijo la pequeña—. Las froto hasta convertirlas en polvo de esperanza, y así las esparzo por los bosques, para que, con la llegada de cada primavera, quien las respire, le otorgue nueva vida en su interior…

De repente, y para mi sorpresa, alzó una de sus manitas y sopló con una fuerza inesperada para una niña de su edad… recuerdos, hermosos recuerdos y sentimientos, entrelazados con palabras por largo tiempo olvidadas despertaron en mi interior… demasiado tiempo…

No pude resistir mi curiosidad y le pregunté una vez más:

—Oye, y qué “palabras” son esas…

La chiquilla me respondió, alegre: —Fe, esperanza, compasión, amor…

—Tu trabajo es muy curioso —le dije—. ¿Cómo te llamas?

—Bueno… algunos me llaman “la dama de las palabras olvidadas”, otros me llaman… conciencia.

Cuento extraído del libro: “Deja que el niño baile bajo la luna llena”.

 

 

JUAN BOTANA

(Buenos Aires, Argentina, 1969) publicó en El Zócalo, los libros Recovecos (cuentos, 2014 y 2018), Amores truncos (poesía, 2016 y 2019), Toda la voz de América en mi piel (ensayo, 2015 y 2020) y Flores plebeyas (poesía, 2025) y en Editorial Dunken, Sin ojos que los miren (crónicas, 2022). Publicó en España los libros Recovecos y Toda la voz de América en mi piel a través de Libros Jamsa. Su poema También fue traducido al chino y sus textos aparecieron en diferentes medios y programas literarios. Ganó el Premio Internacional de literatura Dr. J. Manuel Equihua Estrella. Dirige la web Carta abierta, comunicación y cultura, y es el organizador del Festival de Poesía.

juanbotanaborradores@gmail.com

https://cartaabierta.com.ar/

https://www.instagram.com/botanajuan/?hl=es-la

 

 

También

Juan Botana ©

 

No tenemos nada en común

sino el camino

un tronco de árbol

el suicidio de las flores en invierno

el mar azulverde

las nubes.

Mirarnos a los ojos

también.

No tenemos nada en común

sino el camino

pinotea

el run run de los sueños por las noches

las azaleas que entran por las ventanas con el sol

y un amor.

Y un dolor cenizo

también.

No tenemos nada en común

sino el camino

papeles insumisos

un beso guardado en las escaleras de madera de San Telmo

bajando al mismo tiempo

y un farol abril que titila.

Diciembre en los finales

también.

 

 

Bolivia

Juan Botana ©

 

Yo pongo el corazón

donde me duele

y donde me duele estás vos.

¡Bolivia!

Me pareció escuchar tu nombre

¡Bolivia!, repitió.

Hasta que te nombraran siete veces.

Una tras otra después:

Alina

Catalina

Victoria

Malena

Sofía

Lucila y Paula.

y otra vez Paula tal vez.

Pero antes, sin saber, sin pensar

fuiste Bolivia.

Allí,

donde hasta el miedo llega

                                                   y te detiene

                              —donde mataron al Ché—

Mitad mujer, mitad linterna.

Sueño que flota una luz tenue en la que ve.

Que no entra en una panza,

en la que sobra,

en la que queda,

en la que flota.

En ninguna panza,

una caverna

y en mi sed.

Se mueve.

Una luz interior rodeada por un halo de sombra

la acompaña.

Cuando no hay luz, ella ve.

Con los ojos cubiertos de lágrimas,

entre Góngora y Lezama lima,

entre limón y mandarina.

¡Ella ve!

No es carnaval, no es feriado.

No es comparsa, ni murga,

ni polacos,

ni mamparas que se rompen al caer.

Ni máscaras.

Ni ventanas que se abren con el sol.

Ni cenizas.

No es, pero ella ve.

Por suerte nadie muere,

ni se excita de más en el apuro.

¿Por qué deberían hacerlo?

Acaso no aprendieron.

En el ayuno.

Nadie ve, pero ella ve.

No hay puna humahuaqueña,

ni apuno ni mareo.

No hay quebrada que la nuble con el sol.

Ni canto boliviano, ni ch’allá.

Ni estrellas en la noche de navidad.

Ni navidad ni fin de año,

ni cumpleaños.

Hay espera.

Es chicha.

Es Checha.

Es comarca.

Es Ekeko que no fuma.

¿Para qué?

Si no es mentira.

Es un baile que se baila con los tres.

Donde ella ve.

Con máscaras que aún están colgadas

en la casa

que se mueven en disfraz

en diagonal.

Hacia ambos lados.

En la pared.

donde ella mira.

Como las muñequitas chinas que juntaba

(o eran rusas)

en lanas tejidas al crochet.

Entre limón y mandarina

las separo,

o los dibujos que calcaba

                                         de una nena

                                                             que no es

                                                             que no es.

Lo que no es decir que ya no fuera,

o que haya sido,

por más que esté siendo

en este instante,

en que Bolivia se duerma

                                                         en la que es.

Sordo

era el silencio cuando me lo contaste.

Mudo

su nombre cuando la nombraron

por séptima vez.

Que hasta creí no haber respirado esos segundos.

Las últimas luces

que apagaron aquel capítulo triste de su corazón

                                                                      Butulcof.

Pero no te diste por vencido ni vencida

ni árabe

ni turca

ni judía

y caminaste por sierras interminables

sin aire ni esperanza

desde ese día,

transpirando,

mascando coca,

ardiendo como arena en el desierto

seco de adjetivos

que ni Perlongher pudo,

que ni Perlongher pudo,

que hasta Pedro murió.

Ni Austria-Hungría con sus orientales

ni el lugar aquel donde ella estuvo.

Ni éste

(ni esta copia)

arrastrando un mal recuerdo, pero vivo

a la huída de un recuerdo malherido

de una pérdida

que cada tanto te muerde en la garganta

y te lastima.

Te ahoga en el flujo del reflujo.

Pero no hay piel naranja

que pareciera

cubrir su rostro

todavía.

Donde las mariposas revolotean

                                                                       su sonrisa

en un país

donde solo los que soportan el dolor

                                                      pueden vivir o se van

quebrados como flores

                                                por el peso de sus hojas

las exhaustas madres

pasean a sus guaguas (a salvo ella)

con el rencor que deja el abandono,

“ese vil resplandor que esparcen las estrellas

cuando se caen del cielo y se deshacen”.

La pared de los jardines salpicada

por las gotas de paraíso tras la lluvia,

por los haces de una luz

enceguecida a deshora.

Porque ya estamos grandes

                                                                        pero ves

su sombra entre los párpados de dicha.

En esas noches cansadas

                                            de fiestas

                                                                    carnavales

donde ya nadie pasa

perfume de un amante sin sol

jadeos

drapeos aromatizantes

                                                                            kayak

el desvío de una nube en primavera

vista desde la ventana de una flor.

Y ella escucha la llovizna entre las chapas

y ya no confunde sueño con deseo

y se hace traer su propia voz

su caricia

su anhelo

su cara

su hija

mi deseo

y se acuestan

suavemente en la cuna

las lágrimas de virgen

que dejará libres a la intemperie

por si acaso.

De vacaciones

esperando.

Diciendo que está ahí, que está al caer,

que está por venir,

que llegó tarde,

que la perdonen,

que repartan los regalos,

(que esta vez hay para todos)

que trajo un mar

                    en un frasquito de vidrio

                                                     que desborda mares

Un mar

para una niña boliviana.

No para que sus ojos se conviertan

                                                                        en azules

                                                  —que quizás los tenga—

sino para que le devuelvan

sus ganas de mirar.

 

 

DAVID OTERO ARIAS

Nació en Tetuán (Marruecos) en el año 1951. Tetuán era entonces la capital del protectorado español en Marruecos. Su padre, militar de carrera, se trasladó a la península cuando él contaba con tres años. Desde entonces ha vivido en muchas ciudades de España. En la actualidad lo hace en Valladolid.

Escribe desde que supo hacerlo, pero no fue hasta 2010 cuando un IAM hizo que se retirase de su vida profesional y pudiese dedicar todo su tiempo a escribir.

Su primera novela, Strakas - historia de una infamia, la publicó Hércules de Ediciones en 2014. Le siguieron las siguientes por e-Book: La pulsera encantada; Casasnuevas; Atilio, un hombre corriente; Benquerencia; Cosas Mías II; El maletín negro; Bruno; Auténticas biografías falsas; La memoria de mi pueblo (antología).

Sigue escribiendo, tiene pendiente de publicar: dos novelas, un libro de cuentos infantiles, otro de poemas y dos obras de teatro.

oteroarias@hotmail.com

 

 

EL OLVIDO

David Otero Arias ©

 

Me refugio en el silencio

y en el ruido atronador de mis

recuerdos. Me refugio en unos

pasos que no sé dónde me

llevan. Me refugio en el

tormento de saber que ya no

hay tiempo, de saber que

olvidaré lo que he sido en un

momento. De todo eso me

escondo porque estoy solo y

con miedo, que morirse

estando vivo es olvidar los

recuerdos.

 

Han pasado más de cuatro años desde que yo escribiese estos versos

doloridos.

Cuatro años en los que he decantado todo ese miedo, esa incertidumbre, en

escribir contra el reloj.

El tratamiento médico está ayudándome considerablemente, pero mi

esfuerzo por no rendirme, mis ganas de seguir luchando y no resignarme,

hacen que hoy, pasado todo este tiempo, pueda seguir con la esperanza

intacta; sabiendo hacia donde me llevan mis pasos. Busqué refugio en las

letras y ellas, siempre generosas conmigo, hacen que ya no tenga que

esconderme.

Sé que la vida me está regalando cada minuto de lucidez, sé que

tengo momentos difíciles en los que encontrar la palabra justa,

recordar lo escrito, me cuesta mucho, me obliga a releer muchas

veces antes de dar por cerrado un tema. Pero no decaigo, no

puedo decaer, no puedo consentir que el olvido gane esta batalla.

Todavía no, aun me quedan muchas historias que contar, muchos

versos que escribir y mucha vida por vivir.

No es fácil, muchos que me estén leyendo y padezcan la misma

enfermedad que yo, me entenderán perfectamente. A ellos va

dirigido lo que escribo, a ellos quiero transmitirles el ánimo y la paz que yo

encontré en la lectura y en la escritura.

No se dejen vencer antes de tiempo, seguro que hay algo que les gusta hacer

en esta vida más que nada ¡háganlo! Disfruten con ello, no se dejen acobardar

por el alzheimer cuanta más resistencia opongamos, más tardará en llegarnos

el olvido.

Recuérdenlo siempre, la mente es un algo maravilloso, lo más valioso que

tenemos como seres humanos, de ella dimanan los sentimientos, las virtudes y

los defectos, nuestro carácter, en suma, lo que nos distingue a unos de otros, lo

que nos hace únicos e irrepetibles.

Los avances médicos sobre nuestra enfermedad son cada día más eficaces,

pronto se encontrará la vacuna que logre curar ese deterioro de nuestras

neuronas, que consiga controlar el gen 21, donde se encuentran escondidos

los aminoácidos que forman los amiloides, esos que terminan por anularnos como

seres humanos capaces de distinguir y recordar.

No nos demos por vencidos, plantemos cara a la enfermedad e imaginemos que

no la padecemos, que somos como siempre hemos sido.

Ese es mi afán, ese mi deseo para todos los enfermos.

Termino con unos versos, tal y como comencé.

 

Larga y sana vida a todos.

Nadie podrá torcer mi acerado brazo ni vencerme

Nadie podrá doblegarme ni tomar mi atalaya

la férrea voluntad de trashumante

que tienen mis genes de beduino

me hacen invencible,

porque nací sin un destino

Yo forjo mi camino y en él ando,

yo lucho con todos y conmigo.

Ninguna fuerza jamás podrá torcerme

porque mi alma inmortal así lo quiso.

 

Sada, año 2014

 

 

Han pasado once años desde que escribiese lo que acaban de leer.

Un mal diagnóstico me aseguró que mi vida se iría apagando en unos pocos

años más. Por fortuna para mí no ha sido así. Continuo activo y, aunque con

pequeñas lagunas de memoria, escribo cada día. No obstante deseo que todo lo

anterior sirva para dar un hálito de esperanza a aquellas personas que se

encuentren en la fase inicial de la enfermedad.

Gracias por leerme.

 

 

HÉCTOR ÁLVAREZ CASTILLO

Poeta, ensayista, narrador, editor y periodista argentino. Nació en Vicente López (Provincia de Buenos Aires), Argentina, en 1961.

Entre otras distinciones, ha recibido el premio de poesía Alejandro G. Roemmers de la Fundación Victoria Ocampo por su libro La palabra es deseo, y otros poemas. Entre sus obras se cuentan: Amatista, 1981-1985 (poesía), El faro de la tempestad (poesía), Naif. Del juego a la Literatura (ficción breve), Gerstrauss o el amor (cuentos) e Historia de dos mujeres (novela).

Ha reunido a veinte autores en su obra: Antología de la Nueva Poesía Argentina (1990). Ediciones del Ceibal publicó su versión completa y en verso del Poema de Mío Cid (1999) y el 2001 Libronauta Inc. digitalizó para su sitio la segunda edición de esta obra.

Se han estrenado sus obras teatrales: Matrimonio ciudad, 2005; El prisionero, 2008; y Niños en tinieblas, 2014. En 2019 se presentó en el Centro Cultural Padre Mugica un espectáculo con música, danza y texto basado en su poema Memorias de la Guerra Guasú.

En 2010, la revista estadounidense Harper´s Magazine publicó una reseña y la traducción de un fragmento de su libro Camino a Babel. Conversaciones con Jorge Luis Borges. De esta obra también aparecieron traducciones en la revista parisina Cultures & Conflicts y en Roma por el sello Giorni. En 2013, Ventana Abierta Editores publicó en Chile una segunda edición y en 2019 Ediciones Huso de España dio a conocer la edición revisada y definitiva. En ese año ha publicado la antología Ceos y la noche.

En 1985 fundó el sello El barco ebrio y la revista de poesía del mismo nombre, y ha conducido —en distintas etapas— este grupo poético con el que ha realizado ciclos de lectura abierta y presentaciones de diversos espectáculos artísticos. Por El barco ebrio han salido cuatro antologías de poesía argentina contemporánea que reúnen lo principal de su historia.

Asimismo, ha sido secretario de redacción de la revista Ocruxaves y del periódico Ecos, colaboró con diversos medios periodísticos y culturales, entre los que se cuentan los matutinos La Prensa y La Nación, y la revista Proa en las Artes y en las Letras, además de participar activamente en las revistas especializadas Ajedrez de Estilo y Escaque 64.

Dirige el blog de crítica de arte (ver enlace al pie) Arte en Baires.

Entre otras distinciones, se cuentan:

• Premio Bululú a la obra dramática por la temporada 2008/2009, por su obra El Prisionero. Una tragedia en soledad.

• Primer Premio en el Concurso de Poesía “Alejandro Roemmmes”, de la Fundación Victoria Ocampo (1911). El sello homónimo editó la obra premiada: La palabra es deseo, y otros poemas.

• Primer Premio del Concurso “Microrrelatos del barrio”, organizado por el Sanatorio Modelo de Caseros, por su ficción Fantasma en Sáenz Peña (2013).

alvarezcastilloh@yahoo.com.ar

https://hectoralvarezcastillo.blogspot.com.ar/

https://arteenbaires.blogspot.com.ar/

 

 

TERCERA ODA A PALESTINA

Héctor Álvarez Castillo ©

 

Muere, muere en muerte,

Del mundo que humano se dice

Y es paria del Mal

Que a fuego conquista

Ciudades y llanuras,

Del Mal que a mentira e infamias

La historia escribe.

 

Muere, muere en muerte,

Niño que naces

Y ya tu destino teje

Lápidas en hojas de mármol.

 

Ojos de madre anhelan

Un arroyo de aguas

Que limpie manos dolidas,

Ojos de madre

No te alcanzan;

Esas manos acarician

Bañadas en ríos de sangre.

 

Muere, muere en muerte,

Niño que naces y ya tu destino teje

Lápidas en hojas de mármol.

 

¿Verás un día

Quien besa tus labios?

¿Verás su cabello,

En el viento y la lluvia,

Ser tu descanso?

¿Verás los ojos

De quien la amó

Y la hizo madre?

 

Muere, muere en muerte,

Niño que naces

Y ya tu destino teje

Lápidas en hojas de mármol.

 

Muere, muere en muerte,

Pueblo en cicatriz:

Sangra al amanecer,

Sangra desde Oriente

Cuando el sol desciende

Sobre los cuerpos fríos.

 

Muere, muere en muerte,

Pueblo en cicatriz, ofrenda en Bien:

El cáliz es tu territorio:

Afluentes de un río

En parcelas desperdigado.

 

Palestina, Palestina,

¡Oh, doncella!

¡Virgen en mortajas!

Alza tu luz sobre la tierra yerma,

La tierra sofocada

Bajo el dominio invasor.

Oscura noche

Tiñe ciudades y sembradíos.

 

Muere, muere en muerte:

¡Tú, traidor, tú,

Muere en muerte

Ahogado en la infamia

De tu cuerpo!

¡Muere, muere en muerte,

Y que en Levante

El oro del sol

Arda y ciegue

Ojos y carne!

¡Muere, muere en muerte,

En el filo cegador de tu espada!

 

Perlas oscuras, privadas de piedad,

De compasión,

Perlas en ojos

Negadas a la vida,

Cuando en el alba

En el filo

De esas espadas

Despunte el día

Y el resplandor te ciegue.

 

¡Muere, infiel, ahogado

En la sangre de tus venas!

 

Y la doncella, ¡oh, la doncella!

¡Palestina, pueblo en cicatriz!,

Ilumine nuestro sendero,

Alto, alto,

Más alto que la luz

Bendecida desde el cielo.

 

¡Muere, muere en muerte, niño,

Muere y renace en tu cuerpo,

En tu cuerpo, renace,

Renace espíritu,

Renace, niño, niño mío,

Renace en tu cuerpo, alegre,

Tu cuerpo,

Bien amado, mío,

Tu cuerpo, niño palestino!

 

Sáenz Peña, noche del 31 de octubre de 2023.

 

Nota: Este poemario, Palestina, pueblo en cicatriz, reúne cinco piezas líricas escritas en las últimas dos décadas e inspiradas en la historia reciente de la nación y el pueblo palestinos. Salvo las dos primeras Odas, el material era inédito al momento de su edición. Ilustran este corpus distintos grabados de artistas plásticos, que también han sido conmovidos por los acontecimientos, el dolor y la muerte a la que es sometido este pueblo.

 

 

YOLANDA ALBA

Nacida en Cacabelos - El Bierzo (León), España. Reside en Madrid. Periodista, escritora, traductora, autora de los libros Masonas (2014) y Sacerdotas: La mujer en las diferentes liturgias y religiones (2018). Es licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense. Comenzó negro sobre blanco en el diario Pueblo paralelamente al inicio de la democracia en España. Ha trabajado en mass-media como El País, Ecología Internacional, Tiempo, COPE, Metaphore, Mujeres en Acción, Factual, Libertad Digital, Safe-Democracy, Infomedio, Intermed, etc. Se siente especialmente orgullosa de haber dirigido el mensual internacional El Boletín (francés, español, árabe) patrocinado por la UNESCO. Durante una década fue asesora editorial y directora de comunicación. En 1998 su relato corto Nous aurons toujours Pekin obtuvo en Marsella el “Prix de Excelence Littéraire UNESCO-FFM”.

violantedulac@yahoo.es

https://www.facebook.com/YolandaAlba.Writer

https://ameisescritoras.es/yolanda-alba

https://www.escritores.org/libros/index.php/item/yolanda-alba

 

 

SALOMÉ

Yolanda Alba ©

 

Chispas de luz te impiden detenerte en nadie,

pareces agua fría, acogedora congelando el deseo,

río de gotas que discurre sin ver el último instante.

 

Lágrimas escondidas en tu cuerpo de olas verdes,

melancolía infinita que te yergue altiva

azabache sacerdotisa confundida.

 

Otro ángeles cayeron de sus orgullos,

descansa, quítate el vestido que te ata

estalla la espuma que rebosas al aire.

 

Necesitas el destello de una estrella violante

que reposa sin llamarte,

un sueño de mujer profundo

que te traiga de nuevo a la vida.

 

 

SALOMÉ *

Yolanda Alba ©

 

Espurnes de llum t’impedeixen detenir-te en algú,

sembles aigua freda acollidora congelant el desig,

riu de gotes que dicorre sense veure l’últim instant.

 

Llàgrimes amagades en el teu cos d’ones verdes,

melangia infinita que et dreca altiva

atzabeja sacerdotessa confosa.

 

Antres àngels han caigut dels seus orgulls,

descansa, lleva’t el vestit que et lliga

esclata l’escuma que vesses a l’aire.

 

Necessites el llampec d’una estrella violant

que reposa sense cridar-te,

un somni de dona profund

que et retorne de nou a la vida.

 

* En catalán.

Nota: Poema extraído del libro Bruixes brúixoles - Brújulas brujas: Onze autores (València, Derzet i Dagó, 1995). Autoras: Ana María Romero Yebra, Amaia Iturbide Mendinueta, Mara Dolores Andreo, Ana María Culebras Sánchez, M. Xoxè Canitrot Trillo, Yolanda Alba, María Dolores Rodríguez, Luisa Posada Kubissa, Teresa Irastortza, Marisol González Felip y Lola Martínez Auñón.

 

 

OMAR ROLDÁN RUBIO

Poeta, escritor, tallerista literario y promotor cultural nacido en Tulancingo (Hidalgo), México. Su nombre completo es Omar Cristóbal Roldán Rubio.

Ha publicado cuentos, relatos, ensayos y poesías en diversas revistas. Es autor de varios poemarios en papel. En Amazon.com tiene editados e-books que comprenden varios de estos poemarios, cuentos, relatos y ensayos.

Más sobre su trayectoria literaria y obras en los números 91, 94 y 103 del Suplemento de Realidades y Ficciones. Ver ÍNDICE DE SUPLEMENTOS o, por su apellido, en ÍNDICE DE AUTORES: https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/

y en Realidades y Ficciones – Revista Literaria ha publicado artículos en:

https://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com/2021/12/  (Nº 48)

https://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com/2022/03/  (Nº 49)

omaroldan_r@yahoo.com.mx

funhdar@gmail.com

 

 

Digo luz y enciendes la llama

Omar Roldán Rubio ©

 

inmarcesible gesto que surge de tu alma.

Digo tierra y te eriges de entre la sombra inquieta

inmaculado aroma del ser y de las cosas.

Digo agua y la caracola de tu savia

numen de lo extenso y lo profundo

es el tótem que me reconstruye

en algo aún no nombrado.

Digo aire y soy el reverbero de tu nombre

la estela de tu aliento

el calor de tu fuego

el pulso de tu sangre

el fruto de tu entraña.

 

 

El amor es la tierra surcada de amistad

Omar Roldán Rubio ©

 

donde se abonan y se labran emociones

que propician el culto y la cosecha

de insospechados infinitos frutos,

donde crecen los árboles en que se anidan

el tiempo y los gemidos, los sueños y las aves

y a sus alrededores brotan los arbustos

la mariposa errante y el canto arcoíris de las flores.

El amor es la llama y es la hoguera

cuyo alimento son ardientes palabras

y maderos de besos y leña de caricias,

y que al ras de la tierra, bajo el cielo,

en el correr del viento, al arrullo del agua,

es su diario sustento para que no se apague.

El amor es el viento que esparce los suspiros

y los lleva a sahumarse ahítos de una flama,

es el alado soplo feraz e inmarcesible

que envolvió nuestros cuerpos desnudos y enredados,

evocación del fuego, retama de aromas y sudores,

aire que todo arrasa y todo lo propaga y lo renueva,

la semilla, el color, la risa, el horizonte,

los árboles, los mares, los besos, los silencios.

El amor es el agua que fluye emancipada,

alfaguara magenta que brota en nuestras venas,

venero que recrea y amalgama el humus de los huesos

y nos revitaliza por el fuego y el viento que la impulsan.

Remolino de peces persiguiendo a la rotunda luna

expandida sabana sobre la piel de todo ente

que naufraga en la marea de sus antras y adentros.

El amor eres tú, y soy yo, somos tu y yo y el universo.

 

 

Sediento dromedario de ti

Omar Roldán Rubio ©

 

arrojo hacia tu mar impetuosa atarraya

para atraparte banco de coral

manto de peces

caracola dulcísima tu boca.

 

 

¿Seremos del viento sólo soplo?

Omar Roldán Rubio ©

 

¿Y si no somos soplo sino aliento?

Si del aliento y soplo somos nada

del viento entonces no seremos hálito.

Si de la tierra somos sólo un grano

y del aliento la brisa que nos llena,

de la brisa seremos sólo viento

que esparza la semilla sobre surcos.

Y del surco seremos las veredas

que han de juntarse en dunas olvidadas

sobre desiertos que antiguos fueron mares

y en mares que desierto serán pronto.

¿Qué es entonces lo que fuimos?

¿Brisa, aliento, viento, soplo?

¿O tan sólo el camino que surcamos

entre los granos de arena que no somos?

 

 

El pez que me habita

es caracol en el ansia

lagarto en el oasis de tu sexo

y en la tregua

cobijado al amparo de tu abrazo

tan sólo es hombre

sueño

nada.

 


SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 106 – Junio de 2025 – Año XVI

ISSN 2250-5385 – Edición trimestral
EX-2024-113696545-APN-DNDA#MJ del 17/10/2024, incorporado a RL-2018-52427183-APN-DNDA#MJ, Dirección Nacional del Derecho de Autor / República Argentina


Propietario y director: Héctor Zabala
Av. Del Libertador 6039 (C1428ARD)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
zab_he@hotmail.com
http://hector-zabala.blogspot.com/
Currículo en revista Realidades y Ficciones Nº 40:
https://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com/2019/12/realidades-y-ficciones-revista.html
 

Colaboradores

Corrección general:
Noelia Natalia Barchuk Löwer
Resistencia (Chaco), Argentina
alfana79@hotmail.com
http://noelia-barchuk-literatura.blogspot.com.ar/
Currículo en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 88:
https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2020/12/suplemento-derealidades-y-ficciones-n.html



Ilustración de carátula y emblema:
Mónica Villarreal
Scottsdale (Arizona), Estados Unidos
Monterrey (Nuevo León), México
monvillarreal@hotmail.com
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Currículo en revista Realidades y Ficciones Nº 17:
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“Realidades y Ficciones”
Mónica Villarreal (2014)
acrílico y óleo sobre
papel-lienzo, 30 cm x 30 cm


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