domingo, 4 de septiembre de 2022

SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES

Nº 95 – Septiembre de 2022 – Año XIII

ISSN 2250-5385 – Edición trimestral

 

Inscripción gratuita como LECTOR
si escribe a zab_he@hotmail.com
indicando nombre y apellido, ciudad y país
(se le avisará cada nuevo número trimestral).

 

“Mariposa verde”
Mónica Villarreal (2022)
(Acrílico sobre canvas, 12" x 12")
 

Sumario:

• Graciela DE MARY (Argentina)
• Melacio CASTRO MENDOZA (Perú - Alemania)
• Indira CÓRDOBA ALBERCA (Ecuador)
• Jorge Oscar MOZZINO (Argentina)
• Celia ÁLVAREZ FRESNO (España)
• Ulises VARSOVIA (Chile - Suiza)
• Ana ROMANO (Argentina)
• Gerardo RETANA-CARRANZA (México)
• Rolando Enrique ROSALES MURGA (Guatemala)
• Patricia Elena ESCALANTE (Argentina)
• Washington Daniel GOROSITO PÉREZ (Uruguay - México)
• Adriano CORRALES ARIAS (Costa Rica)

 

 

GRACIELA DE MARY

 

Graciela Eva De Mary nació en Argentina en 1963. Actualmente reside en la ciudad de Villa Ballester, Provincia de Buenos Aires. Es profesora de historia y escritora. Trabajó como educadora en el nivel secundario y en el superior. Escribe ficción desde 2015. Algunos de sus cuentos han recibido premios y menciones en la Argentina y en España. Sus trabajos forman parte de numerosas antologías publicadas en Argentina, España, Chile, Estados Unidos e Israel. Colabora con diferentes revistas literarias: RSC y Papenfuss (España), El Narratorio, Marfil, Revista Yzur (Rutgers, The State University of New Jersey), Microscopías, Escritores x Escritores y desde hoy en Realidades y Ficciones.

En noviembre de 2019 presentó su primer libro de cuentos, Un laberinto de vidrios rotos.

Publica regularmente en su blog “Desde el Conurbano”.

gracielademary@yahoo.com.ar

 @gracielaevademary

 

 

PASO A SALUDAR

Graciela De Mary ©

 

Cuando era chica quería ser astronauta. Acá estoy, por fin, apreciando la curvatura del planeta.

Una vez, hace mucho tiempo, sentada sobre una roca en el borde del lago Nahuel Huapi, había vivido algo parecido a esta felicidad que tengo ahora. Ni siquiera puedo sentir pesar al recordar a mis hijitos llorando bajo la mesa de la cocina. Ahora sé que a ellos también les llegará la recompensa de sentirse disparados hacia arriba, libres. Es cuestión de tiempo. Después de todo, no fue tan doloroso. Supe que la cosa no venía bien antes de preparar la cena. Era fin de mes y no me quedaba casi nada para cocinar. Lo de siempre: papas y cebollas. Le pedí tres huevos a la vecina. Pobre, más tarde la vi vomitar en el umbral de mi puerta. Le pedí los huevos para hacer una tortilla. Yo sabía. Como sea, a mí la tortilla me sale bárbara, pero a él no le gusta. Y yo lo sabía y la preparé igual. “Tomá la tortilla”, le dije. Y él que agarró el plato del borde, como para no ensuciarse y me apuntó a la cabeza y lo estrelló contra la pared. Lo esquivé como pude. Mis hijitos se quedaron paralizados mientras la comida se mezclaba con los colgajos de pintura vieja. Por experiencia, ellos sabían que la situación se iba a poner peor. Se escabulleron debajo de la mesa con la ilusión de hacerse invisibles. Abrazados. Me quedé parada y él, esperó que yo saliera corriendo como siempre y en vez de eso le grité “¡Pegame, maldito hijo de puta! Si, ya cumplí cuarenta años, ¿y qué? ¡Por qué no me dejás en paz, maldito!”. Al principio dudó como si no entendiera la situación, pero enseguida yo vi cómo se encrespó de rabia el fuego verde de sus ojos. Me tiró de los pelos y entonces agarró la sartén de hierro con la mano libre. Entró a darme golpes en la cabeza y me abrió el cuero cabelludo y vi volar por el aire un mechón rubio. Sentí el filo de la sartén contra el hueso, pero no me dolió en el momento porque me invadió una conmoción en todo el cuerpo, como si estuviera en medio de un choque de trenes. Trastabillé. Caí. Desde el piso escuché los alaridos de mis chiquitos mientras él me pateaba la espalda. Una gelatina púrpura salió de mi nariz. La sangre atravesó todos mis sentidos hasta ahogarme.

Ahora ya puedo ver toda la tierra. El silencio es delicioso. Los colores también. Las luces del hemisferio norte son un espectáculo magistral comparadas con las del resto del mundo. Hay un resplandor especial sobre México que me atrae. Parece que son miles de velas. Una caricia para el alma. Siento que me quieren. Yo nunca estuve ahí, sin embargo, muchas personas rezan por mí en este mismo instante. No puedo irme así, sin saludar. Quisiera expresarles mi gratitud. Después de todo ya no tengo ninguna urgencia. Desciendo. La ciudad entera desfila por una avenida. Los niños piden a los gritos calaveras de azúcar. Hay altares por todos lados con flores y comida. Las mujeres visten unas blusas bellísimas. Me mezclo con ellas. Los coágulos sanguinolentos que salen de mi oreja son bien evidentes, pero asustan menos que algunas de sus máscaras.

 

 

MÚSICA EN LA TORRE

Graciela De Mary ©

 

Luis le hizo una seña al encargado de la “Boston”. Le pidió que le entregara un sobre a Garrido.

—Espere a que yo me vaya.

En el dorso decía: “Soy Elizabeth”.

Luis ocupaba siempre alguna mesa que no estuviera frente a la costa. El mar le producía hastío. Y sobre todo sentía fastidio por la vulgaridad de los turistas que tomaban posesión de la confitería como si fuera propia. Garrido, en cambio, no lo aburría. Tampoco era un turista propiamente dicho. Había llegado a la cita puntualmente. Llevaba un pantalón caqui y un suéter ligero de hilo celeste. Los mocasines eran de cuero de carpincho igual que el cinturón. Tenía la distinción de su clase, pero enriquecida por una sensibilidad de artista. Garrido se puso ansioso a medida que transcurría la tarde y Elizabeth no aparecía. Luis lo miraba desde el fondo del salón. Cuando redactó la nota de despedida se había sentido afiebrado, las letras bailoteaban en los renglones. No quiso corregirla. Había salido directo de sus entrañas y eso la hacía definitiva. Se sentía aliviado y respiraba sin esfuerzo. Como respiraba antes de la maldición del sida.

Los campos de Garrido se extendían entre Mar del Plata y Necochea. También había heredado una casona típica de Mar del Plata, con sus lajas y el techo de tejas rojas. El chalet se distinguía en lo alto de un acantilado que terminaba en la playa. Hacía poco lo había vendido a una empresa constructora. En el lugar levantaron una torre y Garrido se quedó con el último piso que tenía una vista imponente del Atlántico sur. Elizabeth había cenado con él la noche anterior al encuentro fallido. Garrido se había esmerado con una pasta italiana con salsa de camarones, vino blanco y limón. De postre había servido helado de maracuyá con frutos rojos y un toque de mousse de albahaca.

—¿Te gustaron las frutillas? Son de mi chacra.

—Me encantan, pero más me gusta Glenn Miller. ¿Escuchamos otra?

—Claro.

En la “Boston”, Garrido se cansó de esperar a Elizabeth y pidió la cuenta. Entonces, el empleado le alcanzó la nota. La leyó, aturdido y sin entender la situación:

“Ojalá pudiera mantener la imagen mía que vos conocés. Te juro que es la real y la mejor. Pero ya no puedo. Perdón, el cansancio me vence. La felicidad de conocerte agotó mis fuerzas”

Luis había salido despacio de la confitería. Debía emprender la subida por Urquiza hasta su departamento en la calle Gascón. El otoño es muy fresco junto al mar. Sin embargo, en contra de lo que decían sus médicos, él sentía que el aire cargado de humedad lo fortalecía. Empezó a sentir un calor abrasador. “Otra vez la fiebre” —pensó—. Se detuvo un instante sabiendo que una espiral de escalofrío le tomaría la espalda después del sofocón.

—Esperá, por favor —dijo Garrido que no se animó a acercarse demasiado—. No te conté que tengo una colección de las obras de Gershwin.

—¿Incluye “Summertime”? —preguntó Luis con voz trémula después de darse vuelta con dificultad.

—Por supuesto, tengo la mejor versión.

—Pero, ¿y la nota…?

—Allá va, para el norte.

Garrido señaló un remolino de papelitos blancos vapuleados por el viento que llegaba, puntual, desde la escollera.

 

 

MELACIO CASTRO MENDOZA

De padres andinos de los campos de San Gregorio (San Miguel, Cajamarca), Perú, Melacio Castro Mendoza nació el 23/12/1947, en Caín, un caserío al que él suele llamar Cainmarka, ubicado en la provincia de Chepén, departamento de La Libertad.  Estudió Ciencias Sociales e Historia en la Universidad Nacional de Trujillo, Perú, y en la Universität Duisburg y Essen (UDE), Alemania.

Obras:

Novelas: El hombre de Rupak Tanta (Lima, Hipocampo Editores, 2019), La última marinera (Alicante, España, ECU Editorial, 2017).

Poemarios: Batallas y sueños de Uchku Pedro (descripción de las luchas libertarias de Pedro Pablo Atusparia y Pedro Pablo Cochachín a fines del Siglo XIX) (Alicante, ECU Editorial, julio 2016), Malú: Tierra Adentro y Tierra Afuera (Alicante, ECU Editorial, julio 2017).

Investigaciones histórico-sociológicas: Staat und Soziale Klassen in Perú (Bundesrepublik Deutschland, Selbstverlag München, 1986).

Autobiografía: Mi república ignorada (inédita).

 

Más de su trayectoria y obras en Suplemento de Realidades y Ficciones:

https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2020/06/ (Nº 86)

https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2019/12/ (Nº 84)

https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2014/03/ (Nº 60)

 

y en Realidades y Ficciones – Revista Literaria:

https://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com/2021/12/ (Nº 48)

https://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com/2017/12/ (Nº 31)

https://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com/2017/06/ (Nº 29)

 

castroseyfarth@web.de

melacio82@gmail.com

 

 

DOS COLINAS

Melacio Castro Mendoza ©

 

No lejos del cerro Guayanchi, tras la ibérica invasión,

se produjo un desigual, impetuoso y feroz combate.

Sobrevivieron, al asalto godo, un robusto joven vate

junto a su ingeniosa dama, filósofa de vocación.

 

Intentaron, los godos, someter a ella a la prostitución

y hacer de él, tras torturarlo, un eterno mitayo.

Huyeron, ambos, guiados por el canto de un papagayo

que decía: «¡Protégenos Apu Guayanchi!». ¡Bella canción!

 

Cubrió el hatun Apu Guayanchi sus bosques, de neblina,

y los godos un tanto alocados y otro tanto en la ruina,

vieron cómo el vate, y la filósofa, devinieron en colina.

 

Grande la de él; herbácea y pétrea, se alzó con ardor;

más pequeña la de ella, se juntan y retozan de amor

mientras acaricia el viento a quien, entre ellas, camina.

 

 

 

INDIRA CÓRDOBA ALBERCA

(Quito, Ecuador, 1975). Publicó los libros de cuentos Diosas en el fuego (2007), Ruleta rusa y otros giros de fortuna (2013) y Hecatombes (2020). Residió en la ciudad de Corrientes, Argentina, durante unos años. Imparte talleres literarios a diverso público. Su trabajo ha sido reconocido con publicaciones, premios, antologías y menciones en Ecuador, Argentina, México, Estados Unidos, España, Colombia y Canadá.

Más de sus obras en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 89:

https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2021/03/blog-post.html

cafediro@gmail.com

 @cafediro18

 

 

EL MENDIGO

Indira Córdoba Alberca ©

 

La quemaba ese insoportable sol que tiene la sierra en el verano. El tráfico en su calle, el pito de los otros autos y la bulla de sus hijos que aún le sonaba adentro, aunque estuviera sola, hacían más pesado ese día, de esa semana pesada, de ese mes, de ese año, de esa vida. Ya ni le apetecía insultar al pendejo que casi la chocó, por rebasarla antes que el semáforo se pusiera en rojo. Y pensar que, al salir de casa, había creído que sola en el auto sentiría algo de paz. Pero ¿qué paz iba a sentir? Si a diario tenía que lidiar con la irresponsabilidad, la indiferencia que también era presión, de su exmarido. Con los niños que solo exigen y exigen, para vestirse a la moda, para el cine y las fiestas. El hambre jamás entiende, no queda otra que trabajar como una mula toda la semana, sin tener tiempo ni para rascarse. Luchaba contra la neurosis de sus jefes, a veces ni le gustaba lo que hacía, es tan difícil ser “buena gente” a tiempo completo. Se sentía en el derecho de regalarse un mal día si le daba la gana, a veces una se harta de jugar a la positiva, de sonreírle hasta al espejo, cuando te has cansado de no ser la favorita de nadie, de ocupar un segundo lugar en todas partes, de que haya alguien más, allá adelante con quien ni se te ocurre competir y de aceptarlo todo con una falsa resignación, con una estúpida bondad que más bien es una máscara. Se sabía profundamente sola y profundamente triste.

Una vez más los autos de atrás le pitaban para que se apurara. Con la impaciencia, la vehemencia y la ironía con la que solía tratarla su exmarido, el tipo que la rebasó, le reclamó su distracción con un insulto.

Ayyyy, la mano en la frente y un gesto de impotente resignación la dibujó toda en cuanto vio a lo lejos al mendigo que se tomó la atribución, quién sabe desde cuándo, de bendecir o maldecir el día a día de la gente que pasaba junto a él. Está justo en la esquina del semáforo, en silla de ruedas, desde allá saluda con sonrisa hipócrita, agitando la palma con la bufonada de una reina de belleza o la lascivia de los políticos. Los ojos le brillan como a rata en basurero. Así sin más, ella ya no tuvo tiempo ni ánimo de buscar unas cuantas monedas. La última vez que no tuvo qué entregarle, el pedigüeño no solo le hizo una seña obscena, sino que le gritó: “¡Ojalá que te choques!” No se chocó, trató de ignorar el episodio, se sentó sobre su recuerdo, miraba a todos lados fingiendo que no estaba allí. Pero de todas maneras el mal sabor, la desazón y el corazón golpeado la persiguieron todo el día, hasta que bajó del carro para almorzar con sus amigas y notó que le habían robado la llanta de emergencia. En la escuela los maestros disputaron turno para descargar las quejas contra sus hijos. Y la cabeza no le dejó de doler.

Cuando revisó todo eso en su memoria, algo adentro se opuso y defendió su dignidad como un salmón enfrenta la corriente. No consentiría nunca más que el mendigo maléfico decidiera su vida, en ese chantaje, en esa violencia, en ese asalto permitido. Era el mismo sentimiento que años atrás se sublevó contra la tiranía de su ex, hastiada ya de oír los reproches de celos imaginarios, de cargar con la inseguridad de un Don Nadie. Una tarde volteó hacia él en la cocina, mareada por la ira, gritó: “¡No me jodas!” al tiempo que lanzó el chile hirviendo que le quemó las patas al hijo de puta. Ese día supo que debía acabar aquello, fue la señal que la hizo ver cuán enfermito estaba él y cuán enfermita estaba ella. Convencida de que su marido había sido todo un taller de formación donde estuvo para aprender paciencia y humildad, se fue sin llevarse nada, a recomenzar la vida con sus hijos. Sus hijos que hasta hoy no olvidan la escena del chile hirviendo. Las demás solo fueron consecuencias de las consecuencias, de esta gran consecuencia con que se carga en vida.

El motor de la furia la movió mucho más, aceleró el auto y retó al miserable con la altivez de sus ojos azules. Segura la voz y desafiante la mirada dijo:

—No tengo nada —a lo que él, desconcertado, nervioso, con miedo, alzó su pulgar derecho, cómplice, guiñó el ojo y sonrió diciendo con una falsa humildad en la mirada:

—Póngale fe.

¡Síiiii, claro que le pondría fe! No porque él lo permitía, porque ella lo había querido. Sus ojos se fijaron en el sol brillante, en lo azulísimo del cielo y en el tráfico frente a ella, que se despejaba, abría paso, como se abre una calle de honor, para una reina.

(Tomado del libro Diosas en el fuego, El Ángel editor, 2007)

 

 

 

JORGE OSCAR MOZZINO 

Nació en Buenos Aires, Argentina, el 9/2/1947. Vive desde 1999 en Bella Vista, Provincia de Buenos Aires, con su esposa Olga y sus hijos Jorge y Oscar.

Ha sido seleccionado para integrar varias antologías. Dos de estas últimas son las dirigidas por la escritora Olga Beatriz Benditto, Cuentos en Jitanjáfora (2015) y Susurros de cielo e infierno (2017).

Más datos sobre su trayectoria literaria, así como más de sus obras, en estos números del Suplemento de Realidades y Ficciones:

https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2017/06/ (Nº 73)

https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2016/03/ (Nº 68)

https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2014/12/ (Nº 63)

 

jomozzino@yahoo.com

 

 

EN LA VÍA

Jorge Oscar Mozzino ©

 

Están arreglando las vías el cuento de siempre con las ganas que tengo de ir al baño parece que el tipo que está sentado al lado se dio cuenta que me estoy haciendo encima porque me mira intrigado se imagina que algo va a pasar tanto apurarme para tomar el último tren y ahora aquí varado hasta quien sabe cuando para esto me hubiera comido un par de fugazzeta y otra birra la mina de la caja me sonreía por qué no me la chamuyé claro en algún momento tendría que haber ido al baño hubiera sido fácil cuando un cliente se acerca a pagar ahí me escabullía que día tuve hoy todo se me complica ahora estoy jugado me quedé sin la mina no aguanto más y este tren que se va a quedar aquí para siempre y mañana a las seis arriba cuántas horas voy a dormir hoy bueno siempre que pueda llegar a casa sino me voy a tener que ir directamente al laburo espero despabilarme porque trabajar con la sierra eléctrica es muy peligroso hay que estar muy atento y la gente que te distrae más finos los bifes por favor no hay nada que hacer esto me pasa por vivir en el culo del mundo dos horas y media de viaje si va todo bien hoy ni te cuento directo a la eternidad tengo que volver a la pizzería le pido dos de muzzarella y un chopp y mientras prepara el ticket le pregunto si quiere cambio me va a decir oh sí encantada no tengo nada de cambio yo le contesto que otro día le traigo en la carnicería mucha gente paga con billetes chicos no te hagás problema cómo te llamás como me mira el tipo debo de estar haciendo gestos o alguna mueca porque me mira fijo a la cara me dan ganas de decirle que es porque me estoy haciendo encima no por la mina pero no le voy a contar toda la historia a él no le preocupa que estemos aquí parados en el medio de la nada el tren será más rápido pero si hubiera tomado un colectivo ya estaría en casa me deja a tres cuadras en cambio ahora tengo que caminar como ocho espero que no me afanen hasta qué hora laburará la mina esta porque si la espero a la salida me voy a tener que ir directo al laburo la podría invitar a comer panchos porque de pizza debe de estar harta vi que a la vuelta venden esos gigantes con lluvia de papas fritas y te ponen un montón de mostaza le va a gustar parece que vamos a seguir viaje porque pasó el tren que venía del otro lado antes los trenes tenían baño en algunos vagones entonces qué importaba que se quedara plantado medio día se imaginará el tipo este como estoy no creo le digo o no le digo por ahí si nos ponemos a charlar me distraigo y se me pasan las ganas la controlarán a la mina mientras conversa conmigo el encargado debe andar cerca mirando todo el tipo tiene ganas de preguntarme algo este también no ve la hora de llegar abrieron las puertas qué raro entre dos estaciones yo me tiro después me arreglo.

 

 

CÓMO ESCRIBIR UN CUENTO

Jorge Oscar Mozzino ©

 

La última vez que lo vi, hace dos semanas, tenía la cara tan hinchada que me costó reconocerlo. Apenas podía ver a través de unas rendijitas del vendaje. Espero que ahora cambie. Tantas veces le dije: Roberto, cuando se escribe ficción, cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia, pero él no me hizo caso. Para él un cuento debía ser un relato de hechos reales.

Me acuerdo cuando empezó. Le gustaba Borges. Su estilo. Su temática. Pasó meses enteros en bibliotecas leyendo los más diversos temas eruditos. Caminó lugares oscuros de Buenos Aires buscando al compadrito. Tuvo suerte. Nunca le pasó nada. Tampoco escribió nada “a lo Borges”. Hizo un par de cuentos que presentó en concursos sin éxito alguno.

A los años se entusiasmó con García Márquez. Viajó innumerables veces a pueblos del interior, a ver si le surgía la inspiración del gran Gabo. La gente que sabía de sus inquietudes le sugería lugares y hacia allí iba Roberto. Nunca encontró su Macondo. En todos los casos había realismo, pero no el mágico que tanto lo seducía. No encontró el pueblo y tampoco el nombre. Primero sugirió que se iba a llamar Malambo. Le dije que me parecía muy folklórico, pero que de mágico no tenía nada. Luego propuso Matungo. Le dije que era muy tosco y que no era propio de una historia donde iban a convivir la realidad y la fantasía. No le gustó, pero me hizo caso. Al tiempo desistió de sus esfuerzos.

Tantas veces le dije y más viéndolo ahora: no tratés de vivir experiencias para luego relatarlas. Inventá. Usá tu imaginación.

Me acuerdo como si fuera hoy, cuando nos encontramos en el café de Los Angelitos de Rivadavia y Rincón. Fue hace poco más de un año. Estuvimos unas dos horas, pero si conversamos veinte minutos fue mucho. Estuvo prendido al celular. Lo llamaron cuatro chicas. Estaba saliendo con todas al mismo tiempo. Y ellas, por lo que yo podía escuchar estaban enamoradísimas de Roberto. Él, les susurraba palabras dulces y ¡con qué inventiva! Siempre pensé: para escribir cuentos no se le ocurre nada; tiene que relatar hechos reales. ¡Y para hacerle el verso a las chicas tiene una facilidad de palabra asombrosa! ¡Y qué imaginación! A una le decía que cuando cobrara la herencia que le había dejado su tío la iba a llevar a Europa. A otra, que tenía que ir a España a cobrar las regalías de dos libros que le habían editado. Se ve que la chica le preguntó qué libros eran, porque él le dijo que escribía con seudónimo, así que vaya uno a saber que par se atribuyó.

Cuando le pregunté qué le estaba pasando, me dijo que ahora quería escribir historias de amor y necesitaba tener varios argumentos. Por eso, con cada chica representaba un personaje diferente. En un caso era un viudo sin hijos que vivía de rentas. En otro, estaba separado y era escritor.

Le volví a decir, inventalas. Acepto su respuesta. Me dijo que con tanta investigación para poder escribir, se le habían pasado los años sin haber vivido ninguna experiencia amorosa. Como se había propuesto escribir cuentos de amor, tenía que vivir esos hechos lo más intensamente posible. Si no, ¿cómo iba a cautivar al lector?

Pero algo anduvo mal. ¡Pobre Roberto! Siempre tan meticuloso.

No me quiso decir cuál de las chicas fue. El pesado cenicero de vidrio se le estrelló en el medio de la cara. ¡Cómo habrá sido, si estuvo seis horas en el quirófano!

 

 

 

CELIA ÁLVAREZ FRESNO 

Nacida en San Salvador del Valledor (Allande), Asturias y reside en Gijón, Asturias, España. Diplomada en relaciones laborales, Master en dirección y gestión de banca, Escritora. La difusión de su obra, desde comienzos de la década de 1990, es constante. Por toda España, además de Brasil y Uruguay, ha llevado en presentaciones y ponencias su mensaje de amor, de unión y de paz.

Libros publicados (el año entre paréntesis pertenece al de la primera edición): Entre el alma y la razón (1990), Desde el viento (2003), Pinceladas de soles y lunas (2005), En el umbral de la vida – Alzheimer (2011), Desde una rama – Alzheimer (2012, versiones en castellano e inglés), Tienes el sol y ¿buscas un candil? (2013), Una historia en el aire (2014), Deva. Un océano en el Cantábrico (2015), Acércate a ti (2016), La fuente en ti (2017), Que las ortigas no inunden tu jardín (2018). Pueden descargarse gratis en:

https://celiaalvarezfresno.wordpress.com/2015/05/13/celia-alvarez-fresno-mis-libros/

desdeelviento@hotmail.com

 @Celiaalfres

 

 

1) Fragmentos del libro Entre el alma y la razón:

 

Esperaba que llegaras en una nube, en el viento o en el rocío de la noche,

pero no fue así. Salí a buscarte. Recorrí pueblos y pueblos y llegué

a casa con el Alma perdida, vacía…, entristecida por tu ausencia.

Cansada, me senté en el tronco adormecido y miré dentro de mí…

y te encontré a Ti.

Me hablaste de muchas cosas que sabía pero que había perdido

en el recuerdo.

 

 

Ama sin esperar nada a cambio. Harás más cuando ames sin condiciones.

—Unos días amo sin condiciones. Otros, ni siquiera lo hago, aunque espere recibir algo a cambio.

—El mar va a la costa y la golpea, pero vuelve atrás una y otra vez. No seas ola, sino costa.

—Sí. Yo soy como el agua.

—Agua en agua es agua, pero agua en sed es vida.

—¿Estaba seca?

—Mírate.

—Oye, ¿estoy loca?

—Locos o sabios, para el mundo son lo mismo.

—¿Estoy loca o soy sabia? Anda, dime…

—La razón toca. El Alma siente. Tu razón no es sabia. El Alma, sí. Ríete del sabio que basa su sabiduría en lo que toca.

En el Alma es donde se aloja la sabiduría.

«Mira dentro de ti. Escondes universos».

—A menudo vivo sin hacer un alto en el camino porque tengo prisa. Tengo ansiedad porque llegue mañana y cuando llega, recuerdo el ayer. Estoy tan ocupada que no tengo tiempo para mirar, y en el poco que me queda libre prefiero hablar con otros y de otros. Me gusta comentar actitudes ajenas.

—No debes juzgar actos ni hechos porque las piedras inundan los caminos y tú también caminas. Cuando veas piedras en el camino, apártalas, no sea que alguien vaya a tropezar.

Tribunal que juzga sin escuchar declaración, algún día deseará haber escuchado porque puede pasar de juzgar a ser juzgado.

—Bueno, pero después de hablar… rezo.

—Rezar es siempre necesario, pero debes hacerlo antes de juzgar para no juzgar.

Si rezas por él, no le hagas daño después porque de poco sirve tu plegaria.

La oración más importante es la que se hace no la que se dice, aunque dichos y hechos elevan tu espíritu y contribuyen a elevar el de él.

 

 

2) Fragmento del libro Acércate a ti.

 

Tu vida ha transcurrido por el camino trazado ya que tu experiencia no es mística, ni es paranormal; tu experiencia no es religiosa ni es dogmática. Ni de sombras ni de penumbras.

Tu experiencia es el dictado de una vida común, en apariencia.

Has nacido, has llorado, has sufrido, has sido feliz. Has tomado senderos y bajaste muchas veces para retomar carreras ascendentes.

Llegaste a alcanzar reconocer quien eres, pero un viento traicionero te empujó entre las rocas.

Así debía ser y así ha sido, para que nadie magnifique al ser Divino y si se ha de magnificar, se magnifique a sí mismo, que lleva toda la Esencia toda la Sabiduría y Conocimiento, para saber quién Es, de dónde viene y hacia dónde va.

Cada ser humano lleva su paso, pero el Camino es común para todos. Nadie es más ni menos que el otro.

Dios, Ser, Universo, Todo… del que todo parte y al que todo llega —se le puede nombrar de mil maneras—, pero solo lo reconocerás en Ti, cuando retornes a Él a través del Amor incondicional.

Nadie es más, que aquel que aún no se ha mirado. Pero cada uno lleva un trazado y un trayecto. Tarde o temprano alcanzarás a reconocer tu Divinidad.

Acércate a Ti.

Porque enviados hay muchos, pero tú has de interpretar lo que no ha sido interpretado.

Has pasado largos años extrayendo lo que llevabas en Ti, con retazos de incredulidad, de dudas, de misterios.

Hoy, no temas.

¡Asómate a la Vida!

 

 

 

ULISES VARSOVIA 

Nació un 2 de julio de 1949 en Valparaíso, un lejano puerto enclavado en los mares del Sur, en el centro de Chile. Sus estudios los realizó en la misma ciudad, en cuya Universidad Católica estudió tres bachilleratos en historia, geografía e historia del arte, una pedagogía, y una licenciatura en historia con mención historia antigua. En la misma universidad se desempeñó como asistente, posteriormente enseñó historia del arte en una universidad vecina, y finalmente fue contratado como docente de historia antigua en una universidad del sur (UFRO). Esta universidad le concedió permiso para doctorarme en Alemania, y, como su mujer es suiza, pudo establecerme en ese país, donde obtuvo un diploma en Lengua y Literatura españolas, lo cual le posibilitó trabajar como docente en estas asignaturas en la Universidad de San Gallen, en la cual finalmente se jubiló.

Paralelamente a sus estudios en Valparaíso desarrolló sus inclinaciones literarias, que databan de la adolescencia, y escribió varios poemarios. Debutó como poeta en 1972, con un cuadernillo, Sueños de amor, que llegó a escasas personas. Su primer poemario «serio» data de 1974, Jinetes nocturnos, en el cual se advierten ya ciertos rasgos que caracterizarán su poesía adulta. Otros poemarios de esa época son Aguas y Naufragios, Alianza, Cólera de amar, y otros que no han sido publicados.

Posteriormente, y terminados sus estudios doctorales, dio rienda suelta a su fuerte inclinación por la literatura, y escribió —dice, como poseso— numerosos poemarios: Canciones de otoño, en versión bilingüe, Tus náufragos, Chile, Capitanía del viento, Abasalena, Cuando las blancas alas de la muerte, El transeúnte de Barcelona, Madre oceánica, Hermanía, La catedral de San Gall, Cítara, Máscaras y Rostros, Arqueologías griegas y muchos otros, en su mayor parte, inéditos.

La mayoría de sus poemarios han sido publicados artesanalmente, por la imposibilidad de encontrar una editorial que asuma el riesgo de publicar a un chileno en Suiza. Últimamente se ha decidido, sin embargo, a dar a la publicidad sus poemarios inéditos, confiando en que alguna vez se llegue a entender su poesía, para muchos lectores —e incluso críticos literarios— difícil de digerir. Su poemario Hermano lobo, escrito de manera amena, es un intento, y su próximo poemario, ya a la venta, Arqueologías griegas, también.

ulises.varsovia@bluewin.ch

https://ulisesvarsovia.tripod.com/

 

 

ÁNGEL DE LA MUERTE (selección)

Ciclo. Inédito (1977)

Ulises Varsovia ©

 

Ángel de la muerte

 

Un animal en mi interior anda suelto.

Sus atributos son la furia y la intemperie,

el sigilo de sus actos, los ojos en acecho.

 

De noche, cuando el sueño vence mis resistencias,

lo escucho merodear su celda, gruñendo,

con el olfato pegado a mi cansada vigilia,

sus músculos dotados de mil saltos contenidos,

tenaz en su ansiedad salvajemente primitiva.

 

Intrínsecamente obscuro, sangre en su esencia,

he visto su rencor de esclavo desear la muerte,

abrir sus fauces invisibles en mis manos,

y casi alcanzar a herir a la paloma en fuga.

 

Ella no entiende el rumor del espeso follaje

cuando el ángel de la muerte se aproxima.

Su ser es apenas ser, sin férreos atributos,

apenas la voluntad de continuar viviendo.

Sus alas no conocen aún la selva humana.

 

Salvaje cazador de las profundidades,

el látigo de un niño restalla en tus instintos

acorralando tu sed, y muriendo en cada golpe.

Mi sueño es tu más amplia libertad acorralada.

 

Pero quizás quiero abrir tu celda cuando lloro,

y quiero odiar la dulce mansedumbre de tu presa.

Porque no soy la paloma, sino furor y ternura,

el salto de la fiera y las plumas doradas,

un rayo despiadado y mi propia muerte.

 

 

Ropas

 

Pobres las ropas tiradas por el cuarto.

Nadie pensaría que han vagado por las calles

llevando en su interior la conmoción, el espanto,

los ruidos quebrados del viento

cantando desnudo en los bosques lejanos.

 

He allí sus gestos sobrecogidos,

su crispada tensión, sus pliegues desordenados.

Parece que aún tuvieran temor, o vergüenza,

que quisieran rebelarse contra su aciago destino,

aquel oscuro deseo de ya no seguir siendo.

 

Amanece en la habitación y están temblando.

Ellas han querido perpetuar la noche

reptando hacia los rincones donde la sombra dura,

y maldijeron al sol y a las aves matutinas,

y se odiaron a sí mismas llenas de botones.

 

"En verdad, amigas mías, afligidas vestiduras,

también vosotras tenéis derecho a abandonarme.

Sólo mi piel quiere amarme y se adhiere férreamente,

pero entiendo que me acechan las traiciones".

Eso parece que dijo una voz desde el lecho.

 

Entonces lloraron las ropas diseminadas,

y volvieron a sentir vergüenza, llenas de miedo,

y corrieron asustadas hacia los bolsillos

donde hallaron las manos heladas de un moribundo

aferradas a la tela desesperadamente.

 

 

En la miseria

 

Estos versos han sido escritos en la miseria,

en la profunda soledad donde se sufre tanto.

Han debido vencer el hambre y la vergüenza:

nada de lo que digan debe ser olvidado.

 

Seréis mi amor más grande que no tuve nunca,

el único regazo que no ha de abandonarme.

Jurad fidelidad al que os concibe en la angustia.

Seguidme hasta la muerte y más allá continuadme.

 

Trémulas palabras mías convulsionadas,

somos más fuertes en la íntima agonía.

Surgiendo de mi ser, ¡qué regias vuestras alas!

¡Qué orgullo en el dolor de mis frases heridas!

 

Nadie mire con desprecio estas líneas humildes.

Nadie escuche con piedad su flébil acento.

Fueron escritas con furia y orgullo triste.

Dejad que sobre el papel sigan existiendo.

 

 

Ardiente sed

 

Ámame en la noche tumultuosa venida

desde el corazón abrupto del invierno,

recíbeme en tu ser ahora que la lluvia

persigue sin piedad mis pasos huyendo.

 

Déjame hablarte esta noche del frío y el llanto,

de la soledad hambrienta cavando en mi vida,

del viento y la lluvia hostil que me buscaban

por las quebradas calles de mi ciudad herida.

 

Serás de mi ardiente sed de ser amada,

el vino prodigioso obscuro y terrestre,

la guarida donde duerma mi inquietud salvaje,

el conjuro de los sueños terribles que en mí crecen.

 

Cuánto quise haberte amado entonces, niña,

cuando caía la lluvia y gemía el viento.

Era ceniza la atmósfera de aquellas calles.

Era tan solo mi ser perdido en el desierto…

 

Pero esta noche has venido y no digas nada,

solo déjame decirte que estás conmigo y llueve,

y no hay nada como amarte cuando cae la lluvia,

y me buscan por las calles sus fríos besos de nieve.

 

 

Ceniza

 

De espesa ceniza es la tarde asediada

por desconocidos advenimientos.

 

Puede ser la noche que caerá sobre el mundo

descontrolando el rumbo de las aves,

o la lluvia que apagada merodea

en la altura, con sus alas extendidas.

O es que tanta gente que a estas horas muere

Hace vibrar la atmósfera en su agonía.

 

Algo terrible encubre la niebla

en su húmeda mortaja cenicienta,

algo que sólo los muertos conocen,

solo los ojos cerrados, sólo los sueños.

 

Oculto peligro del día en ruinas,

si retiro mi éxtasis de tu dominio,

si apago mis sentidos hipnotizados,

¿se rompería, acaso, tu hechizo deslumbrante?

 

No sé si solo en mí ocurre espanto,

si es mentira un atroz advenimiento.

Y no puedo retirarme de tu reino,

tu órbita empañada llena de presagios

donde gira mi temor creciendo hacia la muerte.

 

Debo gritar, entonces, para destruirte,

debo vencer mis sueños traicionados

que han caído en tu dominio poderoso

arrastrando al mundo hacia el terror y la locura.

 

 

Miedo

 

Tengo miedo de minerales

constantemente asumidos,

de silenciosas substancias

que vienen en mí a caer, y amo,

de rápidos movimientos

en la tierra clandestinos,

creciendo en el fervor de los labriegos.

 

Son una acción descontrolada,

un giro sin orden ni destino,

un ademán hacia la muerte.

 

Su penetración es absoluta:

calladas y dulces, humildes,

como si fueran a morir, llegan

al centro rector, y gestionan.

Toman el control los extranjeros.

 

Ellos fueron seres extraños,

entidades de ajeno carácter

viviendo su propio destino unitario,

su ciclo limitado por la muerte.

 

Y de pronto han caído en mi ser

desarrollando allí su propia conducta,

torciendo mi voluntad primaria,

desvirtuando el sentido de mis decisiones.

 

Tengo miedo de amarlos tanto,

de esperar cada día su lenta amenaza

con tanto fervor que aparezca.

 

Pero temo también la otra muerte,

el ser solo yo férreamente,

puro entre los impuros desvirtuados,

y quedarme solo en el mundo extranjero.

 

 

Y no es la noche

 

Vendrán otra vez a golpear mi celda

exigiendo de mí su sustento,

amparados en las acumulaciones

de ardiente tráfago irredento

harán suyo el clamor sin destino.

 

Lo que quiere la noche

que cava y penetra en las cosas,

lo que quiere su ser, su silencio,

su delgado pisar subrepticio…

 

Sin embargo ha llegado la hora,

y no tiembla el temor del asedio

cansado ya el día, sus horas vencidas.

 

Nada tiembla de miedo espantoso

en el ámbito ya abandonado

donde se está sin estar, con ausencia,

nada tiene temor infecundo.

 

Así lo que adviene lento,

(¡y no es la noche, no es la noche!),

lo que desliza sus pasos adentro

y toma los hábitos sacerdotales,

oficiará sin compasión ritos terrestres,

naturaleza abrupta y cataclismo,

el trigo en su esplendor incontenible.

 

 

Hoguera

 

Mucho miedo de morir

hay en las trémulas alas

del día cansado que vuela a su muerte.

 

El horizonte escarlata

hace arder en su hoguera los sueños,

incendia los bosques sin destruirlos.

 

Son apenas jirones de luz malherida

aleteando inútilmente en el naufragio,

queriendo asirse a la tierra que huye.

 

Son horas que nunca volverán al tiempo,

aguas de un río que fluye sin tregua

hacia los brazos abiertos del infinito.

 

Crepitan las trémulas alas del día.

Su ser se consume irrevocablemente.

Su vejez arde al final de las aguas marinas.

 

Y es su miedo terrible a la muerte

lo que agobia de angustia a los seres terrestres

trepados al monte más alto, y llorando.

 

 

Voces secretas

 

Ya se calme mi furor en tu seno secreto,

noche de extraños sonidos callados,

ya mi atroz población de seres hambrientos

halle en ti abrigo a su amor desdichado.

 

Han llorado en tu transcurso mis recuerdos

desde una ciudad de suspendida arquitectura.

Allí habitó el que fui, aquél que sigue siendo.

No ha pasado nada desde el viento y la lluvia.

 

Poderoso es tu mandato, señora de luto,

he aquí arrodillada ante ti mi obediencia:

mi tensa población de seres obscuros

depone su grito en tu muda presencia.

 

Pero quiero bajar a tus lentos metales

a hundir mi materia exaltada en tu desarrollo

para emerger abolido en tus aguas letales,

desnudo de ardiente atributo mi ser clamoroso.

 

Y ya no seguir llorando desde horas lejanas,

solo y total el asedio de voces secretas,

sino que haber transcurrido otras aguas

y haber sido para ser el que sin llanto recuerda.

 

 

 

ANA ROMANO 

Nació el 1º de febrero de 1944 en la capital de la provincia de Córdoba, Argentina, y reside desde la infancia en la ciudad de Buenos Aires. Poemas suyos han sido traducidos al portugués, italiano, francés, húngaro y catalán. Profesora de francés, tradujo a dicho idioma el volumen Breve anthologie de Luis Raúl Calvo (París, Ediciones L`Harmattan, 2012), el poemario Behering y otros poemas de Luis Benitez, así como textos del libro Tomavistas de Rolando Revagliatti (difundidos en la red).

Poemarios publicados: De los insolentes fantasmas (Ediciones Vela al Viento, 2010), Expiación del antifaz (Ediciones La Luna Que, 2014), y Zumbido de guirnaldas (Ediciones La Luna Que, 2016).

Más sobre sus obras en los siguientes números del Suplemento de Realidades y Ficciones:

https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2022/03/ (Nº 93)

https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2019/09/ (Nº 83)

https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2011/03/ (Nº 28)

 

romano.ana2010@gmail.com

 

 

TAMBORILEO

Ana Romano ©

 

Investigada

por las secuelas

y así expuesta

dilata la resolución

 

Réplica de su espera

en sus horas cruciales

la semana es desmenuzada

por el tamborileo

que oculta la verdad.

 

 

DE UN CIRCO

Ana Romano ©

 

En los trapecios

la peregrinación de los ácaros

 

La pandereta

que amuralla secretos

retrocede frente al tamboril

 

Los equilibristas

guarecen sus cuerpos

 

Las garras

amedrentas la voracidad

del látigo

que abroquelándose

humilla al domador.

 

 

LAS ACACIAS

Ana Romano ©

 

Las acacias

intuyen lo acodado

del crepúsculo inminente

y una alcantarilla

recrea la hojarasca

 

Joaquín borronea

mientras

el englobe del refugio.

 

 

SEÑALES

Ana Romano ©

 

La jauría

ayuna en los portones

 

En la claraboya

la hojarasca se acordona

y hasta simula un cerrojo

 

El silencio es desangrado

por la animada versión de las ranas

 

Y levita esta poeta

en la pesadilla.

 

 

 

GERARDO RETANA-CARRANZA 

Querétaro (Querétaro), México. Hal es un chico que nació a finales del siglo pasado. Le gusta el arte en general, así que hace un poco de todo, sin embargo, a duras penas sabe leer y escribir. Él es un noctámbulo de grandes ojeras y dientes amarillentos y sucios. Suele pasarse el día perdido en ideas sobre androides, oscuridad y flores, además, le gusta mucho jugar con todos los niños, a los cuales, les dice que es un gato.

g.retana.c@gmail.com

 

 

HAZME LIBRE

Gerardo Retana-Carranza ©

“…Y cuando lleguemos a dudar del valor de la vida,

porque el sufrimiento nos ciega a su bondad.

Danos la comprensión para soportar el dolor sin desesperación.

A ti, ¡Oh Dios!, nos volvemos en busca de comprensión,

¡vuélvete a nosotros y ayúdanos!”

(Fragmento tomado de Los umbrales de la oración)

 

1

Todo comienza con una chica drogadicta y maniaco-depresiva. Últimamente había estado esnifando coca, cuando había para comprarla, y la combinaba con su ración diaria de Prozac y Alzam, después, como lo hacía ahora, se metía a fumar unos Benson bajo la cama, junto a sus muñecas. No hace mucho, le había dado por maquillarlas, como se maquillan las prostitutas, con esos colores verdes y rojos tan estridentes y deformarlas, quemándoles la cara, para que se vieran tétricas y después colgarlas del techo.

Ella era del tipo de chicas, de esas que abundan hoy en día, que odian todo, empezando por ellas mismas. Era anoréxica. Todo en su ser era oscuro; el cabello, las uñas, los labios, la ropa, su mirada. Caminaba encorvada, y con la mirada en el piso. Su piel era pálida, de un tono amarillento, como si tuviera hepatitis o algo así. A veces me daba la impresión de estar viendo un fantasma. Dormía en el día y permanecía despierta toda la noche, por lo cual tenía los ojos enrojecidos, con unas enormes ojeras. Su aspecto era desaseado y sus dientes, amarillos. Había abandonado la escuela.

—Métanse esto por el culo —dijo levantando el dedo medio de la mano izquierda y salió de la oficina dejando tras de sí a un director consternado tratando de consolar a una madre llorosa. De eso hace ya dos años.

—¡Que se vayan todos a la mierda! ni que los necesitara tanto —dijo en voz baja al recordar, mientras encendía otro cigarro con el fuego del primero.

—Me regalas uno —dijeron.

Ella giró la cabeza y lo que vio no le gustó: ¡era la muñeca, la de la cara quemada, la que hablaba!

La droga estaba haciendo efecto.

Salió de abajo de la cama tan rápido como pudo.

—¡Puta madre! ¡Qué carajos fue eso! —pensó horrorizada. Se alejó a una distancia prudente y lentamente se fue hincando para ver bajo la cama. Contuvo la respiración al momento que tocaba el piso con las rodillas y se agachaba para ver si podía ver algo, ¡el corazón!, ¡el corazón palpitaba cada vez más rápido y más rápido y ahí estaba!: una manita, llamándola en la oscuridad, para que fuera a hacerle compañía, donde aquel único ojo que quedaba en la cara de aquella horrorosa muñeca quemada y deforme la miraba.

Un segundo antes de caer desmayada, le dio la impresión de que había algo en aquella muñequilla, en aquella mirada, que era malo, realmente malo.

 

2

Cuando despertó, al día siguiente, el sol se filtraba a través de las cortinas de terciopelo negro de su cuarto, el efecto de la droga ya había pasado, pero otro, mucho peor, llegaba: depresión y ansiedad.

Así que con desesperación fue a buscar al cajón del buró y cogió un poco de cocaína que le quedaba, que se tomó con el Prozac que le permitía controlar su depresión; aquella, que llegó poco después de dejar la escuela y que, hasta la fecha, aún permanecía con ella.

Solo con droga evitaba hacerse esas preguntas sin respuesta que tanto le atormentaban:

—¿Por qué a mí? —era su favorita.

En la vida hay preguntas que no pueden ser contestadas, así que es mejor ignorarlas.

 

3

Tenía diecisiete años y como ironía del destino se llamaba Claire. Era hija única y su madre todo el tiempo estaba tirada en el sofá, no trabajaba ni veía televisión, no cocinaba ni hablaba; no nada. Solo permanecía día tras día, noche tras noche, cobijada de pies a cabeza, como amortajada, así que ella dejaba comida a su lado y, al volver, el plato ya no tenía alimento, nunca vio si su madre comía o no, solo sabía que cuando volvía, el recipiente estaba vacío.

Ella y su mamá vivían del dinero que su papá les mandaba ocasionalmente. Las había abandonado por otra mujer y se había ido lejos, muy lejos, o al menos eso le dijeron alguna vez.

 

4

La música, su música, era la droga de su alma, a veces pasaba días enteros, acostada, rodeada de sus muñecas y metida entre las cobijas, escuchándola. Ya podía sentirse rodeada de afroamericanos en una taberna de New Orleans cuando escuchaba el jazz de Norah Jones, o en New York, caminando por Lexington Avenue, o tal vez en Central Park, cuando sonaban las primeras notas de Swing, del alegre Swing de Frank Sinatra a través de sus audífonos; el violín de Paganini, el Cello de Jacqueline Du Pre o la melancólica Voz de Amy Lee. Todos tenían el mismo efecto sobre su alma, la libraban de la necesidad de aceptarse, de aceptar su realidad.

Decía Flaubert que: “La vida es tan horrible que para soportarla hay que evitarla y se le evita viviendo en el arte”.

Esas palabras nunca las había leído, sin embargo, no le resultaban ajenas. Creía fervientemente en eso. Por eso tocaba su violín o escribía, y mucho, para sacar su veneno, se sentía tan podrida que creía que no tendría salvación. Y no se equivocaba, he visto varias como ella y sabía que acabaría como las demás. Siempre lo supe.

 

5

Dormía de noche y se despertaba en la noche, pero de un día diferente; tal vez dos o tres después. Fueron meses los que duro viviendo, o mejor dicho durmiendo así. Comenzó a perder el sentido del tiempo. La realidad se confundía con los sueños y los sueños con la realidad. Einstein tenía razón cuando dijo que el tiempo es relativo para el observador. Los días pasan en segundos, el tiempo avanza de una manera brutal, atroz; todos crecen, se reproducen y mueren, menos tú, que estas detenida, jodida, realmente jodida.

A veces soñaba que vivía, otras ¿vivía que soñaba?

“¿Es este mundo real

o solo es un sueño?

¿Puedo saber qué es realidad,

qué es sueño, Yo,

qué ya no soy Yo?”

(Ono no Komachi, poetisa del período Heian)

 

6

Hablaba con la estufa, con sus muñecas, con el bote de basura y con la única que le respondía: la televisión.

Estaba perdiendo la razón.

 

7

CoCaína, cigarros muñecas deFormes, saNgre saliendo de la nariz, silencio, vacío, oscUridad, moscas en la comida poDRida de la cocina, temblor en las manos, navajas de rasSurar, gusanos entrando por la nariZZZ, dolor de ojos, pedazos De comida eNTre los dientes, muÑecas que siguEENN con la mIrAda, Who am I?, Je me appelle zorra, coment te appeles vous?#+Ω®§£¥û watashi no namae Puta desu ¡¼€µ¥®ΩÈæèâÃØÜөƧ¤¶ÇÛÜÂÌÞŸŒš

 

8

¿Le temblaban los ojos? o ¿eran los dientes? Algo temblaba, pero no sabía qué.

—Temblaba su realidad —digo yo.

 

9

Después de estar, más de dos días, metida entre las cobijas se levantó a comer algo, fue al baño y se miró en el espejo, que estaba sobre el lavabo y de manera inconsciente sonrió. Su mirada triste y roja se centró en sus dientes amarillos con pequeños trozos de comida metidos entes ellos. ¿Cómo había llegado a tanto?, ¿en qué momento empezó todo esto?, se preguntó atormentada. Comenzó a llorar silenciosamente, se mojó la cara y sus lágrimas se fundieron con el agua que resbalaba. Se miró por segunda vez y tomo una decisión

¡No podía seguir así!

 

10

Con una serenidad perturbadora sale, por una pequeña escalera y un trozo de cuerda, al jardín. Entonces, ya en su cuarto, se sienta a escribir una nota suicida, en su escritorio, donde tantas veces pasó esas largas, solitarias y asfixiantes tardes de verano escribiendo en su diario. Cuando ya ha terminado de escribir, saca el último sobre de cocaína del cajón, corta una hoja de aquel confidente suyo, la hace rollo y aspira la línea de polvo blanco.

La droga actúa de inmediato

Se siente eufórica.

Se siente volar.

Los colores brillan,

bailan ante sus ojos. ¡Como si estuvieran vivos!

Estira la mano para tocarlos y al no alcanzarlos comienza a reír de una manera desquiciada. Entonces, escucha murmullos, voces:

¡Hazlo! - dice una voz en su cabeza.

¡Solo hazlo! —repite la voz.

¡Hazlo antes de que te arrepientas! —dicen nuevamente con insistencia.

 

11

Acomoda la escalera bajo el ventilador de su cuarto y sube para anudar la cuerda a la base. Cierra los ojos intentado poner en orden sus pensamientos, pero no puede, la droga se lo impide. Rápidamente y sin pensarlo mucho, se echa la soga al cuello y como en las películas, cuando el héroe está a punto de:

sucumbir,

de morir,

de caer,

de perder,

algo, algo mágico,

impensable,

impredecible,

increíble,

maravilloso,

justo,

ocurre.

¡Un milagro!

Y entonces, el héroe se salva, cambia el sentido de la historia y lo que parecía una historia

fatal,

triste,

injusta,

trágica,

cruel,

se transforma en una historia esperanzadora llena de luz y redención. Una cálida oleada, oportuna e inesperada, de recuerdos llega a su mente y la detiene en el filo de la escalera, en el filo de la cordura, a punto de caer. Recuerda la ocasión que su mamá entró, con un pastel en la mano, a su cuarto, cantándole las mañanitas cuando era pequeña; o aquella vez, que desconsolada, llorando por un corazón roto, sintió la ternura y el apoyo en brazos de su madre. El sol primaveral, las flores del jardín, la brisa de la mañana, los juegos con los amigos de la escuela, las mariposas que sentía en el estómago cuando él la veía, su primer beso; la vida ¡su vida!

Los mejores momentos de su existencia desfilaron por su mente en una fracción de segundo y entonces la confusión desapareció, no había ya dolor ni desesperación. Entendió lo que estuvo a punto de hacer, la terrible estupidez que estuvo a punto de perpetrar en contra de sí misma.

Las lágrimas comenzaron a fluir, eran tibias y dulces, rodaban por sus mejillas, y con cada una, que salía por sus ojos, salía también el resentimiento y el dolor.

Comenzó a sonreír, se dio cuenta que aquel Dios que desconocía y que siempre había rechazado y odiado, nunca la había abandonado, todo el tiempo Él había estado con ella y ahora se hacía presente, con toda su ternura, amor y compasión a través de esos recuerdos maravillosos que ahora inundaban su corazón y que mágicamente la llenaban de vida. Él, el Todopoderoso, el Rey de Reyes y Señor de Señores estaría con ella de ahora en adelante y a partir de ahora ya nada sería lo mismo.

 

Pero...

 

…es aquí donde mis pequeñas manitas poliméricas entran en escena y decido darle ese empujón que necesita, que todos necesitamos alguna vez, para hacer las cosas.

Todo es rápido y en cuestión de segundos las cosas cambian;

la historia

se tuerce,

se corva,

gira,

se pudre,

se descompone.

La sonrisa de su rostro se desvanece y cambia por una mueca de terror al sentir mi presencia.

Trastabilla, pierde el equilibrio y cae dramáticamente, como en cámara lenta. Su corazón se acelera y un gemido que está a punto de escapar por su garganta se ve interrumpido por el sonido de la tráquea al romperse.

Confusión, desesperación, lagrimas saliendo de sus ojos llenos de pánico, ella lucha por no morir. Se aferra a la vida, pero se acerca a la muerte. Diez segundos después, se está asfixiando, a los veinte se arrepiente de todos sus pecados, treinta segundos más tarde intenta jalar aire nuevamente, pero el peso de su cuerpo y la tráquea rota se lo impiden, a los cuarenta se araña el cuello frenéticamente por la desesperación de librarse de la soga, sus ojos se ponen blancos y comienza a brotar sangre mezclada con saliva, después de un minuto aún lucha pero ya sin esperanzas, lo hace de forma automática, comienza a ponerse morada, al minuto y medio ya está casi muerta; finalmente a los dos, se mece, ya sin vida, en la tétrica soledad de su cuarto

Silencio

 

12

Te he liberado como tanto me lo pediste, ¿lo olvidaste?, ¿recuerdas todas las tardes que me tomabas en tus brazos y pedías morir porque ya no soportabas tu vida? pedías ser libre, odiabas a tu madre, odiabas tu vida, te odiabas a ti misma; te sentías asfixiada. O aquella vez que manchaste mi cara con la sangre de tus venas, cuando fallidamente intentaste suicidarte.

—Hasta para eso eres idiota, ¡puta!

Recuerdo cuando quemaste mi cara, queriendo que fuera la de tu madre a la que estabas marcando, sacabas tu veneno conmigo.

Pues bien, te he escuchado, me he compadecido de ti y aquí estoy, ¿qué quién soy yo?, ¿y qué va a pasar ahora?, realmente no importa, no por el momento, lo que sí importante es hacia donde nos dirigimos.

Ahora es cuando todo termina o, mejor dicho, comienza. Las llamas del infierno, como brazos de madre amorosa, se abren cálidas para recibirnos.

 

“Parece que la cantidad de autodestructividad que se encuentra en los individuos es proporcional al grado en que la expansividad de la vida se ve frustrada. La vida tiene un dinamismo interno en sí misma y el hombre tiende a hacerlo crecer, a expresarlo, a vivirlo. Parece que, si esta tendencia es frustrada, la energía dirigida hacia la vida sufre un proceso de descomposición y se convierte en energía dirigida hacia la autodestrucción. En otras palabras: la autodestructividad es el resultado de una vida nula” (Erich Fromm, psicoanalista y pensador alemán)

 

 

 

ROLANDO ENRIQUE ROSALES MURGA

Nació el 6 de junio de 1990 en Guatemala, reside en Jutiapa, ciudad al sur del país. Utiliza el seudónimo Shelomit. Escribe desde los doce años de manera autodidacta. Ha ganado certámenes literarios en su ciudad y escribe para programas de radio y televisión, así como para cinco revistas guatemaltecas.

Ha sido galardonado con una doble mención honorífica en la Argentina y ha publicado varios libros online. Parte de su poesía se encuentra en varias páginas de internet. Algunos de sus libros: Mi Retablo de poesía, Segundo Círculo: Los fantasmas, La Visión, Lienzo de Ébano, Parsimonia del Vespero, Retornar del polvo.

murga_enrique@hotmail.com

enriquemurga@gmail.com

 

 

IRIDOLOGÍA DEL POEMA

Rolando Enrique Rosales Murga ©

 

Usted tiene el dedo ametrallador, un caos encrespado en los ojos, un diablo tomándole de las guedejas, los párpados cayendo de tanto ver cosas asombrosas, metamorfos en la mente, un galopante furor iridiscente, un pernicioso depravar la palabra, una neutralidad malograda, una ensoñación que no logra elevarse, le falta motor.

 

 

HIDROXIPROPILMETILCELULOSA

Rolando Enrique Rosales Murga ©

 

Los ojos abiertos y cansados de tanto imaginar la forma real, la concreta y no la forma que el cerebro nos agrupa, no la pixelada, quiero una forma definida sin las luces galácticas de por medio y que su forma primigenia me lave los ojos.

 

 

LOS PROFANADORES DE TUMBAS

Rolando Enrique Rosales Murga ©

 

El mensaje llegó temprano, eran las horas de la madrugada que solía dedicar a la lectura. La propuesta venía de parte de un catedrático de la Facultad de Medicina. Necesitaban un cráneo humano, le dijo. Era para estudiar el proceso de deterioro de los huesos del cráneo; de esa forma no solamente ayudaría a un amigo, sino que aportaría al estudio de la ciencia médica local.

A su mente vino la imagen de Leonardo da Vinci, padre de la anatomía y gran profanador de tumbas. Se dice que fue gracias a las profanaciones que efectuó de especímenes humanos para analizar. Algunas veces tenía que sobornar a los guardianes del cementerio con licor y de esa forma podía adquirir materiales nuevos. En su taller Leonardo diseccionaba los cadáveres pacientemente y hacía apuntes llenos de objetividad sobre lo que iba descubriendo.

Erick había profanado tumbas no con el propósito de aportar a la ciencia, ni por creencias esotéricas, sino por pura curiosidad. Scott Connor, ese era el nombre del amigo que le invitó al cementerio para observar un hecho muy especial. Erick preguntó por qué no llevaban linternas para observar el misterioso hecho que Scott le quería mostrar, pero él le respondió que no sería necesario. Y en verdad fue así, ya que las luciérnagas, que para junio eran muchas, iluminaban el ambiente con un aura verde que llenaba el ambiente de tenebrosidad. A Erick le pareció oír una ronda de niños cantar por el camino, pero luego se dijo a sí mismo que sería por sugestión.

Ahí estaba, en una tumba vieja y derruida, que Scott cavó con sus propias manos, separando ladrillos, arrancando pedazos de concreto viejo hasta por fin dar con un cráneo de hombre de unos treinta y cinco años, lleno de tierra y con los cuencos de los ojos fisurados. Scott le explicó que su nombre era Domine, que en vida había sido un amigo suyo que se suicidó hace unos quince años. La visión del cráneo impactó a Erick, pero le llenó de un sentimiento sublime, nunca había estado tan cerca de la muerte, en verdad era una sorpresa que valía la pena. Desde entonces noche a noche iban a visitar a Domine al cementerio, y en poco tiempo el grupo creció de dos a cinco personas. Un día Erick llevó a la tumba de Domine a su amigo Chen, quien casi se desmaya solo de verlo, a pesar de que era de día; dejó de hablarle a Erick desde ese entonces.

A Domine le consiguieron una compañera escarbando por el cementerio. En unos meses ya estaban el Capitán, Shadow, Carcass y otros cráneos que nombraban como personas, y a veces llevaban a casa para estudiarlos. Al menos en el caso de Erick, quien leía todo lo relacionado con anatomía, se nutría de conocimientos. Scott en cambio exploraba el mundo de las ciencias ocultas. Se punzaba los dedos con agujas y derramaba su sangre sobre alguno de los cráneos, siempre con preferencia de Domine, al cual mantenía en un Baphomet de sal con cuatro candelas negras, una por cada punto cardinal y una quinta encima de Domine. A Erick no le molestaba aquello, por amistad y respeto guardaba silencio ante los erráticos comportamientos de Scott.

Unas noches después del cumpleaños de Erick, el cual celebraron en el cementerio. Esa noche solo Erick y Scott fueron al cementerio. No había una sola luciérnaga. No había viento; el silencio reinaba mientras caminaban hacia la tumba de Domine. De pronto, entre el silencio un ruido horrendo, como de langostas volantes, una negrura indecible. Una sombra de dos metros y medio de alto, que cortaba el aire, el sonido, la luz misma pareciera no penetrar en aquella sombra que parecía un agujero negro cuyo horizonte de sucesos se tragaba la materia. El miedo no los dejó moverse. La sombra se acercó a ellos, poco a poco, pero definitivamente venía acercándose. Sin pensarlo corrieron y no pararon hasta llegar al parque, donde hablaban cosas inconexas, pálidos, con hiperventilación. Aseguraban que la sombra se encontraba en un árbol enfrente de ellos. Se tomaron muchos shots de tequila antes de poder hablar tranquilamente. Al ver la reacción de los demás ya no volvieron a mencionar el tema.

Luego vino la tragedia: alguien se había robado a Domine y los otros cráneos, sin saber cómo, ni cuándo, alguien les había despojado de sus tesoros que tanto les había costado excavar. Scott, muy molesto destruyó las cruces, los ángeles, las pirámides y demás esculturas del cementerio. Derribó tumbas añosas que aseguraba admirar. Después de eso Scott se fue a vivir a Estados Unidos, pues era ciudadano americano. Erick entró a la universidad, se dedicó a las artes, a leer, como tanto gustaba. Olvidó la etapa de la profanación de cadáveres. Hasta que César le llamó. Le envió por correo electrónico una fotografía en que estaban juntos, para su cumpleaños en el cementerio, con los cráneos alrededor. Le dijo que él era el indicado para el trabajo. "El indicado", se repitió Erick con ironía. Dijo que no, que ya no estaba para esas cosas, que no tenía tiempo. La cantidad que ofrecían era atractiva. Aportar a la ciencia. Se dijo ¡Qué diablos! Y quedaron para el próximo martes, que las luciérnagas ya han vuelto. Sí se realizó o no el trabajo es algo que aún no sé.

 

 

 

PATRICIA ELENA ESCALANTE

Nació el 7 de diciembre de 1967 en la ciudad de Resistencia (Chaco), Argentina. Estudió bibliotecología en el Instituto terciario “San Fernando Rey”. Vive en la Ciudad de Barranqueras de esa misma provincia, donde trabaja como bibliotecaria en la BP24 “Martha Seibelt de Basterra”. Está incursionando en la creación literaria, que siempre fue su pasión.

pato.escalante@hotmail.com

 

 

CHICO DE LA CALLE

Patricia Elena Escalante ©

 

Solía ponerme triste al recordar, ya no. El pasado al final no duele tanto, suena como vivencias de otro, pero es mi historia.

En un lugar del interior del Chaco, llamado Capitán Solari, en un rancho de palos, barro y techo de paja, vivía con mi familia. Dos hermanos mayores de trece y quince años, que trabajaban en la cosecha de caña de azúcar en Santa Fe, Elías de cinco y Sandra de dos (estos, hijos de mi madre y mi padrastro Raúl). Ahí quedaba yo, en medio.

Pasaron dos años de que mis hermanos mayores se fueron. Mamá enfermó. Tenía cáncer. Yo no comprendía mucho, pero de las tantas veces que Raúl, su marido, la llevaba al hospital en Resistencia, un día volvió solo.

—Su madre murió, la ambulancia del pueblo la trae esta tarde, sus hermanos están por llegar —nos dijo Raúl y no volvió a mirarnos ni decirnos nada más.

Un camión paró en la entrada del pueblo, bajaron dos muchachos, eran Gustavo y Marcelo que desde que se fueron no habían vuelto hasta ahora. Los odié un instante porque mamá los extrañaba y lloraba en las noches por ellos. Ya nunca los vería. Yo también los eché de menos y soñaba conque un día vinieran a buscarme y me sacaran del infierno que era mi vida, soportando los insultos y golpes que me propinaba Raúl, ante la mirada impotente de mi madre. Corrí, los abracé y lloré mucho.

Cuando la ambulancia entró al pueblo, se me paró el corazón.

Nunca nos visitaban, pero esa noche los vecinos traían flores de sus jardines para mamá, también vino mi maestra, me abrazó fuerte y me repetía —vas a estar bien, vas a estar bien—, rompí en llanto. Raúl, que miraba la escena que a cualquiera emocionaría, se acercó y me dijo al oído: secate esas lágrimas, putito, que mañana cuando volvamos del cementerio, vas a ir conmigo a hachear al monte y ahí sí vas a llorar cuando te sangren las manos, ya sos un hombre, ¡che!, mirá a tus hermanos, ¡aprendé!

Ni él, ni mis hermanos derramaron una lágrima por mamá. Yo la extrañaba y le tenía miedo a Raúl, ya no estaría ella para defenderme, muchas veces recibiendo los golpes que iban dirigidos a mí.

Me acerqué a Marcelo, el mayor de mis hermanos y le pedí que me llevara con ellos. Me miró, revolvió mis cabellos y me dijo que no, que era muy chico y que sería un estorbo, que ya tendría edad suficiente y que me vendrían a buscar. Dentro mío, sabía que eso no sucedería, que no iban a venir por mí, como tampoco vinieron a ver a mamá cuando enfermó, ni en sus cumpleaños, ni los días de las madres.

Esa noche me fui. Agarré una muda de ropas viejas y una foto de mamá cuando era joven. Puse todo en una bolsa plástica y sin que nadie lo note, salí a la ruta.

Caminé por horas, ni siquiera hacía señas a los camiones, en el pueblo decían que ya no levantaban como antes y menos de noche.

El dolor de los pies me subía hasta el alma, entonces sentí que un camión paró a mi lado. Se abrió la puerta y un señor gordo con cara de bueno me invitó a subir, —¡dale pibe, te van a pisar! Lo hice y hubo un largo silencio. Prendió la radio, —¿te gusta la música?, preguntó, afirmé con la cabeza. —¿Adónde se dirige el señor?, dijo con tono simpático y gracioso, —voy al hospital de Resistencia a ver a mi mamá que está enferma, mentí.

La música, el cansancio y las luces mostrándome el camino que me estaba llevando quién sabe dónde, me adormecieron y caí en los brazos de Morfeo.

Cuando desperté, estaba cubierto con una manta, ya era de día.

—Buen día, campeón, preparate que estamos llegando. Creo que intuía que estaba escapando de algo porque cuando bajé me dio cien pesos y me dijo, —tomá, comprate algo para comer, si no tenés suerte acá, en la ciudad, volvé a este lugar, yo casi todos los días paso y si querés te llevo a tu casa de vuelta. Cuidate mucho, acá la gente no es tan buena como en el campo. Me sonrió y se fue.

Así, de la noche a la mañana, de un día para otro, me convertí en un chico de la calle.

Mientras disfrutaba de un choripán, miraba a la gente, los autos, los edificios, cosas que nunca había visto, hasta me olvidé por un momento de mi madre, de Raúl, del pueblo al que no pensaba regresar jamás. Empecé a caminar y llegué hasta la plaza, ¡que lindo era todo!

Pasaron las horas, era la primera noche de muchas que vendrían lejos de casa.

En las escaleras de la iglesia, un hombre acomodaba unos cartones, me quedé mirándolo, primero me ignoró, después de un rato me ofreció algunos con un gesto. Ese lugar, al lado de un extraño, en unos cartones, sería mi cama por largo tiempo.

Pasaba el tiempo vagando, barriendo veredas a cambio de unas monedas o algo para comer. Las personas me miraban, algunas con desprecio, otras con lástima, pero nadie preguntaba que hacía un chico de nueve años, solo, sin su familia.

Era verano, los jóvenes paseaban, reían, las parejas en la plaza derrochaban amor, disfrutaba viéndolos como a través de una vidriera.

El empleado de una hamburguesería me juntaba los restos que quedaban en las mesas, hacía un paquetito que yo pasaba a buscar cuando iban a cerrar. Lo compartía con el hombre de la iglesia, nunca dijo una sola palabra, no hacía falta, los dos sabíamos que éramos los mejores amigos del mundo.

Una noche no vino, nunca supe qué le pasó, no volví a verlo, otra vez estaba solo pero ya no tenía miedo.

Desperté una mañana con unos estruendos y una banda que sonaba cerca. Corrí, había mucha gente, era 25 de mayo, ¡era una fiesta!, me mezclé con la muchedumbre y aplaudía como hacían todos. Un nene que estaba con su mamá, me dio una bolsita de pororó que comí con mucho gusto. Del otro lado de la calle una señora me miraba y sonreía, le devolví el gesto. Cuando terminó el desfile, caminó hacia mí, me tomó del brazo y me preguntó mi nombre. Desde que llegué, nadie me lo había preguntado. Andrés, —Andy, que lindo nombre, me dijo, la única que me decía así era mamá y que lindo sonaba en sus labios. —¿Tenés hambre? preguntó, le dije que sí.

—Vamos hasta mi casa, es cerca, te voy a preparar un rico desayuno, por supuesto, acepté. Me tomó de la mano y empezamos a caminar, me contó que se llamaba Marta, que vivía sola, que tenía un hijo que se fue a estudiar a otro país y que su esposo había muerto hacía muchos años. Empecé a relajarme y a disfrutar de la compañía de Marta.

Cuando terminé el desayuno más rico de mi vida, Marta me pidió que la acompañara a hacer unas compras. Me compró ropas y zapatillas, luego me llevó a una peluquería, le pidió al señor que me cortara bien cortito. Cuando me vi en el espejo, después de tanto tiempo, no me reconocí y hasta me dio risa.

Regresamos y me dijo lo que esperaba, que me quedara a vivir con ella, que la casa era grande y que nos haríamos compañía. Definitivamente, Marta era un ángel, la habría mandado Dios o mamá. No lo pensé ni un instante y le dije que sí. Se le llenaron los ojos de lágrimas, a mí también.

Me quedé en su casa, le conté mi historia, llorábamos de a ratos con el relato de las peripecias que me tocó vivir a pesar de mi corta edad.

Habían pasado dos años desde que llegué a Resistencia.

Marta me inscribió en un colegio cerca de la casa, yo era el más grande de la clase, pero no me importaba, era feliz yendo a la escuela, solo quería que Marta se sintiera orgullosa de mí. Cuando pasé de grado me regaló un perro, un bóxer blanco, lo llamé Beto, nos hicimos inseparables compañeros.

Terminé el primario y después el secundario en el Nacional, con las mejores notas, era mi forma de agradecimiento. Ojalá también lo hubiera podido ver mamá. El amor que recibí esos años de parte de Marta y de Beto, fue suficiente motivación para lograr mis sueños. Hoy soy ingeniero, en la UNNE conocí a Gaby, mi novia, y a entrañables amigos.

Supe después de mucho tiempo que mi hermano Marcelo se casó, que con su esposa fueron al pueblo y se llevaron a mis hermanitos a Santa Fe. Que Raúl vivía solo, preso de su ira y el alcohol.

Fui un chico de la calle. Hoy soy un hombre feliz, con amor, un trabajo digno y cuido a Marta en su vejez como a un tesoro.

El pueblo, el cáncer de mamá, Raúl, mis hermanos, mi experiencia de vivir en la calle, es una mochila pesada que cargo, pero no quiero dejar, porque es el único recuerdo de todo aquello que me quedó.

 

 

 

WASHINGTON DANIEL GOROSITO PÉREZ

(Montevideo, Uruguay, 24/6/1961) Radicado en Irapuato, México, desde 1991. Naturalizado mexicano desde el 18/11/1999. Carrera de Periodismo aplicado a los Medios de Comunicación Social (Uruguay). En México obtuvo los títulos de licenciado en Sociología de la Educación, maestría en Ciencias con Especialidad en Sociología Educativa y doctor en Ciencias con Especialidad en Pedagogía.

Poeta, narrador, ensayista. Catedrático universitario, periodista, conferencista e investigador.

Ha sido galardonado con premios de periodismo, ensayo, cuento y poesía en Uruguay, México, Brasil, Argentina, España, Estados Unidos, Alemania y Francia. Ha integrado unas treinta antologías literarias en Uruguay, México, Argentina, España, Italia y Estados Unidos.

Ha publicado en diversos medios literarios de Brasil, Ecuador, Suiza, Italia, Holanda, México, Argentina, Uruguay, Colombia, Estados Unidos, Chile, Cuba, España, Rusia, Israel y Paraguay, tanto poesía, haikus, poemínimos como microcuentos.

Más de sus obras y trayectoria literaria en Suplemento de Realidades y Ficciones:

https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2021/06/ (Nº 90)

https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2018/12/ (Nº 79)

https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2017/09/ (Nº 74)

 

wd_gorosito@yahoo.com.mx

 

 

POESÍA EN MOVIMIENTO

Washington Daniel Gorosito Pérez ©

 

La palabra poética es pájaro.

En su vuelo,

para hablar con los dioses

esquiva las lanzas de astro rey,

dejando a su paso cristalitos de mar aéreo.

 

El verbo incandescente

hace que la neblina de la tinta

se vaya disipando.

 

Fluyen letras en bandadas

tejiendo poesía en movimiento

y al nacer los versos

son coronados con aureolas

de polvo solar.

 

 

LAS NO PALABRAS

Washington Daniel Gorosito Pérez ©

 

Máquinas y pájaros

comparten las alturas.

 

Alas metálicas

contra plumas multicolores.

 

Los pájaros ya casi,

no tienen cielo.

 

Sus ojos gotas de miel

observan polimorfos objetos.

 

La palabra en vuelo

el viento la empuja.

 

Y, los versos laten

con la calidez del verbo.

 

Un poema rompevientos

es festejado por los aleteos rítmicos.

 

En la biblioteca de los pájaros

sólo hay poesía.

 

Y, la brisa acarrea

las no palabras.

 

 

LETRAS ALADAS

Washington Daniel Gorosito Pérez ©

 

Seré un pedazo de tierra.

Seré surco donde plantarán

semillas de poesía,

y surgirán versos

que nacerán lagrimosos.

 

Carrusel de letras girando silenciosas,

versos que romperán el tiempo,

esperados por pájaros ansiosos,

ávidos de nuevos poemas

que no comieron ni una semilla

las cuidaron,

volando en círculos concéntricos

multicolores.

 

Aromas de letras calientes

versos dorados

recién horneados.

 

Pan de letras,

nutrientes del espíritu

volarán muy alto.

 

Poesía con alas.

 

 

 

ADRIANO CORRALES ARIAS

 

Nació en San Carlos, Costa Rica, en 1958. Narrador, poeta, dramaturgo, ensayista, colabora con varias publicaciones costarricenses y de otros países latinoamericanos. En ocasiones firma con el seudónimo Adriano de San Martín.

Profesor e investigador, es antólogo-editor de poesía y narrativa costarricense y centroamericana. Ha participado en múltiples congresos, festivales, encuentros académicos y de escritores nacionales e internacionales. Colabora con artículos científicos, de opinión y con textos de creación publicados en el país y en Latinoamérica.

Más sobre sus obras y biografía en los siguientes números del Suplemento de Realidades y Ficciones:

 

https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2019/09/ (Nº 83)

https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2018/12/ (Nº 79)

http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2017/12/ (Nº 75)

http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2015/06/ (Nº 65)

http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2012/12/ (Nº 55)

 

hachaencendida@gmail.com

 

 

LA NACENCIA

Adriano de San Martín ©

A Ivar Zapp

Buceador de conocimientos

en las esferas de la vida

La nacencia

 

1.

Luz que despunta en los cerros con voz de océano en el caracol. Vela encendiéndose cual primera fogata en este continente, desplegándose por todo el pluriverso: los habitantes del cosmos al unísono inician el galope celeste con el primer verso. Destello que nos vence siempre. Ojo de agua. Marejada de diciembre al amanecer de la tonada.

Zopilotl en el firmamento de las palabras. Serpiente por la piedra. Jaguar en el agua. Esfera en las estrellas. Los astros inician su revuelta con un número que no alcanza para enumerar el fundamento de infinitos nexos.

Es la alquimia del monte. La hoguera, por siempre la hoguera. Es el fin del principio, el principio del fin. El equilibrio del centro.

Porque todas las certidumbres están en el árbol: La Gran Ceiba. En sus lianas, en la mano de tigre, sus frutos de obsidiana. Todo proyecto en sus raíces. Todo manifiesto en sus hojas que apuntan hacia los ríos del cielo. Todo sentimiento en la savia. El ánima de su silueta se dibuja y danza en estos versos.

Hablamos de lo incierto. Del invierno. Ciertos insectos. El humo. La cadera. El vientre. Lo que se ha dicho siempre. O tratamos de decir. Pero no se entiende. O se entiende lo suficiente para disimular que no se entiende. Lo fulmíneo. Lo inesperado. Lo que se presiente.

No se habla de puentes ni del presupuesto de la colmena. Sino de lo justo. Apenas lo audible. Lo necesario. Lo que se ocupa y desocupa. Lo que nadie expele. La conciencia de saber que se sabe lo que no debería saberse. El ser y la manada. O el viento. Oeste. Sur. ¡En su quiasma la luna y su nawal!

El secreto está en el lirio de agua. En el delirio. En el sueño. En el invento. En la navaja.

Sépase que se hace lo imposible por lo posible. No nos engañemos. Dios está en todas partes, pero especialmente en el sol, en los soles de todas las galaxias. En el cuento que descuento hacia atrás y hacia adelante como la cuerda del Kamal. En la cascada de nieve. En el fuego de la lluvia. En el néctar del juego. Sobre todo, en el tablero. En los escaques. En la ventolera de marzo y su conejo entero. En Piscis 4. En la visa de los bárbaros. En la barbarie de la visa.

Por eso debés revisar tu nombre siempre. Tu número de identidad. Tu tarjeta. Nadie te avisa, ni te visa, pero tu banco pudo ser intervenido. ¡A lo mejor! A lo inmobiliario. En junio como en enero. En temporada baja o en tu pañuelo. Porque la moda ya no está en París sino aquí. En tu casa. En tu silla. En tu vitamina. Tu parábola. Pues todo se repite y se reescribe. Todo es pasaje bíblico para la compraventa y el rito: un pase de celulosa. Una chilena. El gol en el periódico de mañana. El ombligo. La parada. Los mangos del traje que no lucimos. Sí, Lucía, el personaje más caro de cualquier peli o novela. (Léase Mary Jane, verdadera virgen invisibilizada por las iglesias).

Suficiente. Tenemos bastante: récord de reservas federales. La leguminosa. El cafeto. La oliva. El cacao. La amapola. La bolsa. Rascacielos. Spa. Campos de golf. La bicicleta neoyorquina. Los asesinos de Kennedy. La meseta. Una suiza para saltar o brincar, que no es lo mismo, pero es igual, como dijo el poeta de La Habana, para burlar la vigilancia y el castigo. La guerra.

Regresemos: elaboremos un portal al estilo Castilla, aunque mis tías ya no rezan. Ni enamoran. Siguen por la vida liberticida. (Estuvimos al tris de decir una palabra mala: desdecir). Un portal conceptual puesto que la poesía está acoplada con el porvenir, por tanto, forjada con números y tallas. La poesía, esa Grande Bruja más allá de la Vía Láctea, niña perdida en el bosque y hallada en el reino de los acertijos con las siempre malditas promesas. Por eso extrañamos el pasado, porque todo tiempo futuro fue mejor.

¡Las Maras! Lo malo nos viene de allá. Lo bueno también. Pero lo confundimos. Lo espantamos. Espantapájaros. Como fantasmas emigramos. Y regresamos. De América solamente se puede emigrar, decía Bolívar en carta a Manuela. Y de Abya Yala salieron ellos, los Navegantes Quetzal. Llevaron la casa de cristal hasta La Acadia.

A lo mismo: el diezmo de los domingos. La horca señalada. El autoengaño. La mascarada. Vejigas de chancho. Turno de bombetas. Yeguas en tumulto. Cantina abarrotada. Lotería. Chorizo. Mercancía. Espuela. Paella nocturna con viandas propias. Anegadas. La mesa. El vino. La veladora. El enemigo. Todo en este cuarto. En la cocina. En el modo de habladuría. Faruscas.

Queremos decir: en la forma está el primer golpe. O el cuchillo. La cruceta. En fin, el machete, según se estila en el norte donde nos persiguen con patrullas. (¡Descansen!). Todo es hormiguear.

Por ello la consigna: en el bar la vida es más sabrosa, en el silencio, en la manera de madrugar con el ganado de la hacienda hotelera. Mejor: el frijolar ennoblecido por los recolectores. El Capital. Una idea. Un proyecto. El sistema. Un mundo. ¡Enjoy! ¿Es eso? Nada más que esto. Un modus. Un locus. Un totus. ¿Una consigna?: ¡fast food! Un malentendido fronterizo quizás. Un pase. Un ala leve. Un diga lo que ve, lo que sabe o no sabe. Lo que oculta. ¡Suelte! Un diga lo que digan.

(¡Caramba qué manera de contonearse! ¡Qué sutileza de revoloteo! ¡Qué tijereta en el aire! ¡Qué salpullido de movimiento! ¡Qué cumplido. ¡Qué factura! Lo consumado y consumido. El folclor todo lo vende. Lo eleva. Y lo reduce. Total, son los signos de la noche cuando la luz nos ciega).

Pudo ser de otro modo si los Aztecas no derrotan a los teotihuacanos, toltecas y zapotecas. Si los chinos o Colón. Si los ingleses en vez de los españoles. Y viceversa. O si los aztecas derrotan a Hernán Cortés. O los mayas. O los incas a Pizarro. Si qajchiquel en vez de castellano. O los sumerios. Si Trostky en vez de Stalin. Sí, de otro modo posible. Versavice. Aunque todo se repite de forma diferente. Como la flecha que torna al arco. La bala al cañón. Boomerang.

Allí están las ruinas de Persépolis, Palmira, Pompeya, Delos, Ayutthaya, Novgorod, Samarcanda, Teotihuacán, Machu Pichu, Caral, Petén, Chichen Itzá, Copán, Monte Albán, Guayabo, Cutris proyectos enterrados por lava, el imperio o la misma tarea de zapa de sus nativos. Peor les irá a nuestras ciudades cuando se rompa el equilibrio y la velocidad de los continentes alcance la Gran Colisión. Así nuestros sueños, estas palabras

Cierto Poeta: nunca se pone más oscuro que cuando va a amanecer. Pero también nunca se aclara más que cuando va a oscurecer.

En el firmamento está el secreto. En la órbita. En el fugitivo regreso. Porque en mi camino estaba el otro sendero: todos los caminos conducen a Abya Yala que es el eterno retorno: el vuelo de las mariposas que migran y regresan ya otras, segunda o tercera generación. De allí el vahído de los volcanes. La furia de los ríos. El latigazo de los mares. Noche y día se dan la mano. Las muchedumbres se reúnen. Las élites conspiran. El humus se mueve. Respira.

Vení hija a este refugio. Hijo más pródigo que nunca. ¡Vení! Acá hay lechugas y arracache. Tortilla casera con mantequilla de oveja. Acá en las catacumbas el arroz y los frijoles son el pan nuestro de cada día. Las vacas pastan en las nubes. Los rascacielos en la niebla. Aquí en este jardín cercado por los emisarios del Imperio y sus cipayos. Defenestrado casi. Pero en resistencia: ojo al Cristo y mano a la chuspa. Vigilantes tras las empalizadas de madero negro. Selva adentro. En la ribera de los sueños. En la pubertad del tugurio. Gota a gota se resiste. Y se tantea la danza total de lo simple. El turno de la Comuna. La feria de los descalzos con el pregón de los afligidos. Con los cantores y artesanos. Con el Sermón de la Montaña. El Cantar de los Cantares. Los códices. Las estelas. Los quipus. Los manantiales.

Sin embargo, esto no es un sermón, ni una parábola. Tampoco una encíclica o una profecía. Enderezar ese clavo ya no es posible. Menos el árbol que es apenas sensitivo. Más la dura piedra porque ésa ahora siente. Lo sabemos: todo regresa. En el yunque cambian las historias. En las ocarinas. Las guitarras. Al son de tambores, chirimías y marimbas. Con las manos y los pechos de madres desamparadas. Con el beso de Infierno y Cielo. Con la invocación. Hombre a hembra. Hembra a hombre. Hermanados. Con hambre. ¿Resistiremos?

¿De otro modo vice y versa? Las aguas negras a la fosa, la fosa al riachuelo. El riachuelo al río. Y el río a la mar. O al subsuelo. A los mantos acuíferos. Al detritus que luego será petróleo. O gas. Minerales calcinados. Por eso horadan el planeta y sangra. Las compañías del Imperio. Los cruzados y sus lacayos. Los lectores de noticias falsas. Los Heraldos Negros. Telenovela del tedio. Farándula tarántula de nuestros deseos.

Pero acá estarás bien, mujer. Con nuestras hijas e hijos. Tu cuerpo es nuestro templo. Nuestro refugio. Nuestro sustento. Mujer en las horas de la vigilia y del estremecimiento. En la cama y las hamacas. Compañera siempre. ¡Compañera! Nos amaremos como corresponde ser amados. Poliamorosos sempiternos en los oficios del milenio. En un lecho que, lo sabíamos, no es de rosas. En la Nueva Escuela. Sin maquilas. Ni financieras. Liberados. Libertados. En duermevela. ¡Versa que versa!

No, no es la utopía tampoco. Acá no hay ríos de leche y miel sino aguas turbias. Es el verso que versa y dice. Sencillamente el verso. La poesía de otra era. La de siempre. La llave. La flor. La quimera. Acá en este límite, en este batallar, está el centro del juego. Sin trucos ni escenarios. Desnudas al fin. Desnudos. Conversando con quienes ya partieron, pero permanecen. ¡En oración! (Entreguemos las ofrendas. ¡Enciéndanse las velas! El copal. ¡Sírvanse los frutos del mar y de la tierra!). Ellos están con nosotros. Nosotros en ellos como estrellas y arenas blancas y negras. Olas que estallan, van y regresan y tornan y retornan a estallar. Aquí en nuestras habitaciones de donde nunca debieron haber salido. Nos guían. En silencio. Nos advierten.

Lo que vemos y no vemos se reunirá como la noche en el día y la brisa en el mar. Lo no sabido. Lo que sorprende. Lo que aterroriza porque no se entiende. Subyace. Adviene en la tregua. De repente. Se fuga. La ciencia no lo alcanza. Ni la filosofía. Solo la conciencia, La Gran Con-ciencia.

Por eso no esperamos a Todog. Nada. Todo está porque transcurre y permanece. Fluye. Pasado en Presente. Presente en Futuro. Futuro en Pasado. Raíces. Cadenas. Redes. Ciclos. Trasiego de imágenes. De peces. Hacia atrás a veces. En relente. Hacia nosotros siempre. Todo en Nada. Nada en Todo. Lo aparente en lo real. Lo real en lo aparente. Como la sombra del bastón en el agua que es el mismo bastón prolongándose. Lo que muere y renace. Lo que renace al morir.

Vinimos a decir esto porque decir es lo nuestro. Y hacer en el decir, en el orar, en el pedir. ¡Pero no es el evangelio! Ni el testimonio, ni una cátedra, menos la anécdota. Nada de literatura. ¡Sencillamente versar! Las palabras/pensamientos en tiempo real. Hilvanadas como las estaciones. Palabras/Hechos. ¡Pecho! Y no nos corremos. En este juego andamos Poeta. Por eso, versa Poeta, versa y vice versa.

Envejecimos peleando por el poder y la gloria. Por un puesto en la galería. Por un ascenso, un reconocimiento. Por llegar primeros. Vanidad de vanidades. Nos olvidamos del juego en la red. De la mujer de Lot. De lo que importa: el sentir, el hacer, el decir: versar. Lo que cuenta. No la cuenta.

Ni el cuento. Ni el retrato. Ni el número. El asiento. El tomo. Sino lo que realmente cuenta. Lo que nos redime. ¡A lo que vinimos dijimos!

Es el comienzo al fin. O el final tantas veces esperado. El Apocalipsis temido y bien ganado. Porque todo acaba cuando se termina. Como el verso, querido Thomas Stearn. Como el FIAT, auto último modelo para desafiar a los futurólogos del futurismo que vaticinaron lo que no sería posible. ¡Esta bestia japonesa! Y nadie lo percibió. Solamente las salamandras que ascendieron las colinas, los cerros, las montañas, porque en las costas, llanuras y sabanas el calor era ya insoportable.

 

2.

Las puertas o ventanas de agua no se perciben en los bosques. Solo el vidente las encuentra. Fluyen y mariposean imprecisas, equidistantes. Y se abren como espejos líquidos a la hora de la siesta. Podemos transponerlas e ingresar para ascender al otro reino. Igual pueden colarse los demonios para nuestro tormento. Por eso hay que dejar el trance a los Poetas. Son ellos quienes descifran sus goznes, sus giros, sus batientes. Ventanas/Puertas, Puertas/Ventanas: Puertos. Entradas y salidas. Cristal de dos aguas, azogue de rocíos.

Por esas aberturas ingresan y parten. Pernoctan. Vigilan. Se esfuman.

Regresarán cuando el Gran Dador las abra de par en y nos conduzca hacia la otra orilla. Será la anunciada Cuenta Larga. El renacimiento de las aguas, los aires, las selvas y los días.

 

3.

Acá en el sur si no es la lluvia o la tormenta, es el polvo del desierto. O el polvo de lo incierto. Siempre polvo, mas polvo enamorado.

Acá la noche es una hoguera encendida desde la memoria para esperar el día. Los guerreros danzan en el páramo. Otean el mar. Se preparan para el próximo desembarco. Por eso construimos estas naves de palabras pacientemente. Estos puentes con imágenes de lo precario. Porque la miseria tiene un lado de sosiego en los discursos, en la luz, en el incendio.

Y laboramos sin descanso. Ocupamos el lienzo de la noche, la textura de las centellas. El movimiento de montes y planetas. Navegamos por dentro hacia dentro. Nos desdoblamos y desaparecemos con el báculo de los últimos que fueron los primeros. Atemorizados a veces, pero ciertos en el cuento. Con agujas de hueso. Con cinceles de jade. Con lo que se encuentre. Porque acá ya no se busca, en el desencuentro se encuentra y desencuentra.

Bajo las pirámides está el sol. Bajo las calles empedradas el viento. En los tambores el océano. En nuestros cuerpos el barro. Con eso armamos los códices que numeramos y ocultamos a los bárbaros. Con aliento de pujagua anudamos y desanudamos el envoltorio para el Árbol de la Vida. Ellos con su Cuenta Larga en contra de la cuenta corta de los historiadores, con su esperanza en estos ocho paneles.

Con maíz, mezcal y copal chasqueamos el hambre. Alimentamos el sueño. Porque quienes mueren nos habitan para siempre. De ellos renacemos. De los ciclos. Los torrentes. Las alabanzas e invocaciones. Con ocarinas y atabales. Con el metal bruñido en la danza de entonces.

Cierto: el Toro es enorme y parece invencible. Pero siempre lo derrotamos. Los demonios están con nosotros. Los verdaderos, no los que aparecen cual ángeles o arcángeles. Los de la selva, los cenotes y la siembra. Los venidos en los barcos negreros más allá del mar, o más acá, los de los montes nevados. Los que meditan en el techo del mundo. Su fuerza acompaña nuestra lucha cuerpo a cuerpo, sombra a sombra, fuego a fuego. ¡Arrebatados!

Y entonces llega la noche del incendio. ¡Y venceremos! La rotación del tiempo será el sueño. Las palabras múltiples universos en incontables lenguas y dialectos. Un batá de luz oscurecerá la tierra para La Nacencia.

Y cada temporada, cada ser, toda Nada, será el atardecer de la amanecida, el reverdecer de los desiertos, la orilla del mañana que era el ayer. La semilla. Todos los tiempos en un tiempo de todos para todos en el CERO primigenio, el UNO primordial.

 

4.

Tumbas bajas. Tumbas altas. De barro. De piedra. De ventisquero. Custodiadas por las serpientes y el oso hormiguero. Por halcones y el Rey del zopilotero. Tumbas donde descansan princesas, príncipes y chamanes que algún día despertarán como el relámpago para hacer llover sobre las selvas, las sabanas y las colinas deforestadas. Lluvia perpetua. Sus lanzas de hielo castigarán al Gran Toro. Será la guerra florida por el eterno retorno. Los Diablitos danzarán en la cumbre de la cordillera, en las ensenadas, en los linderos de la arena. Danzarán el Sorbón del agua y las estrellas. Lágrimas de sangre renovarán los campos para el alimento de los dioses. El cosmos se vestirá de flores propicias para el arco de la primavera. Y los pueblos de la Tierra se desnudarán agradecidos por el camino de las esferas que conduce al tiempo infinito de los cometas.

De las aguas emergerán ellos, los enviados del cambio en naves de niebla.

 

5.

Nací en una casa de madera al atardecer cuando las bestias se aprestan al sueño y los aldeanos a la cena con narraciones prodigiosas.

Pero estoy en la calle central de una ciudad un 31 de enero preguntándome qué hace un poeta en la noche encendida por la calle central metropolitana. Tal vez mira el tiempo empozado de los astros o el fulgor primero de la luna que se desgaja entre los Poases, Turrialbas, Arenales, Irazús, Chirripós y los nubarrones del trapicheo climático dentro de museos y canciones.

Vagabundeo. Abundo en situaciones, lances y acontecimientos de otras tardes: una mujer garrapatea en el teléfono la siempre espera, siempre espera Todo es proceso y porcelana según dicen las reglas. Pero el golpe y la caída se imponen. El aullido y la esperma derrochada. El estar afuera aguardando la celada. Todos contra Nadie en la parada del ómnibus a media noche, con el frío penetrante en los talones y el arrabal de los versos, la pátina de los galerones.

Se trata de lo inverso en la madrugada, lo que retarda el amanecer desde la acera de enfrente con periódicos y cartones de la industria, flecos del comercio después de la parranda, la avaricia, la palmada.

De eso se trata. No de inventos capitales de emprendedores o camisas de fuerza. Ni de maniquíes en las tiendas o en las plazas, pálidos reclutas en los cafés con sus bufandas, sus pasamontañas para no ser reconocidos por las cámaras policiales o en los sucesos del telediario.

De eso y de lo otro, porque nada está seguro aunque sea tu cumpleaños: lo que balbuceamos cuando pretendemos conversar; lo que no se publica; lo incestuoso; lo podrido en los barrios del sur, escondido en los cinemas, agujereado en los rascacielos, en los pasillos del no lugar con sus meriendas de neón, plastilina de las pantallas, silicona de las estrellas, parpadeo de colores, sangre en las letrinas, en los baldes de la buhardilla, en los callejones de basura no recogida por los camiones municipales pero distribuida por todas las ciudades: indiscreta inunda posadas y condominios.

Miles de animales transgénicos o manipulados se sacrifican para alimentar a la bestia, La Gran Bestia que avanza con la venia de tribunales, electores, disertantes hasta pianistas y cantantes en los ministerios de adobe o en las alcantarillas. No tiene nombre, no lo tiene. Avanza con la tiniebla de sus pezuñas, las herrumbres de cascanueces tropicales babeantes en las escaleras, las mansiones, los estadios, las academias

Una señal basta: cientos de miles glorifican la hazaña de convertirnos en guadaña de nuestra propia ejecución anunciada por parlantes y billetes de lotería. No nos reconocemos ni en los cerdos del charco o de los prados ni en las alambradas del pez. Navegamos sin rumbo. No hay capitán sino oficiales galantes del box y la pasarela hacia el naufragio total de las naves y la mansedumbre. Domesticados, dijo el tribuno, como fieras en el zoo. O atrapados en el espasmo de un guion que escribimos y luego olvidamos, pero siempre, siempre, interpretamos.

 

6.

El muerto todavía nos habla Presbere. Nos habla Cuasrán. Y mucho antes Espartaco. Nos hablan Boukman. Los sacerdotes. Nos hablan Mackandal. Las doncellas. De diversas maneras. Nos hablan Toussaint. Los esclavos. Nos hablan Dessalines. Vigilantes. En el barro y en la piedra. En las aguas revueltas. En los mares. Inmensas playas y celajes. Están aquí. Van con nosotros. Ancestrales.

Nos acompañan en este jadeo. Cirineos de la cruz que cargamos. Guerrilleros del arma que abandonamos. Santos en la palabra que pronunciamos. Viajan con nosotros los maceguales. Ascienden a Los Crestones y a los Aconcaguas. Pastorean estas islas caribeñas. Y nos lavan los pañales.

¡Solicitemos su permiso para ingresar a las selvas! ¡Para cruzar anchos ríos y descomunales lagos! ¡Para vadear montañas y volcanes! ¡Dancemos para que nos concedan la luz de la semilla y los manantiales! ¡Dancemos en la Danza de los Espíritus! Permiso para utilizar los machetes y cabalgar las amplias sabanas. ¡A degüello!

Aquí van por la autopista. En el tren bala que se descarrilla. En El X-43A Scram-Jet. Son nuestros copilotos. Y nos hablan. Desde la profundidad de la caverna. En la zarza ardiente. En el primer intento de la savia. Nos hablan. Desde la orilla de los imperios. La ceniza de ducados y virreinatos. Nos hablan.

Traducimos en cartones de bingo y papeles de desecho por las calzadas donde intenta dormir el hambre y tropieza el sueño. En las riberas de las ciudades, cordones umbilicales de la miseria. En la meditación del que nada tiene y nada teme, más que las palabras. Traducimos y traicionamos como en toda traducción. Porque lo invisible se torna visible y vice y versa. ¡Y dialogamos!

 

7.

Lianas psicodélicas nos asfixian. Bosques de neón y trementina. Árboles inmensos de acero y de cristales. Navegamos por la selva profunda en cayucos de resina. Por ríos inmensos de basura y hedentina. Zombis nos rodean. Zombis compran y venden en los zócalos y en las alamedas. En las tiendas de disfraces. Se entrenan, Se entregan. Cuitean.

El enjambre de metales y polietilenos es un artesonado de liturgias con diputados de parafina y presidentes de ocasión. Un cable marino por donde viajan las noticias como literatura de tercera. Todo al verres. Enjachados. Rumiando goma de mascar con cocaína. Hartos de salchichas plásticas y hamburguesas de cartulina. Obesos. Tres de requesón.

 

8.

Quien reza el rosario está en la Cuenta Corta. El Poeta Cantor en la Larga. Por eso aprende a nacer cada día y perdura. No ora. Ni implora. Cuenta: los amaneceres, las tardes incandescentes del terraplén, los insomnios... Cuenta, suma y resta. Retrata las abejas en su madriguera, los encuentros y desencuentros

Cuenta Larga es la partida. Por eso nunca se llega. Pero ya lo dijo el Maestro: el no llegar es lo que te hace grande. No llegar al areíto ni al aquelarre. Pero se perpetúa. Cuenta y Canta. Canta y Cuenta. Como Homero. O Walcott en Trinidad y Santa Lucía.

Mora y doma, mora y demora. Las palabras contracorriente en el golfo. Doma. Y aprende a ser aprendiz para llegar a la raíz. Desaprende y se prende. Aprendiz es el máximo escalafón. Lo otro es literatura, mercado, templo, noticiario, sesteo, galardón.

El Aprendiz perdura porque aprende a nacer lentamente, como las verduras y los enormes bosques donde pastan las aguas profundas desbordadas por Heráclito. Aprende que la Palabra es lo primero y lo último. AMOR. Esa la primera, la sempiterna del Aprendiz.

 

9.

¡Sí, muy bien, muy bien! (Acá se puede aplaudir). Desde este bar todo se mira a contraluz. Fantasmas de la noche acechan en la espuma. Sí, estimado poeta, está bien escribir sobre lo que pudo ser o lo que de todas maneras viene. ¡Sí, muy bien, muy bien! Pero, ¿sobre el eterno presente? ¿Sobre el fracaso de tantas vidas y proyectos? ¿Sobre lo que se teme?

Debemos franquearnos y enfrentarlo: ¡somos el temido fracaso y no pudimos evitarlo! Mejor aún, para no involucrar a nadie: ¡represento el fracaso y no puedo evitarlo!

Tal vez por eso precisamos de otra Nacencia: morir, nacer, remorir, renacer ¡Y escribirla! Porque acá la vida cotidiana se nos muere constantemente. Somos sombras renacidas y encubiertas.

¡Pero es temprano, hace luna y es verano! (Esto lo decimos con optimismo cuando inicia la primavera y nos roza el afecto con la fortaleza de un torso o contoneándose en un par de luminosas piernas. Y la vida entonces fluye y se multiplica. Se nos olvida, no obstante, que abril es el mes más cruel. Y con el verano acuden las nieves eternas).

 

10.

¿Adónde vas América en tu reluciente coche a través de la noche?

¿Adónde loca roca de gangoche?

¿Adónde inmensa hamburguesa de mayonesa?

¿Adónde colosal botella de coca y póker?

Ya has cruzado todos los desiertos con tu nombre de geógrafo frustrado, con tu triple manera de talar selvas, asaltar bancos y preparar las guerras.

¿Hacia dónde si ya el coche se ha desgastado y ni tus inmensos campos de maíz, trigo y centeno alcanzan para alimentarlo?

Monstruo enorme doblemente Marinetti con su lanzafuego fascistoide devorando autopistas, seres y enseres.

¿Hacia dónde ahora que la miseria y la oscuridad anuncian que para nosotros nunca amanece?

Cruzamos el desierto con la luna como una inmensa olla de arroz en los costados tras las montañas sangrantes y las minas de sal, las arenas pajizas empedradas de arbustos y cascabeles.

Observamos la mesa del Mojave y su arquitectura horizontal para el sacrificio con malezas y basura tecnológica radioactiva, mientras los trenes, largos como los kilómetros, devoraban la tarde paralelos al coche que se derretía bajo el sol calcinante.

Ruta 66: parada técnica para mear, estirar las piernas y alimentarnos con camarones psicodélicos y trozos de pollo sureño.

La soledad era absoluta cuando el sol comienza a estrellarse contra las rocas incendiando la frontera con una explosión de música sideral en las praderas.

Baja la temperatura abruptamente y los riscos se recortan como rompehielos en la noche acompañados por estacas de múltiples colores cual cactus gigantes, fantasmas, parapetos de la muerte.

Un rocío que podía ser polvo de estrellas esmerila la carretera con un graznido rosado.

No era la aurora sino la noche que extendía el panorama en una intensa danza indígena mientras avanzan los jinetes, largas caravanas en círculo para defenderse de las flechas y alimañas.

Ningún búfalo o bisonte, sino serpientes abriendo surcos en la membrana del planeta, coyotes atravesando el plasma del tiempo como naguales acompañados por el desamparo.

Rodamos y rodamos hasta que otra explosión de luz en la lejanía nos anunció que llegamos a la lujuria de las tribus blancas que despoblaron la colosal cáscara de huevo en la mañana.

¿Hacia dónde América repartida en tres subcontinentes y pocas financieras?

¿Hacia dónde?

 

11.

En ningún lugar del Gran Huerto podremos estar seguros. En ningún lugar residirá una tribu de mujeres hartas del humo y del telar. En ningún lugar de la selva, la llanura, el volcán o el gran cañón se verán las estrellas. En ningún lugar del desierto se esconderá la palabra precisa, LA PROMESA. En ningún lugar arderá la zarza como gran secreto o misterio de acechanza. En ningún lugar surgirá el estilo renovador de la escritura. En ningún lugar un grito que nos ubique en el amplio espectro de la circunstancia amarilla. En ningún lugar una ENTRADA, una SALIDA. En ningún lugar encontrarás consuelo. En ningún lugar la lluvia nos empapará como en los sueños. En ningún lugar un protector de galaxias evitará la luz cegadora. En ningún lugar nos espera una muchacha o un mancebo. En ningún lugar arranca el tren de la ausencia para llevarnos a un no lugar. En ningún lugar hay oferta y demanda, solo demencia. En ningún lugar aprendimos lo que debíamos aprender para evitar la catástrofe. En ningún lugar paz ni democracia. En ningún lugar un ejército de maestros en vez de torturadores. En ningún lugar una habitación vacía poblada por los ausentes. En ningún lugar los tres poderes resemantizan lo que es del pueblo por el pueblo y para el pueblo. En ningún lugar te abrazan para siempre. En ningún lugar HISTORIA y Victoria. En ningún lugar REVOLUCIÓN, fraternidad, igualdad, libertad. En ningún lugar de la franja interoceánica un reino de ESPERANZA. En ningún lugar el libro sagrado, la santa comunión, el efecto placebo de la resurrección. En ningún lugar la industria farmacéutica provoca invasiones para la salud del planeta. En ningún lugar IMPERIOS ni despliegue de misiles o aviones imperceptibles. En ningún lugar nos ubican con GPS o intervienen tus llamadas o te rastrea la Guardia Nacional, Civil, Militar, Judicial En ningún lugar habrá tregua. En ningún lugar una hoguera alrededor del clan reunido para la danza primigenia.

 

(Del libro de Adriano de San Martín, TODO TIEMPO FUTURO, BBB Producciones, San José, 2014).

 

 

 

SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES

Nº 95 – Septiembre de 2022 – Año XIII

ISSN 2250-5385 – Edición trimestral

EX-2021-99316749- -APN-DNDA#MJ del 20/10/2021, incorporado a RL-2018-52427183-APN-DNDA#MJ, Dirección Nacional del Derecho de Autor / República Argentina

 

Propietario y director: Héctor Zabala

Av. Del Libertador 6039 (C1428ARD)

Ciudad de Buenos Aires, Argentina

zab_he@hotmail.com

http://hector-zabala.blogspot.com/

Currículo en revista Realidades y Ficciones Nº 40:

https://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com/2019/12/realidades-y-ficciones-revista.html

 

 

Colaboradores

 

Corrección general:

Noelia Natalia Barchuk Löwer

Resistencia (Chaco), Argentina

alfana79@hotmail.com

http://noelia-barchuk-literatura.blogspot.com.ar/

Currículo en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 88:

https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2020/12/suplemento-derealidades-y-ficciones-n.html

 

 

Ilustración de carátula y emblema:

Mónica Villarreal

Scottsdale (Arizona), Estados Unidos

Monterrey (Nuevo León), México

monvillarreal@hotmail.com

 @mon_villarreal

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Currículo en revista Realidades y Ficciones Nº 17:

http://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com.ar/2014/06/

 

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 @RyF_Supl_Letras

 

Las opiniones vertidas en los artículos de esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor pertinente.


“Realidades y Ficciones”
Mónica Villarreal (2014)
acrílico y óleo sobre
papel-lienzo, 30 cm x 30 cm

 

 

 

 


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