martes, 15 de enero de 2019

SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 80 – Enero de 2019 – Año X
Número Especial 10º Aniversario
ISSN 2250-5385

Inscripción gratuita como LECTOR
si escribe a  zab_he@hotmail.com
indicando nombre y apellido, ciudad y país
(se le avisará cada nuevo número trimestral).

“Flying Fish” (Pez volador)
Mónica Villarreal (2018)
(Acrílico sobre papel, 11" x 14")
Serie “Fliying Fishes” (Peces voladores)

Sumario:

• Eva María MEDINA MORENO (España)
• Claudia AINCHIL (Argentina)
• Mauricio PÉREZ RUZ (Argentina)
• Anna BANASIAK (Polonia)
• Arturo ZAFRA MORENO (España)
• Nechi DORADO (Argentina)
• Luis Ángel MARÍN IBÁÑEZ (España)
• Gildardo GUTIÉRREZ ISAZA (Colombia)
• Juan Carlos TAJES (Uruguay - Holanda)
• Livia DÍAZ ORTIZ (México)
• José Luis FERNÁNDEZ JUAN (España)
• María Enriqueta ROLAND (Argentina)


EVA MARÍA MEDINA MORENO

(Madrid, España, 1971) Escritora. Licenciada en filología inglesa y profesora de educación general básica por la Universidad Complutense de Madrid.
Autora de la novela Relojes muertos (ISBN: 9788416216253).

Más información sobre sus obras y trayectoria literaria en Suplemento de Realidades y Ficciones:



TAN FRÁGIL COMO UNA HORMIGA SECA
Eva María Medina Moreno ©

La puerta de la habitación se abrió. «El desayuno», gritaron. Daniel, tumbado sobre la cama deshecha; sábanas y colcha en desorden. Se levantó con dolor de huesos y arrastró los pies hasta el comedor. Tenía el vaso de leche sobre la mesa. Una enfermera le dio las pastillas. Mientras se las tomaba, clavó los ojos en el hule azul claro. Recordó la primera vez que vio el mar; un niño frente a ese azul impenetrable. Por la noche, soñaba que su cuerpo y el de sus padres chocaban contra las rocas, despedazándose. La madre se quedaba con él hasta que se volvía a dormir; regustillo a melocotón entre las sábanas. En el desayuno ella le guiñaba el ojo, como si lo ocurrido durante la noche fuera su secreto.
Por la tarde, la luz era tersa, acogedora. La madre le contaba historias en el porche. El aire, con olor a mar, impregnando su piel, y el cuento del gato con botas mientras lo acariciaba. «Mi señor el Marqués de Carabás», oía desde una distancia de treinta y cinco años.
Tras el desayuno, iba a la consulta del psiquiatra. Era un hombre pequeño, serio, ordenado. Le pedía que recordase. Daniel lo miraba desde unos ojos grandes en una cara consumida. Le costaba articular palabra, como si algo en su interior se lo impidiese, una voz que le decía «no lo cuentes, si lo haces nunca saldrás de aquí».
Aquella tarde salió al jardín. Se sentó en un banco de madera y fijó la vista en el suelo. Había hojas secas, piedras de distintos colores, unas grises, otras azules. Detrás de las hojas, distinguió una hilera de hormigas. En la fila, una de ellas arrastraba una hormiga muerta. Miró hacia la izquierda y vio el cadáver de otra. Lo cogió. La hormiga estaba seca y al tocarla se deshizo como si fuera polvo. Un olor extraño se apoderó de él; era una mezcla de aguas estancadas, árboles frutales y salitre. Olor que abrió una herida que supuraba.
Recordó un domingo en el parque. Los padres le animaron a que jugase con chicos de su edad. Daniel se apoyó en un árbol, detrás de los columpios, y esperó a que el tiempo pasara. Unos minutos más tarde notó un picor. Miró al suelo y vio muchas hormigas. Algunas subían por las piernas; otras estaban en los zapatos. Gritó con fuerza. Una de ellas había llegado al brazo. Tres bolas negras a punto de reventar y unas patas de hilo. Se imaginó que las aplastaba, triturando su ligero caparazón; el jugo gris bajo las suelas. No se dio cuenta de que el padre estaba allí. «Están nerviosas porque has pisado el hormiguero», le dijo mientras le quitaba los insectos del cuerpo. «Acuérdate, ve con más cuidado, es su territorio y lo defienden». Después, le cogió la mano y caminaron juntos.
Mientras Daniel se duchaba, las hormigas se adentraron en la retina. Esas figuras negras ahora corrían por los azulejos. Brotó de nuevo aquel olor extraño. Un olor que, aunque lo aborrecía, le cautivaba. Cerró los ojos con fuerza y escuchó caer el agua. Ese ruido lo llevó a la bañera de patas de la infancia. Le gustaba llenarla hasta arriba, con agua muy caliente; después llamaba a la madre para que le enjabonara el cuerpo o le frotase la espalda, pero ella, «ya eres mayor para que te bañe, tu padre está al llegar y no tengo la cena, termina pronto». Cuando ella se marchaba, cogía su esponja y la retorcía entre las manos hasta dejar trozos muy pequeños flotando en el agua.
Aunque las horas se detuvieran, el tiempo pasaba rápido. Daniel fue al comedor y se sentó a la mesa. El blanco de la leche le repugnó. Fijó la vista en el cristal de una de las ventanas. Las esquinas de abajo tenían vaho. La imagen de una noche muy fría.
Nadie probó bocado. El padre gritaba a la madre. Ella intentaba calmarlo, pero él no quería escuchar. Se levantó bruscamente y dio un portazo al marcharse. «A la taberna», dijo la madre, «eso es, vete a la taberna», y salió de la cocina llorando. Pasaron minutos hasta que Daniel subió las escaleras. Se quedó junto a la puerta del dormitorio de los padres, y, tras su respiración entrecortada, oyó sollozos. Vio la figura de una mujer que en ese momento se le hacía pequeña, indefensa. Un cuerpo encogido sobre la cama. Se acercó, le acarició el pelo y le dijo «no te preocupes mamá, es un borracho». Ella se irguió mostrando un rostro severo. «¡Hablar así de tu padre!». Él se quedó inmóvil. Cuando salió, no sentía el peso de los zapatos. Parecía un personaje de ficción desdibujado. Entró en su cuarto y clavó los ojos en la fotografía que estaba frente al cabecero: la madre con un vestido de lino azul claro. Su estómago comenzó a girar y girar. «¿Por qué me haces esto?», le dijo. Notó pinchazos y olor a peces muertos; como si tuviera larvas de insectos en los intestinos y segregasen un líquido ácido. Los pinchazos eran agudos, su cuerpo se retorcía formando un ovillo. «¿Por qué me tratas así?», decía mientras se acunaba. Cuando los mordiscos de la tripa cesaron, se acercó a la ventana. Apoyó la cara en el cristal helado y sintió que su piel quemaba.
«Las peleas eran cada vez más frecuentes», se escuchó decirle al psiquiatra, «él estaba menos en casa, y mi madre empezó a beber. No quería verme, como si mis ojos la delataran». ¿A quién llamaría?, pensó. Siempre que la madre hablaba por teléfono, sentada en el sofá del salón, él vigilaba receloso detrás de la puerta. ¡Cómo le dolía ese tono de voz tan falso, tan ingrato! Cuando salía, ella se inquietaba, ruborizándose como si la hubiera descubierto. «¡Déjame en paz! ¡Déjame!», y esas palabras, cuñas en el cerebro.
«Algunas noches iban juntos a la taberna y volvían a casa borrachos», le dijo al psiquiatra. Él veía, desde la ventana del cuarto, como los padres se tambaleaban. Luego, las risas al subir las escaleras; latigazos en su piel desnuda.
Al terminar la consulta fue a la habitación y cayó en la cama. El sueño lo abrazó. Ahora se encuentra en un lugar árido. Está en el suelo, boca abajo. Arrastra un cuerpo roto. Las piedras rasgan su piel, pero no siente nada. Sigue adelante. Las vértebras dibujan el camino como anillos de gusano. «No te pares», le dice una voz débil, ahogada. Trozos de arena se incrustan entre las uñas. El polvo se mete en sus ojos; una capa fina los nubla. Sigue recto. Se adentra en unos arbustos. Avanza despacio. Los pantalones quedan enganchados en unas ramas. Tira de ellos con fuerza, pero no logra desprenderse. Impulsa el cuerpo hacia delante. «Inútil, es inútil». Huele a sudor y sangre. Las ramas lo oprimen. «Quiero salir», grita. Al abrir los ojos, dos enfermeras lo sujetaban. Notó un pinchazo dulce.
Sala de televisión. Imágenes en la pantalla. Daniel miraba al techo. El sol se filtraba a través de la cortina. Como aquel día, pensó. Se vio tumbado en el sofá, apoyando la cabeza en las piernas de la madre. Notó la calidez de los muslos. Ella lo empujó irritada. Daniel se levantó con brusquedad. Subió las escaleras con gangrena en la boca y mordeduras en la tripa. Los insectos lo invadían. Sintió que las hormigas se apoderaban del hígado, recubriéndolo de una capa negra. Las chinches despedazaban los intestinos. Tarántulas venenosas sobre los pulmones. Le costaba respirar. Las patas de un ciempiés salían por la nariz. Supuraba los olores fétidos de la putrefacción.
Llevaba tres días sin dormir. La cabeza le pesaba como si las distintas partes del cerebro fuesen de acero y no se comunicaran. Ansiaba el vacío, la nada. Las palabras «a levantarse, el desayuno» lo violentaron. No quería desayunar, pero le obligarían. Tardó en incorporarse; los músculos se aferraban a la cama, como si estuvieran atados al colchón con cuerdas transparentes. Se levantó a coger la ropa, que estaba encima de una silla, junto a la ventana. Miró tras el cristal. El jardín estaba sereno. Su vista empezó a nublarse.
Se vio con catorce años en la cocina. No estaba solo. La madre, sentada en una silla, con la cabeza hacia delante, dormía. En el suelo, botellas vacías. Daniel la miraba con desprecio, con odio. Fue hacia la llave del gas, la abrió y cerró la puerta al salir. El golpe de la puerta se unió al silbido de alas de insectos. Se tapó la cabeza con los brazos, pero el ruido era cada vez más fuerte. Abejas y hormigas voladoras zumbaban en sus oídos. El crujido de alas se adentró en el tímpano hasta llegar al cerebro. Olía a pantano, melocotón y mar. Olor que hizo brotar esas olas que engullían unos cuerpos descuartizados. «No me dejes aquí, no me dejes aquí», gritó golpeando la puerta hasta caer al suelo. «Ese olor nos separó, mamá, ese olor nos separó».


AQUELLA TARDE DE CIRCO
Eva María Medina Moreno ©

Me estaba meando, necesitaba ir al servicio. Me escabullí por debajo de los asientos buscando el lavabo. Entonces descubrí que el que hacía de león se fumaba un cigarrillo con la princesa rusa, a la que echaba el humo a la cara y cogía por la cintura; princesa, barriobajera, que acababa de hacer acrobacias encima de los elefantes. La cabeza de león estaba en el suelo, al lado de ellos. Iba a preguntar cómo ir al servicio, pero antes de hacerlo oí un «quítate niño» de uno de los payasos que discutía con el presentador, quien a su vez estaba comiéndose un bocadillo de chorizo y se limpiaba la grasa en la capa negra brillante. Aquello fue peor que enterarme de que los reyes eran los padres, peor que si se hubiera descubierto que la bella durmiente se drogaba, que el hada madrina y el príncipe eran amantes, y que la madre de Bambi había fingido su muerte para librarse del hijo.
Todo el encanto del circo se desplomó; el hombre-bala, el domador de leones, los equilibristas, los payasos. Toda esa magia. Había algo obsceno en el descubrimiento. El mal olor de los animales, las cagadas de los elefantes, el chihuahua del domador ladrándome, el domador escupiendo, sin hacerme caso. «El servicio, por favor». Y la mirada diabólica del payaso triste. Me meé encima.
No quise volver al circo. Mi madre nunca supo el porqué. Creo que fue desde ese día que empecé a bucear en el mundo real, con maquillajes descoloridos, y sin las máscaras de la infancia. El mundo del circo estaba podrido, la vida estaba podrida. Era como pasar a otra dimensión, en una edad en que querías aferrarte a los sueños, en que confiabas en un mundo fantástico, aunque supieses que no existía.
Aquella tarde se me cayó la carpa encima, todavía no me la le quitado. Hoy voy con mis hijos al circo y rezo para que no les entren ganas de mear.



CLAUDIA AINCHIL

(Buenos Aires, Argentina, 1964). Poeta y periodista. Varios libros publicados. Sus obras se hallan difundidas en varios países.
Más información sobre sus obras y trayectoria literaria en Suplemento de Realidades y Ficciones:



DESATADO
Claudia Ainchil ©

Leguas y sonoridades extraen cierta periodicidad
del estandarte, culebrón de este tiempo desatado.
Conexiones primitivas de ademanes.
Ademanes buscadores de ocio.
Es lógico el avance de la desconfianza
la escasa aptitud de la entrega
últimamente restauración, crisis
simple fachada es un tono monocorde
estampado en los rostros buenos aires querido.
El ser humano no los conquista a todos.
No hay ley que obligue.


SI ME DESCUIDO
Claudia Ainchil ©

Se cambia
se canjea
se permuta
se obnubilan livianas frases sin sentido
se espera
se imagina un siempre
o un por siempre
se dice
se callan cuadrados metafísicos
en el círculo ambulante de las dobles visiones
espero, esperas
y luego
vuelvo a esperar
vuelves
quién sabe si es ardua
o si nuestros escenarios están sin pensamientos
que libren cruzadas
la mediocridad se exhibe bajo la forma de parásitos
que se fijan y apestan
cuántos hay alrededor
si me descuido arrebatan mi identidad
y paso a estar descalza.


¿PUEDES?
Claudia Ainchil ©

Un país de sueños a salvo
cada gota de amor resguardando
estar viva mientras el mundo busca catástrofes
en este arroyo no hay moralejas de viento
refugios se retiran y vuelven
preceptos son parte de la amnesia colectiva
y ahí el poder ronda como una crónica desvelo
puedo sentir
¿puedes?
fluir
¿puedes?
simplemente fluir...
……
El tiempo ata recuerdos
cuánto tiempo se ha ido
sinónimo de desasosiegos
¿de qué color será la ilusión
que aún no está?.
Te hemos embriagado de somnolencias
teorías que no concluyen
y nos desmenuzas sin permiso
¿cómo seguir esta ruta?.
Ahora son húmedos los ojos anónimos
antes cada lágrima caía como un torrente impar
son esas partículas simulando
mientras el reloj mundo vida suena ferozmente
y los siglos degluten para que no preguntemos
quiénes somos en realidad.



MAURICIO PÉREZ RUZ

(Chiro) Nació en la Provincia de San Juan, Argentina, en agosto de 1969. En 1997 publicó su primer libro de poemas: Milagro / Miseria (edición a cargo del autor). En marzo de 2001 publicó: Fiebre, poemas incoherentes (Para algunos...) de Ediciones El Níspero (San Juan). En 2011, Yo digo que la muerte es una piedrita en el zapato… de Ediciones El Níspero (San Juan).



DE ÁNGELES, VÍRGENES Y APÓSTOLES

chiro (Mauricio Pérez Ruz)
Cuadernillo Colección Viento Idiota
















Paso del misticismo al canibalismo...
Así (chasquido)
cuando creo
y cuando creo...



Salí de mis pies...
a ser
a pelear conmigo
A vivir muriendo
a morir...
sin entenderme nunca

Ha regresado la locura a los andenes
y la miseria a sus andrajos
Yo
sin embargo
celebro la comunión
de mis máscaras auto - asesinadas
con el nervio henchido del recuerdo
hecho raíz
Mis tierras
y el Agosto en que llegué...
mis tierras
y el Agosto en que me fui...
Las ramas se alejaron del suelo
para conocer los ocho vientos
para dar frutos
quién sabe donde...

Un tallo óseo respira las lágrimas
del antepasado
Atesora en su languidez
la avaricia del sonido
del bufido
que se yergue en las pantanosas mentes
de históricos mitos...
Candentes
adversos
morfológicos
ilógicos
indelebles
sustituibles
rayo inadmisible
Químico
gnóstico
quimérico
—Hey tú ! Señor de la pomposa silla...
tú y esos artefactos defactos
esos dientes
ese color...
sangre ?
Dueño de una ardiente escenografía
Qué harás con esa guadaña cuando reine
la desesperación ?
Que harás cuando las sombras estén de aquí
a las costas ?
Cuando el alma reine
reinarán las almas
pasaporte a lo eterno


CADAVÉRICA EXQUISITEZ
Es de almas exquisitas
cadavéricas
es de almas angelicales
de miel
de azul
de rejas
de locura
de luz
Es de almas que vuelan
sin poder acercarse a los semáforos
al tránsito
almas que ven todo como desde afuera
adentro
almas que ven todo como desde adentro
adentro
Almas que ven almas rodar
allá afuera
que ven acontecer sin excusas
sin causa
sin pretextos
sin cadenas
férreas... digo...
o maldigo
y protesto
me revelo
me persigo
me estremezco
me castigo
Me asemejo a cuatro lados
hasta el techo
de barrotes fríos
hostigables
sinceros
amigables
hasta serenos...
Me condeno
como montón de carne
o de ideas
o de sufrimientos
o de mandamientos...
me exonero
me compadezco
me condeno
me suicido
me lastimo
me bendigo
me contradigo
digo


HOMBRE AZUL
Hoy respiro otro aire
también mis poros
Ríos de tinta y de sabiduría
emergen de donde no sale el oxígeno
Tras la cordura
de algún tiempo
solo en el recuerdo
la inconsciencia inocente
y la espera
que como el fuego
consume lo poco que me queda
Instintivamente me protejo
soy locura en voz baja
en mi cansada figura...
Soy la mezcla
de lúgubres pabellones y marionetas degolladas
jugando a las escondidas
De fondo ese vals vienés...
y la rapada lluvia
que moja
pero no quita mis pecados

Aun temo a las sirenas
Y como de mis miserias
Me evaporo en súplicas
Cuando mis huesos
Parecen subir al cielo tras un ángel
Busco en mis venas una lágrima
Para hacer latir con prisa
El corazón
Y dejar la noche sin espasmos

Licúanse los vientos
en los impetuosos remolinos
de mi barba lampiña
sin afeitar
sin guillette
sin retoños
sin retronos
sin restruendos
Deléitanse las falanges
su piel
sus huellas
al señalar
al hurgar
al sentir
el metal de mi pluma
desplumada
desplateada
desdorada
desbordada
que se funde
que se impregna...
de mi diestra
a tus pupilas
a tu no sé qué...

Mi callejón sabe a Cuba
Detrás del sol
El whisky
El utópico mar
Mi callejón sabe a Isla Negra
Tras la noche
Mascarones de proa rompen la niebla
Mi callejón sabe a Montserrat
Sabe a virgen negra
Mi callejón sabe a Río
Sabe a Favela
Mi callejón sabe a mes de vino
Sabe a perseguidores de lo perdido
Mi callejón sabe de mí
De ahora
Y de otros tiempos


SOÑÉ CON LOS PROFETAS
Soñé con los profetas
los de la última cena...
Vi sus pechos ungidos con niebla
vi el júbilo melancólico de sus ojos
teñir el vino
Vi mi corazón en gajos
reconfortado con su ofrenda de navío
Oí la opresora hora de los relojes
en los campanarios
de un gallo viejo
Oí los golpes del llamado
a nuestra puerta
Oí las plegarias que salían a borbotones
de las lágrimas de María la resignada
Y sentí las ganas de Judas...
Y sentí las ganas de Pilatos...
Y sentí las ganas de Dios...
Afortunadamente los gritos
al unísono de mis hijos a media noche
evitaron el desastre...
despertándome


LA NOCHE QUE ME PARIÓ
Era cuestión de esperar y no desesperar
Si locura o azar
si Dios u holocausto
Toda existencia se tiñe de sangre
o casi toda
Era cuestión de resignación
y el dolor era de un vientre prestado
y la impaciencia de otros zapatos
y los porqué

Corro hacia el infinito
sin cuestionarme demasiado su existencia
su dirección
Corro hacia los campos
que no saben de cielos ensombrecidos
en tiempos de siegas
para arrancar mi romance - raíz con la tierra...
Y descanso en la turbulencia de los vientos
para ser orgasmo
para ser materia
Sin importarme quién mató a Cristo
ni quién descubrió a Dios
Todo esto...
por un momento
  


ANNA BANASIAK

Nació en Zgierz, Polonia, en 1986. Secretaria, traductora, profesora.
Estudió letras polacas en la Universidad de Lodz e inglesas en la Academia Social de las Ciencias de esa ciudad. Ha tomado parte en diversas antologías de Polonia, España y Argentina, y ha colaborado en varias publicaciones como Revista Urraka, Gaceta Literaria, etc. Nominada al Premio “Cameleon” (Polonia), ha obtenido menciones especiales en el Concurso Internacional de Poesía “Latin Heritage Foundation” (Estados Unidos, 2011) y en el Concurso Literario “Sólo Voces” (Tilcara, Argentina). Algunos de sus poemas fueron transmitidos por el programa Calidoscopio, de Radio Raíces, Argentina.
Más sobre esta escritora en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 57:



ALGUNAS DECISIONES DE UNA POETA
Anna Banasiak ©

Una poeta se llama Victoria
y no puede dejar de escribir.
Sus ojos ya no pueden mirar las creaturas
que un día dejaran de obedecer
y ser amables a su creadora.
Victoria decía muchas veces que ya no escribiría.
Lo hacía con tanta frecuencia como tomaba el té.
Pero el destino era más fuerte que la voluntad.
Porque Victoria siguió escribiendo su Poesía incompleta.


NO RECUERDO
Anna Banasiak ©

No recuerdo muchas cosas,
a veces mi mente no me deja tocar la piel de mis aceitunas.
No recuerdo,
por ejemplo por qué mi cuerpo todavía
no se ha acostumbrado a la vida sin un hombre.
Ayer iba a empezar a vivir como el gato de mi vecina.
Se llama “Aceitunita” y para otros gatos es una verdadera mujer.
Su piel está tan lisa e inolvidable
que a veces mi vecina olvida
que “Aceitunita” también tiene derecho para ir a las citas.


MUERTE EN EL CAMPO
Anna Banasiak ©

No necesito mucho tiempo
para dejar de existir
en el campo de la vida,
mientras todas las cámaras de gas están ocupadas,
me bastas tú
quien no existes y por eso siempre me puedes matar.
Cuando la conciencia duerme,
los demonios despiertan la verdad.


VIAJE AL INFIERNO
Anna Banasiak ©

¿Lo pasaste bien?
Pareces muy feliz,
atraído por la magia de Dios
en quien no solías creer.
Pero esta felicidad
un día te mostrará el camino al mismo Infierno,
donde todavía no has estado.
Si recuerdo bien,
¿Te gusta viajar, verdad?



ARTURO ZAFRA MORENO

Nació el 3 de julio de 1996 en la provincia de Murcia, España.
De chico escribía pequeñas historias de aventuras. Lo consideraba un simple hobby. Nunca se había planteado dedicarse a la escritura.  Escribía incluso sin apenas leer algún libro. Era un modo de desatar la imaginación. Le encantaba crear personajes valientes, intrépidos, aventureros. Casi siempre sus historias estaban enfocadas en lo bélico, en épocas antiguas como la Edad Media, el Imperio Romano, piratas del siglo XVII. Creaba situaciones típicas de las novelas de aventuras, con magos oscuros, reyes enfrentados, guerras entre dos reinos, damiselas en apuros, barcos infestados de ratas y piratas... un mundo aparte al que conocemos.
Durante el bachillerato pasaba gran parte de las mañanas leyendo todo lo que se le ponía por delante, especialmente poesía. En su mayoría Bécquer, y algunos sonetos de Petrarca. Una mañana se atrevió a escribir un poema. Le gustó esa sensación, notaba que por fin estaba haciendo algo de utilidad y que de verdad lo llenaba. Fue entonces cuando decidió que escribir era lo suyo, y que quería ganarme la vida así.
Escribía poemas de métrica formal y clásica; rimas, bien estructurados, con temática romántica, etc. Después pasó a leer poemas más modernos, de verso libre: Pedro Salinas y Borges, en especial.
Después, no sabe cómo, llegó a sus manos el libro de poemas "Aullido", de Allen Ginsberg. Le encantó esa soltura de palabras, sin miedo a expresarse tal y cómo se sentía; según él eso era poesía de verdad. Más tarde: Jack Kerouac, William Burroughs, Charles Bukowski, Raymond Carver, John Fante, etc. Escritores que a su entender dicen la verdad, sin taparse la boca, sin temer a las críticas, sin pensar en la actitud de los lectores, si gustaría o no, que solo quieren mostrar su punto de vista. Ahí fue cuando se enamoró de la escritura, en especial del Realismo Sucio, que se ha convertido en su estilo oficial.

Distinciones:
• Finalista del concurso "I Antología de Poesía Contemporánea de Estudios Universitarios".
• Uno de los seleccionados en el concurso "Por Amor a la Poesía".
• Uno de los seleccionados en el concurso "+POESIA" de Ediciones DeLetras.



OJOS CAÍDOS LLENOS DE VIDA
Arturo Zafra Moreno ©

Estaba sentado al borde del sofá, con la televisión apagada y mirando la pantalla negra del móvil. Era por la tarde y todas las personas del pueblo que bordeaban mi edad estaban trabajando o preparándose para los exámenes. No estaba ebrio, raro en mí, pero era peor: estaba vacío. No lograba sentir nada, por mucho que tensaba los pectorales, o por mucho que me arañase la palma de la mano. Era irónico que, cuando iba borracho, me creía inmortal, y en los momentos de lucidez me sentía, no como un muerto, pero sí como un vivo inerte, totalmente vacuo. No tenía nada que perder.
Le mandé el mensaje:
—Oye, me aburro, ¿hacemos algo?
Era MJ, una chica a la que le sacaba tres años y era realmente atractiva. No recuerdo cuándo fue la primera vez que la vi, ni quién la incluyó en mis planes diarios de ronda de bares, pero aquella noche vino con nosotros. No le quité ojo en todo el tiempo que compartimos y, de vez en cuando, pude notar que ella también me miraba.
—Estoy en la biblioteca, pero me vendría bien un descanso.
—Si estás dispuesta a sacrificar unas horas de estudio... me paso por ahí y nos tomamos algo.
—Guay.
El no sentir nada te da cierta libertad de movimiento. Aquella tarde, mientras caminaba hacia la biblioteca, pensaba en todo lo que podría hacer y lo poco que el mundo lo notaría. Todo inmutable mientras hacía lo posible por colocar ese cuerpo que era el mío en un lugar que sabía que era cómodo, aunque no lo pudiera sentir. Mentalmente me diría «Sí, es cómodo» y forzaría todo lo posible mi imaginación para que así fuera.
Llegué a la puerta de la Biblioteca Municipal. Gente fumando con nerviosismo, algunos se bajaron los apuntes desde las salas de estudio para estudiar mientras descansaban de estudiar. Me parecieron unos tubos de cartón de papel higiénico repartidos por la placeta. Tomando la esquina, en unos escalones que nunca entenderé su función, puesto que daban directamente a una pared, asomó un amigo mío. Me saludó, se levantó y se acercó a mí. Debió sorprenderle verme ahí. Yo era más de ir por las mañanas, a leer y escribir, cuando había menos gente.
—Arturo, ¿cómo tú por aquí?
Yo estaba al móvil, avisando a MJ de que ya estaba en la puerta.
—Nada, tío, he quedado para tomarme algo.
—¿Con quién? —preguntó con curiosidad.
—Una amiga, ¿qué haces tú aquí?
—Puff, tío, he venido para estudiar pero nada, me estoy preparando unas chuleticas buenas.
Comenzó a desternillarse, buscando cooperación por mi parte. Esbocé una leve sonrisa como respuesta. Miró a mis espaldas:
—Parece que te buscan.
Me giré, extrañado: era MJ. La miré de arriba a abajo, contemplando cómo podría irme la tarde. La noche que coincidimos iba con el look de salir, y ese día la avisé de improvisto; comprendí que no iba a ir igual. Estaba sin maquillar y con ropa deportiva, equipada con una mochila de colores con estampados, y enseñando los dientes con cierto apocamiento. Me fijé en todo tipo de detalles; el grosor de su cintura, el tamaño de sus pechos —tirando a pequeños—, el cuello, su clavícula incluso, y el rostro; buen rostro, las imperfecciones en la cara —algunos granos, muy pocos—, tenues pecas en los pómulos, los ojos caídos, preciosos, azules, con semblante triste, y la nariz, depende de cómo la mirases, podía parecerte demasiado grande, y de frente te parecía la perfecta para acompañar su cara de niña. El aliento le olía a chicle de fresa; era una adicta a los chicles. Ella apenas habló, tan solo me dijo «Ya estoy, ¿vamos?». Mi amigo seguía ahí, mirándola y analizándola también, estuve cerca de decirla al oído «¿pero has visto sus ojos?».
Me despedí con una seña y nos fuimos de ahí, sin tener un rumbo fijo. Mientras nos alejábamos miré atrás y mi amigo seguía mirándola, no sé si por su atractivo físico o porque iba conmigo y se la veía menor. En cierto modo, me dio la sensación de que todos los tubos de papel higiénico me estaban juzgando. Miré a MJ, caminando a mi lado, erguida y recta, muy recta, dando pasos con gracia, mascando chicle. «A ver si os reciclan de una vez», pensé.
Al final decidimos —por mi insistencia— ir a mi cervecería favorita. Era un lugar precioso, mi segunda casa, que llevaba muchos años abierta; primero en el casco antiguo, en plena Calle Mayor, después lo traspasaron tal y como estaba a una zona más moderna y transitada. Tenía la fachada roja, con tonos antiguos, el letrero de madera y el mejor café de toda la comarca. Lo que más me gustaba era que, como iba a parar ahí todos los días, los dueños y los camareros me conocían a la perfección, conocían todas mis miserias, mis ilusiones, mis metas, mis miedos, mis relaciones y mis gustos. Siempre que iba se paraban en mi mesa más tiempo de la cuenta y me preguntaban cómo me iba; a veces, con verdadero interés. Era el lugar perfecto y sabía que, si ella me quería conocer, ahí vería la faceta más pura de mi alma. En ese lugar crecí.
Cuando llegamos no había nadie, solo el marido de la dueña, El Argentino, con el que más trato tenía. Era inteligente y sabía cuándo hablar en abundancia y cuándo sacar determinados temas dependiendo de la compañía que llevase. En aquel instante, al sentarnos, se acercó, me saludó por mi nombre y contó alguna que otra gracia. Se podía traducir como «A esta chica no la he visto antes contigo, así que le haré ver que te conozco y te tengo aprecio y haré algunas bromas para rebajar el hierro que pueda haber entre vosotros». Ella pidió un capuccino con Lacasitos por encima y nata. Yo un café solo, normal y corriente. Bueno, insisto; el mejor de la comarca.
—El café solo me pone muy nerviosa —me confesó, como excusándose por no pedir lo mismo que yo.
Era complicado no mostrar afecto ante esa naturalidad. Estaba algo cortada, no estaba acostumbra a tener citas; incluso no estaba seguro de que supiera que aquello era una cita. Empezaba a tener claro que aquella noche en la que nos conocimos no dejaba de mirarme, y a comprender por qué no dejé de mirarla a ella. Era una preciosidad.
Llegó el camarero con mi café y su chocolate.
—Gracias, tío —le dije.
—Muchas gracias —dijo MJ. Lo miró y le sonrió.
Mientras El Argentino volvía a situarse tras la barra, giró el cuello y nos miraba. Se puso detrás de la barra y me miró directamente a mí. Asentía a la vez que puso el labio inferior sobre el superior. Daba su visto bueno.
MJ seguía mostrándose cohibida y yo empezaba a sospechar que había sido un error. Le veía inmersa en su chocolate y sin alzar la vista, y yo removía el azúcar en el café más tiempo del necesario. Al fin, y de manera nada esperada, ella habló.
—¿Te puedo preguntar una cosa? —asentí—. Pero espero que no te moleste.
—Los estudios, ¿verdad?
Asintió:
—Si no estás estudiando, ¿qué estás haciendo?
Estaba más que acostumbrado a esa pregunta, tal cual. No hacía mucho que dejé el instituto aparcado a un lado y, al vivir en un pueblo, los rumores no tardaron en expandirse. Todos los días alguien me preguntaba lo mismo, aunque fuera por segunda o tercera vez, y nunca llegaban a entenderlo muy bien. En su defensa diré que yo tampoco lo entendía.
—Escribo —era mi respuesta habitual, y esa misma le di.
—Pero, ¿tienes pensado vivir de ello?
—Haré lo que pueda —sonreí—. ¿Y tú? ¿Qué piensas hacer después del instituto?
Comenzó a cavilar; ella no estaba tan acostumbraba como yo a ese tipo de preguntas.
—Aún no lo sé, la verdad —dijo al fin—. Probablemente algo relacionado con los idiomas, o a lo mejor me meto a hacer bachiller de Artes.
No quise profundizar más en ese tema porque estaba claro que ninguno de los dos teníamos claro qué hacer en el futuro. Me debatí entre más temas y decidí echarlos todos; decir lo primero que se me ocurriera. Antes de abrir la boca, ella volvió a hablar primero.
—Oye, ¿tú tienes casa o algo en Nerpio?
La pregunta me pilló por sorpresa. Nerpio era un pueblecito de Castilla-La Mancha, a poca distancia de mi pueblo a pesar de estar en otra comunidad autónoma. Yo lo conocía bastante bien porque fui un par de veces por una chica que pasaba ahí los veranos. A la chica la perdí, pero me gané varios amigos.
—No —reí—. Pero tengo amigos ahí. ¿Por? —sonreí levemente y alcé la ceja como señal de perplejidad.
—Es que... —se sonrojó— te vi ahí este verano. Pensaba que te acordarías de mí o al menos te sonaría.
Me ruboricé también. No sabía muy bien por qué, pero tenía la sensación de que debía sentirme culpable por no recordar su cara. Inexplicablemente, ella sí se acordó de la mía y yo no fui capaz de congratularle con el mismo gesto.
—Ten en cuenta que no nos conocíamos —traté de reírme de la situación.
—La verdad es que tenías mala cara —siguió mi risa.
—Hombre, eran las fiestas del pueblo, imagina cómo iría.
En realidad, pasé todas las fiestas del pueblo con mala cara porque la chica por la que fui ahí me mandó a la mierda el primer día. Lo de que iba borracho era totalmente cierto.
Proseguí:
—¿Y tú qué hacías en Nerpio?
—Tengo la casa de mis abuelos ahí y siempre vamos en verano, sobre todo para las fiestas.
Irónicamente, el tema de Nerpio fue el percutor de casi la totalidad de la conversación. Comenzó a contarme anécdotas de su infancia en la casa de sus abuelos. Una noche se tuvieron que ir, sus hermanos y ella, a otra habitación en plena madrugada porque vieron una araña en el techo. Según las palabras de MJ, que incluso trató de explicarme el tamaño de la bestia en cuestión con las manos, «tenía el tamaño de una rata».
—¡Y cuando mi madre entró a la habitación a echar un vistazo, pegó un berrido...! —y se desternillaba. Sus ojos azules brillaban con tal intensidad que parecían ser blancos. No podía apartar la mirada. Su risa me producía estremecimiento. Con cada mirada, cada brillo, ¡pum!, algo dentro de mí cambiaba de sitio.
Seguía contándome anécdotas, apenas era capaz de oírlas todas. En mi cabeza martilleaba una y otra vez la idea de que estaba mirando demasiado sus ojos azules. En cuanto me apartó la mirada y apuró el capuccino, aproveché para tantear el ambiente, con todo lujo de detalles. Miré hacia la ventana, el suelo de madera, las cervezas vacías que decoraban los estantes de la barra, la mesa de billar, y volví a mirar sus ojos. Estaban ahí, esperándome, retándome, empequeñeciéndome. La tenue luz que entraba por la pequeña ventana junto al billar, la luz de las luces del bar, la luz del café, mi propia luz, todo iba a parar a esos ojos azules.
Pasó el tiempo, un tiempo que percibí como minutos. Estuvimos hablando apaciblemente, todo flotaba entre ambos. Pasó tan rápido que, repentinamente, caí en la cuenta de que llevaba más de dos horas sin fumar. Le pregunté si quería salir conmigo a la calle, que nos diera el aire.
—No, gracias —me sonreía de nuevo; me lo seguía haciendo—, te espero aquí mientras fumas.
Salí a fumar y, para mi sorpresa, ya era de noche. Ahí dentro el tiempo no pasó, y juraría que había visto luz del día entrando por aquella ventana, pero no. Desde el umbral de la puerta, mientras fumaba, la miraba, a MJ, al fondo, con la luz del móvil iluminándole la cara. Me apoyé en el marco de la puerta y sonreí placenteramente.
Nos marchamos del bar. A esas alturas había logrado que me ilusionase con la idea de tener algo con ella. Había logrado que, de repente, sintiera mi cuerpo, fuera palpable e, incluso, sospechara que tuviera algo dentro de él. Me dio un motivo para soportarme a mí mismo. Me dijo que había quedado con sus amigas en la Biblioteca, otra vez, para volverse juntas a casa. Me pareció una soberana estupidez, que podía acompañarla yo sin problemas. Volvió a negármelo. Ella sabía perfectamente que lo había clavado esa tarde, de alguna forma, y que yo me moría por besarla. Tenía que ser eso.
Por el camino volvió a sacar un chicle y se lo metió en la boca. Era una verdadera fanática de los chicles, no cabía duda. Volví a mirarla, en silencio, mientras nos dirigíamos a la Biblioteca. Su forma de caminar era como si la vida fuera una pasarela sin fin; espalda, cuello, cabeza, piernas, todo perfectamente recto. Tantas vueltas que le daba a qué hacer en el futuro y yo no dejaba de tenerlo cada vez más claro: ¡modelo!
Nos despedimos y no fui capaz de besarla. Sus amigas, efectivamente, la estaban esperando en la puerta. Antes de acercarse a ellas se giró hacia mí y me dijo que se lo había pasado genial, que deberíamos quedar algún otro día. Estaba totalmente de acuerdo con esas afirmaciones pero, madre mía, cómo deseaba besarla y que el aliento me oliese a fresa también. Delante de sus amigas no me iba a lanzar, no me quería jugar un rechazo en público.
—Oye, MJ, ¿me das un chicle para el camino? —era lo más parecido a un beso suyo que iba a conseguir ese día.
—Lo siento, no me quedan —volvió a poner ese gesto de culpabilidad. Le sonreí y le dije que no pasaba nada.
Nos dimos dos besos y fue directa a su grupo. En ese mismo instante me quedó bien claro que no me iba a presentar a sus amigas. Era muy pronto, demasiado, lo comprendí.
Como ambos dijimos, volvimos a quedar, casi una semana después. Volvimos al bar, mi bar, y ella fue la que propuso sentarnos en la terraza. Ese día había más gente, sobre todo en la terraza. Aún le sacaba tres años, aún éramos una chica de quince y un chico de dieciocho, pero nada, ni la presión que pudieran ejercer aquellas personas, varios conocidos, con sus miradas y chismorreos, pudieron evitar que surgieran las mismas sensaciones y emociones que la otra vez. El día volvió a ser noche delante nuestro y ni nos percatamos, y eso que estábamos en la calle. Las luces en su mirada se mantenían, ni la oscuridad de la noche la apagaron: luz del bar, de los coches, de las farolas. Todo entraba en sus azules ojos para quedarse eternamente.
Al fin me dio un chicle, sí que me lo dio, y con saliva incluida. El mejor chicle que probamos en la vida.



NECHI DORADO

Nació en Buenos Aires, Argentina, un 30 de enero. Periodista —prensa alternativa—, narradora y poeta. Escribe cuentos, relatos y esboza poemas que son difundidos por varias revistas literarias virtuales y escritas.
Colaboradora en las ediciones literarias de Argenpress Cultural, Arena y Cal, Revista Literarte (declarada de Interés Nacional por la Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación), Gaceta Virtual, Revista Narrativas, Calameo - Biblioteca de las Grandes Naciones, Realidades y Ficciones, Isla Bahía, Avatares Centro de Narrativa y Poesía, Del Tuyú Noticias, y otras.
Autora del libro de cuentos y relatos Destapando el silencio (2010, edición agotada) y Con sustancia dxs (2016, ilustraciones Beatriz Palmieri), ambos de Ediciones Amaru.
Más sobre su trayectoria y obras en los siguientes números del Suplemento de Realidades y Ficciones:



DOÑA EFIGENIA
Nechi Dorado ©

Todos los días cuando el calor más apretaba y el sol parecía convertir en estacas de fuego cada rayo; o cuando el frío ponía rojas las narices y la base de las orejas, la mujer pasaba por el filo de la calle angosta bordeando la orilla del riachuelo sin contaminación en ese tiempo de vendedores de a caballo y pilas de valores ahora desvalorizados.
“Mujer” de la artista plástica
argentina Beatriz Palmieri.
Éramos muy pequeñas mi amiguita y yo y esperábamos su aparición con nuestros corazoncitos al galope estrenando los primeros temores ante lo diferente. A lo que se alejaba de los parámetros de normalidad impuestos socialmente. El motivo de nuestra espera decían que se llamaba doña Efigenia y el nombre en sí mismo nos sonaba a algo extraño, como si no fuera propio de esta tierra. Creo que los adultos tampoco sabían mucho de esa persona que hoy, con varias décadas más sobre mis hombros, aparece como una visión muy fuerte, casi como si fuera un personaje atemporal.
Si tuviera que hacer un retrato de esa mujer de andar exhausto, diría de ella que parecía penitente de auroras enlodadas, como si pasara sus horas entre nubes oscuras de veneno derramado en su linfa. La imagino como arrojada a un vacío repleto de guijarros.
Diría sin temor a equivocarme que doña Efigenia pateaba desencuentros de arcángeles dormidos, asemejándose a un bodoque; a estrella deformada; a un árbol sin tutores; a una aguja sin ojo incapaz de enhebrar el hilo de la vida.
Su mirada esquiva parecía ser el resultado del salto imperceptible de un resorte; sin escuchar el tono de su voz lo imaginábamos áspero; elucubraciones propias del desconocimiento, del exceso de fantasía que nos hacía imaginarla como un ser de otra era entre los rumores de un barrio chato, aburrido, donde resultaba más divertido presuponer que callar.
En una oportunidad, mientras esperábamos ansiosas su paso, las vecinas la mencionaban haciendo una especie de vaticinio histórico de la vieja, de su pasado, de su destino vetusto:
—Ella tuvo una infancia desgraciada —decía doña Blanca, la mamá de Sofía—, era hija de padre bebedor que golpeaba hasta a su propia madre en cada exceso etílico. La cargó de hijos, no sé cuántos, pero eran muchos.
—Sí, eso me dijeron —asentía doña Clorinda, agregando detalles quién sabe si con fundamento—. Además —continuó—, estaba para casarse y el novio la plantó en la iglesia, la pobre enloqueció.
Mi amiga y yo íbamos recopilando datos que por supuesto la imaginación se encargaba de inflar como masa con levadura.
—Además tuvo otros amores —comentó doña Anita—, con la seguridad de un abogado carancho que pretende imponer su tesis falsa, agregando unas gotas más a una especie de alquimia barrial que pretendía dibujar un perfil al que nadie nunca tuvo acceso.
—Dicen que perdió un hijo —agregó doña Luisa persignándose, a lo que doña María sumó su “Dios lo tenga en la gloria, pobrecito, dicen que era deforme”.
Doña Efigenia siguió pasando muchos años con su marcha de madreselva herida; mientras nosotras nos deteníamos en su mirada de ángel en exilio, dentro de las posibilidades que brindaba al dar los buenos días tímidos, sin voz audible, con un simple movimiento de su cabeza siempre cubierta por un pañuelo de colores devorados por el sol y las lloviznas.
Lo que hoy pienso, cada vez que la recuerdo, es que cargaba un estigma que no tuvo ni quiso y aun así, de ser cierto lo que se decía de ella, fue capaz de carcomer el odio irracional de la ira. Jamás tuvo un gesto irrespetuoso pese a tanto desprecio que sin dudas podría percibir en el entorno.
A pesar de su parquedad, doña Efigenia fue capaz de desplegar alguna sonrisa efímera que no tenía sentido, empalideciendo al sol, encandilándolo con ganas locas de perseguir su día.
Hoy sigo recordando a esa mujer opaca, imaginando que mientras sueña su sueño —tal vez y por los años pasados, ya podría ser eterno, no sé—, habrá de andar susurrando alguna frase encendida, inconexa, como quién murmurara en un oído tibio una canción de amor para dormir al niño que decían.
Siento que tal vez depositó su aliento, dio su vida, por esa mariposa que hizo nido en su ombligo y quisiera decirte que si alguna vez, por esas cosas extrañas de la pervivencia se cruzara por tu camino, ya vencida, observes dulcemente como carga tormentos. La mujer era un canto de amor en esta vida, aunque fuera lacónica, hirsuta, desteñida.


EL VUELO DEL ÁNGEL
Nechi Dorado ©

Volaba el ángel itinerante con sus alitas celestes agitándose despabiladas sobre la aldea pobre perdida en la maraña de la noche cerrada de un África, donde ni la ilusión se atreve a crear un nido.
Donde no hay dioses que se animen.
Ni milagros.
Recorrió los camastros donde figuras pequeñas, negras, flacas, descansaban del hambre, del dolor, de la tierra rajada, del calor sin agua, del olvido.
Era tan triste la imagen, tan desolado todo, que el ángel agitó sus alas, asustado, y se alejó presuroso hacia otros lugares.
Encontró luego las mejillas rosadas de otros niños que dormían su sueño entre cobijas de algodón y tul inmaculado.
Le gustó ese lugar y dijo el ángel mientras plegaba los plumones de sus alas:
—Mejor me quedo acá. Quiero escuchar sus risas cuando la mañana despunte y las flores se despabilen en las matas. ¡Se me parecen tanto estos pequeños!
—Pero ¿y los otros niños? ¿Los de pelito enroscado entre la nada? Se preguntó de pronto, preocupado, tapando con las manitas sus ojos que lloraban.
—No, no, pensó moviendo su cabeza como queriendo alejar la visión de la otra aldea.
—Mejor me quedo acá. Ya vendrán otros ángeles por ellos.
Y se quedó nomás, como si nada.



LUIS ÁNGEL MARÍN IBÁÑEZ

Nacido en Zaragoza en 1952, reside en La Palma (Tenerife), España, desde 1987. Licenciado en Filosofía y Letras. Poeta muy original, al fundir la razón, el delirio y el ensueño en sus obras, haciendo del instante y la imagen el epicentro, en un soñar y no soñar a la vez, en una lucha entre el Ser y el No Ser. Tiene trece poemarios publicados.
Más sobre su trayectoria y obras en los siguientes números del Suplemento de Realidades y Ficciones:



GAVIOTA
Luis Ángel Marín Ibáñez ©
Amanecía, y el nuevo sol
pintaba de oro las ondas
de un mar tranquilo…
Richard Bach
I
Horadar la desnudez
no es el centro de la oscuridad
solo distancia y epitafio.

Volar requiere la precisión
de un insultante manuscrito.

No volar adentra al Ser
en el cierzo solapado a los rosarios.

La Vida es un triunfo incorrupto
o la Memoria que devora las clepsidras.

Mas siempre hay acueductos en espera
y una alejada copa de champagne.

II
Ir a la eternidad en el descenso
para cambiar el límite imposible.

Salto a salto los arquetipos se desinflan
y el cielo deja de ser un laberinto.

Nunca hay intimidad sin ensueño
ni penumbra de flor inalcanzable.

El mar también puede ser amarillo
y el viento un disparo devoto de los dioses.

Buscar la eternidad en el descenso
es saciar un concierto de estandartes
y ahuyentar los caballos de la Nada.


GESTO NOCTURNO
Luis Ángel Marín Ibáñez ©

          Te busqué
     por la última senda
          de la noche

                                                            Jamás te encontré

                                      ERAS UN VACÍO

            La sombra dionisiaca
                                         de una canción
                                                                        imaginaria.


FANTASÍA EN DO MAYOR
Luis Ángel Marín Ibáñez ©

Argentar en cansancio
sobre las manecillas del muro
como si fuese un gesto quicial
que revela
el latido robado por el sol.

En el reverso de la piedra
habitan las cuatro estaciones.

No lancemos los párpados
al mar
la perfección del olvido
está repujada
con un concierto de armaduras.

Ser peregrino de si mismo
es la propia alquimia
del Ser.

La última memoria
solo es una hogaza de pan.



GILDARDO GUTIÉRREZ ISAZA

Poeta y narrador, nació en Colombia, en una pequeña población del departamento de Antioquia, el 10 de mayo de 1960. Reside en Medellín. Es miembro de la Sociedad Venezolana de Arte Internacional, al igual que de la Unión Hispanoamericana de Escritores (UHE), de la Sociedad de Escritores de Argentina, de la Red Mundial de Poetas del Mundo y de la Comunidad de Escritores y Poetas, entre otras. Sus poemas y algunos cuentos se han publicado en diversas revistas literarias, en particular chilenas, bolivianas y argentinas. Con una larga trayectoria literaria, fue organizador en la ciudad de Medellín del Segundo Primer Festival de Poesía "Las Palabras en el Mundo". Es un denodado defensor de los derechos humanos del pueblo Palestino.
Más sobre este autor en los siguientes números del Suplemento de Realidades y Ficciones:



INDIGENTE
Gildardo Gutiérrez Isaza ©

A través de la distancia, bajo la sombra de la tarde,
recostado en el dintel del olvido, mordiendo el polvo,
la nada… todo y nada.
Cayendo lentamente como brújula herida,
pude divisar su débil y fatigado cuerpo.
Cartones, basura y un perro muerto.
Triste y lejana figura del indigente.
Polvo de la nada, olvido y silencio.

Hurgando la caneca, postrado,
asimilando su mustio dolor o su desgracia,
busca entre rebujo, óxido y papel de piedra
lo que llevará a su boca, lo que será su alimento.
Sobrellevando su dolor y su tormento,
arrastra sus pies cansados.
Como si dejara el mundo y su existencia,
se recuesta contra el suelo
y solo deja escapar una exhalación,
un grito reprimido,
la degradación del hombre,
su futuro incierto

Calabozo de la noche, triste cadalso,
lúgubre luz de las resignaciones y la apariencia.
Del insomnio la vela que pierde su luz o la esperanza.
Rendija encubierta con llanto, con el dolor de vivir y
soportar la soledad como medida de salvación.
Los ojos devoran los ojos y la lengua como espada crucifica,
te mutila sin ir más allá de tu dolor;
igual al péndulo que gira interminable,
que avizora el mañana, un nuevo amanecer,
más sobrio y sombrío que el hoy.

Te vistes de miseria a la espera de una mano amiga,
pero el desprecio crece,
se agiganta como un agujero que se traga la vida, tu vida.
Mordaza que apuntala el mástil del hambre y la soledad.
La vertiente serpentea día a día, noche tras noche,
y se tuerce en una cruda enramada de misterio,
¿dónde y cuándo llegara tu fin?

Presagio de un viento otoñal que no pudiste disfrutar
porque siendo un niño fuiste lanzado a la calle
sin conocer el pecho materno o el abrazo de un padre.
A través de la distancia, bajo la sombra de la tarde,
recostado en el dintel del olvido, tu vida llega al final.
Ha llegado la muerte y una dulce sonrisa cruza tu rostro
porque llegó la hora del último viaje,
de dejar la última huella de tu estirpe sobre la tierra.


CATACLISMO
Gildardo Gutiérrez Isaza ©

Avizorando el tiempo como la caja de Pandora,
resguardando la expiración bajo el amparo del silencio,
navego en tu piel, urdiembre de mi sed, avatar de mis deseos.
De aquel augurio casi místico y soterrado
que emerge paulatinamente hasta llegar a mi boca,
he presentido la desventura.
¡Cataclismo!
Grita el viento abriendo sus manos en círculos concéntricos,
mientras mi sangre fermentada como lava
se estremece y hondea llena de deseo al sentir la punta de tu lengua
afilando el sendero donde cortarás en cruz mí pecho
para luego morir.

Quiero poseerte, tenerte más que en mi piel,
o en la bóveda de mis manos;
más allá de un simple acto de lujuria
(homilía ancestral de la profanación).
Eso sería poco o nada,
quiero poseerte
más que en el suave contacto de la piel con la piel,
Curtimbre de un sueño que se evapora
cuando voy descendiendo
y ascendiendo como la ola sobre la cresta del crepúsculo
que dormita en tu ser.

Quiero poseerte más allá del beso repentino, oscuro o lascivo.
Quiero formar un montículo, un oasis movedizo donde mis manos
hurguen tus senos, tus muslos;
derrumbar cada barrera,
el horizonte de tu pubis y bajo las sombras de tus caderas
izar la bandera colmada de gritos insaciables.
Tu boca en la mía traspasando las fronteras de lo indecible,
de la saliva que agiganta el deseo,
que desciende por la comisura de los labios caliente,
incitando al pecado, a la lujuria carismática de dos cuerpos entretejidos
en un pentagrama sin sonidos y voces concretas.

Gutural espejismo de mi piel haciendo arcadas de fuego
en tu pubis que se abre,
que se dilata como caracola marina…
Remembranza que traspasa la elipsis,
dejando escapar en cada quejido la vida;
trasmutando y volviendo a nacer
después de morir en espasmos sangrientos,
en orgasmos que dejan la piel en jirones,
en una sinfonía incompleta, anhelante de un renglón,
de una nota sagrada cual espino santificado.

Allá bajo, la piel que se esconde entre tus muslos como fruta salvaje,
como planta carnívora deja escapar aquella dulce y almizclada fragancia,
que incita mi espíritu a romper el dique,
a dejar mi barca para anclar en la tuya.
Y en un solo e imprescindible acto de amor y pasión,
morir y renacer eternamente sin que la luz opaque el brillo del candil,
que se encenderá de nuevo una mañana, una tarde,
en cualquier lugar tu piel y la mía.



JUAN CARLOS TAJES

(Montevideo, Uruguay 1946) Artista multidisciplinario. Poeta, escritor teatral, narrador. Cofundador del Grupo Vanguardia de Poesía (1963-1973). Presidente de la Asociación Carlos Gardel, de Ámsterdam. Académico Representante en Ámsterdam de la Academia Nacional del Tango de Buenos Aires. Director del Commedia dell’Arte Centrum, Ámsterdam.
Poesía: Canto al Hombre (1963), Cristos de Arcilla (1964), Esquina Cero (1965), La otra guerra (1970), Tantango (1996), Arte y Sociedad (2014), Tiempo de palabras (2015). Antología FIBECO (2018), Antología ¿Hay cura para el amor? (2016), Antología Sangre Nueva.
Antología: Sonneten (1998), Peëzie in het park – Poesía en el parque (2008), Op zoek naar verleiding – En busca de seducción (2014), 50 años grupo Vanguardia 1963/1973, 20 poetas de acción y una canción esperanzada (2013), Las nuevas letras del tango uruguayo (2013), Let’s talk abou summer – Hablemos del verano (2017), Leaves of autumn – Hojas de Otoño (2018), Sangre nueva (2018).
Ensayo: Adoum o el Teatro de la Subversión (Les cahiers du litoral, 2011) (Revista Bilbiographica Americana Argentina - 2014), La insaciable avidez de la burguesía (Ámsterdam Sur, 2014; Aldea 21, México, 2015).
Teatro: Amicitia 83 (De Woelrat, 1983).
Festivales de poesía: 14º Aniversario del Liceo Poético de Benidorm en Estambul (2104), 14º Festival Internacional de Poesía de Granada, Nicaragua (2018), 3er Festival Internacional de Poesía Benidorm y Costa Blanca (2018).


TOMÁS EL INCRÉDULO
Juan Carlos Tajes ©

Tomás no creía en nada. No le tenía miedo a nada. Solo a morirse antes de tiempo. Los amigos le decían que no podía ser, que nadie sabe cuando se va a morir, así que nadie sabe si la muerte le llega a tiempo o no. No es posible no creer en nada, todo el mundo cree en algo, cada uno posee un espíritu, un alma, una conciencia. Y él siempre respondía lo mismo:
—No sé. No creo. Solo tengo certeza en lo que hago, en lo que toco, en lo que veo. No tengo conciencia, ni alma, ni alcurnia. Soy lo que soy. El espíritu es algo que se quedó en casa de mi abuela. Yo solo tengo ansiedad y falta de tiempo para realizar divertidas quimeras. Por eso no quiero morirme antes de que se me acabe el tiempo.
Tomás prefería vivir a la sombra de Dios, sin entrar en detalles. En todo caso había resistido a la tentación del bien sin caer en las trampas del mal, a fuerza de ser bueno con el mundo, a fuerza de ser malo con él mismo. Había logrado eso que de tan obvio es inconcebible: hacer un pacto con el miedo, aprovechar el estado de alerta que proporciona el miedo sin dejarse dominar por la parálisis del pavor. Menos mal, que inventaron la Providencia como válvula reguladora del miedo. Era de los que viven en el mundo del después, en un planeta llamado Después. Y ahora añora ese después: volver al después. Suena gracioso. Muchos quieren volver al antes. Él no. Algunas cosas suceden siempre o no suceden nunca y a pesar de eso uno espera con esperanza. Recopila sueños propios y ajenos. Se apropia de los sueños de otros y cree que los soñó él. Pero no se deja confundir entre la sencillez, la simplicidad o la vulgaridad. Ese día fue a misa para volver a sentirse el niño de antes.
—Hay que ver para creer —comenta la pelirroja, mirando de soslayo al director del coro.
Mientras tanto el sacerdote instruye y ensaya las convenciones del rito con los fieles, cual maestro de escuela ante una clase indisciplinada. Trabaja el “orden de la liturgia” como una puesta en escena. Los cánticos, la selección de los ritmos y lo que él llama “música sagrada”, que ejecuta el organista en el momento crucial de la consagración. Aconseja al coro de devotas, que ensayan fervorosamente para desafinar mejor al unísono.
—En esta parte cantan ustedes y después canto yo solo, pero más carismático, y ustedes siguen al sacerdote. Pero no canten tan fuerte, ya saben que al sacerdote no le gusta que chillen. Y al Señor tampoco.
Dicho esto se retira a la sacristía a transformarse con la parafernalia ritual para convencer a los fieles del milagro de la transubstanciación. Cada domingo revocaba la credulidad de la fe. Nunca supo si “el sacerdote”, como se autodeterminaba, es conciente o no del berenjenal teológico y metafísico en el que metía a sus feligreses, gentes de algunas y pocas luces, que lo miran y lo oyen sin ver o escuchar, muy lejos del simbolismo de sus gestos litúrgicos. Difícil es elevar a la profundidad a feligreses de profunda simplicidad.
Al regresar de la misa, después del almuerzo, Tomás hizo una lista de las cosas que según él debía arreglar: cerrar bien la puerta del fondo, devolverle el martillo al carpintero. Se acordó de algo que decía su padre: “la muerte no duele, lo que duele es morirse”. Cosas de viejo, pensó. Se acostó a dormir la siesta. Y ahí quedó. Murió de tarde. Lo velaron toda la noche entre caña fuerte, café, cuentos verdes y anécdotas soeces. Apareció una guitarra y alguien cantó sin saber cantar para unos borrachos tristes que no sabían escuchar. A eso del mediodía llegaron los de la funeraria para cerrar el ataúd. Entre sollozos y emociones etílicas se soltaron las lenguas pastosas. Los amigos pasaban uno a uno frente al cajón despidiéndose del finado, rememoraban virtudes inventadas, elogiaban defectos exagerados. Parecía que hablaban de un extraño. Fue un velorio raro, como si el muerto no fuera el Tomás de siempre, pero una versión libre del Tomás de siempre. Lo alabaron tanto después de muerto al incrédulo de Tomás, que ni él mismo se hubiera reconocido. Los que cargaban con el féretro comentaban, tambaleándose, que no faltaba más que el propio Tomás se levantara y tomara la palabra. Después del velorio en la habitación quedó flotando un aroma dulzón de flores marchitas y de carne abombada, transgrediendo el límite entre la repugnancia y el asco.
Terminado el entierro una vecina volvió para arreglar las cosas. Salía olor a tristeza de los armarios, la ropa colgaba como mustia del calvario de las perchas. Los cajones emanaban ese tufo característico de la nostalgia reprimida. La mujer puso las pocas pertenencias de Tomás sobre la cama, las envolvió en una sábana e hizo un atado para el ropavejero. Se quedó un rato en silencio, en el cuarto desangelado. La luna miope del espejo ya no reflejaría más a su dueño incrédulo. Señal de que el pasado se había borrado para siempre. Y de que a pesar de la muerte, el ya no ser es una pertinaz manera de seguir siendo. Después de tiempo.



LIVIA DÍAZ ORTIZ

Poeta y periodista de oficio, radica en Xalapa (Veracruz), México. Publicó el libro Poeutits. Varios de sus poemas y cuentos se encuentran además en páginas de antologías como Los puños de la paloma, Editorial Alondras, Agendiario Ciclos, Movimiento Internacional de Metapoesía, Joel Almonó, Girapoema, Encuentro de mujeres poetas en el país de las nubes, Cordial-mente [presa en la mira], entre otros impresos y comunidades, blogs y páginas de internet.
Más sobre esta escritora en Realidades y Ficciones – Revista Literaria Nº 24:

@escribista


SE ABRIERON LAS PUERTAS DEL CIELO
Jornada Huasteca
Livia Díaz Ortiz ©

Tantoyuca. Como cada 29 de septiembre "se abrieron las puertas del cielo". Ahora, todos somos santos. Los santos estarán sobre la tierra hasta el 31 de noviembre, Día de San Andrés. Con la apertura llegó el Arcángel San Miguel. El Arcángel libra una batalla por los vivos, al tiempo en que el cielo llora tan fuerte que la tierra ya no vuelve a estar seca hasta que se han abierto los surcos para sembrar el fríjol y el maíz. El campesino tendrá la tierra suficientemente apta para sembrar con la coa, la rastra o lo que pueda. Abrirá el saco del maíz que tiene guardado en la casa y se echará a la milpa adonde va a trabajar día a día de aquí en adelante por los siguientes seis meses. Quizá para mayo tendrá unos cuantos elotes que vender a uno o tres pesos. En tanto, el campo está florido. Así en la Huasteca como en el cielo. Con el agua salen las flores de octubre, los campos se llenan de colores, principalmente blanco y amarillo. Ya indican que se acercan los días más importantes, en que Todos los Santos acuden a sus hogares a la visita. Es el llamado Xantolo que inició con la primera lluvia y la ofrenda, cuando el Arcángel llegó para quedarse entre nosotros. Habrá lugar también para el Ánima sola, de la que ya nadie se acuerda, se va a orar para que cada alma encuentre descanso, que finalmente se vaya a formar parte de La Gloria. En tanto se inició el ensayo de la danza, en cada colonia, barrio, comunidad y congregación. Se ha vuelto el festejo más colorido y carnavalesco, al que todos le sacan partido. Los últimos días de octubre y primeros de noviembre, no hay municipio del Estado de Veracruz que no haya anunciado que se va a hacer desde concursos de catrinas hasta masivos de danza.

• En dónde estabas el 5 de octubre
Poza Rica. Es día cinco de octubre, han pasado 19 años de "las inundaciones". Nos sorprendieron después de una velada plagada de tormento. Fuimos cientos de personas las que sentimos "algo" en el ambiente. No dejaba de llover en Poza Rica y alrededores. Al amanecer ya no teníamos comunicación, en muchos lugares no había luz. Tampoco agua potable. Quienes se quedaron resguardados en alguna parte o quienes estaban sobre sus casas, edificios o en las copas de los árboles, pedían ayuda, a los gritos, siguió el desastre. Si te subías al monte y había derrumbe, si te quedabas abajo, seguía anegándose la calle. Fue en 1999. Los siguientes días dolieron. Estaba medio municipio bajo agua, poco después medio estado y a los días medio país. Tláloc no tuvo compasión con nosotros. Aún no se repone mucha gente de aquel día, de aquella noche en que, la presa Necaxa, los ríos, las lagunas, el mar, recibieron una carga superior a la de todo un año, en unas horas. La sierra tampoco se salvó, no había un lugar seguro, así muchos "desaparecieron" entre las cuevas, para ser encontrados mucho después. Otros no bajaron luego porque como siempre sucede, había quienes se aprovechaban de la situación para allanar habitaciones y provocar un despojo. Sin caminos ni tuberías las localidades se convirtieron en lugares fantasmales en donde la actividad cotidiana cambió por completo, de las ventas a la limpieza de casas, del comercio a la búsqueda de víveres. Cuando se terminó el agua envasada comenzamos a beber refrescos, a mí me tocaron de fresa.

• Hacen telenovela de huichicoleros
Xalapa. Apenas buscar y encontrar una telenovela de moda por Telemundo, con la mayoría de actores mexicanos, estará dando qué hablar, la llamaron "Falsa identidad". Allí se puede ver a un Alejandro Camacho de muy buen semblante, lo mismo Sergio Goyri y Eduardo Yáñez, parece que este proyecto en estos trabajos, los ánimos, los revivieron. La producción es muy rica, como suelen darse en esa empresa, aunque todo en un set, nos llega muy de lejos la idea de que se hizo en Sonora, ya que al inicio muestra a un huachicolero que es muy macho y tiene muchas novias, entre ellas a la mujer de un capo de la mafia que lo perseguirá de por vida. El personaje principal, como para apaciguar su consciencia da a los pobres también su rajada de lo robado. Exhiben todo el tiempo la doble moral de todos los participantes en la trama. Por eso digo que quizá dé qué hablar. Espero. Si es que le siguen el ritmo y el tono, y no empiezan con sus grandes inventos a matar su proyecto. Lo que le sigue es que es hermano del alcalde, quien (oh sana coincidencia) después da a conocer al público que es un delincuente, pero se las ingenia para matarlo ante el pueblo y sacarlo del país con la identidad robada. Pero aún así se cree muy ético, hasta que papá Camacho le jala las riendas.

• Teníamos de todo
Cuando se cierra la llave se comienza a secar la tierra. Se va secando de a poquito como se secó la Huasteca. Día a día a partir del milenio los caminos se fueron rompiendo. El pavimento comenzó a quebrarse, llegaron menos visitas, paseantes, inició la migración. Después de 18 años ya no se distingue aquella región en que "amarrábamos a los perros con chorizo". La seca ha costado vidas. Las vidas se han tornado violentas para sobrevivir. La subsistencia ya no es tan dichosa y sana, y la coexistencia en muchos lugares no es pacífica. Al presidente de turno se le ocurrió dejar de apoyar con petróleo a Centroamérica y pronto también ellos tuvieron que migrar para buscar en donde no mal vivir. En aquel tiempo, que no ha terminado, no se pensó en las consecuencias.



JOSÉ LUIS FERNÁNDEZ JUAN

Nació en Valencia, España. Artista renacentista (profesor, escritor, actor…).
En 2012 participó como ensayista en el proyecto El camino del corazón solidario. Publicó en 2014 la efervescente novela Pinceladas de Harmonía. El innovador estilo retórico y el profundo calado humano de esta divertida alegoría sorprendieron a un público que desde entonces no ha dejado de leerla. A día de hoy va por su cuarta edición. En abril de 2017 publica su segundo libro; un ocurrente glosario de casi 1.800 palabras, distorsionadas formal y semánticamente llamado El diccionario de JLFJ. A modo de exclusiva nos regala un breve listado de vocablos (no recogidos en El diccionario de JLFJ) con significados sorprendentemente inéditos.
Más sobre su trayectoria y obras en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 69:

videos youtube: joseluisfernandezjuan


AVANCE DE “EL DICCIONARIO DE JLFJ”
José Luis Fernández Juan ©

ABUNDANDANTE: Viajero copioso.
ACLIMATAR: Quitarle la vida a las condiciones atmosféricas propias.
ACOMODADO: Que se ajusta a las costumbres pasajeras porque puedente.
APECUÑADO: Hermano rico del marido en relación a la mujer o hermano adinerado de la mujer en relación al marido.
ARISTÁCRATA: Noble que aboga por la supresión de cualquier autoridad en una nación.
CONTINUACCIÓN: Reanudación de facto.
CORREGIO: Escuela imperial.
EXUBRERANTE: Taza de té o tetaza.
MANGUITUD: Dimensión que envuelve el brazo.
PEGATÓN: Transeúnte que percute con transeúnte.
PIRRICO: Acaudalado con insuficiencia.
PRISIHORNERO: Esclavo de una tahona.
PROSPERO: Que mejora el año nuevo con alguna objeción.
PROSUPUESTO: Sin duda alguna; coste lo que coste.
SUCINTO: Ceñidor de él.
TOHALLA: Que se encuentra con la plenitud.
TROPACIENTOS: Legión muy excitada.
UNIDEFORME: Hábito contrahecho.
VOLUTARIO: Individuo que es pontáneo y que es piral y que además se coloca en los capiteles corintios y jónicos.



MARÍA ENRIQUETA ROLAND

Narradora y poeta argentina. Nació en la ciudad de Buenos Aires pero desde hace años reside en Mar del Plata. Ha obtenido varios premios literarios y algunos de sus cuentos se encuentran en la web. Asegura escribir por impulso sin tener en cuenta regla alguna, salvo las ortográficas.
Más sobre su trayectoria y obras en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 54:



OTRAS NAVIDADES
María Enriqueta Roland ©

He querido escribir algo para que mis nietos puedan recrear el espíritu navideño que se sentía mucho más profundo hace años. Ya ahora desde muy pequeños pierden la magia de creer en Papá Noel o Santa Claus, como sea que en su país lo llamen.
Los mayores todavía recuerdan los paseos obligados cuando se acercaba la medianoche para alejarlos y dar tiempo a colocar todos los regalos al pie del árbol navideño.
Los padres y abuelos esperábamos para ver sus caritas de asombro al entrar al grito de: ¡Llegó Papá Noel!
Desenvolvían sus regalos y se sorprendían de haber recibido justo lo que ellos habían pedido en la cartita que habían enviado. Aseguraban que lo habían visto caminar por un techo, o haber visto una luz en el cielo que velozmente pasaba dejando una estela de estrellas. Sabían el nombre del reno preferido. Y lo señalaban tocando su nariz roja.
“Rudolf, el reno, el único, único reno que hay” cantaban felices.
La ingenuidad y candidez era la mejor recompensa para los esfuerzos hechos a fin de poder complacer tantos pedidos. ¡Pero valía la pena!
Sabían las canciones repetidas cada año, pero que tenían el encanto de campanitas sonando y palabras que todos entendían.
Hoy los más chiquitos eligen sus regalos comprados por sus padres .Se ha perdido la magia de los paquetes acumulados, y en muchos casos se planean viajes con los chicos para pasar la fiestas lejos de casa como vacaciones, pero sin nada que recuerde que estamos en Navidad.
El pesebre era también un motivo de atracción.
Y al sonar las veinticuatro horas, entre brindis y besos se colocaba al Niño. Se les enseñaba a quererlo y la presencia de los Tres Reyes Magos anticipaba otra serie de regalos, que aparecían junto a sus zapatitos pocos días después.
Ellos mismos colocaban agua y pasto para los camellos que llegaban cansados con su carga de juguetes.
¿Por qué se perdió ese encanto? ¿Quién apresuró los tiempos infantiles?
¿Quién puede decir que no se sintió desencantado cuando ya grandecito alguien le contó la verdad?
“Son los padres”.
Hemos avanzado en tecnología. Ya a los más pequeños se los ve manejando computadoras, celulares, controles remotos. Los juegos son cada día más individuales.
Como en el viejo Antón Pirulero, cada cual atiende su juego y cuanto más violento más codiciado.
Tuve la dicha de poder ver a los primeros nietos en esa época de ilusiones. Ya los últimos me miran sobradores cuando les entrego los regalos que Papá Noel dejó para ellos en el árbol de Navidad de mi casa.
—¡Vamos Abu, si ya sabemos que Papá Noel no existe!
Yo recuerdo entonces, cómo gozaba esperando estas fiestas cuando sus padres eran mucho más grandes que ellos.
Pero eran “mis” hijos, no mis nietos.



SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 80 – Enero de 2019 – Año X
Número Especial 10º Aniversario
ISSN 2250-5385
Exp. RL-2018-52427183-APN-DNDA#MJ del 18/10/2018, Dirección Nacional del Derecho de Autor / República Argentina.



Propietario y Director: Héctor Zabala
Av. Del Libertador 6039 (C1428ARD)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
Currículo en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 75:




Colaboradores

Corrección general:
Noelia Natalia Barchuk Löwer
Resistencia (Chaco), Argentina


Ilustración de carátula y emblema:
Mónica Villarreal
Scottsdale (Arizona), Estados Unidos
Monterrey (Nuevo León), México
@mon_villarreal
Currículo en revista Realidades y Ficciones Nº 17:


El listado completo de colaboraciones al Suplemento de REALIDADES Y FICCIONES se encuentra a la derecha del blog bajo el acápite AUTORES.

 @RyFRevLiteraria

 @RyF_Supl_Letras

Las opiniones vertidas en los artículos de esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor pertinente.

"Realidades y Ficciones"
Mónica Villarreal (2014)
acrílico y óleo sobre
papel-lienzo, 30 cm x 30 cm





  

  

  

  

  

  



  











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