SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 101 – Marzo de 2024 – Año XV
ISSN 2250-5385 – Edición trimestral
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"Colibrí en vuelo" Mónica Villarreal (2018) (Acrílico sobre papel, 9" x 12") |
Sumario:
• Adriano CORRALES ARIAS (Costa Rica)• Luis ACEBES (España)
• Adán ECHEVERRÍA (México)
• Washington Daniel GOROSITO PÉREZ (Uruguay - México)
• Miriam Gladys GÓMEZ - Julliette (Argentina)
• Ismael LÓPEZ (España)
• Antonio LAS HERAS (Argentina)
• Moisés CÁRDENAS CHACÓN (Colombia – Argentina)
• Alicia DANESINO (Argentina)
• Víctor Eligio GIMÉNEZ (Argentina)
• Felipe ARGENTI (México)
• Araceli Birmania ARÉVALO CÓRDOVA (Ecuador)
ADRIANO CORRALES ARIAS
Más sobre
su trayectoria literaria y obras en los números 55, 65, 75, 79, 83 y 95 del
Suplemento de Realidades y Ficciones. Ver ÍNDICE DE SUPLEMENTOS o, por su
apellido, en ÍNDICE DE AUTORES: https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/
Dos textos del libro KABANGA
Adriano de
San Martín ©
27.
Solares ha
sido mi vida. Amplio patio baldío con árbol de aguacate al centro, o mango, o
manzana de agua, tal vez toronja. Ropa tendida cual papalotes en la memoria. O
sembradíos de café y matas de plátano, arboledas de poró, guaba, un poco de
yuca, tiquizque y malanga, lo suficiente para la olla de carne compartida.
El trepar
y serpear enredando el aire de la chayotera, o el sutil arrastre de los bejucos
del ayote. Guayabales. La delgada línea del pejibaye. Naranjos. Trojas.
Naranjales. Carretadas de leña. Cañaverales. Granjeros. Peones. Lecherías.
Pastizales.
El viento
los hamaquea mientras continúa el viaje. Picada abriendo cuadrantes de enemiga
selva. Carrilando. Víboras. Caza. Ojo de agua. Manantiales. Río embravecido.
Cabeza de agua. Cortina líquida en la zambullida del instante. Playas blancas
en la turgencia de un talle...
Solares
lluviosos y soleados, o de nieve reverdecida. Potreros para la mejenga de
aguadulce a cachito de luna en los aires para el sesteo de las vacas o el paseo
de otros animales. Jardín para el primer beso y el escarceo. Alazán al viento
desbocado...
Solares de
fuego. Toma de tierras. Alambradas. Fogonazos. Trincheras. Colinas de sangre.
Campamentos. Helicópteros y trazadoras. Asaltos con bayoneta calada. Granadas.
Largas marchas. Plazas atiborradas. Banderas rojinegras del 79.
Solares de
tiempo, frutos de aguardiente en la feria suburbana, máquinas contaminadas,
canchas metafísicas en la madrugada de la ausencia con la angustia plantada a
un costado, en los marcos desguarnecidos o en las gradas de público camuflado.
Bodegas. Púgiles en el cuadrilátero de la humareda. Oficinas oxidadas.
Amaneceres. O al atardecer cuando la tiniebla trae los demonios blancos y
negros a la mira siempre del espíritu de los ancestros.
Solares.
Precarista de solares anochecido.
28.
Viajamos
en el tren de la ausencia Kabanga. Son muchas las estaciones, pero desconozco
la última. A veces el controlador exige los tiquetes, le pregunto a qué hora
llegaremos y nunca lo sabe. Paseo por los dispares compartimentos. Por tercera
y primera clase. Allí he conocido mujeres bellas y escalofriantes, hermosas y
desnutridas, perspicaces y estúpidas, artistas y poetas imbéciles e iluminados
por la luz de su propio tranvía...
Cambiamos
de tren hartas veces. Y de rumbo. Hubo esperas prolongadas, choques fulmíneos,
sangrantes descarrilamientos. Pero siempre regresamos al expreso, o al trencito
del círculo, y continuamos con el éxodo. Se suceden los paisajes, las
ciudades, las personas, los animales, las páginas... El viento me despeina, la
ventanilla nos devuelve un rostro crecientemente amargo y ajeno. Vamos de viaje
Kabanga... Mis antepasados, mi infancia, los sueños, son nuestro único
equipaje.
(Del libro
de Adriano de San Martín, Kabanga,
2014)
LUIS
ACEBES
Ha publicado los libros de poesía: Música ligera (Ed. Poesía Eres Tú,
2008), Explosiones nucleares en una caja
de zapatos (Ed. Vitruvio, 2013), Corte
a sección de mi vida con un cuchillo blanco de plástico (Ediciones En
Huida, 2015), y Fatiga terrestre
(Ediciones En Huida, 2016), así como un libro de relatos autobiográficos, Los días del mundo (Karima Editora,
2015), El don de la enormidad (Trea
Editorial, 2019) e Instrucciones para
bailar la bamba (Trea Editorial, 2023). Colabora habitualmente con revistas
literarias de España y Latinoamérica.
LAS CANCIONES DE AMOR
Luis
Acebes ©
Las
canciones de amor trabajan solas
en
oficinas prestadas, atentas
al reloj
de arena de su época, como
parturientas
que llevasen comisión
por cada
nacido. Viven apartadas
en hoteles
baratos y bloques
con patios
que convierten
en
academias para silbar. Mis padres
con las
suyas. Los tuyos. Los otros.
De alguna
forma acabamos aquí
por ellas.
Y mira por dónde, en hoteles
igual de
baratos, aunque de noche
acerquemos
el oído
a sus
paredes ligeras
rezando
para que nos digan algo:
buenas
noches, descansa,
vivir es
fácil, los peces
saltan, el
algodón está alto.
AQUELLA TARDE EN EL PALACIO
Luis
Acebes ©
Aquella
tarde en el palacio
del rey
presumido que cazaba ciervos
y colgaba
sus cabezas en la pared.
El sol le
quitó importancia a todo
como esas
madres que no intervienen
en las
peleas menores de sus hijos.
Creo que
eran encinas, sus cabezas
recriminando
el ruido
de nuestra
bolsa de patatas,
rebajándonos
con su silencio
a la
categoría de turistas
que recién
llegados a Miconos
sólo
piensan en hacer pis.
Pero
luego, la suma de sol,
palacio y
encinas se dibujó
en una
libreta de aire
de portada
verdosa, llegada
de alguna
incierta Antigüedad.
Sólo
tuvimos que escribir
el número
que sabíamos
de
memoria. El profesor
que
teníamos encima, el mismo
que veía
con mala cara
lo de
ponerle ojos de cristal
a ciervos
muertos
y usar
mesitas Luis XIII
para dejar
la bandeja del café,
nos dijo
con la cabeza que sí.
POSIBLE EPITAFIO
Luis
Acebes ©
Luis
Acebes hizo lo que pudo.
Bueno, no
siempre. Hubo
muchos
días de sofá
creyendo
que el techo
acabaría
en mapamundi
con naves
romanas cargadas
de ánforas
de aceite
para las
legiones de Asia.
El
contador de pasos perdidos
dio tres
veces la vuelta.
Una
galería de elipses y
espirales
adornan
los anexos
de su biografía.
Este tipo
hizo muy poco,
se
conformó con el pan
apalabrado,
cortesía del futuro,
que
llegaba en cestas cotidiano
y
barnizado por la lluvia.
Analicemos
sus músculos,
semejante
masa no habla de brío
ni del uso
de metales en la batalla.
Píndaro no
le cantaría
ni con mil
monedas en la mano.
Fue un
explorador aficionado,
uno más
del ministerio. Sus trajes
grises y
esas gafas que llevó
los
últimos años
hablan de
una condición
sombría.
Hizo más bien poco.
Jugó a
dejarse hacer por la vida.
Fue la
plastilina de la luz,
la cuchara
chocando a
ciegas
con los
bordes
de la taza
del silencio
que nunca
tocaron sus labios.
ADÁN
ECHEVERRÍA
Ha ganado
varios premios literarios. Ha coordinado y participado en diversos talleres de
creación literaria. Colaborador de revistas y suplementos culturales como Abisal (Instituto Quintanarroense de
Cultura), Acequias (Universidad
Iberoamericana de Torreón), Alforja,
Archipiélago, Arena (Excélsior), Blanco
Móvil, Cultura Veracruz, El Ángel (Reforma), Eje Central, El Universo del Búho,
Parte de
su obra se encuentra también en diversas antologías.
Obras:
• Poesía: El ropero del suicida (2002), Delirios de hombre ave (2003), Xenankó (2005), La sonrisa del insecto (2008), Tremévolo
(2009), La confusión creciente de la
alcantarilla (2011).
• Libros
de cuentos: Fuga de memorias (2006), Compañeros todos (2015). Novelas: Arena (2009), Seremos tumba (2011).
•
Antologías: Tiene una compilación de autores yucatecos con Ivi May Dzib en el
libro Nuevas voces en el laberinto
(2007).
Aparte de
su actividad literaria, es biólogo con Maestría en Producción Animal Tropical
por
Más sobre
su trayectoria literaria y obras en los números 64, 74, 77, 79 y 86 del
Suplemento de Realidades y Ficciones. Ver ÍNDICE DE SUPLEMENTOS o, por su
apellido, en ÍNDICE DE AUTORES: https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/
Realidades
y Ficciones – Revista Literaria ha publicado artículos de este escritor en sus
números 26, 27, 40, 41, 46, 50 y 52 a 56 (ver ÍNDICE DE REVISTAS en http://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com/).
PÉNDULO
Adán
Echeverría ©
El
grito de Leticia permanece en la garganta creciendo en espirales sobre el
cadáver que cuelga del travesaño. Se ha animado a retirar el cabello del
rostro, y al hacerlo, le sobresalta el movimiento estertóreo que aún recorre
las piernas, y ese ronquido apenas audible del ahorcado.
El cuerpo pesa. Por más que hace
para descolgarlo no lo consigue. A qué correr a la calle y asustar a los
vecinos. Él ahí colgado, estático en el tiempo, y ella sentada en el rincón
mirando el vaivén del cuerpo que pende de la soga. Y es que era insoportable la
búsqueda de abandono a que su esposo se dedicaba.
Leticia intentando escapar de la
cotidianeidad recalcitrante y ajena. Los sueños pretéritos de esa historia que
juntos decidieron ir construyendo, sepultando el dolor en ambos pechos, las
traiciones, quizá nunca consumadas en lo físico, pero si dentro, en el
sentimiento, en la memoria, en la mente. Pusieron barreras infranqueables. Las
palabras hiriendo los cuerpos hasta adentrarse como saetas envenenadas que ya
no tendrían oportunidad de sanar la lepra que habían inoculado.
Todo fue transportado a la rutina
de las últimas semanas: un rostro de ira que giraba por la noche dentro de la
casa, de una habitación a otra, persiguiéndola. Leticia tratando de sonreír y
abandonar la angustia en su hogar, que se paseaba por los rincones y las
sábanas. No había sitio para esconderse, no quedaba espacio para la ternura y
los recuerdos del noviazgo, todo se había consumido en el fuego de las pequeñas
venganzas.
El mirar de ella hacia otros
varones que reconocían en su maternidad a una mujer completa, y luego, al
llegar la tarde, mientras sirve la cena, caer en el rostro siempre tenso de su
esposo, esperando arreglar las cosas, recuperar lo que se ha perdido.
Leticia comenzó a ver a Edgar en
casa de una tía, cerca del cementerio. Se las ingenió para estar con él los
jueves, durante un año, por las prohibiciones de su padre que a tantos novios
le había espantado.
La noche comenzó a mostrar sus
frutos en los brazos de este hombre, y el placer creció tanto que decidieron
transitar la eternidad con la presencia de un hijo para alimentar la vida.
Tuvieron que casarse.
Construyeron un hogar más que
cómodo, ante el escándalo de la pobreza del pueblo y sus ejidatarios. ¿Qué
importaba más, si no la felicidad completa? Pero cuando el niño cumplió los
siete años sucedió que Edgar no pudo asimilar la violenta muerte de su padre en
una noche de pelea de gallos, y la tragedia se amarró a su cuello como un
grillete de odio, y no quiso soltarle más, en cambio, apretaba, apretaba y el
nudo era cada vez más fuerte.
Edgar se hundió en una depresión
que lo ponía meditabundo. Nadie del pueblo podía hablarle sin recibir
improperios de su parte. Su odio le causó las llagas que ostenta en los puños.
Podía vérsele gatear por el jardín
de la casa devorando hormigas venenosas o subir al techo a dispararle a las
iguanas que tomaban el sol sobre el muro. Los ojos en blanco se hacían una
visión normal para su rostro, no poder controlar el vértigo de la mirada. Y el
hablar solo, tan recurrente.
Solía llevar a su hijo al interior
del cementerio, entre los dos se encargaban de mantener impecable la tumba del
abuelo, la pintaban de colores, siempre adornada con rosas y flores de la
región, recogían los recuerdos por medio de fotos, que luego, juntos iban
pegando en la pared del cuarto del niño, como armando un rompecabezas a la
muerte, una ofrenda a la memoria, con esa entrega vital que Edgar le iba
enseñando.
Leticia cuenta que Edgar se pasaba
las horas mirándola dormir. En ocasiones cuando ella despertaba para ir al
baño, Edgar estaba desnudo en la ventana con la escopeta cargada, al acecho.
Muchas veces ella lo cubrió con una colcha para esconderlo del frío amanecer,
mientras aquél permanecía acurrucado en un sillón de la terraza con el arma
caída a un costado.
Edgar dejó de hablarle a Leticia.
La ausencia del abuelo había convertido la casa en un altar, y el insomnio fue
tragándose la cordura de este hombre, antes acostumbrado a luchar, ahora solo
luchaba contra ella, contra sus salidas a trabajar, sus llegadas tarde.
Se supo que Edgar decidió no
separarse más de su hijo, rehuyendo la compañía de la esposa. Hasta se mudó al
cuarto del niño, y ella los escuchaba durante las madrugadas hablando de temas
intrascendentes: el color de los pájaros, la heladez del agua de los cenotes,
de los eclipses que dejan caer la mitad de su luz sobre las hojas de los
árboles, del sabor de la sangre de los venados, del olor de la pólvora húmeda
durante la cacería, los recuerdos de una infancia que Edgar quería recrear en
su hijo.
Leticia comenzó a sentirse sola en
medio de su familia, ajena a esta historia que circulaba de los solares a la
plaza, de la milpa al atrio de la iglesia. Todos pendientes de Edgar. Todos
culpando a Leticia por la cordura de un hombre. Mujer hermosa, de carnes
amplias acabó por inundar de celos la cabeza de Edgar, tan trabajador y
dedicado, ahora lo miran desaliñado, con los ojos invadidos de tristezas,
sumido en la pesadumbre, y ella siempre afuera: sólo Edgar se encarga de
Adriancito.
Leticia estaba sola con el recuerdo
de aquella piel de su marido que ya no se acostaba en su lecho, que se la
pasaba por las mañanas acompañando al niño, y por las noches como un guardián
que defendía la fortaleza de su honor. Vigilándola, asustándola, y poniendo a
Adriancito en su contra. El niño crecía robando la pasión de sus años.
Aquel anhelo de una vida juntos se
quedó escrita en el templo, la noche en que se consagró a Edgar, y ahora esas
mismas fibras que tejieron su destino la asfixiaban, tenía que soltarse. ¿Cómo
un ritual arcaico puede cambiar los ánimos? ¿Es acaso la muerte social una
complicidad del matrimonio?
El cuerpo de su esposo aún se
balanceaba. Trepando sobre un banco, Leticia logró cortar la soga y el bulto
cayó. Aquella mirada, la boca manando sangre, la tráquea rota, y esa marca
alrededor del cuello, amoratándole la piel. Algo decía entre labios: que ella
era la culpable de dejar al niño sin padre. Que importaba, si había muerto. A
fin de cuentas, sólo ella lo había visto. Si él hubiera querido ver la falta
que le hacía en las noches, para abrazarla y sentirse protegida. ¿Porqué la
culpaba si él había decidido largarse sin consultarlo con ella?
Conforme los días se agrietaban, el
color de la mirada de su esposo fue adquiriendo tonalidades amarillas y rojas,
negras de odio, palpitando en su cerebro, sobre los músculos de la cara, pero
para el niño la sonrisa de siempre, intacta.
La casa se tapió de infierno con la
desesperación de saberse vigilada, insomne a pesar de las pastillas, ignorada.
Edgar jugaba y se divertía con el
niño, y cuando Leticia quería acercarse, el juego o la broma terminaban.
Leticia no pudo acostumbrarse a
despertar con el sobresalto de ver a su marido en cuclillas sobre la cama,
observándola: Soy capaz de cualquier cosa, le decía al oído mientras le tiraba
del cabello.
Luego se levantaba y salía a la
terraza, escopeta en mano, caminaba por el jardín, se arrodillaba sobre los
hormigueros con la mirada perdida entre los helechos, dejaba que los hormigones
hicieran una fila sobre su torso desnudo; subía a los techos, y se quedaba
fijo, ahí, como una gárgola, dejando a Leticia con la garganta comprimida por
el miedo.
Tal vez deba acabar con esta
situación, le dijo en muchas ocasiones para rematar alguna riña, y se llevaba
al niño, mientras ella se encerraba en el cuarto y el llanto la aventaba sobre
las paredes de su prisión.
En la fiesta de cumpleaños de la
madre de Leticia, se les vio bailar juntos sin despegar los cuerpos, y todos
recordaron aquellos días de enamoramiento.
Leticia nunca estuvo dispuesta a
rendirse, había decidido no dejar pasar los ardores de su piel, quería
consagrarse de nuevo a su esposo: reconquistarlo. Si pudiera saber cómo
lograrlo, si pudiera saber contra quién tenía que luchar. El recuerdo de su suegro,
la marejada de celos, la rivalidad del niño.
Durante la fiesta, Edgar tenía la
mirada penetrante de siempre para ella, mirada de ojos fijos; que se iba
transformando mientras se deslizaba hasta el rostro de su crío.
Dijo que iba a la casa a darse un
regaderazo. Abrazó a Adriancito hasta que el niño estalló en risa, y media hora
más tarde Leticia lo encontró colgado de un madero.
Sus pies no tocaban el piso, y en
la mirada el rencor se veía puro, disecado; colgaba del travesaño de la cocina,
meciéndose ante los sueños inconclusos de su esposa; los ojos fijos en el
vaivén, como un péndulo que con cada movimiento arranca la amargura del rostro
de Leticia y destella en los instantes próximos de la muerte.
Ella siente enormes impulsos de
correr atravesando el pueblo hasta perderse en las milpas. Ajena a todo y a
todos. Sabe que tardará en acostumbrarse a los silencios que inundarán la casa.
Ahora teme por Adriancito. En los
últimos días la mirada del niño se ha vuelto amarilla-roja, negra de odio.
Quizá también le rehúya y guarde esa manía de ir al cementerio a visitar la
tumba de su padre y platicar con él, como Edgar lo hacía con el abuelo.
Acostumbrado a su trato con la muerte, la vida podría significar solo una
lamentación, una sala de espera.
Tiene que evitarlo, por eso nadie
debe encontrar el cadáver. Arrastra el cuerpo hasta el baño; lo desnuda
pensando en qué lugar su esposo ha guardado los serruchos.
WASHINGTON DANIEL GOROSITO PÉREZ
Poeta, narrador,
ensayista. Catedrático universitario, periodista, conferencista e investigador.
Ha sido galardonado con
premios de periodismo, ensayo, cuento y poesía en Uruguay, México, Brasil,
Argentina, España, Estados Unidos, Alemania y Francia. Ha integrado unas
treinta antologías literarias en Uruguay, México, Argentina, España, Italia y
Estados Unidos.
Ha publicado en
diversos medios literarios de Brasil, Ecuador, Suiza, Italia, Holanda, México,
Argentina, Uruguay, Colombia, Estados Unidos, Chile, Cuba, España, Rusia,
Israel y Paraguay, tanto poesía, haikus, poemínimos como microcuentos.
Más sobre su
trayectoria literaria y obras en los números 74, 79, 90 y 95 del Suplemento de
Realidades y Ficciones. Ver ÍNDICE DE SUPLEMENTOS o, por su apellido, en ÍNDICE
DE AUTORES: https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/
BORGES
EN BAIRES *
Washington Daniel
Gorosito Pérez ©
El fantasma de Borges
está presente en la
ciudad.
Hay veces que parece
surge
de la niebla que sube
del riachuelo
y navega entre los
laberintos urbanos
rodeado de náufragos
del asfalto
salvados en sus obras.
Se le vio
en su amada plaza San
Martín,
entre árboles
gigantescos.
Camina, firme el paso
elegantemente apoyado
en su bastón chino de
Bambú
regalo de Kodama
del Chinatown de New
York City,
que resultará,
inspirador de un poema.
Tomas rumbo al Tortoni
**,
allí tu mesa te espera
y un café caliente,
humeante y amargo
paladeas la vida.
Con tu paleta de letras
pintaste la ciudad de
poesía
entre soles y lunas del
Sur.
Mientras, alguien silva
un tango,
residuos de nostalgia
que cicatriza el
tiempo.
Terminarás hoy en tu
calle
en la librería Borges
1975,
el anunciado paraíso de
papel.
Las calles de la ciudad
son tu entraña.
Fervor de Buenos Aires.
* Baires: apodo de
Buenos Aires capital de
** Café Tortoni:
icónico café de la ciudad, fundado en 1858, Borges era habitué.
LABERINTO BORGES
Washington
Daniel Gorosito Pérez
El hombre que camina
Buenos Aires
y se demora…
El tiempo, la historia,
el mito.
Destino cierto o
incierto.
Mientras el entorno se
derrumba
sus palabras limpias
diseccionando la
realidad.
Pasos amargos,
muchedumbre
entristecida.
Llanto en el papel,
ojos exhaustos,
libros desolados,
huérfanos.
El cielo celeste y
blanco
con un Inti que hoy no
calienta ni en el
cenit.
Se escuchan tangos
“llorones”.
El laberinto,
es el origen y el fin.
El laberinto Borges
nace en una biblioteca
y ahí termina.
Ese es su paraíso.
MIRIAM GLADYS GÓMEZ
Publicó conjuntamente
con Andrea Recupero el libro de poesía La
hora del verdugo en 1993.
Fue seleccionada para
varias antologías poéticasGalardonada con el primer premio por el poema
“Hilos”. Galardonada con el Primer Premio en Poesía en SADE-Junín.
Textos de su autoría
fueron publicados en las revistas literarias Alborismos (Venezuela), Diversidad
Literaria (España), Azahar
(España) y Extrañas Noches.
Más sobre su
trayectoria literaria y obras en los números 94 y 99 del Suplemento de
Realidades y Ficciones. Ver ÍNDICE DE SUPLEMENTOS o, por su apellido, en ÍNDICE
DE AUTORES: https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/
CUANDO
AMANEZCA
Miriam Gómez ©
El hombre caminó a lo largo del
inmenso corredor, las pisadas rechinaban en los muebles, tan antiguos como la
tristeza acumulada en su corazón.
Tantas veces había corrido a lo
largo del mismo, riendo de pequeño, a veces enojado de muchacho, los espejos lo
reflejaban como era entonces, pero entonces no era ahora, ahora su cabello
estaba platinado y su figura caminaba con lentitud.
Pasos ahogados en la noche, que no
esperaba para amanecer.
Miró desde la puerta de la
habitación a ese cuerpo inmóvil, deforme, hacía tiempo que él se había
convertido en su otra mitad, en su brazo, en su pierna, la miró con ternura,
aunque en el fondo de sus ojos se dibujaba la verdad.
Ella fue la más hermosa del mundo,
era sin exagerar una muñeca de carne y hueso, él se enamoró de ella, apenas la
vio.
Después de un corto noviazgo se
casaron, él solía mirarla con asombro cada mañana al despertar, asombro de
encontrarla a su lado en la cama, la miraba por horas antes de que ella
despertara, y casi siempre su amanecer estaba acurrucado en la mirada de ese
hombre agradecido de tenerla, embrujado por su ternura y belleza.
Se acercó, tomó su mano, ella
dormía aún, observó su monstruosidad, la de ella y la propia.
Largos sufrimientos lo habían
desequilibrado.
Extendió el brazo, pero estaba
demasiado agotado y lo dejó caer justo antes de llegar a su rostro, a esa mueca
furibunda que había sido su religión.
La atmósfera tenía una pesadez
insoportable, sus ojos parecían sin pupilas y se entreabrieron, los labios
intentaron una sonrisa.
El hombre tembló.
Toda la furia contenida por años
explotó en esa mirada, en esa sonrisa y entonces supo lo que era inevitable.
Ella no dijo nada.
Un escalofrío cruzó la noche.
Se miraron como la primera vez,
solo la resignación y el espanto eran nuevos en sus ojos.
El hombre acarició la cara de la
mujer, la tomó entre sus manos, la besó, tomó su cuello, ella no dijo una
palabra, él frotó su dedo pulgar sobre la piel rugosa, seca.
Profundamente conmovido por la
ruina total de su belleza, apretó su garganta ante la mirada confiada de ella.
Con los brazos extendidos y los
ojos desencajados, el hombre notó que la mujer no respiraba. Apartó sus manos
temblorosas, las miró, el rostro descansaba plácido, casi con una pequeña
sonrisa.
El hombre se puso de pie, caminó
hacia el corredor, se miró en el espejo una vez más. Es imposible imaginar el
profundo sentimiento de alivio.
Volvió a la habitación, besó la
frente de la mujer.
En un intento frustrado intentó
levantarla en sus brazos como la primera vez, cuando extasiados de amor
cruzaron la puerta, fundidos en un solo silencio.
Ahora, al querer levantar aquel
cadáver, sus piernas no le respondieron, quiso acomodar el pie, pero no lo
sintió y su brazo izquierdo estaba ausente, una oscura sensación de nada
quedaba en la parte izquierda de su cuerpo.
Cayó de rodillas al lado de aquel
cuerpo frío, tenso.
Entonces comprendió. “¿Quién podría
decir dónde terminaba uno y dónde comenzaba el otro?”
Por la ventana el sol asomaba
tímidamente.
Estaba por amanecer.
ISMAEL LÓPEZ
(
Como poeta ha publicado
Las 88 páginas de mi libreta (Amazon,
2018), Érase una vez poesía (Amazon,
2020), Del mito al Eros (Amazon,
2022) y La piedad del leviatán (Olé
Libros, 2023). Cultiva una poética palimpséstica, donde amor, literatura e
identidad son los temas que vertebran toda su creación.
SIN NOMBRE
Ismael
López ©
Héctor, ahora
tú eres mi padre,
mi venerable
madre y mi hermano;
tú, mi
floreciente esposo.
ILÍADA, VI 390-495
Puedo
ser —te lo prometo—
todo
aquello que imagines:
el
más noble de los troyanos
o
un simple cobarde entre los hijos de Príamo.
Puedo
ser tu padre,
tu
madre
o
tu hermano,
como
lo fue Héctor para Andrómaca,
o
la necesidad que se te caiga de la boca
o
la opulencia que se te acoja a la mirada.
Por
poder podría amarte
de
manera sencilla
y
dejar que arda Ilión junto a su estirpe,
doblegar,
a tus pies venerables, el bronce
y
el alto penacho de crines de caballo,
renegar
de la gloria
y
quedarme tras los muros,
lejos
de la batalla,
solo
para que no te trague la tierra.
Desea,
amor mío, y seré tu deseo,
aunque
nunca nadie hable de mi linaje,
aunque
se pierda por siempre mi nombre
con
la última vez que me nombres.
ANTONIO LAS HERAS
Autor de 45 libros de
ensayo y uno de poesía titulado Humanidad
pura. Entre los títulos de ensayo destacamos Las búsquedas espirituales de Ricardo Güiraldes y otros escritos sobre
escritores y escrituras, Psicología
Junguiana, Sociedades secretas:
Masonería, Templarios, Rosacruces y otras órdenes esotéricas, OVNIS: los documentos secretos de los
astronautas, las biografías de Pancho Sierra y de
Fue secretario general
de
Obtuvo varios premios
literarios.
Más sobre su
trayectoria literaria y obras en los números 45 y 57 de Realidades y Ficciones
– Revista Literaria: https://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com/
SENDEROS INESPERADOS…
Antonio
Las Heras ©
Tal
vez, sean estos años,
transcurridos
sin descanso alguno
para
la mente,
ni
tiempo desperdiciado
haciendo
que el espíritu
se
acreciente luminoso, cada día,
en
este amplio campo
inesperado,
silvestre y verde.
Allí
están,
acumulados,
esos resultados
del
vasto andar por los caminos
dónde
la vida nos ha llevado.
Algo
tan extraño y singular que,
aquí
estamos,
serenos
y expectantes,
conversando,
mano a mano,
con
la muerte.
MOISÉS CÁRDENAS CHACÓN
Entre sus obras
encontramos: Relatos de cualquier tipo
(narrativa, Editorial Solaris de Uruguay, 2022); En el jardín de tu cuerpo (poemario, Sultana del Lago Editores,
Venezuela, 2021); Los ojos de un exilio
(novela de género testimonial, Editorial Avant, Barcelona, España, 2020); Obra poética y narrativa (publicación
digital, Biblioteca de Autores y Temas Tachirenses, volumen 208, BAT. San
Cristóbal, Táchira, Venezuela, 2018); Mis
primeros poemas (poemario infantil, Ediciones Ecoval, Córdoba, Argentina,
año 2015); Poemas a
Ha colaborado con
artículos literarios en la revista Digital Incomunidade, Oporto-Portugal. En el
Diario Digital Identidad Latina Multimedia de Hartford, Estados Unidos, y desde
este número con Realidades y Ficciones – Revista Literaria, de Buenos Aires,
Argentina.
Más sobre su
trayectoria literaria y obras en el número 56 de Realidades y Ficciones –
Revista Literaria.
https://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com/2023/12/realidades-y-ficciones-revista.html
Tres obras del libro Poemas a la intemperie
(Editorial Symbolicus, Córdoba, Argentina, 2013).
FELINO A
Moisés
Cárdenas Chacón ©
En
el tejado juega un gato negro
con
los hilos de la luna.
¿Quizá
se le escapó a Edgar Allan Poe?
No
lo sé
solo
ronronea
y
maúlla.
Rasguña
los sueños.
¿Quizá
seré yo?
JARDÍN
Moisés
Cárdenas Chacón ©
Cuando
las montañas emergieron de la tierra
las
piedras colocaron cimientos fundados.
Las
plantas abrieron despacio sus manos
y
recorrieron toda la superficie
del
astro rey.
El
agua brotó y sirvió de alimento.
Los
pájaros bebieron
se
trazó en el cielo
la
línea de la vida.
En
la tierra se desprendió
el
aroma del jardín podado.
ALGARROBO
Moisés
Cárdenas Chacón ©
La
noche camina risueña. En la mirada filosofal de un árbol señorial, la alta
estrella abre y cierra sus ojos. ¡Oh árbol milenario! Gravita risas, sueños y
el principio de la sabiduría. Esta noche ríe el pájaro, el perro sacude su
nostalgia; los artesanos acompañan el sahumerio que va transitando el tiempo.
Yo
veo al árbol despierto en su noche de luna llena, el zorzal guardó su canto,
salió a jugar con la luna y nosotros los transeúntes, escondemos los naipes a
los dioses. Esta noche cada quien viajará en la plaza en sus sueños. El viejo
sabio algarrobo mañana volverá a abrir sus ojos.
ALICIA DANESINO
Ha publicado doce
títulos en el mercado cultural, entre ellos Labio
de sombra, Perfume para la mano izquierda, Palabras para una ausencia,
Aventuras de rosales sin pimpollo.
Más sobre su
trayectoria literaria y obras en el número 99 del Suplemento de Realidades y
Ficciones. Ver ÍNDICE DE SUPLEMENTOS o, por su apellido, en ÍNDICE DE AUTORES: https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/
VUELO 806
Alicia
Danesino ©
Él
estaba solo. Hacía diez años, justo hoy, que había quedado viudo. No podía
sucederle esto. En Roma, su ciudad preferida, se habían conocido. Ella,
cincuenta años, rellenita como Gina Lollobrigida, hermosa igual a Sofía Loren.
Hicieron todos los paseos juntos. Congeniaban. Se gustaban. Él tenía ya sesenta
y seis. El mes de vacaciones se había cumplido para ella. Debía regresar a Buenos
Aires. Abordar el vuelo de las 20 p.m. Él todavía no le había propuesto nada.
No se lo perdonaba.
“No voy a aguantar otra vez solo” pensó.
Todo
el pasaje del vuelo 806 de Alitalia, bajó del Boeing por amenaza de bomba.
Se
encontraron nuevamente, se miraron y por vez primera los unió un gran abrazo.
Muy quedamente le dijo al oído:
—No
hay ninguna bomba. El llamado fue mío, no me hubiera perdonado perderte.
VIAJAR
Alicia
Danesino ©
En
el tobogán turquesa de las olas,
entre
la planicie salada del pez rey,
camino,
gozo y recuerdo.
Mojada
de luz
bajo
las noches del Rodeo,
fantaseo
y me digo:
estiro
la mano y traigo un manojo de estrellas;
momento
de
reencontrar la inocencia perdida.
Viví,
ojos
bien abiertos, la belleza de la vida,
los
extensos sembrados amarillos,
los
nevados arbustos del algodonal,
las
bien plantadas hileras de vides
amándose
al sol.
Jugué
bochas en el Triásico,
pisé
los millones de años del Ischigualasto.
Descubrí
la sensualidad y el aroma de la selva.
Me
bendijo el agua de las Cataratas
y
bendije el oro negro de Neuquén.
Pisé
la tierra roja que necesitan las camelias
del
té y el Ka-a,
allí,
descubrí la habilidad de los jesuitas,
hacer
las tejas musleras.
Vi
las majaditas volviendo del cerro.
Experimenté
la
sensación de navegar los dos océanos
en
la provincia del fondo del mundo.
Admiré
esos hielos azulinos,
esculturas
talladas
por el Creador,
y
entre témpanos y olas agradecí
haber
nacido en esta tierra:
Argentina.
En
un viejo tren de trocha angosta
me
acurruque junto a la caldera,
vi
los pastos quemados por los vientos
y
las nieves,
todos
arrodillados hacia su Meca,
y
a los cardos rusos rodar
por
polvorientos caminos.
Conocí
el nido de los cóndores
y
el oro recamado de las iglesias del Noroeste Argentino.
Me
alegré al ver los campos sembrados
que
se mecen con la brisa, como miles de olas verdes,
y
tener entre mis manos
la
negra y perfumada tierra de las papas.
Llevo
en mi tercer ojo todos los paisajes,
en
mis pies, las huellas de todos los caminos.
Vivir,
recordar
experiencias, aventuras,
es
de todos los días
y
se escribe en dos verbos,
pasado
y presente
lo
dejo a su criterio, acá va un poema a toda mi ARGENTINA
POEMA II
(del
libro Oda al mar)
Alicia
Danesino ©
Desde
el mar
guarida
del viento,
una
brisa pegajosa, salada,
acaricia
mis manos,
mi
cuerpo,
acarrea
palabras,
letras
que me penetran,
las
gozo,
las
sufro.
Por
fin las salvo.
Sin
saber quien soy
quién
es mi sombra…
dentro
de mi yo
escribo.
En
el tobogán turquesa de las olas
mi
cuerpo reencuentra
la
inocencia perdida.
La
noche se asoma tras las ventanas
se
sumerge
en
el aire del estío
se
cuela en la intimidad de los cuartos.
Estrechos
pensamientos mudos.
Quietas
palabras
en
el momento actual
cúspide
de
una llovizna que borra el cielo.
No
hay concentración.
No
hay felicidad.
Cruzaré
el infierno
miles
de veces
hasta
alcanzar el duelo establecido.
Allá
lejos, el mar
con
su incesante ritmo
siempre
recomenzando
corrobora
mi decisión.
VÍCTOR ELIGIO GIMÉNEZ
Primer Premio en el
Concurso de Poesía “Alberto Szeretter”, SADE - Misiones (SADEM) en el año 2003.
Mención de honor en diversos certámenes nacionales literarios. Ha participado
en varias publicaciones locales.
Más sobre su
trayectoria literaria y obras en los números 76 y 81 del Suplemento de
Realidades y Ficciones. Ver ÍNDICE DE SUPLEMENTOS o, por su apellido, en ÍNDICE
DE AUTORES: https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/
CIERTA
CLASE DE FARSANTES
Víctor
Eligio Giménez ©
Se cosen blasones de
victorias
en las solapas de sus
peroratas
aquellos trujamanes del
vacío,
náufragos en las
profundidades
y expertos navegantes
de arroyuelos.
Espulgan sus delirios
más gangosos
al amparo de la
inocencia ajena
y bregan hábilmente
porque suenen
creíbles, convincentes,
hasta la admiración
desguarnecida.
Son los fabuladores de
conquistas,
los más serios
farsantes del mercado,
los perfeccionadores de
apariencias,
auténticos sabihondos
de hojalata.
PERTENENCIA
Víctor
Eligio Giménez ©
Por esas calles que
tanto he fatigado
no me canso de sentirme
un habitante
que al despliegue de su
andar va saludando
a sus conciudadanos
amigables.
En ellas y a ellas
pertenezco
de alguna manera
simple, inevitable,
y también a esos
árboles y vientos,
a esas plazas. El cielo
y el paisaje
me confieren un espacio
de confianza
que nunca he alcanzado
en otros lares,
aunque fueran cercanos
a esta patria
esencial que es mi
ciudad insoslayable.
Aquí está mi infancia,
mis primeras
ilusiones aquí se han
despertado,
mi adolescencia impar y
sus quimeras,
mis noches de apertura
y sus legados.
Porque gasté zapatos
caminando
conozco sus esquinas y
sus barrios,
sus duendes, sus
olores, sus urbanos,
las sombras y sus
lunas; y los patios.
He andado, claro está,
otras ciudades
pero siempre he
terminado regresando,
tal vez mañana tenga
que marcharme,
¿qué sabemos del último
letargo?
No fui jamás tan libre
como aquí.
Jamás volé tan lejos
como desde
esta plataforma que ha
sido para mí
identidad, delirio, mar
y muelle.
Sería un transeúnte
menos si faltara,
cuantitativamente
irrelevante;
si en cambio yo
perdiera mi Posadas
sería una experiencia
mutilante.
AUTONOMÍA
Víctor
Eligio Giménez ©
No sé cuando fue, yo
creí advertirlo,
pero sin embargo me
pasó de largo,
cuándo mi hijo dejó
atrás su niño…
ojalá que nunca consiga
olvidarlo.
Ojalá lo preserve leve
y aún latente
en alguna esquina del
barrio del hombre,
por él mismo. Ser
independiente
requiere de pérdidas
que no nos deshonren.
¿Recordará el tiempo en
que fui su padre
de un modo absoluto
aunque así no fuera…?
Hoy lo veo eligiendo
ser un navegante
de potentes aguas. Yo
soñé esta inmensa
oportunidad de que se
haga artesano
de su historia misma,
de su disfonía.
Yo soñé que fuera fruto
de sus manos
aunque ahora padezca
cierta lejanía.
Aunque ya no duerma
dentro de mi casa
confío en que algo de
aquel mundo mago
sobreviva y si ello
igual no alcanzara
acepto y confío en su
propio canto.
Despliega ese pájaro,
confirma sus alas.
Quizás algún día me
busque su abrazo.
FELIPE ARGENTI
De 1973 a 1975, durante
su estancia en la escuela preparatoria, publicó algunos cuentos y narraciones
en el diario Novedades de Acapulco.
Tiene algunas
publicaciones virtuales de cuento, verso, y canciones de trova experimental,
son, chilena, y otras sin género determinado todavía por los entendidos en
música, en las que colaboró con el grupo musical
Ha sido promotor y
participante en antologías de cuento y verso: Azulejos (2004), Catador de
sueños (2005), Amores de agua
(2006), Más allá del final (2008) de
Editorial Porrúa. Guardián del Alba
(2006), Raíces al viento (2007), en
Cavi&Rado Editores. Contra viento y
marea (2012), Noctambulario
(2013), Saudade (2015), Norteado en la ciudad (2015) en Ed.
Sierpe.
Obtuvo dos premios en
cuento corto, tres en poesía y algunos reconocimientos en Col-Bach de la ciudad
de México. Licenciado en Filosofía y Ciencias Políticas.
Más sobre su
trayectoria literaria y obras en los números 90 y 98 del Suplemento de
Realidades y Ficciones. Ver ÍNDICE DE SUPLEMENTOS o, por su apellido, en ÍNDICE
DE AUTORES: https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/
Felipe Argenti ©
En memoria de
Mª Del Refugio Ortiz Vera,
–mi abuela–
con cariño.
—Aquellos eran otros
tiempos —exclamó la abuela, dejando escapar un nostálgico suspiro.
Cuando me fui con tu
abuelo yo era casi una niña, tenía catorce años, él tendría veintidós, pero ya
era un hombre hecho y derecho. Por ese entonces —según me contó tu abuelo—, él
andaba huyendo del General carrancista Cipriano Jaimes, jefe de la plaza de
Pungarabato, quien, apoyado por la sexta brigada de infantería, de la división
de occidente, lo buscaba implacablemente queriendo asesinarlo. La razón era que
tu abuelo —quien también por un tiempo trabajó de arriero— en una de sus
correrías, mató a Aureliano Jaimes, hermano del General, frente a frente, en
una pelea limpia a balazos. El difunto tuvo la culpa, porque cobijado al amparo
de su hermano, comandaba una gavilla de salteadores de caminos. Y cierta vez
que tu abuelo y dos de sus amigos fueron a Pungarabato a recibir una carga de
mercancía —que mandaron de la capital para su hermano menor José María—
Aureliano Jaimes y sus rufianes, queriendo apropiársela, les tendieron una
emboscada. Pero tu abuelo, que por ese entonces cargaba siempre su cuarenta y cuatro
(con la que tenía muy buena puntería), evitó junto con sus amigos que los
bandidos les robaran. Se liaron a balazos con la gente de Aureliano, quien tuvo
poca suerte, pues luego que cayeron dos salteadores, sus demás hombres pusieron
pies en polvorosa, dejando en la estacada a su jefe. Entonces tu abuelo le gritó
a Aureliano que rindiera el arma para evitar su inútil muerte, pero este,
impulsado por el miedo al verse solo, salió detrás del cascalote —donde se
protegía de las descargas— echando bala como loco. Tu abuelo también salió
detrás del tronco de cirián que le salvó de la emboscada. Ya viéndose las caras
los rivales se dieron de balazos. Aureliano cayó con dos tiros en el pecho y
otro en la cabeza, tu abuelo, por su parte, recibió un rozón de máuser en el
brazo izquierdo.
La muerte de Aureliano
fue el motivo para que el enfurecido General Jaimes —su hermano— persiguiera a
tu abuelo como un perro, con numerosa tropa por toda Tierra Caliente, pero no
se le hizo acabar con él. Tu abuelo, acorralado y desesperado de andar
fugitivo, se enlistó a la primera división del General zapatista Salvador
González. Luego con la reforma agraria y el reparto de tierras, lo nombraron
agente federal comisionado, y fue entonces que se avecinó en Tlalchapa. Casi
luego que llegó se hizo amigo de Nabor Mendoza, “El Coyote”, zapatista de
corazón, que por esos años era dueño de esa plaza donde se acantonaban los
rebeldes.
Por entonces, según me
llegó a contar tu abuelo, los mandos estaban divididos: en Ajuchitlán
controlaba la plaza el General Custodio Hernández —zapatista de hueso colorado—
auxiliado por Felipe Armenta, General muy valiente nacido en estas tierras.
Cutzamala estaba resguardada por los Generales Epigmenio y Genaro Carvajal, dos
bravos anticarrancistas. En Tlalchapa —donde llegamos a refugiarnos con tu
abuelo— asentaba sus reales —como ya te lo dije— Nabor Mendoza, apodado “El
Coyote”, nacido en Cuauhlotitlán, del mismo municipio. En esos años el
carrancismo todavía no tenía el control, y la mayor parte de la región estaba
dominada por los rebeldes zapatistas, que se oponían al gobierno federal.
Contra de todos ellos
luchaba Cipriano Jaimes, quien estableció su tropa en Pungarabato, desde donde
salía a atacar a los rebeldes zapatistas de los poblados de la región
calentana, como Tlalchapa, Huetamo, Ajuchitlán y algunos otros pueblos
pertenecientes al distrito de Mina, pues muchas comunidades y rancherías se
habían alzado en contra del gobierno. Pero como los sublevados carecían de
recursos para aprovisionarse de víveres y armas, muchos de ellos se
convirtieron en gavilleros o salteadores de caminos, por lo que las cuestiones
de sangre y las venganzas personales eran lo más común en esa zona. A los
rebeldes y a los delincuentes comunes, sin hacer diferencia, la gente los
llamaba “Pronunciados”.
Con toda esa oposición
zapatista en su contra, Cipriano —que era carrancista— se encontraba siempre en
guerra, lo cual dio a tu abuelo la oportunidad de escapar de sus tropas. Pero
Cipriano nunca olvidó sus propósitos de venganza.
Cierta vez, en un
campamento cercano a Tejupilco, casi nos cae encima
Volviendo a lo que
antes te decía, esa vez pudimos escapar de puritito milagro. Sin embargo, el
choque de
En Tlalchapa acababan
todos los caminos: más allá de sus casas no había nada. Este pueblo, ubicado
entre los dominios del imperio Tarasco y el Azteca —según me contó mi profesor,
que fue tu abuelo—, era el refugio ideal para los fugitivos de la ley; estaba
ubicado un poco más allá de la última frontera del mundo civilizado. Ahí nadie
llegaba, ni la ley. Pero esta vez tu abuelo se equivocó de plano, pues la
muerte lo vino persiguiendo hasta aquí. Aunque el General aquel ya no lo
persiguió, porque “El Coyote” era un enemigo de cuidado y Cipriano nunca se
arriesgó más de la cuenta, no sucedió lo mismo con la muerte, que lo vino
siguiendo y aquí le dio su último golpe.
Después de que mataron
al “Coyote” deshaciendo sus tropas, cuando el carrancismo cobró fuerza en la
región, llegó otro coronel a hacerse cargo de la plaza de Tlalchapa. Se llamaba
Antonio Hernández, quien al frente de una partida de unos ciento cincuenta
efectivos, tomó la plaza sin mucha resistencia. Y a Tlalchapa, la puso bajo el
mando del gobierno federal. Para entonces los carrancistas controlaban la mayor
parte del país.
El jefe del
destacamento federal siempre estimó y respetó a tu abuelo, sabía que era un
hombre de honor, que no temía —si fuera necesario— el defender su vida con las
armas. Pero en una ocasión lo mandaron llamar de la capital, dejando el mando,
con unos cincuenta hombres, a su segundo: un atildado mayorcito del que no
recuerdo el nombre, pero eso nada importa, porque a un cobarde se le puede
llamar de cualquier modo. Ese mayor fue el que mató a tu abuelo. Lo hizo por
dinero y a traición. Quien lo mandó matar fue la mujer más rica del pueblo, una
latifundista mal llamada Jesusa Reséndiz. Dicen que le pagó al mayor 50 pesos
oro por la vida de tu abuelo.
Pues bien, el atildado
mayorcito aquel que se quedó a cargo, cuando su jefe Antonio Hernández fue
llamado a la capital, y sabiendo de la buena puntería y el valor de tu abuelo,
le tenía miedo, por eso decidió tenderle una celada. Muy pronto se le presentó
la oportunidad para asesinarlo. La mañana de su muerte, tu abuelo se regresó de
la siembra, porque se le había roto el yugo de la yunta y vino a casa a llevar
otro. De regreso pasó junto al correo, donde despachaba el viejo Esteban, su
compadre. A un lado del correo estaban ubicadas la tienda y la casa de
Altagracia Reséndiz —hermana de Desusa— donde también estaba acuartelada la
partida federal. Dicen las gentes que su compadre Esteban lo entregó; la verdad
no se sabe, pero lo cierto es que cuando iba pasando frente al correo, Esteban
lo llamó, le dio una carta y una silla para que se sentara a leerla. La espalda
de tu abuelo daba al corredor del fondo de la casa, donde se paseaba el
mayorcito aquel, esperando la ocasión para matarlo. Y cuando estaba más entretenido
leyendo el escrito, le llegó por atrás descargando en su espalda la carga
completa de su treinta y dos. Tu desprevenido abuelo recibió seis balazos, pero
solo uno era de gravedad, pues le destrozó la vena que va al corazón. Sin
embargo, alcanzó a ponerse en pie, y con su cuarenta y cuatro, con la que solo
alcanzó a disparar un tiro al hombro del mayor —porque se le trabó la carga—
golpeo al cobarde aquél en el rostro, pues después de su traidor ataque, estaba
pálido e inmóvil, sin dar crédito a que tu abuelo aún viviera. Porque como una
fiera tu abuelo se fue sobre él, haciéndole sangrar la cara a causa de los
golpes que le dio con la cacha de su arma. Pero a tu abuelo le faltaron las
fuerzas y ahí se derrumbó. La gente se acercó. Y al darse cuenta un amigo, de
aquello que pasaba, me fue a avisar. Cuando llegué al lugar de la pelea, el
asesino aquel y sus soldados no querían dejarme entrar, sin duda esperaban dar
tiempo para que acabara de morirse. Ya dentro estaban dos sobrinas de tu
abuelo: Conchita y María Constanza, que después de entrar a la fuerza, porque
los soldados no se atrevieron a golpearlas frente a tanta gente, lo arrastraban
tratando de llevarlo fuera. Tu abuelo pesaba mucho, siempre fue así de pesado,
por eso lo disolvieron. Luego que entré, como una fiera me fui sobre del
cobarde aquel que, ensangrentado por los cachazos que alcanzó a darle tu
abuelo, se limpiaba la sangre con un trapo. Tu abuelo por su parte se
encontraba malherido pero consciente, y aún entre las tres mujeres no podíamos
con él. Entonces llegaron dos amigos con una hamaca y contra la voluntad de los
soldados entraron y tomaron a tu abuelo llevándolo cargando en la hamaca hasta
la casa. Ahí todavía vivo, alcanzó a ver y a despedirse de nuestros hijos, les
dio su bendición. De mí se despidió con una sonrisa, diciéndome al final: no
pasa nada, mujer, no pasa nada, y se murió sonriendo. Yo pienso que tu abuelo
estaba loco, y lo odié porque nunca quiso irse de este maldito pueblo, hasta
que lo alcanzó la muerte, su muerte, la única que amó más que a mí. Antes que
se muriera el muy ingrato me dijo que no me preocupara, que todo estaría bien.
¿Y cómo iba estar bien si se estaba muriendo? ¡Y yo con cinco hijos y otra en
camino, pequeños y sin ningún apoyo! Porque déjame decirte que, a su muerte, el
mayor aquel, envalentonado o acorralado por el miedo, se echó a perseguir con su
tropa a los hermanos de tu abuelo —tus tíos abuelos—. Y estos no acudieron ni
al entierro. Fuimos puras mujeres, pues los hombres huyeron para salvar sus
vidas. Luego, cuando mis hijos Pedro, Francisco y Nicolás crecieron, trataron
de matarlos aquellos que —de una u otra manera— participaron en la muerte de tu
abuelo. Creo que les tenían miedo por anticipado. Por eso los saqué de este
pueblo. Los mandé lejos a que fueran a estudiar, para que aprendieran al menos
que no se debe morir nada más porque sí, que siempre que se muere y debe
morirse por algo y para algo, para que tenga sentido nuestra muerte, no como tu
abuelo, que se murió por pura necedad.
Para pagar el estudio
de tus tíos trabajé mucho. Me desvelaba cosiendo ropa en una máquina prestada
de una amiga, pariente del general Álvarez. Tus tíos no volvieron, ya sabes,
hicieron otra vida en otras tierras. Les perdí para siempre pero al menos pude
salvar su vida. Sólo quedó tu madre quien, aunque yo no lo quería, se casó con
uno de este pueblo: tu padre. Así naciste tú.
Y ahora te vas también.
No deberías de irte, aquí está tu raíz, aquí enterramos a tu abuelo, a quien
tanto me recuerdas. Te deberías quedar. A ti nadie te persigue, nadie quiere
matarte, aquello está olvidado, o al menos así parece. En fin, quizá las balas
no sean las únicas que matan, hay otras formas más finas y efectivas para
quitar la vida. ¿Qué más puedo decirte? Si ya estás decidido, pues que te vaya
bien y no me olvides.
Al Abuelo le
compusieron un corrido referido a su muerte, como se acostumbra en aquellas
tierras. El corrido es el siguiente:
CORRIDO DE TELÉMACO
SALAZAR AYALA
(Filemón Sierra)
En junio del treinta y
nueve
el diecinueve pasó;
allá en Tlalchapa
guerrero
mataron a un valedor,
Telémaco se llamaba,
Salazar su distinción.
Llegó de tierras
lejanas
exhortado, pues mató
a un salteador de
caminos
que una tarde lo
emboscó,
en el paso de la
hormiga
donde con él se
enfrentó.
Después de aquella
pelea
la cuestión no terminó,
un general carrancista
con su tropa lo buscó,
por toda tierra
caliente
queriendo vengar su
honor.
Con mi General González
Telémaco se enlistó,
para repartir las
tierras
porque Zapata peleó.
afectando a los
caciques
de toda aquella región.
Por todas estas
cuestiones
no se supo quién mandó,
que le quitara la vida
un mayorcito traidor,
matándolo por la
espalda,
de frente no se
atrevió.
El día que lo mataron
un amigo lo entregó,
pasaba por el correo
cuando Esteban lo
llamó,
para mostrarle una
carta
distrayendo su
atención.
Escondido a sus
espaldas
se preparaba el mayor,
su treinta y dos
revisaba
pidiendo ayuda al
creador,
porque el miedo le
ganaba
malhaya quien lo parió.
Quizá su destino estaba
decidido ya por Dios,
y cuando nadie esperaba
le vació su treinta y
dos:
cinco tiros en la
espalda
y el otro en el
corazón.
Mal herido ya sin
fuerza
pero completo el honor,
Tele dándose la vuelta
a cachazos lo enfrentó,
porque su cuarenta y
cuatro
esta vez no le ayudó.
El mayor se retorcía
chillando ya de dolor
mientras que Tele caía:
la fuerza se le acabó,
se le escapaba la vida
frente de su matador.
Águilas que desde lejos
vienen su nido a
buscar,
ya pueden seguir el
vuelo,
aquí no hallarán lugar,
Telémaco ya está muerto
nadie les podrá ayudar.
Ya me voy para otras
tierras
no volveré a este
lugar,
los gallos que no han
cantado
ahora sí pueden cantar,
ya mataron al
plaqueado,
Telémaco Salazar.
ARACELI
BIRMANIA ARÉVALO CÓRDOVA
Licenciada en artes
plásticas y visuales por
Más sobre su
trayectoria literaria y obras en los números 87 y 92 del Suplemento de
Realidades y Ficciones. Ver ÍNDICE DE SUPLEMENTOS o, por su apellido, en ÍNDICE
DE AUTORES: https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/
QUIERO
Araceli
Birmania Arévalo Córdova ©
Después
de tantas lágrimas derramadas,
solo
espero un día en paz y en tranquilidad,
llegar
a lo más profundo de los instantes,
justo
ahí donde solo los que aman conocen.
Quiero
dejarme llevar por el tiempo y para el tiempo,
anhelo
estar en tu recuerdo y en la memoria de todos,
deseo
que sientas lo que yo… cuando miro al infinito,
y
te dejes llevar por ese amor supremo.
Sentir
esa brisa que te acaricia,
ver
el azul de ese hermoso cielo,
regocijarme
entre tantas aves hermosas,
escuchar
su canto y sentirme viva.
Disfrutar
el agua fría del río y la majestuosidad del mar,
quiero
ser todo y nada en ti,
sentir
el vértigo de estar ahí donde se ve insignificante,
y
la grandeza está en la pureza del alma.
Quiero
ser quien camina a tu lado,
aunque
no me puedas ver junto a ti,
que
me tengas grabada en tu piel y pensamiento,
quiero
ser inmortal para ti y por ti mi amor.
TÚ, MI CORAZÓN
Araceli
Birmania Arévalo Córdova ©
Me
das la vida en un suspiro,
tus
labios recorriendo mi piel,
y
al sur dándome un sin fin de emociones,
me
muerdo los labios de placer.
Te
extraño y parece que la vida se me va,
cuando
te tengo lejos mi amor,
y
quisiera se detenga el tiempo cuándo estás,
esos
días quiero sean interminables.
Y
es que eres tú desde la primera vez,
quien
mueve mis antojos,
te
quedaste impregnado en mi piel,
y
aunque pasen los años sigues siendo tú.
Tú,
mi corazón eterno… mi amor,
al
que juré fidelidad en el altar,
al
que amo sin reparo alguno,
y
anhelo sea mi compañero de toda la vida.
Después
de ti no hay nadie,
solo
la certeza de quererte siempre a mi lado,
y
es que eres tú… mi felicidad,
quien
me aleja de la oscuridad.
SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES
EX-2023-122916689-APN-DNDA#MJ del 17/10/2023, incorporado a RL-2018-52427183-APN-DNDA#MJ, Dirección Nacional del Derecho de Autor / República Argentina
Propietario y director: Héctor Zabala
Av. Del Libertador 6039 (C1428ARD)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
zab_he@hotmail.com
http://hector-zabala.blogspot.com/
Currículo en revista Realidades y Ficciones Nº 40:
https://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com/2019/12/realidades-y-ficciones-revista.html
Colaboradores
Corrección general:
Noelia Natalia Barchuk Löwer
Resistencia (Chaco), Argentina
alfana79@hotmail.com
http://noelia-barchuk-literatura.blogspot.com.ar/
Currículo en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 88:
https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2020/12/suplemento-derealidades-y-ficciones-n.html
Ilustración de carátula y emblema:
Mónica Villarreal
Scottsdale (Arizona), Estados Unidos
Monterrey (Nuevo León), México
monvillarreal@hotmail.com
@mon_villarreal
https://www.facebook.com/monvillarreal22
Currículo en revista Realidades y Ficciones Nº 17:
http://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com.ar/2014/06/
El listado completo de colaboraciones al Suplemento de REALIDADES Y FICCIONES se encuentra a la derecha del blog bajo el acápite ÍNDICE DE AUTORES. A la fecha, comprenden 388 colaboradores desde la fundación del suplemento.
REVISTA: http://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com/
@RyFRevLiteraria
SUPLEMENTO: http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/
@RyF_Supl_Letras
Las opiniones vertidas en los artículos de esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor pertinente.
“Realidades y Ficciones” Mónica Villarreal (2014) acrílico y óleo sobre papel-lienzo, 30 cm x 30 cm |
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