jueves, 30 de junio de 2022

SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES

Nº 94 – Junio de 2022 – Año XIII

ISSN 2250-5385 – Edición trimestral

 

Inscripción gratuita como LECTOR
si escribe a zab_he@hotmail.com
indicando nombre y apellido, ciudad y país
(se le avisará cada nuevo número trimestral).

“Mariposa arcoíris”
Mónica Villarreal (2022)
(Acrílico sobre madera, 10" x 12")
 


Sumario:

• Roy Alfonso VEGA JÁCOME (Perú)

• Carlos LASSO CUEVA (Ecuador)

• Dayana BENAVIDES (Venezuela)

• Omar ROLDÁN RUBIO (México)

• Silvana Laura D’ANTONI (Argentina)

• Alfredo ZALDÚA (Uruguay)

• Miriam Gladys GÓMEZ - Julliette (Argentina)

• Mario GUZMÁN PÉREZ (México)

• Nechi DORADO (Argentina)

• Jaime LUSTGARTEN STECKERL (Colombia)

• Harmonie BOTELLA CHAVES (España)

• Rubén IELMINI (Argentina)

 

 

 

ROY ALFONSO VEGA JÁCOME

 

(Lima, Perú, 1988). Bachiller en Literatura por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Su poemario Rumores de un arpa retorciéndose en la hoguera (Lima, Dedo Crítico, 2014) obtuvo una mención honrosa en el VII Concurso Nacional de Poesía José Watanabe Varas 2011, de la Asociación Peruano Japonesa. En el 2015, se hizo merecedor del Premio Copé de Plata de la XVII Bienal de Poesía de Petroperú por su poemario Muestra de arte disecado (Lima, Ediciones Copé, 2016). En el 2017, su libro Etapas del espíritu / Runas grabadas en la piel (Trujillo, Cuadernos Trimestrales de Poesía) resultó ganador del X Concurso El Poeta Joven del Perú, mítico galardón que no se entregaba desde 1999.

Textos suyos han aparecido en las antologías peruanas Recitales “Ese puerto existe”. Muestra poética (2011), Poesía al filo del sol. Antología más allá de la mirada y Amor libre (ambas de 2019), así como en la española Versos en el aire V (2016). Asimismo, ha sido publicado en las siguientes revistas y páginas web: Lucerna, Ínsula Barataria, Vallejo & Co., Dosis Cultural, Punto y Coma, Ángeles de Papel, Molok, Escrito en Mayúscula, Nuveliel, Verboser y Cocktail (todas de Perú), Liberoamérica (España), Bitácora de Vuelos, Editorial Búho Negro, Ibídem, Nudo Gordiano, Revista Primera Página, Katábasis y Campos de Plumas (todas de México), La Poesía Alcanza (Argentina) y Álastor (Nicaragua).

roy_alf@hotmail.com

 @radulescuxm

 

 

—una noche descubrí que bajo mi cama

había pequeñas ciudades azotadas

por un dios con traje oscuro—

 

entonces mi alma ya llevaba su subsuelo.

Fiódor Dostoievski

 

de niño siempre detesté los rompecabezas.

en cambio, me agradaban los bloques de plástico.

ese plano frío, recto, de los rompecabezas me hastiaba:

las figuritas que se despellejaban con facilidad,

el olor a madera barata, el diseño burdo.

con los bloques era distinto.

lo primero que construí

fue una especie de edificio alargado.

estaba en compañía de mi hermano mayor, recuerdo bien.

mientras yo construía, él me iba contando una historia.

me decía que muchos esclavos estaban sufriendo;

que el rey de mi imperio era implacable

y exigía más hombres, más decesos.

para cuando terminara,

aquel edificio (era una torre)

quedaría maldito para toda la eternidad.

en su base descansarían huesos mezclados con arena y marfil.

de noche aullarían los espíritus cerca de las ventanas,

y el rey no podría pasar más de una hora en aquella estancia.

al terminar, mi hermano depositó sus ojos en los míos:

«felicitaciones, has construido tu primera soledad».

 

De Etapas del espíritu / Runas grabadas en la piel (2017)

 

 

a mi padre, para quien el más allá siempre fue un tierno animal de origami

 

no me dices en cuál cielo tienes tu morada

en cuál olvido tu cabeza humana.

Emilio Adolfo Westphalen

 

sé que me esperas en la otra orilla.

detrás del lago donde anidan las demás almas.

lejos de la bruma y los aromas terrestres.

los bancos de arena no serán los mismos.

el océano abrirá sus costras de plata clamando tu regreso.

los glaciares, más desnudos que nunca,

descenderán hasta mezclarse con el dolor humano.

pero no regresarás, pastor de águilas y emperadores,

 

no regresarás.

por alguna extraña intuición, lo sé.

acaso ahora contemplas los límites de este planeta

como si se tratara de un enorme tablero sin ojos ni lágrimas.

acaso ahora encarnas al gran faro del mundo antiguo

cuya destrucción jamás llegaron a conocer los hombres serenos.

has dejado tanto suelo bajo nuestros pies,

tantos fragmentos de vida disfrazada,

tantos baúles empolvados de palabras y hojas de carne.

sé que no podré capturar tus formas

ni recoger los pétalos que lentamente van cayendo de los almanaques.

solo sé de la sabiduría de tus manos,

de la huella irreductible que dejan los dioses al partir.

 

De Muestra de arte disecado (2016)

 

 

axis mundi

 

provienes del sur,

de aquel espacio donde el río pierde su nombre

y desemboca en un ojo mortuorio.

provienes de la región

donde los climas se confunden cegados por tu cicatriz

(inusual región para quien profesa constelaciones

o silba torpemente al cielo, sin alcanzarlas).

provienes del inframundo techado con algodones

y rodeado por un aroma de larvas y frutos preñados.

¿por qué vienes, sol de cristal, reflejo,

imperfección acústica que rasga mi coraza?

¿por qué marchitas mi memoria

con tu brillo de estandarte,

con tus párpados de arena,

con tus cantos infranqueables?

¿por qué vienes hacia mí,

polvo subterráneo,

árbol de membrillo,

viento de langostas?

provienes del espacio más impuro y más nítido

de mis propios vestigios.

 

De Rumores de un arpa retorciéndose en la hoguera (2014)

 

 

 

CARLOS LASSO CUEVA

 

(Loja, Ecuador, 18 de abril de 1951 - Guayaquil, 10 de enero de 2022). Fue un escritor, poeta y gestor cultural ecuatoriano. Fue miembro numerario de la Casa de la Cultura Ecuatoriana núcleo de Guayas, durante varios años. Publicó varios artículos en los diarios porteños Expreso, Meridiano y otros. Escribió varios artículos de análisis histórico, político y genealógico, que publicó en su blog personal y en diversas páginas independientes.

Obras: Poemas de la Guerra (1978), ¡Saluden de mi parte a las golondrinas! (1979), Época de Lluvias (2015), Huellas del Canto (2019).

Ofrecemos en este homenaje póstumo varios poemas de su libro Época de lluvias.

 

https://clavedelpoeta.wordpress.com/

 

 

ÉPOCA DE LLUVIAS

Carlos Lasso Cueva ©

A Leticia Pallares Borja de Roca: in memorian.

 

La tempestad asume su vigencia

paciencia de la hierba

en el trastorno de minutos unánimes

fosos azules cubiertos de piedras

la luz remienda esperanzas

mientras el día se cubre de silencio

 

pasos del hombre en la circunferencia

descubriendo mensajes y caminos

voces alertas en la cercanía del fuego

 

la gente conversa en los suburbios

la melodía es húmeda y va atrapando voces

miradas que resistieron el asombro

sangre encaminada a la vida

 

cada atardecer reconcilia destinos

la ruta es larga como palabras viejas

…como el tiempo.

 

 

EL MILAGRO

Carlos Lasso Cueva ©

 

Al amanecer ocurre el canto

oscuro el origen

sombras descubriendo el sigilo en los minutos agónicos

las notas del piano van enderezando el tiempo

 

Clave del poeta para la luna y el agua que canta

cadencia matemática que plasma el sonido

para la estructura del beso

consistencia del aire en los ojos halagando el acero

prisa del verbo en la emboscada nocturna

íntima transparencia en la conjunción de cuerpos en la alcoba

sereno transeúnte de cada minuto

 

Perspectiva tenaz del asombro y la ráfaga

los átomos se integran al frenesí del día

encadenando rumores

viejas pláticas

embeleso de la melodía apuntado en los jeroglíficos

la tierra ha acumulado misterios y secretos

ballet invisible de los sueños

rostros percibiendo el anochecer bajo la luna

 

cadencia del viento escondido en su invisible miscelánea

 

En el fondo de lo oscuro estalla el milagro.

 

 

HACIENDA SANTA CARLA: 1975

Carlos Lasso Cueva ©

 

Frenesí del galope

El caballo lanzado contra el viento

volando sobre piedras y hojas muertas

 

velocidad imparable en el regocijo matutino

en plena huelga

 

La mañana escribe cartas que el sol conoce

y guarda en su memoria

 

Larga avenida peligrosa entre los árboles

propicia a la emboscada de la muerte

 

pero el día tiene gratos colores y su luz te protege.

 

 

EL SUEÑO

Carlos Lasso Cueva ©

 

Resabios de la aventura

horizonte cubierto por un sol vigilante

recodo para la concentración del mar y el aire divisado en el

círculo

 

Fecundidad de la música en el resplandor

largo día en el fondo de la aventura

los ojos en eclipse

la tarde trae su magia gota a gota

 

Tiempo diverso sorprendido en los colores del día

las sílabas perfeccionaron los minutos

ráfagas errantes en la memoria buscando antiguos rostros

besos

palabras que desconcertaron al calendario

 

Y hay una voz terrible emergiendo del sueño

 

 

 

DAYANA BENAVIDES

 

Escritora y periodista venezolana. Licenciada en Comunicación Social de la Universidad Católica Cecilio Acosta, con experiencia en locución y producción en radio y TV; redacción y edición en impresos y docente universitario en el área de publicidad. Algunos de sus cuentos publicados son El Hechizo (Cuentos para los más pequeños, Editorial Ipapedi), Deseo (Bajo la Piel Volumen #1, Carpa de Sueños), Desde lo Alto (Escuela Viva. La Revista - Notitarde), La fuerza de atracción (Bicirrelatos), Ella, La Sirena, El perfecto, Don Gabo cambió mi vida, En una maleta, No te lo dije, El paquete, ¡Que ironías tiene la vida!, entre otros.

dayana_benavides_b@hotmail.com

https://dayanabenavidesb.wixsite.com/dayanabenavides/cuentos-crtr

 

 

EL AMOR DE MI VIDA

Dayana Benavides ©

 

El tren estaba lleno de gente. Las sillas del comedor las compartían algunas familias y parejas, en la barra semicircular había uno que otro solitario que no se mezclaba, insistía en concentrarse en su platillo o bebida para evitar relacionarse con sus pares. Yo aguardaba a que algún asiento se desocupara. Observé por el gran ventanal del salón los rayos del sol que brillaban con fuerza en el cristal. Solo dejaban ver las siluetas de las montañas.

Un hombre de gran barba se levantó de su silla. Había terminado su comida. Con rapidez, me acerqué para tomar su puesto. Pedí un café mientras revisaba la carta. Junto a mí estaba sentado un joven apuesto, lo vi de reojo, para que no se diera cuenta de que lo observaba, pero inevitablemente nos encontramos con la mirada. El sonrió y yo también, muy apenada. Él amablemente se presentó:

—Mi nombre es Clark Kent.

—¿Cómo? —dije sorprendida.

—Clark Kent.

Pensé que me estaba vacilando o que tal vez, sí estaba hablando con el verdadero Superman. Lo vi con más detalle, y sí, definitivamente era un superhombre. Uno de esos paladines de la justicia que siempre enganchan, porque además de guapo es muy correcto. ¡Qué más se podía pedir! Empezamos a conversar sobre cosas simples y lo más que me gustaba de él, eran sus valores morales. Qué alguien me pellizque, no, mejor, que me lance un baldazo frío. El único detalle era ese acento odioso que marcaba en las erres ¡Qué mal español! Pero no podía ser perfecto.

—Soy periodista, voy a la Megápolis a cubrir unas protestas de Guarimberos.

Como si no supiera eso, pero le seguí la conversación. ¿Qué hará él acá?, tan lejos de su Metrópolis.

—Yo también soy periodista —dije con orgullo.

—¿Vas a hacer la cobertura de los disturbios? —preguntó.

—Sí, me bajo igual que tú en la próxima estación.

—La situación está desbordada, me enviaron a cubrir ese desorden.

Mientras él reflexionaba sobre la dictadura y sus consecuencias, yo me preguntaba cuál era la verdadera razón por la que iba a Megapolis. Él un héroe, seguramente iba a salvar a los pobres inocentes encubierto de reportero. Estaba fascinada. Quería gritarle, gracias por preocuparte, sé quién eres, te admiro. Y bueno, además darle mi teléfono, a lo mejor un día me invitaría a volar con él. No podía dejar de ver esos convincentes ojos azules.

La conversación se había tornado fascinante, él se enojaba al hablar del dictador y yo pensaba, coincidimos en eso. Me emocionaba verlo preocupado por el tercer mundo, por los pobres niños desvalidos. Esa era mi razón de ser, por eso había estudiado periodismo, para ser la voz de los oprimidos. El tren seguía avanzando y yo había pedido un pan con jamón y otro café para acompañarlo. Él tomaba un refresco de cola. Cuando teníamos rato conversando, me confesó que más que mostrar lo que ocurría ante los medios, tenía una importante misión que cumplir en el convulso Megapolis. Entonces lo entendí, sin decirme exactamente qué era Superman, me había confiado que acabaría con las injusticias de ese lugar. Todo había sido tan rápido, me sentía en un sueño, unas cosquillas extrañas en el estómago y un latir más acelerado del corazón, ¡Qué hombre! Me sentía enamorada. Nunca había conocido a alguien tan perfecto. Su mirada pícara me tenía encantada.

Cuando el tren se detuvo en la estación, la situación en Megapolis se había salido de control. Solo bajamos el superhombre y yo. Los andenes estaban repletos de gente que quería salir huyendo, pero no había suficiente espacio para tantas personas.

Salimos del tumulto y nos dirigimos al centro, donde se desarrollaban las manifestaciones más numerosas. Se escuchaban detonaciones y todo estaba lleno de humo. Había encapuchados armados lanzando piedras y bombas caseras a la policía del régimen. Estos iban en tanques “ballenas” dispersando con el chorro a los transeúntes. La calle era una escena de guerra. Personas heridas, casquillos de balas esparcidas en la calzada, llantas incendiadas, soldados armados. Un infierno en la Tierra. Pero a pesar de todo, me sentía segura, tenía al hombre de acero a mi lado para defenderme. Corrimos por la calle esquivando los disparos, nos escondimos detrás de un automóvil que aún permanecía estacionado en la calle. Busqué mi celular en el bolso para tomar unas fotos. Había esbirros del régimen llevando detenidos a la fuerza. Uno de los soldados me vio, me agache rápidamente para protegerme y buscar a mi héroe, pero no estaba. Se había esfumado. Seguro se había ido a esconder para cambiarse de traje, dejar de ser Clark para ser Superman. Corrí detrás de unos árboles, el soldado empezó a seguirme hasta que un esbirro de rango superior lo llamó para que lo acompañara a otro lugar.

De repente apareció en el cielo volando, con su traje azul y su capa roja. Ahora sí iban a pagar por sus crímenes, todos esos violadores de derechos humanos con el Adonis justiciero.

Pasó por encima de varios edificios como buscando algo. Todo iba muy bien, hasta que apareció Lois Lane. Estaba a lo lejos entre un grupo de manifestantes Él la tomó en sus brazos y retomó nuevamente el vuelo desapareciendo en el cielo. Pero aún Megápolis seguía ardiendo. En ese instante lo entendí, había encontrado el amor de mi vida y no lo soltaría jamás: ¡Yo!

 

 

 

OMAR ROLDÁN RUBIO

 

Poeta, escritor, tallerista literario y promotor cultural nacido en Tulancingo (Hidalgo), México. Su nombre completo es Omar Cristóbal Roldán Rubio.

Ha publicado cuentos, relatos, ensayos y poesías en diversas revistas. Es autor de varios poemarios en papel. En Amazon.com tiene editados e-books que comprenden poemarios, cuentos, relatos y ensayos.

Mucho más detalle sobre sus obras y trayectoria en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 91: https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2021/09/suplemento-de-realidades-y-ficciones.html

y en Realidades y Ficciones – Revista Literaria:

https://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com/2021/12/ (Nº 48)

https://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com/2022/03/ (Nº 49)

 

omaroldan_r@yahoo.com.mx

funhdar@gmail.com

 

 

DE ORIGEN BIPOLAR

Omar Roldán Rubio ©

 

Hoy es un gran día. Por primera vez, desde que tienes uso de razón, tendrás la facultad del mando y sentirás la pujanza del coraje guardado en la raíz de la sangre. Serás el guía y la decisión; te embozarás de macho y llevarás a cabo la jornada de acuerdo a lo aprendido a fuerza de años de dependencia. Los mismos pasos, los mismos gestos, los mismos largos silencios para aminorar cansancio.

Agradeces al cielo —antes del alba y la partida— que te haya tocado ese hombre que tomará tu lugar y te juras darle igual consideración que él a ti en esas circunstancias. Ese hombre, cuyo comportamiento contrasta con el común, te ha ido mostrando las posibilidades de la igualdad y sus provechos a base de intercambiar y compartir responsabilidades. Por eso hoy te sientes bien y feliz. Llevarás en tu diestra el símbolo de poder entre los tuyos y lo manejarás perfectamente según lo aprendiste… Es la hora… El machete, al lado de la puerta, espera ser empuñado como siempre. Diestramente lo coges y con seguridad sales a la fresca madrugada. Detrás de ti va él siguiendo tus pasos que bajan hacia el bosque… Hasta aquí, dices, y comienzas la faena. El machete silba el aire partiendo la apenas mañana. La filosa hoja corta la primera rama. Por mi condición, piensas. Él recoge la rama. La segunda, te dices, por mi sangre derramada. Él la recoge en silencio y la acomoda en el tercio mientras tus ojos centellean. La tercera… por tantas penas sufridas, y él acomoda y carga… La cuarta, por las otras que vendrán después de mí, y él a duras penas va subiendo la cima con su carga y con ella el sendero a casa, y tú en éxtasis con el rostro sudado. La quinta, por él, que me ha permitido el mando, y en el silbante filo chispean los primeros rayos del sol. La sexta por mí, piensas, y la cabeza cercenada del cuerpo —que da pasos a ciegas, que suelta la carga y luego sucumbe en ninguna parte— golpea secamente la tierra rodando ojos pasmados montaña abajo mientras tú, en actitud libertaria, saludas al sol alzando el machete que deshila sangre y savia.

 

 

EL SUEÑO

Omar Roldán Rubio ©

 

El hombre detuvo su paso, que había sido lento pero constante, en aquel sendero polvoriento y yermo. Con monótono ademán sacó del bolsillo trasero de su pantalón un pañuelo con el que secó su rostro. Levantó la mirada y la aguzó calculando la distancia que lo separaba de donde intuía que habría de encontrar la respuesta final a todas sus preguntas…

El cuerpo tendido sobre la cama cambió de posición interrumpiendo el sueño que, una vez retomado, mostraba al hombre angustiado buscando el sendero mejor hacia la cima.

Una vez arriba, el hombre exhausto se tendió en cruz cara al cielo y cerró los ojos; respiró profundamente varias veces hasta que, recuperado del esfuerzo, entró en un estado de relajación tal que no se percató del momento en que se durmió.

El hombre del sueño soñó que, tendido en cruz cara al cielo, repentinamente descendía, caía abruptamente a un vacío por un terraplén que lo condujo a la sima en donde no sabía que habría de encontrar la respuesta final a todas sus preguntas.

Una vez allí, cansado y dolorido, se recostó en el fondo, cerró los ojos y se durmió, y en su sueño profundo soñó a un hombre que soñaba a otro soñar que en una cima un hombre eterno y extenuado se dormía y soñaba a un hombre que se soñaba en una sima donde al fin encontraría la respuesta final a todas sus preguntas.

El día encontró sobre la cama al cuerpo, cuyo rostro, aún con los ojos cerrados, reflejaba una paz que nunca había tenido.

A las tres de la tarde llamaron a la puerta de la habitación una, dos, tres veces, y al no obtener respuesta, los familiares de aquel cuerpo decidieron entrar… Le hablaron, lo movieron, lo sacudieron hasta darse cuenta que sería inútil todo intento de sacarlo de su sueño…

 

 

 

SILVANA LAURA D’ANTONI

 

D'Antoni y Osvaldo Bayer
Escritora nacida en 1965, residente en Hurlingham, Provincia de Buenos Aires, Argentina.

De sólida formación intelectual, ha sido galardonada en certámenes de poesía y de cuento en múltiples ocasiones, y seleccionada para integrar diversas antologías. Colabora con varias revistas literarias y coordina talleres. Como gestora cultural y pedagógica impulsa con entusiasmo y de manera constante la lectura en jóvenes y niños. También es creadora de varios proyectos socioculturales dirigidos a la niñez.

Más de su trayectoria y obras en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 45: https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2011/06/

 

silvanadantoni@yahoo.com.ar

https://www.misescritos.com.ar/

https://www.silvanadantoni.wordpress.com/

https://www.elblogdeloschicos.wordpress.com/

 

 

CETRERÍA

Silvana Laura D’Antoni ©

 

El hombre arrastró la bolsa hasta la puerta de la jaula. El maullido se escuchaba ahogado, ajeno y desesperado en el encierro de la arpillera. La jaula era una reliquia familiar, un amplio recinto de hierros donde, desde siempre, la familia se había dedicado a la cría y entrenamiento de azores; y aquellas aves de profundos ojos y mirada sagaz, habían dejado de ser cazadoras de pequeñas presas para convertirse en verdaderos asesinos, en aladas armas de caza.

Yonso entró en la jaula y arrojó la bolsa delante de sus pies mientras el gato corrió en forma zigzagueante, aturdido e intentó trepar las paredes enrejadas de hierro. Muchos ojos lo observaron, muchos picos comenzaron a abrirse y a cerrarse con filosas mandíbulas dentadas de filos. En un instante, los azores se echaron sobre la presa y el más fuerte remontó al gato hacia lo alto, hasta la rama más lejana. El pico del azor se volvió rojo púrpura. Después, Yonso hizo un gesto con su mano y las aves se instalaron en sus brazos manteniendo erguidas sus cabezas.

Yonso se empeñaba en entrenar estas aves para llevarlas al Campo; aquellas eran necesarias acompañantes de caza, ejecutoras certeras, lo que no impedía que Yonso dejara de lado su hacha o cualquier otro elemento que causara dolor.

Él hombre decidió que era hora de llevar a su hijo a cazar. Si bien la madre mantenía cierta reserva sobre el tema y no compartía algunas tradiciones del pueblo, era lógico que Cris, un niño de doce años, se iniciara así en el arte de ejecutar, por placer o por mantener el orden. Puerto Lan era el único que había sobrevivido a las guerras; la mayoría de sus habitantes eran militares retirados y los que nacían en esa tierra seguían los pasos de los mayores.

En las afueras se encontraba El Campo, donde los habitantes concurrían para hacer celebraciones y mantener el equilibrio de la población. Pese al entusiasmo del acontecimiento, al que Cris tanto había esperado, el momento de partida se aproximaba y supo que ir a cazar era lo último que deseaba hacer.

—Bueno Cris, mira lo que tenemos —le dijo Yonso, el padre, un hombre de voz estentórea, de cuerpo robusto y con algunas cicatrices en la cara, e hizo un gesto con la mano señalando una bolsa—, cuchillos de caza, rifles, anzuelos y estacas. ¡Todo lo necesario para aventurarte en el mundo salvaje!

—¿Y las aves? —preguntó Cris preocupado, esos pájaros no le agradaban, mucho menos desde que habían destrozado al viejo sabueso aquella tarde, cuando la mascota de la casa dormía en el jardín.

—Ellos irán contigo, van a cuidar tus espaldas… —le dijo Yonso molesto.

Cris hizo un gesto de asentimiento mientras su padre se alejaba rumbo a la casa. Acomodó los anzuelos y en un descuido, uno de los anzuelos se incrustó en el dedo, el que enseguida comenzó a sangrar como un pez herido.

Cris escuchó la discusión. Se acercó a la ventana con el dedo dentro de su boca, todavía sangrando.

—¡No puedes llevarlo! —Gritó su madre—, ¡estás enfermo!

Esta vez Yonso tomó a su mujer de un brazo inmovilizándola, después la abofeteó hasta que la mujer dejó de resistirse. Cerró la puerta de la habitación con llave y al salir de la casa vio a Cris estaqueado junto a la puerta quien lo observaba perplejo. Yonso le guiñó un ojo y río.

Cris no hizo gesto alguno y lo siguió temeroso. El hombre se dirigió canturreando al automóvil, tomó los elementos y empezó a cargarlos en la parte posterior.

—¡Voy a hacer un hombre de ti! ¡Un verdadero verdugo! Hay quienes simplemente deben ser aniquilados… —exclamó, y su risa se volvió sarcástica. Se dirigió hacia la jaula y retiró cuatro aves, las que apenas abrieron sus picos en señal de desafío.

Cris vio sus lenguas rosadas mientras el padre las metía en una amplia caja de cartón. Ambos subieron al auto y comenzaron el viaje.

—El Campo está lejos, ponte cómodo... —le dijo Yonso mientras encendía un cigarrillo, y la casa fue quedando atrás hasta volverse un punto imperceptible.

En la ruta cruzaron otros automóviles: en uno viajaba una familia con un perro; el animal había sacado su hocico por la ventanilla y parecía ser el único que disfrutaba el viaje.

Frente a la zona fabril las chimeneas humeaban furiosas, elevando largos brazos negros hacia el cielo. Pronto los edificios comenzaron a ser más bajos. Por la luneta trasera Cris veía como la ruta empezaba a empeorar y a desbordar de baches y basura. Durante lo que duró la luz del día no volvieron a cruzar a nadie. Oscureció y las sombras se estiraron lánguidas sobre ellos.

El viaje había comenzado al mediodía y ahora Cris tenía hambre. Sacó las galletas que su madre había metido en una bolsa plástica y con su mejilla derecha apoyada en el vidrio comenzó a roerlas. Las calles desiertas, las veredas rotas. El lugar lucía descuidado y rancio.

De pronto el auto comenzó a sacudirse, avanzando a toda velocidad entre tumbos, y Cris se dio cuenta de que habían entrado a un camino de tierra. Yonso comenzó a reír haciendo sonar la bocina. Cris estaba asustado y no apartaba los ojos de la ventanilla. Los azores chillaban enloquecidos dentro de las cajas y esos ruidos lo aterrorizaban. Todo rastro de vida había desaparecido, ahora viajaban por un desierto oscuro.

Estacionaron ante una gran puerta de hierro. Pronto, un hombre uniformado se acercó para abrirla. Yonso lo saludó con un gesto seco y continuaron el viaje.

—Papá, tengo miedo... —murmuró Cris.

—Tranquilo, pronto verás El Campo.

Cris estaba aturdido por los gritos de los pájaros y en aquella oscuridad recordó los sollozos de su madre.

El auto se detuvo ante un viejo edificio y Yonso arrastró la bolsa hacia el asiento delantero. Del lado de Cris la tela del asiento estaba llena de migas. Afuera, la oscuridad. Adentro, la oscuridad. Adelante un alambrado y otros hombres uniformados que iban y venían.

Más allá del alambrado, diferentes figuras se diluían en la noche entre edificios viejos y derruidos. El único camino parecía ser aquel y la travesía continuaba a pie.

—¡Por favor..., papá! —suplicó el joven.

Yonso le entregó uno de los rifles. Abrió la caja de cartón y los azores desplegaron sus alas y se elevaron silenciosos. Cargó la bolsa en sus hombros y se encaminaron con paso rápido hasta el alambrado. Adentro, las sombras caminaban y corrían entre los edificios. Los llantos, los gritos y los aullidos se unieron formando un único sonido.

—Llegó el día. ¡A cazar, hijo! —Cris lo miró horrorizado mientras un guardia armado se les acercó:

—Señor Yonso, no lo olvide: una cabeza por hombre. Las mujeres están por parir y hasta fin de año no se permite más matanza. ¡Ni siquiera hemos podido hacer elección de sanos y defectuosos!

Los ruidos provenían de los edificios. Los azores se lanzaron sobre aquellas presas con sus picos abiertos deseosos de sangre. Cris se mantuvo junto a su padre. Algunas sombras corrieron en estampidas, otras, caminaron hacia ellos.

 

 

 

ALFREDO ZALDÚA

 

Nació el 11/4/1951 en la ciudad de Nueva Palmira (Colonia), Uruguay, donde reside. Es poeta, escritor, periodista, dramaturgo, dibujante, teatrero, titiritero, librero y gestor cultural.

Ha publicado poemarios, una novela infantil, con versión adaptada para teatro y tiene una segunda parte inédita, además de otras obras.

También escribe obras para títeres, tanto para niños como para adultos. Cuenta con material inédito de poesía, narrativa y dramaturgia. Ha recibido varias distinciones.

Mucho más de su obra y trayectoria literaria en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 91: https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2021/09/suplemento-de-realidades-y-ficciones.html

 

mazaldu@gmail.com

 

 

CON LA MÚSICA A OTRA PARTE

Alfredo Zaldúa ©

 

Cuando alguien de la raza humana alcanza una franja etaria avanzada, suele decir estar “más cerca del arpa que de la guitarra”, dando a entender estar situado en una zona cronológica de la vida aledaña a la caducidad de permanencia en este mundo terrenal. Lo curioso en sí es la convicción de dar por hecho encontrar al final del nuevo camino a San Pedro esperándonos revoleando el llavero y las puertas del cielo abiertas de par en par.

Somos demasiado descansados por no decir arrogantes ¿no?

Qué necesidad de apurarse sin saber a ciencia cierta si, al momento del último viaje, nos tocará hacerlo en vuelo directo o en subte.

No faltará quien se empecine con el arpa para llegar preparado y, hallado en el punto ulterior de su partida, se lleve el chasco de verse con las cuerdas chamuscadas.

Espero, hablo por mí, suponiendo tener en suerte el cielo como destino final, que lo del arpa no sea excluyente. De última, me ilusiona pensar que para quienes tengan arribo a esa terminal infinita haya en el lugar alguna academia donde enseñen a pulsar las cuerdas, que en realidad no son de arpa sino de lira. Mejor lira y no arpa. La lira ocupa menos lugar, pesa menos y, sobre todo, tiene menos cuerdas que el arpa. Una docena porta la lira de mayor encordado lo que me hace presumir más facilidad en el aprendizaje con relación al arpa que tiene hasta treinta y ocho. Porque arpa, arpa, lo que se dice arpa, mire que ha de ser complicado para embocarle a tanto cuerderío sin terminar con los dedos enredados.

Nerón —emperador romano— cuyo nombre completo era Nerón Claudio César Augusto Germánico, alias “el Gordo” supongo para los íntimos, tocaba la lira, pero le sirvió de poco al loco. Digo yo, sin ser quién para juzgar, sospechando atrevidamente adónde fue a parar. Él mismo se adelantó la entrada al infierno cuando incendió Roma. Hizo la fogata y después, dale que dale a la lira. O, por si acaso, vaya uno a saber, si no lo hizo para ir entrenándose por las dudas, aunque no supiera mucho de cielo e infierno, que si desde tiempos remotos continúa hasta nuestros días la controversia entre creyentes y ateos, es de imaginarse cómo sería el asunto por entonces cuando hacía relativamente poco, la cuestión había empezado a ponerse de moda. En una palabra, sin querer o queriendo, tenía preparatorio completo. Tanto para, paradójicamente, ser recibido por San Pedro, teniendo en cuenta que él fue muerto por orden del emperador, o Satanás. Haya llegado el tipo dónde haya llegado, lo hizo con las asignaturas necesarias aprobadas.

Pero, volviendo a lo excluyente o no del arpa o la lira para entrar al cielo, prefiero encontrarme con las puertas cerradas por no saber tañer las cuerdas que por otras cosas más simples de ejecutar, pero más turbias. Elijo deambular como arpista desafinado y no como tantos solapados andantes Nerones que andan quemando, literal y metafóricamente, a diestra y siniestra sin que se les vea el fuego, cualquier cosa les convenga se les cruce en el camino.

En conclusión: Si hay algo para aprender es a apretar las clavijas para poder enfundar tranquilos la mandolina cuando nos toque marcharnos con la música a otra parte.

 

(De Divagues desatados)

 

Nota de Redacción: Muchos historiadores modernos han desechado que Nerón ordenara incendiar la ciudad de Roma en la noche del 18 al 19 de julio del año 64. El incendio habría comenzado por accidente en un barrio que acopiaba aceite de oliva con destino a la exportación. La gran cantidad de viviendas de madera, la estación seca del año y el viento, según ellos, hicieron el resto. El rumor sobre el supuesto atentado lo inició la aristocracia romana, enojadísima por la popularidad del emperador entre la plebe, a lo que se sumó la inquina del historiador Suetonio nacido seis años después del desastre. La casi inmediata persecución de Nerón a los cristianos —a quienes acusó de originar el fuego para desviar ese rumor— dio pie a que la historiografía cristiana creara siglos más tarde el mito de que el propio emperador fue el causante del siniestro. Plinio el Viejo (c. 23 a 79 EC) considera el incendio como uno más entre los tan frecuentes de la época. Tácito, muy crítico en otros asuntos, no culpa a Nerón del incendio y asegura que abrió sus palacios para dar cobijo a miles de damnificados, así como de repartirles alimentos. Un incendio similar ocurrió en el año 80 y nadie culpó al emperador Tito Flavio Vespasiano.

 

                         

 

MIRIAM GLADYS GÓMEZ

 

Nacida en Argentina en 1964, utiliza el seudónimo Julliette. Reside en Lanús Oeste (Provincia de Buenos Aires), Argentina. Publicó conjuntamente con Andrea Recupero el libro La hora del verdugo en el año 1993. Fue seleccionada en los siguientes concursos literarios: “Antología Poética” en 1995. “Letras del Facebook” en 2015, Editorial Dunken. “Más Allá del Espejo” 2019 por Editorial Dunken. Antología “Poetas Nocturnos” Diversidad Literaria España. Ediciones Oxímoron con el Poema “Condenados”.

mg54518@gmail.com

 

 

ALIMAÑAS

Miriam Gladys Gómez (Julliette) ©

 

Encadenada a la certeza

de la absoluta oscuridad.

Me regocijo

en las orgías suicidas

de mis brazos

que se aferran

 

a la obstinada

orma vampírica

de mi demencia.

Como una península

cercada por mis aguas turbias

emigran desde mis ojos

sombras congeladas

escarban en mis entrañas secas

 

como puñales

dejando un hueco ciego

en donde las alimañas

se alimentan.

 

 

CUANDO LA NOCHE ESPERA

Miriam Gladys Gómez (Julliette) ©

 

Languidece la noche

entre tragos infames

y hogueras ficticias.

Él escarba su corazón

y desemboca

en un río de estopa

junto a relieves vacíos

e imágenes fantasmagóricas

de antiguas mudanzas.

Gemidos insaciables

muerden su piel seca

devoran su néctar fermentado.

Él se aferra a las sabanas sucias.

Clava sus dedos en los colchones

apolillados.

Sus huesos quedaron incrustados

en los pliegues de esos labios

sin nombre.

Un insecto revolotea

mientras la última gota de sangre

cae pesadamente

 

contra el piso de tierra.

Es tarde para arrepentirse

amanece

en esta ciudad llena de ausencias.

 

 

REGIONES DE INSOMNIO

Miriam Gladys Gómez (Julliette) ©

 

La carne se abre

tus manos

recorren cruelmente

por las arterias

el camino hasta mi corazón.

Ahora soy solo sangre

corriendo acelerada

por este cuerpo ambiguo.

La sangre

en tus manos

como los pájaros en el amanecer

después de una tormenta.

La sangre

en tus manos

me conmueve

me arrastra.

Estoy muriendo

 

mis ojos danzan en una orgía

de sentimientos.

Soy un soplo herido

susurrándole al viento

canciones incompletas.

Ahora

tienes mi corazón en tus manos

un río rojo

 

espeso

se abre camino

 

hacia una puerta cerrada.

Todos los ojos del mundo

para la pobre mendiga de tus besos.

Todas las blasfemias para mi pobre sonrisa.

No te detengas

regrésame a esas regiones de insomnio

en donde no es posible descansar.

Corta con las tijeras esta muerte.

Devuélveme el hechizo

de tus sonidos lejanos.

Cántame

susúrrame

mastica mi lengua

hasta que tu nombre

desaparezca.

 

 

REVELACIONES

Miriam Gladys Gómez (Julliette) ©

 

Paisajes en la memoria. Pequeñas cristalizaciones que nos arañan desde adentro.

Así estaba la noche en mi cabeza, con ese fervor antiguo que hacía estallar en mí la

infancia. Con sus pequeñas mutaciones que, convertían la realidad en pájaros azules.

Revelaciones del más allá, una antigua llave de oro para abrir las puertas de la mente.

Y detrás del tiempo, el agua prenatal, la esencia del perdón santificado en un vientre.

Y más acá, la nada de unas manos que ya no se sostienen.

Así estaba la noche en mí cabeza. Con ese absurdo silencio deslizándose por las

hendijas de las puertas que jamás se abrieron. Rumores acorralados en una canción

jamás oída.

La música obscena de mi vientre hecho lluvia.

Y alguien dirá

¡Mirad los ojos de aquella mujer!

 

Tiene ojos de gato acorralado.

La mujer soy yo, solo que no soy mujer, pero el hombre no lo sabe. Soy el gato

acorralado.

 

 

 

MARIO GUZMÁN PÉREZ

 

(Veracruz Llave, México, 1969) Vive en ciudad de México. Estudió en una universidad pública. Escribió para “hey tabasco.com”. Edita una hoja de poesía, “Humo Sólido”, además de “Dos tres, bachita cultural”.

Fue incluido en la antología poética Humo sólido (2018) junto con Daniel Olivares Viniegra y varios otros poetas mexicanos, como así también en 40 buques de guerra. Autor de la plaqueta Seis rostros de mar y del poemario Flores tan violentas (Ciudad de México, Editorial Arlequín, 2002).

Más sobre sus obras en Suplemento de Realidades y Ficciones:

https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2019/06/ (Nº 82)

https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2020/06/ (Nº 86)

 

marioguz62@gmail.com

https://www.facebook.com/profile.php?id=100004846697092&lst=100001436722605%3A100004846697092%3A1558376623&sk=timeline

 

 

MAMÁ, CÓMPRAME UN RADIO

Mario Guzmán Pérez ©

 

Cuando la conocí, ella traía puesto su cubrebocas y cargaba una pesada maleta. No tenía el aire de las provincianas que se quedan una sola noche en la ciudad. Por esos días las cosas no andaban bien. Había columnas de militares marchando por las calles entre las malezas de los parques, cuerpos de emergencia que se perdían entre los semáforos centelleantes, mientras tanto yo había regresado a la casa azul de mis padres. Desde esa colina se podía ver todas las maniobras de ese ejército de voluntarios que serpenteaba en la avenida principal. Se escuchaban claramente las órdenes y las contraordenes.

—Atención, firmes, ya. Embrazar, ya.

Me sorprendía que cocinaran algo grande en la plaza del libertador mientras la tarde moría haciéndome un nudo en la garganta por los presagios que se escuchaban en los noticieros.

Así fue como la descubrí, me gustó, pero no podía atreverme a tanto esa tarde.

—Estoy seguro que anda buscando una habitación— pensé mientras en la radio sonaba una melodía de Joaquín Sabina.

—Ojalá que cuaje, Diosito, ojalá…—ella balbuceaba. Se detuvo frente a un anuncio donde anunciaba: “se renta habitación sin niños para señoritas sin mascotas”.

Los días eran revueltos. Se notaba en el tráfico que aumentaba o disminuía. Estábamos a 24 horas de decretarse una cuarentena obligada a la población.  Ella se veía preocupada. Todos nos preocupamos. No había notado que hablaba en voz alta. Sus ojos cafés, su carácter tan inocente. Me dio tanta ternura encontrarla tan desprotegida en esos momentos que me hubiera gustado besarla.

Néstor era mi vecino, el que rentaba los departamentos. Le di algunas indicaciones a ella para encontrar al viejo y cómo lograr algún descuento por la habitación para mantener su cercanía. Después le pedí dinero para mi pasaje, ella fue la única que me puso atención. La verdad es que esa primera vez asentí en tomarle el dinero porque no la conocía.  Así, sin más, le dije: “mana, présteme cinco pesos”, así, cinco pesos.

Al día siguiente, ella fue al supermercado con un vestido discreto, como para hacer día de campo. Se veía aliviada de cargar su pesada maleta. Había en el ambiente un olor a lavanda. Llevaba un barbijo claro. Regresó con unas bolsas. Desinfectó las verduras, los sobres. Me dio risa ese ritual, pensé que exageraba. Por la tarde bajé con una camarita vieja le tomé una fotografía. Ella estaba recostada en cómodo sillón de playa. Su cabello estallaba como un sol idílico. Las trágicas noticias seguían avanzando. La infección se empezaba a transmitir por los viajeros de las líneas aéreas. Europa había cerrado sus fronteras.

En la ciudad, cada día que pasaba nos conmovía alguna nota: Una comerciante le gritoneaba a un policía porque le había obligado a recoger sus mercancías de la calle.

—Ustedes no saben nada, los chinos ya ganaron la guerra… —le gritaba la vieja mientras un pelotón subía las mercancías a las camionetas.

Al pasar los días comencé a saborear el desagradable sabor de que nos habían engañado, creo que la infección duraría mucho más de lo que se nos había diagnosticado.

La volví a encontrar. Ese día, ella, calzaba unas botas vino, largas; un bolso de piel, hueso; y una falda verde de diseñador. Pensé que sería la única vez que me prestaría, pero me equivocaba. La verdad es que esa primera vez asentí en tomarle el dinero porque no la conocía, me veía con tanta presunción que hasta pensé que me estaba sacando de un apuro o de una urgencia, creo que supuso que tendría un familiar rico muy enfermo y que tal vez necesitaba enviar una carta para alcanzar la herencia.

Las calles lucían desiertas, el tráfico se había detenido. Los voceros anunciaron que sería suficiente con unos días. Ya después se recuperaría el empleo, los comercios… la ciudad.

Al siguiente día me desperté. Decidí para el desayuno unos Corn Flakes. Miré por la ventana, el día quemaba. Vi el carro abandonado. Tenía polvo en el parabrisas con una leyenda que decía “ya lávame”. Allí había algo en el suelo, creo que era una persona. Me acerqué, era el casero que estaba postrado.

Don Néstor, qué le pasa. Hábleme don Néstor.

—Hay diosito, diosito…

Él trató de murmurar algo, señorita, Alanís, señorita Alanís… No puedo respirar, llame a un médico…

—Vecinos, vecinos, llamen una ambulancia, aquí hay un enfermo. No se acerquen, dejen voy por un alcohol para desinfectarnos.

Llegó la ambulancia con cierto protocolo, nadie se acercó. Solo refieren que no puede respirar.

—Es mi vecino, vive aquí. Una mujer está en casa haciendo la cuarentena.

Cuando me presenté a tocarle a Dulce, iba pensando en voz alta:

—¡Ahora que cuaje, ahora que cuaje!

Toqué varias veces. Salió.

—Présteme cinco pesos.

—Oiga, pero si me la he pasado prestándole desde unas semanas.

—Ándele, no sea malita, préstemelos.

—e los voy a prestar por última vez, pero déjeme aclararle una cosa… Me gustaba mirar, pero no me gustaba coquetear con los hombres, los considero unos hombres sedientos de sexo.

En la plaza del libertador las buganvilias tapizaban los caminos con sus hojas escarchadas. La sonrisa de Alanís se veía auténtica en medio de esa desolación.

—Mire, señorita Alanís, ya vio ese reloj, se parecen mucho a los que pintaba el doctor Gerardo Murillo.

—No son de Murillo, son de Salvador Dalí.

—Salgamos un día…

A ella le gustaba plantarse en los aparadores, se entregaba en cuerpo y alma y soñaba con comprarse toda la ropa de moda que allí se ofrecía. Ver esos holanes, esas mantas, esos vestidos de novia, esos trajes sastre, le hacía saber que la vida era buena.

Me sentía como un ave torpe en medio de una galería. La realidad era que no podíamos salir. Teníamos que conformarnos con vernos desde nuestras casas.

—Usted debe tener otra mujer por allí, a mí no me hace taruga —podría ver sus palabras estrellándose en el vidrio de la ventana.

La lluvia no se había presentado aún, él estuvo afuera todo el día, recordando lo del reloj de Murillo. Fumaba.

Ella lo miro desde su puerta. Le encontró una mirada insinuante, de coqueto. Encontró una cierta arruga en su frente, que solo se mostraba con el enojo, era un cierto gesto particular como de melancolía y enojo. Era un tipo guapo, seguramente casado. Lo deseó, lo deseó intensamente, pero comenzó a llover y él ni una mirada le había dedicado.

Al siguiente jueves ya no llovió; salió el hijo de algún vecino; ella se sintió con ánimos, rejuvenecida, se puso a jugar con ese niñito a las manitas, se sentía con ganas de recomenzar una nueva vida, de volverse a enamorar. Sentía que la vida se le lanzaba al cuello para morderla. Vio otra vez al vecino, se le acercó y le dijo:

—Cómprame un radio.

—¡Cómo!

—Cómprame un radio como los del Doctor Gerardo Murillo.

Él no entendió, pero la tomó de su cintura, aunque en realidad ella no tenía. La llevó a su habitación. No podía contenerse. Se besaron. Carlos, se sintió sacudido, una energía había abierto una frontera en su estómago. No hubo más palabras. Se desnudaron. Fue una mujer tan completa, tan realizada esa tarde.

Cuando terminaron de hacer el amor, él le dijo:

—Puedes llevarte el mío.

—¿Llevarme qué?

—Sí, mi radio, la radio.

—Ah, ya, el del Doctor Atl, gracias. Eres muy amable, pero además de amable, eres muy guapo.

—No es del doctor Atl, es del doctor Gerardo Murillo.

Al irse de la habitación, y en esa intimidad, pensó que había sido un error, ponerse bella para su vecino. Ahora ya tenía su radio. Al vecino, Carlos, lo imaginaría recargado en ese reloj de su provincia, como el de Murillo. Pero el vecino seguiría allí, fumando como cada tarde, sin molestar a nadie, sin saludar. Con su cubrebocas blancuzco viendo a los militares acantonados en la plaza del libertador. El ejército seguía haciendo sus maniobras sobre esa explanada gris. El calendario se había quedado atascado en una fecha inmemorial en donde la enfermedad nos alcanzaba, haciéndonos inmunes como ganado.

 

 

 

NECHI DORADO

 

Nació en Buenos Aires, Argentina, un 30 de enero. Periodista —prensa alternativa—, narradora y poeta. Escribe cuentos, relatos y poemas difundidos por varias revistas literarias virtuales y en papel.

Autora del libro de cuentos y relatos Destapando el silencio (2010, edición agotada) y Con sustancia dxs (2016, ilustraciones Beatriz Palmieri), ambos de Ediciones Amaru. Ha sido incluida también en diversas antologías.

Más sobre sus obras y trayectoria en los números 66, 75, 77, 80, 82 y 91 del Suplemento de Realidades y Ficciones (ver ÍNDICE DE SUPLEMENTOS, o por su apellido en ÍNDICE DE AUTORES, en https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/).

 

nechi.dorado@yahoo.com.ar

nechi.dorado@gmail.com

https://textosnechidorado.blogspot.com/

 

 

NO GERMINARON LOS MANZANOS *

Nechi Dorado ©

 

"Villa" de Griselda Dorado

“Señora Santa Ana ¿por qué llora el niño? ¡Por una manzana que se le ha perdido!”, cantaba la abuela a la hora que un manto oscuro con puntitos plateados caía sobre las tejas de la casita del barrio de obreros y una cortina de espesas pestañitas desplegaba angelitos sobre los ojos de la pequeña.

—¿Y por qué llora el niño, abu? Preguntaba la criatura.

—Uy, que el hambre duele, mi niña, respondía ella mientras la cubría de besos, cosquillas y caricias.

En la casita humilde vivían la abuela paterna, a cuyo hijo se lo tragara una noche impune de esas que se repitieron tantas veces por la historia de estas tierras; su nuera y la única florcita que diera el matrimonio como ofrenda de su paso por la vida: María Eva.

Niña inquieta, con ojos color del tiempo, corazoncito ágil para conmoverse ante cualquier situación lastimosa. Era la adoración de la abuela llegada de una Asturias lejana, estampada en su alma de mujer curtida por los golpes de la vida que pareció compadecerse de tanto dolor a través de la pequeña.

Fue creciendo María Eva entre el amor de esas dos mujeres en el barrio con olor a tilos, color de rosas y malvones, recuerdos de ayeres dulces, renacuajos en las zanjas y la infaltable rayuela cuya meta era el cielo.

Uno, dos tres, cuatro, cinco seis, siete, ocho nueve ¡¡¡CIELO!!! Y el barrio se empapaba de risas infantiles entre el mate de la tarde compartida de los mayores.

El cielo, una tarde, recibió a la abuela, dejando un hueco en el alma de la niña y su madre, pero ella no murió del todo, quedó flotando en su canción de cuna y cada noche la melodía inundaba el cuarto de la niña que ya daba sus primeros pasos por la cintura de la adolescencia.

Pasaron los años, el futuro dijo presente, pero siguió estancado en el pasado, la niña casi mujer comenzó a recorrer la atrapante, aunque muchas veces cruel, rutina del aprendizaje de la vida que no siempre nos otorga lo que realmente soñamos.

Se recibió de maestra, quiso tentar suerte en una fábrica cercana a la casa para costearse con mayor libertad los estudios de sociología. Se inscribió en la facultad porque “un pueblo de hombres cultos, es un pueblo de hombres libres” atrapaba de Martí, mientras echaba a volar sus sueños imposibles.

 

29 de octubre de 1979

El odioso reloj le gritó ¡basta! al descanso como cada mañana cuando paría las 5:00. María Eva estiraba sus brazos como alitas tratando de despegar el sueño de sus ojitos de color del tiempo. Llenó el ajado bolso negro de la abuela con las cosas cotidianas, compañeras de asistencia perfecta, antes de colgarlo de su hombro. Allí estaban: el sándwich, la manzana, los puchos, el encendedor, el monedero.

—Pucha, pensaba, todavía faltan cinco días para cobrar y faltan cosas en casa.

Inmediatamente despedía a la madre con su acostumbrado —chau má, te quiero.

—Cuidate nena, volvé temprano por una vez, no fumés tanto, respondía desde el sueño su madre. María Eva sonrió y se alejó cantando bajo las estrellas que no se iban todavía.

Salía de la casita con el corazón atrincherado y los sentidos imaginando un futuro cercano que en realidad estaba tan lejos.

Eran las 6:00 de la mañana cuando con un beso a las mejillas compañeras, iniciaba la jornada en la fábrica y aparecían los matecitos clandestinos antes de que llegara el “trompa”.

A las 12:00 llegaba el descanso de media hora, salían del cofre el sándwich y la manzana.

—Otra vez que Carmen no trajo nada. Ella era su amiga y compañera de la vida. María Eva imaginaba que también habría “nada” esa noche en la mesa para los niños, apenas un mate cocido, con suerte. Cortó su sándwich, partió al medio la manzana y le ofreció a su amiga las mitades más grandes.

Cuando Carmen fue al baño, ella comenzó su tarea de abeja obrera, recolectando entre los compañeros lo que pudieran colaborar para los niños de la humilde mujer.

—Dios mío, ¿llorarán los niños? —se torturaba pensando. Allí estaba la voz de la abuela y ella diciéndole bajito—. Hay que hacer germinar los manzanos para que no falte en ningún hogar el fruto. Ayudalos, abuela.

A las 5:00 de la tarde el ulular de la sirena indicaba la hora de salida. Como dolía en el pecho ese aullido que tantas noches indicara la antesala del infierno. Paradojas de los sonidos que pueden ser tanto libertarios como carceleros.

Antes de ir a la facultad, alrededor de las 6:00 de la tarde, María Eva pasó por la villa para visitar a los niños de Carmen. Llevaba fideos, manzanas, caramelos y la ternura de siempre. Era una pasadita nomás, pero sin restarle el tiempo al matecito apurado.

—Nos juntamos con los chicos —le contaba a Carmen—. Hace días que no vemos a Jorge, le sopló al oído.

Carmen fue su compañera de sueños hasta la noche en que se llevaron al padre de sus hijos, quienes quedaron colgando de su espalda quebrada por la ausencia.

—Cuidado, María Eva —dijo Carmen en el abrazo de despedida.

Puso primera al motor de su vida, arrancó atravesando calles sin reparar que la estaban siguiendo con paso tan sigiloso como un reptar terrorífico. El peligro le abanicaba la carita casi adolescente. Quién diría que ella…

Llegó a Villa Jardín, el dolor arrancó otro trocito de su corazón ardiente.

—Se llevaron a Jorge —dijo Beto, mientras golpeaba con el puño de la desesperación una mesa destartalada.

A medida que llegaban los compañeros el silencio estallaba los oídos, solo les quedaba llorar como el niño sin manzana.

La tristeza ahogada la empujó al refugio sacrosanto de los brazos de su madre en carrera desenfrenada. Se contaron la jornada, pero no todo, no podía preocuparla tanto. Cantó la abuela su “Señora Santa Ana ¿por qué llora el niño?” Claro, como todos los días.

—Sigue llorando el niño, mami, todos lloran, muchos no paran.

María Eva iba inventando su propio adiós.

La noche del 29 de octubre fue noche de luna nueva. Se sintió una campanada que tiró abajo la puerta. Un ventarrón irrumpió en la sala, en la pared se estampó un corazón sangrando despedazado frente al cuadro con la foto de la abuela.

El reloj enmudeció, enquistó sus manecillas, el odio se volvió Titán y de esos ojos brotaban, como víboras de fuego.

—¿Dónde está esa hija de puta? —arremetió Jápetos.

—¿Qué es esto? —preguntó la madre tratando de volverse escudo sobre el pecho de su niña.

—No dejes entrar al miedo —suplicaban las lágrimas de María Eva.

La arrastraron de los pelos, la metieron a empujones en el asiento posterior de la barca de Caronte. Cerbero los esperaba en la puerta del averno.

La abuela tomó su brazo queriendo acercarla a ella, la madre empequeñeció contra el pecho de la abuela y de una sola garganta se escaparon las entrañas ¡¡¡Ay, mi niña!!!

La abuela cantó su nana, la niña le respondía mientras un rayo de odio se la iba devorando. De las casas vecinas parecían brotar ramitos de luciérnagas que no lo eran. Se había encendido el miedo.

Desde entonces, todos los 29 de octubre en el barrio de casitas bajas donde ayer criaran a sus hijos tantos obreros, se ve a una niña caminando de la mano de su abuela cantando una letanía: “Señora Santa Ana ¿por qué llora el niño? Por una manzana que se le ha perdido…”

La niña responde: “Dile que no llore, yo le daré dos, una para el niño y la otra para vos.”

Adelante va la madre, vanguardia de la columna de espectros de tristeza. A la mañana siguiente, desde entonces, en cada jardín falta una flor que aparece donde todavía está el corazón estampado.

Las tres mujeres solo se ven esa noche, todo el barrio las espera. Hasta el momento, comentan, no volvieron a germinar los manzanos…

 

* Tomado del libro Destapando el silencio (cuentos y relatos), Ediciones Amaru. ISBN: 978-987-25438-5-3. Editado en abril de 2010, con dibujos interiores de Griselda Dorado, para siempre en mi alma…

 

 

 

JAIME LUSTGARTEN STECKERL

 

Nació el 6 de noviembre de 1952 en Barranquilla, Colombia, donde reside, hijo de inmigrantes judíos que huyeron de una Europa infestada de nazismo. Publicó en 2009 la novela La Casa de los Cauchos (Barranquilla, Fama Producciones Litografía, 2009). Le gusta la actividad cívica y es cofundador del Frente Amplio Cívico por el Rescate de Barranquilla y la ONG Cívicos en Acción. Escribe regularmente para el diario La Libertad de Barranquilla y es corresponsal del periódico El Satélite. Su pasión es leer y disfruta de escribir en el tiempo libre. Es empresario de la construcción y tiene inversiones en empresas del sector textil.

Más sobre su obra en los siguientes números del Suplemento de Realidades y Ficciones:

https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2014/06/ (Nº 61)

https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2021/12/ (Nº 92)

 

jaimelustgartens@yahoo.com

https://www.noalcarbonsialavida.com/

 

 

UN PACTO DE SILENCIO

Jaime Lustgarten Steckerl ©

 

En el silencio también hay sabiduría, y voces que entran fortuitamente a tu mente y aunque a veces sobren las palabras, y cuente más una sonrisa, o la delicada caricia, o un breve mensaje del corazón. Porque el amor duele si te  llenas de vacíos. Y desaparece con ese mensaje del corazón, o con la canción de Nelson Ned, de Frank Sinatra, o con Charlie Zaa, o con un pacto de amor como entre Jean Paul Sartre y madame Simone de Beauvoir. Y cuando al fin salió la luna; al mirarla, brillaron las estrellas, y tú eras una de ellas.

 

 

ODA A DON DINERITO

Jaime Lustgarten Steckerl ©

 

Dinerito, dinerito, dime: ¿por qué estás tan esquivo? Mira que te necesito, tanto. Solo tú sabes cuánto, mi querido dinerito. Cuando era tan solo un chiquito, le decía a mi papito: papi, papito lindo, dame un dinerito. Mira que voy saliendo al parque a montarme en un burrito. Ay, cómo es la vida, ahora que sos grande, te miran chiquitito, es como que te quedaste tan solo, con la cara del burrito, pero nada de nada, de don dinerito.

 

 

EL AMOR ES ASÍ

Jaime Lustgarten Steckerl ©

 

El amor es así. Solo quien te ama te lastima tanto o te hace tan feliz. El amor es como el fuego, es pasión y es compartir. El amor quema por dentro, pero también te hace vivir.

 

 

LABIOS ROJOS

Jaime Lustgarten Steckerl ©

 

Son tus labios rojos que podrían inspirarme a escribir un poema, que diga solo cosas buenas, y nos  hablen de las estrellas. Porque tienes fuerza de poema. Y son rojos, y húmedos —seducen al alma buena. Inspiran como luna llena —y  mueven  olas— y la mente, vuela.

 

 

 

HARMONIE BOTELLA CHAVES

 

(El Campello, Comunidad Valenciana / Comunitat Valenciana, España). Narradora y poeta. Profesora agregada de francés de la Escuela Oficial de Idiomas de Alicante. Profesora EOI Alicante, jefe de departamento y decana. Directora de IFLAC. Master en filología por la Universidad Toulouse Le Mirail. Licenciatura y Tesina en Filosofía y Letras por la misma universidad. Presidenta de la ONG Fibro Protesta Ya y de la asociación cultural ANUESCA.

Obras:

Ojos que no ven (Editorial Jamais), Palabras a la deriva (Editorial Club Universitario), Algunas mujeres (Celya), Y me desnudo lentamente (El Taller del Poeta), Un poeta en cada esquina * (Librería Compás), Cuentos para Rubén y Malena (El Taller del Poeta), 1939, republicanos (El Taller del Poeta), Palabras en libertad (Punto Rojo (IBD), El susurro de las dunas (Punto Rojo (IBD).

Además, numerosos artículos en periódicos, revistas literarias, culturales y educativas.

* Autoras: Harmonie Botella Chaves, Carmen Díaz Climent y Conchi Galindo. 

 

harmonie.bot@gmail.com

 @EscribeHarmonie

 

 

CÓMO LLEGUÉ A LA ESCRITURA

Harmonie Botella Chaves ©

 

Estos días me pidieron que diera una charla sobre el proceso de la escritura. No me gusta sentar cátedra y preferí hablar de los cimientos de la grafía, es decir la lectura.

Evoqué mis recuerdos de lectora precoz que me abrieron las puertas de los misterios, de las maravillas, de las aventuras.

A los cuatro o cinco años, aún no leía y los padres no contaban cuentos como ahora, descubrí asombrosas historias a través de los audiolibros. Se trataba de historias sorprendentes contadas en disco de vinillos e ilustrados en valiosos libros. Así descubrí a Blancanieves, Caperucita, Cenicienta, los Tres cerditos… y toda la fauna de los cuentos y tesoros infantiles.

Mundo fantástico que borraba la cruda realidad del frío, del cambio, de mi yo perdido en una urbe diferente.

En cuanto supe leer, arrasé con los libros de las mini bibliotecas que teníamos en cada clase e inventaba cuentos que leía a mis hermanos y compañeras de clase.

El colofón fue cuando mis padres alquilaron un apartamento en los Pirineos, apartamento que estaba en la primera planta del ayuntamiento.

En esta inmensa sala del consistorio, solo una mesa, una silla y toneladas de libros que habían pertenecido a la escuela del pueblo.

Descubrí a Jules Verne y sus mundos ficticios y a veces reales, a las hijas del Doctor Grant y la fauna y la flora pirenaica.

Esto fue el punto de partida de mi incursión en las letras. Deseo a través de la lectura de saber, descubrir nuevos horizontes, nuevas vidas, nuevas culturas.

Fui durante casi toda mi vida un ratoncito de bibliotecas leyendo, investigando bebiendo la cultura, la historia y la literatura como una persona que no podía nunca calmar la sed de conocimiento.

Y llegó un momento en que quise ser emisora o creadora de contenidos porque tenía muchos temas que compartir con mi entorno: la belleza de la naturaleza, el amor, la amistad y la protesta femenina…

Y nació la magia a partir de ese momento de ser oída y escuchada en la radio a través de mis poemas.

Pasaron muchos años con la escritura semiarrinconada por mi actividad laboral, educar a mis hijas y escribir algún que otro artículo pedagógico, tesina o memoria.

Se me olvidó la creatividad en los cajones ciegos del cerebro. Y un día frente a la desesperación, a la amargura de la vida, resurgió bajo la forma de las páginas de mi primer libro: Ojos que no ven.

El resto de la historia ya lo conocen, está en los meandros de Google o en las estanterías de su casa.

 

 

 

RUBÉN IELMINI

 

Reside en Mar del Plata (Buenos Aires), Argentina. Nació en 1947; es técnico mecánico. Trabajó en dibujo y pintura, como letrista y en dibujo humorístico (en los ‘70 colaboró en las revistas Humor, Hortensia, Rico Tipo y el diario Tiempo Argentino).

Mención especial en el Concurso de Poema ilustrado de la Ciudad de Campana. Participó en concursos de cuentos del Club de escritura Fuente Taja.

Más sobre su obra y trayectoria literaria en Suplemento de Realidades y Ficciones:

https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2019/12/ (Nº 84)

https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2020/09/ (Nº 87)

 

letrasydibujos@hotmail.com

 

 

EL CUIDACOCHES

(Entre egos y fantasmas)

Rubén Ielmini ©

 

Sinopsis:

En un estacionamiento ocurre un encuentro casual entre una mujer de un importante cargo en una empresa y un cuida coches, ambos se conocían diecinueve años antes, a medida que conversan fluyen situaciones y recuerdos que molestan a la mujer. Una llamada y un siniestro personaje harán que esos recuerdos queden marcados para siempre.

 

Un auto estacionado en la cuadra de Brown y Balcarce es abordado por su dueña. El cuidacoches se acerca a la ventanilla y cuando le va a entregar la propina...

— ¡Muchas gracias, no hace falta, es una gentileza, doctora Carvajal!

La mujer mira con sorpresa al hombre.

—Disculpe. ¿Nos conocemos de algún lado?

—Creo que sí, doctora, ¿no se acuerda de mí?

La mujer se acomoda los multifocales lo mira detenidamente, pero no recuerda haber visto ese rostro tan particular, delgado con arrugas marcadas por el tiempo.

—Soy Ricardo Acosta, doctora, trabajé en la empresa textil donde usted es jefa de personal.

—¿Acosta… Acosta? Sí, puede ser, no lo recuerdo muy bien. ¿Y en qué sector trabajaba usted?

El hombre leía en los ojos de esa mujer que estaba mintiendo, se acordaba perfectamente quién era y de por qué lo había dejado cesante.

—Sector depósito, doctora, fecha de ingreso dos de agosto de dos mil, fecha de egreso veintinueve de noviembre de dos mil diez, me acuerdo como si fuera hoy.

—¡Ah bueno, lo felicito por su buena memoria! La verdad que... le vuelvo a repetir, no lo recuerdo, pasó mucho tiempo, si me voy a acordar de…

—Dígalo, no se quede con la frase cortada. Iba a decir... “Si me voy a acordar de toda la gente que contrato y despido, sería muy larga la lista”. ¿No es así, doctora?

La mujer cambió el semblante, y presintiendo que algo no estaba bien en esa conversación, encendió el motor.

—Bueno, fue un gusto saludarlo, señor… ¿Acosta me dijo, no?

—Ricardo Acosta, doctora, ex empleado de la textil, al que acusaron injustamente de participar en un robo que no había cometido; como necesitaban un chivo expiatorio... me eligieron y el verdadero ladrón sigue en la empresa, lógicamente a quién le iban a creer, ¿a mí?, un empleado raso con diez años de antigüedad o al hijo del gerente que de noche sacaba mercadería sin declarar... —la mujer interrumpe.

— ¡Pasaron más de diez años de ese incidente, señor Acosta!... no podemos revolver asuntos viejos; usted firmó un acuerdo de partes, y tuvo una suma de dinero extra…

—¡Caramba con la doctora!… ¿Qué pasó?... se acordó de todo así, de repente, la felicito. Sí, así fue, yo quedé como un… ¿Cómo decía en el escrito? Ah sí, “Persona no confiable”. Fue un despido científicamente organizado. Así está el mundo, de un lado los que trabajamos y del otro, los que para brillar le apagan la luz a los demás... ¡Qué tarea ingrata la suya!… pero, alguien tiene que hacerlo. Me cuesta entender por qué su sector se llama recursos humanos, lo me que hicieron... fue de bajo recurso y nada humano.

—¿Ya terminó? ¿Se despachó a gusto, o tiene algo más para decirme?

—No, señora, no tengo nada más que agregar

—Entonces, ¿me puedo retirar?

—En ningún momento la retuve, señora, que siga bien y que tenga una buena vida, adiós.

Acosta retrocede y le indica que puede salir; mientras el auto se aleja, la imagen del cuidacoches queda retenida en el retrovisor y en la pupila de la conductora.

Esa noche Elena Carbajal no puede descansar, se levanta, camina por el comedor, por el living, va a la cocina, hace un té, vuelve al dormitorio se acuesta. En su mente da vueltas una y otra vez la figura del cuidacoches diciéndole...

—¡Fue un despido científicamente organizado!... ¡Qué tarea ingrata la suya!... pero alguien tiene que hacerlo... alguien tiene que hacerlo... alguien tiene que hacerlo!

Despierta sobresaltada, mira el celular, las tres de la mañana, abre el cajón de la mesa de luz y saca de un tubo unas pastillas para dormir.

Suena la alarma del celular, y despierta recostada en un sillón, no recuerda en qué momento caminó hasta el living.

Ya se encuentra rumbo al trabajo en la avenida colmada de tráfico por la hora pico, se desvía por una calle lateral, y en el cruce con Balcarce, ve nuevamente parado al cuidacoches que levanta su mano derecha saludándola muy amablemente. Elena vuelve a recordar el momento previo al despido de Ricardo Acosta, y esas frases que suenan como latigazos

—¡Me acusan injustamente... no quiero firmar... esto es una mentira... yo no robé nada... yo no hice nada!

Luego de un intenso día de entrevistas, vuelve a su oficina, abre la notebook y busca en el archivo de personal un apellido —Acosta Ricardo, Encargado de depósito, ingreso 02/08/2000, egreso 29/11/2010, “aquí está”— agenda un número fijo y llama.

—¿Hola?

—Hola, buenos días, mi nombre es Elena Carvajal, quisiera hablar con el señor Ricardo Acosta.

—¿Ricardo Acosta? ¿Por qué asunto?

—Es algo personal, ¿es usted familiar?

—Soy el hijo.

—¡Ah! mucho gusto, mire señor, ayer haciendo diligencias en el centro me encontré con su padre, tuvimos una breve conversación, me hizo un comentario que no fue de mi agrado, quisiera disculparme con él y aclararle algunos puntos, porque... yo no tuve nada que ver con lo que pasó en la textil, fui presionada por la superioridad a prescindir de su servicio…

—Señora, disculpe que la interrumpa. ¿Cuándo habló con mi padre?

—Ayer a las cuatro de la tarde en la cuadra del estacionamiento de Brown y Balcarce, él está trabajando de cuidacoches ¿no?

—Señora, creo que está en un error… mi padre falleció hace un mes, estaba internado en un geriátrico. Cuando lo despidieron buscó empleo, pero por la edad, nadie lo contrataba, hizo un par de trabajos temporarios, después tuvo un A.C.V que lo llevó a una crisis depresiva y no se pudo recuperar… ¡Hola… hola… señora ¿me escucha?

Mientras transcurre este suceso... desde otra dimensión, en una amplia sala, hay varias pantallas; un hombre bien vestido, fuma un habano; un anillo de gran topacio rojo se destaca en su mano izquierda. Está sentado frente a un escritorio, siguiendo atentamente la conversación, un golpe en la puerta interrumpe.

—¡Adelante, pase!

Mira a la persona que acaba de entrar.

—¡Ricardo Acosta!... ¿Cómo esta?...acérquese por favor.

—¿Qué tal señor? Me avisaron que quería verme... ¿Cómo está usted?

—¡Bien, muy bien... divirtiéndome con mis clientes y justo atendiendo su caso, por eso lo mandé a llamar, miré a la doctora Carvajal, sentada, sin hablar, celular en mano, de ahora en más... tiene un cargo de consciencia por el resto de su vida, le cuesta reaccionar por la noticia de la muerte de Ricardo Acosta…

El cuidacoches mira la pantalla, vuelve su vista al hombre del escritorio y le dice:

—¿No se le fue un poco la mano? ¿No se siente culpable?… digo por la situación que ha generado en esta mujer.

—¿Culpable de qué? No, Acosta para nada, yo no llamo a nadie, son ellos los que me buscan y les doy lo que me piden. Quieren arrogancia y poder... pues les doy las herramientas de arrogancia y poder, quieren riquezas... les doy riquezas; los llevo a lo más alto y ahí se quedan... solos. Ese es el pacto, mire la pantalla de la izquierda... ¿Qué ve?

—Un hombre parado en la cornisa de un edificio.

—Es un famoso empresario, este también llenó su planilla solicitando arrogancia, poder y riqueza. Cometió actos de corrupción y estafas quedándose con grandes vueltos, lo descubrieron, ya tiene una orden de detención y está a punto de suicidarse.

Vuelve su mirada a Ricardo Acosta.

—Usted en vida fue una muy buena persona y si me traía una solicitud de arrogancia poder y riqueza, seguramente se la hubiera rechazado... no reúne las condiciones, no tiene aspecto de codicia... bien merece esta revancha, vaya tranquilo, vuelva al túnel y dele mis saludos a su amigo el “de allá arriba”.

—¡Muchas gracias, señor Ego!

—¡No hay de que… señor Fantasma!

(ISBN 978-987-3657-22-1)

 

 

 

SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES

Nº 94 – Junio de 2022 – Año XIII

ISSN 2250-5385 – Edición trimestral

EX-2021-99316749- -APN-DNDA#MJ del 20/10/2021, incorporado a RL-2018-52427183-APN-DNDA#MJ, Dirección Nacional del Derecho de Autor / República Argentina

 

Propietario y director: Héctor Zabala

Av. Del Libertador 6039 (C1428ARD)

Ciudad de Buenos Aires, Argentina

zab_he@hotmail.com

http://hector-zabala.blogspot.com/

Currículo en revista Realidades y Ficciones Nº 40:

https://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com/2019/12/realidades-y-ficciones-revista.html

 

 

Colaboradores

 

Corrección general:

Noelia Natalia Barchuk Löwer

Resistencia (Chaco), Argentina

alfana79@hotmail.com

http://noelia-barchuk-literatura.blogspot.com.ar/

Currículo en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 88:

https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2020/12/suplemento-derealidades-y-ficciones-n.html

 

 

Ilustración de carátula y emblema:

Mónica Villarreal

Scottsdale (Arizona), Estados Unidos

Monterrey (Nuevo León), México

monvillarreal@hotmail.com

 @mon_villarreal

https://www.facebook.com/monvillarreal22

Currículo en revista Realidades y Ficciones Nº 17:

http://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com.ar/2014/06/

 

El listado completo de colaboraciones al Suplemento de REALIDADES Y FICCIONES se encuentra a la derecha del blog bajo el acápite ÍNDICE DE AUTORES.

 

REVISTA: http://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com/

 @RyFRevLiteraria

 

SUPLEMENTO: http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/

 @RyF_Supl_Letras

 

Las opiniones vertidas en los artículos de esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor pertinente.


“Realidades y Ficciones”
Mónica Villarreal (2014)
acrílico y óleo sobre
papel-lienzo, 30 cm x 30 cm

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