lunes, 14 de marzo de 2011




FEDERICO SANTODOMINGO 


Barranquilla (Atlántico), Colombia. Profesor de la Universidad del Atlántico, poeta y periodista.



EL TICTAC DE LAS ZAPATILLAS DE DOÑA PAU 
de Federico Santodomingo © 

Toda la vida se la pasó aspirando por un mejor puesto en la sociedad, pero pasaron ochenta y cinco años y no pudo coronar, como dicen, los traquetos. 
Extenuado de esa joda, al final de su vida, tomó una decisión ocultable, Don Eduar como le decían sus amigos y a él le encantaba que lo tratasen así, tan señorial y tan sensible, disfrutando los besitos de sus hijas, cuando le gritaban “Papi”, se enorgullecía como el pavo real, pecheando una inusitada trascendentalidad cachaca, la misma que no permitía conocer la otra cara de Eduar. 
No bien se había prendido la atmósfera de carnaval, cuando ya comenzaba a perderse los viernes del riguroso horario de su mujer. Ahora, se imponía el lujurioso llamado del timba y tambó que ya viene la rumba y sobre todo el con su tírame un limoncito que tengo la boca seca. Uy Fonseca. Hasta que llegaba el sábado de Carnaval y la misma Pau, que durante el año se la pasaba cantaleteándolo porque no tenía aspiraciones sino de chofer, lo acicalaba muy cuidadosamente para que luciera su disfraz de dama, pero de alcurnia como ella les advertía a sus vecinas sobre su origen social, del cual se reían por debajo de cuerda. Y ahí salía la cachaca al ruedo, sufriendo con la invención de su moño rubio, su falda bien planchada de verde satín para que resaltara el rojo carmesí de sus delgados labios y sus ojos azules entreabiertos. Pero el vacile estaba en el movimiento de las nalgas y el tictac de las zapatillas de Pau para darle elegancia señorial y aires de putona. 
Las hijitas aleladas lo miraban sin comprender esta metamorfosis de alguien tan serio y tan exigente con ellas. Él para contrarrestar esta actitud aseguraba que lo que recogiera con su disfraz era para salir con todas el domingo y comer donde el chino del Paseo Bolívar. Ellas no entendían y más bien gozaban su inmenso parecido ahora con su tía Cata, pero el argumento tranquilizaba a su mujer. Este era el juego. Y en el juego de la vida sólo se gana y se pierde, cantaba, el Anacobero. Pero él nunca quiso perder. No cejaba en sus ilusiones de llegar a las altas esferas como le insistía Pau quien soñaba vivir como Doña Gloria, le gritaba delante de sus hijas. La oportunidad comenzó con la adjudicación de una casa en un barrio obrero, cuya cuota inicial fue prestada por su mejor amigo. Claro que la Doña no contaba esto sino que su marido la cogió momentáneamente para pronto regresar a la calle 72, en la cual estaban arreglando la mansión donde vivían. Los continuos tragos que degeneraban en tremendas trifulcas en las cuales pegaba, gritaba y echaba a todo mundo no reafirmaban el alto origen social pregonado. Sin hablar de los abultados vales en la tienda. En fin, la gente se lo soportaba y sabían que con trago se habla mierda. Aunque al otro día saliese como todo un gentleman a pedir excusas, ya habituales con sus contertulios que iban cambiando de acuerdo a los arreglos que se hacían a la casa que enchapada tomó las dimensiones de un chalet en barrio pobre. Los vecinos se encontraban sorprendidos viendo cómo construyó un garaje que a simple vista valía más que el oxson jeep casi inútil que en otro mal negocio había comprado don Eduar. Pero Doña Pau disfrutaba aprendiendo a manejar con un pañelotón que la hacía sentir en un trono con su cabello rizado oculto y sobándose la nariz prieta para ver si se le respingaba como la dama blanca con la que soñaba y predicaba ser. 
Los vecinos por supuesto torcían los labios de la incredulidad. Así se pasaron la vida. Pregonando su estirpe de clase. Pero la vida es alegre y dura. Quien no sabía que había sido panadero en una cicla, conductor de una empresa cuando eran del estado y ascendido a oficinista. Un triunfo de Doña Pau con un cuñado quien había sido alcalde de la ciudad y escribió una verdadera historia de amor con una de sus hermanas. 
Allí en esa empresa se jubiló. Cuando esto sucede todo mundo piensa en el plácido descanso del hombre maduro. Menos para Don Eduar que tenía grandes proyectos para un futuro que sólo él vislumbraba acompañado de los arrebatos de alta clase social que tenía su mujer. 



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Nº 26 – Marzo de 2011 – Año II


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