SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 73 – Junio de 2017 – Año VIII
ISSN 2250-5385
Inscripción gratuita como LECTOR
si escribe a zab_he@hotmail.com
indicando nombre y apellido,
ciudad y país
(se le avisará cada nuevo número
trimestral).
“Flying Fishes” (Peces voladores)
Mónica Villarreal (2017)
(Acrílico sobre papel,
14" x 11")
Serie
"Flying Fishes” (Peces voladores) |
Sumario
• Haidé DAIBAN (Argentina)
• Omar Iván GARZÓN PINTO (Colombia)
• Luisa GIL (España)
• Jorge Oscar MOZZINO (Argentina)
• Anderson ESTEVAN (Brasil)
• Diana DECUNTO (Argentina)
• Ángel GAVIDIA RUIZ (Perú)
• Mario PELOCHE HERNÁNDEZ (España)
• Jorge Sergio GALLARDO PÉFAUR (Chile)
• Francisca OLMOS COMINO (España)
• Javier Antonio GALARZA (Argentina)
• Nuria de ESPINOSA (España)
HAIDÉ DAIBAN
Reside en Buenos Aires, Argentina.
Farmacéutica, ex docente de la
Facultad de Farmacia, UBA. Alumna de la escritora Syria
Poletti con la que editó Cuentos desde el
taller. Con Lucila Févola fue cofundadora de la revista literaria Tamaño
Oficio, con la que colabora desde hace veinticinco años.
Es autora de los siguientes libros:
• de poesía: Plegarias del Siglo XX, Con
el tiempo a cuestas, Los indicios.
• de cuentos: El rabdomante y otros cuentos (Isidoro Blaisten colaboró en la
supervisión para su edición), Historias
de muchos, Cuentos con sabores.
• de poemas lunfardos y letras de
tango: Todo tango, Tangos y poemas del
nuevo siglo, Algo más sobre tango.
• En edición El hombre de la máscara y otros cuentos.
• Figura en numerosas antologías de
cuentos y poesías: de Editorial Botella al Mar, en su 50º aniversario; de Gente
de Letras; de la Revista
Ronda Literaria; con escritores de Uruguay y de otros países
latinoamericanos; Promotora del Libro Argentino; Asociación Argentina Tango al
Mundo, entre otras.
• Figura en los libros avalados por
el gobierno de la Ciudad
de Buenos Aires: El tango que viene, + de 100 tangos nuevos, así como en las
siguientes obras: De tangos y tangueros,
de Aníbal Lomba, (miembro de la
Junta de Estudios Históricos de Boedo), como poeta de Boedo; Los tangos testimoniales, de Julio César
Páez (poeta letrista); La empresa y el
tango, de Bernardo Poblet (empresario); Historias
de otros tiempos y otros hombres, de Pascual Mamone, compositor de tangos
de su autoría; Prodigios, exaltaciones y
gozos, de Tomás Barna (periodista, escritor); Tango oculto, ensayos de Silvina Boggiani, 2011; La revolución del tango: la nueva edad de
oro, del periodista francés Michel Bolasell (París-Buenos Aires); El lunfardo en el habla de los argentinos,
de Marcelo Olivera; Tangos políticos,
de Javier Ocampo y Ofelia Flores, con prólogo de Susana Rinaldi; Tango Argentino, de Ricardo García
Blaya.
Intervino en dos Festivales de Tango
en Buenos Aires y fue invitada a leer en notables cafés de la ciudad: La Ideal , Tortoni, 36 Billares,
El Gato Negro, Café de García, Los Angelitos, Seddom, B.Berry, London, Homero,
El Trianón de Boedo, La Poesía ,
Bar Sur, etc.
ADENTRO DE MÍ [1]
(Letra
de tango)
Haidé
Daiban ©
Adentro
de mí
me
encuentro otra vez,
buscando,
quizá,
lo
que ya se fue.
La
paz y la lucha
adentro
de mí,
lo
oscuro y lo claro,
la
luz que perdí.
Sin
poder salir
así
estuve, así,
y
nadie entendía.
Adentro
de mí.
Un
día de sol
abrí
las ventanas,
palomas
y alondras
rondaron
ufanas,
adentro
de mí.
Ese
despertar, ese amanecer,
colmó
en un verso,
sonrisa,
universo,
adentro
de mí…
ESA COSTUMBRE TUYA [2]
(Letra
de tango, 2010)
Haidé
Daiban ©
Esa
costumbre tuya, sana y sonriente
de
crear dulces alas, manos batientes
para
asustar tristezas o así espantarlas
Hablar
luego a las flores y acariciarlas.
Esa
costumbre tierna de tirar besos,
y
festejar con mate cada mañana,
bendecir
con palabras el estar viva,
reflejar
en tus ojos, el alma mía.
Remotas
las campanas, dicen tu nombre,
tañen
tras las ventanas como una orgía.
Con
tu sonrisa-nieve, calzas el día
y
sales con tus pasos en danza breve.
Vos
sos compañera en mis pesares
y
como una guía en mis andares,
también
esa estrella que siempre brilla
sobre
el ocaso rojo de mi pasión..
Y
esa costumbre tuya, que ya es tan mía,
de
no cerrar postigos, y abrir la vida
así
atrapar gorjeos y los perfumes
y
toda pesadumbre se nos esfume.
Esa
costumbre tuya de amar sin prisa,
con
el destello claro de tu sonrisa,
esa
costumbre tuya en la alborada
rezar
viejos tangos, como plegaria.
LLUEVE, LLUEVE EN BUENOS AIRES
(Letra
de tango)
Haidé
Daiban ©
Llueve
y llueve en Buenos Aires,
hoy
espero que se lave
la
mugre que nos invade
de
mentira y corrupción.
Buenos
Aires transformada
se
me borra de mi historia
y
me envuelven en la noria
con
un sueño de ilusión.
Garúa
que moja
mis
pocas ideas.
Engendro
de gotas
con
vientos de ayer.
En
un sopor tibio
me
cubro de mantas,
con
tiempos de gloria
que
aún no olvidé.
Llueve
y llueve en Buenos Aires,
corazón
que marginado
sabe
que todo ha cambiado
siente
que mucho se hundió.
Cabalgar
sobre el asombro
sin
caer en una brecha
seguir
la senda derecha.
Buenos
Aires mi pasión…
(bies estribillo)
ESTAMOS… [3]
(Letra
de tango)
Haidé
Daiban ©
Estamos
vos y yo, amigo mío.
Estamos
frente a frente, cara a cara,
hablando
de cosas muy sutiles,
hablando
pequeñeces, casi nada.
Estamos,
una copa de por medio.
Vagando
por anécdotas pasadas
y
el humo de un cigarro nos envuelve
en
una realidad que es inventada.
Espíritu
del mundo
en
Buenos Aires,
oscura
noche abierta
a
los milagros,
y
en cada luz distingo
las
aureolas
de
espíritus, siluetas
en
cabriolas.
No
sé si el vino tiñe
la
alegría
con
pátina de gran
melancolía.
Sospecho
que todo
es
pesadilla,
en
medio del calor
del
viejo bar.
Estamos
componiendo otra historia
todas
las distancias nos abarcan.
Y
somos ya dos niños, ya dos hombres
que
llantos y sonrisas enmarañan.
Estamos
en el cruce de caminos
siguiendo
a elección la ruta dada.
En
un momento estalla un simple “ahora”
y
días, meses, años, se desmayan…
[1] El tango Adentro de mí tiene
música de Estela Bonnet, cantante y compositora.
[2] El tango Esa costumbre tuya tiene música de Pascual “Cholo” Mamone,
bandoneonista, compositor, director de orquesta, gran arreglador de Tata
Cedrón, Osvaldo Pugliese, etc.
[3] El tango Estamos… tiene
música de Liliana Vinelli.
OMAR IVÁN GARZÓN PINTO
(Bogotá, Colombia). Sus poemas han
sido publicados en antologías, revistas y periódicos de Chile, Colombia, Cuba,
México, Venezuela, España. Ha presentado su trabajo en diversos espacios y
certámenes culturales, académicos y literarios de algunas ciudades colombianas.
Desde 2008 trabaja como profesor de geografía, historia y literatura,
principalmente, en algunas instituciones educativas de Bogotá. También en esta
ciudad se desempeña como tallerista, promotor y difusor cultural de varios
colectivos artísticos y fundaciones. Es autor de Faro desnudo (2011) y Flores
para un ocaso (2013), editadas por la Liga Latinoamericana
de Artistas. En 2015, Senderos Editores le publicó Un poeta es un satélite en constante caída. Los tres libros fueron
publicados en Bogotá; hoy presentamos algunos poemas de este último libro.
EL FUEGO DA LA CONSISTENCIA
Omar
Iván Garzón Pinto ©
Hubo
un tiempo en que todo era sombra, yo también lo era.
Ella
dijo mi nombre.
Fui
palabra nueva, cuerpo deseado.
Hubo
días en que todo era adverbio sustancial hasta que llegó también el adjetivo.
Los
días acabaron y llegaron las desoladas noches
la
profunda tristeza, la efímera risa, el silencio constante…
Hay
momentos en que soy la palabra no dicha
como
este poema exiliado que el mundo no oyó
como
ese punto final que me niego a poner
y
que tal vez muchos marchantes pongan por mí
algunos
lustros arriba.
Habrá
tardes en que mi nombre será la palabra que brota del prado
cuando
la sombra del árbol sin hojas domine
sobre
el camino que esconde la huella de la niña sangrante…
De
cualquier forma, en cualquier boca, por cualquier medio
como
sonido profundo que se llevan los vientos
o
símbolo tallado que se oxida en la arena, eso soy:
La
clave cifrada que unos pocos entienden
la
placa de mármol tallada en las lenguas
que
el mundo no escucha.
Eso
soy: El jarrón agrietado que se humedeció con el llanto y se forjó entre las
bombas
la
palabra que descubre las ruinas y que perdura en el ocaso del tiempo
las
olas del mar como voces forjadas susurrando tu nombre a los hijos del viento.
Eso
soy: La patria milenaria que todas las noches agoniza que todas las mañanas se
levanta.
A Mahmud Darwish
ROQUE DALTON “GARCÍA”
Omar
Iván Garzón Pinto ©
Tengo
un país que me nace en cada herida, que me duele en todo el cuerpo.
Miro
hacia el cielo y lo reconozco en mis ojos.
Un
país que un día me abandonó
pero
que me acompaña a cada paso.
Su
recuerdo se hace cicatriz sobe mi piel.
¿Lo
podías sentir, amor, lo podías tocar cuando rozabas mis labios con tus dedos?
No,
no podías. Te pasaba lo mismo que a mí:
Estiro
mis brazos, le llamo, pero él se va.
Es
su soledad la que me pesa.
Tengo
un país que me duele en todo el cuerpo,
un
país que después de golpearme varias veces
hoy
por fin me mata.
MÁS GRANDE QUE EL RÍO ES EL HOMBRE
Omar
Iván Garzón Pinto ©
Sí,
lo sé. Llegará el momento en que mi voz no tenga asidero.
Mis
dedos flotarán a la deriva desnudando a los náufragos
y
mis huesos tratarán de hacerse luz de Luna entre los ríos.
Faltará
mi cuerpo, faltará mi sombra en el paso de las horas
pero
mis palabras ya sin carne, sin angustias, prevalecerá.
A Javier Heraud
CARTA DE AMOR A CUSCATLÁN
Omar
Iván Garzón Pinto ©
País
mío: Si algún día te acuerdas de mí
te
espero en el verso que no fue escrito
en
ese que se oculta en los dedos que no te señalan
en
ese que susurré a tus oídos y que el viento conoce
en
ese que escribe la arena en la playa y que las olas se llevan
en
ese que recitamos un día
y
que ahora se oculta en la lluvia tardía.
Te
espero, país mío, mi hijo
en
el poema donde me nombras
en
el exilio.
A la memoria de Mauricio
Vallejo
JUANA MARÍA Y SU ARENGA EN EL TIEMPO
Omar
Iván Garzón Pinto ©
La
única certeza que poseo es que mi cuerpo también es sal
y
como sal tendrá que deshacerse algún día en el silencio.
Mi
piel será la ausencia, mi hueso el rumor de la sangre que se seca.
Mi
palabra: Polvo de Luna que fragmenta balas.
El
paso del viento entre las ramas.
A Delfina Góchez
Fernández, in memoriam
UN POETA ES UN SATÉLITE EN CONSTANTE CAÍDA
Omar
Iván Garzón Pinto ©
Sé
que caeré y también sé que mi cuerpo
se
convertirá en ausencia derrotada.
Aun
así, estoy tirado en el suelo
al
reclamo irremediable de una muchedumbre
en
una plaza.
Habré
ganado entonces
porque
caí como cualquiera
pero
nunca me callé
nunca
habitó silencio en mí
menos
hoy que como última victoria
le
grito tu nombre
a
las paredes agujeradas
y
mucho menos hoy que como última conquista humedezco
mi
agitado pecho
con
el rojo de tus labios y mi garganta
con
el invisible néctar de tu lengua.
Mueren
dos veces aquellos que no dicen nada
al
momento de su siembra
y
aquellos que no pudieron caer boca arriba
para
encontrarse con tu rostro
antes
que el frío
abrazo
de la muerte en la espalda.
A Leonel Rugama
LUISA GIL
(Madrid, España, 1961). Es Ingeniera
y escribe poemas y cuentos. Ha publicado relatos en distintas antologías de
Playa de Ákaba como miembro de la Generación Subway , en Diversidad Literaria, en
Espacio Ulises, y en La Isla
del Escritor de ELDE. Publicó el poemario Silencio
en mis auriculares (Playa de Ákaba, marzo 2016) y ha colaborado con sus
poemas en varios volúmenes de Generación Subway Poesía, en Mujeres sin Edén de
Playa de Ákaba, en Tragedias Poéticas II y Luz de luna II de Diversidad
Literaria y en Almas sencillas con el poema Bidireccional,
Primer premio del II Certamen de Poesía “San Isidro Labrador” de Letras como
Espada, 2016; Primer Premio del I concurso de poesía #NiUnaMenos
#LeyDeFamiliasMonoparentales de la Concejalía Mujer e Igualdad del Ayuntamiento de
Getafe, truMASol y el Centro de poesía José Hierro, 2016. Antóloga de Refugiados
de Playa de Ákaba, julio 2016.
CINCO
POEMAS EN CINCO ACTOS
Homenaje
a Hamlet. William Shakespeare
Luisa Gil ©
ACTO PRIMERO
«(Sombra)
…y en el hueco de mi oído,
vertió la
leprífica destilación,…»
Recorre el áspid, de boca en boca,
los túneles
dejando las paredes imprimadas de
asfalto.
[Poder
Riqueza
Veneno]
Palabras concebidas por alquimistas
con pociones mezcladas bordando en
oro.
[Muerte
Influencia
Triunfo
negro]
Rompen tus días si te interpones
la capa hunde en las aguas la
mañana.
[Ya no
hay opción.
Has perdido
la vida.
Han
ganado el poder]
Todos pierden, dice la máquina
tragaperras,
desvalijada.
Hamlet. William Shakespeare
ACTO PRIMERO. ESCENA V
ACTO SEGUNDO
«(Polonio)
Vedlo ahora:
con el
anzuelo de vuestra mentira
pescáis
la capa de la verdad.»
No se crearon los caminos rectos
simas y torrentes
desvían la mirada
la cruz del sur desaparece.
Estás en
el norte
y no lo
sabes.
Atravesar el Estrecho no es tan
fácil
la vida no permanece
por un manojo de euros
solo un hilo para resistir.
Tanto
dolor
para mantener
la vida.
Argucias para olvidarte
pasada la noche
cuando ya no queda nada.
Y no
llegas nunca.
Hamlet.
William Shakespeare
ACTO
SEGUNDO. ESCENA PRIMERA.
ACTO TERCERO
«(Hamlet)
¿Qué es más levantado para el espíritu:
sufrir
los golpes y dardos de la insultante Fortuna,
o tomar
las armas contra un piélago de calamidades y,
haciéndoles
frente, acabar con ellas?»
Miradas curiosas.
Reúnen un hatillo de
angustia y sufrimiento
y empiezan a caminar.
Personajes sin guión o
tal vez solo guiados.
No dicen nada. Lloran.
Luchan.
Luchan con las armas
del estómago
entumecido y hueco,
pero valiente.
Miradas horrorizadas.
Algunos saltan del sofá
y rompen las persianas
para entender:
ni los animales se
destrozan indiferentes.
Miradas compasivas.
La guerra siempre está
al otro lado
no queremos cambiar la
placidez del arroyo
en el que bebemos. Ni
acercar un sorbo de agua
a los labios rotos.
Desde la lejanía, una mano en el corazón.
Hamlet. William Shakespeare
ACTO TERCERO. ESCENA PRIMERA.
ACTO CUARTO
«(Ofelia)
Sabemos lo que somos
pero no
sabemos lo que podemos ser.»
La rutina desconcha las paredes del
reino
por el que lucharon los titanes y tú
firmaste un día.
Las horas te arrastran y es fácil
dejarse caer
apoyado en la modorra, en las
almohadas de la siesta.
Nunca esperas que un terremoto rompa
tus pilares
pero cuando llega, ¿qué destila tu
alma? Cuando
tienes que huir amenazado entre
cascotes que cortan
tu carrera. Quién eres entonces.
Hamlet. William Shakespeare
ACTO CUARTO. ESCENA V.
ACTO QUINTO
«(Hamlet)
Vosotros, que palidecéis
y
tembláis ante esta catástrofe,
y no sois
más que personajes mudos
o simples
espectadores de esta escena,…»
Me gusta.
Acabo de poner me gusta y han muerto
cientos.
Una pantalla luminosa me hace amo
del destino.
Me gusta. Comento. Comparto.
Tres palabras para explicar la vida.
Me siguen mil, lo he conseguido: mil
miradas sobre mí para jugar al teléfono escacharrado.
La vida es cruel. Comenta.
La gente sufre. Comparte.
Hamlet.
William
Shakespeare
ACTO QUINTO. ESCENA II.
EL
REMOLINO
Luisa Gil ©
Hay quien nace con un remolino en el
flequillo y esto ha de marcar su sino de por vida. El gesto de retirarlo de la
cara cuando está crecido, el tipo de corte de pelo y la colocación de la raya o
el hecho de eliminarla, seguirá inevitablemente los designios marcados por el
intransigente remolino. Pocas cosas hay en el físico de una persona que
permanezcan obstinadamente en el tiempo a pesar de los cambios de modas y de la
madurez del individuo y que doten de tanta impronta a su poseedor como un
remolino.
Nunca veremos a dicho personaje que
aparezca un día con un nuevo corte de raya en medio y dos mechones lacios
cayendo a ambos lados de la cara, por muy impuesto por la moda que esté. Y no
le escucharemos decir: «he ido a mi peluquero y me ha recomendado un cambio de
imagen, así que me he desprendido del remolino» como si de un infantil
flequillo se tratara. El giro levógiro o dextrógiro del mechón será inherente a
la personalidad del sujeto hasta que terminen sus días o le sorprenda una
traicionera alopecia.
Y siendo consecuente con su marcada
tendencia, modulará el discurso ante sus amistades y colegas, jactándose de la
inevitabilidad de su posición y su razón, justificada por el imperativo de un
mechón de pelo indómito e indomable. Qué se le va a hacer. No se puede cambiar
así como así a una persona y su coyuntura. De este modo se posicionará en la
sociedad y en la profesión y defenderá los principios de forma vehemente por el
mor de un mechón.
Sus acciones, aunque aparezcan
injustificables a los ojos de sus vecinos, merecerán la explicación de la
inherencia de su condición capilar. Y así encaminará sus pasos y su futuro, con
la seguridad de un aval de nacimiento que le justificará de por vida. Y
sintiéndose tan seguro y enardecido por la elegancia de la creencia, expandirá
sus razones manipulando poco a poco a los que le rodean y, con el tiempo, a
toda la población, consiguiendo que le imiten y coloquen del mismo modo sus
flequillos aunque los tengan que engominar para conseguir el efecto
contranatural requerido.
Un día tomarán consciencia de lo que
une una característica tan similar y lo felices que se sienten formando parte
de un grupo, de una tribu, con marca distintiva de pertenencia y comenzarán a
distinguirse y a distanciarse de los que no son portadores de tan meritorio
baluarte. Y ay entonces de aquellos que sean diferentes o se encuentren en el
otro lado de la moda, porque serán el objeto de las iras y del desprecio y
serán considerados inferiores y despreciables.
Y solo por mor de un tozudo remolino
indisciplinado e inamovible.
Luisa Gil ©
No duerme. Cuando se acerca la noche
y se oscurece la ventana, su mente busca el sentido de lo que le traerá el día
cuando despierte. Pero está soñando, o tal vez no. Dentro de la oscuridad se le
revela el secreto de sus deseos, de la búsqueda real, del trote descontrolado.
Bocetos de imágenes parciales e inconexas, determinados por la bruma, entre las
sábanas. Cuando el insomnio se aleja, comienza la mañana.
Antes de saborear el café
obligado, busca las letras que componen el día. Abre el costurero, escoge los
hilos de colores y comienza a bordar versos que la representen, que vayan por
delante de ella iluminando el camino, para llegar a donde le lleva la vida. Se
deja caer en el serijo, agotada, mientras rebusca entre los alfileres que
escaparon de la caja que los guardaba y ahora hieren sus sentidos. Su mano se
aparta, dolorida. Añora las horas de la placidez oscura, del descanso buscado,
del silencio tras los cortinajes que ocultan la ciudad.
Es el momento en que
cree oír un llanto
desconsolado. Su pecho
se llena del néctar
de la vida.
En su garganta se inicia una nana
dulce que apenas roza sus labios.
Sus ojos inundados le
impiden ver, ¿dónde está?, estaba cerca pero no le ve. Se frota con la manga
para limpiar la mirada pero solo consigue extender una mancha negra por los
párpados. Escuecen los ojos.
Escucha con atención.
Ya no oye nada.
Ahora la mirada le devuelve la
realidad que ocultaban las lágrimas: una cuna vacía.
Todos los alfileres se
han clavado en sus
pechos, en su vientre.
Tumbada en el suelo,
duerme.
Gime, llora, calla,
grita. Le despierta un grito.
Su grito.
Se levanta dolorida y deja caer su
mirada a través de la ventana cuatro pisos hasta chocar con el asfalto. No
siente el golpe, no siente nada. La medicación corre por sus venas cambiando su
entorno, diluyendo en su camino lo que queda de ella.
Su mente desarmada y sus
extremidades amoratadas por las cinchas la mantienen recluida. Todo está
oscuro. Pero ella sabe que todo es blanco: la cama, las sábanas, los muebles,
las vendas…
Oye una luz que le
apacigua. Sigue un túnel
que la impulsa a
correr, esperanzada.
Vuela.
Un celador con guantes
azules recoge las sábanas y las echa en
un cubo, dentro de una
bolsa de plástico azul.
Otro celador retira la
cama.
JORGE OSCAR MOZZINO
Nació en Buenos Aires, Argentina, el
9/2/1947. Vive desde 1999 en Bella Vista, Provincia de Buenos Aires, con su
esposa Olga y sus hijos Jorge y Oscar.
Ha sido seleccionado para integrar
varias antologías. Dos de estas últimas son las dirigidas por la escritora Olga
Beatriz Benditto, Cuentos en Jitanjáfora
(2015) y Susurros de cielo e infierno
(2017). De estas hemos extractado cuentos para esta edición
Más datos sobre su biografía y
trayectoria literaria, así como más de sus obras, en estos números del Suplemento
de Realidades y Ficciones:
EL
TEOREMA DE PITÁGORAS [1]
Jorge Oscar Mozzino ©
Con Juan y Esteban hicimos toda la
primaria juntos. Vivíamos en la misma cuadra. Todas las mañanas la calle se
vestía de guardapolvos blancos y un desfile se dirigía hasta la escuela Nº 3.
Eran cuatro cuadras de tierra, sin tráfico alguno, donde la única atracción era
saltar un charco de agua o patear alguna piedra a la zanja.
Juan era muy estudioso, todos los
años el mejor del grado. En su casa había una disciplina muy rígida. Llegar de
la escuela, almorzar, ayudar a la mamá a limpiar, hacer los deberes y recién
después, a jugar. No había excepción. Hoy día pienso que no era buen alumno
solo por la exigencia familiar, sino que alguna capacidad innata, superior a
los demás, debía de tener.
Esteban, en cambio, no destacaba en
nada. Como yo. Era uno más. Le costaba entender, principalmente matemáticas.
Las veces que, volviendo de escuela, Juan le explicaba fórmulas y cálculos, yo
también escuchaba, y ponía cara de entender, aunque en realidad tenía una
confusión terrible. ¡Uh! Cuando nos explicaba temas de geometría se agachaba y
en la tierra, con un palito, nos dibujaba ángulos, triángulos y no sé cuántas
cosas más. ¡Con que entusiasmo explicaba! ¡Y Esteban y yo, qué poco entendíamos!
Me acuerdo una vez que nos habían
enseñado el teorema de Pitágoras. Digo enseñado porque creo que esa fue la
intención, pero yo no había aprendido nada. Después de la explicación, la
maestra nos dio unos ejercicios que teníamos que llevar resueltos al día
siguiente. Hasta hoy día no entiendo para qué servía eso. Palabras como
triángulo rectángulo, cateto, hipotenusa, no tenían para mí el menor sentido. Y
consideraba, y sigo considerando, que era todo una invención de gente que se
cree que porque piensa, sabe más que los demás y por eso desafía a los otros
con estas fantasías.
Qué manera fácil de vivir. ¡Si
trabajaran como yo, no tendrían tiempo para estas pavadas!
Ese día volvimos de la escuela
caminando rápido porque Juan tenía que ir con su mamá a visitar a una tía
internada en un hospital de Capital. En esa época en el barrio no teníamos
autos, así que había que caminar cinco cuadras hasta la estación, tren a
Retiro, y de ahí colectivo. Pero las familias se visitaban más que hoy día, y
todo en transporte público.
¡Cuánto hubiera querido yo que ese
día Esteban le preguntara a Juan por el teorema!
Al día siguiente iba yo a la escuela
pensando qué hacer si la maestra me hacia pasar al frente para resolver los
problemas. Por suerte era en la última hora.
Llega el primer recreo y la maestra
autoriza a Juan a quedarse en el aula porque tiene tos. A mí no me pareció que
fuera para tanto, ¡pero bueno!
Una oportunidad perdida, pensé yo.
En la segunda hora de clase,
desesperado, le pido a Juan que me ayude a resolver los ejercicios. La maestra
me ve, y como penitencia no me deja salir en el segundo recreo.
Solo en el aula, se me ocurre la
salvación. Voy al pupitre de Juan, abro su cuaderno, busco los ejercicios, y
copio las soluciones en el mío. ¡Qué alivio que sentí!
Como era mi temor, la maestra me
llama al frente. Paso con el cuaderno y desarrollo las soluciones. Para mi
sorpresa la maestra me dice que está todo mal. ¡Qué no entendí nada!
Qué no entendí, tenía razón. ¡Pero
que estuviera todo mal! ¡Si me había copiado del cuaderno de Juan, y él sí que
entendía!
Avergonzado, volví a mi banco. Con
cara de reproche lo miré a Juan. Sentí una gran decepción. ¡Cómo podía ser que
Juan, el mejor alumno, hiciera todo mal?
Hasta me dieron ganas de decirle a la maestra: ¡Mire que los hizo Juan, eh!
En el camino a casa no toqué el
tema, y Juan tampoco, quizá para no incomodarme.
Pasaron los años. Un día que nos
encontramos de casualidad en Ia estación Retiro, le pregunté: Juan, ¿te acordás
del teorema de Pitágoras? ¿De los ejercicios que nos dieron? ¿Todavía no
entiendo cómo me fue tan mal si yo me copié de tu cuaderno en el recreo?
Uh, si me acuerdo. ¿Sabés que pasó?
Como fui a ver a mi tía, no tuve tiempo de estudiar y hacer los ejercicios.
Entonces se me ocurrió toser un poco para que la maestra me deje en el aula
durante el recreo y agarré el cuaderno de Esteban...
Jorge Oscar Mozzino ©
Se despidió de su madre entre
lágrimas y recomendaciones. Era la primera vez que se iba del pueblo, si se le
podía llamar así a esas chozas desparramadas en el medio de la montaña.
Caminó un par de horas por los
cerros poblados de cabras, hasta llegar a la ruta. Ahí un colectivo lo llevó
hasta la ciudad. Había anochecido y se maravilló con las luces en las calles.
Sintió que le daban la bienvenida. Tan distinto a su pueblo, donde las velas o
algún farol eran los únicos medios de penetrar la inmensa oscuridad.
Encontró la dirección. Lo llevaron a
la pieza del fondo. Solo un catre y una silla vestían la habitación. Una
lamparita desnuda irradiaba rayos que a él le recordaron al sol. Se preguntó
qué hacer. Tendría que convivir con ese artefacto. En las montañas se protegía
de la insolación con un sombrero de alas anchas.
Había traído un gorro. Se lo puso. Se
acostó. No podía conciliar el sueño. La luz de la lámpara lo encandilaba. Se
tapó los ojos con un brazo y se quedó dormido.
A la mañana salió a buscar trabajo.
En una esquina lo sorprendieron unas luces que cambiaban de colores: verde,
amarillo, rojo, verde... En el campo él agitaba un trapo rojo para arrear a las
cabras. ¿Sería esto para arrear a la gente?
Un enorme cartel luminoso también le
llamó la atención. Las letras aparecían y se borraban continuamente. Aunque no
sabía leer, le recordó el pizarrón de la escuela a la que había ido unos meses.
Pero, ¿quién escribía? Y la tiza, ¿dónde estaba?
Volvió a la pensión. Le dijeron que
apagara la luz cuando se iba. Estuvo a punto de preguntar como había que hacer,
pero no se animó.
Cuando llegó a su pieza, la luz
estaba apagada. Suspiró aliviado.
[2] Este cuento figura en la antología Susurros de cielo e infierno (Buenos
Aires, Dunken, 2017).
CUIDEMOS
A PAPÁ
[2]
Jorge Oscar Mozzino ©
Para Juan la vida transcurría dentro
de la rutina que le imponían sus setenta y ocho años. Si bien no tenía apremios
económicos, siempre comentaba su deseo de tener más dinero para poder vivir sin
privaciones sus últimos años. Toda una vida de trabajo se reducían ahora a
hacer los mandados y atender la huerta en el fondo de la casa.
Siempre había tenido debilidad por
el juego. Durante muchos años había apostado a la quiniela, carreras de
caballo, lotería y en sus escapadas a la costa tenía asistencia perfecta al
casino.
Desde que tuvo ese preinfarto hacía
cuatro años, le habían prohibido todo tipo de apuestas. El Dr. Castro había
sido muy claro con él. “Don Juan, hemos tenido suerte esta vez. Evitemos todo
tipo de emociones fuertes. Olvídese del juego. Tomemos rigurosamente la
medicación, y hagamos los controles periódicos”.
Él confiaba mucho en el Dr. Castro.
Eran de la misma edad y se habían criado en el mismo barrio. Charlaban
largamente recordando hechos pasados. El doctor lo trataba amistosamente, pero
don Juan mantenía la distancia y el respeto que le debía a su condición de
médico. Siempre se despedía prometiendo que iba a tomar rigurosamente los
remedios.
¡Tomar los remedios! No era esto el
simple acto individual de poner las gotitas en un vaso de agua o tragar el cóctel
de píldoras recetadas. ¡No! Su esposa controlaba rigurosamente la ingesta y su
hija llamaba permanentemente recordando el cronograma.
Entre las dos habían creado un
microclima donde le ocultaban a Juan todo lo que, según ellas, pudiera alterar
la tranquilidad que debía tener para prolongar su vida.
Uno de los secretos mejor guardados
era que su hija, a escondidas, seguía comprando todas las semanas un billete de
lotería que había seguido su padre por muchos años.
Grande fue su sorpresa cuando se
enteró que ese número había ganado el premio mayor. Corrió a decírselo a su
madre. Una inmensa alegría las invadió a las dos. Luego, una duda cruel las
amenazó. ¡Cómo decírselo a papá! Ya lo había advertido el médico. Cualquier
shock emocional podía poner en peligro su vida.
Corrieron a consultarle al Dr. Castro.
Acordaron en que dentro del cóctel
de remedios, le darían un tranquilizante. Luego lo llevarían al consultorio y
el Dr. Castro se encargaría de comunicarle la novedad.
Conversaron largamente sobre el
barrio, donde iban a bailar, los cafés, los partidos de truco. Hasta que el Dr.
Castro, con el aplomo que da toda una vida dedicada a tratar con enfermos,
comentó, con un guiño a la esposa y a la hija: “Y don Juan, mire si hubiera
seguido jugando a la lotería... ¡y se saca el primer premio! ¿Qué haría con
tanto dinero?“ “¡Le daría la mitad a usted, doctor!”, fue la segura respuesta
de don Juan.
Fue demasiado para el Dr. Castro. Un
fulminante ataque cardíaco acabó con su vida.
[1] Estos cuentos figuran en la
antología Susurros de cielo e infierno
(Buenos Aires, Dunken, 2017).
[2] Este cuento figura en la antología Cuentos en Jitanjáfora (Buenos Aires,
Dunken, 2015).
ANDERSON ESTEVAN
Poeta brasileño, 29 años, de la
ciudad de San Pablo. Es además periodista y trabaja en la actualidad en
relaciones públicas. Tiene un libro publicado en 2013, Los colores primarios. Le gustan mucho los poemas de Olavo Bilac,
Carlos Drummond de Andrade y Ferrera Gullar. Según el propio autor, esos son
los poetas que más influyen en su trabajo.
PARA QUE USTED NO SE OLVIDE
Estevan
Anderson ©
Tengo
que decirle
es
importante que usted no se olvide
que
todo lo que está ahí fuera
se
disuelve a la velocidad
de
una tormenta en el mar
Llueve
afuera
y
yo soy la tormenta que erosiona
El
vapor que fluye a través de las ventanas
Su
autobús en pleno: el Lunes
Soy
el Lunes
y
también el agente que deconstruye
el
ozono sobre su cabeza
Soy
la molécula de nube que le persigue en su camino al trabajo
Vertiendo
el agua y el hielo para que no se olvide
que
nada le hará olvidar
y
también que usted sepa
lo
que está a punto de terminar
Hay
una tormenta
Y
esté segura que esa tormenta soy yo
que
arrastra el coche hacia las corrientes
y
que lleva las ratas a su cuarto de baño
porque
soy las ratas
No
se olvide
mi
voz resonando por los confines de la noche
y
mi mente confundida
Mis
pálidos dedos tocando su piel suave
Porque
soy el frío
y
la hierba que acoge a sus pies
mientras
que todas las superficies están húmedas
Me
mezclo a la inundación que acompaña la vereda
para
que pueda ser el charco que moja su vestido
Estoy
en cada una de las fibras del algodón que lo componen
llevado
por muchachos chinos en plena Navidad
Es
posible que no se sorprenda, pero yo soy también la Navidad
y
el aburrimiento que le abraza mientras Santa Claus no llega
Mientras
yo no llego
para
que todo no termine en una fiesta de carnaval
Como
un concepto absoluto
una
regla impuesta por el espacio
A
medida que el chasquido de la llovizna, como la noche,
se
expande y usted descansa
y
yo, perdido en las brumas del sueño,
siento
y sé
Soy
su pesadilla perfecta
AMOROSO
Anderson
Estevan ©
Cada
vez que me miras
con
esos ojos vivaces, castaños
fugaces,
dispersos, taciturnos
que
no dicen sí ni no
Ojos
que me traen esperanza, miedo
mirándome
envueltos en reticencias
me
estremezco
Cada
vez que nos encontramos
aunque
sin querer, sin razón
Ciegos
de tanto cielo, tanto mar
tanta
oscuridad
Distraídos
en pensamientos vanos
Ah,
mujer, yo percibo
que
incluso sin habernos tocado nunca
en
esta intensa amalgama de sentidos y razones
que
nunca tuve, te he visto entre las
esquinas,
callejones, paseos
aunque
no sabía tu nombre
Ah,
cómo te amo mujer...
DIANA DECUNTO
Argentina (nacida en Uruguay) y
residente en la ciudad de Buenos Aires. Colabora con algunas páginas literarias
en la web. Posee varias obras sin editar. Ha realizado cursos de arte,
incluyendo teatro. Varias de sus obras fueron publicadas en páginas literarias
de Internet.
Conduce programas radiales en los
que difunde literatura a través de textos e entrevistando a escritores.
Actualmente es columnista en “La Feria Fantasma ” y conductora del programa
“Consignas de radio”, ambos en radio Lexia (www.radiolexia.com.ar). En 2016 fue
columnista junto a Alicia Zabala del programa “Literatura y Plus” en la radio
FM Tribunales (https://www.facebook.com/LiteraturayPlus/)
Licenciada en sistema por la Universidad Católica
de Salta, especializada en sistemas bancarios.
Más sobre su biografía y obras en estos
Suplementos:
Consignas de radio:
Entrevistas culturales:
TRES
MICRORELATOS EN PASCUA
Diana Decunto ©
PENUMBRAS
Mucho frío, el viento no estaba
invitado. Oscuridad. En mi mano, una vela. No es fácil encontrar lo que
necesitamos: un fósforo. A tientas, en la alacena, había uno. Prendimos la
vela. Éramos felices. Una ráfaga de viento la apagó. Olvidamos cómo haríamos
para que la felicidad no se escapara.
INCENDIO
Lloraba al leer la última carta: “el
amor se hizo cenizas”. Juntó las cartas y las guardó en un cofre. Al día
siguiente, no paraba de reír, estaba loca. El pueblo pensó: no es para menos se
incendió su casa, se quedó sin nada. Ella era feliz, las cartas tenían razón,
el amor se había hecho cenizas.
AYUDA
Me pidió ayuda. Extendí mi mano y la
tomó. Gemía. Con mis fuerzas exhaustas traté de sacarlo. Él con su fuerza a su
abismo me atraía. Le grité, si pides mi ayuda, tiremos juntos para el mismo
lado. Me dijo no puedo, cuando caiga, no quiero estar solo, quiero compañía.
Solté mi mano.
HISTORIAS
DE RUTAS
Diana Decunto ©
El sol está en su cenit. Chusquiita
y su camión con acoplado, recorriendo caminos, por más de treinta años. Su ruta
preferida es la 40, la cual conoce más que la palma de su mano.
Todo lo que gana Chusquiita lo
destina a sus nietos, en su peña en Tilcara, en obsequios para su esposa. Nunca
entendió el sentido del ahorro. Porque siempre salió airoso aunque su familia
pasó por momentos muy apretados.
Chusquiita viene cantando por la
ruta, escuchando la radio, música del altiplano, esa misma música con la que
fue creciendo.
No es fácil manejar el camión,
cuando la cuesta es muy empinada, porque lleva una carga muy pesada. Chusquiita
es un camionero prudente en la ruta. Le han prometido buena plata si llega con
la carga para antes de la noche. Son más de novecientos kilómetros y debe
manejar como diez horas.
Ninguno de sus hijos pudo
acompañarlo. Chusquiita se queja, porque dice que las nuevas generaciones están
en otra.
Chusquiita necesita la plata porque
se avecina el carnaval, quiere festejar uno de los mejores carnavales
tilcareños. La alegría cuesta. Para poder cumplir con la entrega ha tomado un
atajo, no conocido, salvo por aquellos oriundos de la zona.
El motor sobrecalienta. Chusquiita
conoce las intimidades de esa máquina. Se ha parado en la banquina, empezó a
salir humo del motor del camión, como si fuera una chimenea encendida.
Cuando el humo se disipó, Chusquiita
abrió el motor del camión. Se sumergió en esa intricada masa mecánica; cuando
sacó su cabeza del motor, tiró un escupitajo al piso, y como podía secaba el
sudor que corría por su espalda.
El radiador se había roto. El charco
de agua en el piso lo delataba. Buscó el celular para pedir asistencia
mecánica. El celular no tenía señal.
Fue al acoplado a buscar el bidón de
agua. Apenas llenó el radiador con agua, el charco en el suelo aumentaba.
Era el mediodía, en plena puna. No
pasaba nadie por la ruta. Un camino desolado de muchas curvas, cuestas y
bajadas. A las empresas de celulares no les había interesado cubrir los
recovecos misteriosos de las rutas.
Chusquiita regresó a la cabina del
camión. Se secó el sudor de la frente. Sació su sed recién cuando llegó al
final de la botella. Apagó la radio, era mejor escuchar el silencio de la
montaña.
Dormitaba, esperando a algún
compadre que pasara. Se despertó de golpe con la boca seca, empapado en sudor.
Recordó que al costado del camión había dejado el bidón de agua. Se bajó
desesperado y lo descargó en su cabeza para refrescar su cuerpo. Al agua
caliente la sintió como una bendición.ÁNGEL GAVIDIA RUIZ
Nació en Mollebamba, Santiago de
Chuco, Perú, en 1953. Estudió medicina humana en la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos y hoy se desempeña como medico internista en el Hospital
Belén de Trujillo y como docente en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional
de Trujillo, ciudad donde reside. Ha publicado cuatro libros de poemas (La soledad y otros paisajes, Un gallinazo
volando en la penumbra, Fuera de valija y El centro de la tierra), cuatro en prosa, tres de cuentos (Aquellos pájaros, La cita y otras ausencias
y Los días y el viento) y otro de difícil clasificación (El molino de penca). Ha escrito,
asímismo, dos ensayos: “El cólera en la
ficción de García Márquez” y “Ribeyro
y Santiago de Chuco”. Tiene un par de libros inéditos y ha formado parte de
los grupos literarios “Raíz Cúbica” de Cajamarca y “Greda” de Trujillo.
CUANDO EL
LOBO DE AQUEL SANTO DE ASÍS ME DIO POSADA
Ángel Gavidia Ruiz ©
Cuando el lobo de aquel Santo de
Asís me dio posada
y vi cómo abrigaba de tremenda
ternura su guarida,
y cuando el cactus me dio su corazón
de planta buena y me dijo: “Perdón por mis espinas… de pura soledad fueron creciendo”,
y cuando la tierra árida se puso
alegre al verme y a manos llenas me dio de su esperanza,
¡qué ganas de llorar… qué ganas!
PARA
LLEGAR A MAYA
Ángel Gavidia Ruiz ©
Para llegar a Maya
hay que oler en el viento su
presencia, estar atento,
descubrir sobre el trébol su pisada,
entonces
enrumbar hacia el norte velozmente
con la mirada alerta
en todo lo que sueñe o cante o ría:
¡Divisarla!
Ir dejando la ropa en el camino,
desnudarse de todo hasta ser bueno, y llegar mansamente
hasta rozarla apenas… como el viento
¡Maya!
Y ya no decir más,
dejar que las bandadas se alboroten,
que los trigos expriman su dulzura, dejar correr lo tuyo por su sangre como
locos venados por la pampa. Dejar… que Maya sabe,
sobre el trébol en flor o entre los
cedros,
Maya sabe querer como la tierra.
APUNTE A
LÁPIZ
Ángel Gavidia Ruiz ©
Simplemente
la imagen de un hombre
construido de esperas.
DUNAS
Ángel Gavidia Ruiz ©
El laborioso viento
junta sin tregua
su mies de arena.
LAS
GAVIOTAS
Ángel Gavidia Ruiz ©
Las gaviotas,
cometas grises
de niños huérfanos.
EN LA ESQUINA DE UN PARQUE ÉL
ESPERA
Ángel Gavidia Ruiz ©
Él o el tiempo, una cuerda
que, a modo de infinitas
golondrinas,
va poblando el silencio.
EL
REENCUENTRO [1]
Ángel Gavidia Ruiz ©
Yo no sé cómo te enteraste que
estaba aquí y, sobre todo, cómo has venido a verme si hace más de cinco años
que estás muerto. ¿Recuerdas? Aquella tarde corríamos los dos: yo robé una
empanada y tú, un churro de a sol. Sonó un balazo y ahí nomás quedaste, en
medio de un charco como este, pero rodeado de gente. No como yo, ahora,
solitario, si no fuera por ti, que has venido a verme, Chisco querido.
Y tú me preguntarás qué mierda hago
aquí, en este infierno de hojas y zancudos, yo que debería estar a estas horas
gorreando unos cigarros en la tienda del chino, mientras hago el ambiente para
cuando llegue a casa y mi madrastra me tire las sobras de comida en la cara o
mi viejo me busque la bronca por las puras alverjas, solo por joder.
Así pasó hace un mes. Me pegaron por
mi vieja que ni siquiera conocí; porque había nacido; porque no me morí cuando,
en el Hospital del Niño, me sacaron pus de los pulmones; creo que me pegaron
para que me largara de una buena vez. Y me largué, carajo.
Tú siempre fuiste más valiente que
yo, la calle te calzaba mejor. Pero yo no, Chisco. Recordaba los ojos llorosos
de mi hermano y quería volver. Pero no solo me habían molido los huesos, me
habían escupido al corazón, y así no podía regresar.
La tele hablaba de la guerra y de lo
bienvenidos que eran los voluntarios y, aunque no tenía la edad suficiente, me
enrolé y me fui a la frontera.
Como verás aquí todo es diferente.
Todo. La tierra es otra tierra, y hasta el sol, que apenas atraviesa los
árboles, es otro. Solo la sangre es igual en la costa y en la selva.
Íbamos once por una trocha recién
dejada por el enemigo. Las raíces me ponían más cabes que el Zurdo cuando le
quitaba la pelota. El barro me sujetaba fuerte de las botas. Los treinta kilos
que llevaba a la espalda, sin contar el fusil, parecían sesenta con la lluvia.
Me fui quedando atrás. Creo que me perdí. Después, chapoteando entre el barro y
la maleza, escuché una explosión más fuerte que el balazo que te tumbó esa
tarde. Y todo oscureció.
Ahora que he despertado te veo aquí,
acompañándome. Mirándome sin decir nada. Sentado en una rama como si fueras
mono. Sabes, Chisco, nunca pensé que sin piernas me sentiría más liviano;
tanto, que me darían ganas de echar unas chalacas como cuando les ganamos a los
“Bravos del Rímac” jugándoles en su propia cancha. Pero así es, Chisquito: sin
piernas, en medio de este charco rojo que ha comenzado a llenarse de hormigas,
me dan ganas de correr y hasta de volar al árbol tierno donde te has subido
para espantar los buitres que me aguaitan relamiéndose el pico.
CHATO [2]
Ángel Gavidia Ruiz ©
Me he quedado sin habla, compadre.
No sé qué decir y menos qué hacer. Puta, tú, el más valiente, el más habilidoso
con la chaira, el pata que no le tiene miedo ni a la vida ni a la muerte ¿así?
¡No me jodas! Se me han quitado de golpe todos los alcoholes, cuñao. Pero,
igual, no sé qué decir, qué hacer. Me dan ganas de coger todas mis chivas y
salirme corriendo. Pero, carajo, soy tu amigo ¿no? Y los amigos son amigos en
las buenas y en las malas. Y yo también he sufrido. También los que me criaron
me molieron a palos por las santas huevas. Pero nací hombre. Qué mierda, nací
hombre y, así como la carne es para los leones, el hombre es para el
sufrimiento. ¿Pero la mujer, cuñao? También, y, quien sabe, la mujer, más. Pero
lo hiciste bien, cuñao. Muy bien. Eres el mejor cargador de La Parada. Chupas como
vikingo y haces enterrar el pico a todos los guayacoleros fanfarrones que nos
quieren atarantar. Te agarras a golpes con cualquiera. Y hasta los maricas te
echan ojo para que los acompañes. Chucha, yo decía: “Si siendo chato, este
huevón, es tan bueno, cómo sería con la talla del ‘Chimbotano’, carajo”. Porque
te he visto pelear y cargar seis arrobas de trigo como si nada y arrastrar tu
carretilla, más cargada que camión ajeno, con la fuerza de tres cholos trejos.
Pero ahora que estamos a solas en tu choza de esteras, echados en la tarima
como dos compañeros, con la luz de esta velita que se está acabando, resulta
que te sacas la faja que aplastaba tus pechos, te quitas los trapos que disimulaban
tus caderas y eres una mujer, carajo, una mujer hecha y derecha, y yo aquí,
frente a ti, tartamudeando, mientras te escucho decir que la primera pelea fue
con tu padrastro, la segunda con el patrón de tu madre y que no hizo falta más
para que comprendieras que no había salida: o te volvías hombre o eras puta. Y
aquí estás, carajo, llorando como los hombres machos que no lloran. Como las
hembras buenas que nunca he conocido. Me has jodido, pata.
[1] Del libro de cuentos Aquellos pájaros.
[2] Del libro de cuentos La cita y otras ausencias.
MARIO PELOCHE HERNÁNDEZ
Nació en 1975 en Cádiz, España,
aunque ha pasado casi toda su vida en Cáceres. Reside en Fuente de Cantos
(Badajoz). Es licenciado en ciencias biológicas por la Universidad de
Extremadura. Posee un master en Gestión Medioambiental. A finales de 2013
publicó con la editorial madrileña Atlantis su primera novela, Hécate, que aúna el suspenso, la
mitología y la ciencia ficción. A finales de 2014 publicó el relato Apnea, en la antología Golpe a la violencia de género, de la
misma editorial. Ha publicado el relato El
beso en la revista de literatura y creación Norbania. Actualmente se
encuentra ultimando su segunda novela.
TRANSICIONES
Mario Peloche Hernández ©
I
Nacido fuera de este mundo
parido para no ser de nadie
ni mío.
Nativo de la insignificancia
mayúscula
insomne esclavo del desatino.
Espirales traza mi vida
con destino a ningún sitio.
Vuelvo al centro de mi adentro
vuelvo al lugar del que nunca me he
ido.
II
Me ahogo.
Entre dos mundos me debato.
La profundidad insondable,
pretérito acechante que reclama
las deudas en salitre.
El cielo promete un futuro
que yo no aprehendo;
el Sol, anhelo que destella
para juzgarme insolvente.
Me ahogo.
III
Golpes.
Tambores.
Latidos monocordes.
Golpes.
Tambores.
Profetas inmisericordes.
Golpes.
Tambores.
Mi conciencia se desgrana.
Los días de mi vida,
el pulso de mi alma.
Golpes.
Tambores.
La nada se amalgama.
La soledad, mártir de mí mismo,
resonando me agasaja.
Golpes.
Tambores.
IV
HOMBRE DE ARENA
Yermo. Desierto. Desolado.
Arena hasta donde alcanza la vista.
Clepsidra que bombea arena por mis
venas,
que agosta mis campos, seca mis
pulmones,
que no entiende de sentimientos pero
sí de omisiones.
Mi horizonte es arena,
un final donde tú empiezas,
un camino de huellas borradas que se
alejan.
Desierto. Yermo. Desolado.
Arena que satura el aire.
El Sol exhala en mi adentro,
golem con tendones de piedra,
mejillas surcadas de plata,
simún en el alma y en el aliento.
Mi noche es la llamarada oscura de
tu pelo,
una cuchillada de refulgente
obsidiana,
el rostro pálido y enjuto del miedo.
Desolado. Desierto. Yermo.
JORGE GALLARDO PÉFAUR
Nació en Ovalle, Chile (1950). Vive
en Santiago. Su nombre completo es Jorge Sergio Gallardo Péfaur. Autor del
libro Colo Colo de las Revueltas y otros
relatos (inédito, registro propiedad intelectual N° 249451). Fundador y
editor del sitio web Luis Emilio Recabarren.
COPO DE
NIEVE
Jorge Gallardo Péfaur ©
El río bajaba serpenteando por las
laderas de los cerros, en un verdadero carnaval de sonidos, hasta llegar al
valle que generosamente recibía sus aguas, y que permitían que los lugareños
pudieran desarrollar sus faenas agrícolas. Distintos caseríos se podían
encontrar a lo largo del valle, todos ellos unidos por un frágil y angosto
camino de tierra, el cual concedía a los campesinos sacar sus productos hacia
la ciudad, las plantaciones de paltos, papas, frutales y hortalizas era su
mayor fuente de ingresos.
Ese día Pedro se levantó como
siempre al clarear el día, tenía harto de qué preocuparse, estaba un poco
inquieto por su plantación de papas. Esta estaba mostrando rastros de tener una
plaga, e igual los pimentones. Había encontrado marchitas algunas matas recién
plantadas y con la característica mancha negra a ras de tierra, signo
inequívoco de que algo andaba mal.
Caminaba hacia sus plantaciones
absorto en estos problemas cuando su vista se fijó en una mancha blanca que se
movía al costado del camino. En un primer momento pensó que era un conejo, los
cuales abundaban en esa zona y que él de vez en cuando salía a cazar, pero no,
era un pequeño perro absolutamente blanco, muy a mal traer, flaco y esmirriado,
con signos evidentes de no haber comido en mucho tiempo.
A pesar de que él tenía sus perros,
de inmediato lo adoptó y le dio de la comida que llevaba. El perro lo siguió
hasta el potrero donde él iba a desmalezar y se quedó echado cerca hasta la
tarde cuando él volvió a su casa. Tenía que pensar un nombre para su nuevo
compañero y decidió ponerle Copo de Nieve, por lo blanco, igual al blanco que
apreciaba cada vez que miraba hacia las montañas, que a la lejanía divisaba y
en las cuales podía ver, sobre todo en las puestas de sol y al amanecer en las
altas cumbres cubiertas de nieve.
Pedro y Copo de Nieve hicieron una
buena pareja. Se acompañaban mutuamente durante el día y al regresar a casa en
las tardes el perro se echaba cerca del fogón que permitía calentar el rancho,
cuando se dejaba caer el frío de la noche. Los dos se complementaban muy bien,
hasta el día que sucedió lo inesperado, lo cual Pedro hasta el día de hoy no se
conforma que pasara. Recién levantado y a punto de irse al potrero, por algo
que ni siquiera recuerda, la emprendió a palos con Copo de Nieve. Quizás el
perro se comió una gallina o rompió a mordiscos un apero de la montura, lo
cierto que Copo de Nieve salió arrancando por el camino, aguas arriba, hacia el
pueblo de Buena Esperanza, un caserío como había muchos en el valle.
Pasó algún tiempo y Pedro tenía la
secreta esperanza que Copo de Nieve volviera, pero con el pasar de los días se
fue olvidando de él, a veces lo recordaba, pero muy de cuando en vez al
regresar en la tarde a su rancho después de su faena.
Un día Pedro al levantarse, cuando
recién el sol intentaba asomarse sobre las montañas, escuchó el canto de un
canario, ave casi desconocida en la zona. Un gorjeo fuerte y claro que bajaba
hacia el valle de la dirección de Buena Esperanza. El viento que en la
madrugada bajaba desde los cerros hacía ese canto mucho más diáfano e inundaba
literalmente todo el valle. Los lugareños estaban extrañados, todos los días al
salir el sol se escuchaba al canario cantar.
Hasta el día que Pedro escuchó de
unos caminantes que iban a Buena Esperanza, una historia increíble, la de un
perro que cantaba como canario en el paltal que había en la entrada del caserío
de Buena Esperanza. La curiosidad hizo que al día siguiente antes que aclarara,
mucho antes, tomara huella y se dirigiera a saber de qué se trataba. Llegó a su
destino cuando el sol daba sus primeros rayos sobre el valle, y entonces vio a
Copo de Nieve subido en la rama de un palto cantando y con un gorjeo
interminable. Quedó estupefacto de lo que vio y escuchó. Se enteró que el
pueblo estaba revolucionado por tal acontecimiento, llegaban muchos visitantes
afuerinos a escuchar a Copo de Nieve. Se formó en el pueblo una comisión para
atenderlo, le hicieron traer paja de trigo, para hacerle una cama, le ponían
agua a destajo, igual la comida. El delegado de gobierno logró que el alcalde
de la comuna hiciera pavimentar la calle del pueblo, se empezaron a instalar
diversos negocios, para atender a los peregrinos. Los habitantes del caserío
—muchos de ellos— hicieron ampliaciones a sus ranchos para dar alojamiento a
los visitantes que no podían el mismo día regresar a sus casas.
Pedro no volvió a Buena Esperanza.
Solo esa vez, siguió con sus plantaciones y sus cosechas de hortalizas, pero ya
su vida nunca más fue igual. No paso día que al amanecer no escuchara a Copo de
Nieve y maldijera el aciago día en que tomó el palo de coligüe y lo castigó en
forma inmisericorde.
GUACAMAYO
Jorge Gallardo Péfaur ©
Ahora que llegó la primavera mi
guacamayo pareciese que revivió. Se nota más alegre, quizás es solo mi
imaginación, yo en verdad no sé como se alegran ellos, pero creo entenderlo, en
el invierno lo miraba desde mi ventana y estaba entumido de frío, para qué
decir cuando llovía, a veces hablaba con él por si me entendía y perdonaba:
—Guacamayo, yo no te saqué de tu
tierra para traerte hasta acá.
Así le decía, pero él no me
escuchaba. Bueno, le encuentro razón de que esté triste, el cambio fue muy
brusco, de las selvas de Venezuela a este clima frío no se lo doy a nadie. A
pesar que lo puse bajo la sombra de una mata de damasco imperial, los duraznos
y los almendros florecidos no lograban animarlo, ni tampoco los zorzales,
gorriones, tórtolas que en esta época visitan nuestro jardín nada lograban. Mi
hermana fue de la ocurrencia de traerlo, lo llevaba de casa en casa en las que
ella vivía, ahí creo que tomó esa actitud de desolación, al final me lo traje
yo, ayer fui donde él y le dije:
—Guacamayo, prometo que algún día te
llevaré de vuelta a tu selva, allá cerca del “Churúm Merú”, y te dejaré libre.
Mañana iré a comprar la pintura
verde y roja para terminar de pintar sus alas y así estaremos preparados para
el viaje. La goma del viejo neumático del que está hecho, hace que se
descascare la pintura y se vea tan desaliñado.
CLAUDIA
ANTONIA YA NO VIVE AQUÍ
Jorge Gallardo Péfaur ©
Ese día sentía que el carretón
estaba más pesado que nunca. Qué raro, pensaba, si siempre traía lo mismo.
Había salido de madrugada a la
Vega , tenía que llegar a tiempo a instalar su puesto en la
feria libre, le sonaba a burla el libre, que iba a ser libre ella, si desde
niña tuvo que trabajar. Hace años, cuando vivía con sus padres, y ayudaba a
sembrar, desmalezar y cosechar, era experta en papas, tomates y también en
melones y sandías. Cuidar chanchos y gallinas ya la tenían hastiada, un día lo
decidió, se vendría a Santiago. Lo sentía mucho, no tenía alternativa, quería
tener su propia vida, sabía los sacrificios que le significaba a ella y el
sufrimiento para sus viejos cuando lo supieran, los padres siempre lloran
cuando se les va un hijo, y una hija regalona con mayor razón. No le fue fácil
acostumbrase a su nueva vida, pasó muchas pellejerías, vivir en pensiones —eso
fue después que en la casa de un familiar donde llegó, le dijeron que no la
podían tener más. Ahora recuerda las pocas veces que fue al cine y sobre todo
una película, algo de la colina se llamaba. Se trataba de un campo
disciplinario militar, le impactó el protagonista, un preso que junto a sus
compañeros los obligaban todos los días a subir una colina de arena, incansablemente,
de sol a sol, con su mochila de reglamento. Le hizo mucho sentido con su vida,
sobre todo ahora que día a día debe salir con su carretón, sonríe tristemente
para sí y piensa, yo tengo mi propia mochila, y qué le va hacer, los tres hijos
tienen que comer, pero se sabe responsable y apechuga nomás. De su marido mejor
no hablar, él siempre fue irresponsable, después de todo sintió alivio cuando
se fue, su madre siempre decía “mejor sola, que mal acompañada”; son sabios los
consejos de los viejos. Por lo menos en la feria, entre sus colegas, encontraba
apoyo, la gente mientras más humilde es más solidaria, lo sabía por experiencia
propia. Si hoy tienes un hijo enfermo, o cualquier otro descalabro, muy pronto
se corre una lista para apoyarla con plata, o por lo menos con palabras de
aliento, es bueno sentirse parte de una comunidad. Una de esas madrugadas se
detuvo, a leer un escrito en la pared, nunca lo había visto, seguramente lo
pintaron esa noche, lo leía y releía:
“Y aunque no lo creas ganaremos nosotros
los más sencillos, aunque no lo creas, ganaremos, ganaremos”.
No sabía que era un poema de Neruda,
pero le hizo sentido, memorizó quién lo firmaba, la brigada Chacón, en los días
posteriores siguió dándole vuelta a lo leído. Todos los días se detenía cuando
venía con su carretón con verduras a leerlo, y así como decidió dejar su casa y
familia, para aventurarse en Santiago, así, con la misma decisión tomó contacto
—después de preguntar entre la chiquillería del barrio— con los autores del
mural, se puso muy contenta cuando la aceptaron en el grupo. Empezó a dejar
pequeños espacios de sus ocupaciones para dedicárselo a esta nueva faceta de su
vida, brigadista de la Chacón. Tenía
un sentido innato para la propaganda, primero cumplió como “loro” —avisar
cuando venían los pacos—, su primer aporte en serio fue cuando aprendió a
“filetear”. Se trataba de hacer el contorno de las letras, para después
rellenarlas, cada día se esmeró más en su aprendizaje, pero no hablaba de sus
cosas personales, era muy reservada. Ni nos dimos cuenta cuando ya estaba
enseñando las técnicas de los papelógrafos, inventó una plantilla de una simple
carpeta de cartulina, que permitía hacer todas las letras del abecedario.
Empezaron a pedir que fuera a otros lugares. En Pudahuel, Lo Prado, La Florida supieron de su
arte, y de su dedicación, también de su simpatía. Todos querían aprender con
ella, cómo lo hacía para madrugar yendo a la Vega , atender su puesto en la feria y dedicarse a
sus pequeños hijos, solo ella lo sabía. A veces me encontraba con ella, en las
mañanas cuando se iba a instalar a la feria, invierno y verano, Claudia Antonia
cargaba su mochila, no tenía alternativa. Un día empezó a faltar a su trabajo,
ya no se escuchaba pasar su carretón, con el característico rechinar de sus
ruedas metálicas, igual dejó de asistir a sus charlas de “propa”. Preocupados
fuimos a su casa, nos atendió una persona que no conocíamos, nos dijo
escuetamente:
—Claudia Antonia ya no vive aquí.
Esto fue en la época de la dictadura
militar, aún la recuerdo con cariño, qué sería de ella. Cuando paso frente a un
mural o un papelógrafo, lo miro detenidamente, con la secreta esperanza, de
encontrar en ellos una señal de su particular modo de “filetear” o algún rastro
de sus enseñanzas.
FRANCISCA OLMOS COMINO
Granada (Andalucía), España.
Escritora de cuentos infantiles, relatos, poemas, relatos breves, microrrelatos.
Colabora con revistas literarias. Ha sido semifinalista de un concurso, con
publicación de una de sus poesías. Autora del libro Cartas para un ángel, Granada. Editorial Aliar, 2015.
ERRANTE
Francisca Olmos Comino ©
Bajo los árboles mustios
se cobija un hombre invisible,
sus ojos iluminan
el oscuro cielo.
Callejones iluminados,
por una luz celestial
callejones habitados,
por un nuevo ángel de sueños.
Hombre paciente y tranquilo,
que busca la súbita
permanencia en el tiempo.
Callejones habitados,
por una alfombra
donde brotan penumbras,
como el terroso rubor
de la agonía.
CAMINO
Francisca Olmos Comino ©
Mis zapatos polvorientos acariciaban
la tierra roja del camino, pensando ¿adónde el camino irá?
Mis ojos habían soñado una y otra
vez con el campo mudo y sombrío, donde el sol se duerme tras las colinas
doradas.
Peregrina que va entonando al vuelo
su canción.
“Tengo el corazón roto por culpa de
la pasión de un noble caballero, herida que no sanará jamás. Anhelando tus
brazos, cobijando mi cuerpo”.
Perdida en el crepúsculo aprendí qué
dirección tomar, aprendí que la soledad no es estar solo y que el amor se
muere, como una flor marchita. Mis lágrimas enturbian el camino, entre
castillos y príncipes árabes, montados sobre bellos corceles negros, voladores
de una sombra clara.
A la hora de mi marcha dejo el
camino sedienta de amor, pero volveré como pájaro, volando sin más pasión que
la sustancia y sin más acción que la inocencia.
JAVIER ANTONIO GALARZA
Nació el 23/3/1977 en Quilmes y
reside en Florencio Varela, Provincia de Buenos Aires, Argentina. Hizo cursos
de radio y periodismo.
A los trece años empezó con sus
primeros poemas. Publicó sus primeras notas en la revista del movimiento
“Teresa Rodríguez”. En mayo de 2001 publicó en el diario Un pobre solitario. En 2003 produjo y condujo un programa de índole
cultural en una FM. En 2004 ingresó al Tarumá Literario, taller coordinado por
la escritora y actriz Zulma Olivetta; allí participó en antologías
(2004/05/07/08) con títulos como De
profesión cartonero, Ojos cacique, Vendedor de nostalgias (obra para el
primer certamen de letras de tango Ituzaingó, Provincia de Buenos Aires), entre
otros. En 2005 publicó en la antología de SADE - Sur Bonaerense, y en 2006, en
la revista El Corcel de Fierro. Ingresó a la FLIA (Feria Libro Independiente y A). Fue
semifinalista dos veces consecutivas del certamen literario del Centro Poético
Madrid España.
En 2007 fue integrante del Grupo
Angora, incluso en percusión. En 2011 publicó su primer libro Grito cotidiano. En 2012 participó en la
antología Poesía bajo la autopista.
Formó parte de la banda de rock
alternativo Abrazo de Tribu Fusión.
Concurre a diferentes espacios
culturales presentando un espectáculo al que dio en llamar Poesía y Percusión
Fusión (fusión de ritmos latinos y poesía).
REFERENCIAS
Javier Antonio Galarza ©
Estoy en el consultorio de mi
doctor, impaciente porque no veo la hora de rajarme de acá, esperando que me dé
el visto bueno, si me voy a morir o si voy a seguir engrosando mis partes.
Sí, porque soy un gordito
sobrepasado, de amor, quien no tiene a quién dárselo ya que la mina, que fue
por contado tiempo mi pareja, me dejó por un flaquito simpático, carismático,
un esqueleto caminando.
Soy uno de esos locos que tiene
mucho por decir pero al que nadie quiere oír. Un gordo asqueroso al que lo
excita el porno cual fuere que sea.
Uno con mucha pero muchas bolas,
tantas que cada una de ellas pesa como kilo y medio, tanto semen acumulado me
está inflando todo, es por eso que estoy gordo, bah, mentira.
Soy un gooordo como me dicen los que
susurran cuando tomo un bondi, camino al pacha. Un gordo intelectual al que le
encanta sentarse frente a una PC con una coca de tres litros y varias bolsas de
papas fritas, de chitos y en lo posible una muzzarella doble especial. Los que
dicen llamarse “mis amigos” suelen soportar mis histeriqueos, mis días a pleno
o de mal humor.
Alguno que otro tiene el coraje para
decirme lo que piensa de mi persona, pero yo, como todo gordo necio, hago caso
omiso a lo que me dicen.
Sé que me estoy haciendo mal, pero
qué va ¿de algo hay que morir no? No niego que me cuesta respirar un poco,
caminar, coger, asearme, etc. Pero cuando me paro frente al espejo... Je, je.
Me veo hermoso, me siento Brad Pitt, sin darme cuenta que en realidad soy un
pobre gordo Porcel que no ve más allá de sus ingenuidades.
Sí, soy un ingenuo, que no oye lo
que le dicen sus padres. Un boludo que se las cree todas sin percatarme que no
sé nada de nada y hasta no pegarme el susto no voy a parar. Dalo por hecho.
Mis referencias ustedes las conocen:
trabajo en televisión, tengo un par de libros editados, soy medio ciruja, medio
si me miran con un ojo, en fin... Tengo un currículum extenso el cual puedo
presentarte. Igual a vos te va a importar un carajo lo que fui, soy y seré como
persona.
Soy un gordito cero grasas trans...
¿qué es eso?... Si tengo más colesterol que una fuente de chicharrones... —¡Mm,
chicharrones!—. Estoy como Homero y hasta un poquito más gordo. Soy el típico
gordo perezoso al que le da lo mismo morir de sobredosis, sobrepeso,
sobresaltos y al que sobre todas las cosas, da una prioridad inútil a la comida
en exceso.
Pero así soy y no intenten cambiarme
en lo más mínimo pues, además de ser un gordito cariñoso también puedo ser...
¡un rebelde y quilombero! No busques mi reacción.
En síntesis y culminando con éstas
líneas que, a estas alturas ya son como el confesionario de lo que me dicta mi
puta conciencia, te reto a vos, a que me digas en la cara y con total
sinceridad lo que pensás de mí. Acepto las críticas constructivas y las
puteadas, por favor, remítanse a mi correo electrónico.
HOJA
OLVIDADA
Javier Antonio Galarza ©
Esta es una simple página que no
cumple los parámetros ni las reglas de la poesía. Subyace en lo absurdo, al
punto tal, que no tiene forma. No posee lógica ni contradice los renglones.
Tampoco atrae la atención del lector ya pues, carece de contenido lógico de
manera que, ha sido recogida como caída de un árbol en pleno solsticio de
otoño.
Como extraviada en un cajón perdido
en lo más recóndito de mi alma...
...quizás nunca debió ver la luz...
tal vez, solo por mero masoquismo,
quise, señor/señora, que sus líneas puedan ser vistas por ustedes
y que, desde su punto de vista
crítico, saquen sus conclusiones. Favorables o no, eso quedará por su cuenta.
Lo único que les pido: es que sean
crédulos hacia con quien las escribe y no se priven de sinceridad.
Gracias.
HOJA OLVIDADA
Ayer se murió mi perro al mismo
tiempo en que la abuela agonizaba en un hospital especialista en muertes.
Ya hace casi dos años que mi vieja
se fue pa’l cielo a recordar otras épocas con su tío Naldo, su padre Romilio y
a volver a estrechar entre sus brazos a los hijos que no pudieron ser.
Mis hijas crecen a paso gigante y
yo, lamento no poder estar allí como quisiera: —¡cosas de grandes!— les dije,
lo que hoy pude aclarar con ellas. Igual saben cuánto las amo.
Mis hermanos, cada uno con su
familia, viven en un mundo congelado de nuevas emociones, y no quiero
entrometerme porque no es de mi incumbencia.
Hace unos días cumplí otro año más
de vida, a pesar de todo, agradezco a Dios que así sea, por las oportunidades
que se presentan.
Desde una semana atrás que estoy sin
empleo, igual no es el fin del mundo.
Tengo en stand by un par de cosas
para publicar, ya que estoy moroso con mis editores y me da la cara para
decirlo.
Dejé de jugar en la liga porque mi
equipo va para atrás.
Últimamente estoy yendo a la cancha
a ver al defensa, aunque sé que, como en otras campañas no ascenderán, no por
su hinchada, sino por falta de sponsors.
Mi padre se fue de vacaciones a
Corrientes, a visitar a sus amigos entrañables y parientes. Él sabe que está en
una cuenta regresiva de la que no hay marcha atrás.
Ignacio, mi hijo más pequeño, es
superinteligente, estos chicos de ahora vienen con la tecnología bajo el brazo.
Recién me fumé un cannabis, solo.
En el pendrive tengo temas de Viejas
Locas que me encantan.
Hace mucho que no voy a la casa de
Matias Reck ni tampoco concurro a eventos ni a la flía; tendría que
actualizarme de todo.
Con Renzo no tocamos desde el año
pasado. Tengo muchas canciones que compuse, que tal vez a él le interesaría
poner música con la banda.
Estuve con conocidos tomando unos
drinks hasta que me aburrí y me rajé.
En el cumple de mi primo Leo hice un
tributo a mi abuelo para el olvido.
Vengo escribiendo mucho de todo y
para todos, pero esto es para mí.
NURIA DE ESPINOSA
Escritora autodidacta catalana,
nacida en Rubí (Barcelona), España.
Ha publicado varios libros, Mis poemas y relatos cortos, Sentimientos
vitales, Momentos, A corazón abierto, y una novela de misterio, No estoy sola. Participó en las
antologías Alma de poetas, Cruzar el río,
Cerca de ti - I, Cerca de ti - II, Mañana al despertar y El poeta virtual.
Más datos sobre su biografía y obras
en estos números del Suplemento de Realidades y Ficciones:
EL VIEJO
DIABLO
Nuria de Espinosa ©
—Tú que estás allá arriba, Merino,
dime si ves alguna luz a lo lejos.
—No veo nada.
—Fíjate bien en el horizonte,
¿seguro que no se divisa nada?
—Nada —respondió de nuevo.
La sombra de la oscuridad se
expandía más allá de lo que sus ojos alcanzaban a ver. La luna, perezosa, apenas
emanaba un pequeño reflejo sobre el agua del océano.
Al viejo hombre de mar se le
doblaron las piernas. Se esforzó en mantenerse en pie. Horas antes, fue él
quien daba fortaleza a Merino para que no se derrumbara. Tan solo ellos dos, de
los catorce pescadores que componían la tribulación. Habían logrado atarse con
fuerza al mástil, aferrándose a la vida, cuando una tormenta les sorprendió en
plena mar; el viejo barco de pesca resistió la embestida de las olas de puro
milagro. El motor, anegado, quedó inutilizado y navegaban sin rumbo a la espera
de que algún otro barco navegara cerca de ellos y alcanzase a verlos.
Germán hablaba poco. Intentaba que
Merino no se diera cuenta de su dolor de espalda. Horas antes el barco recibió
una sacudida tan fuerte que creyó que su tronco se partía en dos y estaba
seguro de que su lesión era grave. A ratos el cuerpo le temblaba, tenía
escalofríos, las piernas apenas las sentía y un sudor tan gélido como el hielo
le revelaba el avance de la fiebre.
—¿Te duele mucho?
Germán abrió los ojos de par en par
ante la pregunta de Merino.
—¿Tan evidente es? —respondió.
—Sí —agregó Merino, con el rostro
cabizbajo. Quería evitar que su buen amigo se percatase de la congoja que lo
invadía.
Germán apretó los dientes intentando
apaliar el dolor, cada vez más intenso.
—Solo necesito descansar, el calor
es asfixiante —añadió.
—No veo qué te lo impide, viejo
amigo. Descansa, yo permaneceré alerta por si diviso algún barco.
Germán cerró nuevamente los ojos
pero no respondió. La luna, frente a ellos, parecía ensombrecer más el océano;
la negrura de la noche era completa.
Pasaba el tiempo y Merino permanecía
alerta sin perder de vista el horizonte, hasta que por fin, observó una
diminuta luz en la lejanía.
—Creo que veo algo, Germán. Allí a
lo lejos —dijo señalando hacía el horizonte—. ¡Germán, despierta! —gritó— Te
digo que veo algo.
Merino permaneció en silencio,
observando la cara descolorida y cadavérica de Germán. Como un impulso que
lleva al diablo, gritó:
—Me prometiste que nos salvaríamos,
me lo prometiste —vociferaba a la vez que lo zarandeaba—. Lo prometiste, no
puedes dejarme solo, ¿entiendes? No puedes, tú no, tú no…
—Si continúas moviéndome de esa forma, no
podré hacer nada para evitarlo —respondió Germán casi sin aliento.
—¡Por Dios, Germán! Me has dado un
susto de muerte.
—Estoy mal, amigo mío, no sé si
lograré resistir.
—Aguanta, tienes que aguantar… en
cuanto esa luz esté algo más cerca, lanzaré una señal de auxilio.
Germán intentó decir algo pero las
palabras se ahogaron en su garganta. La cara del viejo marino, empapada en
sudor, evidenciaba la fiebre que aumentaba por momentos. El cielo empezó a
despejarse. Las nubes parecían tener prisa por marcharse y las primeras
estrellas comenzaban a deslumbrar.
—Resiste, ya están cerca.
—Tengo sed —murmuró Germán con voz
quebrada por el dolor—, tengo sed, mucha sed, y sueño, mucho sueño.
—No, no te dejes vencer. Haz un
último esfuerzo, ¿no la oyes? Es la sirena de un navío, que ha visto nuestra
señal. Ya vienen Germán, ya vienen.
—Sí, ya lo veo, allí, allí está mi
compadre —señaló Germán con el último aliento que le quedaba.
Merino permaneció en silencio unos
minutos sollozando.
—Lo siento, viejo amigo, lo siento.
Te he fallado, pero te has ido como tú siempre quisiste: en tu querido barco… Y
ahora, cumpliré la promesa que nos hicimos hace más de veinte años.
Lo introdujo dentro de un saco,
metió varios objetos de hierro forjado para que lo llevasen directamente al
fondo del océano, lo ató con fuerza y lo lanzó por la borda.
—Adiós, viejo amigo. Me ayudaste a
ser un gran pescador y espero morir como tú: siendo un gran hombre.
Merino fue rescatado, pero jamás
volvió a embarcarse; ni pudo olvidarse de su gran amigo Germán y su viejo barco
de pesca: “El diablo”.
SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 73 – Junio de 2017 – Año VIII
ISSN 2250-5385
Exp. 5316575 del 20/10/2016, Dirección Nacional del Derecho de Autor / República Argentina.
Av. Del Libertador 6039 (C1428ARD)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
Currículo en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº
56:
http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com.ar/2013/03/
Colaboradores
Corrección
general:
Noelia Natalia
Barchuk Löwer
Resistencia
(Chaco), Argentina
Currículo en Suplemento
de Realidades y Ficciones Nº 72:
http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com.ar/2017/03/blog-post.html
Ilustración de
carátula y emblema:
Mónica Villarreal
Scottsdale
(Arizona), Estados Unidos
Monterrey
(Nuevo León), México
@mon_villarreal
Currículo en
revista Realidades y Ficciones Nº 17:
http://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com.ar/2014/06/
@RyFRevLiteraria
@RyF_Supl_Letras
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