jueves, 1 de junio de 2017

SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 73 – Junio de 2017 – Año VIII
ISSN 2250-5385

Inscripción gratuita como LECTOR
si escribe a  zab_he@hotmail.com
indicando nombre y apellido, ciudad y país
(se le avisará cada nuevo número trimestral).

“Flying Fishes” (Peces voladores)
Mónica Villarreal (2017)
(Acrílico sobre papel, 14" x 11")
Serie "Flying Fishes” (Peces voladores)
Sumario

• Haidé DAIBAN (Argentina)
• Omar Iván GARZÓN PINTO (Colombia)
• Luisa GIL (España)
• Jorge Oscar MOZZINO (Argentina)
• Anderson ESTEVAN (Brasil)
• Diana DECUNTO (Argentina)
• Ángel GAVIDIA RUIZ (Perú)
• Mario PELOCHE HERNÁNDEZ (España)
• Jorge Sergio GALLARDO PÉFAUR (Chile)
• Francisca OLMOS COMINO (España)
• Javier Antonio GALARZA (Argentina)
• Nuria de ESPINOSA (España)



HAIDÉ DAIBAN

Reside en Buenos Aires, Argentina. Farmacéutica, ex docente de la Facultad de Farmacia, UBA. Alumna de la escritora Syria Poletti con la que editó Cuentos desde el taller. Con Lucila Févola fue cofundadora de la revista literaria Tamaño Oficio, con la que colabora desde hace veinticinco años.
Es autora de los siguientes libros:
• de poesía: Plegarias del Siglo XX, Con el tiempo a cuestas, Los indicios.
• de cuentos: El rabdomante y otros cuentos (Isidoro Blaisten colaboró en la supervisión para su edición), Historias de muchos, Cuentos con sabores.
• de poemas lunfardos y letras de tango: Todo tango, Tangos y poemas del nuevo siglo, Algo más sobre tango.
• En edición El hombre de la máscara y otros cuentos.
• Figura en numerosas antologías de cuentos y poesías: de Editorial Botella al Mar, en su 50º aniversario; de Gente de Letras; de la Revista Ronda Literaria; con escritores de Uruguay y de otros países latinoamericanos; Promotora del Libro Argentino; Asociación Argentina Tango al Mundo, entre otras.
• Figura en los libros avalados por el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires: El tango que viene, + de 100 tangos nuevos, así como en las siguientes obras: De tangos y tangueros, de Aníbal Lomba, (miembro de la Junta de Estudios Históricos de Boedo), como poeta de Boedo; Los tangos testimoniales, de Julio César Páez (poeta letrista); La empresa y el tango, de Bernardo Poblet (empresario); Historias de otros tiempos y otros hombres, de Pascual Mamone, compositor de tangos de su autoría; Prodigios, exaltaciones y gozos, de Tomás Barna (periodista, escritor); Tango oculto, ensayos de Silvina Boggiani, 2011; La revolución del tango: la nueva edad de oro, del periodista francés Michel Bolasell (París-Buenos Aires); El lunfardo en el habla de los argentinos, de Marcelo Olivera; Tangos políticos, de Javier Ocampo y Ofelia Flores, con prólogo de Susana Rinaldi; Tango Argentino, de Ricardo García Blaya.
Intervino en dos Festivales de Tango en Buenos Aires y fue invitada a leer en notables cafés de la ciudad: La Ideal, Tortoni, 36 Billares, El Gato Negro, Café de García, Los Angelitos, Seddom, B.Berry, London, Homero, El Trianón de Boedo, La Poesía, Bar Sur, etc.


ADENTRO DE MÍ [1]
(Letra de tango)
Haidé Daiban ©

Adentro de mí
me encuentro otra vez,
buscando, quizá,
lo que ya se fue.

La paz y la lucha
adentro de mí,
lo oscuro y lo claro,
la luz que perdí.

Sin poder salir
así estuve, así,
y nadie entendía.
Adentro de mí.

Un día de sol
abrí las ventanas,
palomas y alondras
rondaron ufanas,
adentro de mí.

Ese despertar, ese amanecer,
colmó en un verso,
sonrisa, universo,
adentro de mí…


ESA COSTUMBRE TUYA [2]
(Letra de tango, 2010)
Haidé Daiban ©

Esa costumbre tuya, sana y sonriente
de crear dulces alas, manos batientes
para asustar tristezas o así espantarlas
Hablar luego a las flores y acariciarlas.

Esa costumbre tierna de tirar besos,
y festejar con mate cada mañana,
bendecir con palabras el estar viva,
reflejar en tus ojos, el alma mía.

Remotas las campanas, dicen tu nombre,
tañen tras las ventanas como una orgía.
Con tu sonrisa-nieve, calzas el día
y sales con tus pasos en danza breve.

Vos sos compañera en mis pesares
y como una guía en mis andares,
también esa estrella que siempre brilla
sobre el ocaso rojo de mi pasión..

Y esa costumbre tuya, que ya es tan mía,
de no cerrar postigos, y abrir la vida
así atrapar gorjeos y los perfumes
y toda pesadumbre se nos esfume.

Esa costumbre tuya de amar sin prisa,
con el destello claro de tu sonrisa,
esa costumbre tuya en la alborada
rezar viejos tangos, como plegaria.


LLUEVE, LLUEVE EN BUENOS AIRES
(Letra de tango)
Haidé Daiban ©

Llueve y llueve en Buenos Aires,
hoy espero que se lave
la mugre que nos invade
de mentira y corrupción.

Buenos Aires transformada
se me borra de mi historia
y me envuelven en la noria
con un sueño de ilusión.

Garúa que moja
mis pocas ideas.
Engendro de gotas
con vientos de ayer.

En un sopor tibio
me cubro de mantas,
con tiempos de gloria
que aún no olvidé.

Llueve y llueve en Buenos Aires,
corazón que marginado
sabe que todo ha cambiado
siente que mucho se hundió.

Cabalgar sobre el asombro
sin caer en una brecha
seguir la senda derecha.
Buenos Aires mi pasión…

(bies estribillo)


ESTAMOS…  [3]
(Letra de tango)
Haidé Daiban ©

Estamos vos y yo, amigo mío.
Estamos frente a frente, cara a cara,
hablando de cosas muy sutiles,
hablando pequeñeces, casi nada.

Estamos, una copa de por medio.
Vagando por anécdotas pasadas
y el humo de un cigarro nos envuelve
en una realidad que es inventada.

Espíritu del mundo
en Buenos Aires,
oscura noche abierta
a los milagros,
y en cada luz distingo
las aureolas
de espíritus, siluetas
en cabriolas.
No sé si el vino tiñe
la alegría
con pátina de gran
melancolía.
Sospecho que todo
es pesadilla,
en medio del calor
del viejo bar.

Estamos componiendo otra historia
todas las distancias nos abarcan.
Y somos ya dos niños, ya dos hombres
que llantos y sonrisas enmarañan.

Estamos en el cruce de caminos
siguiendo a elección la ruta dada.
En un momento estalla un simple “ahora”
y días, meses, años, se desmayan…

[1] El tango Adentro de mí tiene música de Estela Bonnet, cantante y compositora.
[2] El tango Esa costumbre tuya tiene música de Pascual “Cholo” Mamone, bandoneonista, compositor, director de orquesta, gran arreglador de Tata Cedrón, Osvaldo Pugliese, etc.
[3] El tango Estamos… tiene música de Liliana Vinelli.



OMAR IVÁN GARZÓN PINTO

(Bogotá, Colombia). Sus poemas han sido publicados en antologías, revistas y periódicos de Chile, Colombia, Cuba, México, Venezuela, España. Ha presentado su trabajo en diversos espacios y certámenes culturales, académicos y literarios de algunas ciudades colombianas. Desde 2008 trabaja como profesor de geografía, historia y literatura, principalmente, en algunas instituciones educativas de Bogotá. También en esta ciudad se desempeña como tallerista, promotor y difusor cultural de varios colectivos artísticos y fundaciones. Es autor de Faro desnudo (2011) y Flores para un ocaso (2013), editadas por la Liga Latinoamericana de Artistas. En 2015, Senderos Editores le publicó Un poeta es un satélite en constante caída. Los tres libros fueron publicados en Bogotá; hoy presentamos algunos poemas de este último libro.


EL FUEGO DA LA CONSISTENCIA
Omar Iván Garzón Pinto ©

Hubo un tiempo en que todo era sombra, yo también lo era.
Ella dijo mi nombre.
Fui palabra nueva, cuerpo deseado.
Hubo días en que todo era adverbio sustancial hasta que llegó también el adjetivo.
Los días acabaron y llegaron las desoladas noches
la profunda tristeza, la efímera risa, el silencio constante…
Hay momentos en que soy la palabra no dicha
como este poema exiliado que el mundo no oyó
como ese punto final que me niego a poner
y que tal vez muchos marchantes pongan por mí
algunos lustros arriba.
Habrá tardes en que mi nombre será la palabra que brota del prado
cuando la sombra del árbol sin hojas domine
sobre el camino que esconde la huella de la niña sangrante…
De cualquier forma, en cualquier boca, por cualquier medio
como sonido profundo que se llevan los vientos
o símbolo tallado que se oxida en la arena, eso soy:
La clave cifrada que unos pocos entienden
la placa de mármol tallada en las lenguas
que el mundo no escucha.
Eso soy: El jarrón agrietado que se humedeció con el llanto y se forjó entre las bombas
la palabra que descubre las ruinas y que perdura en el ocaso del tiempo
las olas del mar como voces forjadas susurrando tu nombre a los hijos del viento.
Eso soy: La patria milenaria que todas las noches agoniza que todas las mañanas se levanta.
A Mahmud Darwish


ROQUE DALTON “GARCÍA”
Omar Iván Garzón Pinto ©

Tengo un país que me nace en cada herida, que me duele en todo el cuerpo.
Miro hacia el cielo y lo reconozco en mis ojos.
Un país que un día me abandonó
pero que me acompaña a cada paso.
Su recuerdo se hace cicatriz sobe mi piel.
¿Lo podías sentir, amor, lo podías tocar cuando rozabas mis labios con tus dedos?
No, no podías. Te pasaba lo mismo que a mí:
Estiro mis brazos, le llamo, pero él se va.
Es su soledad la que me pesa.
Tengo un país que me duele en todo el cuerpo,
un país que después de golpearme varias veces
hoy por fin me mata.


MÁS GRANDE QUE EL RÍO ES EL HOMBRE
Omar Iván Garzón Pinto ©

Sí, lo sé. Llegará el momento en que mi voz no tenga asidero.
Mis dedos flotarán a la deriva desnudando a los náufragos
y mis huesos tratarán de hacerse luz de Luna entre los ríos.
Faltará mi cuerpo, faltará mi sombra en el paso de las horas
pero mis palabras ya sin carne, sin angustias, prevalecerá.
A Javier Heraud


CARTA DE AMOR A CUSCATLÁN
Omar Iván Garzón Pinto ©

País mío: Si algún día te acuerdas de mí
te espero en el verso que no fue escrito
en ese que se oculta en los dedos que no te señalan
en ese que susurré a tus oídos y que el viento conoce
en ese que escribe la arena en la playa y que las olas se llevan
en ese que recitamos un día
y que ahora se oculta en la lluvia tardía.
Te espero, país mío, mi hijo
en el poema donde me nombras
en el exilio.
A la memoria de Mauricio Vallejo


JUANA MARÍA Y SU ARENGA EN EL TIEMPO
Omar Iván Garzón Pinto ©

La única certeza que poseo es que mi cuerpo también es sal
y como sal tendrá que deshacerse algún día en el silencio.
Mi piel será la ausencia, mi hueso el rumor de la sangre que se seca.
Mi palabra: Polvo de Luna que fragmenta balas.
El paso del viento entre las ramas.
A Delfina Góchez Fernández, in memoriam



UN POETA ES UN SATÉLITE EN CONSTANTE CAÍDA
Omar Iván Garzón Pinto ©

Sé que caeré y también sé que mi cuerpo
se convertirá en ausencia derrotada.
Aun así, estoy tirado en el suelo
intentando unas líneas victoriosas que se reunirán
al reclamo irremediable de una muchedumbre
en una plaza.

Habré ganado entonces
porque caí como cualquiera
pero nunca me callé
nunca habitó silencio en mí
menos hoy que como última victoria
le grito tu nombre
a las paredes agujeradas
y mucho menos hoy que como última conquista humedezco
mi agitado pecho
con el rojo de tus labios y mi garganta
con el invisible néctar de tu lengua.

Mueren dos veces aquellos que no dicen nada
al momento de su siembra
y aquellos que no pudieron caer boca arriba
para encontrarse con tu rostro
antes que el frío

abrazo de la muerte en la espalda.
A Leonel Rugama



LUISA GIL

(Madrid, España, 1961). Es Ingeniera y escribe poemas y cuentos. Ha publicado relatos en distintas antologías de Playa de Ákaba como miembro de la Generación Subway, en Diversidad Literaria, en Espacio Ulises, y en La Isla del Escritor de ELDE. Publicó el poemario Silencio en mis auriculares (Playa de Ákaba, marzo 2016) y ha colaborado con sus poemas en varios volúmenes de Generación Subway Poesía, en Mujeres sin Edén de Playa de Ákaba, en Tragedias Poéticas II y Luz de luna II de Diversidad Literaria y en Almas sencillas con el poema Bidireccional, Primer premio del II Certamen de Poesía “San Isidro Labrador” de Letras como Espada, 2016; Primer Premio del I concurso de poesía #NiUnaMenos #LeyDeFamiliasMonoparentales de la Concejalía Mujer e Igualdad del Ayuntamiento de Getafe, truMASol y el Centro de poesía José Hierro, 2016. Antóloga de Refugiados de Playa de Ákaba, julio 2016.


CINCO POEMAS EN CINCO ACTOS
Homenaje a Hamlet. William Shakespeare
Luisa Gil ©

ACTO PRIMERO

«(Sombra) …y en el hueco de mi oído,
vertió la leprífica destilación,…»
Recorre el áspid, de boca en boca, los túneles
dejando las paredes imprimadas de asfalto.

[Poder
Riqueza
Veneno]
Palabras concebidas por alquimistas
con pociones mezcladas bordando en oro.

[Muerte
Influencia
Triunfo negro]
Rompen tus días si te interpones
la capa hunde en las aguas la mañana.

[Ya no hay opción.
Has perdido la vida.
Han ganado el poder]
Todos pierden, dice la máquina tragaperras,
desvalijada.

Hamlet. William Shakespeare
ACTO PRIMERO. ESCENA V


ACTO SEGUNDO

«(Polonio) Vedlo ahora:
con el anzuelo de vuestra mentira
pescáis la capa de la verdad.»
No se crearon los caminos rectos
simas y torrentes
desvían la mirada
la cruz del sur desaparece.

Estás en el norte
y no lo sabes.
Atravesar el Estrecho no es tan fácil
la vida no permanece
por un manojo de euros
solo un hilo para resistir.

Tanto dolor
para mantener la vida.
Argucias para olvidarte
pasada la noche
cuando ya no queda nada.
Y no llegas nunca.

Hamlet. William Shakespeare
ACTO SEGUNDO. ESCENA PRIMERA.


ACTO TERCERO

«(Hamlet) ¿Qué es más levantado para el espíritu:
sufrir los golpes y dardos de la insultante Fortuna,
o tomar las armas contra un piélago de calamidades y,
haciéndoles frente, acabar con ellas?»

Miradas curiosas.
Reúnen un hatillo de angustia y sufrimiento
y empiezan a caminar.
Personajes sin guión o tal vez solo guiados.
No dicen nada. Lloran. Luchan.
Luchan con las armas del estómago
entumecido y hueco, pero valiente.
Miradas horrorizadas.
Algunos saltan del sofá
y rompen las persianas para entender:
ni los animales se destrozan indiferentes.
Miradas compasivas.
La guerra siempre está al otro lado
no queremos cambiar la placidez del arroyo
en el que bebemos. Ni acercar un sorbo de agua
a los labios rotos. Desde la lejanía, una mano en el corazón.

Hamlet. William Shakespeare
ACTO TERCERO. ESCENA PRIMERA.


ACTO CUARTO

«(Ofelia) Sabemos lo que somos
pero no sabemos lo que podemos ser.»
La rutina desconcha las paredes del reino
por el que lucharon los titanes y tú firmaste un día.
Las horas te arrastran y es fácil dejarse caer
apoyado en la modorra, en las almohadas de la siesta.
Nunca esperas que un terremoto rompa tus pilares
pero cuando llega, ¿qué destila tu alma? Cuando
tienes que huir amenazado entre cascotes que cortan
tu carrera. Quién eres entonces.

Hamlet. William Shakespeare
ACTO CUARTO. ESCENA V.


ACTO QUINTO

«(Hamlet) Vosotros, que palidecéis
y tembláis ante esta catástrofe,
y no sois más que personajes mudos
o simples espectadores de esta escena,…»
Me gusta.
Acabo de poner me gusta y han muerto cientos.
Una pantalla luminosa me hace amo del destino.
Me gusta. Comento. Comparto.
Tres palabras para explicar la vida.

Me siguen mil, lo he conseguido: mil miradas sobre mí para jugar al teléfono escacharrado.

La vida es cruel. Comenta.

La gente sufre. Comparte.

Hamlet. William Shakespeare
ACTO QUINTO. ESCENA II.


EL REMOLINO
Luisa Gil ©

Hay quien nace con un remolino en el flequillo y esto ha de marcar su sino de por vida. El gesto de retirarlo de la cara cuando está crecido, el tipo de corte de pelo y la colocación de la raya o el hecho de eliminarla, seguirá inevitablemente los designios marcados por el intransigente remolino. Pocas cosas hay en el físico de una persona que permanezcan obstinadamente en el tiempo a pesar de los cambios de modas y de la madurez del individuo y que doten de tanta impronta a su poseedor como un remolino.
Nunca veremos a dicho personaje que aparezca un día con un nuevo corte de raya en medio y dos mechones lacios cayendo a ambos lados de la cara, por muy impuesto por la moda que esté. Y no le escucharemos decir: «he ido a mi peluquero y me ha recomendado un cambio de imagen, así que me he desprendido del remolino» como si de un infantil flequillo se tratara. El giro levógiro o dextrógiro del mechón será inherente a la personalidad del sujeto hasta que terminen sus días o le sorprenda una traicionera alopecia.
Y siendo consecuente con su marcada tendencia, modulará el discurso ante sus amistades y colegas, jactándose de la inevitabilidad de su posición y su razón, justificada por el imperativo de un mechón de pelo indómito e indomable. Qué se le va a hacer. No se puede cambiar así como así a una persona y su coyuntura. De este modo se posicionará en la sociedad y en la profesión y defenderá los principios de forma vehemente por el mor de un mechón.
Sus acciones, aunque aparezcan injustificables a los ojos de sus vecinos, merecerán la explicación de la inherencia de su condición capilar. Y así encaminará sus pasos y su futuro, con la seguridad de un aval de nacimiento que le justificará de por vida. Y sintiéndose tan seguro y enardecido por la elegancia de la creencia, expandirá sus razones manipulando poco a poco a los que le rodean y, con el tiempo, a toda la población, consiguiendo que le imiten y coloquen del mismo modo sus flequillos aunque los tengan que engominar para conseguir el efecto contranatural requerido.
Un día tomarán consciencia de lo que une una característica tan similar y lo felices que se sienten formando parte de un grupo, de una tribu, con marca distintiva de pertenencia y comenzarán a distinguirse y a distanciarse de los que no son portadores de tan meritorio baluarte. Y ay entonces de aquellos que sean diferentes o se encuentren en el otro lado de la moda, porque serán el objeto de las iras y del desprecio y serán considerados inferiores y despreciables.
Y solo por mor de un tozudo remolino indisciplinado e inamovible.


LA MADRE
Luisa Gil ©

No duerme. Cuando se acerca la noche y se oscurece la ventana, su mente busca el sentido de lo que le traerá el día cuando despierte. Pero está soñando, o tal vez no. Dentro de la oscuridad se le revela el secreto de sus deseos, de la búsqueda real, del trote descontrolado. Bocetos de imágenes parciales e inconexas, determinados por la bruma, entre las sábanas. Cuando el insomnio se aleja, comienza la mañana.

Antes de saborear el café obligado, busca las letras que componen el día. Abre el costurero, escoge los hilos de colores y comienza a bordar versos que la representen, que vayan por delante de ella iluminando el camino, para llegar a donde le lleva la vida. Se deja caer en el serijo, agotada, mientras rebusca entre los alfileres que escaparon de la caja que los guardaba y ahora hieren sus sentidos. Su mano se aparta, dolorida. Añora las horas de la placidez oscura, del descanso buscado, del silencio tras los cortinajes que ocultan la ciudad.

Es el momento en que cree oír un llanto
desconsolado. Su pecho se llena del néctar
de la vida.

En su garganta se inicia una nana dulce que apenas roza sus labios.

Sus ojos inundados le impiden ver, ¿dónde está?, estaba cerca pero no le ve. Se frota con la manga para limpiar la mirada pero solo consigue extender una mancha negra por los párpados. Escuecen los ojos.

Escucha con atención. Ya no oye nada.

Ahora la mirada le devuelve la realidad que ocultaban las lágrimas: una cuna vacía.

Todos los alfileres se han clavado en sus
pechos, en su vientre.

Tumbada en el suelo, duerme.

Gime, llora, calla, grita. Le despierta un grito.
Su grito.

Se levanta dolorida y deja caer su mirada a través de la ventana cuatro pisos hasta chocar con el asfalto. No siente el golpe, no siente nada. La medicación corre por sus venas cambiando su entorno, diluyendo en su camino lo que queda de ella.

Su mente desarmada y sus extremidades amoratadas por las cinchas la mantienen recluida. Todo está oscuro. Pero ella sabe que todo es blanco: la cama, las sábanas, los muebles, las vendas…

Oye una luz que le apacigua. Sigue un túnel
que la impulsa a correr, esperanzada.

Vuela.

Un celador con guantes azules recoge las sábanas y las echa en
un cubo, dentro de una bolsa de plástico azul.

Otro celador retira la cama.



JORGE OSCAR MOZZINO

Nació en Buenos Aires, Argentina, el 9/2/1947. Vive desde 1999 en Bella Vista, Provincia de Buenos Aires, con su esposa Olga y sus hijos Jorge y Oscar.
Ha sido seleccionado para integrar varias antologías. Dos de estas últimas son las dirigidas por la escritora Olga Beatriz Benditto, Cuentos en Jitanjáfora (2015) y Susurros de cielo e infierno (2017). De estas hemos extractado cuentos para esta edición
Más datos sobre su biografía y trayectoria literaria, así como más de sus obras, en estos números del Suplemento de Realidades y Ficciones:



EL TEOREMA DE PITÁGORAS [1]
Jorge Oscar Mozzino ©

Con Juan y Esteban hicimos toda la primaria juntos. Vivíamos en la misma cuadra. Todas las mañanas la calle se vestía de guardapolvos blancos y un desfile se dirigía hasta la escuela Nº 3. Eran cuatro cuadras de tierra, sin tráfico alguno, donde la única atracción era saltar un charco de agua o patear alguna piedra a la zanja.
Juan era muy estudioso, todos los años el mejor del grado. En su casa había una disciplina muy rígida. Llegar de la escuela, almorzar, ayudar a la mamá a limpiar, hacer los deberes y recién después, a jugar. No había excepción. Hoy día pienso que no era buen alumno solo por la exigencia familiar, sino que alguna capacidad innata, superior a los demás, debía de tener.
Esteban, en cambio, no destacaba en nada. Como yo. Era uno más. Le costaba entender, principalmente matemáticas. Las veces que, volviendo de escuela, Juan le explicaba fórmulas y cálculos, yo también escuchaba, y ponía cara de entender, aunque en realidad tenía una confusión terrible. ¡Uh! Cuando nos explicaba temas de geometría se agachaba y en la tierra, con un palito, nos dibujaba ángulos, triángulos y no sé cuántas cosas más. ¡Con que entusiasmo explicaba! ¡Y Esteban y yo, qué poco entendíamos!
Me acuerdo una vez que nos habían enseñado el teorema de Pitágoras. Digo enseñado porque creo que esa fue la intención, pero yo no había aprendido nada. Después de la explicación, la maestra nos dio unos ejercicios que teníamos que llevar resueltos al día siguiente. Hasta hoy día no entiendo para qué servía eso. Palabras como triángulo rectángulo, cateto, hipotenusa, no tenían para mí el menor sentido. Y consideraba, y sigo considerando, que era todo una invención de gente que se cree que porque piensa, sabe más que los demás y por eso desafía a los otros con estas fantasías.
Qué manera fácil de vivir. ¡Si trabajaran como yo, no tendrían tiempo para estas pavadas!
Ese día volvimos de la escuela caminando rápido porque Juan tenía que ir con su mamá a visitar a una tía internada en un hospital de Capital. En esa época en el barrio no teníamos autos, así que había que caminar cinco cuadras hasta la estación, tren a Retiro, y de ahí colectivo. Pero las familias se visitaban más que hoy día, y todo en transporte público.
¡Cuánto hubiera querido yo que ese día Esteban le preguntara a Juan por el teorema!
Al día siguiente iba yo a la escuela pensando qué hacer si la maestra me hacia pasar al frente para resolver los problemas. Por suerte era en la última hora.
Llega el primer recreo y la maestra autoriza a Juan a quedarse en el aula porque tiene tos. A mí no me pareció que fuera para tanto, ¡pero bueno!
Una oportunidad perdida, pensé yo.
En la segunda hora de clase, desesperado, le pido a Juan que me ayude a resolver los ejercicios. La maestra me ve, y como penitencia no me deja salir en el segundo recreo.
Solo en el aula, se me ocurre la salvación. Voy al pupitre de Juan, abro su cuaderno, busco los ejercicios, y copio las soluciones en el mío. ¡Qué alivio que sentí!
Como era mi temor, la maestra me llama al frente. Paso con el cuaderno y desarrollo las soluciones. Para mi sorpresa la maestra me dice que está todo mal. ¡Qué no entendí nada!
Qué no entendí, tenía razón. ¡Pero que estuviera todo mal! ¡Si me había copiado del cuaderno de Juan, y él sí que entendía!
Avergonzado, volví a mi banco. Con cara de reproche lo miré a Juan. Sentí una gran decepción. ¡Cómo podía ser que Juan, el mejor alumno, hiciera todo  mal? Hasta me dieron ganas de decirle a la maestra: ¡Mire que los hizo Juan, eh!
En el camino a casa no toqué el tema, y Juan tampoco, quizá para no incomodarme.
Pasaron los años. Un día que nos encontramos de casualidad en Ia estación Retiro, le pregunté: Juan, ¿te acordás del teorema de Pitágoras? ¿De los ejercicios que nos dieron? ¿Todavía no entiendo cómo me fue tan mal si yo me copié de tu cuaderno en el recreo?
Uh, si me acuerdo. ¿Sabés que pasó? Como fui a ver a mi tía, no tuve tiempo de estudiar y hacer los ejercicios. Entonces se me ocurrió toser un poco para que la maestra me deje en el aula durante el recreo y agarré el cuaderno de Esteban...


LA CIUDAD [1]
Jorge Oscar Mozzino ©

Se despidió de su madre entre lágrimas y recomendaciones. Era la primera vez que se iba del pueblo, si se le podía llamar así a esas chozas desparramadas en el medio de la montaña.
Caminó un par de horas por los cerros poblados de cabras, hasta llegar a la ruta. Ahí un colectivo lo llevó hasta la ciudad. Había anochecido y se maravilló con las luces en las calles. Sintió que le daban la bienvenida. Tan distinto a su pueblo, donde las velas o algún farol eran los únicos medios de penetrar la inmensa oscuridad.
Encontró la dirección. Lo llevaron a la pieza del fondo. Solo un catre y una silla vestían la habitación. Una lamparita desnuda irradiaba rayos que a él le recordaron al sol. Se preguntó qué hacer. Tendría que convivir con ese artefacto. En las montañas se protegía de la insolación con un sombrero de alas anchas.
Había traído un gorro. Se lo puso. Se acostó. No podía conciliar el sueño. La luz de la lámpara lo encandilaba. Se tapó los ojos con un brazo y se quedó dormido.
A la mañana salió a buscar trabajo. En una esquina lo sorprendieron unas luces que cambiaban de colores: verde, amarillo, rojo, verde... En el campo él agitaba un trapo rojo para arrear a las cabras. ¿Sería esto para arrear a la gente?
Un enorme cartel luminoso también le llamó la atención. Las letras aparecían y se borraban continuamente. Aunque no sabía leer, le recordó el pizarrón de la escuela a la que había ido unos meses. Pero, ¿quién escribía? Y la tiza, ¿dónde estaba?
Volvió a la pensión. Le dijeron que apagara la luz cuando se iba. Estuvo a punto de preguntar como había que hacer, pero no se animó.
Cuando llegó a su pieza, la luz estaba apagada. Suspiró aliviado.

[2] Este cuento figura en la antología Susurros de cielo e infierno (Buenos Aires, Dunken, 2017).


CUIDEMOS A PAPÁ [2]
Jorge Oscar Mozzino ©

Para Juan la vida transcurría dentro de la rutina que le imponían sus setenta y ocho años. Si bien no tenía apremios económicos, siempre comentaba su deseo de tener más dinero para poder vivir sin privaciones sus últimos años. Toda una vida de trabajo se reducían ahora a hacer los mandados y atender la huerta en el fondo de la casa.
Siempre había tenido debilidad por el juego. Durante muchos años había apostado a la quiniela, carreras de caballo, lotería y en sus escapadas a la costa tenía asistencia perfecta al casino.
Desde que tuvo ese preinfarto hacía cuatro años, le habían prohibido todo tipo de apuestas. El Dr. Castro había sido muy claro con él. “Don Juan, hemos tenido suerte esta vez. Evitemos todo tipo de emociones fuertes. Olvídese del juego. Tomemos rigurosamente la medicación, y hagamos los controles periódicos”.
Él confiaba mucho en el Dr. Castro. Eran de la misma edad y se habían criado en el mismo barrio. Charlaban largamente recordando hechos pasados. El doctor lo trataba amistosamente, pero don Juan mantenía la distancia y el respeto que le debía a su condición de médico. Siempre se despedía prometiendo que iba a tomar rigurosamente los remedios.
¡Tomar los remedios! No era esto el simple acto individual de poner las gotitas en un vaso de agua o tragar el cóctel de píldoras recetadas. ¡No! Su esposa controlaba rigurosamente la ingesta y su hija llamaba permanentemente recordando el cronograma.
Entre las dos habían creado un microclima donde le ocultaban a Juan todo lo que, según ellas, pudiera alterar la tranquilidad que debía tener para prolongar su vida.
Uno de los secretos mejor guardados era que su hija, a escondidas, seguía comprando todas las semanas un billete de lotería que había seguido su padre por muchos años.
Grande fue su sorpresa cuando se enteró que ese número había ganado el premio mayor. Corrió a decírselo a su madre. Una inmensa alegría las invadió a las dos. Luego, una duda cruel las amenazó. ¡Cómo decírselo a papá! Ya lo había advertido el médico. Cualquier shock emocional podía poner en peligro su vida.
Corrieron a consultarle al Dr. Castro.
Acordaron en que dentro del cóctel de remedios, le darían un tranquilizante. Luego lo llevarían al consultorio y el Dr. Castro se encargaría de comunicarle la novedad.
Conversaron largamente sobre el barrio, donde iban a bailar, los cafés, los partidos de truco. Hasta que el Dr. Castro, con el aplomo que da toda una vida dedicada a tratar con enfermos, comentó, con un guiño a la esposa y a la hija: “Y don Juan, mire si hubiera seguido jugando a la lotería... ¡y se saca el primer premio! ¿Qué haría con tanto dinero?“ “¡Le daría la mitad a usted, doctor!”, fue la segura respuesta de don Juan.
Fue demasiado para el Dr. Castro. Un fulminante ataque cardíaco acabó con su vida.

[1] Estos cuentos figuran en la antología Susurros de cielo e infierno (Buenos Aires, Dunken, 2017).
[2] Este cuento figura en la antología Cuentos en Jitanjáfora (Buenos Aires, Dunken, 2015).



ANDERSON ESTEVAN

Poeta brasileño, 29 años, de la ciudad de San Pablo. Es además periodista y trabaja en la actualidad en relaciones públicas. Tiene un libro publicado en 2013, Los colores primarios. Le gustan mucho los poemas de Olavo Bilac, Carlos Drummond de Andrade y Ferrera Gullar. Según el propio autor, esos son los poetas que más influyen en su trabajo.


PARA QUE USTED NO SE OLVIDE
Estevan Anderson ©

Tengo que decirle
es importante que usted no se olvide
que todo lo que está ahí fuera
se disuelve a la velocidad
de una tormenta en el mar

Llueve afuera
y yo soy la tormenta que erosiona
El vapor que fluye a través de las ventanas
Su autobús en pleno: el Lunes
Soy el Lunes
y también el agente que deconstruye
el ozono sobre su cabeza

Soy la molécula de nube que le persigue en su camino al trabajo

Vertiendo el agua y el hielo para que no se olvide
que nada le hará olvidar
y también que usted sepa
lo que está a punto de terminar

Hay una tormenta

Y esté segura que esa tormenta soy yo
que arrastra el coche hacia las corrientes
y que lleva las ratas a su cuarto de baño
porque soy las ratas

No se olvide
mi voz resonando por los confines de la noche
y mi mente confundida
Mis pálidos dedos tocando su piel suave
Porque soy el frío
y la hierba que acoge a sus pies
mientras que todas las superficies están húmedas

Me mezclo a la inundación que acompaña la vereda
para que pueda ser el charco que moja su vestido
Estoy en cada una de las fibras del algodón que lo componen
llevado por muchachos chinos en plena Navidad
Es posible que no se sorprenda, pero yo soy también la Navidad
y el aburrimiento que le abraza mientras Santa Claus no llega
Mientras yo no llego
para que todo no termine en una fiesta de carnaval
Como un concepto absoluto
una regla impuesta por el espacio
A medida que el chasquido de la llovizna, como la noche,
se expande y usted descansa
y yo, perdido en las brumas del sueño,
siento y sé
Soy su pesadilla perfecta


AMOROSO
Anderson Estevan ©

Cada vez que me miras
con esos ojos vivaces, castaños
fugaces, dispersos, taciturnos
que no dicen sí ni no
Ojos que me traen esperanza, miedo
mirándome envueltos en reticencias
me estremezco
Cada vez que nos encontramos
aunque sin querer, sin razón
Ciegos de tanto cielo, tanto mar
tanta oscuridad
Distraídos en pensamientos vanos
Ah, mujer, yo percibo
que incluso sin habernos tocado nunca
en esta intensa amalgama de sentidos y razones
que nunca tuve, te he visto entre las
esquinas, callejones, paseos
aunque no sabía tu nombre
Ah, cómo te amo mujer...



DIANA DECUNTO

Argentina (nacida en Uruguay) y residente en la ciudad de Buenos Aires. Colabora con algunas páginas literarias en la web. Posee varias obras sin editar. Ha realizado cursos de arte, incluyendo teatro. Varias de sus obras fueron publicadas en páginas literarias de Internet.
Conduce programas radiales en los que difunde literatura a través de textos e entrevistando a escritores. Actualmente es columnista en “La Feria Fantasma” y conductora del programa “Consignas de radio”, ambos en radio Lexia (www.radiolexia.com.ar). En 2016 fue columnista junto a Alicia Zabala del programa “Literatura y Plus” en la radio FM Tribunales (https://www.facebook.com/LiteraturayPlus/)
Licenciada en sistema por la Universidad Católica de Salta, especializada en sistemas bancarios.
Más sobre su biografía y obras en estos Suplementos:

Consignas de radio:
Entrevistas culturales:


TRES MICRORELATOS EN PASCUA
Diana Decunto ©

PENUMBRAS
Mucho frío, el viento no estaba invitado. Oscuridad. En mi mano, una vela. No es fácil encontrar lo que necesitamos: un fósforo. A tientas, en la alacena, había uno. Prendimos la vela. Éramos felices. Una ráfaga de viento la apagó. Olvidamos cómo haríamos para que la felicidad no se escapara.

INCENDIO
Lloraba al leer la última carta: “el amor se hizo cenizas”. Juntó las cartas y las guardó en un cofre. Al día siguiente, no paraba de reír, estaba loca. El pueblo pensó: no es para menos se incendió su casa, se quedó sin nada. Ella era feliz, las cartas tenían razón, el amor se había hecho cenizas.

AYUDA
Me pidió ayuda. Extendí mi mano y la tomó. Gemía. Con mis fuerzas exhaustas traté de sacarlo. Él con su fuerza a su abismo me atraía. Le grité, si pides mi ayuda, tiremos juntos para el mismo lado. Me dijo no puedo, cuando caiga, no quiero estar solo, quiero compañía. Solté mi mano.


HISTORIAS DE RUTAS
Diana Decunto ©

El sol está en su cenit. Chusquiita y su camión con acoplado, recorriendo caminos, por más de treinta años. Su ruta preferida es la 40, la cual conoce más que la palma de su mano.
Todo lo que gana Chusquiita lo destina a sus nietos, en su peña en Tilcara, en obsequios para su esposa. Nunca entendió el sentido del ahorro. Porque siempre salió airoso aunque su familia pasó por momentos muy apretados.
Chusquiita viene cantando por la ruta, escuchando la radio, música del altiplano, esa misma música con la que fue creciendo.
No es fácil manejar el camión, cuando la cuesta es muy empinada, porque lleva una carga muy pesada. Chusquiita es un camionero prudente en la ruta. Le han prometido buena plata si llega con la carga para antes de la noche. Son más de novecientos kilómetros y debe manejar como diez horas.
Ninguno de sus hijos pudo acompañarlo. Chusquiita se queja, porque dice que las nuevas generaciones están en otra.
Chusquiita necesita la plata porque se avecina el carnaval, quiere festejar uno de los mejores carnavales tilcareños. La alegría cuesta. Para poder cumplir con la entrega ha tomado un atajo, no conocido, salvo por aquellos oriundos de la zona.
El motor sobrecalienta. Chusquiita conoce las intimidades de esa máquina. Se ha parado en la banquina, empezó a salir humo del motor del camión, como si fuera una chimenea encendida.
Cuando el humo se disipó, Chusquiita abrió el motor del camión. Se sumergió en esa intricada masa mecánica; cuando sacó su cabeza del motor, tiró un escupitajo al piso, y como podía secaba el sudor que corría por su espalda.
El radiador se había roto. El charco de agua en el piso lo delataba. Buscó el celular para pedir asistencia mecánica. El celular no tenía señal.
Fue al acoplado a buscar el bidón de agua. Apenas llenó el radiador con agua, el charco en el suelo aumentaba.
Era el mediodía, en plena puna. No pasaba nadie por la ruta. Un camino desolado de muchas curvas, cuestas y bajadas. A las empresas de celulares no les había interesado cubrir los recovecos misteriosos de las rutas.
Chusquiita regresó a la cabina del camión. Se secó el sudor de la frente. Sació su sed recién cuando llegó al final de la botella. Apagó la radio, era mejor escuchar el silencio de la montaña.
Dormitaba, esperando a algún compadre que pasara. Se despertó de golpe con la boca seca, empapado en sudor. Recordó que al costado del camión había dejado el bidón de agua. Se bajó desesperado y lo descargó en su cabeza para refrescar su cuerpo. Al agua caliente la sintió como una bendición.



ÁNGEL GAVIDIA RUIZ

Nació en Mollebamba, Santiago de Chuco, Perú, en 1953. Estudió medicina humana en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y hoy se desempeña como medico internista en el Hospital Belén de Trujillo y como docente en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Trujillo, ciudad donde reside. Ha publicado cuatro libros de poemas (La soledad y otros paisajes, Un gallinazo volando en la penumbra, Fuera de valija y El centro de la tierra), cuatro en prosa, tres de cuentos (Aquellos pájaros, La cita y otras ausencias y Los días y el viento) y otro de difícil clasificación (El molino de penca). Ha escrito, asímismo, dos ensayos: “El cólera en la ficción de García Márquez” y “Ribeyro y Santiago de Chuco”. Tiene un par de libros inéditos y ha formado parte de los grupos literarios “Raíz Cúbica” de Cajamarca y “Greda” de Trujillo.


CUANDO EL LOBO DE AQUEL SANTO DE ASÍS ME DIO POSADA
Ángel Gavidia Ruiz ©

Cuando el lobo de aquel Santo de Asís me dio posada
y vi cómo abrigaba de tremenda ternura su guarida,
y cuando el cactus me dio su corazón de planta buena y me dijo: “Perdón por mis espinas… de pura soledad fueron creciendo”,
y cuando la tierra árida se puso alegre al verme y a manos llenas me dio de su esperanza,
¡qué ganas de llorar… qué ganas!


PARA LLEGAR A MAYA
Ángel Gavidia Ruiz ©

Para llegar a Maya
hay que oler en el viento su presencia, estar atento,
descubrir sobre el trébol su pisada,
entonces
enrumbar hacia el norte velozmente
con la mirada alerta
en todo lo que sueñe o cante o ría:
¡Divisarla!
Ir dejando la ropa en el camino, desnudarse de todo hasta ser bueno, y llegar mansamente
hasta rozarla apenas… como el viento
¡Maya!
Y ya no decir más,
dejar que las bandadas se alboroten, que los trigos expriman su dulzura, dejar correr lo tuyo por su sangre como locos venados por la pampa. Dejar… que Maya sabe,
sobre el trébol en flor o entre los cedros,
Maya sabe querer como la tierra.


APUNTE A LÁPIZ
Ángel Gavidia Ruiz ©

Simplemente
la imagen de un hombre
construido de esperas.


DUNAS
Ángel Gavidia Ruiz ©

El laborioso viento
junta sin tregua
su mies de arena.


LAS GAVIOTAS
Ángel Gavidia Ruiz ©

Las gaviotas,
cometas grises
de niños huérfanos.


EN LA ESQUINA DE UN PARQUE ÉL ESPERA
Ángel Gavidia Ruiz ©

Él o el tiempo, una cuerda
que, a modo de infinitas golondrinas,
va poblando el silencio.


EL REENCUENTRO  [1]
Ángel Gavidia Ruiz ©

Yo no sé cómo te enteraste que estaba aquí y, sobre todo, cómo has venido a verme si hace más de cinco años que estás muerto. ¿Recuerdas? Aquella tarde corríamos los dos: yo robé una empanada y tú, un churro de a sol. Sonó un balazo y ahí nomás quedaste, en medio de un charco como este, pero rodeado de gente. No como yo, ahora, solitario, si no fuera por ti, que has venido a verme, Chisco querido.
Y tú me preguntarás qué mierda hago aquí, en este infierno de hojas y zancudos, yo que debería estar a estas horas gorreando unos cigarros en la tienda del chino, mientras hago el ambiente para cuando llegue a casa y mi madrastra me tire las sobras de comida en la cara o mi viejo me busque la bronca por las puras alverjas, solo por joder.
Así pasó hace un mes. Me pegaron por mi vieja que ni siquiera conocí; porque había nacido; porque no me morí cuando, en el Hospital del Niño, me sacaron pus de los pulmones; creo que me pegaron para que me largara de una buena vez. Y me largué, carajo.
Tú siempre fuiste más valiente que yo, la calle te calzaba mejor. Pero yo no, Chisco. Recordaba los ojos llorosos de mi hermano y quería volver. Pero no solo me habían molido los huesos, me habían escupido al corazón, y así no podía regresar.
La tele hablaba de la guerra y de lo bienvenidos que eran los voluntarios y, aunque no tenía la edad suficiente, me enrolé y me fui a la frontera.
Como verás aquí todo es diferente. Todo. La tierra es otra tierra, y hasta el sol, que apenas atraviesa los árboles, es otro. Solo la sangre es igual en la costa y en la selva.
Íbamos once por una trocha recién dejada por el enemigo. Las raíces me ponían más cabes que el Zurdo cuando le quitaba la pelota. El barro me sujetaba fuerte de las botas. Los treinta kilos que llevaba a la espalda, sin contar el fusil, parecían sesenta con la lluvia. Me fui quedando atrás. Creo que me perdí. Después, chapoteando entre el barro y la maleza, escuché una explosión más fuerte que el balazo que te tumbó esa tarde. Y todo oscureció.
Ahora que he despertado te veo aquí, acompañándome. Mirándome sin decir nada. Sentado en una rama como si fueras mono. Sabes, Chisco, nunca pensé que sin piernas me sentiría más liviano; tanto, que me darían ganas de echar unas chalacas como cuando les ganamos a los “Bravos del Rímac” jugándoles en su propia cancha. Pero así es, Chisquito: sin piernas, en medio de este charco rojo que ha comenzado a llenarse de hormigas, me dan ganas de correr y hasta de volar al árbol tierno donde te has subido para espantar los buitres que me aguaitan relamiéndose el pico.


CHATO  [2]
Ángel Gavidia Ruiz ©

Me he quedado sin habla, compadre. No sé qué decir y menos qué hacer. Puta, tú, el más valiente, el más habilidoso con la chaira, el pata que no le tiene miedo ni a la vida ni a la muerte ¿así? ¡No me jodas! Se me han quitado de golpe todos los alcoholes, cuñao. Pero, igual, no sé qué decir, qué hacer. Me dan ganas de coger todas mis chivas y salirme corriendo. Pero, carajo, soy tu amigo ¿no? Y los amigos son amigos en las buenas y en las malas. Y yo también he sufrido. También los que me criaron me molieron a palos por las santas huevas. Pero nací hombre. Qué mierda, nací hombre y, así como la carne es para los leones, el hombre es para el sufrimiento. ¿Pero la mujer, cuñao? También, y, quien sabe, la mujer, más. Pero lo hiciste bien, cuñao. Muy bien. Eres el mejor cargador de La Parada. Chupas como vikingo y haces enterrar el pico a todos los guayacoleros fanfarrones que nos quieren atarantar. Te agarras a golpes con cualquiera. Y hasta los maricas te echan ojo para que los acompañes. Chucha, yo decía: “Si siendo chato, este huevón, es tan bueno, cómo sería con la talla del ‘Chimbotano’, carajo”. Porque te he visto pelear y cargar seis arrobas de trigo como si nada y arrastrar tu carretilla, más cargada que camión ajeno, con la fuerza de tres cholos trejos. Pero ahora que estamos a solas en tu choza de esteras, echados en la tarima como dos compañeros, con la luz de esta velita que se está acabando, resulta que te sacas la faja que aplastaba tus pechos, te quitas los trapos que disimulaban tus caderas y eres una mujer, carajo, una mujer hecha y derecha, y yo aquí, frente a ti, tartamudeando, mientras te escucho decir que la primera pelea fue con tu padrastro, la segunda con el patrón de tu madre y que no hizo falta más para que comprendieras que no había salida: o te volvías hombre o eras puta. Y aquí estás, carajo, llorando como los hombres machos que no lloran. Como las hembras buenas que nunca he conocido. Me has jodido, pata.

[1] Del libro de cuentos Aquellos pájaros.
[2] Del libro de cuentos La cita y otras ausencias.



MARIO PELOCHE HERNÁNDEZ

Nació en 1975 en Cádiz, España, aunque ha pasado casi toda su vida en Cáceres. Reside en Fuente de Cantos (Badajoz). Es licenciado en ciencias biológicas por la Universidad de Extremadura. Posee un master en Gestión Medioambiental. A finales de 2013 publicó con la editorial madrileña Atlantis su primera novela, Hécate, que aúna el suspenso, la mitología y la ciencia ficción. A finales de 2014 publicó el relato Apnea, en la antología Golpe a la violencia de género, de la misma editorial. Ha publicado el relato El beso en la revista de literatura y creación Norbania. Actualmente se encuentra ultimando su segunda novela.


TRANSICIONES
Mario Peloche Hernández ©

I

Nacido fuera de este mundo
parido para no ser de nadie
ni mío.
Nativo de la insignificancia mayúscula
insomne esclavo del desatino.

Espirales traza mi vida
con destino a ningún sitio.
Vuelvo al centro de mi adentro
vuelvo al lugar del que nunca me he ido.


II

Me ahogo.
Entre dos mundos me debato.
La profundidad insondable,
pretérito acechante que reclama
las deudas en salitre.

El cielo promete un futuro
que yo no aprehendo;
el Sol, anhelo que destella
para juzgarme insolvente.
Me ahogo.


III

Golpes.
Tambores.
Latidos monocordes.

Golpes.
Tambores.
Profetas inmisericordes.

Golpes.
Tambores.
Mi conciencia se desgrana.
Los días de mi vida,
el pulso de mi alma.

Golpes.
Tambores.
La nada se amalgama.
La soledad, mártir de mí mismo,
resonando me agasaja.

Golpes.
Tambores.


IV
HOMBRE DE ARENA

Yermo. Desierto. Desolado.
Arena hasta donde alcanza la vista.
Clepsidra que bombea arena por mis venas,
que agosta mis campos, seca mis pulmones,
que no entiende de sentimientos pero sí de omisiones.
Mi horizonte es arena,
un final donde tú empiezas,
un camino de huellas borradas que se alejan.

Desierto. Yermo. Desolado.
Arena que satura el aire.
El Sol exhala en mi adentro,
golem con tendones de piedra,
mejillas surcadas de plata,
simún en el alma y en el aliento.
Mi noche es la llamarada oscura de tu pelo,
una cuchillada de refulgente obsidiana,
el rostro pálido y enjuto del miedo.

Desolado. Desierto. Yermo.



JORGE GALLARDO PÉFAUR

Nació en Ovalle, Chile (1950). Vive en Santiago. Su nombre completo es Jorge Sergio Gallardo Péfaur. Autor del libro Colo Colo de las Revueltas y otros relatos (inédito, registro propiedad intelectual N° 249451). Fundador y editor del sitio web Luis Emilio Recabarren.


COPO DE NIEVE
Jorge Gallardo Péfaur ©

El río bajaba serpenteando por las laderas de los cerros, en un verdadero carnaval de sonidos, hasta llegar al valle que generosamente recibía sus aguas, y que permitían que los lugareños pudieran desarrollar sus faenas agrícolas. Distintos caseríos se podían encontrar a lo largo del valle, todos ellos unidos por un frágil y angosto camino de tierra, el cual concedía a los campesinos sacar sus productos hacia la ciudad, las plantaciones de paltos, papas, frutales y hortalizas era su mayor fuente de ingresos.
Ese día Pedro se levantó como siempre al clarear el día, tenía harto de qué preocuparse, estaba un poco inquieto por su plantación de papas. Esta estaba mostrando rastros de tener una plaga, e igual los pimentones. Había encontrado marchitas algunas matas recién plantadas y con la característica mancha negra a ras de tierra, signo inequívoco de que algo andaba mal.
Caminaba hacia sus plantaciones absorto en estos problemas cuando su vista se fijó en una mancha blanca que se movía al costado del camino. En un primer momento pensó que era un conejo, los cuales abundaban en esa zona y que él de vez en cuando salía a cazar, pero no, era un pequeño perro absolutamente blanco, muy a mal traer, flaco y esmirriado, con signos evidentes de no haber comido en mucho tiempo.
A pesar de que él tenía sus perros, de inmediato lo adoptó y le dio de la comida que llevaba. El perro lo siguió hasta el potrero donde él iba a desmalezar y se quedó echado cerca hasta la tarde cuando él volvió a su casa. Tenía que pensar un nombre para su nuevo compañero y decidió ponerle Copo de Nieve, por lo blanco, igual al blanco que apreciaba cada vez que miraba hacia las montañas, que a la lejanía divisaba y en las cuales podía ver, sobre todo en las puestas de sol y al amanecer en las altas cumbres cubiertas de nieve.
Pedro y Copo de Nieve hicieron una buena pareja. Se acompañaban mutuamente durante el día y al regresar a casa en las tardes el perro se echaba cerca del fogón que permitía calentar el rancho, cuando se dejaba caer el frío de la noche. Los dos se complementaban muy bien, hasta el día que sucedió lo inesperado, lo cual Pedro hasta el día de hoy no se conforma que pasara. Recién levantado y a punto de irse al potrero, por algo que ni siquiera recuerda, la emprendió a palos con Copo de Nieve. Quizás el perro se comió una gallina o rompió a mordiscos un apero de la montura, lo cierto que Copo de Nieve salió arrancando por el camino, aguas arriba, hacia el pueblo de Buena Esperanza, un caserío como había muchos en el valle.
Pasó algún tiempo y Pedro tenía la secreta esperanza que Copo de Nieve volviera, pero con el pasar de los días se fue olvidando de él, a veces lo recordaba, pero muy de cuando en vez al regresar en la tarde a su rancho después de su faena.
Un día Pedro al levantarse, cuando recién el sol intentaba asomarse sobre las montañas, escuchó el canto de un canario, ave casi desconocida en la zona. Un gorjeo fuerte y claro que bajaba hacia el valle de la dirección de Buena Esperanza. El viento que en la madrugada bajaba desde los cerros hacía ese canto mucho más diáfano e inundaba literalmente todo el valle. Los lugareños estaban extrañados, todos los días al salir el sol se escuchaba al canario cantar.
Hasta el día que Pedro escuchó de unos caminantes que iban a Buena Esperanza, una historia increíble, la de un perro que cantaba como canario en el paltal que había en la entrada del caserío de Buena Esperanza. La curiosidad hizo que al día siguiente antes que aclarara, mucho antes, tomara huella y se dirigiera a saber de qué se trataba. Llegó a su destino cuando el sol daba sus primeros rayos sobre el valle, y entonces vio a Copo de Nieve subido en la rama de un palto cantando y con un gorjeo interminable. Quedó estupefacto de lo que vio y escuchó. Se enteró que el pueblo estaba revolucionado por tal acontecimiento, llegaban muchos visitantes afuerinos a escuchar a Copo de Nieve. Se formó en el pueblo una comisión para atenderlo, le hicieron traer paja de trigo, para hacerle una cama, le ponían agua a destajo, igual la comida. El delegado de gobierno logró que el alcalde de la comuna hiciera pavimentar la calle del pueblo, se empezaron a instalar diversos negocios, para atender a los peregrinos. Los habitantes del caserío —muchos de ellos— hicieron ampliaciones a sus ranchos para dar alojamiento a los visitantes que no podían el mismo día regresar a sus casas.
Pedro no volvió a Buena Esperanza. Solo esa vez, siguió con sus plantaciones y sus cosechas de hortalizas, pero ya su vida nunca más fue igual. No paso día que al amanecer no escuchara a Copo de Nieve y maldijera el aciago día en que tomó el palo de coligüe y lo castigó en forma inmisericorde.


GUACAMAYO
Jorge Gallardo Péfaur ©

Ahora que llegó la primavera mi guacamayo pareciese que revivió. Se nota más alegre, quizás es solo mi imaginación, yo en verdad no sé como se alegran ellos, pero creo entenderlo, en el invierno lo miraba desde mi ventana y estaba entumido de frío, para qué decir cuando llovía, a veces hablaba con él por si me entendía y perdonaba:
—Guacamayo, yo no te saqué de tu tierra para traerte hasta acá.
Así le decía, pero él no me escuchaba. Bueno, le encuentro razón de que esté triste, el cambio fue muy brusco, de las selvas de Venezuela a este clima frío no se lo doy a nadie. A pesar que lo puse bajo la sombra de una mata de damasco imperial, los duraznos y los almendros florecidos no lograban animarlo, ni tampoco los zorzales, gorriones, tórtolas que en esta época visitan nuestro jardín nada lograban. Mi hermana fue de la ocurrencia de traerlo, lo llevaba de casa en casa en las que ella vivía, ahí creo que tomó esa actitud de desolación, al final me lo traje yo, ayer fui donde él y le dije:
—Guacamayo, prometo que algún día te llevaré de vuelta a tu selva, allá cerca del “Churúm Merú”, y te dejaré libre.
Mañana iré a comprar la pintura verde y roja para terminar de pintar sus alas y así estaremos preparados para el viaje. La goma del viejo neumático del que está hecho, hace que se descascare la pintura y se vea tan desaliñado.


CLAUDIA ANTONIA YA NO VIVE AQUÍ
Jorge Gallardo Péfaur ©

Ese día sentía que el carretón estaba más pesado que nunca. Qué raro, pensaba, si siempre traía lo mismo. Había salido de madrugada a la Vega, tenía que llegar a tiempo a instalar su puesto en la feria libre, le sonaba a burla el libre, que iba a ser libre ella, si desde niña tuvo que trabajar. Hace años, cuando vivía con sus padres, y ayudaba a sembrar, desmalezar y cosechar, era experta en papas, tomates y también en melones y sandías. Cuidar chanchos y gallinas ya la tenían hastiada, un día lo decidió, se vendría a Santiago. Lo sentía mucho, no tenía alternativa, quería tener su propia vida, sabía los sacrificios que le significaba a ella y el sufrimiento para sus viejos cuando lo supieran, los padres siempre lloran cuando se les va un hijo, y una hija regalona con mayor razón. No le fue fácil acostumbrase a su nueva vida, pasó muchas pellejerías, vivir en pensiones —eso fue después que en la casa de un familiar donde llegó, le dijeron que no la podían tener más. Ahora recuerda las pocas veces que fue al cine y sobre todo una película, algo de la colina se llamaba. Se trataba de un campo disciplinario militar, le impactó el protagonista, un preso que junto a sus compañeros los obligaban todos los días a subir una colina de arena, incansablemente, de sol a sol, con su mochila de reglamento. Le hizo mucho sentido con su vida, sobre todo ahora que día a día debe salir con su carretón, sonríe tristemente para sí y piensa, yo tengo mi propia mochila, y qué le va hacer, los tres hijos tienen que comer, pero se sabe responsable y apechuga nomás. De su marido mejor no hablar, él siempre fue irresponsable, después de todo sintió alivio cuando se fue, su madre siempre decía “mejor sola, que mal acompañada”; son sabios los consejos de los viejos. Por lo menos en la feria, entre sus colegas, encontraba apoyo, la gente mientras más humilde es más solidaria, lo sabía por experiencia propia. Si hoy tienes un hijo enfermo, o cualquier otro descalabro, muy pronto se corre una lista para apoyarla con plata, o por lo menos con palabras de aliento, es bueno sentirse parte de una comunidad. Una de esas madrugadas se detuvo, a leer un escrito en la pared, nunca lo había visto, seguramente lo pintaron esa noche, lo leía y releía:
“Y aunque no lo creas ganaremos nosotros los más sencillos, aunque no lo creas, ganaremos, ganaremos”.
No sabía que era un poema de Neruda, pero le hizo sentido, memorizó quién lo firmaba, la brigada Chacón, en los días posteriores siguió dándole vuelta a lo leído. Todos los días se detenía cuando venía con su carretón con verduras a leerlo, y así como decidió dejar su casa y familia, para aventurarse en Santiago, así, con la misma decisión tomó contacto —después de preguntar entre la chiquillería del barrio— con los autores del mural, se puso muy contenta cuando la aceptaron en el grupo. Empezó a dejar pequeños espacios de sus ocupaciones para dedicárselo a esta nueva faceta de su vida, brigadista de la Chacón. Tenía un sentido innato para la propaganda, primero cumplió como “loro” —avisar cuando venían los pacos—, su primer aporte en serio fue cuando aprendió a “filetear”. Se trataba de hacer el contorno de las letras, para después rellenarlas, cada día se esmeró más en su aprendizaje, pero no hablaba de sus cosas personales, era muy reservada. Ni nos dimos cuenta cuando ya estaba enseñando las técnicas de los papelógrafos, inventó una plantilla de una simple carpeta de cartulina, que permitía hacer todas las letras del abecedario. Empezaron a pedir que fuera a otros lugares. En Pudahuel, Lo Prado, La Florida supieron de su arte, y de su dedicación, también de su simpatía. Todos querían aprender con ella, cómo lo hacía para madrugar yendo a la Vega, atender su puesto en la feria y dedicarse a sus pequeños hijos, solo ella lo sabía. A veces me encontraba con ella, en las mañanas cuando se iba a instalar a la feria, invierno y verano, Claudia Antonia cargaba su mochila, no tenía alternativa. Un día empezó a faltar a su trabajo, ya no se escuchaba pasar su carretón, con el característico rechinar de sus ruedas metálicas, igual dejó de asistir a sus charlas de “propa”. Preocupados fuimos a su casa, nos atendió una persona que no conocíamos, nos dijo escuetamente:
—Claudia Antonia ya no vive aquí.
Esto fue en la época de la dictadura militar, aún la recuerdo con cariño, qué sería de ella. Cuando paso frente a un mural o un papelógrafo, lo miro detenidamente, con la secreta esperanza, de encontrar en ellos una señal de su particular modo de “filetear” o algún rastro de sus enseñanzas.



FRANCISCA OLMOS COMINO

Granada (Andalucía), España. Escritora de cuentos infantiles, relatos, poemas, relatos breves, microrrelatos. Colabora con revistas literarias. Ha sido semifinalista de un concurso, con publicación de una de sus poesías. Autora del libro Cartas para un ángel, Granada. Editorial Aliar, 2015.


ERRANTE
Francisca Olmos Comino ©

Bajo los árboles mustios
se cobija un hombre invisible,
sus ojos iluminan
el oscuro cielo.
Callejones iluminados,
por una luz celestial
callejones habitados,
por un nuevo ángel de sueños.
Hombre paciente y tranquilo,
que busca la súbita
permanencia en el tiempo.
Callejones habitados,
por una alfombra
donde brotan penumbras,
como el terroso rubor
de la agonía.


CAMINO
Francisca Olmos Comino ©

Mis zapatos polvorientos acariciaban la tierra roja del camino, pensando ¿adónde el camino irá?
Mis ojos habían soñado una y otra vez con el campo mudo y sombrío, donde el sol se duerme tras las colinas doradas.
Peregrina que va entonando al vuelo su canción.
“Tengo el corazón roto por culpa de la pasión de un noble caballero, herida que no sanará jamás. Anhelando tus brazos, cobijando mi cuerpo”.
Perdida en el crepúsculo aprendí qué dirección tomar, aprendí que la soledad no es estar solo y que el amor se muere, como una flor marchita. Mis lágrimas enturbian el camino, entre castillos y príncipes árabes, montados sobre bellos corceles negros, voladores de una sombra clara.
A la hora de mi marcha dejo el camino sedienta de amor, pero volveré como pájaro, volando sin más pasión que la sustancia y sin más acción que la inocencia.



JAVIER ANTONIO GALARZA

Nació el 23/3/1977 en Quilmes y reside en Florencio Varela, Provincia de Buenos Aires, Argentina. Hizo cursos de radio y periodismo.
A los trece años empezó con sus primeros poemas. Publicó sus primeras notas en la revista del movimiento “Teresa Rodríguez”. En mayo de 2001 publicó en el diario Un pobre solitario. En 2003 produjo y condujo un programa de índole cultural en una FM. En 2004 ingresó al Tarumá Literario, taller coordinado por la escritora y actriz Zulma Olivetta; allí participó en antologías (2004/05/07/08) con títulos como De profesión cartonero, Ojos cacique, Vendedor de nostalgias (obra para el primer certamen de letras de tango Ituzaingó, Provincia de Buenos Aires), entre otros. En 2005 publicó en la antología de SADE - Sur Bonaerense, y en 2006, en la revista El Corcel de Fierro. Ingresó a la FLIA (Feria Libro Independiente y A). Fue semifinalista dos veces consecutivas del certamen literario del Centro Poético Madrid España.
En 2007 fue integrante del Grupo Angora, incluso en percusión. En 2011 publicó su primer libro Grito cotidiano. En 2012 participó en la antología Poesía bajo la autopista.
Formó parte de la banda de rock alternativo Abrazo de Tribu Fusión.
Concurre a diferentes espacios culturales presentando un espectáculo al que dio en llamar Poesía y Percusión Fusión (fusión de ritmos latinos y poesía).


REFERENCIAS
Javier Antonio Galarza ©

Estoy en el consultorio de mi doctor, impaciente porque no veo la hora de rajarme de acá, esperando que me dé el visto bueno, si me voy a morir o si voy a seguir engrosando mis partes.
Sí, porque soy un gordito sobrepasado, de amor, quien no tiene a quién dárselo ya que la mina, que fue por contado tiempo mi pareja, me dejó por un flaquito simpático, carismático, un esqueleto caminando.
Soy uno de esos locos que tiene mucho por decir pero al que nadie quiere oír. Un gordo asqueroso al que lo excita el porno cual fuere que sea.
Uno con mucha pero muchas bolas, tantas que cada una de ellas pesa como kilo y medio, tanto semen acumulado me está inflando todo, es por eso que estoy gordo, bah, mentira.
Soy un gooordo como me dicen los que susurran cuando tomo un bondi, camino al pacha. Un gordo intelectual al que le encanta sentarse frente a una PC con una coca de tres litros y varias bolsas de papas fritas, de chitos y en lo posible una muzzarella doble especial. Los que dicen llamarse “mis amigos” suelen soportar mis histeriqueos, mis días a pleno o de mal humor.
Alguno que otro tiene el coraje para decirme lo que piensa de mi persona, pero yo, como todo gordo necio, hago caso omiso a lo que me dicen.
Sé que me estoy haciendo mal, pero qué va ¿de algo hay que morir no? No niego que me cuesta respirar un poco, caminar, coger, asearme, etc. Pero cuando me paro frente al espejo... Je, je. Me veo hermoso, me siento Brad Pitt, sin darme cuenta que en realidad soy un pobre gordo Porcel que no ve más allá de sus ingenuidades.
Sí, soy un ingenuo, que no oye lo que le dicen sus padres. Un boludo que se las cree todas sin percatarme que no sé nada de nada y hasta no pegarme el susto no voy a parar. Dalo por hecho.
Mis referencias ustedes las conocen: trabajo en televisión, tengo un par de libros editados, soy medio ciruja, medio si me miran con un ojo, en fin... Tengo un currículum extenso el cual puedo presentarte. Igual a vos te va a importar un carajo lo que fui, soy y seré como persona.
Soy un gordito cero grasas trans... ¿qué es eso?... Si tengo más colesterol que una fuente de chicharrones... —¡Mm, chicharrones!—. Estoy como Homero y hasta un poquito más gordo. Soy el típico gordo perezoso al que le da lo mismo morir de sobredosis, sobrepeso, sobresaltos y al que sobre todas las cosas, da una prioridad inútil a la comida en exceso.
Pero así soy y no intenten cambiarme en lo más mínimo pues, además de ser un gordito cariñoso también puedo ser... ¡un rebelde y quilombero! No busques mi reacción.
En síntesis y culminando con éstas líneas que, a estas alturas ya son como el confesionario de lo que me dicta mi puta conciencia, te reto a vos, a que me digas en la cara y con total sinceridad lo que pensás de mí. Acepto las críticas constructivas y las puteadas, por favor, remítanse a mi correo electrónico.


HOJA OLVIDADA
Javier Antonio Galarza ©

Esta es una simple página que no cumple los parámetros ni las reglas de la poesía. Subyace en lo absurdo, al punto tal, que no tiene forma. No posee lógica ni contradice los renglones. Tampoco atrae la atención del lector ya pues, carece de contenido lógico de manera que, ha sido recogida como caída de un árbol en pleno solsticio de otoño.
Como extraviada en un cajón perdido en lo más recóndito de mi alma...
...quizás nunca debió ver la luz...
tal vez, solo por mero masoquismo, quise, señor/señora, que sus líneas puedan ser vistas por ustedes
y que, desde su punto de vista crítico, saquen sus conclusiones. Favorables o no, eso quedará por su cuenta.
Lo único que les pido: es que sean crédulos hacia con quien las escribe y no se priven de sinceridad.
Gracias.

HOJA OLVIDADA
Ayer se murió mi perro al mismo tiempo en que la abuela agonizaba en un hospital especialista en muertes.
Ya hace casi dos años que mi vieja se fue pa’l cielo a recordar otras épocas con su tío Naldo, su padre Romilio y a volver a estrechar entre sus brazos a los hijos que no pudieron ser.
Mis hijas crecen a paso gigante y yo, lamento no poder estar allí como quisiera: —¡cosas de grandes!— les dije, lo que hoy pude aclarar con ellas. Igual saben cuánto las amo.
Mis hermanos, cada uno con su familia, viven en un mundo congelado de nuevas emociones, y no quiero entrometerme porque no es de mi incumbencia.
Hace unos días cumplí otro año más de vida, a pesar de todo, agradezco a Dios que así sea, por las oportunidades que se presentan.
Desde una semana atrás que estoy sin empleo, igual no es el fin del mundo.
Tengo en stand by un par de cosas para publicar, ya que estoy moroso con mis editores y me da la cara para decirlo.
Dejé de jugar en la liga porque mi equipo va para atrás.
Últimamente estoy yendo a la cancha a ver al defensa, aunque sé que, como en otras campañas no ascenderán, no por su hinchada, sino por falta de sponsors.
Mi padre se fue de vacaciones a Corrientes, a visitar a sus amigos entrañables y parientes. Él sabe que está en una cuenta regresiva de la que no hay marcha atrás.
Ignacio, mi hijo más pequeño, es superinteligente, estos chicos de ahora vienen con la tecnología bajo el brazo.
Recién me fumé un cannabis, solo.
En el pendrive tengo temas de Viejas Locas que me encantan.
Hace mucho que no voy a la casa de Matias Reck ni tampoco concurro a eventos ni a la flía; tendría que actualizarme de todo.
Con Renzo no tocamos desde el año pasado. Tengo muchas canciones que compuse, que tal vez a él le interesaría poner música con la banda.
Estuve con conocidos tomando unos drinks hasta que me aburrí y me rajé.
En el cumple de mi primo Leo hice un tributo a mi abuelo para el olvido.
Vengo escribiendo mucho de todo y para todos, pero esto es para mí.



NURIA DE ESPINOSA

Escritora autodidacta catalana, nacida en Rubí (Barcelona), España.
Ha publicado varios libros, Mis poemas y relatos cortos, Sentimientos vitales, Momentos, A corazón abierto, y una novela de misterio, No estoy sola. Participó en las antologías Alma de poetas, Cruzar el río, Cerca de ti - I, Cerca de ti - II, Mañana al despertar y El poeta virtual.
Más datos sobre su biografía y obras en estos números del Suplemento de Realidades y Ficciones:



EL VIEJO DIABLO
Nuria de Espinosa ©

—Tú que estás allá arriba, Merino, dime si ves alguna luz a lo lejos.
—No veo nada.
—Fíjate bien en el horizonte, ¿seguro que no se divisa nada?
—Nada —respondió de nuevo.
La sombra de la oscuridad se expandía más allá de lo que sus ojos alcanzaban a ver. La luna, perezosa, apenas emanaba un pequeño reflejo sobre el agua del océano.
Al viejo hombre de mar se le doblaron las piernas. Se esforzó en mantenerse en pie. Horas antes, fue él quien daba fortaleza a Merino para que no se derrumbara. Tan solo ellos dos, de los catorce pescadores que componían la tribulación. Habían logrado atarse con fuerza al mástil, aferrándose a la vida, cuando una tormenta les sorprendió en plena mar; el viejo barco de pesca resistió la embestida de las olas de puro milagro. El motor, anegado, quedó inutilizado y navegaban sin rumbo a la espera de que algún otro barco navegara cerca de ellos y alcanzase a verlos.
Germán hablaba poco. Intentaba que Merino no se diera cuenta de su dolor de espalda. Horas antes el barco recibió una sacudida tan fuerte que creyó que su tronco se partía en dos y estaba seguro de que su lesión era grave. A ratos el cuerpo le temblaba, tenía escalofríos, las piernas apenas las sentía y un sudor tan gélido como el hielo le revelaba el avance de la fiebre.
—¿Te duele mucho?
Germán abrió los ojos de par en par ante la pregunta de Merino.
—¿Tan evidente es? —respondió.
—Sí —agregó Merino, con el rostro cabizbajo. Quería evitar que su buen amigo se percatase de la congoja que lo invadía.
Germán apretó los dientes intentando apaliar el dolor, cada vez más intenso.
—Solo necesito descansar, el calor es asfixiante —añadió.
—No veo qué te lo impide, viejo amigo. Descansa, yo permaneceré alerta por si diviso algún barco.
Germán cerró nuevamente los ojos pero no respondió. La luna, frente a ellos, parecía ensombrecer más el océano; la negrura de la noche era completa.
Pasaba el tiempo y Merino permanecía alerta sin perder de vista el horizonte, hasta que por fin, observó una diminuta luz en la lejanía.
—Creo que veo algo, Germán. Allí a lo lejos —dijo señalando hacía el horizonte—. ¡Germán, despierta! —gritó— Te digo que veo algo.
Merino permaneció en silencio, observando la cara descolorida y cadavérica de Germán. Como un impulso que lleva al diablo, gritó:
—Me prometiste que nos salvaríamos, me lo prometiste —vociferaba a la vez que lo zarandeaba—. Lo prometiste, no puedes dejarme solo, ¿entiendes? No puedes, tú no, tú no…
 —Si continúas moviéndome de esa forma, no podré hacer nada para evitarlo —respondió Germán casi sin aliento.
—¡Por Dios, Germán! Me has dado un susto de muerte.
—Estoy mal, amigo mío, no sé si lograré resistir.
—Aguanta, tienes que aguantar… en cuanto esa luz esté algo más cerca, lanzaré una señal de auxilio.
Germán intentó decir algo pero las palabras se ahogaron en su garganta. La cara del viejo marino, empapada en sudor, evidenciaba la fiebre que aumentaba por momentos. El cielo empezó a despejarse. Las nubes parecían tener prisa por marcharse y las primeras estrellas comenzaban a deslumbrar.
—Resiste, ya están cerca.
—Tengo sed —murmuró Germán con voz quebrada por el dolor—, tengo sed, mucha sed, y sueño, mucho sueño.
—No, no te dejes vencer. Haz un último esfuerzo, ¿no la oyes? Es la sirena de un navío, que ha visto nuestra señal. Ya vienen Germán, ya vienen.
—Sí, ya lo veo, allí, allí está mi compadre —señaló Germán con el último aliento que le quedaba.
Merino permaneció en silencio unos minutos sollozando.
—Lo siento, viejo amigo, lo siento. Te he fallado, pero te has ido como tú siempre quisiste: en tu querido barco… Y ahora, cumpliré la promesa que nos hicimos hace más de veinte años.
Lo introdujo dentro de un saco, metió varios objetos de hierro forjado para que lo llevasen directamente al fondo del océano, lo ató con fuerza y lo lanzó por la borda.
—Adiós, viejo amigo. Me ayudaste a ser un gran pescador y espero morir como tú: siendo un gran hombre.
Merino fue rescatado, pero jamás volvió a embarcarse; ni pudo olvidarse de su gran amigo Germán y su viejo barco de pesca: “El diablo”.



SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 73 – Junio de 2017 – Año VIII
ISSN 2250-5385
Exp. 5316575 del 20/10/2016, Dirección Nacional del Derecho de Autor / República Argentina.

Propietario y Director: Héctor R. Zabala
Av. Del Libertador 6039 (C1428ARD)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina

Currículo en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 56:
http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com.ar/2013/03/



Colaboradores

Corrección general:
Noelia Natalia Barchuk Löwer
Resistencia (Chaco), Argentina

Currículo en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 72:
http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com.ar/2017/03/blog-post.html


Ilustración de carátula y emblema:
Mónica Villarreal
Scottsdale (Arizona), Estados Unidos
Monterrey (Nuevo León), México

 @mon_villarreal
Currículo en revista Realidades y Ficciones Nº 17:
http://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com.ar/2014/06/



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 @RyF_Supl_Letras

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"Realidades y Ficciones"
Mónica Villarreal (2014)
acrílico y óleo sobre
papel-lienzo, 30 cm x 30 cm