SUPLEMENTO
DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 57 – Junio
de 2013 – Año IV
ISSN 2250-5385
Inscripción
gratuita como LECTOR
si escribe
a zab_he@hotmail.com
indicando nombre
y apellido, ciudad y país
(se le avisará
cada nuevo número trimestral).
Sumario:
• Liliana LAPADULA (Argentina)
• Miguel Ángel ALLOGGIO (Argentina
– Francia)
• Eva MEDINA MORENO (España)
• Alejandro HERNÁNDEZ MURILLO (México)
• Marcelo VILLA NAVARRETE (Ecuador)
• Alina VELAZCO RAMOS (México)
• Norberto PANNONE (Argentina)
• Ana Claudia DÍAZ (Argentina)
• Aura BANKS (Venezuela)
• Anna BANASIAK (Polonia)
LILIANA LAPADULA
Nació en San Martín, Provincia
de Buenos Aires. Es poeta, libretista, arteterapeuta y coordinadora desde 1988
de los talleres de escritura y recitales de Poesía y Música “La Palabra en Movimiento”.
Egresada del Instituto
Superior de Enseñanza Radiofónica (ISER), asiste entre 1983-1987 a los talleres
literarios de los escritores Marta Braier, Enrique Blanchard y Mario Morales.
Fallecido este último, a quien considera su maestro de poesía, comienza a
coordinar sus propios talleres.
Ha publicado “Pasillo negro de flores rotas” (poesía,
Buenos Aires, Editorial Filofalsía, 1988) y en la Antología Internacional
“Mujeres Poetas en el País de las Nubes
XIII” (México, 2005). Últimamente, en la Antología "Bardos y des-bordes" y “De ramas y remas” (poesía), por Editorial
Tersites (Buenos Aires, 1913).
Su obra inédita consta
de cinco libros de poesía, uno de cuentos y varias piezas breves para teatro.
Obtuvo algunos premios
y menciones, entre ellos: 2° Premio Juegos Florales (narrativa) 1984 en la Municipalidad de
Vicente López; Mención Honorífica en el Certamen de Poesía 1991, Editorial
Vinciguerra y Premio Autor Local 2007 en el Primer Certamen Nacional de Poesía
de la Municipalidad
de Gral. San Martín.
Ha coordinado
ininterrumpidamente sus talleres de escritura y recitales de Poesía y Música en
el Círculo de Bellas Artes de Buenos Aires, hasta 1998, en la Sociedad Francesa
de Gral. San Martín, de 1999-2000 y desde 2001 a la fecha, en la Biblioteca Popular
del mismo Partido, donde además desarrolla su actividad como arteterapeuta.
Ha publicado en
distintos foros nacionales e internacionales de la web y participado
activamente en encuentros de lectura y congresos de poesía desde 1983 a la fecha.
Co-coordina desde marzo
de 2010, con la escritora María Julia Druille, el ciclo “La Serendipia ”
– Encuentro de Escritores en el Centro Cultural “Mordisquito” de la ciudad
de Buenos Aires.
Es integrante del
elenco de la Comedia
Municipal de Gral. San Martín, dirigida por el profesor
Miguel Cavia, con quien estudia teatro desde 2004.
Como arteterapeuta se
ha desempeñado en diversas instituciones culturales y de salud y ha participado
en distintos congresos internacionales con ponencias y talleres multidisciplinarios
(Río de Janeiro 2005, Montevideo 2006 y Buenos Aires –IUNA– 2007).
También fue jurado en
distintos certámenes nacionales de Poesía.
En 2012 fue distinguida
con el Premio “Mujer en las Letras”, otorgado por la Asociación Civil
de Empresarias y Profesionales (ACEP) del Partido de Gral. San Martín).
EL SOPLO
Liliana Lapadula ©
Y como el despertar
hace al día
y el viento a la
pleamar
así la palabra al
aliento
dándole sentido
en la premura
que reclama el poema.
BAJOFONDEANDO
Liliana Lapadula ©
Hay quienes duermen
abajo, en el bajo fondo
y copulan con la
oscuridad
y empollan en el
charco.
Hay quienes dividen
para que reine la
sombra
y no multiplican
para enaltecer el
sueño.
Hay quienes
ante el desasosiego
claudican, resisten,
traicionan
o se despiertan.
TRES SECUENCIAS
Liliana Lapadula ©
I
La calle, lejos del
espejismo
arroja a mis pies
mareas de lirios.
II
Acuarelas de otoño:
hay una luz exigua
pero feroz como el alba
que te nombra.
III
Distancia
–necesaria a todo
renacer–
Rebelión.
SERENDIPIA
Liliana Lapadula ©
a Mónica Musante
Camino abierto
amplitud que desata
el ardor de los
sentidos.
Pasos en el centro
del corazón
en la otredad de la
tierra.
Azul-siena, vuelo
rasante
ripio entre altivos
árboles
de hojas nuevas.
Melodía que asciende
y se convierte en
águila.
Claroscuros de un
eterno viaje:
serendipia
sendero de abundancia y
piedras.
POEMA ESCRITO EN UNA SERVILLETA
Liliana Lapadula ©
Y puedo escribir estas
palabras
en la certeza del amor
que es sabio y responde
a veces, con silencios.
Cae una hoja
en la tarde semiplana
de octubre.
Cae como cae cada noche
mi mano dormida
sobre tu boca ausente.
DES-VELOS
Liliana Lapadula ©
I
Gira la incauta alondra
en un cielo dividido
cae con sus alas
cuajadas
por la luz, apenas
visibles.
Redobla el tambor sobre
mares negros
compilados en martirios
y ceniza.
Ah! la inquisición con
sus monedas
de oropéndola y
glamour.
II
Aparto mis ojos del
funeral
de los inocentes
el aire es demasiado
espeso
esta mañana. Un azul
más intenso que
las sienes del alba
entrelaza sueños Van
Gogh
y torbellinos del
Louvre.
Todo parece detenido
por el aliento de Dios.
III
Detrás de las cortinas
de humo
otros hombres
avanzan hacia el centro
mismo
de la Cruz.
Palabras certeras
cubiertas por el
resplandor
de oriente
enquistan su lumbre en
el alma.
Liliana Lapadula ©
Hija del espíritu y la
palabra
tiene voz propia
y ejecuta su fuerza
misteriosa
y no retrocede ante
la sombra
sino que, la convoca
para darle identidad.
MIGUEL ÁNGEL
ALLOGGIO
Nacido en 1955 en la
ciudad de Buenos Aires (Argentina) y está radicado en Villeurbanne (Lyon,
Francia). Nos dice que a partir de 1973 participó activamente en la creación de
una revista underground de rock “El Hemofílico”, de marcada tendencia
surrealista. En 1977, la dictadura de entonces prohibió la publicación y pasó
cuatro meses en la cárcel. Al salir, descubrió que algunos de sus amigos y
vecinos habían desaparecido misteriosamente, y decidió irse del país. Viajó a
dedo, pasando por casi todos los países de América Latina y llegó a México,
donde las recomendaciones de Octavio Paz lograron que le publicaran tres cuentos
en suplementos culturales. En 1980 volvió a Buenos Aires, y al ver cuánto
habían destruido el país y cuánto lo acosaba todavía la policía, decidió
exiliarse definitivamente en Francia. Antes de salir de Argentina, indignado,
quemó sus libros y demás escritos. Una vez en Francia, dejó de hablar
castellano y aprendió el francés; tanto horror guardaba de la dictadura y de lo
que los militares le han hecho siendo apenas un adolescente, que incluso esa
única patria –el idioma– deseaba arrancarse del alma. En 1996, escribiendo en
francés unos cuentitos para sus hijos, dice que le empezaron a salir, en
castellano, extrañas e inquietantes historias. Y comenzó a darse cuenta de que
ellas le traían todo el pasado que durante dieciséis años trató de destruir. De
esa manera fueron apareciendo sus libros: “Tristes Metonimias” (cuentos,
Canarias, Baile del Sol, 2011), “El amor ahogado” (novela, Barcelona, Hijos
del Hule, 2005), “El tesoro del odio”
(novela) y “Los encontrados” (novela), las dos últimas por Editorial Proa
-versión digital- Editorial Emooby, Buenos Aires, 2011.
LOS PAJARITOS
Miguel Ángel Alloggio ©
Para Cármen
Con la finalidad de
hallar en mis agujas para coser zapatos la curva deseada, tomé dos de las que
utilizo en tapicería, y sosteniendo primero una y después la otra con una pinza
sobre la llama de gas, logré calentarlas hasta el rojo vivo y enderezarlas a
voluntad. Una vez terminada esta operación noté que las agujas se habían puesto
negras. Entonces tomé Scotch-Brite y comencé a frotarlas entre mi índice y mi
pulgar. Esta acción me recordó un hecho acontecido en la ciudad de Monterrey,
Méjico, allá hacia el ’78, cuando yo, que vivía en el DF me paseaba por esa
ciudad del norte de ese país.
Narro el hecho
referido:
Un millonario mejicano
del nombre de Emiliano Pancho Noriega Villa, siguiendo los impulsos de su
pasión desenfrenada por las aves, se había hecho construir una docena de jaulones
de tamaños diferentes, y en ellos encerraba un gran número de especies. Para el
buen mantenimiento de ese sitio, Noriega Villa había contratado los servicios
de muchas personas.
Entre esos empleados y
esos pájaros destacaré tres: Diego Cipriano Chávez Rivera, quien me contó esta
historia como yo se las cuento a ustedes, y los dos protagonistas del hecho: Mercedita
Gusmán Concha, una chica oriunda de Guatemala, y Miguelito, un canario amarillo
que Noriega Villa había comprado en Japón.
La misión de Mercedita
era –y con esto comprenderán por qué recordé este hecho en el momento de pulir
mis agujas– la de masturbar a Miguelito para impedirle que inseminase otras
aves. Para cumplir con su deber, Mercedita venía cinco veces por día, a veces
ocho. Ella tenía apenas quince años y era bajita y menuda; creo que su peso no
excedía los veintinueve kilos.
Al principio Miguelito
no se acercaba, entonces el mismo Diego Cipriano, me contó, debía entrar en la
jaula, atraparlo con una red y dejarlo con Mercedita, quien lo recostaba en una
de sus manos, soplaba para separar las plumitas de su pubis, tomaba su
minúsculo miembro, y con aquellos deditos finísimos que tenía sacudía el
alfiler hasta que la eyaculación aconteciese.
Al cabo de tres días a
Mercedita ya no le hacía falta llamar a Diego Cipriano, apenas el emplumado la
veía volaba inmediatamente hacia ella, se agarraba al alambre tejido de la puerta,
y cuando la chica entraba se posaba en sus manos. Después, al cabo de una
semana el bello canario pasaba todo su tiempo volando cerca de la puerta,
esperándola. Una noche, Miguelito se posó en el hombro de Mercedita, y
extendiendo su tripita dura como metal le hizo comprender que deseaba ahí unos
besitos. La muchacha, sensible ya a los deseos del canario, lamió con su
lengüita rosa una y otra vez la punta del pájaro, y también se la besó mucho.
Miguelito ya no iba a
tratar de hacerse amar por otras hembras; la que deseaba hasta la angustia, la
que amaba a lo largo de su vida era esa indiecita tierna, con manos dulces, y suaves
como terciopelo de seda.
Diego Cipriano no fue
testigo de los hechos, no hubo testigo para aquellos hechos, nadie nunca vio
nada de lo que pájaro y mujer hicieron, no obstante mi interlocutor me dijo que
Mercedita empezó a tener vientre, y a tal punto que debieron llevarla de fuerza
al médico.
–Estás embarazada.
–¿Mande, Doctorcito? ¿Y
de quién ‘e el niño entonceh?
–Tú debes saberlo,
pues.
Y fue así que meses
después el vientre de Mercedita llegó a ser más grande que ella misma, hasta
que una mañana su madre llamó por teléfono para informar que su hija había sido
llevada de urgencia al hospital para parir.
–Empuja pues, empuja,
niña –le decía la partera. Y Mercedita empujaba y empujaba.
–Empuja, niña, pues
empuja, Diosito Santo.
Y de repente se oyó un
puf. Y una nube de plumas amarillas invadió el cielo eclipsando el sol.
EVA
MARÍA MEDINA MORENO
(Madrid, España,
1971) Escritora. Licenciada en Filología Inglesa y Profesora de Educación
General Básica por la Universidad Complutense de Madrid. Diploma Superior
de Inglés en la
Escuela Oficial de Idiomas de Madrid, y The Certificate of
Proficiency in English por la
Universidad de Cambridge. Tras el Período de Docencia del
Doctorado en Filología Inglesa de la
UNED , investiga en el campo de la Literatura Inglesa
del siglo XX y Contemporánea, trabajo que compagina con la escritura de su
primera novela.
Premiada en el
I Certamen Literario Ciudad Galdós por su relato “Tan frágil como una hormiga seca” (Editorial Iniciativa Bilenio
S.L. 2010). Seleccionada en el V Premio Orola, en cuya antología se incluyó su
cuento “Mi bodega” (Ediciones Orola
S.L. 2011). También han publicado sus relatos en revistas literarias digitales
e impresas de España, Hispanoamérica y Estados Unidos, como Letralia,
Cinosargo, Otro Lunes, Almiar, Groenlandia, Narrativas o Solaluna.
La revista de creación literaria La
Ira de Morfeo ha hecho un número especial con
algunos de sus cuentos.
BLANCO SOBRE
NEGRO
Eva María
Medina Moreno ©
Tenía todo
preparado. Los folios, a la izquierda. Bolígrafos, dos de cada color −rojo,
azul y negro−, a mi derecha. El ordenador, en el centro. La silla, muy cerca de
la mesa, con el cojín para los riñones, dos paquetes de cigarrillos y un vaso
de whisky con hielos. Así me imaginaba la mesa de un escritor, aunque todo revuelto.
Caótico.
Mezclé los
bolígrafos con las hojas. Se cayeron folios y bolígrafos. Les di una patada.
Escritor maldito, me dije con sonrisa diabólica. Encendí un cigarrillo, que
saqué de uno de los paquetes de Marlboro que había comprado esa mañana. Imaginé
que me entrevistaban, para El País o El Mundo, y puse posturas de
gran intelectual; ahora con la mano izquierda, en la frente, apretando las
sienes, ahora con el cigarrillo en la boca in-tentando decir algo ingenioso
tras la tos. Tiré la ceniza, que cayó dentro y fuera del ce-nicero. Cogí el
vaso de whisky. Lo moví, circularmente, necesitaba oír el clic, clic de
los hielos. Me lo llevé a la nariz y bebí. No me gustó el sabor, tampoco el del
tabaco, pero daba un toque especial, de artista.
Dejé que el cigarrillo
se consumiese, que los hielos se deshicieran y me acerqué el portátil. Los
dedos en el aire, como pianista al comienzo de un concierto. Estaba en tensión;
demasiada tensión para una buena escritura. Le di dos sorbos al whisky. El
nombre del personaje. Ricardo. Me gustaba, tenía fuerza. Ricardo Corazón de
León. Ricardo III.
Di a la “r”;
una, dos, tres veces. Mantuve el dedo presionado. Las erres fueron uniéndose
hasta llenar la pantalla. Las borré. Pensé en lo difícil que era escribir. Solo
sentarse frente a una pantalla tan blanca atemorizaba; parecía que las
palabras, las ideas, huyesen, como esas erres que ya había borrado.
Antes de
retirar el ordenador y probar con el papel, di a la “r” y la guardé como
documento. Me hizo gracia mi hazaña, que celebré con caladas al cigarrillo y un
buen trago de whisky. Cogí folios y el bolígrafo negro. “Espalda recta, ojos al
frente”, me dije acordándome de la mili, “al objetivo”. El objetivo era
escribir algo, lo que fuese, aunque estuviera mal escrito. Sentir que a un
sujeto sigue un verbo, que los complementos se van arrimando a la frase, que a
una frase sigue otra, que hay armonía entre ellas, que van casi de la mano.
Encendí un cigarrillo y contemplé el humo. Cuántas veces había soñado
desaparecer de una manera tan elegante. Adquirir esa materia volátil.
Cómo empezar. Ricardo,
a sus treinta y cinco años. Horrible. Ricardo, hombre sincero y robusto.
Hombre sincero y robusto. ¡Dios! Las taché. Los críticos lo reprobarían.
Mientras pensaba en el argumento, dibujé erres; mayúsculas, minúsculas,
alargadas. Cuando me cansé, arrugué la hoja y la tiré a la papelera. Hice una
buena canasta. Apagué cigarrillo y portátil, y fui al baño.
Mientras me
subía los pantalones, me vi en el espejo. Tenía más ojeras. Lo blanco de los
ojos con venas rojas. Me dolía la garganta. Saqué la lengua; amarillenta. No
quise seguir indagando.
Fui al salón.
Me dejé caer en el sofá. Puse los pies sobre la mesa, pensando que mañana,
mañana empezaría la novela.
Eva María
Medina Moreno ©
Cuando desperté
ya había oscurecido. Me quedé frente al espejo del baño. Examiné mis ojos,
bajando, con la presión del índice, el párpado inferior, y, después, subiendo
el superior; primero el izquierdo, luego, el derecho. No vi nada para
alarmarme. El blanco del ojo, normal, no tendía al amarillo, y las venas,
ninguna más roja que otra. Me tranquilizaba hacer esto, como si a través de los
ojos hiciera una especie de scanner y comprobase que todos mis órganos
funcionaban bien.
Preparé una
cafetera. Mientras se hacía, pasé a la habitación de mis padres. Hacía tiempo
que no entraba. Todo seguía igual; solo el polvo se había asentado formando una
capa fina, homogénea, casi transparente. Pensé en esas motas uniéndose hasta
for-mar esa alfombra, tejida de bichos microscópicos. Miré las fotos. Mis
padres parecían pedirme que les sacara de allí. Sentí escalofríos. El silbido
de la cafetera me alarmó. Al salir, cerré la puerta.
Con la taza de
café en la mano, me acerqué a la ventana del salón. Retiré la cor-tina
amarillenta y miré tras el cristal. El gris de las nubes se fundía con esa capa
grisácea del humo de fábricas y coches. En el alféizar seguían mis plantas,
algo más secas. Las observé. El verde oscuro de hojas alargadas, con forma de
lanza. Un verde más claro con franjas amarillas en hojas dentadas. Espinas
pequeñas, muy finas, casi transparentes, de cactus carnosos. Agujas más
gruesas. Sentí un vacío pesado y una opresión de pecho extraña, como si
hubiesen cosido mis pulmones convirtiéndolos en uno, y, a través de ese pulmón
encogido, no podía respirar, no sabía cómo hacerlo. Abrí la ventana,
asomándome. Me ahogaba. Parecía que mis pulmones se pegaban a la tráquea,
replegándose. Me quedé quieta, intentando no pensar, se me pasaría.
Me senté. Los
olores a fritos, que subían por la ventana, dejaron de oler. El olor a antiguo
de la casa se transformó en un olor insípido que desazonaba. Y los perros
ladraban tanto.
Cuando miré el
televisor, el negro de la pantalla me deslumbró. Tenía un brillo crudo,
afilado, casi insoportable. Toqué los brazos del sillón, rodeándolos con mis
de-dos, aferrándome al material; esa superficie pinchaba, como los pelos
fuertes y duros de un jabalí disecado. Solté las manos. Las pastillas. ¿Efectos
secundarios? No miraría prospectos. Se me pasaría, seguro que se me pasaría.
ABURRIMIENTO
Eva María
Medina Moreno ©
Acaban de
comer. Él pasea su mirada por la habitación. Su fláccida y pálida barriga asoma
por los botones mal abrochados del pijama. Ella mira por la ventana. Entre
ellos, una mesa camilla con restos de comida. Al fondo, la televisión
encendida.
Ella sigue
mirando a la calle. Su melena es bicolor; castaño oscuro y rubio platino. Su
cara, sin lavar, muestra la opacidad de un maquillaje mal aplicado. Unos labios
extremadamente rojos, pintados con un carmín barato. Colillas impregnadas de
bermellón saliéndose de un cenicero de cristal.
Él se levanta
de la silla, y, antes de sentarse en el sofá, aparta unas revistas viejas.
Gotas de sudor resbalan en su calva, deslizándose por pelos grasientos de la
nuca. Con la manga del pijama se quita el sudor y coge el mando de la tele,
pasando de un canal a otro. Mira hacia la pared, donde un reloj redondo, de
fondo blanco, cuyas manillas y números son del color del metal, está parado a
las cuatro. Le divierte imaginar que funciona. Todos los días se pone frente a
él antes de la hora, y siente el minuto que transcurre desde las cuatro como el
único real en su vida.
Ráfagas de un
aire cálido mueven las cortinas. Ella retira platos y cubiertos con el
antebrazo, y saca del bolsillo de la bata unas cartas desgastadas. Empieza su
solitario. Él fija la vista en un ventilador que está en el suelo; las aspas
metálicas giran lentamente.
El hombre le
pregunta a la mujer por la llave. La mujer le contesta, con desgana, que la
busque.
El hombre se
levanta con pereza del sofá y se acerca a la mujer. Le vuelve a preguntar por
la llave. Ella le dice que busque, y le canta: “¿Dónde está la llave matarile,
rile, rile?”. Él: “Si no me dices dónde está…”. “¡Qué! ¡Qué vas a hacer! ¡Qué
coño vas a hacer tú!”. “Dime dónde está”, dice él. Ella se ríe, lo insulta. Él
vuelve a preguntar. “Busca, busca”, se oye. Las manos de él sobre sus hombros. “¿Qué
pasa? ¿Acaso me vas a estrangular? ¡Anda aprieta! ¡Aprieta cobarde!”. Unos
dedos gordos agarran su cuello. “¿Me lo vas a decir?”. Las manos presionan con
fuerza. “¿Dónde está?”. “Adivina”, dice ella con voz apagada. El hombre aprieta
más fuerte. “¡Me lo vas a decir, hija de puta, me lo vas a decir!”.
El cuerpo de la
mujer cae al suelo, inerte. Él se sienta en el sofá. Imágenes en la pantalla.
Mira el reloj. Espera a que sean las cuatro.
ALEJANDRO
HERNÁNDEZ MURILLO
Nacido en la ciudad de
México (1973), criado en Nanchital, Veracruz, pero radicado en Pátzcuaro,
Michoacán, desde hace algunos años, estudió Licenciatura en Comunicación
Audiovisual en la
Universidad del Claustro de Sor Juana, así como estudios de
cine en el CUEC (UNAM). Escribe guiones de cine. Ganó mención honorífica en el
CIGCITE (Centro Internacional de Guionismo de Cine y Televisión) en 2005.
El resto de su extenso
currículo se encuentra en el Suplemento de Realidades y
Ficciones Nº 51 – ver: http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com.ar/2011/12/suplemento-de-realidades-y-ficciones-n.html.
DOPPELGÄNGER
Alejandro Hernández
Murillo ©
–No me gustan los pueblos
pequeños –me dijo–. Me siento muy extraña en ellos, como si me hubieren
alcanzado y tengo miedo de toparme a mí misma en cualquier momento. Por eso
viajo, por eso me mantengo constantemente yendo de un lugar a otro.
»Sé que viviendo así
nunca haré raíces.
»Sé que este tipo de
vida no cualquiera podría sostenerlo, soportarlo y seguirlo. Lo sé. Y… y… no me
importa –dijo y mintió–. Lo supe porque se le quebró la voz y el brillo de sus
ojos hacía mucho que había desaparecido.
No quise preguntarle
nada, supuse que las razones por las cuales había decidido vivir así sólo le
correspondían a ella. Pero también tenía ganas de platicar, quizá desahogarse
de una forma u otra. O quizá a todo aquél que conocía en su viaje eterno le
contaba la misma historia una y otra vez tal vez sino buscando ayuda, por lo
menos cierta simpatía. Así que la escuche, durante toda la noche la escuché.
Viajábamos en tren de
Venecia a Viena. A pesar de que yo tenía el boleto de primera clase del
eurorail que había comprado desde México tiempo atrás cuando me hice de los
boletos y arreglos necesarios para mi viaje a Europa, la demanda de trenes a
Viena era tanta que apenas si alcancé a tomar el tren pero no pude conseguir
asiento ya que estaba completamente lleno así que al igual que una gran mayoría
tuve que viajar toda la noche en los pasillos del tren.
Irme parado era
demasiado cansado por lo que me fui a la cafetería y ahí estuve perdiendo el
tiempo, aguantando el sueño lo más posible antes de que cerraran y tuviera que
regresar una vez más al pasillo o a vagar por todo el tren hasta que
amaneciera.
Ahí la conocí, también
esperaba en la cafetería con un trago y un bocadillo hasta que el viaje
concluyera y arribáramos finalmente a Viena.
El inicio de la
conversación fue algo torpe, hablamos del viaje y de lo molesto que es pasar la
noche en un tren sin tener un asiento.
No recuerdo quién habló
primero, tal vez ella o quizá lo hice yo para pasar el tiempo. En esas
condiciones de viaje, una plática con una chica hermosa era lo más urgente que
se necesitaba para pasar el tiempo, y ella era hermosa. Es sólo que cargaba con
algo en su alma, lo presentí enseguida, pero hablar no sólo me servía a mí,
supuse que también a ella.
–¿Cuánto tiempo llevas
viajando? –me preguntó.
–Un mes, más o menos. ¿Y
tú?
–Quince años.
–¿Quince?
–Sí, soy una fugitiva –me
informó.
Me preocupé un poco,
andar con criminales no es mi estilo, ni siquiera me paso un alto.
–Sí, pero no ese tipo
de fugitiva. La ley no me persigue, es algo más. Más etéreo –dijo y el rostro
le cambió. Se puso triste, o quizá algo peor.
Se llamaba Chiaki, era
de un pequeño pueblo desconocido de la prefectura de Nagano, en la isla de
Honshū en Japón, tenía unos 34 años y había vivido en varias partes del mundo,
incluyendo América Latina donde había aprendido español, cuando supo que yo era
mexicano entonces dejamos el inglés que es el idioma con el cual nos presentamos
y proseguimos la charla en español. De hecho eso le gustó mucho porque no tenía
intenciones de que todos los presentes a nuestros alrededor –que también les
había tocado viajar sin asiento– se enteraran de lo que conversábamos.
–En ese entonces yo estudiaba
el tercer grado del kōtōgakkō (la Escuela Media Superior, lo que sería la
preparatoria), tenía unos 17 años, 18 tal vez, ya ni siquiera lo recuerdo –y
comenzó a narrar–. Empezamos en la cafetería hasta que la cerraron y tuvimos
que irnos a los pasillos, deambulamos por todo el tren, a veces en la ventana
abierta sintiendo el aire, y otras veces sentados en el suelo. No dejamos de
hablar, siempre atentos a lo que decía, la interrumpí un par de veces y dejé
que sus emociones cargaran la narración lo mejor que podía y cuando el miedo o
la desesperación la desconcentraba le daba fuerzas y aunque le decía que si lo
deseaba podíamos cambiar el tema, no lo hizo. Continuó hasta que su narración
concluyó y yo me enteré de su historia.
El relato comenzó con sus
amigas. Chiaki pertenecía a un grupo de bellas chicas populares en la escuela,
tenían algunos pretendientes, pero no les hacían caso a ningún chico.
Disfrutaban su feminidad y hacerse las interesantes aunque en el fondo ellas
querían algo serio y tener un novio.
Su mejor amiga se
llamaba Asuka y en sí con ella había iniciado todo.
Un día habían salido a
una reunión en casa de una de ellas. Chiaki me contó que en su pueblo no había
mucho que hacer, las chicas tenían la desesperación de unas adolescentes que
querían conocer mundo, y deseaban con todas sus ganas vivir en Kyoto, Osaka,
Okinawa, Tokyo o en alguna ciudad grande, ver algo más que las montañas y
perderse en las grandes construcciones, conocer gente todos los días más allá
de los mismos rostros que veían constantemente en el pequeño pueblo y
envolverse en varias culturas. Así que cuando se reunían en casa de alguna de
ellas se comportaban como si estuvieran en un departamento de una metrópoli
importante y gigantesca. Oían música moderna, veían televisión, la tenían
decorada con lo más tecnológico y moderno posible. Disfrutaba sus reuniones de
todos los fines de semanas. Y usualmente se quedaban a dormir ahí haciendo una
pijamada, pero ese día Asuka tenía que llegar a casa y tuvo que irse temprano.
No era un viaje largo a
su morada y no aceptó que la acompañaran, en cambio las dejó ahí divirtiéndose
y ella se marchó. Tomó el viaje más corto a su domicilio y se metió al parque
que si bien no era muy noche, y aún había gente en él, siempre le había parecido
tenebroso. Chiaki dijo que era por las pequeñas esculturas esparcidas en
ciertos puntos específicos del parque, esculturas en honor de algunos demonios
Yōkai1. Se decían que era por protección ya que en esa región, cientos años
atrás, en los tiempos del Japón en guerra hubo muchos avistamientos de demonios
que asustó a los pobladores y desde entonces construyeron esos monumentos para
adorarlos y que los dejaran convivir en paz.
No obstante, Asuka no
se sentía en paz. Usualmente evitaba el parque pero era el camino más corto y
lo que quería era llegar a casa. Así que lo cruzó y fue entonces que lo vio.
Primero creyó que era
una chica cualquiera parada a lado de un árbol, tal vez esperando a su novio
con quien se vería a escondidas, por lo que no se preocupó y siguió adelante,
pero cuando pasó cerca de ella notó algo raro.
No era una simple
chica, no parecía esperar a nadie, ni siquiera parecía viva. Sólo estaba ahí
parada, con los brazos y las piernas acomodadas en una posición extraña e
incluso imposible físicamente, pero lo más extraño de todo. Lo que en verdad le
sorprendió hasta la médula es que esa chica parada a lado del árbol, era Asuka
misma.
No alguien que se le
parecía o quisiera imitarla, sino ella misma.
Asuka así lo sintió y
así lo expresó todo el tiempo que platicó ese encuentro a sus amigas. La chica
del árbol tenía la misma complexión, el mismo cabello, la misma ropa inclusive
la misma cicatriz en el dedo meñique que se había hecho cuando era niña.
No era una imitación,
era Asuka, lo sentía en todo su ser, era como cuando uno ve una fotografía de
uno mismo, o se mira al espejo, o se ve en alguna videograbación y se sabe que
es uno, inclusive cuando ni siquiera se enteró que le tomaron esa fotografía o
lo grabaron en video.
Era ella y eso la aterró.
Asuka no esperó más, no
quiso platicar con ella, sólo salió corriendo y no paró hasta llegar a su
vivienda, ahí se encerró en su cuarto y se llenó de miedo.
Al día siguiente, en la
escuela se lo comentó a las chicas y todas quisieron ir al parque a verificar.
Asuka no quiso, tenía miedo, pero ellas insistieron, por lo que la chica aceptó
con recelo.
Les indicó el camino y
las llevó por el parque hacia el árbol.
Y efectivamente ahí
estaba.
No parecía haberse
movido, lucía como una estatua, la misma posición extraña de brazos y piernas;
la misma expresión fría de la cara; lo mismo, excepto que ahora portaba el
uniforme de la escuela y era como verla al espejo.
–Soy yo –dijo Asuka y
le tembló la voz.
Las chicas creyeron que
mentía, pero no. Ahí estaba, estuvo toda la noche y toda la mañana. No se
movió, pero de alguna manera se cambió de ropa.
Chiaki llena de
curiosidad se acercó a ella, estaba convencida que era una estatua o algo
parecido ya que no se movía, pero cuando le acercó la mano a la nariz pudo
sentir la exhalación de su respirar y sintió un escalofrío que la recorrió todo
el cuerpo.
–¡Está viva! –gritó.
Las chicas se
espantaron pero aún así la enfrentaron. Se aglomeraron alrededor de ella y
empezaron a atosigarla.
¿Quién eres? ¿Qué
quieres? ¿De dónde vienes? ¿Qué traes contra Asuka?
Pero la chica no hizo
nada, ni siquiera se movió. Sólo permaneció ahí para recibir reclamos que se
tornaron gritos e insultos, hasta que Asuka le dio un golpe.
Y Asuka gritó
espantada.
–¿Qué pasó?
Asuka no se supo explicar,
no estaba dura, su piel era normal, pudo sentir la carne, y el hueso debajo de
ella, pero haberla golpeado le dio una sensación de pegarse a ella misma y ese
sentimiento le hizo gritar y salir corriendo. Se fue tan desesperada que las
demás chicas abandonaron a la doble y se alejaron de ahí lo más rápido posible.
Asuka no volvió al
parque, en cambio las demás jovencitas sí regresaron y la chica siempre estaba
ahí, inamovible, sin ninguna expresión, sólo le cambiaba la ropa y dependía de
cuál usaba Asuka en ese momento, ya que no era una doble, era ella misma.
A partir de ahí Asuka
comenzó a cambiar, se enfermó, se volvió callada y en su piel se esfumó el
color, incluso sus cabellos perdieron textura. Sus amigas trataron de ayudarla,
le jugaron bromas, le decían que no era de importancia, intentaron hacerla
reír, pero Asuka ya no era la misma, tenía una depresión enorme o un miedo
espantoso.
Entonces se distanció
de todos y un día se negó a salir de casa. Las demás chicas la visitaron en su
hogar, hasta los chicos del salón y de otros grados fueron a verla por su
popularidad, pero Asuka nunca quiso salir y ya no regresó a la escuela.
Pero en cambio la Asuka del parque cada vez
lucía mejor, seguía sin moverse pero lucía mejor, su piel tenía más color, su
cabello más volumen, sus labios más rojos y el brillo en los ojos era más
potente hasta que le agradó a todo mundo. Era como si se hubieran enamorado de
ella. Ya nadie le reclamaba, ni le pedía ninguna explicación, sólo iban a verla
y admirarla porque la Asuka
del parque cada día era más hermosa. Su belleza crecía a pasos agigantados y
todos querían una parte de ella. Nadie estaba exento de su belleza, los había
cautivado a todos, hasta niños y ancianos. Era el ser más perfecto que jamás
había vivido en la región y la llenaron de adornos y regalos.
Pero a Chiaki le
asustaba, si bien podía ver su belleza, la expresión de sus ojos era tan fría
que le provocaba escalofríos y la depresión de su amiga le preocupaba por lo
que mientras los demás iban a adorar a la Asuka del parque, Chiaki visitaba constantemente
a la Asuka real
preguntando siempre por su salud.
Hasta que una semana
después la dejaron entrar.
Era de noche, las luces
estaban apagadas y sólo veía las siluetas de sus padres deambular por la casa.
–Hola, Chiaki –le dijo
el señor Akiyama, padre de Asuka. Le pidió disculpas, pero Asuka no quería
recibir visitas. Era imperativo que no dejaran entrar a nadie y tenían miedo de
su salud–. Pero ya no podemos hacer nada –agregaron.
Chiaki sentía que había
algo raro, pero no decía nada. Lo escuchaba en su voz, en sus movimientos.
El padre de Asuka sólo
se paseaba de un lado a otro en el pasillo que sólo veía una silueta, y
Matsuko, la madre, estaba sentada en la sala, sin decir nada.
–Asuka está en su
cuarto –dijo el hombre–. No ha querido salir desde ese día. Le dejamos la
comida en el suelo; le ponemos envases cuando quiere ir al baño y los entrega
usados cuando ha terminado –caminó del pasillo a la sala y se acercó a su mujer
para darle un beso–. No se ha bañado y el olor apesta en toda la casa. Pero la
puerta está abierta, puedes entrar si quieres. Nosotros ya no podemos verla. Ya
no tenemos nada que hacer –y el hombre se sentó a lado de su esposa y Chiaki
escuchó algo extraño, como un tronido.
Llamó al señor, pero
éste no respondió. Intentó de nuevo, pero no recibió nada de su parte, así que
caminó a la sala donde estaban ambos padres sentados.
–¿Akiyama-san2? –preguntó,
pero nada, sólo el silencio. Así que Chiaki prendió las luces para verlos bien
y fue ahí que notó que los dos estaban colgados en la sala. Ambos tenían
destrozados los cuellos y los cuerpos doblados parecían como si estuvieran
sentados. La mujer hacía tiempo que había muerto pero el hombre se había
suicidado justo en ese instante.
Chiaki sorprendida se
hizo para atrás, dobló las rodillas y cayó al suelo.
En ese momento escuchó
un grito que la llamaba por su nombre:
–¡Chiaki! –era una voz
extraña, tan contraída como gruesa que le puso la dermis de gallina.
Provenía de la
habitación de Asuka.
Tenía miedo de ir a
ella, pero el grito continuó y la llamada se hizo tan insistente que Chiaki
comenzó a arrastrarse hacia la recámara, llena de miedo, pero con más terror de
negarse a obedecer que otra cosa.
Entonces abrió la
puerta.
Las luces estaban
apagadas, sólo entraba un poco de iridiscencia lunar, lo que le dejaba ver un
poco: había basura esparcida por todo el cuarto, la cama estaba tirada, el
colchón doblado en una esquina, insectos varios como cucarachas y moscas
corrían y volaban por todos lados, se sentía el hedor a orín, estiércol y
menstruación a cada paso. Había polvo en todas partes, la ropa tirada, hecha
jirones. Era un chiquero, un completo basurero.
Asuka no parecía estar
ahí, ni tirada en el suelo, ni escondida en el piso, ni metida en el armario.
Simplemente no se le veía por ningún lado. Pero estaba ahí, Chiaki lo sabía,
estuvo ahí todo ese tiempo.
–¡Chiaki! –escuchó su
gruesa voz y ella supo que veía de adentro, justo de la habitación, pero de
arriba, siempre vino de arriba. Así que Chiaki subió la cabeza y encontró a su
mejor amiga pegada de espaldas en el techo de la habitación.
Su pijama estaba negro
de tan sucia, roto por dondequiera; sus cabellos lucían quebrados, sin color,
despeinados horrendamente; y su piel de un blanco imposible, seca, con
cuarteaduras y agujeros a cada centímetro, sin vida, resequedad absoluta y
escalofriante.
Y sus ojos…
Abiertos y grandes, de
color lechoso, pero hinchados de sangre, sin córnea, con una mirada de odio
como Gog y Magog a punto de destruirnos a todos.
Chiaki la vio, gritó
llena de terror y quiso salir corriendo, pero Asuka movió la cabeza estirando
el cuello forzándolo de una manera tal que tronaban cada uno de los huesos como
un estruendo.
Cuando Chiaki dio un
paso para atrás al intentar alejarse de ahí, Asuka sonriendo y abriendo las
fauces como un demonio empezó a moverse igualmente. Siempre de espaldas por
todo el techo, a la esquina y de ahí bajar por el muro hasta arrastrase por el
piso, cada vez más rápido con movimientos extraños y físicamente irreales.
–¡Chiaki! –gritó Asuka
y velozmente se abalanzó contra ella doblándose por el suelo, de espaldas, como
un insecto poseído.
Chiaki se alejó como
pudo, tomando fuerzas de donde no sabía que había, le aventó lo que encontró a
su paso y lo usó como arma mientras la perseguía por toda la casa, siempre
gritando, siempre moviéndose extrañamente, siempre con odio.
Finalmente, sin saber
cómo, Chiaki pudo escapar y salió a la calle donde se perdió entre las
callejuelas. Asuka no salió a perseguirla, se quedó ahí en casa y Chiaki pudo
llegar a la suya donde permaneció encerrada un par de días, llena de miedo y
sin poder hablar.
No sabía si le creerían
y ni siquiera sabía si lo que había visto era cierto.
Fue hasta que la visitó
Yumi, otra de las chicas del grupo, que pensó que todo había sido un sueño.
Nada había ocurrido, sólo una pesadilla.
–¿Y la Asuka del parque? –preguntó.
–¿Cuál Asuka, cuál
parque? –le dijo. Yumi no recordaba nada, nunca había habido ninguna Asuka en
ningún parque. Es más, nunca había habido ninguna Asuka.
–¿Qué? –dijo Chiaki
sorprendida.
–¿Quién es Asuka?
Chiaki le explicó todo
lo que pudo, le habló de su infancia, de cómo tenían pretendientes en la
escuela; le habló del parque, de su doble, de cómo la habían visitado y de
cuando salió corriendo asustada después de golpearla. Pero Yumi no lo
recordaba, en lo que a ella se refería, Asuka nunca había existido. Incluso la
casa donde Chiaki afirmaba que vivía estaba derruida. Era sólo unas ruinas de
una casa vieja que quizá se había construido hacía más de un siglo. Todos los
demás coincidían en ello. Los maestros, amigos de la escuela, sus propios
padres: Asuka no existía, nunca lo había hecho. Era sólo una amiga imaginaria,
un sueño, una ilusión.
Fue tanta la
insistencia que Chiaki se convenció de ello y pensó que lo había soñado, era un
sueño tan real que no pudo distinguir entre la realidad y la fantasía, así que
regresó a la escuela y a su vida cotidiana.
Hasta que una semana
más tarde, Yumi se topó consigo misma en una calle, a una cuadra de su casa;
parada, sin hacer o decir nada, sólo ahí, con los brazos y las piernas en una
posición incómoda y confusa. Sin ninguna expresión, con la misma ropa y
exactamente la misma persona. Yumi se llenó de miedo.
A los tres días,
Sanosuke, un amigo de ellas se encontró a sí mismo en la esquina de un
restaurante. Saori se vio a la entrada del pueblo. Sayumi a las faldas de la
montaña y Yuriko afuera de una veterinaria.
Poco a poco todo mundo
comenzó a verse a sí mismos en todos lados. Y los seres llenaron todo el
pueblo. Aparecían a cada rato en todas partes, siempre callados, estáticos, en
extrañas posiciones, sin decir nada, sin responder a ninguna pregunta y sin
poder deshacerse de ellos. Eran cientos, y todos eran reales, no dobles, eran
ellos. La gente se veía a sí mismo, sin ninguna excusa. Los mismos rasgos,
hasta el mínimo detalle, eran exactos.
Chiaki les gritó a
todos que no era un sueño, que ya lo había visto, que tenían que detenerlos y
ella intentó hacerlo, incluso prendiendo fuego al doble de Hiroshi, una de sus
amigas, pero fue detenida y obligada a marcharse. No la quisieron escuchar a
pesar de sus gritos, pero lo que en verdad le asustó fue cuando a Hiroshi le
apareció una quemadura en la cara, justo en el mismo lugar donde Chiaki había quemado
a su doble.
Nadie podía defenderse,
los seres repetidos estaban esparcidos por todo el pueblo, rígidos, imposible
de deshacerse de ellos, y más que nada parecían más fuertes, por lo que aterró
a todos e impactados se negaron a salir de sus casas. Se encerraron y perdieron
comunicación entre ellos, no se hablaban entre sí, ya no se les veía en las
calles y sólo se apreciaba a los seres dobles los cuales empezaron a tener más
enérgicos, a lucir mejores, con más fuerza, más belleza y más saludables.
Hasta que todo en el
pueblo cambió.
Todos sus habitantes se
pudrieron y perdieron fuerza.
Chiaki veía como su
propia familia se descomponía paulatinamente. Ella trató de advertirles. Quiso
convencerlos de que se marcharan, pero no la oyeron. Los dobles de sus padres y
de su hermano estaban parados ahí afuera de sus casas. Sin moverse ni hacer
nada, pero cada día luciendo mejor.
Su hermano fue el
primero que se negó a salir del cuarto, luego su madre, y al final su padre.
Chiaki los alimentaba dejándoles comida en el suelo. La cual ellos recogían
para depositar el plato vacío más tarde. Chiaki, cada vez que metía los platos,
al ver sus manos que se arrastraban para alimentarse como animales, apreciaba
que el color de sus pieles era cada vez más blanco, con arrugas y resequedad,
incluso con agujeros purulentos.
Quiso ayudarlos, habló
a la policía, al no recibir respuesta, salió a la calle para buscar al médico,
pero nadie le hizo caso. Todos estaban encerrados en sus hogares, en
condiciones similares, podridos, tornándose criaturas extrañas que se
arrastraban por las paredes escupiendo sonidos guturales de sus fauces.
Regresó a casa con
miedo, sin saber qué hacer. Los seres dobles estaban por todo el pueblo, ahí
parados, luciendo hermosos y llenos de vida. Chiaki tenía miedo de caminar
entre ellos, deseaba evitarlos pero eran tantos que le fue imposible, los había
por todos lados, no encontraba ni una sola calle que estuviera vacía. Los
dobles habían tomado posesión del pueblo, absolutamente.
Oyó la voz.
–¡Sólo faltas tú! –atendió
pero no pudo saber de dónde provenía el sonido, era como si se escuchara por
todas partes y a la vez en ninguna. Era una sola voz y al mismo tiempo una
mezcla de cientos. Y se percibía constantemente, repitiéndose una y otra vez.
Chiaki sin saber qué
hacer y sin poder pedir ayuda regresó a casa, pero a cada paso sonaba la misma
frase dicha de una forma cada vez más espeluznante que la anterior.
Tenía miedo de avanzar,
parecía que la voz sonaba más fuerte, pero si se quedaba ahí no sabría lo que
podría pasarle, entonces sintió algo por arriba de su hombro, como una
presencia, o una entidad extraña que la observaba.
Giró la cabeza y miró a
uno de los dobles, parado a unos cuantos centímetros de ella. Sintió que algo
recorría su piel, un frío que caminaba desde sus pies hasta lo más dentro de su
columna vertebral.
Chiaki tragó saliva y
lentamente se acercó al ser. Lo reconocía, era el doble de Kazuo, un profesor
de su escuela. Hacía tiempo que no sabía de él, sintió curiosidad. Presentía
algo con respecto a él. Sabía que no se movía, ningún doble lo había hecho
hasta ese momento, pero había algo que le hizo aproximarse a él y observar sus
ojos.
Kazuo –o su doble
exacto– estaba rígido, los brazos los tenía arqueados hacia atrás, la mano
izquierda abajo, cerca de la cintura con los dedos retorcidos en distintas y
contrastes posiciones, con las falanges reventadas y los dedos hacia atrás. La
parte derecha sobresalía por arriba de su cabeza, con un doblez de codo
imposible de 90° hacia atrás. Y las piernas inamovibles como enterradas en el
suelo. Siempre rígido, inmóvil.
Chiaki lentamente se
acercó a él y notó lo suave de su piel, no parecía tener 45 años, lucía más
joven, más saludable, como nunca lo había visto.
Tragó saliva una vez
más y levantó su mano para tocarle la cara, en verdad algo en él le llamaba la
atención por sobre todo. Lentamente estiró el dedo índice y casi tocó su
mejilla, casi…
Justo en ese momento
Kazuo parpadeó y Chiaki sobresaltada se arrojó hacia atrás.
Cayó sentada al piso y
cuando se reincorporó observó que tres dobles más tenían la mirada puesta en
ella. De hecho escuchó claramente que los demás seres repetidos, a unos cuantos
metros a lo lejos, volteaban la mirada hacia ella. Todos la observaban. Y el
grito reventó en el aire.
–¡Sólo faltas tú! –se
oyó. Chiaki lo entendió perfectamente, esa voz era una mezcla de gritos de
todos los dobles esparcidos por el pueblo, de todos y cada uno de ellos.
Chiaki se levantó
enseguida y comenzó a correr. Pero los dobles estaban en todas partes, no había
calle sin un grupo, no tenía escapatoria y todos los dobles, la veían pasar sin
perderla de vista. No se movían, ni siquiera un centímetro, pero su presencia
era tal que sentía sus miradas como algo físico, como un manto que pesaba
varias toneladas y le caía justo en la espalda.
Corrió tan rápido como
pudo hasta que llegó a casa, se metió y se encerró de golpe. No podía respirar
siquiera, tenía ganas de llorar, pero el cansancio no la dejaba. Sólo se quedó
ahí intentando tomar aire, respirando aceleradamente.
–¡Sólo faltas tú! –escuchó
arriba de ella e instintivamente subió la cabeza.
Su padre, su madre y su
hermano estaban en el techo, apretados el uno al otro, con los brazos torcidos,
rotos, entrelazados entre ellos, junto con las piernas, los cuellos y los
cabellos. Eran como una masa de carne y huesos con largos cabellos quebrados,
piel podrida y hecha trizas.
Chiaki gritó y su
bramido se escuchó en todo el pueblo.
Cuando terminó el
relato me dijo que no sabía si se había desmayado, si fue rescatada o no, lo
único que recordaba es que estaba en el auto de la familia, a varios kilómetros
de su casa. No sabía cómo había llegado ahí. Y por momentos pensó que todo
había sido un sueño. Se sentía tan extraña que no entendía lo que pasaba.
Fue a la estación más
cerca que halló, pidió un teléfono y desde ahí marcó a su casa, pero nadie le
contestó. Les habló a unos vecinos, amigos y familiares pero nadie respondió la
llamada. Intentó con operador pero le dijeron que no conocían el código del
pueblo. De hecho nunca habían conocido dicho pueblo.
–Y si viajas allá –agregó–,
verás que no existe. No hay camino, no hay casas, no hay ninguna construcción
que te lleve, ni siquiera paso de terracería. El pueblo no existe. Es sólo
parte de la montaña con árboles, tierra, piedras, sin muestra alguna de
civilización.
»No tengo casa.
Se calló y vimos por la
ventana que comenzaba a amanecer, aún faltaban un par de horas para que
llegáramos a Viena, pero ya estábamos cerca. Estiramos las piernas y fuimos a
ver si la cafetería ya estaba abierta otra vez. Tan pronto lo estuvo tomamos
una copa, ella un café, yo un jugo.
Cuando arribamos a la
estación de Viena le comenté que a pesar de que era mi segunda vez en esa
ciudad, en verdad no la conocía. La había visitado hacía 18 años y sólo por un
par de días. Ella en cambio la conocía lo suficiente para moverse y decidimos
viajar juntos.
En la estación fuimos
al apartado de ayuda al turista y ahí reservamos un hotel. Tomamos el metro y
en menos de media hora llegamos a él. Pedimos sólo una habitación y dormimos
toda la mañana para descansar del viaje.
Para la tarde que nos
despertamos salimos a visitar Viena por varios días. Fuimos a la Iglesia de san Carlos
Borrome, al Teatro imperial de la corte, al Palacio y jardines de Schönbrunn,
al museo Kunsthistorisches, a la iglesia Votiva, a la ópera estatal y demás
lugares.
Un buen día cuando me
desperté no la hallé en la cama. La busqué en el cuarto pero no estaba su
maleta. Me puse los zapatos y bajé a recepción donde me informaron que había
cerrado su cuenta muy temprano en la mañana y se había marchado.
–Le dejó un mensaje –me
aclaró el hombre y extendió un sobre. Lo leí ahí mismo en la recepción. Era una
carta de dos páginas, en español, pedía perdón por su súbita ida, pero me explicaba
que no podía echar raíces. No estaba muy segura de lo que pasaría si así fuera,
pero lo sentía, dentro de sí lo sentía. No le gustaban las despedidas y quizá
podría aceptar seguir viajado conmigo por lo que prefería irse así, sin
despedirse. Pero no del todo. Me dejó su dirección de correo electrónico, una
cuenta de redes sociales y quedó fervientemente en seguir el contacto, pero a
larga distancia. Quizá sea mejor así, concluyó.
Me pidió que no la
buscara y decidí aceptar su indicación. Regresé al cuarto, le escribí un correo
electrónico y le mandé una invitación en las redes sociales, pero no le
reclamé. Si así lo había decidido estaba en su total libertad. Luego me
arreglé, tomé mis cosas, cerré la cuenta en el hotel y me encaminé a la
estación de trenes para continuar mi viaje hacia Bratislava, capital de
Eslovaquia., a 60km de Viena.
Estuve en comunicación
con ella durante todo el viaje. Nos escribimos regularmente y algunas veces
chateamos. Incluso cuando concluyó mi viaje y tuve que regresar a México la
conversación se extendió. Ella seguía viajando por todos lados, hacía trabajos
esporádicos para conseguir dinero y tenía un empleo en línea lo que le daba
oportunidad de no pertenecer a ningún lado en específico.
–No puedo echar raíces
–decía–. Si lo hago, sé que se repetirá. Porque verás –agregó–. La sensación me
sigue a cada instante, esa presencia de todos y de ninguno al mismo tiempo,
siempre está ahí. Y si echo raíces, me atraparán, porque sólo falto yo, yo de
todo el pueblo.
»Y cuando permanezca
más de una semana en un mismo lugar, ya sea en una esquina por ahí cerca, en
alguna estación de metro, a orillas de un lago, sea donde sea, un día me toparé
conmigo misma y sabré que todo habrá acabado.
»Y el recuerdo de
Asuka, de mi familia, amigos, vecinos y de todos aquellos que conocí se
esfumarán en un horripilante sino que me destruirá en un asqueroso y podrido
oblivion eterno.
–Comprendo –escribí en
el chat y continuamos la conversación. Aún hace dos semanas chateé con ella.
Estaba en la India. Tenía
un par de días ahí y aún no sabía a dónde irá ni si continuará su viaje. Me
dijo que ya está cansada, tantos años viviendo así, sin establecerse en ninguna
parte, la había atormentado, en verdad no sabía que haría pero haría algo y
terminó diciendo que no la olvide, que pase lo que pase no la olvide, porque si
es así, si un día me despierto y no la recuerdo, es que todo habrá acabado.
–Escribe sobre mí –me
pidió de favor y así lo hago, me guío del historial de chat de las redes
sociales, del diario que escribí durante todo mi viaje y edito diversas partes
de los correos para unir todo el relato, porque en realidad no sé ni quién sea
ella, sólo sé que está ahí en mi computadora, en el historial de la red, en
algún dibujo a lápiz, pero nada más. Y por más que intento acordarme y leo el
cuento una y otra vez, su rostro no viene a mi mente y quizá jamás lo haga.
Es sólo un sueño, un
delirio, sólo una ilusión y… nada más.
MARCELO
VILLA NAVARRETE
(Quito, Ecuador, 1981).
Publicó el poemario “Brújula de polvo”
(2006). Obtuvo una mención en la
Bienal de Poesía 2010 (Casa de la Cultura Ecuatoriana ,
núcleo Tungurahua) con el poemario Persistencia del árbol. Segundo lugar en el
Primer Concurso de Microcuentos Microquito (2010).
Poemas de “AL SUR DE LA NOCHE ”
Marcelo Villa Navarrete
©
EL DESPERTAR
Los ojos no me sirven,
prefiero sortear las máscaras que petrifica el espejo. Prefiero oler los
silencios y las agonías que se extienden sobre el humo. La estela de alcohol
encabeza el naufragio y brama en mi garganta. El despertar fue un cilicio que
me auguró la recuperación del reino, pero esta noche el vórtice fue a
conquistar otras letanías. Entre la sal, sobre un surco de vidrios, arrastrando
el fardo de mí mismo. La arena del mundo.
SELVA OSCURA
El cuerpo ha llegado al
sur, embarrado sus codos de telarañas. Muy lejos al inicio, vio, o creyó ver,
lienzos vacíos tras las ventanas. Cada quien se abalanzó sobre el vértigo más
cercano y bajó al sótano en el lomo de un caracol. El cuerpo entonces olvidó
sus ojos y lamentó tener solamente un par de labios. La cosecha se hizo en un
fardo agujereado, y la procesión agotó la madrugada. El sur no le devuelve sino
la certeza de que todas las calles ladran y se abren hambrientas, pero al menos
esta desemboca en el mañana.
ANTES
También estos caballos
lograron el río de efluvios musicales. Son sangre y fango, retazos de palabras
zurcidos con silencios. Cada relincho cercena los segundos, su pelaje es una
montaña en llamas. En los umbrales, antes del estertor y la saliva, se han
quedado ciegos.
SEMBLANZA DE LA VÍSPERA
Con esta madrugada a
bordo de un cuchillo, con estos escalones que perforan y delatan la partida,
con el hielo de las palabras descuartizadas en la garganta, con la sal de estas
mortajas que acunaron otras hambres, otras furias, con el fango de estos pasos
que olvidaron el diluvio, empiezo a dibujarte.
GRIETAS
Por los ríos verdes que
abrigaron tu piel
las palabras de hoy nos
anteceden, ocultan y revelan,
y la bruma se disipa
mientras el día alcanza su espesura.
Tu nombre retumba en
mis muros y siembra grietas.
EL CISNE Y EL
RINOCERONTE
Apenas te digo que
podrías caber en una sola de mis manos, y una horda de gigantes se levanta y
busca refugio en los cipreses. Ninguno tiene rostro. Los llamas y se evaporan.
Será porque has visto
al paisaje reverdecer, elevarse y desgranarse; será porque ríes como un
cuchillo en el agua y lees los intersticios de las piedras; será porque también
abrigo un cadáver que perfuma las auroras y abofetea los ocasos. Porque has
prometido una tumba al pie de tu puerta. No has llamado, pero aguardo el
campanilleo.
Tu cuerpo se acerca
como una guillotina. No ansío tus viñedos, ni la arena de tu boca. Busco
igualmente una voz con el calor de los sepulcros.
Suelo pensar que
pudiste haber muerto. Fue la llama y el hielo sobre los párpados, y silencios
desgajados en las sábanas. Sembré tan solo la helada de mis días sobre tu
nombre. Amar el surco y la tangente, como al estertor y al vagido. Te habita
una carroza llena de manzanas, y son más luminosas cuando tu desnudez huye
calle arriba.
La patria, es decir tú,
sucede afuera. Está muy lejos de esta puerta con veneno en las cerraduras.
Adentro hay un surco palpitante de agua turbia y bebo enmascarado. Entonces la
miseria ya no importa, el mundo vuelve a ser doble o infinitesimal; me tambaleo
y dejo caer tus fotografías. Las termino pisoteando.
Un cuerno te nació la
víspera, me dices, un cuerno que atraviesa constelaciones. En el último golpe
de dados comprendo que todo fue al revés: yo era el cisne y tú el rinoceronte.
Solo el olvido se
ensancha, alguien llegará a ser loto, roble o diente de león. La primavera será
una lengua muerta. Acá la niebla, el ladrido del sur, tus bambalinas arrojadas
al otro extremo del mundo y que he recuperado.
MAÑANA
Mañana será el
silencio, un gesto sin máscara, un roce de agujas trasnochadas. Aún han de
aflorar sombras de otras estatuas. Esta vez ha sido una palabra que pendía de
mi árbol de antaño, y solo demuestra que también entonces alcancé la copa. Ya
todos esos días se desprenden del calendario, jinete y corcel se pierden a tu
vera. El sol está naciendo ahora por tu rostro. Sé que reescribiré el camino
una vez más.
ALINA VELAZCO-RAMOS
Escritora nacida en
México D.F., radicó en Colima de 2003
a julio de 2012 y a partir de esa fecha en Tlajomulco de
Zúñiga, Jalisco. Felina, enamorada eterna de la ilusión del amor y de su muso
inspirador, Luis Gil. Ex fumadora empedernida en no regresar al vicio. A veces
madrastra y siempre mami de Imma Reyes. Amante de la pizza, las palomitas de
maíz, el cine, la lectura y la vida en general.
Ha participado en
lecturas de distintos foros: Noches de Luna Llena de la Secretaría de Cultura
del Estado de Colima, Encuentro de Escritores Colimenses de Coquimatlán, Noches
Líricas Musicales del PRI Villa de Álvarez, Maratón de Lectura Simultánea en
Voz Alta convocada por la Feria
del Libro de Guadalajara FIL, Banquete de Poesía: Ágape, Eros y Filia, Maratón
de Poesía en FARO de Oriente D.F., Encuentro de Poesía Joven Colima, Lectura de
la Antología Poética
Amor, Delirios y Delicias; entre otros.
Estudió el Diplomado en
Creación Literaria del Instituto Nacional de Bellas Artes y un taller de
elaboración de telescopios en la
Casa de la
Cultura Colima. Actualmente estudia la Licenciatura en Línea
en Desarrollo Comunitario de ESAD.
@alinavelazco
FB: Alina
Velazco-Ramos
BESA
Alina
Velazco-Ramos ©
Besa
mi cuerpo.
Recórrelo
centímetro a centímetro.
Inúndalo
con tu olor.
Ese
dulce aroma que me hace agradecer el haber nacido.
Dame
vida,
hazme
sentir que vale la pena continuar.
Toma
todo de mi, dame todo de ti.
Crea
un nuevo ser que sea mitad tu y mitad yo
mientras
me acarician tus manos
y
al final de todo,
bésame
otra vez.
EL TIGRE
Alina
Velazco-Ramos ©
El
tigre se acerca lenta, cadenciosamente.
Decidido
a atacar-dominar-someter a su hembra.
La
hembra lo observa y espera.
El
tigre se ve derrotado
por
la mirada de un cachorro de ojos amarillos.
Que
son su imagen y reflejo.
TIEMPO
Alina
Velazco-Ramos ©
Tiempo
de rehacerme
entre
lo que queda de una gran ciudad.
Tomando
los trozos que quedaron
de
lo que no deseó ser parte de mi
y
de una gran distancia, más que en días,
en
soledades.
Sin
llanto. Comprensión de lo incomprensible.
Respuestas
certeras cómo dardos a la yugular.
Abatiendo
lo poco que quedaba de mi ser etéreo.
Tirándome
de lleno al suelo.
Tiempo
de contener el amor
en
la capsula de la eternidad.
Que
se convierte en quizá en la otra vida
o
en otro sueño se pueda derramar.
DESPEDIDA
Alina
Velazco-Ramos ©
Aprenderé
a no sentirte cerca mío.
A
no extrañar tus besos
y
sobre todo,
al
olvido.
Olvidaré
que fuiste algo en mi vida,
aunque
me duelas.
Aunque
quiera preservarme en tu serena existencia.
Existiré
a pesar de ti y de lo que somos.
Amores
infinitos que en la distancia y el destierro,
Formaron
uno solo hace tiempo,
en
un seco aunque dulce verano.
En
cinco días que fueron de ensueño.
BECARIOS
Alina
Velazco-Ramos ©
Infrahumanos.
Paradójico
orgullo de la sociedad
pero
lo más bajo también.
Cifras,
números.
Hambre
que es callada
Cada
cierto tiempo con limosna.
Animales
de carga que cada día
luchan
por ser volteados a ver.
Por
ser tomado en cuenta.
Con
tantas cosas por ofrecer
pero
transparentes como un fantasma olvidado.
Sin
voz, sin voto.
Con
la obligación de dar el todo
y
sin la esperanza de alcanzar el infinito.
Con
sueños de equidad,
que
se acaban en cuanto la pesadilla de la burocracia
les
despierta.
Así
somos los becarios.
NORBERTO PANNONE
Poeta, narrador,
ensayista, novelista y psicobiofísico. Publicó “Aforismos, poesías y cuentos:
Historias para leer en serio”, que se halla en la Biblioteca de Habla
Hispana de París, en la
Biblioteca Nacional de la Lengua Española de
Barcelona y en la
Biblioteca Española de Bilbao. Publicó diversos libros: “Reflexiones de un machista en decadencia”
(aforismos), “Las curaciones paranormales
y la fe” (ensayo científico de investigación), “Entre soles y lunas de abril” (aforismos, poesías y cuentos), “A fondo blanco” (poesías). Asimismo,
sus trabajos fueron publicados en diversos medios nacionales y
extranjeros.
Ganador de varios
concursos literarios, también se desempeñó como jurado en numerosos concursos.
Ex presidente de la Seccional
SADE - Junín (2000-2006), ex vicepresidente de SADE Nacional
y actual Presidente de ASOLAPO-Argentina (Asociación Latinoamericana de Poetas,
Escritores y Artistas), fue expositor en la Feria Internacional
del Libro en 2001, 2002 y 2003,
Miembro fundador del
Centro Cultural del Tango en Junín (1960) y miembro activo de “Letrango”,
agrupación nacional de letristas de tango de la ciudad de Buenos Aires, es
además autor, compositor y cantante.
NADIE TE DIJO, CÉSAR
Norberto
Pannone ©
A César Vallejo
Desmides
las páginas del libro
y
propones que el río
desande
el cauce peregrino.
Río
abajo,
utópico
destino.
Nadie
te dijo que el olvido
era
una cruz de sal,
un
tránsito prohibido;
que
el poeta sucumbe
cuando
inicia el camino.
Labraste
con él
su
lauro desmedido
y
el oculto clamor
en
algún libro.
Y
esa aflicción del indio,
aún
después
del
tiempo en que ha vivido.
Nadie
te lo dijo, César.
De
haber sabido,
casi
te vuelves
y
en la amniótica sustancia
te
repliegas.
Nadie
te dijo:
que
el sol no se desliza
en
vano y el andar
de
las horas
es
una cierta utopía
del
suicidio.
¿DÓNDE IRÁN?
Norberto
Pannone ©
Dónde
irán los retumbos de las voces.
Dónde
irán
los
perfumes sigilosos del olvido.
Camino
del alba, luna mía,
andarán
desluciendo los rocíos
en
la etapa sedentaria de mi vino.
Cuando
la noche amasa el pan de la mañana,
la
memoria y el verso se desgranan
abrazados
al insomnio del ladrido.
Luna
y río
y
el misterio sideral que me contiene.
La
luz, no huye como el total afecto del amigo.
No
se consume
en
la global planicie que circunda
sin
abrigo.
La
penumbra se va,
pretendiendo
robarse hasta el vestigio
de
otro día de preludio parecido.
EL OSITO DE PELUCHE
Norberto
Pannone ©
Oscarcito era el único
hijo de Clara y Daniel. El amor hacia él era casi infinito debido a que Clara
no podía tener otros hijos. El pequeño sufrió muchos trastornos de inmunidad,
pero al fin, creció bastante saludable.
Un día, sus padres le
regalaron un oso de peluche. El chico les preguntó si podía considerar a este
osito como un hermanito para él. Los padres le dijeron que no, que podía jugar
con ese juguete, que imitaba a un oso de verdad, pero que nunca podría ser como
un hermano para él. El niño se entristeció al escuchar estas palabras y cuando
estuvo a solas en su cuarto con el osito, le dijo: “Dicen papá y mamá que eres
sólo un juguete, que no puedes caminar, que no sabes hablar, que no puedes
jugar conmigo; que sólo eres un muñeco”. Luego, lo guardó en una gran caja con
otros juguetes…
Día tras día, semana
tras semana, Oscarcito le recriminaba a su osito de peluche: “¡No puedes
hablar, no puedes caminar, sólo eres un muñeco tonto!” Ese día, después de
regañarle, lo arrojó contra la pared.
–¡Ay! –exclamó el
osito.
–¿Qué dijiste?
–preguntó el niño.
–Dije: ¡Ay! –respondió
el osito.
–¿Cómo es que puedes
hablar?
–No lo sé –contestó el
juguete–. Yo…sólo sentí dolor por el golpe y dije: ¡Ay!
–¿Puedes caminar?
–Creo que sí –dijo el
oso y se puso de pie dando tres pasos con algún titubeo, pues tenía miedo de
caerse, según dijo. Después, se animó y dio toda una vuelta por el cuarto.
Oscarcito lo miraba con alegría. Para el niño todo estaba bien y le parecía que
la situación era muy normal.
Le gustaba tener un
osito de peluche que caminara y hablara.
–¿Le puedo contar de
esto a mamá y papá?
–No sé… A lo mejor
ellos no te creen…
Oscarcito salió de la
habitación y corrió a contarles a sus padres que el osito caminaba y hablaba.
Cuando sus padres
entraron en el cuarto, el osito estaba muy quieto, sentado sobre el piso, como
cualquier juguete de peluche común y normal.
–A ver… –dijo el padre
del niño–. ¡Dile que camine!
En vano, el chico lo
intentó, mas el osito, permaneció inerte. Ni siquiera dio un par de pasos. Por
más que insistió, tampoco pudo lograr que emitiera una sola palabra.
Oscarcito creció y se convirtió en Oscar. Más
adelante, se licenció en Psicología. Yo me hice muy amigo de él. Sus padres son
muy ancianos, pero viven aún.
¿Cómo me enteré de esta
historia?
Una mañana, como tenía
mucha amistad con Oscar y gozábamos de mutua confianza, entré al consultorio
sin llamar. Allí estaba Oscar acostado en el diván y el osito de peluche le
hacía preguntas mientras tomaba nota de las respuestas del psicólogo. Cuando
entré, el oso se quedó petrificado, entonces, Oscar le dijo:
–Puedes seguir, Carlos
ya te vio.
Como si tal cosa, el
oso no sólo le siguió haciendo preguntas a Oscar, sino que, al terminar con él,
vino dulcemente a mi encuentro, me tomó de la mano con gran muestra de cariño,
me hizo recostar en el diván y me psicoanalizó…
Norberto
Pannone ©
Tarde invernal, tediosa
y de sólo tres grados de temperatura. Soplaba viento del sur y esto hacía que
la sensación térmica fuera de cero grado.
La calle se hallaba
desierta y los árboles de hojas caducas agitaban sus desnudos tallos como en
una extraña y vegetal añoranza de tiempos mejores. Nostalgias de savia y
clorofila.
Todo aquello veía desde
la ventana que daba a la calle Mitre. Desde ese cuarto, mi preferido, observaba
aquel paisaje invernal. Bajo la exigua luz que entraba a través del vidrio,
trataba de encontrar la rima de un verso, huidiza y necesaria.
En realidad, estaba
ansioso, aguardaba el auto gris.
La noche anterior me
habían dicho: “Espera un auto de color gris, en él llegará Borges a tu casa”.
Las horas se sucedían
atormentándome con un inexplicable nerviosismo. Para calmarme, me decía en voz
alta: “Fue sólo un sueño. Borges está muerto. Te estás volviendo loco”. Sin
embargo, contrariamente a este rasgo de mi pensamiento, seguía observando la
calle desde mi ventana, porque, aunque no pudiese probarlo, sabía que Borges
iba a llegar a las 17:40.
Un auto gris se detuvo
frente a mi casa. El conductor descendió del coche, abrió la puerta posterior
derecha y Borges bajó del vehículo. Vestía un traje gris a rayas, una camisa
celeste y no tenía corbata…
Sonó el timbre y abrí.
Borges miraba sin ver, pero al oír el sonido de la puerta, me saludó.
–Buenas tardes, ¿puedo
entrar?
–Sí, pase, señor
Borges.
Entró detrás de mí,
empuñando su bastón. Nos sentamos en la sala y el genial literato preguntó:
–¿Cómo era su nombre?
–Ezequiel, respondí.
–Ezequiel –repitió
pensativo–. Como el profeta. ¿Es usted judío? –me preguntó de improviso.
–No, para nada. Es mi
seudónimo. Lo elegí porque parece “sonar” bien y me ha dado suerte.
–¡La suerte! –espetó
Borges–. ¡Siempre la suerte formando círculos invisibles alrededor del hombre
para empujar las leyes del destino!
–No sabía que usted
creyera en la suerte.
–Perdone, Ezequiel,
pero, ¿leyó usted mis libros?
–Sí –respondí azorado.
–Si los leyó,
comprenderá por qué estoy aquí. ¿Por qué hoy y no ayer ni mañana? Es una suerte
que usted y yo estemos conversando. Usted, en verdad, es un hombre afortunado.
A mí me dieron esta licencia para visitarlo hoy, pero me explicaron que no
abusara. Debo volver a las veinte en punto.
–Antes que nada,
Borges. ¿Me va a firmar un autógrafo?
–Sí, cómo no.
Le extendí un papel y
Borges me firmó con paciencia infinita, maquinalmente: “Para mi amigo Ezequiel,
con afecto: Jorge Luís Borges”. De pronto, sonrió y me preguntó:
–¿Sabe que estoy
escribiendo un cuento?
–No lo sabía… ¿De qué se
trata?
–Es un cuento extraño,
aún para mí. Trata sobre un escritor desconocido que me está esperando. Yo
llego a su casa en un auto gris a visitarlo, él me está aguardando impaciente,
pero, como ocurre siempre, en lugar de preguntarme cosas importantes, sólo me
pide un autógrafo y me echa un párrafo de trivialidades… Lo extraño de todo
esto es que yo realizo esa visita mucho después de mi muerte. ¿Qué opina usted
de esto?
–Siempre tuve una
teoría sobre este asunto: existen huecos dimensionales. A veces, alguien cae en
algunos de esos huecos y llega la muerte. En otras ocasiones, algunos de los
que habitan el “otro lado” pasan a este y…
–Es una teoría
interesante… –continuó Borges–. Lo imposible es probar que es verdad… Esto es
como la vida, uno se rompe los sesos pensando en ella y, cuando logra obtener
alguna respuesta, se da cuenta que ya está muerto. Lo cual, para nada significa
que los muertos sepan qué es en realidad la muerte. Se dice que la muerte es un
misterio aún más insondable que la vida. Se debe uno morir varias veces para
comprenderlo.
–¿Y la fama qué es,
Borges?
–La fama es como la
primavera que cubre los árboles, las flores y los frutos. Las flores
representan el entusiasmo, los frutos la paciencia…
–¿Y las hojas?
–Las hojas son la
multitud que rodean al famoso, a veces, su frondosidad no deja ver muy bien
como realmente se es… ¿Qué hora es?
–Las 20:00.
–Debo irme.
–No me va a negar que
es extraño.
–¿Qué es lo que le
resulta extraño, Ezequiel?
-Que usted respete
tanto los horarios.
–Ocurre que antes
estaba vivo, pero ahora estoy muerto. Es decir, para que usted se haga una
idea, muerto significa ocupar un lugar en un tiempo exacto, ni antes, ni
después… Da lo mismo morir en cualquier parte… yo morí en Ginebra.
–Adiós, Ezequiel...
Escriba y lea mucho.
Esas fueron las últimas
palabras de Borges. Me estrechó la mano y salió hacia la tarde fría. Ascendió
al auto y se perdió en la distancia. Me quedé más solo que antes, mirando hacia
la calle Mitre. El viento aún agitaba los tallos desnudos.
Recogí el autógrafo de
Borges que había quedado sobre la mesa y tomando un libro de él, me senté a
leer aquello que continuó diciéndome a través de la palabra escrita…
ANA
CLAUDIA DÍAZ
Nacida en Santa
Teresita, Provincia de Buenos Aires, 1983, vive en la ciudad de Buenos Aires
(Argentina) y estudió letras en la Universidad Nacional
de Mar del Plata. Actualmente asiste al taller de Romina Freschi y colabora con
el taller de poesía de APOA en el Hospital B. Moyano. Publicó en la antología
poética “Pájaros en la frente”
(2011), la plaqueta de poesía plegable “Vuelto
Vudú” (2009) y “Limbo” (2010) por Pájarosló Editora, y “Al antojo de las anémonas” por Color Pastel (2011). Participa de
diferentes encuentros de poesía y colabora con la sección de reseñas de Plebella
y No-Retornable.
ENCONTINUADA
Ana Claudia
Díaz ©
Celebro mi
cesar en desempeñar asombro en la tienda de proezas.
Y voy, mi voz y
yo voznante.
Vehemente,
inclino mi caer, y lo persuado, oblicuo.
Mi motivo
terso, que es materia, que es puro, que se oye.
Se va, se
aleja, se hace lejos, se hace huir.
Ilegible se
refleja.
Confusa, toda revuelta
ya mi voz, me hago nube.
Me hago
vertical, gris y me deshago.
*
La erosión
la fricción
continua
el desgaste que
descose la quietud
aguarda al
viento
al cuerpo
pardo, roído
las púas frente
al peligro
frente al
espejo
ahí
ella se enrolla
como si estuviera
hecha solo de
algas
refresca su
resistencia
como si fuera
un erizo
sombrío que se alivia
cuando ve el
esplendor
el gallo que
gira en invierno
la veleta
la gloria
la cresta roja
la cinta en la
lanza.
*
Estación
lluviosa. Ahí vos, bajo el diluvio abatido y la lógica. Interoceánico, todo,
todo celeste. Y eso, y yo lo prefería incluso, cuando era lo del puesto de
diarios a la madrugada. Mejor, si se parecía al color de la esmeralda. O al
verde botella, que es como si fuera seda de vitró. Para poder camuflarme en el
esperantismo absoluto. O en el festejo de la vendimia. O capaz, al naranja.
Pero vino así, con el rostro lleno de mucha redondez, negando en vaivén,
mareado. Y yo no pude decir nada. No pude decir yo quiero hacer eso, quiero
titilar de colores por la alfombra, parpadeando y continuarme continuada en una
curva, como un arco acristalado hecho solo con la intuición de los pies.
Batallas con ocas, tierra. Y eso me pasa, de mucho querer poner lejos: la
abreviatura. Tanto raro, tanto emparchado. Trato. O lo que da igual. Intento,
poder disolver una voz en una torta de manzana invertida. Son otras. Las
tristes murmuraciones de una silla. Claro, hay una puerta a cada lado de la
interpretación. Y mientras sea así, yo puedo mezclar todo. Puedo mezclar: la
alfombra, el macramé, lo rojo, lo editado, la pulpa, el fervor, lo voraz, la
almohada, lo feroz. Todo en una bocanada.
*
Todo ese
tiempo. La senda por la que quise caminar. La tierra hollada. La importunidad
de ser. La verdad que persigue a quien va huyendo con la frecuencia de la
emisora más antigua. Padecer procurando. Un suceder de repetidas veces. De
voces diligentes. Una cinta de seda, que ahora, transcurre frente a mí y me
muestra.
*
Para empezar,
no quiero ubicar el verano en un solo color, para que no se vuelva todo índigo.
Encapotado. Ahora hablo de él, como un ancla. Casi circular. Escabrosa, esa es
la condición, el punto donde se rompe gloriosamente: el molinete, la rueda: el
gemido: el vértigo. Desatado. Hablo de que hago ríos de gestos. Y no sé, cuál
es el mismo ahora. Por otro lado, la casa es cómoda. Chata y redonda: ostral. Y
entiendo que, poco falta para que de flores de cinc, se cubra la vereda.
Nota: Estos
poemas pertenecen al libro “Limbo”.
AURA BANKS
Nació en la ciudad de la Victoria (Aragua),
Venezuela. Licenciada en Educación Mención Preescolar, Magíster en Ciencias Mención
Orientación de la Conducta
(2012). Promotora y animadora en lectoescritura (Upel Macaro). Colaboraciones y
publicaciones: Ecos de Yagua, Chamos (El Siglo), Contenido (El Periodiquito), Crisaire
Nº 01 (Tríptico Fondo Editorial Alternativo), edición “I Premio Internacional
de Poesía Simón Bolívar el Libertador año 2010” , Fondi, Lazio, Italia, Papagayo (El Periodiquito),
Infantiles (El Carabobeño), Zona de Tolerancia (El Siglo), Correo del Orinoco (Suplemento
Infantil), Lapislázuli Periódico Digital (Colombia).
TIEMPOS
Aura Banks ©
Aquellos
donde te espera
Con
una promesa certera de tu llegada
Las
gotas del rocío
Que
dan esperanza
El
silencio de Charles Chaplin
Y
las palabras de su mirada
Cada
grano de arena en picada
La
fragancia de un amor
La
soledad de una puñalada
Cicatrizada
por el dolor
Emancipada
por el alma.
ETÉREO
Aura
Banks ©
Impalpable
pensamiento
Que
atraviesa el camino
Abstracto
de mi mente
Cual
río enfurecido
Que
su impetuosidad seráfica
Baña
ligeramente
Las
orillas de la creación sublime
De
líneas intangibles
Estela
volátil
Invaden
ligeramente
Un
espacio en el tiempo
AS
Aura
Banks ©
Perdurando
mis entrañas
al
borde de un acantilado
Sin
miras a
Una
profundidad
Alcanzable
Extiendes
tus alas
El
vacío me llama
No
logro tocar el aire
Ni
respirar el suelo
Solo
la sublime
Ligereza
de tus manos
Logra
alcanzar
Mi
delirio
Como
as bajo la manga
De
un jugador atento
A
los desafíos
De
la cálida sonrisa
Que
atenta contra
El
amor de su vida
ANNA
BANASIAK
Nació en Zgierz,
Polonia, en 1986. Estudió letras polacas en la Universidad de Lodz e
inglesas en la Academia Social
de las Ciencias de esa ciudad. Ha tomado parte en diversas antologías de
Polonia y Argentina, y ha colaborado en varias publicaciones como Revista
Urraka, Gaceta Literaria, etc. Nominada al Premio “Cameleon” (Polonia), ha
obtenido menciones especiales en el Concurso Internacional de Poesía “Latin
Heritage Foundation” (Estados Unidos) y en el Concurso Literario “Sólo Voces”
(Tilcara, Argentina). Algunos de sus poemas fueron transmitidos por el programa
Calidoscopio, de Radio Raíces, Argentina.
LUNES EN EL PARQUE
Anna Banasiak ©
Los lunes de primavera
pasaba por el parque.
Estaba convencida de que
volvería a ser una monja un día.
Quería creer que la
vida no era el diablo
con el que no se puede
luchar durante el día.
Contaba con la fe pero
también sabía
en quién las mujeres
tenían que confiar.
Se llamaba Nadie, y
nadie era.
Pero todos la conocían
como la mujer corriente.
SUEÑOS DE VICTORIA
Anna Banasiak ©
Pequeños y morenos son los
sueños de Victoria, la poeta.
Uno procede de una
infancia sin amor,
tan profunda como
prohibida.
Otro canta bajo la luna
sin saber a quién la canción es dedicada,
sin pensar adónde se
despierte al alba.
Pequeños y llenos de
entendimiento son los sueños de Victoria, la poeta,
morenos y llenos de la
inocencia conocida como una ciudadana del mundo.
FIEBRE
Anna Banasiak ©
En su última carta,
(la he recibido hoy por
la mañana),
escribió de las tres
estrellas
que había dado a luz
ayer.
Maravilloso ataque de
la fiebre,
resultó tener tremebundo pasado,
quizá de Alfa o de
Omega.
Este encabezamiento
acabó diciendo:
“Para ti, mis mejores
pensamientos”.
COCONICATL
Anna Banasiak ©
El amor en náhuatl
suena más salvaje y mítico
que en nuestros casos del
pasado.
Nunca te he podido
enseñar a confesarme tu amor.
Pero no te preocupes
tanto.
Yo tampoco solía hacer
el papel de la más apasionada del mundo.
Prefería hacerlo
bailando bulerías en tu dormitorio con vista al mar.
A las palabras les
encanta volar
en el espacio entre
nosotros,
amantes del silencio.
TIERRA PROMETIDA
Anna Banasiak ©
Cada día necesitaba más
sangre
para satisfacer todos
mis malditos instintos,
inevitable enfermedad
de morir
por mis propios deseos
y pasiones,
que sobre todo
destruyen.
Destruyen dando a luz
la vida sin una gotita
del racionalismo
que no sabe qué es.
Cada día esperaba que
viniera,
con desesperación y
rencor.
Pero nunca en mi vida
lo he visto.
Sigo esperando a no sé
qué o quién.
JUSTIFICACIÓN DE UN
LOCO
Anna Banasiak ©
No sentía
remordimientos.
Su cara fue poniéndose
azul.
¿Y yo?
No sentí completamente
nada.
Ni remordimiento.
Ni vergüenza.
Ni nada.
En los libros sobre
asesinos
escriben mucho sobre la
satisfacción sexual,
traumas de infancia,
bla bla bla...
Mucha gente sueña con
entrar
incluso, por unos
minutos,
en la mente de un loco
para ver cómo es eso de
estar completamente loco.
¿Cómo es?
¿De verdad lo queréis
saber?
Yo nunca he sentido
remordimientos.
Ni placer.
Ni nada.
Como si fuera un maniquí
conducido por las manos
de Dios,
que quizá ni siquiera
existe.
Como si viviera en un
mundo sin Dios
o procediera de la
tribu que lo mató.
Eso es estar loco.
Loco por y para nada.
SUPLEMENTO
DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 57 – Junio
de 2013 – Año IV
ISSN 2250-5385
Exp. 5054184, Dirección Nacional del Derecho de
Autor (DNDA)
Propietario y Director: Héctor R. Zabala
Av. Del Libertador 6039 (C1428ARD)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
Corrección general: Prof. Liliana Lapadula