martes, 1 de diciembre de 2020

SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES

Nº 88 – Diciembre de 2020 – Año XI

ISSN 2250-5385 – Edición trimestral

Inscripción gratuita como LECTOR

si escribe a  zab_he@hotmail.com

indicando nombre y apellido, ciudad y país

(se le avisará cada nuevo número trimestral).

 

“Amarilla”

Mónica Villarreal (2020)

(Acrílico sobre papel, 14” x 11”)

Serie Mariposas


 
 

Sumario:

• George FRANKLIN (Estados Unidos)

• Ámbar Caridad CARRALERO DÍAZ (Cuba)

• María CHAPP (Argentina)

• Ximena GÓMEZ (Colombia - Estados Unidos)

• Aleqs GARRIGÓZ (México)

• Susana DE LOS SANTOS (Argentina)

• George REYES (Ecuador - México)

• Luis WEINSTEIN (Chile)

• Fernando NEGRETE (España)

• Yubraska HERRERA DIAMÓNT (Venezuela)

• Noelia Natalia BARCHUK (Argentina)

• Héctor ZABALA (Argentina)

 

 

GEORGE FRANKLIN

Nació en Shreveport, Luisiana, Estados Unidos. George es autor de los poemarios Travels of the Angel of Sorrow (Blue Cedar Press), Noise of the World (Sheila-Na-Gig Editions), Traveling for No Good Reason (libro que fue ganador del concurso de Sheila-Na-Gig Editions en 2018). También es autor de un poemario bilingüe, Among the Ruins / Entre las ruinas (Katakana Editores, 2018), traducido al español por Ximena Gómez. George tradujo junto con la autora, el poemario bilingüe de Ximena Gómez Último día / Last Day (Katakana Editores). Ha publicado en las revistas: The Threepenny Review, Salamander, Cagibi, The Lake y The American Journal of Poetry, entre otras. Traducciones de sus poemas al español han aparecido en El Golem, Nagari, Revista Conexos, La Raíz Invertida, Álastor, Revista Abril y La Libélula Vaga. Es el ganador del Premio de Poesía Stephen A. DiBiase 2020. George tiene una maestría de la Universidad de Columbia, un doctorado de la Universidad de Brandeis y es Juris Doctor de la Universidad de Miami. Trabaja como abogado en Miami, e imparte talleres de poesía en las cárceles de La Florida.

A continuación, incluimos tres de sus poemas en inglés con sus correspondientes traducciones a cargo de Ximena Gómez.

franklin@gsfranklinlaw.com

 

 

EL ÁNGEL DE LA TRISTEZA BEBE VINO EN LA TABERNA

George Franklin ©

 

Una rata te pasó la cola por el tobillo mientras cosías

Y ahora hay nudos negros bajo tus sobacos,

Tienes la boca seca y estás temblando de fiebre.

 

Los cuerpos se amontonan unos sobre otros en carretas.

El ángel de la tristeza bebe vino en la taberna y alguien

Lo oye decir que incluso nuestras sombras lloran hasta el límite,

 

Pedazos de nosotros se nos escapan. Me dices que piensas

Que te dormirás y no despertarás, cuando la luz haga visible

el polvo en la ventana, cuando el sonido de los hombres

 

Que arrastran cadáveres perturbe a los gorriones y a los cuervos.

Mañana alguien sellará la puerta con cera,

Y los perros del vecindario la lamerán hasta que sus lenguas

 

Queden de un rojo oscuro y se cansen. No habrá fuego

En la rejilla, ni el humo ondulará desde la chimenea, ni se

Escurrirá por el techo de tejas o se esconderá del pico del viento.

 

Me preguntas si las estrellas se ven de día, si las puertas

De la iglesia brillan ahora con una luz azul, y si los demonios

Alados caminan entre las casas, buscando la manera de entrar.

 

Pasó mucho tiempo antes de que yo te respondiera, besara tus labios

Rajados, con sabor a fiebre y a arcilla roja, susurrara todas las mentiras

Que pueda decirte en los oídos, que son frágiles como conchas del mar.

 

Ya no hay agua potable para tu taza, no queda pan en la mesa,

No hay aceite rancio en el frasco junto a la estufa. La vela junto

A tu cama se apagó anoche. La mecha está retorcida y llena de hollín.

 

Te envuelvo el cuerpo con la sábana que cubría tu colchón húmedo

Y me siento en la oscuridad, a esperar el sonido de las ruedas en

Los adoquines, los cadáveres que se aplastan uno sobre otro.

 

En la taberna, el ángel de la tristeza me invitará a un trago.

 

 

THE ANGEL OF SORROW DRINKS WINE IN THE TAVERN

George Franklin ©

 

A rat brushed its tail across your ankle when you were

Sewing, and now there are black lumps under your

Armpits, your mouth is dry, you shake with fever.

 

One above the other, bodies are piled into carts. The angel

Of sorrow drinks wine in the tavern, and someone hears him

Say that even our shadows weep at the edges—bits of

 

Ourselves slip away from us. You tell me you think

You’ll fall asleep and not wake when light makes

The dust visible on the window, when the sounds of men

 

Dragging out bodies disturb the sparrows and the crows.

Tomorrow, someone will seal the doorway with wax,

And the neighborhood dogs will lick at it till their tongues

 

Turn dark red and they grow bored. There will be no

Fire in the grate, and no smoke will twist from the chimney or

Crawl along the tiled roof or hide from the wind’s beak.

 

You ask me if the stars are visible in daytime, whether

The church doors glow now with a blue light, and if winged

Demons walk between the houses, looking for a way inside.

 

It’s a long time before I reply to you, kissing your cracked

Lips, tasting of fever and red clay, whispering all the lies

I can make up into your ears that are brittle as seashells.

 

There is no more clean water for your cup, no bread left

On the table, no stale oil in the jar by the stove. The candle by

Your bed went out last night. The wick is soot-grimed and curled.

 

I wrap your body in the sheet that covered your damp mattress

And sit in the dark waiting for the sound of wheels on

Cobblestones, the crush of corpses, one above the other.

 

In the tavern, the angel of sorrow will buy me a drink.

 

 

SÁBANAS LIMPIAS

George Franklin ©

 

Apenas tendí la cama con sábanas limpias.

Tienen arrugas, pero están lavadas, huelen

Fresco, el tejido un poco áspero en mis manos.

Cuando tú llegues prepararé café, el tuyo

Con la leche hervida, espumosa, el mío negro

Con sabor a azúcar quemada, que me recuerda

El cielo de noche en otra latitud, el barrio

Donde caminamos, la luna aún no surgía

Sobre los cerros, los techos bajos,

Los anuncios de hoteles, las ventanas

Con postigos cerrados, voces que venían

De algún lado, música, ladraba un perro

Detrás de una pared blanca, elevada,

Mis labios te rozaban el cuello. Después

De la cena, voltearemos las sábanas,

Nos deslizaremos el uno junto al otro, aún

Poseeremos nuestros días, aromas

De los que no podemos deshacernos, sándalo

Adherido a tu camisón, cáscara de limón,

Cebolla en mis dedos. Cuando nos tocamos,

Podríamos estar en cualquier parte.

 

 

CLEAN SHEETS

George Franklin ©

 

I just made the bed with clean sheets. They’re

Wrinkled but washed and fresh smelling, the

Weave a little rough against my hands.

When you get here, I’ll fix coffee, yours

With steamed milk, foamy, mine dark,

Tasting of burnt sugar, reminding

Me of the night sky in another

Latitude, that neighborhood where we,

Walked, the moon still not up over the

Hills, the low rooftops, hotel signs, and

Shuttered windows, from somewhere voices,

Music, a dog barking behind a

High white wall, my lips touching your neck.

After dinner, we’ll turn back the sheets,

Slip in beside each other, our days

Still with us, scents we can’t get rid of,

Sandalwood clinging to your nightgown,

Lemon peel, onions on my fingers.

When we touch, we could be anywhere.

 

 

MÁS TARDE

George Franklin ©

 

Esta tarde, encontré uno de tus cabellos

En una servilleta, al lado de la miel.

Te imagino al desayuno, mientras

Levantas el oso de plástico, volteas la tapa

Y exprimes gotas de miel en la taza de café,

Con las manos un poco pegajosas

Te tocas el pelo, luego la servilleta.

Cuánto dejamos de nosotros, esos trozos

Aleatorios de nuestra vida, nosotros mismos.

Salí temprano esta mañana y no tuve tiempo

De sentarme contigo, de acercarme tu mano

A los labios, con miel en los dedos.

 

 

LATER ON

George Franklin ©


This evening, I found one of your hairs

On a napkin beside the honey.

I imagine you at breakfast as

You lift the plastic bear, flip the lid,

And squeeze drops of honey into your

Coffee cup, hands a little sticky,

Touching your brown hair, then the napkin.

How much of us we leave behind, these

Random pieces of our lives, ourselves.

I left early this morning, didn’t

Have time to sit with you, bring your hand

To my lips, honey on your fingers.

 

 

ÁMBAR CARIDAD CARRALERO DÍAZ

(Guanabacoa, Cuba, 1987). Reside en La Habana. Licenciada en Arte Teatral, en el perfil de Teatrología (Universidad de las Artes, ISA, 2015). Egresada del Taller de Técnicas Narrativas “Onelio Jorge Cardoso” (2012). Se desempeñó como especialista de Artes Escénicas en la Sede Nacional de la Asociación Hermanos Saíz (2012-2016). Actualmente es directora de la Casa Editorial Tablas-Alarcos. Imparte Historia del Teatro e Introducción a la Especialidad de Teatrología en la Universidad de las Artes (ISA). Es asesora del grupo Teatro La Proa. Coordina el espacio híbrido de literatura y teatro Publicación Escénica junto al actor y director Alexis Díaz de Villegas.

Publicaciones, audiovisuales, dirección teatral y más de sus obras en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 86:

https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2020/06/suplemento-de-realidades-y-ficciones-n.html

 

ambarcarralero@gmail.com

arteatral87@gmail.com

Facebook: Ambar Carralero Díaz Página: La Wifi-Girl-Park

 

 

LA CASA VOLADORA

Ámbar Carralero Díaz ©

 

Ahora sé que la casa voladora no es de este mundo, que no habrá chalet ni apartamento, ni mansión que se le parezca. Ahora sé que solo yo la veo, ella sobrevuela los lugares en los que vivo como un salvavidas.

La casa voladora apareció ante mí desde que era una niña y daba clases en aquel seminternado que antes había sido un monasterio. Yo salía sola de la escuela, en ese entonces las lecturas tempranas de Papá Goriot, Las ilusiones perdidas, At-Daván y otros relatos, Cien años de soledad y La casa de los espíritus me habían sumido en un mundo fantasioso, y cualquier casa de aquel barrio residencial que yo atravesaba hasta llegar al mío marginal, podía ser una pensión, un paisaje inhóspito, un valle, una calle transitada por carruajes y alumbrada con farolas color ámbar. La casa flotaba desde arriba y era evidente que de yo haberle dado una señal habría bajado a recogerme, a veces me tendía una escalera, me lanzaba regalos, libros, chocolates, hojas, pero yo no aceptaba subir, y me inventaba entonces nuevos diálogos para evadirla que eran una versión arbitraria de Balzac, Allende, Márquez y Korolenko.

La primera vez que subí a la casa voladora fue cuando tenía 10 años, allí encontré una taza de té perdida hacía tiempo. Mi mamá siempre se lamentaba por aquel juego que se había descompletado misteriosamente. Luego, muchas veces subí buscando objetos perdidos en la casa de abajo, pero nunca los encontré. Lo que solía hallar en la casa voladora eran cosas que no buscaba, que no daba por perdidas, y por muchas trampas que traté de hacer, jamás pude devolverlas a la casa de mis padres ni mostrar la prueba de lo que encontraba, una vez que ponía un pie fuera de aquella casa suspendida, todo en mis manos se desvanecía. Sin embargo, podía subir y bajar cualquier objeto de la casa mis padres a la casa voladora, podía permanecer allí y yo decidía cuándo lo bajaba.

Como la casa tenía su propio ecosistema, un pequeño río le pasaba por un costado, tenía animales, pájaros que la sobrevolaban, su propio pedazo de cielo con estaciones y tempestades. Por eso la gente no entendía por qué a veces, cuando el día era cálido, yo temblaba de frío. Siempre estuve desconectada de algún modo de la realidad, con sombrilla cuando no llovía, vestida deportivamente en celebraciones oficiales, y elegante en días ordinarios.

Mi madre, en nuestra pequeña casa a medio construir tenía todos los muebles sobre ladrillos, porque el piso de cemento era irregular y como ella tiraba agua a menudo porque yo enfermaba frecuentemente de alergia al polvo, el agua se estancaba y terminaba pudriendo las patas de los muebles. Vivíamos en un segundo piso, la otra mitad de la placa estaba casi vacía, solo con algunos bancos y masetas, la casa voladora se ponía al lado, cerca de los cables del tendido eléctrico. Flotando permanecía allí, por si yo decidía subir, pero a veces solo me hacía compañía como una suerte de mascota, que no necesita ni siquiera ser tomada en cuenta.

Cada fin de semana, mi madre y yo atravesábamos la ciudad para visitar unas amistades suyas. En ese recorrido pasábamos por distintos barrios, siempre mirábamos para adentro de las casas, mi madre a veces suspiraba y decía: “¡Qué clase CASA!”. Por lo general eran casas con jardín, portal amplio, construcción capitalista tipo años 50, algunas más modernas o antiguas, pero siempre espaciosas, terminadas, con garajes, muchas habitaciones con ventanales enormes, llenas de plantas, de pasillos laterales y con árboles frondosos. Las que yo prefería eran las que tenían columpios de madera en los portales, me imaginaba allí leyendo algún tomo de Ilusiones perdidas.

Luego de aquellos recorridos de fin de semana, empecé a tener un sueño recurrente que hasta hoy me acompaña: entro en casas de todo tipo y la gente no me ve, puedo presenciar sus discusiones, verlos dormir, abrir sus gavetas, registrar los closets, hasta jugar con sus perros. Lo más raro ocurre cuando paso de una casa a la otra, en el sueño después de entrar a la primera casa nunca vuelvo a salir a la calle, una casa me conduce a otra y a otra a través de pasillos oscuros y estrechos, escaleras, sótanos, patios, terrazas, azoteas. Cada casa es distinta y los horarios varían radicalmente de una a la otra como si cambiara de continente. Esos tránsitos me generan mucho miedo, y varias veces he despertado cuando cruzo de la tercera a la cuarta casa, o cuando de pronto alguno de sus habitantes puede verme, eso me da terror y despierto sudada.

Mi madre nunca supo que en aquel barrio residencial donde estudié en la primaria, dediqué muchas tardes a subirme por las cercas de los jardines de las casas que una amiga y yo pesquisábamos y descubríamos que estaban solas y además no tenían perros que pudieran salirnos al paso. Estaban cerradas, pero una que otra vez pudimos abrir algunas persianas y husmear adentro, logré sentarme a leer algún cuento en un columpio, me metí adentro de alguna fuente vacía, hicimos picnic en sus jardines con lo que nos quedaba de la merienda. Solo una vez una señora abrió la puerta y nos sorprendió, después de preguntarnos qué hacíamos allí, nos dijo marimachas por saltar la alta reja de su jardín, yo le recomendé abrir más las ventanas para evitar una probable alergia polvo en el futuro; con delicadeza y feminidad impostada, subimos la reja para irnos como mismo habíamos llegado.

Mi papá trataba de ganarse la vida entonces pintando cepilleras y haciendo útiles para el hogar junto a mi mamá que se sentaba a ayudarlo. Siempre tuve acuarelas, crayolas y cartulina en casa, pintaba la casa voladora con obsesión. Un día mi papá decidió pintarla con la pretensión de invadir el mercado. Hizo un original que luego reprodujo varias veces con la técnica de la colografía y logró venderla con bastante frecuencia a los extranjeros en una feria de artesanía.

Hoy sé que la casa voladora solo existe para mí, que mi padre no será rico ni invadirá el mercado con esa imagen, aunque la repita hasta el cansancio. También sé que esa casa es insustituible y que, aunque solo yo la veo, es indestructible. No puedo recordar en qué momento dejé de verla a diario, ahora solo la veo en mis sueños.

Cada noche, tengo la esperanza de verla reaparecer, y observo en silencio por si en el cielo asoma una casa con un techo rojo a dos aguas, una puertecita oval de madera con un bombillo encima, dos ventanas abiertas con cortinas, tres nubes azules, un pequeño río en el costado, un jardín con solo dos masetas de flores, un árbol con barbas en el otro costado y con una ardilla adentro; pero nada parecido se manifiesta. Mientras, yo la siento, y sigo soñando noche tras noche con mi entrada en varias casas que se comunican entre sí, veo la miseria de la gente, los veo dormir, reviso sus fotos, me tomo el trago de vino que han dejado en las copas, recojo los cristales que quedaron en el piso luego de una discusión violenta, preparo un té y me lo tomo en sus terrazas.

Miro de noche, espero, sé que esta ahí como una presencia, como una especie de Dios. Ya no la veo, pero sé que está ahí. Me espera, es paciente, y sospecho también por qué ya no puedo verla. Entre otras razones, será porque he crecido y creí encontrar en casas “de concreto” un espacio análogo al de la casa voladora. Ingenua yo, si alguna vez casi sin darme cuenta logré conformarme o confundirme con esta otra realidad.

Si ves una casa flotando como un pájaro o un buque fantasma, es mi casa. Puedes llamarla, imitarla, soñar con la posibilidad de entrar en ella, creer que también es tuya. Pero es mía y me espera.

 

 

EL BOSQUE DE SCHILLER

Ámbar Carralero Díaz ©

 

Nos adentramos en el parque oscuro, perseguimos al sospechoso. Lo seguimos hace más de dos horas. Desde que salió del banco, pasó por un taller, paró luego en una tienda y luego se metió por el medio de un parque de árboles tupidos. Fue entonces que le perdimos el rastro.

Tratamos de reconocer su silueta entre las parejas que se desdibujan en la penumbra, pero no hay nada que se parezca a su figura robusta. Esperamos detrás de un árbol a que salga del parque, por algún lado tiene que aparecer.

Enciendes y apagas la luz de una linterna pequeña que traes en el bolsillo, revisamos la hora en un reloj de pulsera que me regaló mi abuela, son las 9:30 de la noche. Cuando casi desesperamos, vemos una figura que se parece a él desplazarse hacia un banco detrás de la vieja fuente. Lo seguimos a distancia y nos metemos adentro de la fuente vacía. De vez en cuando asomas la cabeza.

Está conversando con una mujer, me dices.

Tengo catorce años y tú diecisiete. De pronto, algo en ti me resulta desconocido, algo en el brillo de tus ojos, felices de espiar. Tu sonrisa pícara me deslumbra y beso tu boca. Siento los labios carnosos, están un poco fríos, pero adentro tu boca y tu lengua están calientes, nos besamos como dos niños, de manera torpe, los dientes chocan y me aparto un poco asustada. Tú reaccionas normal, aunque no solemos besarnos en la boca, y luego sigues mirando hacia el banco. De repente te viras y me miras como si fuera una desconocida, metes la mano debajo de mi falda y me siento tu pecho agitado pegado al mío. Me halas el pelo, pero esta vez no es como cuando jugamos de mano, lo haces con una fuerza contenida, sin que me duela, pero diferente. Siento algo que sale de mi y me humedece, tú te ríes cuando sacas los dedos y ves que están mojados, te los metes en la boca y te vuelves a reír como cuando haces alguna maldad, y te digo “asqueroso”, entonces me besas y me metes los mismos dedos en la boca. Te doy un piñazo en el estómago y salgo corriendo, tú me caes atrás y se nos olvida nuestro bandido que ya no está ni siquiera en el banco. Corremos por el borde de la fuente marmolada, intentas cegarme con la luz de la linterna, corremos y saltamos como locos. En uno de los giros veo una luz a lo lejos. Salto del borde y corro en esa dirección. Tú me sigues y no paras de gritar.

En la medida en que nos acercamos nos damos cuenta de que es una cabaña de madera con techo de paja y ventanas de cristal, como en las películas. Nos parece increíble, entonces nos detenemos. Está en penumbras, solo hay un bombillo encendido en el portal. La puerta hace un chirrido cuando la abrimos, como suele suceder en estos casos. Enciendes la linterna. Hay un mueble empolvado en una esquina con libros viejos, una colchoneta tirada en el suelo y en el centro una mesa. Entre los libros que revisamos está un tomo con obras de Schiller y un cuaderno de poemas de Bertolt Brecht. Yo tomo el de Schiller y tú el de Brecht. Tú lees para mí, Coro del hombre Baal y yo leo una escena de Los bandidos.

Tirados en una colchoneta mugrienta, yo soy Amalia y tú eres Karl, ambos estamos como Baal, “de paso” y tendidos boca arriba. Empieza a llover y del techo de la cabaña caen unas gotas finas que nos hacen cosquillas en la cara. Por una de las ventanas entra la luz ámbar de una farola del parque, y a través de los pequeños orificios que hacen las gotas cuando se escapan entre las pajas del techo, empiezan a asomar las estrellas.

Estamos en medio de un bosque negro, que ya no es un parque, ni una cabaña, es un agujero con lo que queda de nosotros, porque ya no sabemos quiénes somos. Tal vez, un par de románticos trasnochados, los últimos sobrevivientes del Sturm und Drang, unos adolescentes que persiguen a un padrastro infiel, unos hermanos incestuosos, un poco de maleza y malicia humano-literaria, unos ausentes al pase de lista de la beca, unos carteristas que aprovechan la calentura de las parejas en los parques oscuros, unos bandidos cuyo crimen no ha sido clasificado, o acaso, los mentirosos más hermosos del mundo.

 

 

MARÍA CHAPP

Su nombre completo es María Ester Chapp. Nació en 1950 en Buenos Aires, Argentina, ciudad donde reside. Licenciada en Sociología - Universidad de Buenos Aires, 1975. Máster en Ciencias Sociales - Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, FLACSO, 1990. Investigó sobre cuestiones de prejuicio y discriminación hacia personas con discapacidad; concepciones sobre autoridad y género en adolescentes y padres de sectores vulnerables de Buenos Aires, entre otras temáticas. Sus estudios fueron publicados en medios especializados.

En el ámbito literario, sus poemas fueron incluidos en antologías y revistas, entre ellas:

Poesía Argentina de Fin de Siglo. Ed. Vinciguerra, Buenos Aires,  1996.

Antología del XI Encuentro Internacional de Escritores. Chañaral (Atacama), Chile, 2007.

Antología II Encuentro Internacional de Escritores. Loja, Ecuador, 2009.

Vatra veche, Año 4, N° 8. Bucarest, Rumania (traducción de Flavia Cosma), 2012.

Bardos y desbordes I (antología). Editorial Tersites, Buenos Aires, 2013.

Ciudades en palabras (antología, e-book). Grupo Némesis, Buenos Aires, 2017.

• Antología Café Literario “Antonio Aliberti” 25 años con el Arte (1992-2017). Ed. Generación Abierta, Buenos Aires, 2017.

Donde todo nace (e-book). Primer Premio en Poesía. Instituto Cultural Latinoamericano, Junín, Argentina, 2018.

Bardos y desbordes I (antología). Editorial Tersites, Buenos Aires, 2019.

 

Libros publicados:

La Sed, Ediciones El Mono Armado. Buenos Aires, Argentina, 2005.

El Ojo Peregrino. Ediciones El Mono Armado, Buenos Aires, Argentina, 2008.

Luz de Agua. Ediciones El Mono Armado, Buenos Aires, Argentina, 2014.

 

Produce y coordina desde 2013 el Ciclo de Poesía “La Metáfora Ardiente”. Han sido invitados más de 250 poetas, cuatro por cada encuentro, con entrevista y lectura de poemas. Participa como invitada en encuentros de poetas a nivel local, nacional e internacional. Participa en actividades poéticas a nivel virtual, con publicaciones, lecturas y encuentros a través de distintas plataformas.

Ha recibido premios y reconocimientos por su obra, entre ellos:

Distinción del Grupo Literario “Erasmo Bernales Gaete” en el marco del encuentro de escritores, Chañaral, Chile, 2017. Reconocimiento a la actividad poética y al Ciclo de Poesía “La Metáfora Ardiente”. Asociación de Poetas Argentinos (APOA). Buenos Aires, 2018. Invitada al 30° Festival Internacional de Poesía de Medellín, Colombia, 2020.

mariachapp@hotmail.com

Facebook: María Chapp (https://www.facebook.com/maria.chapp)

 

 

VISIÓN

María Chapp ©

 

el sudor viene de la nuca

a medianoche

profana los ojos

no oigo las campanas

 

apoyo mi mejilla en el mármol

la reliquia

siento fluir el agua

la bendición de los mares

 

veo el rostro exhausto de la tierra

gritos     llamaradas verdes

 

luego se disuelve el tumulto

tras un breve silencio

la sal quieta

 

 

VÉRTIGO AZUL

María Chapp ©

 

el alma teje en el cuerpo

un tapiz con hilitos de luz

veloces hebras blanquecinas

                                                        

casi agua fresca

el vidente ve en el laúd

 

agua fresca corre entre las piedras

 

el cuerpo este cuerpo tiembla

los huesos te amarran a la costa

la coronilla duele

 

un ave escribe alguien le dicta

desde el espacio

vuela hacia el líquido

con tintas de colores dibuja

señales en las manos

 

ángeles tejen con tu cabellera

ritos del vértigo azul

tejen y tejen con tu respiración

los secretos telares del mundo

 

 

LEY MAYOR

María Chapp ©

 

hierba dormida

en el brillo del sol

espío la gracia felina

de todo movimiento

limpio mi pecho

con incienso marino

antes de la gran bendición

hoy es naufragio     cenizas

vidrios rotos en la espalda

una embriaguez se abre

por ofrendas angelicales

alquimias de piedad

en la oscura sangre del ocaso

otras bocas celebran liturgias

más allá     el bosque

a un lado del cerebro

inviolable

bosque intacto

yo entro en el Gran Mar

abierta al capricho de sus lenguas voraces

al cantogeneral de los delfines

entro en el Gran Mar

como en las uvas del valle de Elqui

en casa de Gabriela

diásporas agrestes de Pablo

calles desnudas de Violeta

entro en el Egeo de Mikis

de Odysséas

en el Gran Mar entro

como en el bosque de los druidas

con manto verde

saludo a las cuatro direcciones

me detengo en la fugacidad

giro dentro del círculo

dentro del sol nuevo giro

hasta intuirme

irradiación de tierras prometidas

colmillos transparentes

canto de crustáceos

el largo     blanquecino

lobo     reptil     cordero

todos átomos de luz

átomos de diosa en su atavío nupcial

moluscos     legendarios peces

rubíes de sangre antigua

relámpagos bordados

para la entrega y el sollozo

en vísperas jubilosas

por la fecundidad de los orantes

manos como cuencos

labios de aleluyas

somos llamados

al estallido de universos

big bang del nombre cósmico

este Mar promete resurrección

oscuridad arrastra

rocío crepitante

navegan ardores por canales del cuerpo

voces en jardín de balbuceos

éstos los trabajos del fuego de la marea

atravesar sombríos laberintos

fundar la palabra

invitados al derrumbe de la mentira

sedienta     agonizante

oscura sangre del ocaso

hasta abrazar el canto

de la Ley Mayor

 

 

XIMENA GÓMEZ

Nació en Bogotá, Colombia. Es narradora y poeta, traductora y psicóloga; actualmente vive en Miami. Sus poemas han aparecido en varias revistas en español, como Nagari, Conexos, Círculo de Poesía, Carátula, La raíz invertida, Alastor, Ligeia, La libélula vaga y Espacio poético 4. Poemas suyos traducidos al inglés se han publicado en Sheila-Na-Gig, Cigar City Journal, Two Chairs, The Laurel Review, Cagibi y The Wild Word. Ha publicado dos poemarios: Habitación con moscas (Ediciones Torremozas, Madrid 2016) y el poemario bilingüe Último día / Last Day (Katakana Editores, 2019), traducido al inglés por George Franklin y la autora. El poema que da el título a este libro Último día / Last Day fue finalista para el premio The Best of the Net en el 2018. La revista Gulf Stream le otorgó a su poema “Madre hada” el segundo lugar, en su concurso anual. Su narrativa se ha publicado en Nueva poesía y narrativa hispanoamericana del siglo XXI, (Lord Byron Ediciones, Madrid 2017). Ha sido incluida en varias antologías. Ximena es la traductora del poemario bilingüe de George Franklin Among the Ruins / Entre las ruinas (Katakana Editores, Miami 2018).

ximenagomezbecquet@gmail.com

 

 

LOS CRISTALES

Ximena Gómez ©

 

En Los cristales han crecido los árboles.

A veces, las raíces llegan hasta los sardineles,

Se engruesan, empujan hacia arriba

Y cuando nadie ve

 

El hormigón se abre y las raíces brotan

A plena luz del día, o en la noche.

En ese vecindario existe todavía

Nuestra antigua casa

 

De dos pisos, blanca

Con balcón español y torre de ladrillo.

Las raíces alrededor hacen estragos,

Los niños se tropiezan

 

Con las protuberancias,

Se caen, se hieren las rodillas.

Pero ahí, entre asfalto agrietado,

Nuestra casa continúa intacta,

 

Soportando el calor crudo del valle.

Hace poco, cuando volví a verla

Un vigilante de camiseta blanca

Me dijo que a veces por la noche

 

Se escucha un rumor de motosierra

Y al otro día aparecen las raíces taladas.

Me lo contó sonriendo, mientras bebía sorbos,

De una lata de Manzana Postobón.

 

 

CUENTO BREVE

Ximena Gómez ©

 

El tallo de orquídeas

Se volvió amarillento,

Echó todas las flores

En la mesa de pino.

Me inclino a recogerlas,

En esos pocos pétalos

Hay un cuento brevísimo:

Alguien se fue y dejó

Sobre el piso de tablas

Vestidos color claro,

Ajados, sin lavar,

Caídos de una percha.

 

 

TÉ DE JENGIBRE

Ximena Gómez ©

 

Tú me ofreces un trozo de biscotti

Y yo te pido a cambio jengibre para un té.

Hurgas en la nevera, entre yogurt y frascos,

Se esconde la raíz enjuta, amarillenta.

Bajo la luz fluorescente me sonríes.

 

Eres una mujer con suerte, me dices.

 

Trituras la raíz, hierves el agua.

Traes el té humeando,

En el pocillo rojo de cerámica.

Yo te beso la mano,

Huelo el picante dulce del jengibre,

Que aún queda en tus dedos.

 

Afuera ha descendido la temperatura.

En la casa se siente una tibieza.

El aire acondicionado

En silencio hiberna

Y la luz que declina

Tiene un brillo otoñal.

Yo te veo revolver la despensa

Y sacas algo dulce para nosotros dos.

 

Soy de verdad una mujer con suerte.

 

 

ALEQS GARRIGÓZ

(Puerto Vallarta, México; 1986) Escribe poesía desde los 15 años. Es maestro en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Guanajuato. También es periodista cultural.

Publicó su primer libro de poesía en 2003: Abyección. Posteriormente aparecieron La promesa de un poeta (2005; Premio Adalberto Navarro Sánchez), Páginas que caen (2008, 2013; Premio Municipal de Literatura de Guanajuato), La risa de los imbéciles (2013, Ganadora del I Concurso Internacional de Poesía de Emergente Nauyaca) y El niño que vendió su alma al Diablo (2016). También han sido premiadas sus obras Galería del sueño (Premio Espiral de Poesía 2011, de la UG), En la luz constante del deseo (Premio Espiral de Poesía 2012, de la UG), Despiértame en otro mundo (Mención Honorífica en el I Concurso de Cuento y Poesía de la Universidad Marista de Querétaro, 2013), Penetrado por el amor (Mención Honorífica en el V concurso editorial “El mundo lleva alas”, 2012), Resplandor del oro amanerado (Tercer premio en el VI Concurso Nacional de Poesía María Luisa Moreno, 2014). Sus últimos tres libros publicados son: Los muchachos (2018), El primo (2019), Penetrado por el amor (20019). Actualmente prepara el poemario La distancia de las flores. Ha sido antologado en una treintena de obras en diversos países. Ha publicado poemas en medios impresos y electrónicos de México, España, Colombia, Estados Unidos, Colombia, Argentina, Honduras, Perú, Nicaragua, Chile y Suecia. Poemas suyos han sido traducidos a cinco idiomas.

Más de sus obras y trayectoria en:

• Suplemento de Realidades y Ficciones:

http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2011/02/ (Nº 13)

http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2018/03/ (Nº 76)

y en Wikipedia:

https://es.wikipedia.org/wiki/Alejandro_Garrig%C3%B3s_Rojas

regresoalestadodegracia@hotmail.com

 

 

ABYECCIÓN: TRES POEMAS

Aleqs Garrigóz ©

 

 

FOTOGRAFÍA

 

Tú y yo, tirados al piso,

de espaldas uno al otro:

 

sin necesidad de ver al cielo,

las estrellas que no seremos nunca.

 

 

PRELUDIO A UNA ODA A TUS ZAPATOS

 

Como cada noche,

te busco en la oscuridad.

Rondo la ciudad.

 

Ayer fue un día de suerte:

pues aunque no pude verte,

encontré tus zapatos

abandonados en una banqueta.

Y me detuve a lamer sus suelas.

 

—Por fin valieron la pena

tantas noches en vela.—

 

 

ATRÁS Y ADELANTE

 

Delante de mí tú.

Detrás de ti yo.

 

Tan cerca de ti yo.

Tan lejos de mí tú.

 

Delante de mí todo.

Detrás de ti nada.



SUSANA DE LOS SANTOS 

Nació en La Falda (Provincia de Córdoba), Argentina, el 3 de junio de 1957. Reside en Río Ceballos. Ya desde muy pequeña leía con pasión cuentos infantiles, además de dibujarlos. Ha nutrido su adolescencia y juventud con la literatura fantástica de Ray Bradbury, Isaac Asimov, H. G. Wells, Ursula K. Le Guin, Julio Verne, Aldous Huxley, Horacio Quiroga, entre otros. En cuanto a sus poetas preferidos pueden citarse a Federico García Lorca, Miguel Hernández, Mario Benedetti, Walt Whitman, José Pedroni, Antonio Machado, Octavio Paz. Admira y se ha colmado con las obras de Oscar Wilde, Herman Hesse, Eduardo Galeano, Gabriel García Márquez, Dante Alighieri, Jorge Luis Borges, Michael Ende, Rabindranath Tagore, quedando por citar nombres de varios grandes escritores, pues esto es apenas una sinopsis. También leyó las obras de Carl Jung en lo que hace a psicología, y de Claudio Naranjo y Wilhelm Reich en psiquiatría.

El duende Dind (personaje).

Escribe profesionalmente desde hace más de tres décadas. La temática que aborda en gran parte de sus obras son cuentos de ficción y fantasía dirigidos a un público infantil y juvenil. En cuanto a temática adulta, apunta tanto a temas de género fantástico como realista, incursionando en poesía, cuentos y otros géneros narrativos. Susana de los Santos (cuyo nombre real es Susana Amaya) publicó su primer libro Los siete pétalos mágicos en 1996 a través de la editorial Errepar, en Buenos Aires. Actualmente está por reeditar dicha obra en una editorial extranjera, así como también un nuevo libro que tiene en preparación.

Ha colaborado en la revista de Errepar (1996/1997) realizando entrevistas a conocidos escritores de la Argentina, y también en revistas para niños editadas en la Provincia de Córdoba. Se ha desempeñado como escritora freelance para distintas editoriales. Asimismo, Tinta Azul publicó varias de sus poesías. Ha recibido un premio de Fatsa por el primer cuento del libro.

Hoy la tenemos como parte del Suplemento de Realidades y Ficciones con alguna de sus obras. Por otra parte, en su calidad de ensayista ha enviado colaboraciones a nuestra revista homónima, que serán incluidas próximamente.

susuamaya2013@gmail.com

https://sites.google.com/site/susanaamayaobras/home

 

 

AZUL

Susana de los Santos ©

 

Sobre mis ojos libres, el azul del cielo se derrumba. Quiero retomar el sueño..., pero el ángel añil de la tarde golpea mi ventana con su puño de nube.

La siesta se despereza apurando a la tarde, ella viene presurosa... tiene ganas de abrazar al sol.

Me estiro y me estiro, mas no logro alcanzarte cielo. ¡Te ves tan erguido! Un día, por favor, aunque sea un día... ¿Me dejarías subir en la palma de tu mano y regalarte un beso? Arrullada en tu azul la brisa peinaría mis cabellos.

Tus grandes ojos azules, siempre abiertos, hacen que los míos se desmayen en tu llanura celeste, siempre inalcanzable. ¡Oh, cielo...! ¿Si fuese ave, te pertenecería?

El ocaso pinta de rojo violento al horizonte, siendo el anfitrión de la luna, solo intenta crearle un escenario inédito para bienvenirla. Paulatinamente su canto se acerca, el silencio aguza sus oídos para escucharla. Su luz tapa la boca de todos los gritos, ahora, solo puede hablar su canción. La luna se agiganta, su redondez se perfila en el centro de tu vientre, ella se siente Diosa porque tú la sostienes y porque sabe de su nacarada belleza. Luna de los misterios y secretos no develados.

Alzo la vista y veo como tu horizonte se transformó en noche engalanada con sus mejores flores brillantes. Mientras yo, desde aquí, idolatrándote, con mi ilusión apoyada en la ventana, flotando sobre un globo; tan sin nada, tan diminuta, tan con el alma temblando..., intento quietar a mi corazón, el cual solo pide seguir las huellas de tu hechizo.

Detrás de tanto misterio, el amanecer se abre como la boca de un pájaro, trayendo consigo a la blanca mañana, quien descalza de flores y vestida de mieles... con su sombrero dorado todo lo ilumina, todo lo desnuda.

 

 

GRIS

Susana de los Santos ©

 

Hoy la mañana se rindió al blanco del aire. El cielo ocultó sus ojos y se fue con el sol.

Aquí abajo nos dejó el viento, que se vistió de frío. Se hizo presente sin decir buen día. Giré asombrada y estaba detrás de mí, rodeándome, orgulloso y feroz, fugitivo y gruñón.

Un anhelo hondo y agudo late en mi pecho derramando mieles. Él quiere trepar las nubes hasta alcanzar el sol, beber de su luz y regalarme en flores sobre la frente.

La tarde me sorprendió. La misma claridad nívea, cielo plateado. El viento rezonga mientras barre las hojas desprendidas con su aliento del amarillo de los árboles. Mirando hacia todos lados, rápidamente esconde en los bolsillos de su abrigo, fugitivas semillas para esparcirlas en lugares solo por él conocidos.

Y desde aquí, desde mi corazón, donde hace de blanco todo lo bello y todo lo duro de la vida..., un frío cortante se eleva apoderándose de mi razón. Y es el miedo, el miedo que cobró alas y me hace dudar de cada movimiento que me habita. Él me hunde en la nada y se lleva mi alegría.

¡Oh, antiguo compañero de gélidas soledades y oscuros abismos...! ¡Si tan solo lograras transformarte en luz y bendecirme...!

El cielo extiende su capa sombría sin sus guirnaldas de flores. La noche se adueñó de mi hora.

El río no le sirve de espejo a la luna. ¿Para quién brillará hoy Ella...?

Un estremecimiento agoniza en mi espalda, un sentimiento de desolación estalla hacia los cuatro puntos cardinales, el pánico se alza entre calaveras como una exhalación.

¡Oh, este viejo desasosiego! ¡Si lograras dejarte seducir por ese espacio donde nada es previsible! Donde el futuro aguarda en la canción sostenida por miles de labios de poesía intacta, pronta a estallar. O en el intervalo del asombro constante que derrite ropas y máscaras, sonrisas y promesas, dejándonos desnudos y solos frente a la existencia, transparentes y vacíos para ser tocados por el fuego divino.

Finalmente, aquí en lo blando, la boca del dolor se esfuma. Desde su centro escapan rojas mariposas, quienes aliviadas emigrarán hacia otros corazones.

 

 

ELEGÍA AL PINTOR TAN AMADO

ENEAS SPILIMBERGO

Susana de los Santos ©

 

El camino enseñoreado de multiplicados árboles inflados como globos amarillos, me conduce hacia Tí, adentrándome más y más en tu horizonte pintado de sorpresas, magia e ilusiones. Los colores de tu pueblo son ojos que brillan respondiendo a los movimientos del sol, mientras las arboledas pierden sus límites en la algarabía de los pájaros adoradores del crepúsculo.

¡Cómo jugué bajo la lluvia de las hojas otoñales...! Cuando me acerqué a tu jardín, no dudaste en tomarme de la mano para asombrarme con las pinturas que en tus horas de delirio sellaras sobre las amables telas. Ellas cuelgan tímidas en las paredes guardando los secretos escondidos en cada trazo, imponiendo el hechizo en la suma de los colores, transformados en inmortales gracias a tus manos.

Sé que tus cuadros toman vida propia para llenarnos de misterios y nostalgias, para contagiarnos del calor de esos ojos inmensos que hablan de tus horas de inspiración frente a un caballete descolorido, refugiado en tu casa de cuentos de hadas.

Te imagino en cada habitación, impregnando tus huellas en el espacio y así logro acercarme al dolor de tu soledad. Cuando abrazado por la angustia, por el desasosiego, necesitabas de aliado a un elixir: sangre de uvas que despejaban tu cabeza de oscuros pensamientos.

Recorro una y otra vez las habitaciones pobladas en el pasado con tu figura. Acaricio el respaldar de tu ancha cama y te adivino recorriendo con tu mirada estas mismas paredes pensando en el dibujo futuro.

¿Y Tú, qué querrás decirnos desde tu dimensión? ¿Cuántas cosas ves que nosotros no alcanzamos a percibir?

Tengo la certeza de que aún atesoras inspiración dormida para inventar ojos inmensos, ojos de algún amor amante de tu corazón de luna.

 

(Del poemario inédito Chica plateada)

 

 

GEORGE REYES

Poeta, ensayista, narrador, crítico literario, editor y educador teológico, teólogo escritor y presbítero ecuatoriano, residente en México.

Candidato PhD en Teología; ha publicado dos libros sobre hermenéutica bíblica; coautor de dos libros de Teología; sus artículos teológicos han sido publicados en revistas teológicas especializadas y en sitios virtuales importantes.

Ha publicado dos poemarios El azul de la tarde (Santiago de Chile, Apostrophes Ediciones, 2015) y Ese otro exilio, esa otra patria (Santiago de Chile, Hebel Ediciones, 2016). Por publicarse: El Árbol del Bien y del mal.

Su poesía ha recibido homenaje y distinciones en certámenes internacionales; también fue finalista en otros certámenes similares. Sus ensayos literarios y poemas han sido publicados en revistas literarias y antologías en formato virtual y papel. Consta en la Antología de Poesía Mundial Poetas del Siglo XXI; es miembro honorífico de la Asociación Latinoamericana de Poetas (ASOLAPO, ARGENTINA) y otras organizaciones literarias internacionales. Invitado por la Universidad Autónoma de Chiapas, México, a participar como profesor e investigador en el homenaje internacional a grandes creadores.

Ha editado cuatro números de la antología poética Nuestra Voz (Buenos Aires, Tersites, 2015; Ciudad de México, Textual Ediciones, 2016; Buenos Aires, Ediciones Literarte, 2017; Ciudad de México, Ediciones Floricanto, 2019), del grupo de poesía Tu voz que fundó y dirige.

Editor general de Actuales Voces de la Poesía Hispanoamericana: Antología en Homenaje a Ingleberto Salvador Robles Tello (Buenos Aires, Ediciones Literarte, 2017); y de Actuales Voces de la Poesía Latinoamericana: Antología en homenaje a Alma Del Campo (Santiago de Chile, Apostrophes Ediciones, 2019). Editor y autor de La estética del texto: ensayos críticos sobre la poesía de Cecilia Ortiz (Ciudad de México, AVPLatinoamericana Ediciones/Ediciones Floricanto, 2020). Fundador y director de la Asociación Actuales Voces de la Poesía Latinoamericana (AVPL). Consta en la Enciclopedia de la Literatura en México (FLM–CONACULTA).

Más sobre sus obras y trayectoria literaria en:

• Realidades y Ficciones – Revista Literaria, números 32 y 36 (ver ÍNDICE DE REVISTAS en https://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com/)

• Suplemento de Realidades y Ficciones, números 65 y 75 (ver ÍNDICE DE AUTORES o DE SUPLEMENTOS en https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/)

george_reyes@email.com

 

 

AHORA QUE RECUERDO AL CHINO

George Reyes ©

 

El Chino Landázuri había arribado felicísimo a Solonós —tierras de propiedad de don Recuerdo del Bien—, meses después de graduarse de bachiller con la nota más alta y de granjearse el respeto de quienes complotaban contra su éxito. Su arribo lo había hecho sin dinero alguno, sorteando así una serie de dificultades económicas y de otra índole. Ahora que recuerdo, después de graduarse de esa institución con honores altos, se dedicó a buscar trabajo acorde a su campo en el terruño de su arribo; terruño que, aunque paupérrimo y enfrascado en una guerra intestina, le resultó mágico y entrañable; había sido construido con piedras planas y puntiagudas, y sostenía el peso de edificios tanto fríos como acogedores de adobe, piedra y cemento, en los que más de una vez lo habían hospedado y alimentado con tortillas de maíz y tamales de chipilín, y hasta enchilado.*

—“Tal vez un día me pueda ir de estas tierras a aquellas que anhelo”, se decía para sí el Chino ya en esa época mientras se comía enteros sus guardados trozos de esperanza.

—“Dicen que, al regresar de allá, del Trópico de Cáncer, donde desde aquí se ve besarse el cielo con la tierra, se viene con mayores credenciales; entonces, las puertas se abren de par en par por acá donde el cielo parece tan huraño con la tierra”, comentaba casi diariamente a sus amigos cual si fuera disco rayado.

Con el deseo de que su sueño comience hacérsele realidad, un día decidió visitar a don Recuerdo del Bien en su despacho austero del segundo piso. Fue invitado a entrar y a sentarse.

—“Regrese a su tierra; allá lo están esperando”, le recomendó don Recuerdo. Se me escapa el mes, la fecha, el día y la hora en que tal conversación aconteció; lo que sí recuerdo bien es que a la sazón él era un joven bastante apuesto, sencillo, aparentemente introvertido, inteligente, buen lector, de mediana estatura y que, por su abolengo familiar, y por su esmerada educación, solía vestir bien y cuestionar lo que le parecía vulgar. Pero traía en sus espaldas el peso del sueño frustrado de ser cantante; no obstante, en una ocasión, recibió la invitación para debutar en la televisión nacional y, más tarde, se habría de rozar con reconocidas personalidades de las letras solonenses. ¿Qué más quería?

—“¡Que triunfe, el señor Landázuri!”, le había deseado doña Tere, su admirada profesora, cuando ella recibió sus saludos y se enteró de los rumbos de quien había emulado su interés por las máquinas viejas de escribir, las bibliotecas, la oratoria y hasta los gatos. Él guardaría por siempre en su corazón tales deseos. Gimió al enterarse tardíamente de la muerte de doña Tere.

Al oír la recomendación de don Recuerdo, el Chino se estremeció y visualizó a su viuda madre doña Aleja —bella flor de un vergel que fue— en la ventana de su casa campesina, decorada por dentro con calendarios de años idos y por fuera con viejas macetas de geranios color rosa, a la espera de la llegada de uno de sus hijos. Al mismo tiempo, la visualizó acompañada de aquellos perros corrientes y raquíticos que él había dejado atrás, y exponiendo, desde esa misma ventana, que le infundía delgada esperanza, sus últimas y marchitas corolas a los rayos del sol inclemente de la región costera. También visualizó con nostalgia el baile de las hojas al ritmo del viento vespertino y cómo los rayos del sol rostizaban las del cafetal y del jardín ahora desolado del patio de su casa, que por su jardinero chorreaba lágrimas por sus talluelos; es que habían pasado ya los primeros siete años que no sentía las caricias de las jóvenes manos de su jardinero, regándolo en verano y aporcándole en invierno sus raíces despiertas bajo la tierra; esto es, respectivamente, cuando ni las veraneras crecían ni nadie podía detener la crecida del río que arrasaba aquel puente viejo a través del cual el joven jardinero habría de pasar miles de veces; su destino siempre era aquel pueblo bullicioso cual mar abierto, por una carretera más hendida que los cascos de un jumento de la comarca.

Don Recuerdo del Bien le acotó con firmeza: “Chino, mire, Solonós, y sus alrededores, es una tierra ya ocupada por excelentes jornaleros que, además, son estables en su trabajo”. El Chino lo miró callada y fijamente. Es que en esos años dorados en los que a él le florecía la vida y los sueños por alcanzar a golpe de imposibles, don Recuerdo, un binacional que hablaba a la perfección el idioma solonense, regía, como dueño que era, los destinos de esas tierras del saber y de otras cosas más, bonitas y feas. Al Chino, entonces, le temblaron sus manos sudorosas, sintiendo al mismo tiempo impotencia, rabia, vergüenza y desazón que se guardó en sus adentros. No supo qué replicar. Sintió la sensación de ser nadie. El “¡Que triunfe, el señor Landázuri!”, le vino a su mente y le bajó al corazón…

Pero pudo levantarse, despedirse y salir, creo recordar, sin saber a dónde, pensando que todo mundo había oído lo que don Recuerdo le había recomendado y acotado. Vi que sus lágrimas rodaban hasta por donde ya no cabían en su rostro. También vi cuando un sujeto de gran estatura, cuyo origen era desconocido, le abrazó su alma y la arropó con su grandeza; además, vi cuando ese sujeto de un modo extraño le llenó a rebosar su corazón, no de sangre, sino de su amor que hasta se le derramaba pecho abajo; pero el Chino supo y no supo siempre cómo esparcirlo y lo dejaba escapar por los resquicios del desamor.

—“A mí no me cabe duda”, le mandó a decir su madre en una carta, “que tú, hijo mío, al igual que el Zaratustra de Nietzsche, has confirmado en tu temprana edad lo que has aprendido en aula, mas no todavía en el trajín de tu vida; esto es: lo bueno y lo malo de los pueblos y tierras, y que en la vida siempre hay noches al lado de la luz del día y hay luz del día al lado de las noches más espesas. Sé valiente, que yo ya estoy a punto de acabar la pelea de la buena batalla de la vida, y el tiempo de mi partida está cercano”.

Supe que, a partir de entonces, al Chino le parecía que, en cada invierno y verano, las tierras solonenses despedían un olor a ajeno en vez de a humedad y polvo, respectivamente. También supe que la nostalgia lo invadiría más que nunca, especialmente durante lo azulado de las tardes parecidas a las que había vivido en su infancia, cuando regresaba de bañarse en el río; mucho más cuando el día se iba apagando a sorbos bajo el cielo abierto de Solonós. Una vez lavada su alma, dejaba de llorar; de vez en cuando le llegaban retazos de cartas de su madre y hermana mayor escritas a mano, también pidiéndole — ¡qué coincidencia! — que regresara, y compartiéndole sobre las novedades de la parentela.

Después de todas estas cosas, según me dijeron, el Chino tomó mayor conciencia de cómo los días se marchaban uno tras otros. Y que, después de un tiempo estirado cual elástico, se fue con uno de ellos para siempre de Solonós, feliz y donde solo él sabía.

 

(Del libro inédito de George Reyes: Microcuentos de Solonós: entre la realidad y la ficción)

 

* Expresión que alude a la sensación picoso-amarga del “chile” al cual en otros contextos del mundo se lo conoce como “ají”.

 

 

LUIS WEINSTEIN

(Santiago de Chile, 1931). Poeta y ensayista, médico psiquiatra y especialista en salud pública, educador comunitario. Escribe desde los catorce años. Es facilitador de grupos de desarrollo personal orientados hacia la dimensión poética de la vida. La Federación Mundial de Médicos lo distinguió en el 2005 como uno de los médicos que mejor representaban los ideales humanistas de la profesión. Tiene muchos libros publicados tanto en lo relacionado a medicina como a poesía y narrativa.

Más de sus obras y trayectoria en los números 33 y 53 del Suplemento de Realidades y Ficciones (ver ÍNDICE DE SUPLEMENTOS, o por su apellido en ÍNDICE DE AUTORES, en http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/).

En este número publicamos tres obras de su libro Fábulas abiertas.

lweinsteinc@gmail.com

luis@weinstein.cl

http://www.azulesdechile.blogspot.com/

http://www.luisweinstein.cl/

http://www.multiversidad-azul.blogspot.com/

 

 

EL CUMPLE - AÑOS

Luis Weinstein ©

 

Celebré mi cumpleaños...

no tuviste cumpleaños, no existen los cumpleaños ...

Mientes, te equivocas, te olvidas...

sí, redondeaste un número...

Ese día es mío, me lo reconocieron todos...

fue un día tuyo, todos los días son tuyos, ningún día es tuyo ...

Confundes, perturbas, estás ajeno...

perturbo, confundo, junto contigo, hacia quien eres y vas a ser…

 

Destrozas lo que vivo en ilusión...

es tu construcción, sin otra ilusión que tu mismo crecimiento…

 

Cumplir años es eso... crecer

 

crecer es dudar del cumplir redondo,

es preguntar al tiempo,

es amasar los años

es dejarse confundir por un instante,

es crear un momento en la nada,

mientras uno nace de nuevo,

uno, tu, una familia; tú, tu propio padre y madre,

tú, pareja del mundo,

descubriendo hermanos,

soltando sueños a volar, en la realidad.

Yo amo mis pequeños nidos.

Las paredes seguras, tibias,

El latido del corazón conocido.

El reconocerme en aquel deseo de mi y solamente de mi.

 

En aquella propiedad sobre mí.

En esa vibración volcánica granate señalando mis fronteras.

Mi ritmo,

Mi centro,

Mi espacio,

La rotación de los años,

Lo que debo...

 

¿cumplir?

 

Quiero recibir, por ahora, mis flores a medida que me brotan,

[donde no pueda olvidarlas...

 

Conocer la claridad, a mi alrededor, recibiéndome.

Cumplir años, en serio,

Mientras crecen mis fuerzas para poder jugar.

Tus sueños vuelan ya, dentro del nido…

 

Los siento como una marca pálida

Y me baño en ellos vestida con mi cumple-años.

 

 

LA TRANSFORMACIÓN

Luis Weinstein ©

 

Aquella mañana tuvo metamorfosis y se despertó vestido, convertido en televidente.

El informativo, austero, casi hialino: una propuesta de diálogo. El colectivo de los delfines comunicaba a los demás terrestres la invitación que ellos habían recibido, desde varias, regiones del universo, para integrar un taller de creatividad sobre vínculos en el cosmos.

El mensaje se enriquecía con saludos y sugerencias sobre la posible participación del resto del planeta.

 

 

EL VERDADERO AMOR DE DULCINEA

Luis Weinstein ©

 

Reconoce el broquel de tu locura, advirtió ella.

Te entiendo, el atravesar el mundo en lucha con los molinos de viento…

No gordo, aclaró Dulcinea, yo quiero esa dimensión tuya… si los caballeros no existen, hay que formarlos… qué absurdo habría sido todo si el hombre no se hubiera inventado a sí mismo…

Sin embargo, no quieres mi modo de quererte a ti…

Me gusta cuando creas… pero a mí no me sueñes solo… conóceme, pregúntame, permite que te ayude a crecer…

Sí, pero esa alusión a mi locura….

Hay tanto para hablar, gordo, sobre ese desequilibrio resbaloso del aceptar la realidad… Por suerte, tú también eres escudero de unos sueños y te quiero.

 

 

FERNANDO NEGRETE

Nació en 1942 en la calle Goicoechea, hoy desaparecida, a cincuenta metros escasos de la torre vieja del Pilar, y vivió en el otro Arrabal, donde las peleas a golpes eran harto frecuentes, en Zaragoza, España, ciudad en que reside. Su nombre completo es José Fernando Negrete Gaspar.

Aprendió a leer antes de los tres años, lo que le permitió empaparse (antes de lo conveniente, según él) de los libros de la biblioteca de su abuelo, uno de los repatriados de las Filipinas. Estudió con los Maristas, terminando el bachillerato, a los quince años, y el PREU, a los dieciséis. Sus mejores notas las obtuvo en latín, filosofía y matemáticas. A pesar de eso, sus padres quisieron que fuera aparejador, carrera con la que se ganaría mejor la vida y que estudiara en Madrid. Colaboro con constructores, promotores y arquitectos, compaginando su vida profesional con el trabajo como funcionario por oposición.

Ha escrito una novela, Tenía que haber una explicación (Zaragoza, Mira Editores, Sueños de tinta, 2017).

Más de sus obras y trayectoria en los números 81, 83 y 85 del Suplemento de Realidades y Ficciones (ver ÍNDICE DE SUPLEMENTOS, o por su apellido en ÍNDICE DE AUTORES, en http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/).

jfernandonegrete@gmail.com

 

 

VIVIR EN UN BUCLE

Fernando Negrete ©

 

Lo siento mucho, amigo, ya sé que las cosas no deberían ser así, pero lo son.

Quiero escribir algo coherente, pero no puedo, a pesar de que ahora eso es lo único que la situación me permite hacer, escribir. Pero repito, no puedo hacerlo, quizás mañana...

Antes de dejarlo definitivamente os contaré una pequeña historia que concebí hace ahora algunos años.

La chica era hermosa y joven, muy joven, tal vez demasiado joven, pude no mirar cuando me la mostraste, amigo Bala, y sin embargo miré. Quizás fue curiosidad morbosa, pero miré y ya nunca podré olvidarlo; ya lo dije, las cosas son como son.

—Escucha Juan, si tienes interés por conocer cómo actúan algunos individuos para que los reflejes en tus libros, aquel es el momento, te espero dentro de diez minutos en el cruce de la Avenida Clavé con el Paseo María Agustín, no tardes.

Ojalá no hubiera atendido esa maldita llamada de mi amigo el policía, al que desde niños llamábamos el Bala en el barrio, ahora estaría durmiendo tranquilamente y esos ojos no me tendrían obsesionado.

Cuando ella me vino a ver para pedir que la amara, que la quisiera apasionadamente como creía que solo yo podía amar, me encontró repasando uno de mis escritos y se colocó detrás de mí. Tardé muy poco en pasar página, pero tuvo el tiempo suficiente para leerla y me dijo con esa voz dulce que tenía. Ya sabéis ¿no?

—Cuántas palabras malsonantes, cuántos tacos. Juan, tú no hablas así, tú nunca dices tacos. Aún recuerdo que cuando era pequeña y yo soltaba palabrotas sin saber lo que querían decir, tú me corregías diciendo que los tacos eran cosas de niños.

Cuando me volví para mirarla, le solté secamente:

—Escucha, Juana, en mis novelas no soy yo el que dice tacos, son mis personajes y ellos tienen libertad para decir lo que quieran.

Fue entonces cuando mordió el lóbulo de mi oreja izquierda y supe que estaba perdido. A continuación, se apretó contra mí diciendo:

—¡Quiéreme Juan!

Y la quise, la quise desesperadamente, locamente, como quiere un naufrago la soga salvadora que le arrojan en el último momento, como se aferra un niño a la teta que le da la vida, y me lo agradeció dándome su juventud, su vitalidad y su deseo apasionadamente.

Como siempre lo hice, ya sabéis, a mi manera. Al principio egoístamente extrayendo sus jugos vitales de mujer, sus pequeños gritos sin respuesta por mi parte, su placer libre y gozoso, el zumo vital y glorioso de su existencia, ¡su vida!, ¡joder, su vida!

¿Qué podía hacer? ¿Vivir? ¿Cómo podía corresponder? ¿Cuál tenía que ser mi respuesta?

¡Maldita sea! Yo era viejo y estaba de vuelta de todo y ella no sabía nada de mí. Eso si, era libre o eso creía, era hermosa y lo sabía, pero no sabía cuánto, y eso era, seguramente, su mayor bagaje, pero sé que no quería aprovecharse.

—Te quiero, Juan, no sé cuanto ni por qué, solo sé que no puedo querer más. Para mí, tú eres lo que siempre he soñado, lo que he pensado como mi guía, mi norte y mi dueño. Eres mi amor.

Ella era mi vida, mi transcurrir, mi sueño inútil e inesperado, mi sonrisa, mi escasa risa, mi trabajo escondido, mi ser real, mi presente, el regalo inmerecido de los dioses, y nunca se lo dije. Quizás me daba vergüenza decírselo o tal vez pensaba que así, sintiéndome lejano, me querría más.

—Ten cuidado, Juana, y no te entretengas al salir de clase.

Le decía su madre todos los días gritándole desde la puerta de casa, pero ella no escuchaba porque estaba mirando hacia la ventana donde sabía que yo estaría trabajando o, tal vez, escuchando.

Ella montaba en su bicicleta y marchaba despendolada girando la calle derrapando porque siempre iba con el tiempo justo. En ese momento yo me había puesto de pie, saboreaba un fuerte café exprimido y la veía volar hacia el colegio.

Todos los días durante los últimos años, de lunes a viernes, era igual, siempre la misma frase de su madre y siempre también la mirada de Juana hacia lo alto para ver si me veía.

No conocí a su padre porque cuando vinieron a vivir a nuestro barrio, él ya había desaparecido en la guerra de Persia; un impacto directo les dejó un único recuerdo, su chapa de soldado.

Los sábados era diferente, ese día Juana llamaba a mi puerta casi a mediodía, yo bajaba a abrirle y ella solo decía:

—Hola, Juan, ¿has escrito algo más? ¿Es algo verde oscuro esta vez?

Nunca le di confianza y sin embargo ella me lo contaba todo, decía que su madre no sabía escuchar como yo.

En realidad, durante muchos años me hizo mucha gracia escuchar sus confesiones de niña, más tarde fueron sus deseos, anhelos, miedos y ambiciones de adolescente.

Cuando se hizo mujer y empezó a salir con chicos en la tarde noche de los sábados, al volver a su casa, siempre miraba hacia mi ventana y si veía luz llamaba a mi puerta. Nunca la dejé entrar y le preguntaba, fuera en el porche, qué tal había pasado la tarde.

A veces quiso contarme sus pequeñas experiencias amorosas, pero yo la cortaba secamente diciéndole que esas cosas debía contárselas a su madre. Su respuesta siempre era la misma:

—Mi madre no sabe escuchar como tú, Juan.

En ocasiones traía su cuaderno de anillas donde anotaba sus vivencias intentando darles un tono ajeno, pero yo adivinaba muy pronto que trataban de ella y me quedaba mirándola cuando me las mostraba para que las juzgase.

Nunca hice un juicio de valor a sus escritos, solo los leía, la miraba y se los devolvía diciéndole:

—Juana, tú puedes hacerlo mucho mejor. Tú eres mejor que yo, al fin y al cabo careces de moral.

Pero el día que me habló en sus escritos de un mal nacido, tuvo que darse cuenta de que me afectó sobremanera porque no pude ocultar mi ira.

—Escucha, niña, deberías coger a ese gilipollas con el que has tenido esa amarga experiencia y sacudirle la badana, hundirle y llevarle hasta el infierno de donde nunca debería haber salido.

—Dime, Juan, ¿qué tengo que hacer para hacerme respetar? ¿Cómo puedo conseguir que mi espontaneidad se interprete como tal?

Porque ese era su gran defecto, algo que muchos interpretaban como puterío y no era nada más que frescura, franqueza y libertad.

Ella siempre quiso ser periodista, como yo, por eso hacía preguntas y por eso procuró no tener que deber nada a nadie. Tengo que reconocer una cosa, ella nunca tuvo mucha imaginación, pero era tan bonita que se le podía perdonar.

Nunca me dio a entender que yo era el amor de su vida hasta el día que me pidió que la amase.

Y fui feliz, quiero decir, fuimos felices o casi, porque cuando ella me miraba con esa mirada suya tan ilusionada, tan divertida y preguntaba: «¿Y hoy qué haremos, Juan?», yo era feliz sin límites, sin fronteras, pero pronto pensaba en el futuro, algo que yo no tenía y ella lo tenía todo por delante.

¿Cómo se puede ignorar la realidad, la sorpresa, la verdad? ¡Maldita sea la hora en la que creí que el mundo era justo! ¡Maldita sea la hora en que pensé que podría haber justicia real!

He llegado a esa edad en la que los que van a tu entierro, en la mayoría de los casos, lo hacen por cumplir, pero no sienten en absoluto tu muerte, creen que ya has vivido demasiado o suficiente para sentirlo, si acaso lo lamentan por los que dejas, sobre todo si se quedan con el culo al aire.

En cualquier caso, yo me dejaba querer sabiendo que lo nuestro terminaría muy pronto.

Un mal día no vino a verme y esperé su llegada sentado junto a la ventana, pero esa noche no durmió en su casa y al amanecer salí a pasear para despejarme después de una noche en vela.

Llovía dulcemente, pero no me importaba, los celos y la incertidumbre se comían mis adentros mientras recorría infatigable, de arriba abajo y de abajo arriba, la acera de nuestra calle.

Dicen que los celos son una consecuencia del amor que duda, y algunos van mucho más lejos afirmando, muy seguros, que cuando existen los celos es porque no hay amor y solo hay un afán de posesión, como si el que los padece en lugar de amor tuviera un acendrado sentido de propiedad, de posesión total como si uno mereciera ser amado en exclusiva.

Nunca tuve claro si mi sentimiento por ella fuera amor, lo que si estaba claro era que yo sentía en esos momentos unos terribles celos, por eso, cuando la vi venir a lo lejos caminando y dando saltos de alegría, me acerqué, la tomé del brazo y pregunté estúpidamente furioso:

—¿De dónde vienes, Juana?

Ella se soltó bruscamente, me miró con desprecio y me escupió secamente:

—Vengo de hacer el amor de verdad, vengo de follar con un auténtico hombre, tal como follan los animales jóvenes; he pasado la noche follando, Juan. ¡Ah!, y gracias a ti, yo también le he enseñado algo a él.

Lo que sucedió a continuación lo he olvidado, únicamente recuerdo que cuando volví a casa estaba totalmente empapado en agua y tuve que cambiarme de ropa antes de ponerme a escribir, pero no pude hacerlo porque no se me ocurría nada, es como si tuviera la cabeza vacía.

Tenía sueño y decidí meterme en la cama para dormir un rato; en ese momento era lo único que me apetecía hacer, dormir, dormir y tal vez soñar con una hermosa niña que me miraba con ojos dulces.

El teléfono, sonando con insistencia, me despertó y me levanté, pero cuando llegué hasta él había dejado de sonar.

Seguía teniendo sueño y volví a meterme en la cama, pero antes miré por la ventana, era de noche y seguía lloviendo, ahora abundantemente, la abrí esperando que la sinfonía inacabable de la lluvia golpeando la canalera me arrullara.

Volvió a sonar el teléfono y me despertó otra vez, había dejado de llover y el día recién amanecido era claro y soleado.

Ya lo dije al principio nunca debí atender el maldito teléfono, pero lo hice.

Cuando llegué a la pequeña glorieta ajardinada que se forma en la confluencia entre la Avenida Clavé y el Paseo María Agustín el sol estaba en todo lo alto, dos coches de policía y una ambulancia habían invadido las aceras y rodeaban el florido parterre.

Mi amigo policía, el Bala, me tomó del brazo y juntos nos acercamos hasta el lugar de los hechos. Allí, sobre un lecho de flores, alguien había extendido una manta para tapar un cuerpo.

El Bala levantó la manta y la vi, era ella, Juana, mi pequeña Juana, y estaba inmóvil, como muerta, con los ojos muy abiertos y parecía que me miraba asustada.

—¿Qué te parece, Juan? ¿La conoces, verdad? Es tu vecina y está muerta.

Me agaché y la miré, no podía comprender por qué nadie había cerrado sus ojos y los cerré.

—No debiste hacerlo, Juan, los ojos actúan como una cámara fotográfica y guardan lo último que han visto —dijo mi amigo.

—Sí, es ella, Juana, mi vecina y nunca he creído esa patraña de los ojos, Bala —le contesté furioso retirándome.

—¿Y esto? ¿Lo conoces, Juan?, lleva tu nombre —dijo mi amigo mostrándome una cruz prendida en una cadenita de oro.

—Claro que lo conozco —dije al volver la cruz y leer la inscripción—, es mío, me lo regaló mi madre cuando cumplí diez años.

—Pues lo siento, amigo estás detenido, lo tenía ella en su puño cerrado —me dijo el Bala poniéndome las esposas.

 

EPÍLOGO

No volví a abrir la boca, desde aquel día no he vuelto a abrir la boca para hablar, ni siquiera en el juicio lograron hacerme decir palabra.

Ya lo dije antes, esto de escribir es lo único que me permiten hacer aquí, en la cárcel, donde todavía no sé por qué estoy ya que no recuerdo nada, solo unos hermosos ojos abiertos y asustados que ya no eran los de ella, mi Juana.

 

 

YUBRASKA HERRERA DIAMÓNT

(Caracas, Venezuela, 1980) Reside en Barquisimeto (Lara), Venezuela. Profesora especialista en Castellano y Literatura egresada en 2004 de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador (UPEL-IPB), Magister Scientiae en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Los Andes (ULA-NURR), Trujillo (2012), en la actualidad estudia doctorado en Letras en ULA-Mérida.

Tiene publicaciones en colectivo en Venezuela y España, ha escrito para las revistas digitales “LetraMujerRevolucionaria” de Espiral Feminista y “Cifra Nueva” de ULA-NURR Trujillo. Se desempeña como docente contratada en el Decanato de Ciencias y Tecnología de la Universidad Centrooccidental Lisandro Alvarado (UCLA-DCyT), colabora impartiendo cursos y talleres en el Museo de Barquisimeto.

Más de sus obras y trayectoria en los números 82, 84 y 86 del Suplemento de Realidades y Ficciones (ver ÍNDICE DE SUPLEMENTOS, o por su apellido en ÍNDICE DE AUTORES, en http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/).

Realidades y Ficciones – Revista Literaria ha publicado también un artículo de esta escritora en su número 39 (ver ÍNDICE DE REVISTAS en http://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com/).

yubraskadelcarmen@gmail.com

 

 

CABALLERO DEL PSICOANÁLISIS

Yubraska Herrera ©

 

Sepa caballero del psicoanálisis: usted me obnubila…

¿Se tomaría un café conmigo?

Y quedó un café sin fecha, una ilusión en el viento

Y la verdad detenida en el tiempo.

Un sarcasmo, una ironía…

Respuestas evasivas,

Mirada escrutadora pesó, midió: halló defectos.

Entendí en sus ojos el punto y final. ¡El no rotundo!

Soy demasiado natural y transparente ¡Eso aterra!…

Disfruté un café conmigo,

Conversé con mi alter ego…

Yo con yo, sonreí,

Comprendí: ¡Soy mi complemento!

Gracias, gracias, gracias caballero del psicoanálisis

Quien perdió fue usted,

¿Dónde tendrá otra oferta de café endulzado con locura?

Podrá tomar muchos cafés con señoritas perfectas y cuerdas,

Pero jamás tomará un café

Como el de esta poeta con licencia para la locura…

 

 

MIRADOR SUTIL

Yubraska Herrera ©

 

¡Mirador sutil!

Persigues en silencio, contemplas, sonríes, tierno y serio.

En mi morada observas la fuente de ADN…

Degustas dulce de lechosa ¡tranquilo no engorda!

¿Tarde virtual?

¡Mejor a carne viva!

Mordí un tequeño deseando tu boca…

Pérdida de memoria, autocontrol, ella volvió.

Eran los nervios de tenerte cerca…

Conducir la vista por tu cuerpo,

Estremecerme con tu mirada en la mía…

Mirador sutil…

Un cuatro a cuatro de mí vuelta de sol.

¡Gracias por venir!

Me debes un café de eso sin máscaras,

sin Freud, sin lógica, con molinos de viento y esta Dulcinea…

 

 

CAFÉ NUNCA BEBIDO

Yubraska Herrera ©

 

Me quedé a la espera del café,

en el anhelo de un beso,

de un también me obnubilas…

Que te vaya bien al otro lado del río

y un nuevo amor desordene tu sendero.

Yo estaré acá, auto amándome.

Serás el café nunca bebido…

 

 

ARRECIFES

Yubraska Herrera ©

 

Era un ancho mar su boca,

me envolvía con las olas de sus palabras,

unas eran pasivas, otras fuertes, enormes,

que me hundían por los arrecifes del alfabeto…

Entre tinta y café

Naufragué en su cuerpo…

 

 

NOELIA NATALIA BARCHUK

Nació y reside en Resistencia (Chaco), Argentina.

Tiene publicados: Chaco: Relatos del hoy por hoy (ConTexto, Resistencia, 2014), en colaboración con Miguel Vidaurre, y el poemario Flores de papel (Ediciones Kram, Resistencia, 2019). Su poema Palomas Heridas integra la antología Tributo a Malvinas, Ediciones Kram, Resistencia, 2014.

Diversos diarios y revistas le han publicado artículos y obras de ficción, así como también varias páginas literarias de la web. Ha sido distinguida repetidas veces en certámenes literarios, tanto en narrativa como en poesía, siendo su último galardón fue por su cuento El fantasma de la bicicleta, que recibiera primera mención especial en el concurso “El Chaco vive a través de sus letras”, organizado por la biblioteca Constancio C. Vigil, de Las Breñas.

También ha sido convocada como jurado en certámenes literarios. Se desempeña como correctora desde hace años en Realidades y Ficciones. En 2018 fue elegida democráticamente como vocal en SADE – filial Chaco.

Más sobre sus obras y trayectoria literaria en:

• Realidades y Ficciones – Revista Literaria, números 13, 30, 31, 32 y 33 (ver ÍNDICE DE REVISTAS en https://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com/)

• Suplemento de Realidades y Ficciones, números 55, 65, 72 y 78 (ver ÍNDICE DE AUTORES o DE SUPLEMENTOS en https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/)

alfana79@hotmail.com

https://noelia-barchuk-literatura.blogspot.com.ar/

 

 

COSMOPOLITA Y BABILÓNICA

Noelia Barchuk ©

“He persistido en la aproximación de la dicha

y en la intimidad de la pena”, mi vida entera,

Jorge Luis Borges.

 

Por momentos, en el transcurso de la noche y la madrugada la ciudad parece un pájaro muerto. Inmóvil, como un sueño que no volará jamás. Con las alas estropeadas y el corazón partido, en un otoño raro. Sin embargo, las esculturas se jactan de no perder, así y todo, su invalorable belleza, convirtiéndose tácitamente en guardianes de la urbe dormida.

Pero nadie nos ha robado el mes de abril, respondiendo mentalmente a una conocida canción de Sabina. Un mes que de seguro todos recordaremos como el del Coronavirus. A la luz del sol, el día pasa con mayor amabilidad, nos convence de cierto modo que las cosas marchan no igual, aunque sí lo mismo. Pero nadie puede engrupir a la noche, en ella siempre las verdades a salvo se quiebran. Con su manto azabache y estrellado, con una sinfonía de grises y relámpagos, la noche encierra cierta magia, mística o mera fascinación.

Ahora, hace un par de semanas, por ejemplo, los sonidos se redujeron drásticamente después de escuchar la sirena de las veintiuna horas, qué decir de la presencia de personas en la vía pública. Los pasos se apuran por llegar a destino, si acaso aún se encontrasen en plena calle. Para los que hemos nacido con la libertad pasmados en nuestro DNI, al margen del ADN, parece curioso y fuera de contexto. Estas vivencias nos pueden molestar o incomodar, pero no generan un rechazo tan amargo, tan doloroso. Para otros, desgraciadamente es un imán que atrae malos recuerdos, nefastas comparaciones con un pasado negro, aún joven y herido.

La ironía de la vida puesta a prueba desde lo conceptual y vivencial: aquellos que tienen casa no se quieren quedar en ella, respetando la cuarentena y los que no, hoy más que nunca morirían por tenerla. Tal vez la solidaridad cambie su cara de una vez por todas después de la pandemia, quizás y con un poco de buena suerte trasmute a visibilizar tantas cosas que decidimos no ver. Un sinfín de injusticias del sistema mismo o de la desidia propia.

Las calles más céntricas y otrora concurridas quedan obtusas, desiertas con sus bares más selectos. Sillas amontonadas, que nada valen por estos días, si nadie se sienta en ellas a consumir. La promesa de bienestar personal y reconocimiento social que nos vende la propaganda del trago de moda, queda en stand by.

Volvemos al menos por un momento a valorizar lo primordial. Aquello esencial que por tanto tiempo hemos guardado en el frezeer por si acaso, en otro momento lo necesitábamos. Como los abrazos, las caricias, decirnos te quiero a la cara. Recuerdos de los momentos compartidos entre muchos, el mate que rueda y se saborea entre risas, o entre lágrimas. Una caminata por la plaza, un recorrido en auto por la costanera correntina, el solcito quemándote los hombros mientras vas en moto, libremente por cualquier rincón de Resis… Se extrañan las cosas simples y cotidianas. Ahora que estamos privadas de ellas por razones de fuerza mayor, recobran un valor inusitado.

Empatizamos o repelemos a través de las miradas que hoy por hoy, tienen otra gestualidad, otra significatividad. Las expresiones, vedadas por culpa de los barbijos o tapabocas, dejaron expuestos a los ojos a tomar un papel especial. Aquellas ventanas del alma, como dirían los poetas, escriben un nuevo lenguaje. Como una especie de milagro o secreto revelado, las palabras van siendo asimiladas desde un nuevo paradigma. Claro que “gracias” y “por favor” siempre existieron, pero algunos las habían olvidado, y ahora las descubren como si fuera la primera vez en su vida.

Salimos de la individualidad reinante de golpe. Para ser sinceros, ¿a quién le importaba lo que pasaba en Wuhan el 8 de diciembre del pasado año? ¡Ni antes por casualidad! Un cuento chino. Tan lejos y a salvo nos sentíamos, tan llenos de la confianza de que “a nosotros no nos va a pasar”. Como si viviéramos en otro plantea, o que por el solo hecho de ser argentinos tuviésemos un escudo protector contra cualquier enfermedad que se inició en el otro lado del mundo. Todos los méritos futboleros, literarios o políticos ante el mundo, de nada podrían haber servido.

Con aquellas primeras noticias, nos espantábamos levemente, solo nos importaba que el chino de la cuadra siga teniendo barato el fernet y la gaseosa. Por otra parte, los chistes caían de maduro, como solemos hacer con casi todos los temas serios, a fin de que la humorada nos hiciera olvidar momentáneamente cualquier calamidad o prevenirnos de cualquier horror. Como el efecto de ver caer a alguien, que repercute en la carcajada generalizada antes que alguien atine a ofrecer ayuda.

De a poco, el 2020 para algunos “año espejo”, decían refiriendo cuestiones metafísicas (por decirlo de algún modo), sería un tiempo de recibir lo que dimos y viceversa, por ahí también lo mencionaban como año bisagra. ¡Y vaya si lo será! Como sea, para todos, más menos, el año se abría tras los últimos festejos de año nuevo, del pan dulce y la sidra, con las vacaciones, el tere, con los programas veraniegos de la tv, con los viajes, con la cotización del dólar y tantas otras cosas más. Después lo de siempre, marzo los pondría en caja a más de uno. La escuela lo sacude todo y el inicio escolar, una gran ola movilizadora donde los padres surfean los gastos consabidos de la demanda de útiles, libros, calzados, uniformes. Las noticias que se percibían tan lejanas, de pronto se volvieron recurrentes en la prensa gráfica, radial, digital, televisiva y, desde luego, en las redes sociales.

La preocupación por la gripe originada, según las primeras teorías por la famosa sopa de murciélago, iba calando cada vez más hondo en los países cercanos y remotos a China. De golpe en las farmacias no se encontraba alcohol en gel ni líquido, y los comercios que seguían manteniendo el nivel de stock, aumentaban descaradamente su precio. Al inicio, guantes y barbijos fueron solo para los enfermos, luego esto también fue cambiando.

En las entidades educativas instruían, por medio de los docentes, a los padres y a los alumnos sobre los cuidados preventivos de esta nueva enfermedad, el Covid-19. Tuvimos que ver con nuestros propios ojos por internet que en Italia y España la gente se moría a causa del virus. ¡Se morían! No eran imágenes trucadas, no era una película de Netflix, era la vida real. Quedarán en la retina el horror impreso en los rostros de tantas personas que el sistema de salud europeo no daba abasto para socorrer a todos los ciudadanos. Países a menudo envidiados desde nuestro lugar, siendo referentes en la industria de la moda, del turismo, de la Historia misma.

El miedo comenzó a invadirnos, y la declaración de pandemia nos tomó por sorpresa. Desde explicar los alcances del término, hasta hacerse a la idea de los protocolos médicos de emergencia que se establecerían. ¿Serviría de algo tener la prepaga más cara si al final terminarían por atenderlos solo virtualmente?

A mediados de marzo, tras las agolpadas compras en los super e hipermercados, locales de venta mayorista incluso y la incertidumbre de vivir algo tan fuera de lo conocido, nos encontró pegados a las noticias. El minuto a minuto de las medidas a tomar por el gobierno nacional, provincial y municipal. El establecimiento de cuarentena para los que habían regresado de lugares turísticos considerados de riesgo, fue lo primero. Lamentablemente, gente necia hizo oídos sordos a las recomendaciones, que aún no tenían carácter de obligatorias. Una actitud que traería consecuencias.

Luego lo aconsejable pasó a ser necesario. La población de mayor riesgo debía ser protegida: mayores de sesenta o con problemas crónicos de salud, tales como asma, insuficiencia renal, diabetes, cardiopatías.

La suspensión de las clases marcó el rigor de la peligrosidad del asunto. Aunque se manejaba el dato que el virus no atacaba a niños, estos sí podían convertirse en portadores y contagiar a los demás. El aislamiento fue decretado. Para algunos, casi un regalo inesperado para pasar más tiempo en familia; para otros un dilema existencial de no poder salir a buscar el sustento diario a través del trabajo autónomo. ¿Qué harían, si no tenían ahorros o no fueran suficientes?

La tecnología ganaba aliados. Hasta los más renuentes a su utilización, comenzaban tímidamente a explorar esas dimensiones paralelas. El WhatsApp volaba con los videos compartidos en los diversos grupos, al punto de la saturación misma. Las videollamadas era el pan de cada día. Los llamados indispensables. El entretenimiento de nuevas plataformas como Tic Toc, eran asiduamente vistas. Aprendimos a hacer pan, escabeche de berenjenas, tejer mandalas o practicar zumba por YouTube.

Los opinólogos de turno, de todos los medios, comentaban sobre la gran oportunidad de aquellas parejas que promediaban una crisis, era lo ideal para rebatir la idea de separación, o, por el contrario, de afirmarla. La sensación de estar viviendo en una especie de reality show, o para algunos entendidos, un Gran Hermano que nos miraba atento a cada movimiento dado.

Y muchos reaprendieron a rezar el padrenuestro, el rosario o a prender velitas a la Virgen, deseosos o desesperados por encontrar un consuelo. Otros, vociferaron blasfemias augurando encontrar verdades científicas en las fake news. ¿En qué creer? ¿Dónde poner la fe, la confianza, la esperanza? Trazar en nuestras mentes intrincados formulados conspiratorios, pensar si se trataba de una falsa pandemia, de la repercusión en la salud del uso de la tecnología 5G con emisiones de ondas electromagnéticas, del establecimiento del llamado “Nuevo Orden”, de la implantación de un microchip a través de las vacunas para poder controlarnos…

Los horarios estaban revueltos. Un desayuno daba lo mismo a las doce del mediodía como a las tres de la tarde. Las sensaciones oscilaban pendularmente como si fuésemos bipolares. Desde el extremo frenético de una alegría desmesurada, hasta el otro extremo de la tristeza y preocupación. En el medio, el aburrimiento hacía abrir más veces la heladera de lo previsto en ocasiones normales o previsibles.

Por otra parte, a toda esta calamidad, no dejaban de sucederse registros de muertes de mujeres a manos de parejas, exparejas o desconocidos que aberrantemente decidieron quitarles la vida. Otra pandemia más silenciosa que seguía su cauce de locura, torturas, violaciones, abusos y muerte.

Muchos se tuvieron que acomodar al home office, o a tomar/dar clases virtuales. Otros a pagar sus cuentas por home banking, desafíos en los días de aislamiento. Cobayos, bichos de experimentos nos sentíamos al vivir esta realidad. ¿Cuándo terminaría? ¿Otra vez extensión de la cuarentena? ¿Y nuestra normalidad? Tan habituados a realizar infinitas actividades, a ejercer el imperio de la libertad personal, sin mella de límite alguno. Qué difícil era todo esto. Protagonistas de una novela de ciencia ficción, de sociedades distópicas. Valientes por quedarnos en casa, por desinfectar los productos que llegaban del supermercado, por lavarnos en tiempo y modo determinado las manos como mandaba un tutorial o disidentes por salir cuando no se podía ir a comprar simplemente pan.

Por otra parte, inesperadamente los libros salieron del olvido, sacudieron los lomos del polvo que los vestía y tuvieron vida ante nuevos lectores. Los autores estaban felices al ser solicitados para compartir sus creaciones, grabando audios de sus textos que se enviaban de unos a otros. Los cuentos resurgieron y su oralidad fue in crescendo. Recibir un relato a media tarde, era una bendición, sanadora para el alma, mitigadora de soledades y ausencias.

Todo, todo, todo, al fin y al cabo, no fue tan malo. Entre las novedades fatales, el planeta se daba un tremendo respiro. La capa de ozono mejoraba, insólitas imágenes llegaban desde todas partes del mundo. Pumas, zorros, lobos de mar, delfines y aves se dejaron ver muy tranquilos en pleno paseo tanto en playas como lugares citadinos. Cisnes en Venecia, elefantes en campos de té de China e India, gaviotas, chuitas y zarcillos en Lima. Cual Reino del revés, los animales estaban afuera cuando al humano lo habían dejado preso en su propio hogar. Preso por recomendación pública en pos del bien común, claro está, pero preso igual. Algunos se habían hecho dependientes de escribir una especie de bitácora de viaje, registrando cada día. Las redes sociales también eran imprescindibles para otras personas que hacían su catarsis diaria, Facebook una de las preferidas.

Las muertes declaradas en Estados Unidos, o en el tan país hermano de Brasil, daban cuenta y razón de las consecuencias de priorizar la no deceleración de la economía. Los memes de Donald Trump tomando lavandina invadían las cuentas de Instagram.

Las expectativas del logro de una vacuna contra el Coronavirus era una esperanza para muchos. Al igual que la salida del aislamiento de otros países, el retorno progresivo y cuidado a algo cercano como la vida normal. Pero mirando hacia atrás, no éramos los primeros en atravesar una pandemia, en otros siglos ya se habían registrado sucesos similares. Y volver a la normalidad les había llevado bastante tiempo.

Así, entre la sensación de viajar en una montaña rusa, un mes más terminaba. Mayo quién sabe qué nuevas sorpresas traería. Mientras tanto, imaginaré la cara que pondrán mis nietos, cuando en el futuro les cuente todo lo que viví en el 2020.

 

 

HÉCTOR ZABALA


(Villa Ballester - Buenos Aires, 1946). Reside en la ciudad de Buenos Aires, Argentina.

Ha publicado lo siguiente:

• Por eBook Argentino, Buenos Aires, abril 2016: Diván en crisis (obra teatral con Diana Decunto y Alicia Zabala) y los libros de cuentos: Rollos sacrílegos, Unos cuantos cuentos, El trotalibros y algunos mitos.

• Por JustFiction! Edition, Riga (Letonia), agosto 2019: Pateando tableros, relatos con algo más que ajedrez.

Obras y artículos de su autoría aparecen en diversas páginas literarias de la web: Letralia - Tierra de Letras, Revista Cultural Ámsterdam Sur, Resonancias Literarias, Revista Alga, Revista de Cultura y Creación, Revista Liter-arte, Revista Con Voz Propia, Revista Arte y Cultura – C.Zemek, Blog de Teresa Dovalpage, por citar algunas. Tiene registrados varios libros de narrativa pendientes de publicación.

Más de una docena de premios y distinciones en narrativa corta, nacionales e internacionales. Fue durante unos años redactor de la Revista Sesam de la Sociedad de Escritores de San Martín (SESAM). Director de revista y suplemento Realidades y Ficciones desde 2010 a la fecha, publicaciones literarias virtuales que fundó sin fines de lucro

Contador público nacional (Universidad de Buenos Aires). Maestro internacional de ajedrez (ICCF), fue el VIII campeón latinoamericano de ajedrez (CADAP) en 1994.

zab_he@hotmail.com

http://hector-zabala.blogspot.com/

 

 

EL CUENTO NO CONTADO [1]

Héctor Zabala ©

 

Muchos siglos antes de Gutenberg, un cuentista quiso editar un cuento jamás contado. Como pronto lo olvidó, propuso a los copistas dejar dos páginas libres hasta que el recuerdo volviera a su mente.

Fue mi abuela quien me contó el cuento no contado por el cuentista cuando yo cumplía cinco años. Lo recordó al ver, en aquel vetusto libro de cuentos, esas dos extrañas páginas en blanco.

 

 

CUENTO EN BLANCO [2]

Héctor Zabala ©

 

En cierto concurso, un cuentista colocó al ensobrar solo una hoja en blanco. Pese al error obtuvo el segundo premio.

Sin embargo, fue injusto: la hoja en blanco no resultaba tan deplorable como el cuento ganador.

 

 

EDÉN Y DILUVIO [3]

Héctor Zabala ©

 

Esta historia celestial, omitida por la colección de obras que la cristiandad conoce como Antiguo Testamento, figuraba en un libro apócrifo ya perdido:

[Capítulo I, versículo 23] El Jardín de Edén brotó en la Tierra a causa de unas pocas lágrimas de alegría, vertidas por los ángeles del cielo al saber del nuevo hermano de hueso y carne, tan inteligente como ellos.

[Capítulo I, versículo 24] El Diluvio se produjo no mucho después, a causa del llanto desconsolado de esos mismos ángeles, al comprender que dicha inteligencia jamás haría feliz a ese hermano de hueso y carne.


EXTRAÑO PAJARRACO [4]

Héctor Zabala ©

Después envié y solté un cuervo. El cuervo se fue

y, viendo que las aguas habían disminuido, come,

se rasca, se atusa las plumas, pero no regresa.

(Poema de Gilgamesh)

 

—Ordena detener el desembarco, padre. El cuervo volvió.

—¿Estás seguro, Jafet?

—Mira con tus propios ojos. Allá en lo alto, en la ventana del arca.

Noé se acercó y lo inspeccionó con atención. El pajarraco a su vez le devolvía la mirada de soslayo.

—Este no es el cuervo que solté, hijo.

—No puede ser otro, padre. La hembra está adentro y solo hay dos en el mundo.

Al rato, el cuervo graznó:

—Nevermore.

—¿Qué dice, padre?

—Nevermore.

—No sé, hijo. Solo tenemos un idioma; al menos por ahora.

—Nevermore.

—Es algo muy raro ¿no?, padre.

—Nevermore.

—Sí, es algo muy raro. Ya quisiera saber quién fue el gracioso que lo soltó.


[1] Minicuento finalista, luego galardonado con participación distinguida (23/11/2018), en el Concurso Internacional de Microrrelatos Guka 2018, organizado por la revista literaria Guka, de Buenos Aires, Argentina. El número de obras y participantes fue de 4381, correspondientes a 23 nacionalidades. Jurado: María Rosa Lojo, Mónica Cazón y Claudia Cortalezzi.

[2] Premiado en el certamen internacional Microcuento En Rojo, del periódico Claridad. San Juan, Puerto Rico, 4/11/2010.

[3] Minicuento finalista en el Premio Nacional de Poesía y Narrativa “Buenas Letras 2015”, organizado por la SADE - Sección Bahía Blanca, Argentina, 24/4/2016.

[4] Del libro Rollos sacrílegos (Buenos Aires, eBook Argentino, 2016).

 


SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES

Nº 88 – Diciembre de 2020 – Año XI

ISSN 2250-5385 – Edición trimestral

EX-2020-69840225-APN-DNDA#MJ del 16/10/2020, Dirección Nacional del Derecho de Autor / República Argentina.

 

Propietario y director: Héctor Zabala

Av. Del Libertador 6039 (C1428ARD)

Ciudad de Buenos Aires, Argentina

zab_he@hotmail.com

http://hector-zabala.blogspot.com/

Currículo en revista Realidades y Ficciones Nº 40:

https://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com/2019/12/realidades-y-ficciones-revista.html

 

 

Colaboradores

 

Corrección general:

Noelia Natalia Barchuk Löwer

Resistencia (Chaco), Argentina

alfana79@hotmail.com

http://noelia-barchuk-literatura.blogspot.com.ar/

Currículo en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 78:

http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2018/09/suplemento-de-realidades-y-ficciones-n.html

 

 

Ilustración de carátula y emblema:

Mónica Villarreal

Scottsdale (Arizona), Estados Unidos

Monterrey (Nuevo León), México

monvillarreal@hotmail.com

 @mon_villarreal

https://www.facebook.com/monvillarreal22

Currículo en revista Realidades y Ficciones Nº 17:

http://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com.ar/2014/06/

 

El listado completo de colaboraciones al Suplemento de REALIDADES Y FICCIONES se encuentra a la derecha del blog bajo el acápite ÍNDICE DE AUTORES.

 

REVISTA: http://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com/

 @RyFRevLiteraria

SUPLEMENTO: http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/

 @RyF_Supl_Letras

 

Las opiniones vertidas en los artículos de esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor pertinente.


“Realidades y Ficciones”
Mónica Villarreal (2014)
acrílico y óleo sobre
papel-lienzo, 30 cm x 30 cm


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