SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 53 – Junio de 2012 – Año III
ISSN 2250-5385
Inscripción gratuita como LECTOR
si escribe a zab_he@hotmail.com
indicando nombre y apellido, ciudad y país
(se le avisará cada nuevo número trimestral)
• Patricio BOTTOS (Argentina – España)
• Liliana Susana DOYLE (Argentina)
• Laura OLALLA (España)
• Gastón MARZIO (Argentina)
• Luis WEINSTEIN (Chile)
• Amalia ABARIA (Argentina)
• Pedro VERA - TRINIDAD (España)
• Samuel LIJOVITZKY (Argentina – Israel)
• Jorge Antonio GAVIOLA (Argentina)
• Rodolfo Virginio LEIRO (Argentina)
PATRICIO BOTTOS
Nació en
1976 en Buenos Aires. Estudió Relaciones Internacionales en su ciudad natal, y
desde 2003 vive en Barcelona. Trabajó un tiempo en consultoría. Hoy –dice– intenta escribir, filmar y sobrevivir como
puede.
En 1996
realizó su primer taller de narrativa, coordinado por Diego Paszcowski (Premio La Nación de Novela). Gracias
a Juan Sabia pudo conocer a Liliana Heker, con quien hizo taller desde 2000
hasta 2003. De 2006 a
2008, trabajó los textos con Alejandra Laurencich. Estos relatos los compiló en
un libro: Generación perdida.
En 2004
obtuvo el Primer Premio del Concurso Sant Jordi de relatos (Universitat Pompeu
Fabra - Barcelona), y en 2009 el relato Gachiñu
fue seleccionado para participar en el Encuentro Cultural Passo de Guanxuma
(Universidad General Sarmiento - Buenos Aires). En 2011 acabó el trabajo Carver vs. Carver, en el que analiza las
diferentes versiones de los relatos del escritor norteamericano. Ahora está
trabajando en una novela.
Desde
2004, publica en los blogs En Barcelona
y Pez Plátano (taller literario).
Desde enero de 2012 está publicando su libro Generación perdida en formato blog. Hoy se publican en este
Suplemento dos ejemplos de esta obra.
http://patriciobottos.blogspot.com/
(En Barcelona)
http://grantaller.blogspot.com/ (Taller literario Pez Plátano)
http://patriciobottos.wordpress.com/
(Generación perdida)
JUEVES, SEIS Y CUARTO
de
Patricio Bottos ©
–¿A qué
hora llega? –dice la mujer.
–A las
seis y cuarto –contesta el hombre sentado frente al pocillo vacío.
Casi no
hay gente en el lugar. El mozo, parado contra la barra, conversa con el cajero.
El hombre y la mujer miran por la ventana, que da a los primeros andenes.
–¿Hoy qué
día es? –dice ella.
–Jueves,
jueves veinticinco.
–Qué cosa…
–¿Qué?
–Qué cosa
cómo pasa el tiempo –dice la mujer.
Una voz
femenina monocorde suena por los altavoces.
–La Costera anuncia el arribo de su servicio
proveniente de Santa Rosa...
–¿Esa
línea es nueva? –pregunta ella.
–¿La Costera ? Qué va a ser
nueva… si tiene como chiquicientos años.
La mujer
se coloca los anteojos de ver de cerca y mira a un grupo de muchachos que
caminan por los andenes.
–Sacate
esos anteojos, querés –dice él. Te vas a arruinar la poca vista que te queda.
La mujer
parece molesta. Se quita los anteojos y vuelve a mirar por la ventana. Los
anteojos, sucios de polvo, quedan colgando de su cuello por una soguita.
–¿Sabés
qué soñé ayer? –dice ella.
–No, ¿qué
soñaste?
–Soñé que
volaba. Venía andando en bicicleta... ¿cuánto hace que no ando en bicicleta?
Venía andando en bicicleta, digo, con el vestido blanco ese largo, por la
cuadra de casa, y en eso... empezaba a volar, así nomás.
El hombre
se sonríe levemente. Luego suelta una carcajada.
–¿Qué te
pasa? –pregunta la mujer.
–Como en
E.T. –dice el hombre entre risas.
–La vimos
ayer en la tele, ¿no? Ay, qué gracioso.
El hombre
piensa un rato.
–Yo no
soñé nada –dice él.
El hombre
hace girar en su mano un sobre de azúcar vacío. Hay azúcar desparramada en la
mesa.
–Dicen en
la radio que hace un frío polar –dice ella.
–¿Dónde?
–Allá, en
el sur –dice la mujer, y apoya sus manos sobre la mesa.
La mujer
toma una servilleta de papel y limpia sus anteojos. Hace una bolita con la
servilleta sucia y la coloca en el cenicero de metal. Abre su cartera y extrae
una foto ajada.
–Cómo
cambió todo desde que se fue. A lo mejor le va a costar un poco adaptarse –dice
ella mirando la foto, en la que se ve una mujer joven con un bebé en brazos.
Aparta poco a poco la foto y dirige la vista a los andenes.
–¿Qué
hora es? –pregunta.
–Seis
y... –el hombre empieza a responder mirando todavía por la ventana. Luego mira
su reloj pulsera y se corrige: –Las seis. Seis en punto.
Él llama
al mozo y le pide la cuenta.
La voz
femenina continúa sonando por los parlantes.
–Cai-hue anuncia el arribo de su servicio
proveniente de Río Gallegos por andén número setenta y dos.
La mujer
se pone de pie sobresaltada. El hombre tarda un poco en levantarse. Mira al
mozo que viene con la cuenta, le entrega unos billetes y sigue a la mujer.
Ambos caminan por la terminal. Ella se peina y se mira en un espejito redondo y
él, que va detrás, la guía tomándola del codo. Atraviesan un mar de gente y
salen por una puerta hacia los andenes.
Entra un
ómnibus en el andén setenta y dos y estaciona lentamente. Se apaga el motor y
se abre la puerta. El hombre y la mujer esperan al comienzo del andén, tomados
de la mano. Ella se coloca los anteojos. Los pasajeros tardan en bajar.
–¿Pensás
que se va a acordar? –dice la mujer.
El hombre
la mira, baja los párpados y asiente pesadamente. El primero en bajar es un
señor gordo, vestido con unas bermudas, sombrero y una campera cazadora que
aumenta más su volumen. El último es un chico de unos veinte años. La mujer,
brusca, le suelta la mano al hombre. Levanta el brazo y camina hasta el chico.
–¡Ricardito!
–grita la mujer. Abre los brazos y aprieta al chico contra su cuerpo–. ¿Cómo estás?
El chico
no contesta el abrazo de la mujer. Mira a los demás pasajeros.
–¿No me
saludás? –dice la mujer.
–Me debe
estar confundiendo con otra persona –dice el chico.
La mujer
gira su cabeza fugazmente, como llamando al hombre. Él se acerca.
–¿No te
acordás de papá? –dice ella.
El hombre
mira al muchacho. Luego apoya suavemente una mano en la espalda de la mujer.
–No es
él, Estela. No es él –le dice al oído.
El
muchacho levanta la mochila del piso. Mira a la pareja un poco molesto. Se
calza la mochila en la espalda y camina hacia la salida. En el camino se da
vuelta, vuelve a mirar a la pareja, y se coloca unos auriculares en las orejas.
La mujer
mira al muchacho con la boca levemente abierta. El hombre mira su reloj, mira
el micro, la mira a ella. Los dos parecen perdidos. No va quedando nadie a su
alrededor.
–¿Viste
cómo miraba? –comenta la mujer en voz baja con la vista perdida en los andenes.
Él no le
contesta. Se muerde el labio inferior y se pasa las manos por la cara. Le
acaricia la cabeza a la mujer, la toma del brazo y caminan hacia la salida. Por
los altavoces se siguen anunciando horarios y líneas de autobuses.
–¿Y el
del lunes a qué hora llega? –pregunta la mujer.
–Los
lunes, ocho y media –responde él. Hace una pausa–. Los jueves, seis y cuarto. Como siempre.
ROSAS BLANCAS
de
Patricio Bottos ©
Dante se
mira en el espejo. Repasa con la mano la tersura de su cara recién afeitada. Se
peina. Se viste con un vaquero y una camisa celeste. Se asoma a la ventana de
su cuarto: es una noche templada de marzo, hay algunas nubes y se está
levantando viento. Agarra la cédula de identidad y la plata y se las coloca en
el bolsillo trasero del jean. Guarda el reloj pulsera y las llaves en el
bolsillo de adelante. Solo le queda hacer pis y partir. En el camino hacia el
baño atraviesa la cocina, se detiene y saluda a su madre, que mira televisión a
oscuras. ¿Te vas?, dice ella. Dante afirma con la cabeza. ¿Te quedás allá?,
pregunta. Él asiente de nuevo. ¿No volvés hasta mañana? No, mamá, no. ¿Querés
que te llame a una baby sitter? Dante percibe el reflejo del aparato en los
anteojos de ver de lejos de su madre, dos destellos en la penumbra del ambiente.
Ella tiene la vista fija en la pantalla. Dante abandona su objetivo de ir al
baño. Se queda un instante ahí parado, pensando en captar su atención. Estaban
ricas las milanesas, está por decir, pero ella habla antes: llevate la campera,
que dicen que va a llover.
La parada
del colectivo está a dos cuadras. Dante piensa en su madre, y en que quizás
debería buscarle alguna actividad. La jubilación la está matando, piensa, y va
mucho más allá de la cuestión del dinero que cobra cada mes: Dante siente que vive
con un zombie. Antes no era así: por lo menos se quejaba de los pacientes que
llegaban tarde al consultorio del doctor. Cruza la calle. El viento trae aire
de lluvia, un olor que lo fascina. Piensa que en un ratito va a ver a Caro, su
novia, y de repente se siente alegre. Ella no sabe que él está yendo a su casa.
Las sorpresas tienen este doble filo: pueden sorprender, o pueden caer mal.
Pero si te aviso qué gracia tiene, le dijo él la última vez que ella le regañó
que cayera por su casa sin avisar. A ver si te pesco algún día con las manos en
la masa. Ja ja ja, respondió ella seria. No me causa gracia, le dijo. Dante
sabía que a ella en el fondo le gustaban las visitas sorpresa.
El
colectivo aparece al cabo de unos minutos. Está medio vacío. Dante elige su
sitio favorito: fila del fondo, último asiento de la derecha, al lado de la
ventanilla. El viaje es corto. Si el trayecto durara diez minutos más, se
animaría a cerrar los ojos. Seguro que se dormiría rápido. Pero mejor no tentar
la suerte, a ver si termina en Constitución, como ya le pasó alguna vez. La luz
dentro del colectivo cambia a intervalos regulares de la oscuridad casi total a
la penumbra, al ritmo de los faroles que van cruzando en la avenida.
Dante se
acuerda de hace tres años, cuando todavía salía con Vanesa. Se veían siempre a
medianoche. La quería, pero discutían muy seguido y por cualquier cosa. Con
Caro llevan poco más de un año, y no se pelearon nunca. Él se siente enamorado,
y se sentiría más todavía si ella se abriera un poco más. Caro no quiere que
celebren nada, por ejemplo. Al primer mes de salir, él le regaló una rosa con
una tarjeta. ¿Y cuando cumplamos un año una docena, no?, se le rió en la cara.
Dante sabe que Caro es diferente a otras chicas con las que estuvo, y que no se
fija en esas cosas protocolarias. Los detalles le parecen superfluos o
exagerados. Prefiere la sencillez y las cosas espontáneas. Por eso me gusta más
que las otras, se convence él.
El
colectivo cruza Coronel Díaz a gran velocidad. A estas horas de la noche Santa
Fe está vacía. Dante se agarra del pasamanos. Se levanta y toca el timbre. El
chofer lo mira por el retrovisor, reduce la velocidad y se ubica en el carril
más próximo al cordón. Dante desciende uno de los dos escalones de la escalera
de la puerta de atrás. Está ensimismado haciendo cuentas. Hace trece meses y
medio que salen con Caro. Ella no quiere celebrar nada. Pero ya cumplieron más
de un año y él le quiere regalar flores. Si no sabe aceptar un regalo es un
problema de ella. Cambia de opinión y sube el escalón. En esta no, en la
próxima, le hace señas al chofer. En el colectivo hay apenas cinco pasajeros
más. El vehículo cruza Pueyrredón, avanza cincuenta metros y se detiene al lado
de un McDonald’s. Dante se baja.
Mira la
vereda de enfrente y ve el puesto de flores todavía iluminado. Otro que abre
las veinticuatro horas, se ríe, y se acuerda del puesto de flores de la esquina
de su colegio, que también abría veinticuatro horas, y que al día siguiente que
lo cerró la policía se enteró que vendía droga. Un toldo de plástico
transparente hace de cortina al viento del sudeste que ahora sopla con más
fuerza que hace un rato. La tanda de coches ya ha pasado y la avenida está
desierta. Cruza Santa Fe por la senda peatonal, el muñeco del semáforo todavía en
rojo. Se acerca al puesto y va pensando en qué flores comprar. A él le gustan
los jazmines, aunque sabe que son un poco cursis, y además en otoño no hay. Un
ramito de fresias podría
ser una alternativa, pero no alcanza a tener la envergadura que él le quiere
dar al regalo. Ni aunque comprara dos ramos. Saluda a la vendedora, una señora
gorda de rasgos andinos que está sentada de brazos cruzados, abrigada hasta la
nariz, viendo una tele en blanco y negro con interferencias. ¿Qué tenés?,
pregunta Dante, y recorre las caras del puesto hexagonal buscando el regalo
perfecto. La mujer enumera una serie de flores e incluso plantas. Señala un
cactus en una macetita rectangular, dos pequeñas esferas pilosas que emergen,
una sobre otra, de un mar de piedritas blancas. Como regalo es original,
reflexiona él, pero un poco frío. ¿Y estas rosas?, señala un tacho beige en la
parte interior del puesto. Esas son buenísimas, señor, le dice la mujer, son
rosas blancas colombianas. Lo de señor le transmite cierta solemnidad al momento
que Dante preferiría haber obviado. Se pone de cuclillas y las huele: no tienen
ningún perfume. Pero se ven bonitas. Dante va a comprar rosas blancas, pero no
sabe cuántas. Dame nueve, por favor. La señora se levanta de la silla por
primera vez. Doce es muy obvio, analiza él, tres es muy poco, y seis suena
mitad. Nueve es un buen número, se convence.
Dante
siente ganas de hacer pis. Debe ser el frío de la noche. Debería haber ido al
baño antes de salir de su casa, en vez de discutir con su madre. La mujer
alinea las rosas sobre un papel celofán transparente con pintitas rosas, y va
intercalando ramitas de helecho. Los tallos miden casi cincuenta centímetros y
no tienen espinas. Rosas sin espinas y sin perfume. Son unas bellas rosas
blancas mutantes. Dante paga. La señora gorda recibe el dinero, agradece, y
guarda el billete en algún lugar entre su polera y su pecho, quizás debajo del
corpiño. Él se queda impresionado con la simpleza y contundencia del sistema de
seguridad. Saluda y se va con su ramo. Vuelve a la esquina para cruzar otra vez
Santa Fe. Siente que la vejiga le estalla. Planea una parada técnica en el
McDonald’s. Una chica con camisita a rayas, chaleco y visera pasa el lampazo en
la entrada. Hay muy poca gente y están por cerrar. Dante dirige una mirada
rápida a las cajas y se apura a subir al primer piso sin que lo vean. Orinar
sin pagar un centavo, ese es su objetivo. Hace un mes, la última vez que le
cayó a Caro sin avisar, ella todavía no había vuelto de la facultad. Dante se
quedó esperando que llegara. Hasta que le vinieron ganas de hacer pis, unas
ganas tremendas que solo se explican por el frío o la excitación. El retraso se
convirtió en un calvario. Por eso, mejor asegurarse una espera tranquila.
En el
final de la escalera del primer piso hay una señal amarilla en forma de techo a
dos aguas que anuncia que el piso está húmedo. Dante analiza sus pisadas con
detenimiento y entra en el baño de hombres. Todo huele a desinfectante y a
frutilla. El piso está impecable. Detrás de la puerta, una hoja en una placa de
plástico da fe que la última limpieza ha sido a las 23:30 hs., y que el
encargado ha sido Ariel. Dante mira su reloj en el bolsillo: han pasado siete
minutos de la limpieza. Hay dos mingitorios, uno de ellos ocupado por un muchacho,
y, en el fondo, un inodoro vacío. En un primer momento Dante piensa ir hacia el
inodoro, porque no puede hacer pis si tiene alguien al lado. Pero luego
reflexiona que es un simple pis, y que va a ser molesto meterse en el cuartito
de uno por uno con el ramo de flores de medio metro. Por eso apoya las flores
contra la pared, los tallos mutantes perpendiculares al piso, y se para delante
de la cerámica blanca del mingitorio. Se baja el cierre y mira la rejilla,
buscando con la vista la naftalina que acaba de sentir con el olfato. Sucede lo
de siempre: el pis no sale. El muchacho a su costado murmura una canción en voz
baja. Es una cumbia bastante conocida. Dante intenta mirarlo por el rabillo del
ojo. Su discreción lo lleva a observarle simplemente los pies. Lleva unas
zapatillas de basket Nike de color blanco y plateado. Sube y baja la punta del
zapato izquierdo marcando el ritmo de la canción. Dante se acuerda de lo que le
decía su papá de chiquito, cuando todavía vivía: cuando no puedas hacer pis
pensá en un río, un gran río que baja por la montaña. No falla, le decía. Dante
entonces focaliza ese cauce que fue construyendo en su cabeza por partes, en
diversas ocasiones que pasó por el mismo trance. El agua resuena; fluye limpia
y cristalina en medio de una estepa. El río se atora por momentos y se generan
en la superficie pequeños remolinos de espuma verdosa. El muchacho de al lado
se aclara la garganta, un carraspeo grotesco que lacera el silencio del baño.
En el momento en que Dante siente que el chorro de pis sale, por fin, liberando
su vejiga, el muchacho de al lado suelta un escupitajo que se estrella contra
los azulejos blancos, una flema verde y traslúcida que queda colgando de la
pared, al costado de los caños de agua. Dante fija la vista en la escupida y
luego busca la cara del muchacho, que ya no está en la misma posición: se
ajusta delante del espejo el elástico del pantalón, un equipo de gimnasia
Adidas color azul. Se acomoda el pelo. Canta en voz más alta y distingue la
mirada recriminatoria de Dante.
–¿Qué
mirás, puto? –le dice con una mueca en la boca y sale campante.
Dante lo
ve de espaldas: debajo del buzo, también azul, sobresale la camiseta de la
selección argentina. La puerta se cierra y emite un leve crujido. Dante acaba
de hacer pis, y almacena en algún rincón de su conciencia el río cristalino de
la estepa. Se lava las manos, recoge las flores y sale del baño. Nota que el
piso afuera está seco y que han quitado el cartel. Baja las escaleras y sale
del local. Afuera, la chica que antes limpiaba el piso ahora cierra una bolsa
verde gigante, la última de una fila de cuatro, con los desechos del
restaurante. Una mujer con dos nenes le conversa: quizás le pide que le deje
abrir las bolsas y buscar algo de comer. Dante camina por Santa Fe hacia Pueyrredón.
Pasa delante de una disco gay: se escucha música house que viene del sótano.
Dos patovicas en remera mascan chicle y hablan entre ellos. A pocos metros
cruza dos travestis. Gracias, papi, ¿son para mí?, dice una. La otra le tira un
beso. Dante apenas asimila el cumplido: se siente incómodo. Su antídoto es
caminar con firmeza. Luego le caen, una a una, las palabras que le acaban
decir: se están refiriendo a las rosas. Las travestis han quedado atrás. Él se
gira un par de segundos, lo suficiente hasta asegurarse que han visto su
sonrisa, que es su única respuesta. Dante continúa su marcha y escucha las
risas, que ahora se mezclan con el caño de escape de un colectivo que pasa por
la intersección de las dos avenidas.
Al llegar
a la esquina de Pueyrredón Dante gira en dirección a Charcas. Camina y oye,
además del choque de sus zapatos contra las baldosas, un ruido de rulemanes
cada vez más cerca. Mira hacia la avenida desierta y ve pasar a un hombre con
un carrito de supermercado. Va hacia el Once. En el carro lleva una carcasa de
un sistema de ventilación, o algo por el estilo. Los latones de zinc se
bambolean y producen unos aleteos sinusoidales. Dentro del carrito hay, además,
un niño de unos tres años, sentado en el asiento plegable. Está descalzo y
sostiene las chapas con sus manos pequeñas. Dante se pregunta cómo puede ser
que ese nene esté ahí a esta hora. Y descalzo. Cuando él era chico no se veían
niños descalzos por la calle a medianoche. Al llegar al final de la cuadra
cruza Pueyrredón y toma Charcas. Los faroles no funcionan. El corte de luz se
extiende varias manzanas en dirección a Plaza Italia.
Llega a
la mitad de la calle. Sube los cuatro escalones del pórtico del edificio de la
novia y toca el timbre en el portero eléctrico, que parece un atril. Nadie
responde. Dante mira su reloj en el bolsillo y ruega que Caro haya llegado de
la facultad. Al rato oye su voz.
–¿Sí?
–Linda,
soy yo.
Ella
tarda en responder.
–Estoy
con el otro. No podés subir.
–¿Ah no?
–No.
Los dos
se ríen.
–Ahora
bajo.
Dante
observa un buen rato el ascensor inmóvil en la planta baja. Camina unos pasos y
se asoma a la entrada del edificio. De Pueyrredón hacia Callao sí que está
iluminada la calle. Los faroles se bambolean con las ráfagas de viento, que
arrastra ahora hojas de árboles, papeles y hasta botellas de plástico. Dante
vuelve al portón de vidrio. El ascensor continúa en la planta baja. Se debe
estar cambiando, piensa.
Pasan dos
muchachos por el frente del edificio. Dante solo alcanza a percibir el final de
su paso. Uno de los muchachos se detiene.
–¿Tenés
hora? –le dice.
A Dante
no le gusta que le pregunten la hora en la calle. Aunque no lo quiera
reconocer, es uno de los motivos por los que, desde hace años, lleva el reloj
en el bolsillo en vez de en la muñeca.
–No tengo
–dice– pero
deben ser las doce menos cuarto.
–Gracias
–dice el muchacho, que apenas pronuncia la ese final.
Dante
mira las rosas del paquete y, repentinamente y sin detenerse a contarlas, le
parecen menos de nueve. Tiene el incómodo presentimiento de que la señora del
puesto lo timó. Cuenta las flores y se tranquiliza: lleva un ramo de nueve
rosas blancas. Al levantar la vista hacia el final del pórtico observa algo que
le causa mala espina: el muchacho que le ha preguntado la hora está parado de
espaldas en el extremo izquierdo de la entrada y su compañero en el derecho,
como patovicas de disco. Miran hacia ambos lados de la calle, un pie apoyado en
la pared. Dante no consigue siquiera darle forma a su mal presagio: uno de los
muchachos avanza por el pórtico. Su figura va quedando iluminada a medida que
se acerca. Es un chico de melena enrulada que no puede superar los diecisiete
años. Tiene la nariz ancha y chata, y los labios gruesos, como a punto de
estallar. Dante repara amargamente en la vestimenta: lleva equipo Adidas y
zapatillas blancas. Es el chico del McDonald’s. Dante mira rápido al interior
del edificio: la luz del indicador del ascensor pasa del dos al tres, y
continúa ascendiendo. Dante todavía no reacciona. El chico lo agarra del cuello
con una mano y lo empuja contra la puerta de vidrio. Dante suelta el ramo de
flores.
–Dame
todo lo que tengas –dice el muchacho.
Le apunta
con algo desde el bolsillo del buzo. Dante observa el supuesto caño que se
esconde detrás de la tela azul. Es una punta demasiado fina y un tanto corta.
Bien podría ser un simple dedo. Dante le mira los ojos, ojos rojos de párpados
a media asta, como los de un fumado.
–No tengo
nada –dice, aunque comienza a rebuscar en el bolsillo trasero del pantalón.
–¡Quemálo,
Poronga! –grita el otro desde la entrada.
–¡No te
hagás el pelotudo! –le estruja y afloja el cuello–. Dame todo. Reloj, billetera, todo.
El chico
tiene aliento a vino. Dante quiere resistirse, pero su cuerpo no le obedece:
ofrece su palma como patena con el contenido del bolsillo trasero del pantalón.
El muchacho de rulos manotea el botín. Le mete la mano en el otro bolsillo
trasero y luego le revisa los bolsillos de la campera.
–¿Solo
esta mierda tenés, pelotudo? –lo zamarrea.
Dante
analiza el botín que le refriega el chico en la cara. Junto a los cinco
billetes de diez está su cédula de identidad. Al muchacho le tiembla la mano.
–Esta
dejámela –dice Dante, y manotea su documento.
El chico
de rulos lo mira incrédulo. Analiza si falta algún billete y vuelve a la carga.
–¡Forro
dame todo que te mato! Dame la billetera, conchudo. Dame el reloj.
–No
tengo, no tengo.
–¡Poronga,
quemálo! –dice el de la entrada.
–Dame el
reloj.
–Ahí
tenés la guita –Dante señala los billetes con la cabeza–. No tengo más nada.
El de la
puerta chifla. El joven de rulos lo mira y abre grandes los ojos, en lo que
parece un esfuerzo descomunal por permanecer despierto. Cierra la mano derecha,
la misma en la que sostiene el dinero, y le lanza un puñetazo que aterriza de
lleno en la mandíbula de Dante. La segunda trompada le da en el esternón. Dante
se estrella contra el marco de metal de la puerta, cae al piso y siente que se
queda sin aire. El que monta guardia a la entrada sale corriendo. El muchacho
de rulos camina hacia atrás dos pasos y mira a Dante desparramado en el suelo.
–Ni se te
ocurra gritar, pelotudo –lo amenaza con la mano izquierda en el bolsillo del
buzo. Se detiene y arremete contra él otra vez. Le lanza una patada a las
costillas. Dante se acurruca pero no puede esquivar el impacto. Mira de reojo
las luces del ascensor, que pasan ahora del ocho al siete.
–¡Forro!
–el muchacho de rulos patea el ramo de flores y le clava un escupitajo en la campera–. Gritá y
te mato –dice y sale corriendo.
La luz
del ascensor pasa del tres al dos. Dante intenta respirar por la nariz. Un
gusto a sangre le sube por la tráquea. Se siente abatido por un relámpago de
maldad humana. Siente que le baja la presión y que el pecho se le está por
partir. Oye el chasquido de las puertas del ascensor en la planta baja. No mira
hacia dentro, sino hacia el ramo de flores deshecho: una de las rosas ha
quedado decapitada, otras dos tienen el tallo quebrado. El celofán de pintas
blancas que las envolvía está roto y sin posibilidad de arreglo.
LILIANA SUSANA DOYLE
Reside en San Fernando, Provincia de
Buenos Aires, Argentina. Maestra normal nacional y profesora, egresada de la Facultad de Filosofía y
Letras de la UBA. Diploma
Superior de Inglés de la A.A.
de Cultura Inglesa. En el Instituto de Formación Docente nº 117 de San Fernando
coordinó Talleres de Expresión Oral y Escrita, y uno de Literatura y Folklore, tras
un concurso de antecedentes y oposición. En 2001, formó parte del Grupo de
Expertos para la Evaluación
de la Calidad
Educativa en la
Provincia de Buenos Aires y realizó cursos de
perfeccionamiento. Actualmente enseña lengua y literatura, así como inglés, en
establecimientos educativos locales.
Obras diversas y distinciones
literarias:
• Carlos Urquía publicó en 1974 su
primer poema en la revista del Club San
Fernando. Luego fue publicada en San
Fernando en la Poesía ,
de la que fue co-directora junto a Francisco Vázquez y Tomás Scusceria Mufatti.
Su primer poema en libro fue en Antología
del Club de Poetas, de Juan Manuel Fontenla (1978).
• Participó en más de cincuenta
antologías de poesía, cuento y literatura infantil, tanto locales como
nacionales e internacionales.
• Recibió premios y menciones a
nivel local, nacional e internacional, entre otros: Juegos Florales Juglarescos
zonales; Concurso José Pedroni, de Santa Fe; Primer Premio en Varsovia,
Polonia, 1981; Mención Especial Pablo Neruda en el II Concurso Bi-Nacional de
Poesía Argentino-Chileno, 1981; dos menciones Concurso AVON de Cuentos, 1994; Mención
Especial en Certamen Digital La
Cultura del Amor Mil Milenios de Paz (ONG), 2011.
• Fue jurado en distintos certámenes
de cuento y poesía, entre estos, los Torneos Bonaerenses en su etapa municipal,
y el de cuento y novela para jóvenes organizado para el Bicentenario de San
Fernando, en 2005.
• Asistió a diversos Congresos de su
especialidad. Participó en una mesa redonda organizada por el escritor Juan
José Delaney en el II Simposio Internacional de Estudios Irlandeses en
Latinoamérica, Buenos Aires 2007, y debutó como cantautora en un encuentro en la Biblioteca Nacional
sobre “El Amor loco”. Sus poemas se difundieron por Radio Splendid y Radio
Municipalidad de Buenos Aires. También fue publicada en “The Southern Cross”,
diario irlandés de la
Argentina.
• Actualmente es Vocal del Círculo
de Escritores de San Fernando y de SADE Seccional Delta Bonaerense, de la cual
fue Presidenta. Pertenece a la red La
Voz de la
Palabra Escrita Internacional, presidida por la escritora
Alicia Rosell, de Bilbao, España. También fue miembro de la revista on line
Artecolor Internacional dirigida por la escritora Alondra Gutiérrez Vargas, de
Costa Rica. Fue presentada en ambas por la escritora cubana Juanita Pochet
Cala. También es miembro de Poetas del Mundo Unidos por la Paz.
Ha sido incluida en:
• Un Siglo de Literatura Sanfernandina,
diccionario comentado de escritores de San Fernando, 1900-2004, 2ª edición
ampliada y revisada, 2009, de Alejandra Murcho y Hugo Boulocq.
• Todas las Artes, Todas (literatura, pintura, música, fotografía, escultura y
grabado), de Alejandra Murcho, 2009.
• Textos Escogidos de la Literatura Sanfernandina
(cuentos), de A.Murcho y H.Boulocq, 2009.
• Círculo de Escritores de San Fernando Atilio Betti, Antología 2009.
• El Pez Volador, Antología 2009 SADE Delta.
• Antologías 2010 de SADE Delta y
del Círculo de Escritores de San Fernando.
• Antología Poética Chile, Tomo I, de Poetas del Mundo Unidos por la Paz , 2011.
• Antología del Círculo de Escritores Atilio Betti, de Cuento y Poesía,
2011.
• Cuentos para Niños, Antología de SADE Delta de cuento y poesía,
2011.
Premios otorgados por sus colegas
escritores:
• Orden del Juglar, SADE
Delta, 1988.
• Medalla al Mérito, Círculo
de Escritores Atilio Betti, San Fernando, 2009.
• Escritora Emérita, SADE
Delta, 2011.
Obras en libros:
• Diez autores en busca de un lector, de Carlos Pereiro Editor, 1987.
• Mar Dulce, poesía,
Ocruxaves, 1988.
• Del gaucho y otras yerbas,
poesía, Ocruxaves, 1991.
• La otra palabra, selecc. de cuentos concurso AVON, Editorial
Biblos, 1988.
• Cuentos de Hadas - Fairy Tales, Ocruxaves, 2000.
• Por siempre Grecia, poesía, Ocruxaves, 2001.
• Black 47, relatos, Ocruxaves, 2005.
• Historias del más allá, relatos, Ocruxaves, 2009.
EL
HOMBRE Y EL ROBOT *
de Liliana
Susana Doyle ©
Igual que un robot / sin piel.
Eladia Blázquez
Como un
robot sin piel
ni
sentimientos
que va
ambulando, autómata,
en la vida,
con la
máscara fría de la muerte,
la
insensibilidad a flor del hueso.
Como un
robot humano que desgasta
fibra tras
fibra un íntimo universo.
La mirada
sin sangre se detiene,
se estupidiza
y fija en lo innombrable,
se estanca
en la quietud de lo vacío,
de la vida
vaciada de sustancia,
de la vida
sin meta ni futuro,
de la lenta
maraña de lo oscuro
que carcome
por dentro.
Como un
robot con ojos de silencio
que se
pierde en la sombra.
Como un eco
de inefable
sustancia de infinito
que no
recuerda nada de su origen
misterioso
en el cósmico universo.
Como un
robot sin piel, sin huesos, nada.
Como
autómatas fríos, indistintos,
burda copia
fugaz de un ser eterno,
descendiendo
en la muerte, aún con vida,
por olvidar
la gracia de estar vivos,
de ser
fibra y raíz, carne y destello.
* Primer
Premio Juegos Florales Juglarescos de San Fernando, 1984 (jurado, entre otros,
Atilio Betti). Fue escrito como un alegato contra la droga.
HOY *
de Liliana
Susana Doyle ©
Estoy aquí,
frente a un café,
ordenando
mi vida.
Clasificándome
mi pensamiento
para
nombrar imágenes dispersas,
hechos
difusos del ayer y el hoy.
Del hoy que
ya es mañana.
Busco mi
imagen entre los espejos
porque no
aprendí todavía a conocerme.
Este hoy
parece cierto,
parece algo
seguro
y sin
embargo
nuestro
destino no nos pertenece.
Queremos
erigirnos en sus dueños
y olvidamos
a veces
que el
absurdo se instala en nuestras vidas
o que se
abren las puertas del misterio
en un mundo
de breves apariencias.
Hoy:
palabra fugaz.
Rincón de
tiempo
que se
sienta a mi mesa.
* Segundo Premio Juegos Florales Juglarescos de San Isidro, 1983.
UNA HOJA
DE HIERBA, Y EL UNIVERSO *
de Liliana
Susana Doyle ©
Ínfima hoja
perdida en la distancia
de lo verde
infinito. No eres nada.
Solamente
un remedo de la vida
varia e
inmensa, palpitante, activa.
Allí, en lo
más pequeño, está la vida.
Allí, en lo
más humilde, en una brizna
comparable
a cualquiera de nosotros,
fugaces
máscaras entre millones.
Orgullosos
muñecos de una raza
que se
pierde en el tiempo.
Engreídos y
ufanos, nos llamamos
los seres
superiores. Olvidamos
la efímera
sustancia que nos forma,
las
miserias y lágrimas que encierra
la humana
condición. Somos tan sólo
un minuto
de tiempo en lo infinito,
un pequeño
sonido, un débil eco,
de una
innombrable voz.
Somos tan
poco, y tanto,
como la
humilde hierba.
Un minuto
de sangre pasajero,
como la
hierba,
para
nombrar a Dios.
* Mención Juegos Florales
Juglarescos de Vicente López, 1984.
LAURA OLALLA
Nace en Garlitos (Baja Extremadura),
España, en 1953. La prematura muerte de su padre la obliga a trasladarse a
Madrid a la edad de nueve años. Sus primeros escritos datan de su adolescencia,
época en que concluye el Bachiller Superior y publica su primer relato navideño
La Huerfanita (autobiográfico) en Ráfagas Hospitalarias. Sus primeros
pasos poéticos los da con la Asociación Prometeo. En 1995, ofrece su primer
recital en la ADEYA ,
que le otorga su medalla de “Nueva Gente”. En 1996 obtiene los premios
“Alcaraván” y “Dulcinea”. Ese mismo año, la colección Torremozas selecciona e
incluye una muestra de su poesía en el volumen de Voces Nuevas. En 1997,
publica su primer libro, Estirpe de
Gacela (Beturia Ediciones) y obtiene el premio “Provincia de Guadalajara”
con su libro En un rincón cualquiera de
la casa. En 1998, obtiene el Premio “Río Ungría” por su poema Como una niña asustada con lágrimas en los
ojos. En el año 2000, y por unanimidad del jurado, se le otorga el Premio
“Ciudad de Mérida” por su libro Laberinto
de agua. En el año 2001 le es otorgado un accésit del premio Fray Luis de
León (Ávila) por su poema Madrigal para
un amor ausente, siendo becada ese mismo año por la Fundación Valparaíso
(Málaga). En el año 2004, obtuvo el
premio “Mi Casa” por su poema Yo soy como
una casa (Ciudad de Alalpardo, Madrid). Ha participado en varias antologías
poéticas: Extremadura desde la ausencia (Junta de Extremadura 1997). Goya y los
Poetas –Forum Artis– año 2000-; Poetas de la Extremadura Exterior
(Sial, 1900-2010). Raíces de Papel (Ediciones Cardeñoso, 2011). Maratón de
escritores (Netwriters, 2011). Ha colaborado además en diferentes revistas
literarias; entre ellas, la revista Moiras de la Concejalía de Mujer de
Rivas; Arboleda (Palma de Mallorca); Claves Líricas Digital y Tirano Banderas
(Escritores en Red, A.M. de Bradomín, Madrid). Es miembro de la Asociación de
Escritores y Artistas Españoles; de la Asociación Cultural
Beturia (Extremadura); de la Asociación Cultural Literactúa, Rivas, y lo fue
de la Hispana
de Escritores, Madrid. Ha recitado en el Ateneo de Madrid, casas regionales, centros
culturales, radio “Rincón Literario” de la UNED ; en el programa radiofónico de Cristina Yela y en TVE (cadena del
Arzobispado de Madrid), entrevistada por la periodista Belinda Washinton. También
fue presentada por el Poeta Libra, en junio de 2010, en Follas Novas,
Compostela - A Coruña.
Apasionada también por las artes
plásticas: carboncillo, conté, ceras, sanguina, acrílicos, óleo, técnicas
mixtas, ha intervenido en exposiciones conjuntas: Excmo. Ayuntamiento de
Daganzo (2001-2002).
INEVITABLE...
de Laura
Olalla ©
Le di la
hora y me tomó el día.
Esparció mi
recreo por el Támesis;
amalgamando
lava muy caliente
construyó
el molde de su hechura; le
dio forma
de rescate
y me invitó
a la fiesta.
Hoy sueñas
lo que no razonas,
del
inconsciente imperativo,
alargas la
memoria sin saberlo
y mientras
duermes
dilucidas
tus tiempos.
Sales de mí
para volver a ti,
pensamiento
que frena la armonía,
te reclamo
lo que jamás tuvimos:
el amor de
los otros.
En tu
festín de abúlicos no podrás
conocerte,
despierta, corazón,
que por ti
yo me reconozco.
Siempre
hablando manejas la palabra,
no tires de
mis sueños emblemáticos
que
romperás la cuerda.
Viniste
porque te esperaba, sí,
pero el
mayor desprecio tu respeto
me lo hizo.
Sólo tuya
en el círculo del viento,
desde el
principio de los siglos siempre;
tuya desde
mi origen de gacela,
de garza
enamorada,
de aurora
cristalina. Siempre tuya.
Seguridad,
estímulo, ternura...
expandiré
el secreto.
El mirlo me
trae tu mensaje, el
de los
labios templados y la fruta secreta.
Si los
pájaros blancos te preguntan por mí
desde el
cielo sereno de tu paz
diles que
todavía estoy muy lejos.
Entre mares
de espuma.
Amaneció tu
alma en mi regazo
cuando
buscaba
el aroma
tan sólo de una flor.
Posaste tu
simiente en mi semilla
y apareció
una rosa.
La misma
que perfuma mis –tus– días.
LAS
MANOS
de Laura
Olalla ©
Herida la
palabra
bajo redes
de miedo que mutilan los labios,
va latiendo
desnudo en su cintura.
Se hace
guía la tarde que recobro.
Se suceden
las voces que me instigan:
¡atrévete a
mirarlas!, ¡atrévete a mirarlas!
(acaso sean
ellas la esparcida simiente...).
Temerosa,
abrevando el soslayo de un círculo,
recorro
todo el tacto de su anhelo.
Impacientes
y trémulas las manos
han llorado
esta noche
el más puro
silencio
del
instante que muere.
GASTÓN MARZIO
(Olivos,
Provincia de Buenos Aires, 1975). Poeta, estudiante de Filosofía. Ha trabajado
con Agustín Romano e Isabel Llorca Bosco en sus respectivos talleres de
filosofía y de poesía.
Su libro Poemas
desconsolados fue publicado este año por El Hilo y el Laberinto Ediciones.
Algunas
de sus obras poéticas también han sido publicadas en revistas tales como: Con
Voz Propia, de Analía Pascaner; AERA –revista de poesía– y Azul y Palabras (gruposyahoo.com), de Alejandro
Drewes; Polis Literaria, blog literario de Isabel Llorca Bosco, Agustín Romano
y Héctor Zabala; Pluma y Tintero, de Juana Castillo Escobar (Madrid, España) y
Vuelo 21, publicación digital del doctor Alfredo Hermann.
de Gastón Marzio ©
Pronuncio una palabra
y abro el silencio.
Inefable sos y estás consubstanciado
con todas las cosas.
La poesía nombra el cuerpo y a los dioses,
la materia y lo informe,
el mito y lo sagrado.
Somos un ave que pasa.
Somos la palabra ausente.
Somos las palabras en las cosas.
Somos un juego del lenguaje.
Un juego de la poesía.
Siempre el arte está creando algo nuevo.
Siempre el poema vislumbra el futuro.
Y los poetas nombran lo innombrable.
Aseveran una realidad que existe en sí misma
y que es producto del sentimiento humano.
Los recuerdos no se pierden en la poesía,
y las palabras oyen,
y los recuerdos hablan.
Y las personas habitan en un país que no les es extraño;
en un mundo que les da un hábitat, un sentido, una trascendencia.
La poesía es esa mujer que nos espera en su habitación.
Y es el pan y el vino de Heideger.
La poesía es el signo puro que el lenguaje permite.
La `poesía es cuando nacemos, cuando empezamos a hablar,
es el mundo fantástico que vivimos de niños
y el exilio luego.
La poesía es un retorno a lo sagrado.
La poesía es la infatigable artesana del ser.
PROFUNDIDADES
de Gastón Marzio ©
Escribo un poema sobre las profundidades del mar,
del mar de tu cuerpo,
que en un abrazo nos veamos fuera del mundo
para que nos veamos sin él.
Ser los primeros Adanes,
los que ponen el nombre a las cosas,
los que comienzan el tiempo cuando se conocen.
Ser lo que permanece en su ser,
ser infinitamente nosotros,
siempre nosotros, profusamente nosotros
y el mundo que estará impávido,
con esos hombres que no penetran en las oscuridades,
en los profundos meandros del amor.
Amémonos sin presupuestos,
sin principio de razón suficiente,
Amémonos por sobre todas las cosas,
sin temores de abismos.
Amémonos sin fundamentos, sin porqués, sin excusas.
Amémonos sin ideologías, sin religión,
sin mariposas, sin humanismos, sin hombre nuevo,
que si el mundo se destruye,
yo me quedo con vos.
LUIS WEINSTEIN
La biografía de este escritor
chileno se encuentra en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 33, de marzo de
2011.
FABULILLAS INCONCLUSAS
(Selección)
de Luis Weinstein ©
La fábula es, entre
otras cosas,
un posible lugar de
encuentro
de lo poético y lo narrativo,
de la ética y de la
creación,
de la búsqueda y del
encuentro,
de la certeza y del
misterio,
del amor y el desapego…
La fabulilla es el
ademán
de acercarse a la
fábula.
El reconocer que son
inconclusas
es sólo una advertencia
amistosa
y, esto en secreto, la
confesión del deseo de
convertirlas, en el
curso de las lecturas,
en puntos de partida de
nuevas y
mejores fabulillas,
imaginadas… escritas
por las y los
improbables lectores
EL SABIO
Y LA MAGIA
de Luis Weinstein ©
Subía la montaña. Sentía su cuerpo, denso,
cierto.
El aire era puro, frío como
una verdad cortante de tan
tremendamente certera.
De súbito, lo vio. Altas las orejas,
celeste los ojos,
la observaba, amable, el conejo
rosado.
Se entendieron en forma instantánea.
No sabemos cómo, pero el conejo
rosado
empezó a caminar por una senda, tal
vez inédita,
que se iba abriendo sola, a su
paso... y ella lo siguió,
sin vacilaciones, como si se tratara
de confiar
en un conocido de siempre.
Tengo un invitado que desea
conocerte,
dijo él, también con naturalidad,
aparentando
ser un ser bien versado en la
comunicación humana.
La nieve, a pocos metros sobre ellos,
parecía tranquila,
expectante, un cóndor voló por
encima, lento,
como observando con atención.
El conejo rosado le hizo un leve y
muy correcto
gesto de saludo y el ave prosiguió
su ruta, moviendo
las alas al modo de un aviador diestro
y alegre.
Tengo un invitado que desea hablar contigo,
insistió el conejo. Ella vio como
la boca de una madriguera se ensanchaba,
se adaptaba a su cuerpo, tomaba la
forma familiar
de una puerta hospitalaria.
El conejo la precedió en entrar a
una habitación
en que reinaba una temperatura
agradable y parecía
presidir una figura... que ella
reconoció de inmediato.
Eres el ser sabio, le dijo.
Sí dijo él, el tuyo...
El conejo rosado se subió a las
rodillas del ser sabio.
Ella sonrió y el conejo desapareció
en su sonrisa.
Esa no es la magia, dijo el ser
sabio,
como si estuviera siguiendo su
pensamiento.
La magia, continuó afirmando, es el
regalo de existir…
la montaña, los conejos, los cóndores,
los humanos,
el tiempo, el mensaje del sol a la
tierra, el nacimiento de los niños...
Ella agradeció el regalo del
recordar el gran regalo,
siguió mirando la cordillera nevada,
escuchaba el silencio,
sentía el aire puro y la indudable
presencia de su cuerpo.
de Luis
Weinstein ©
Este
universo está lleno de sorpresas…
(¿Los otros
no son así?)
Es que los
que conocemos están en éste…
Por ahí va
una gran sorpresa.
Se dijo: “Ver
el universo en un grano de
arena. Y el
cielo, en una flor silvestre.”
(¿Entonces,
hay también granos mágicos
de tiempo?)
Por cierto
hay personas que se asoman a
un espacio,
entregan momentos altos de
amistad, de
diálogo, de visión, se van.
presurosas,
como las golondrinas, pero su
recuerdo,
grano de tiempo, es como una
suma de
intimidad y firmamento.
HALLAZGO
Y COMUNICACIÓN
de Luis
Weinstein ©
Había una
vez una maga…
Detenía el
tiempo para observarlo,
convertirlo
en conejo y preguntarle si
asumía el
mundo del quizás.
Había esa
vez una maga…
jugando con
parsimonia entre la certeza
enorme y la
incertidumbre apenas rosada.
Esa vez la
maga miró, cómplice, al conejo,
invitándole
a escuchar el balbuceo
generoso
del tiempo.
Esa vez, el
tiempo bailó confiado con la
incertidumbre.
Mientras el
conejo ariscaba la nariz ante
esa y otras
certidumbres,
sin dejar
de ser amigo de una maga.
AMALIA ABARIA
(Ciudad
de Buenos Aires, Argentina). Su nombre completo es Amalia Mercedes Abaria. Es poeta,
socióloga e incursiona en la pintura. Ha publicado dos libros de poemas: Del lado de la vida (1984) y Caminos (2009, Botella al Mar).
POR QUÉ AMO ESTE PINO
de Amalia
Abaria ©
Por qué
amo este pino… y aquel otro
sino por
la espera perfecta de sus ramas de ángel.
De abajo
suben abiertos hacia el cielo
y luego
caen
sus
extremos, sus tramas vegetales, vencidas como flechas
hacia el
suelo.
Paraíso
desplegado en plumas o terciopelos verdes
que allá,
se enciende,
en el
fondo de su corazón
el
susurro lento de su savia espesa.
En la
tensión secreta de su rugosa piel
está su
herida,
huella de
una luz cerrada por el mundo,
solo, el
pino,
como el
hombre herido,
clava su
mirada en el arpa infinita de la noche
y no
puede escapar ni de la lluvia
ni del
viento.
Y se
queda callado.
Pero el
pino, perfecto, anónimo,
solo como
el hombre que sufre,
abre sus
manos de remanso
y toca,
besa, ama, vive.
Hay
silencio.
PEDRO VERA
(Trinidad)
Nací (o me nacieron que diría
Unamuno) en Águilas (Murcia, España) un 13 de mayo. Profesor de Filología
Francesa. Entre los 70 y los 90 he colaborado como corresponsal del diario La Verdad de Murcia, en
Águilas. He participado, a través del Ateneo Aguileño de las Artes y las Letras
en las publicaciones: 3º y 4º Encuentros de Poesía. Me autopubliqué en 2002 el poemario
Carmen. Participo en la Antología de Poetas Extremeños “La Niña Bonita ” con la Editorial RumorVisual
de Cáceres (2011).
Participo en la Antología Universal Poetas del S. XXI (2011). Colaboro como coordinador del ciclo de
recitales “Poesía en el hall” del Auditorio y Centro de Congresos Infanta Elena
de Águilas. He organizado, como Embajador de buena voluntad a través de MPI de
República Dominicana, el 1er. Festival Internacional de Poesía “Grito de Mujer”,
en Águilas (Murcia) 2011. He dirigido, como ponente, a través del CPR de Lorca,
distintos talleres de poesía para docentes en el CEIP Mediterráneo de Águilas.
Escribo comentarios para
exposiciones de pintura a diversos pintores.
Participo en la publicación del
libro 50 Aniversario de Font d'Art de
Onteniente (Valencia) de la que soy socio. En esta misma asociación tengo en
marcha un incipiente Taller de Poesía que espero ver crecer. Como socio de
Milana Bonita, Paco Rabal en el Recuerdo coordino anualmente las veladas de
trovos que se vienen celebrando desde la fundación de esta asociación.
Tengo en imprenta mi próximo
trabajo, el poemario Es hora de soñar.
…
ENCUENTRO A LEVANTE
de Pedro
Vera (Trinidad) ©
Te muestras con la noche
y llenas de
incertidumbre mi vida.
Siempre dispuesta mi atalaya
te trae a
sus ventanas abiertas
(de par en par)
para
conversar…
…
El sábado escuché tu mensaje
lumínico,
breve, escapado a Levante
donde siempre me esperas.
A veces no te veo, pero te siento.
Te siento oculto a todos
(y a
mi).
A veces, imprecando tu abandono,
estrello mi
enojo contra el aire,
contra la
brisa del mar
… y contra mi
conciencia.
Sabes que no desespero. Te aguardo.
Sé que llegará el momento
cierto,
como la vida…
que
espero.
YO
QUISIERA…
de Pedro
Vera (Trinidad) ©
Yo quisiera
ser pirata
y ver tu
barco en el mar
para con
cables de plata
arrastrarlo
entre las olas
hasta mi
humilde fragata.
Una vez ya
rescatada
y a salvo
del temporal
no pediré a
cambio nada
excepto
verte feliz
a mi lado
recostada.
Porque tu
cara es reflejo
que no deja
de cegarme
y en ella
quiero mirarme
como si
fuera un espejo
y en su brillo
recrearme.
¡Y que
decir de tus ojos
de un azul
que al cielo ofende!
Ebrio vivo
sin beber
desde que
te he conocido
porque al
verte aparecer
olvido
cuanto he sufrido
y me siento
renacer.
Mis noches
eran anhelos
grises mis
amaneceres
ahora todo
son desvelos
y mis ojos
dos bajeles
que van
surcando los cielos.
Quisiera
ser bucanero
y volver de
nuevo al mar
para
examinar el cielo
y
recorrerlo en suave vuelo
si te
volviera a encontrar.
SAMUEL LIJOVITZKY
Nació en Rosario, Provincia de Santa
Fe, Argentina, el 30 de agosto de 1945. Vive en Nazareth Illit, Israel, desde
octubre de 1987. Casado, tres hijos y dos nietos, escribe desde los quince años
de edad. Tiene publicado cuentos y poemas en varias antologías. Ha pertenecido
a dos talleres literarios, tiene editado en discos cuatro libros de poemas y
cuentos, así como tres novelas. Actualmente se encuentra abocado a su octavo
libro de cuentos.
ALMA VACÍA
de Samuel
Lijovitzky ©
Comprendí
el silencio, cuando en torno mío nada me quedaba,
estaba
vacío
No escuché
palabras, no escuché sonidos, ni el trinar de un pájaro,
ni el
llanto de un niño
Miraba las
cosas en forma distinta, revivía horas
que estuve
contigo
Compartimos
días, noches de verano, y miramos juntos
amaneceres
fríos
La lluvia
cayendo, el sol se ponía, mientras caminamos
por playas
vacías
Te busco en
mi mente, te grito mis penas, el eco me dice,
se fue de
tu vida
Te ato a mi
sombra, te propongo juegos, mirando tu rostro
te digo “te
quiero”
Me trajo
tristezas, un adiós dolido, te fuiste una noche,
y me quedé
vacío.
CAMALEÓN
de Samuel
Lijovitzky ©
Caminaba cabizbajo. La torrencial
lluvia empapaba su viejo y gastado impermeable. Levantó la cabeza al llegar a
la esquina. Miró hacia todos lados, las calles estaban desiertas. Entró en el
bar. Se sentó junto a una ventana. El reloj en la pared marcaba las 23. Le
quedaba todavía una hora de tiempo hasta la medianoche. Patricio Flores había pasado
la barrera de los treinta, su trabajo en la sección especial de la policía lo
llevaba cada día a transformarse en un personaje diferente. Siempre pasaba
desapercibido en cualquier lado. Las investigaciones realizadas habían dado sus
frutos, pudiendo poner a disposición de la justicia a jerarcas dedicados al
tráfico de mujeres, drogas, juegos prohibidos y falsificación de dinero.
Políticos corruptos recibían plata que depositaban en bancos extranjeros bajo
nombres falsos. Los fue desenmascarando uno a uno. Tuvo que esconderse
repetidas veces, cambiar de nombre. Su jefe era el único que conocía su rostro
y paradero. Cuando creía haber fracasado en un intento de capturar a algún
sospechoso, encontraba una salida para que la investigación tuviera éxito. Situado
frente al bar se encontraba un club nocturno. Había trabajado tres meses como
barman, consiguió instalar micrófonos y cámaras, de esa manera se podía grabar
y escuchar todo lo que sucedía dentro del local y además se podía observar los
rostros de los que noche a noche lo frecuentaban como así también los que
entraban por la puerta trasera para no ser vistos. Esperaba impaciente. Su jefe
debía llegar. La alerta estaba dada. Los hombres, a la espera de la orden para
actuar. Bebió otro café. El cenicero estaba repleto de cigarrillos a medio
fumar. Entro una mujer, se miraron, le hizo una seña imperceptible, su jefe
había llegado. Se levantó, fue hasta el teléfono público, hablo unos instantes.
Al regresar a la mesa, la mujer se había sentado cerca de él. Pidió otro café,
la mujer conversaba animadamente por el celular mientras escribía en una agenda
de mano. Un trozo de papel se le cayó al piso. Él lo alzo y se lo entregó,
hablaron en código. Ambos sabían de qué estaban hablando. Se detuvieron en la
puerta dos vehículos, descendieron hombres armados vestidos de negro, sus
rostros cubiertos con capuchas. Patricio se levantó, dejó dinero sobre la mesa.
La mujer lo siguió instantes después. Sacó el arma de su bolsillo. Penetró en
el local junto a las fuerzas del orden. Se escucharon disparos, gritos
histéricos, corridas. Minutos después el operativo había terminado. Se acercó a
su jefe, hablaron unos instantes. Atravesó el local, desconectó los aparatos
que había instalado, serian desarmados luego, salió por la puerta trasera. A
los sospechosos se los llevaron detenidos en vehículos policiales. Caminó bajo
la copiosa lluvia. Su automóvil se encontraba en un lugar oscuro. Condujo por
calles laterales hasta su domicilio. Detuvo el vehículo en el estacionamiento subterráneo,
subió hasta el piso que habitaba. Puso la alarma al entrar. Se dirigió al
dormitorio. Se sentó frente al espejo. Sus ropas mojadas caían al piso. Se quitó
la gorra, la peluca, el largo cabello negro cayó sobre sus hombros. Se saco la máscara
de látex que ocultaba sus rasgos femeninos. Se liberó del corsé que oprimían
sus pechos. La ducha caliente revivió su cuerpo haciendo desaparecer el frío
que había sentido. Patricia Flores hacia diez años que hacia ese trabajo. Su
marido había sido también miembro de la brigada. En un operativo fue herido de
gravedad, una bala había penetrado en su cerebro. Había perdido por completo la
memoria, se encontraba internado en un hospital psiquiátrico. Se acostó, miró
el techo por unos instantes, apagó la luz. Pensó en el personaje que tendría
que interpretar al día siguiente. El haber estudiado teatro le había ayudado
con el maquillaje, las máscaras y el vestuario para caracterizarse. Al cerrar
los ojos la imagen de su esposo se le apareció de repente. Se durmió con un “te
extraño tanto, amor mío” en los labios. Estaba contenta del éxito obtenido en
el operativo, el camaleón había triunfado nuevamente en su tarea.
DÍA DE COMPRAS
de Samuel
Lijovitzky ©
La siguiente historia es parte de la
vida cotidiana.
Cualquier semejanza con la realidad
queda a entero juicio del lector.
Entré al supermercado. Saqué el
carro. En el bolsillo tenía la lista que mi esposa había confeccionado
detalladamente. Me coloqué los anteojos y me dispuse a leerla. Debía fijarme
muy bien la fecha de vencimiento de la leche y del queso para untar. El
detergente para el lavarropas era de color azul y tenía un bebé en la etiqueta.
El queso cortado de bajas calorías venía en un envase de plástico cerrado. Las
aceitunas negras debían ser grandes y sin carozos. El atún en lata, con agua,
no con aceite. Las facturas rellenas únicamente de chocolate. Las verduras y
las frutas en las cantidades anotadas.
Iba como un autómata de góndola en
góndola buscando los productos. En cada stand ofrecían nuevos productos con
precio de oferta “compre uno, el segundo es a mitad de precio”. Había también
fiambres, quesos y otras exquisiteces para degustar. Un poco de acá, otro poco
de allá; era el perfecto aperitivo antes del almuerzo. Había concluido con la
lista cuando mi querida y amada esposa me llama al celular. En ese momento me
había detenido en el bar del supermercado, estaba comiendo un exquisito
sándwich con salchichas dentro de una baguette. Ella se dio cuenta de que tenia
la boca llena de comida. Con una voz dulce me dijo:
–No comás porquerías. Estoy
preparando el almuerzo. Después la que come las sobras que quedan de la semana
soy yo y no vos. ¿Te falta mucho?
–No, ya terminé con la lista, pago,
cargo las cosas en el auto y voy para casa
–Está bien, apurate, en diez minutos
más la comida estará lista, no quiero comer sola, ni que se enfríe, ¿me oís?
–Sí, querida –le conteste con voz
calmada. El sándwich no me estaba cayendo bien. Iba a cortar la comunicación
cuando me dijo:
–Ah, me olvidé de anotarte dos cosas
más
–Sí, ¿qué querés que te compre? –le
pregunté tomando la birome
–Una caja de 32 O.B. color celeste y
una caja de Alldays color lila, que diga normal. ¿Anotaste las dos cosas?
–Si… querida… anoté… escu… Había
cortado la comunicación antes de que pudiera preguntarle algo. Me dirigí a la
sección donde venden esos productos, me paré frente a las estanterías. Tomé el
papel y leí lo que me había pedido. En ese momento una mujer paso a mi lado. Al
ver lo desorientado que estaba me preguntó:
–Perdón, ¿busca algo en especial y
puedo ayudarlo?
Le tendí la hoja y le mostré lo que
mi esposa me había pedido. La mujer colocó dentro del carro la mercadería, le agradecí
por su atención. Llegué a la caja, coloqué todo sobre la cinta transportadora.
Presenté la tarjeta de descuento. La cajera era una mujer joven. Al ver los dos
últimos artículos que había comprado, me miro y sonrió.
–Mi esposa se olvido de comprarlos
la semana pasada.
–Y sí –me dijo más sonriente todavía–, a cualquiera le puede pasar, ¿no?
Me preguntó si quería algo de las
ofertas, le dije que no, aboné la compra con la tarjeta de crédito, coloqué
todo dentro de bolsas blancas y salí del supermercado. Coloqué todo dentro del
baúl del automóvil. Salí del estacionamiento. Metros más adelante había ocurrido
un accidente. No tenía otro camino por donde salir. Escuché sirenas, apareció
una ambulancia y dos automóviles de la policía. Me armé de paciencia. Encendí
la radio. Apagué el motor y esperé. Instantes después mi celular sonaba.
–¿Adonde estás? –la voz dulce de mi
esposa sonando en mi oído.
–En la salida del supermercado. Hubo
un accidente. No me puedo mover ni para atrás ni para adelante. Además, la
ambulancia y los autos policiales cerraron la salida.
–¿Compraste todo lo que te pedí?
–Sí, querida.
–¿Me trajiste también los diarios?
–Sí, querida.
–Bueno, apurate, querés. La comida
está lista. No me gusta comerla fría.
–Sí, querida.
Minutos después despejaban la zona.
Tomé rumbo de mi casa. Pasé por la casilla de correo a retirar la
correspondencia recibida. Detuve el auto en el estacionamiento del edificio.
Bajé las cosas y las subí hasta el departamento. Al abrir la puerta vi a mi
esposa sentada en el sofá del salón mirando la televisión y pintándose las
uñas. Llevaba puesto un salto de cama, ruleros y el rostro lleno de una crema
antiarrugas color verde. Guardé las cosas en la heladera, nos sentamos a
almorzar.
–¿Te puedo pedir un favor, la
próxima vez que vayas al supermercado, podés ir más temprano?
No tenía ganas de ponerme a discutir
con ella, lo único que atiné a decirle en ese momento fue:
–Sí, querida.
JORGE ANTONIO GAVIOLA
Vive en Mendoza, Argentina. Posee
estudios universitarios incompletos en el Instituto Superior de Formación Docente
San Pío X (hoy Pablo VI) en Ciencias de la Educación , Ciencias Filosóficas y Ciencias de la Religión y en la Facultad de Ciencias
Económicas de la Universidad
Nacional de Cuyo. Ha desarrollado tareas administrativas y
contables durante treinta años y realizado cursos de capacitación en el área cooperativa
e iniciación apícola (estudios de la naturaleza).
Es autor del libro Valores del Ser y ¿Se puede Trabajar por la Justicia ?, que se encuentra inscripto en la Dirección Nacional
de Derecho de Autor bajo el registro 92796 y número de inscripción 388603.
De esta obra, el mismo escritor
dice:
“…intento exponer conceptos, diferenciando a estos de meras opiniones.
Lo expreso de esta manera, ya que el lector me concederá o no tal ‘autoridad’.
Interpreto que lo expuesto, se encuentra avalado, en razón de poseer un
elaborado análisis de nuestra realidad, y a partir de esta situación apuntar a
las causas que perturban, provocan desequilibrios en el ámbito social y
económico.
Los valores del Ser, en dos sentidos, como
sujeto en alma y espíritu, porque para que una cosa sea (cosa no como
objeto, sino como persona) primero tiene que SER. Y Ser como verbo, como acción
de vida del sujeto.
En la justicia, no siempre el marco legal que la contiene es sinónimo de
legitimidad. Este marco legal, se encuentra diagramado, estructurado, no
siempre partiendo de verdaderos principios éticos.
Los gobiernos, apropiados de los Estados, planifican en como deberían
desenvolverse las personas, en su vida civil, en su actividad laboral, las
cuales deben someterse a la normativa vigente. Por lo tanto, cumpliendo con la
ley, la norma legal, el derecho positivo, se cumple con la justicia.
Por ello el título de este libro, ¿Se puede trabajar por la justicia?,
sin la necesidad de un sistema legal que lo regule. Nosotros necesitamos una
norma que nos marque el camino a seguir para no transgredirlo. ¿De esta manera
se evitaría la anarquía?”
Fragmento del libro:
“Es una denuncia a un sistema
económico-social, corrupto, instituido por la misma sociedad y apoyado por los
gobierno de turno, producto de una terrible tergiversación de valores,
privilegiando los valores monetarios en detrimento de valores como la
responsabilidad, la conciencia, la ética.”
RODOLFO VIRGINIO LEIRO
Nació en
Junín, Provincia de Buenos Aires, Argentina, el 2/5/1921. Vive en la ciudad de
Buenos Aires (barrio de Boedo), desde principios de los ‘40, por lo que se le
considera boedense por adopción.
Diversos
poemas, glosas y artículos fueron traducidos a los idiomas quechua, mapuche,
italiano, inglés, portugués y asilados por medios literarios de Argentina,
España, Italia, Guatemala, Estados Unidos, Uruguay, Perú, Cuba, Brasil, Chille,
Colombia, Israel, Canadá, China, Rusia, Palestina, etc.
Cuentos: Dátiles de arcano (macabros); Brevas de ocio (costumbristas);
El anillo de Agatha; Cuentos memorables.
Cuentos infantiles: Marianito; Mis biznietos; Joaquín (en CD).
Poesías: Auras y Estrías; Arlequín de estopa; Rimas en la fronda; Gotas en la
piel del surco; Clámides de nenúfar; Imágenes I a XII; Selección poética;
Duendes y Nelumbios; Poemas olvidados; Númenes cautivos; Mazorcas adultas;
Pañuelo de Bohemio; Verbos estallados; Cantos postreros; Trapecio de
proverbios; Páginas ocres; Prismas de gualdas; Estros perdidos; Rimas
insolentes; Apenas una sonrisa (sonetos en lunfardo); En Lunfa (poesías en lunfardo); Poesías desechadas (en CD); La rebelión de los verbos (inédito).
Novelas policiales: La
Ladrona ;
Confabulación; Violeta.
Novelas costumbristas: Juan S. Juan; La silla; Una dama en la
bañera; La Patota ;
Nacosa.
Otras novelas: La revelación (esotérica);
La adúltera (realista).
Ciencia ficción: El hombre que ha perdido la cabeza; Sondas de
enigmas (integra cuatro novelas).
Una ciencia ficción diferente: Helenio; Julia; El Ninfómano; El Reloj; Un
espejo sin imagen; El trasplante; Un disco color plata; Helenio otra vez; El
drama de Mónique Boudet; Homo Bonsai.
Diversos: Boedo – postales del ayer (glosas); Cuentos y glosas (glosas y cuentos diversos); ¿Vivir es un privilegio? (narrativa filosófica); Perón y el derecho de ser libre (narrativa);
Cachimba – una vida dedicada al teatro
independiente; Evaristo – Historia de un hombre de campo; La sentencia (policial).
En CD: Cartas a don Emilio Franco; Prólogos, glosas, artículos, poesías;
Magazine; Cartas a don Antonio Ismael Franco.
Para
revistas, bibliotecas y entidades literarias, se pueden solicitar algunos de
sus libros a su correo electrónico, debiendo consignarse la dirección para su
remisión sin cargo alguno.
Rodolfo
Leiro ha sido integrado a una veintena de antologías y ha recibido numerosas
distinciones y reconocimientos, tanto en la Argentina como en el
exterior.
AÚN
(de “Esquinas bohemias”)
de
Rodolfo Virginio Leiro ©
Soy en la
noche triste, todavía,
un pedazo
de estrella reluciente,
un
corazón abierto, complaciente,
que ilustra
cada pátina del día;
este
viejo cansancio de mi vía
deviene
de vil páramo incipiente,
como una
seca boca, sin un diente,
que de
antaño, mi lira, perseguía;
no pudo
deshojarme, mi osadía,
que de
una augusta rosa devenía
se elevó
como un bardo penitente
o un loco
en su letífica insanía,
que
cansado de amar, te seducía,
con un
beso de rimas en tu frente.
PORCELANAS
de
Rodolfo Virginio Leiro ©
Aquellas
horas de grácil porcelana,
cuando
era eterno rosal de la alegría,
el mundo
desglosaba en fantasía
y el
color eran horas de solana;
correr y
brincar cada mañana
despeinando
los bucles de mi día,
las
flores con su rara geometría
y la risa
hedónica y temprana;
el
ansioso cristal de mi ventana
y la voz
de mi madre, grácil pana
enrolada
en un grial de melodía
que
aventaba mi clásica galbana
como un
diario concilio de su diana.
¡Era
dulce mi madre y era mía!
SUPLEMENTO
DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 53 –
Junio de 2012 – Año III
ISSN 2250-5385
Exp. 967627, Dirección Nacional de Derecho de Autor.
Propietario y Director: Héctor R. Zabala
Av. Del Libertador 6039 (C1428ARD)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
Corrección general: Prof. Liliana Lapadula
Felicito tu hacer Héctor!
ResponderEliminarGracias por los envíos.
Muy interesante lo que hacen
ResponderEliminarun abrazo