SUPLEMENTO
DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 56 – Marzo
de 2013 – Año IV
ISSN 2250-5385
Inscripción
gratuita como LECTOR
si escribe
a zab_he@hotmail.com
indicando nombre
y apellido, ciudad y país
(se le avisará
cada nuevo número trimestral).
Sumario:
• Carlos LÓPEZ DZUR (Puerto
Rico – Estados Unidos)
• Estela FINCK (Argentina)
• Jimena Tierra (España)
• Ginna Vanessa PÉREZ NOGUERA (Colombia)
• Graciela GIRÁLDEZ (Argentina
– España)
• Remisson ANICETO (Brasil)
• Joaquín LOURIDO ANDRADE (España)
• Diana DECUNTO (Uruguay – Argentina)
• Alicia Alejandra ZABALA (Argentina)
• Héctor ZABALA (Argentina)
CARLOS LÓPEZ DZUR
Narrador, poeta y filósofo nacido en Puerto Rico y residente en Orange
County (California), Estados Unidos. Caribeño, con visión hostosiana y
bolivariana, es candidato doctoral en Filosofía Contemporánea en la Universidad de
California, Irvine (su biografía completa en Suplemento de Realidades y
Ficciones Nº 51 - http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com.ar/2011/12/suplemento-de-realidades-y-ficciones-n.html).
baudelaire1998@yahoo.com
baudelaire1998@yahoo.com
EL SACRÍLEGO *
de
Carlos López Dzur ©
Me
llamaron el sacrílego / utopizante
y
sólo dije, donde se pueda oírseme
clara
y poderosamente que el hombre cambia,
así
como lenta, gradual y dialécticamente
cambia
todo... cambia
la
espiga de trigo y cambia
el
grano de mostaza.
Cambia
el huevo y la gallina que muere,
cambia
la vida y continúa en la muerte...
pero
me llamaron sacrílego.
Y
fue poco lo que dije:
Que
las revoluciones son parteros necesarios
y
el dolor existe, pero sabio es
por
precario y más sabia la alegría
que
vence el odio, lo doblega antes
de
que se descubra el miedo, la amenaza,
la
codicia, la naturaleza amarga.
Dije
que el alimento es bello,
siéndolo
mucho más porque se ha sufrido
de
hambre, o de sed y por falta de abrigo.
Soy
injuriado cada vez que subo
a
revaluar la esencia de ese dominio
que
hoy ví desesperante y definí,
como
si fuese adivino:
poder
caduco, estéril.
No
por siempre llamaré su sociedad
y
su dominio, malditos.
Empoderarse
es necesario
e
imprescindible.
de
Carlos López Dzur ©
Me
van a proteger, ay carajo, me dijeron,
del
torbellino de la historia,
¡ay!
porque es violenta y loca la
Historia ,
el
matriarcado recursivo.
Es
la bruja Medea, lo nuevo siendo viejo.
Ella
fabrica las túnicas de hechizo
y
busca un vellocino de oro, y a su amante lo dota
de
recursos y lo ama, pero, quiere a su manera
(tuvo
un principio, como el huevo que querrá
de
su contradicción un gallo germinal,
una
célula que produzca lo nuevo,
un
pollo piante hasta lo eterno).
Lo
que da al esposo, el visible y material mundo
de
lo sido y manifiesto, es
por
de pronto, poco y desafiante;
Medea,
del pensamiento te pasas
al
inmundo vitalismo,
y
no te quieren.
Una
mujer de Creusa te va a dejar
sin
unidad y sin desfase;
eres
el sacrilegio y la venganza,
lágrima
inicial, esencia sin sustancia.
Eres
un vientre misterioso, eres vengativa
cuando
te vuelves ser, en sentimiento,
ay
princesa de Colchis, eres trágica
cuando
das en la túnica la quema del Olimpo,
el
cambio que es el comienzo
de
la terminación de los conflictos.
Tú
eres bruja,
cambias,
eres torbellino,
eres
angustia.
2.
Me
van a proteger de lo mágico.
Me
van a llamar Jasón,
porque
nadie tiene fe;
pero
todos tienen ilusiones
de
que se pueda reírsete en tu cara,
y
mandársete a la porra
con
las fuerzas del antihistoricismo.
Y
tú, vitalista... ninguna como tú
tan
vital y terca, dando hijos
a
quien no los ama, matándolos
para
que aprenda Jasón a llorarlos.
SOBRE EL HABER NACIDO EN EL MUNDO DEL SUBDESARROLLO *
de
Carlos López Dzur ©
...
me convencí de que la muerte es buena
(tanto
como la vida)
y
que en medio de los absolutos
el
amor viene y habla y te vincula
...
no a estancias metalógicas
del
fracaso, la injusticia, el pesimismo,
el
relativismo, lo cínico o el darse
a
la tragedia como es ésa de sacarse los ojos
para
tú mismo hacerte miserable...
sí,
ahí sí ... ¿para qué sacarse los ojos
y
no ver la luz? ... Sepamos ya
que
hay otros que vendrán
y
te los sacan cuando eres valiente
o
muy débil para combatir solo.
Sacan
los ojos
buitres
y opresores...
No
es mi caso... nací donde me enseñaron
que
hay que ser expectante y también sigiloso
ante
el tormento irremediable
y
el azar traicionero.
«No
te castigues tú.
No
te apresures a sufrir
por
los motivos vanos».
Y
todo determinismo nihilista, post-histórico
es
motivo vano ante el que se vale al menos
ser
estoico y esperar que la fe muestre sus milagros...
Hay
que tener cojones de fe,
muchos
cojones y no ponerlos todos
en
la misma canasta, porque el dizque
patriota
de hoy es el cuchillero del mañana
y
quien te da una tabla nueva
de
valores, posteriormente, con ella
se
limpia el culo.
Por
eso yo soy amigo de la muerte amistosa
de
los días, entendedor de la ruta hacia la Montaña
en
la altura... yo nací en lo que llaman Tercer Mundo
(que
es el más duro, aislado, menospreciado
de
los mundos; pero el mundo que, al final,
se
retrercha para no ser la metafísica del Estar)
tan
relativo que las palabras Dios / Luz /
Fe
/ Absoluto / pierdan su sentido,
o
se abandone el consuelo, se asesine
la
esperanza y nos dejen a todos
colgados
de realismo,
clásicamente
entendido,
sin
ojos, en tragedia.
Tal
vez yo jamás, por tan pobre e iletrado
entienda
ese realismo y todas las predicaciones
del
Siglo de las Luces y la Teoría Revolucionaria.
Pero,
desde el Tercer Mundo, donde abundan
torturadores,
guerrilleros, truhanes
que
son proveedores de droga,
contrainsurgencia,
choteo, traiciones,
también
están los más heroicos,
unos
que tienen fe y enseñan fe.
Son
los imprescindibles.
¡Qué
maravilloso es, a la postre, haber nacido
en
el tercero de los mundos,
en
el mundo de los pobres
sin
Yo vanidoso, alharaquiento,
en
mundo donde no es posible el absoluto-relativo,
lleno
de fe en el Estar publicitario.
Por
el contrario,
en
el canto al verse tirado y jodido
me
armo con el evangelio de Lázaro:
«Levántate
y anda».
Yo
nací en el tercer mundo lazarino,
donde
el padre no es pícaro que te encamina
al
muro y «rómpete la frente, pendejo».
Claro
que acá hay de todo por razón
de
necesidad malentendida
cuando
no se piensa que es más fuerte
el
estoicismo y el amor.
No.
El mundo en que nací tiene estoicismo.
Se
tiene cierto Séneca interior ultraperspectivista
que
dice (tras la estancialidad de esta pobreza real,
otrora
diseñada por miles de opresores,
todos
traidores sociales de cofraternidad solidaria,
política,
utópica, hermanante)
hay
un más allá del mundo físico o parafísico,
y
una ajena Razón que no se vende,
que
es más fiel que las promesas demagógicas
del
hombre y... en eso creo: e
n
la visión clara de la Fe
y
por eso, aunque sólo tengo hambre y miseria,
no
me suicido, no me armo de ira
por
algo tan transitorio como un pan
o
mendrugo, no vendo droga, no me enlisto
en
la guinda del ejército; no bebo para olvidar
ni
ultrajo mujeres como mi único contento.
No
voy por venganza por la historial social
de
explotado ejecutando credos de malvivientes.
Yo
creo en el que abre los mares muertos
de
la Vida ,
lanzando el rayo desde la zarza ardiente
y
en el que mata becerros de oro y mala voluntad
en
medio del desierto; me creo el cruzador de ríos,
el
hebreo más cabrón y que no adoran ídolos de Asera,
me
creo el heredero final de la Patria Verdadera.
y
sus posibles circunstancias
de
plena sustentabilidad.
*
Del libro de “Estéticas mostrencas y
vitales”.
ESTELA FINCK
Escritora argentina
residente en Buenos Aires, Argentina.
Obras publicadas:
Poesía: Humanos (Buenos Aires 1988), Humanos (Buenos Aires 2012 – 2ª edición).
Poesía (compartidas): Antología
para la libertad (Buenos Aires 1985), Veinte
poetas rioplatenses contemporáneos (Montevideo 1988), World Poetry (India 1990), World Poetry (India 1991), 100 poetas actuales (Montevideo 1993), World Poetry (Korea 1993), Poet An
International Montly (Madras, India, noviembre 1993), World Poetry (India 1994), World
poetry (India 1995),.
Narrativa
(compartidas): Colección Argentina Todo es Cuento (Buenos Aires 1991)
Distinciones:
• Finalista del
concurso nacional de poesía, organizado por el “Ateneo Sagrado Corazón” de
Barracas, Buenos Aires, Argentina (1982:); • Mención de Honor en poesía.
Concurso organizado por las Universidades Populares Argentinas y Editorial
Buenos Aires Poesía (1983); • Segundo Premio Nacional – Cuento libre - Certamen
nacional e internacional “Aldo Pedro Alessandri” Centro Numismático y Literario
Bartolomé Mitre, Azul, Provincia de Buenos Aires, Argentina (1990); • Diploma
Poeta Eminente Internacional, otorgado por la Academia Internacional
de Poetas –África-Anglo América-Asia-Europa-Latinoamérica y Oceanía (1991).
HUMANOS *
de Estela Finck ©
Un duende oscuro, con
el nombre de odio,
anda haciendo desastres
por el mundo.
Destruye la confianza,
tortura la armonía,
y le exige cordura al
egoísmo, para pintar
de miedo el rostro de
la gente.
Quiere hacer harapos la
esperanza.
Humanos… desde lo alto,
alguien nos mira,
y nos abre los brazos
en súplica de paz.
Es hora de que unamos
nuestras manos
y juntos podamos vencer
a los mercenarios de la muerte,
que desataron esta
absurda desunión entre los hombres,
para pintar de gris el
universo
y borrar la paz en
nuestra tierra.
* Publicado en World
Poetry
FINAL *
de Estela Finck ©
No sirven tus palabras,
no puedo disculparte,
mis ilusiones rotas ya
nada pueden darte.
No pretendas ahora
regresar a mi mundo
y teñir mi arco iris
con tu ser tan oscuro.
No voy a permitirte que
destruyas mi vida,
te brindé amor y a
cambio, recibí hipocresía.
Seguí por tu camino
cargado de rencores
yo grabaré mi lienzo de
sentimientos nobles.
No logró tu egoísmo
destruir mi esperanza
aunque hayas herido los
pliegues de mi alma.
Necesito que sepas...
mi Fe aún sigue intacta,
me cerraste las puertas
y Dios me abrió una ventana.
Hoy puedo mirar el
cielo y jugar con las estrellas
pintar un horizonte
lleno de cosas bellas.
Respiro la fragancia de
la vida y me embriago de ella.
Quisiste destruirme y
ya lo ves... sigo entera.
Tu amor nunca ha
existido y el mío fue muriendo
lo mataste poco a poco,
lo fuiste destruyendo,
no pueden las cenizas
reavivar hoy el fuego
no me sirven retazos...
Quiero un amor entero.
* Publicado en World
Poetry (India 1995)
JIMENA TIERRA
Amante de la literatura y licenciada en Derecho por
Ha colaborado en la prensa
local con diversos artículos de opinión y publicado numerosos relatos cortos en
revistas narrativas. Asimismo, ha dirigido algunos espacios socioculturales en
Internet y es autora de la novela Equinoccio.
En la actualidad dirige
la redacción del blog literario El
invierno de las letras y continúa su formación cursando grado en lengua y
literatura españolas en la UNED
en paralelo a su trabajo como tramitadora en el departamento jurídico de una
aseguradora del sector privado.
http://jimenatierraliteratura.blogspot.com.es/
de Jimena Tierra ©
Unos tenues rayos de
sol se escabulleron entre los barrotes de regaliz. ¡Hora de levantarse! Estela
remoloneó bajo la colcha durante unos minutos y apoyó los pies desnudos sobre
el suelo de algodón. Percibió en las plantas el habitual cosquilleo y se
sonrió. Avanzó hacia el lavabo despacio, tirando del pesado lastre de caramelos
que llevaba amarrado a la pierna izquierda. Estaba tan acostumbrada que, de vez
en cuando, incluso se comía alguno. Aspiró hondamente el olor a eucalipto que
impregnaba la habitación. Se limpió la cara y peinó sus rizos castaños
tarareando una alegre melodía.
Frente al espejo, no se
reconocía. Se preguntó si alguna vez se había sentido antes así. Escuchó los
pasos de la vigilante recorriendo el pasillo, acercándose a la entrada. Su
corazón solía sobrecogerse a medida que el sonido se hacía más patente pero, en
esta ocasión, permaneció serena. Sacó del cajón de la mesilla el fular de raso
y vendó sus ojos hasta que se hizo la noche. Mecánicamente, asió del armario
las esposas talladas en fresa y las colocó en sus muñecas con habilidad.
La puerta de menta se
abrió con dificultad y una mujer obesa, cubierta por un delantal cuajado de
lamparones, entró sujetando una bandeja.
–Buenos días cielo,
¿has dormido bien? –Estela estiró los labios y asintió. Independientemente de
la respuesta, la reacción provocada sería la misma–. Aquí tienes zumo de
naranja, café con leche y tostadas con mermelada.
Dejó la fuente sobre el
escritorio y abrazó fuertemente a Estela oprimiéndola el pecho.
–Voy a cocinar tu plato
preferido. Luego bajaré al mercado, ¿quieres algún postre en particular?
–No te molestes, muchas
gracias.
–Sabes perfectamente
que no es molestia. ¿Te apetece un helado de leche merengada?
No merecía la pena
discutir por algo tan trivial. Estela se concentró para no dejar aflorar sus
impulsos y murmuró un sobreactuado “me encantaría” mientras la vigilante le
correspondía con una hilera de besos sonoros.
–¡Pero qué guapa es mi
niña! –Estela odiaba que le llamase “niña” casi tanto como que le pellizcase
los carrillos. Se lo había dicho infinidad de veces, pero era una batalla
ineluctable–. Hago tu cama en un minuto y me voy a la cocina.
–Puedo hacérmela yo.
–No sabes hacerla bien,
cariño. Siempre dejas arrugas en la bajera, luego es muy incómodo dormir en
unas sábanas con pliegues.
Estela se apoltronó en
el sillón de gelatina mientras escuchaba a la vigilante moverse rápidamente
poniendo orden en la habitación. Se regocijó pensando que sería la última vez
que le tachaba de inútil.
–Hoy es un día muy
especial, ¿lo recuerdas? –los ojos de la vigilante se tornaron vidriosos sin
previo aviso–. Hace veintitrés años que nació tu hermano –sacó un pañuelo del
bolsillo y enjugó sus lágrimas–. Nunca lo entenderé.
Estela no articuló
palabra. Cuando la vigilante dejaba entrever esa expresión maternal solían
darle arcadas y tenía que esforzarse por guardar la compostura.
–Si te portas bien, hoy
podrás pasear por el resto de la casa, ¿te hace ilusión? –Estela esbozó una
sonrisa amarillenta notando cómo le ardían las entrañas.
Esperó a quedarse sola
para abrir los grilletes con la llave que guardaba en el joyero y saborear el
desayuno, prácticamente helado. Efectivamente, era un día especial. Llevaba
meses escarbando en una esquina de la pared de galleta, justo la que estaba
detrás del sillón. Por fin, había llegado al exterior. No tenía claro lo que
iba a hacer cuando saliese, pero era indefinible la emoción que le imprimía gozar
de esa alternativa.
Se preguntaba por qué
no lo había hecho antes. Puede que la diferencia estribase en que ahora lo
necesitaba.
La mañana transcurrió
sin altibajos. La monotonía quedaba rota con el sonido de la aspiradora, el
ronroneo del microondas en funcionamiento o la vigilante hablando por teléfono,
moviéndose de una a otra habitación. Estela estaba segura de que la echaría de
menos. Cuando no oyó más que silencio, arrastró los pasos hasta la puerta y
tiró del picaporte de toffee. Estaba cerrada por fuera con pestillo, no le
sorprendió. En otras circunstancias habría sufrido un ataque de ansiedad, pero
no aquella mañana. Nuevas emociones recorrían su cuerpo impidiéndole pensar en
otra cosa que no fuera la libertad aguardando afuera con impaciencia.
La comida no se hizo
esperar. Cuando la sombra de la vigilante se marcó tras la puerta, Estela
repitió su rutina vendando magistralmente sus ojos y poniéndose las esposas.
–¿Has estudiado algo
durante la mañana? –dijo mientras dejaba la fuente sobre el escritorio y abría
los cuadernos de notas. Estela recordó el día en que leyó su diario y notó cómo
se le aceleraba el pulso. Nunca antes se había sentido tan vulnerable–. ¿Quieres
que luego te pregunte la lección?
–No estoy concentrada,
me duele un poco la cabeza. Tal vez mañana.
–¿Qué ocurre? ¿No te
encuentras bien? –posó su mano callosa en la frente de Estela–. Creo que tienes
fiebre, voy a llamar al médico.
–No es necesario, sólo
es un poco de jaqueca…
–¡No me digas lo que
tengo o no tengo que hacer! –Estela se mordió la lengua con fuerza–. Si esta
tarde no se te ha pasado, avisaré al doctor. Y ahora échate la siesta. Te
vendrá bien.
Estela devoró ansiosa
su última comida en el corredor de la muerte. Cuando saliese aprendería a
cocinar. En realidad, tendría que aprenderlo todo desde el principio. Si su
hermano lo había conseguido, también lo haría ella.
Al atardecer, los
ronquidos de la vigilante tronaron en el dormitorio. Estela se apresuró a
retirar el sillón gelatinoso y escarbó un poco más en la pared. Arrodillada,
varios metros a lo lejos, pudo ver luz. Su respiración comenzó a agitarse con
marcado nerviosismo. Cogió una de las horquillas que sujetaban su cabello y
hurgó en la argolla que tenía aferrada al tobillo. Se la había quitado cientos
de veces para demostrarse a sí misma que era capaz de hacerlo, pero nunca había
permanecido libre más de cinco minutos seguidos. Se sentía incómoda sin ella.
Contempló nostálgica la
habitación que había sido testigo exclusivo de sus recuerdos y sueños. Tan
perfecta que sería imposible no añorarla desde la lejanía. Se armó de valor y
serpenteó a través del túnel ensuciándose con la canela empalagosa, dominada
por una extraña fuerza que le impulsaba a vencer su claustrofobia avanzando con
decisión. La luz, quería llegar a la luz. Al atravesar el ecuador, la galleta
fue mutando a un barro pastoso recorrido por insectos y el dulcísimo hedor se
impregnó de humedad. Estela apretó los labios y aligeró el ritmo sirviéndose de
todo su cuerpo.
No tardó en alcanzar la
meta e incorporarse con dificultad. Se sacudió el camisón y apoyó los pies
vírgenes sobre el sucio asfalto. Su corazón palpitó con fuerza al tropezarse
con la ciudad en movimiento. Los rascacielos mostraban un cariz luctuoso y
solitario vigilándole desde las alturas. El claxon de los coches embotellados
era ensordecedor. Los transeúntes clavaban sus miradas en ella analizando su
aspecto de arriba abajo. Una bruma sombría y opaca envolvía el cielo y la luz,
esa luz que tanto había anhelado, se extinguía progresivamente en un grito
sordo de auxilio.
Cerró los ojos, abrió
los brazos de par en par y aspiró profundamente el aire polucionado con una
sonrisa que irradiaba pureza. Por primera vez tuvo un escalofrío recorriendo su
espalda. Eso le gustó.
Su plan sólo llegaba
hasta la salida del túnel. Inquieta, miró en derredor y eligió una dirección al
azar. Lo más importante era no quedarse parada. Ebria de ilusión no se percató
de que, en su primer paso, apoyaba el pie desnudo sobre un montón de cristales
rotos. Notó una punzada atravesándola y empezó a sangrar a borbotones. La
última vez que le había ocurrido algo similar la vigilante le puso un algodón
en el orificio de la nariz, echó su cabeza hacia atrás y le mantuvo un brazo
alzado hasta que se cortó la hemorragia. No le dolía tanto como le asustaba.
Calle abajo avanzó de
puntillas, apoyándose en todo cuanto tenía a mano para mantener el equilibrio.
Los semáforos cambiaban de color constantemente, el pavimento vibraba con el
paso del metro subterráneo y nadie se percataba de su dolencia. Empezaba a
ahogarse en sus propias lágrimas, todo iba demasiado deprisa y se sentía
demasiado frágil. Desesperada, se sentó en uno de los bancos que alineaban la
calle. Cubrió sus rodillas ligeramente e intentó imaginar lo que hubiera hecho
su hermano en tales circunstancias.
–¿Qué te ha ocurrido? –un
hombre de afilado bigote se acercó a ella–. ¿Necesitas ayuda?
Estela se llenó de un
fulgor esperanzador y el sonido de su voz se hizo trémolos.
–Haremos una cosa.
Tengo en el coche un botiquín de primeros auxilios. No está muy lejos, apóyate
en mí.
Recorrieron un par de
manzanas hasta llegar al vehículo. Estela se sentó en el asiento del copiloto y
él sacó de la guantera un vendaje. Se puso en cuclillas, apoyó el pie en su
rodilla y lo comprimió cuidadosamente.
–Es posible que
necesite puntos, puedo acercarte al hospital. Me viene de camino.
Estela no sabía cómo
darle las gracias. La vigilante siempre andaba diciendo cosas malas de la gente
de la ciudad pero, en el fondo, estaba segura de que no era más que un ardid
para persuadirle de que no se marchase.
El hombre de afilado
bigote acarició su pie con suavidad. Luego deslizó la mano por la pierna, hasta
llegar al muslo. Instintivamente, Estela la retiró.
–Vamos, ponte el
cinturón –su tono se endureció–. No tardaremos en llegar.
Estela le hizo caso
mientras él pasaba por delante del capó y se sentaba a su lado. Echó los
pestillos y estiró los labios como una vulgar liga rosa mostrando una hilera de
dientes ennegrecidos.
–Hay que tener cuidado,
la ciudad no es segura –el vendaje comenzó a empaparse.
No eres de por aquí,
¿tienes familia?
Estela estaba mareada.
Susurró un involuntario “sí” y se desorientó.
–Niña, ¿qué es lo que
te ocurre? –su aliento apestaba a tabaco.
Quiso pedirle que no le
volviese a llamar así, pero no consiguió que las palabras saliesen de sus
labios. Sus párpados se cerraban al tiempo que sentía aquella mano templada y
sudorosa recorriendo sus muslos. Intentó rogarle que parara, pero no tenía
fuerzas para hacerlo. El tirante del camisón se escurría tímidamente por su
brazo. Balbuceó que le dejase salir, pero no obtuvo respuesta. La mano se
dirigía descontrolada hacia su sexo, le atormentaban los jadeos. Estela tiró de
la maneta sin conseguir abrirla. Angustiada, quitó el seguro y abrió la puerta
cayendo de rodillas contra el suelo.
–¡Vaya golpe te has
dado!, ¿estás bien?
El hombre de afilado
bigote se acercó a ella, que no fue capaz de mirarle a los ojos. Balanceándose,
se levantó y fue calle arriba todo lo deprisa que pudo. El vendaje del pie
goteaba incesante, aunque apenas dolía. El viento gélido introdujo una tormenta
furiosa erizándole el vello. Los viandantes abrieron sus paraguas y aceleraron
el paso sin reparar en ella. La lluvia se desató iracunda tras un atronador
resplandor y adhirió el camisón a su cuerpo como una segunda piel. Sus pezones
se marcaron voluptuosamente bajo la seda. Imágenes sin ninguna conexión se le
venían a la mente, ¿qué estaba haciendo allí? Puede que su hermano no lo
consiguiese. Aún no había anochecido, tal vez tuviese alguna posibilidad.
Esperanzada, emprendió
rumbo hacia la hendidura del túnel. El vendaje comenzó a deshacerse, pero no se
detuvo. La herida sanaba a medida que introducía el pie en un charco. Los
nervios agarrotados se fueron calmando, su cuerpo comenzó a secarse. Al tener
de frente la abertura y arrodillarse para entrar, el aguacero cesó
drásticamente. No echó la vista atrás. Estaba en casa.
GINNA
VANESSA PÉREZ NOGUERA
Nacida
en 1995 en Bogotá, Colombia, ciudad donde reside. Estudiante del Liceo Piñeros
Cortés, dice escribir hace sólo un par de años y haber encontrado en la poesía
una pasión y forma de vida que le permite llegar a quienes más quiere. La
poesía se ha convertido en su vida, en su diario vivir y en su anhelo más
grande. Planea seguir Literatura o Filosofía y letras.
¿QUÉ
NOMBRE LE PONDRÍAS A ESTA PENA?
de
Ginna Vanessa Pérez Noguera ©
En
tus ojos apagados, aún hay luz,
en
tu sonrisa, cual máscara de llanto, existe aún picardía,
en
tus manos frágiles, aún hay melodía,
en
tus pies, cansados y fatigados, aún hay kilómetros,
en
tus labios secos, aún se oculta una palabra inspiradora,
en
tu alma, aun quedan aventuras y pasiones,
en
tu corazón, cual hermoso capullo de alelí, que en su bondad se sumerge, aún
hay
fe de amor por los tuyos, aunque no sean tan propios,
en
tu dulce y cálido ser, aún brilla, lo sé perdida en el, la esperanza, la
hermosura,
la
constancia y el sueño irreal…
Porque
tú eres esa fuera creadora y atrayente, que conquista sin cesar almas y
corazones
perdidos, caminante incansable, amante de sonrisas, creador,
admirable
hombre, verdadero hombre que enseña con el mirar, inspirador y fugaz
rey
de paz.
La
primavera, el amanecer, la bella rosa, el fruto, la belleza coloquial de un
amor y
los
excitantes atardeceres, no han de comprarse, en lo más leve y vil, con el
encanto
y belleza indescriptible de tu sonrisa… De tu majestuoso ser.
Soñar
no cuesta nada… Tan solo la vida misma.
Quienes
en su erróneo desengaño y abandono, te han robado una lágrima,
quienes
vanos, no creyeron en ti,
quienes
no supieron valorar aquel corazón de cristal,
quienes,
perdidos, vacíos y frágiles te quebraron el alma
algún
mañana, lo digo con el corazón, arrepentidos y con un dolor mortal, sabrán
la
gran pérdida del ser más sublime. Habrán algunos, que la ausencia no les
llegue,
ni el pequeño recuerdo, pues su inexistencia sentimental los acogió hace
ya
mucho.
El
tiempo es el. Nadie más.
Hoy,
decide sonreír cual día de amor,
hoy,
ama sin medida,
hoy,
cree en ti, más que en la ilusión,
hoy,
juega con la vida, con sus golpes, como en aquellos días de antaño, en los
cuales
las melancolías eran desconocidas, y la felicidad era constante,
hoy,
camina, solo, por las calles, en los suburbios, encuéntrate a ti mismo, y a tus
respuestas
atrapadas,
hoy,
haz que tu risa retumbe en la piel,
hoy,
conviértete en atrapa-sueños.
(Hoy,
mañana, en un año, o en tres tal vez, porque el tiempo siempre es,
descubrirás
cientos, miles y millares de verdades ocultas en desconocidos, porque
la
vida te sorprenderá, te apuesto la mía, tan triste y engañosa).
¿Qué
mejor terapia que el silencio?
Tal
vez la vida es amor y odio,
o
belleza y espanto,
o
sueño y pesadilla,
o
alelí y flor marchita.
Tú
decides que es.
La
más grande alegría es la conquista de un sueño… Imposible al mirar ajeno.
Y
si la pena es por un amor,
no
lo era, porque amor no es pena,
enamorarás
a quien lo merezca y tenga el honor,
vivirás
a su lado en velos de caricias,
secará
tus lágrimas con besos,
sanará
una a una las heridas pasadas, las huellas que creíste imborrables.
Y
sabrás, cuando sea el momento de volver a creer y amar a quien velará por tu
felicidad.
La
soledad es inmortalidad del alma.
¿Cuántas
veces te caíste?
¿Cuántas
lágrimas brotaron débiles de tus ojos?
¿Cuántos
pedazos de corazón dejaste en cada camino?
¿Cuántos
sueños abandonaste?
¿Cuántos
besos dejaste de robar?
¿Cuántas
ilusiones rotas?
Y
¿Cuántos retos vencidos?
¿Cuántos
amores apasionados?
¿Cuántas
penas olvidadas?
¿Cuántos
sueños cumplidos?
Sabrás
que has llegado más lejos que cualquier otro… Que aquel que creíste
vencido.
Pero,
¿Quién soy yo, alma mortal, para escribirte?
¿Quién
soy para tener el excitante placer de recordarte en letras?
¿Quién
soy para darte en cada letra esperanza?
¿Quién
soy, pérdida, para escribirte un par de versos que como fin último tienen la
ilusión
de robarte en realidades y sueños una sonrisa y una remembranza?
No
soy nadie, ni nunca lo seré. Jamás fui. Jamás seré.
¿Basta
decir lo ya nombrado?
¿O
será el tiempo, caprichoso cual niño radiante, el qué deba hablar por mí?
Dejemos
que el tiempo nos robe la calma.
Y
si te escribo es porque lo hago con la vida. Y más que ella.
¿Quién,
jamás mi ser, pensó que una melodía podría envolver?
¿Quién
pensaría, que aquel personaje y aquel experimento serían una constante
preocupación
en mí?
Gracias
eternas, no contadas, porque el regalo de una sonrisa vale oro. Es riqueza
inimaginable.
Busco,
nada más, robar una sonrisa, y quizá alegrías futuras,
alegrar
esa vida,
devolver
un poco de vida perdida,
porque
no soy, espero ser… Espero ser.
Siempre
que exista esa sonrisa, esa radiante y luminosa sonrisa, habrá poesía.
Habrán
versos. Habrá lírica e inspiración. De mi parte siempre, siempre.
El
error es sabiduría. Es existencia.
Vale
mucho tu mirar, para que caris bajo te apagues.
Es
riqueza tu corazón, para que desperdiciado en dolor palpite.
Valeroso
ser, para que oculte el sol en llanto.
Inmortal
legado, para que te aflijas.
Lo
único que pido, y anhelo sea cumplido, es que éstas letras jamás sean
borradas,
especialmente de tu memoria, de tu recuerdo.
Daría
mi vida (y lo estoy haciendo entre dolores) por tener el privilegio de robarte
sonrisas.
O recuerdos. O una esperanza para volver a creer y ver el amanecer,
más
bello de lo que es.
Y
pido a la vida, aún no sé si al destino, que cuando te aflijas, o el dolor
trate en
actos
viles, penetrar tu ser, recuerdes mis letras, no a mí, porque yo no las
escribí,
aunque
conscientemente, sé que nada me alegraría más… Recuérdalas a ellas,
que
dan un poco de esperanza futura, para que te roben un suspiro de vida.
Recuerda
éstas letras, escritas con tinta indeleble, sobre una hoja del alma, que
solo
buscaron, en un intento fallido tal vez, llevarte al éxtasis de la vida, para
ver
su
color rosa, su rosa roja, su rojo amor, su amor fugaz, esa fugaz de la
estrella,
esa
estrella que roba deseos, esos deseos del alma, alma inmortal.
Escrito
con las manos del alma, a aquel soñador incansable.
GRACIELA
GIRÁLDEZ
Nació en Buenas Aires,
Argentina. Comenzó a escribir a temprana edad relatos sobre temas variados y
cuentos infantiles. Hacía de la escritura su divertimento. En la adolescencia
se inclinó por la poesía romántica, que acompañaban sus estudios de guitarra y
solfeo. Ha contribuido en publicaciones de antologías poéticas y en recitales
poéticos como el “X Festival Internacional de Poesía del Moncayo”, realizado
por la editorial Olifante. Miembro del GLPI con el que ha contribuido en “Acuarela de pensamientos” (2009), “Raíces” (2010). Miembro de la Asociación Aragonesa
de Escritores y la
Asociación Literaria Poiesis.
SOÑANDO MIRADA *
de Graciela Giráldez ©
Mirada perdida en una
ciudad con trampa, ojos que miran recuerdos que
no llegaron al alma.
Busca entre cuerpos ardientes, ilusiones que se
perdieron en las
cortinas del alba.
Mendiga te vuelves
de cariño, amor y
danza,
tratando de serenar la
locura
que tu mirada capta.
Embebida de coraje
ventila memorias del
alma.
Clama justicia
clamando calma.
Atraviesa el delirio
irradia esperanza.
Regala ciudad,
sueño que de sus pupilas
saltan,
y lo dilata a los pies.
Del que te mira,
del que te escucha
del que te acompaña.
Entregas una ciudad
pura, sin hambre y con bonanza.
Donde la soledad es un
mito y el amor certeza y confianza.
Donde las fronteras se
unen a un cielo infinito,
Donde el arco iris se
ciñe como manto de un sueño diáfano.
Donde no hay lugares
con trampas pero sí con misterios,
Donde no hay ausencias
pero sí hay recuerdos.
Mirada perdida soñemos
tu anhelo
Y que levante vuelo el
corazón aventurero.
Por que no habrá noche
irrepetible
para hace volar los
silencios
y las manos unidas…
puedan tocar el cielo.
* Del poemario “Entre la utopía y la distopía” (2011)
de Graciela Giráldez ©
Día tras día Daniel va
a casa de Susana recorriendo esas calles de anchas aceras, donde el sol no
logra penetrar por los frondosos árboles que custodian el paisaje.
“Es magnífico ver como
en pleno verano y siendo las tres de la tarde por esta calle se respira
frescura” pensaba Daniel mientras una pequeña brisa se escurría entre los
árboles haciendo temblar sus hojas.
Llegó a casa de Susana
como el frescor del día, en su mano derecha un ramo de violetas hacía brillar
los ojos azules de Susana. Daniel era su nieto pequeño, venía todas las tardes
a compartir sus historias y una taza de té. Con él se sentía escuchada y
reconfortada ante la mirada de asombro por sus narraciones.
Hoy Daniel no se sentó
como siempre, en el sillón de la derecha, a esperar que su abuela viniera con
el té. Fue directamente a una mesita llena de fotos que Susana tiene a un
costado del salón, no escondida pero sí alejada del resto de los muebles. Tomó
una que llamó su atención, en blanco y negro, desteñida por el tiempo, con
bordes blanco y fileteado. Un señor con gafas, vestido de oficial portaba un
sombrero rarísimo, observó al detalle sus botas y el uniforme pero no podía
reconocer quién era.
Una voz desde la cocina
asomó por la puerta diciendo:
–Es Alfonso, un novio
que tuve allá… por mi juventud.
“¡Claro como iba a
conocerlo!” pensó Daniel, incómodo por haber sido descubierto. Dejó la foto y
se sentó en el sofá de la derecha a esperar el té que ya no tardaría.
Al momento, llegó
Susana con el té. Humeaba la tetera, las tacitas rechinaban al paso de Susana.
La azucarera se deslizaba de un extremo al otro de la bandeja, producto de los
temblores que Susana sufría hacía un tiempo. Cuando Daniel vio a su abuela, le
tomó las manos y juntos posaron la bandeja sobre la mesa.
Susana sirvió el té
mirando por un momento a su nieto y esbozó una sonrisa, le acercó la azucarera
para que él se pusiera los terrones que deseaba. Mientras Daniel revolvía el té
formando espirales con la cucharilla le preguntó a su abuela:
–¿Cómo lo haces?
–¿El qué? –contestó su
abuela.
–El saber donde estoy a
cada minuto. Es como si me estuvieras mirando.
–Te conozco más de lo
que te imaginas. Aparte, cada lugar de esta casa suena distinto –contestó
Susana con una sonrisa.
Daniel bebió un sorbo
de té, hecho de finas hebras con un toque de limón, el calor de la infusión
entibió sus labios dulcemente y dibujando una sonrisa por la ocurrente
respuesta de su abuela, siguió escuchando las historias de las fotos de la
mesita.
–Mira –dijo la abuela
acercándose a la mesita y tomando la foto de Alfonso–. Por ejemplo esta foto
hace ruido a melancolía, Alfonso fue como te dije antes un novio mío, el
primero que me besó y fue un beso de despedida porque se fue a la guerra. Esta
foto me la mandó desde donde estaba. Ves, Daniel –dijo llamando la atención de
su nieto y acercándole la foto–. Esta es la puerta del cuartel donde dormían,
tiene una dedicatoria muy bonita que recuerdo como si fuera hoy: “Desde aquí te
escribo amada mía, para decirte que el sabor dulce de tu beso lo guardo en mis
labios, ansío el regreso para volver a tenerte entre mis brazos, para que mis
labios vuelvan a sentir el sabor suave de tu piel” –al terminar colocó la foto
en su lugar y miró a su nieto con ojos húmedos de emoción.
–¿Y las demás? –la
curiosidad picaba a Daniel por saber el secreto de la mesita.
Observaba a su abuela
que estaba parada junto a la ventana y un rayo de sol iluminaba su cara, sus
facciones regordetas marcaban el paso del tiempo, su pelo envolvía mágicos
recuerdos que de su mente brotaban a medida que Daniel le preguntaba. Sus manos
temblorosas y sedosas con leves deformaciones tomaban cada retrato con un
cuidado amoroso, hasta que llegó a la última. Miró la foto detenidamente y
observó a Daniel que estaba sentado en el sofá semi-recostado con una mano en
la barbilla, miró al detalle la postura de su mano, el dedo pulgar sosteniendo
la barbilla, el índice jugando con un bigote que Daniel no tenia pero sí tenia
el señor de la foto, y el dedo mayor dibujaba la pícara sonrisa que asomaba
siempre en los labios de ambos.
Susana no pudo contener
las lágrimas que se agolpaban en sus lagrimales por querer salir a mostrar esa
pena que su alma escondía. Entre llantos y sonrisas dijo:
–Te pareces mucho a él.
Esta última foto suena a amor, pena, tristeza, alegría, abandono, compañía.
Suena a muchos sentimientos, que a lo largo de mi vida marcaron mi corazón. Tú,
Daniel, te pareces tanto a él. Eres paciente, atento, tus gestos todos me
retractan su presencia. La postura de tu mano, el detalle de las violetas de
cada día, en fin, puedo seguir relatando las similitudes que tienes con él –colocó
el marco en su lugar y secándose las lágrimas se acercó al sofá para beber su
té. Se acomodó en él bajo la atenta mirada de su nieto y después de saborear el
té, casi frío, como a ella le gustaba. Miró a Daniel a los ojos, que deseosos
preguntaban: “¿quién era el señor de esa foto, que tanto amor provocaba en las
palabras de su abuela?”
–El señor de la foto es
tu abuelo, que murió el mismo día que nació tu padre, al igual que tú, que
naciste el mismo día que murió tu padre. ¿Comprendes, Daniel? Tienes muchas
cosas en común con tu abuelo, no sólo en lo físico, sino también en las
casualidades de la vida, que es tan compleja.
Terminaron el té cuando
el reloj cantaba las seis de la tarde. Daniel contento por saber más cosas de
su abuela y desvelar el secreto de las fotos de la mesita. Salió de la casa de
Susana para volver al otro día, justo a las tres de la tarde, para escuchar
otra historia de un rincón de esa casa que sabe a recuerdo.
(Septiembre 2010)
REMISSON
ANICETO
Nacido en la pequeña
ciudad brasileña de Nova Era, cerca de la Itabira de Carlos Drummond de Andrade, Brasil. Su
sueño era un día escalar las montañas para verlo (después de todo, eran
vecinos), pero el gran poeta había advertido mucho antes: "Tenía una piedra en medio del camino". Algunos años más
tarde (1987), Drummond viajó y nunca reapareció. Remisson escribe cuentos,
poemas y reseñas para algunos sitios especializados en literatura y sus textos
están en la
Revista Internacional de Poesía de Rosario, Revista Partes,
Revista Bacamarte, en la web Auténtica Poesía (el verso con rima y medida) y
otras.
Ha ganado
algunos premios en cuento y poesía. Dirige revista PROTEXTO.
TRANSICIÓN *
de Remisson
Aniceto ©
¡Es tan frío el
hueco, tan oscuro el huerto
donde depositan
mi cuerpo doliente!
–¿Cómo el hueco
es frío si el cuerpo está muerto?
A partir de
ahora sólo el alma siente...
¡Ah! Esta cama
tosca donde estoy echado
y este cuarto
oscuro y tan bien cerrado.
Quiero
levantarme, pero estoy cansado...
¿Que rumor es
ese en el cuarto al lado?
Hay un jardín
cerca: siento aroma a flores.
Quiero
levantarme, pero estoy cansado...
Estoy tan
cansado pero sin dolores.
Y el rumor
aumenta en el cuarto al lado.
–¡Bajen el
cajón!– dice alguno ahora.
¿Quién murió,
en tanto estuve durmiendo?
Cercano a la
puerta oigo alguien que llora,
lamenta la
suerte de quien va partiendo.
Quiero
levantarme, con fuerza tamaña
inertes mis
manos y mi cuerpo duro.
Reza el
sacerdote en una lengua extraña,
mientras quedo
preso de este cuarto oscuro.
Va cayendo
tierra sobre mi tejado.
Parece que el
mundo se está derrumbando...
El aire me
falta del cuarto cerrado
y una multitud
fuera está llorando.
Siento un
temblor leve, un escalofrío...
Casi nada
escucho; nada estoy sintiendo.
¿Por qué no me
sacan de este cuarto frío?
Alguien murió
mientras estuve durmiendo.
¡Es tan frío el
hueco, tan oscuro el huerto
donde depositan
mi cuerpo doliente!
–¿Cómo el hueco
es frío si el cuerpo está muerto?
A partir de
ahora sólo el alma siente.
JARDÍN *
de Remisson
Aniceto ©
Acerquémonos,
pues, Gloria,
en medio del
camino,
soñando nuevos y viejos sueños,
que todavía
ellos –los sueños–
no tienen edad
...
Seamos niños en
un jardín de rosas
porque quiero
quedarme contigo en la tierra
y dar gloria a
las otras flores
más pequeñas
que tú, querida
y menos bellas.
¡Gloria a ti,
Rosa!
Quiero sentir
tu perfume,
acariciar tus
ramas
y poco a poco
llenar
de besos tus
hermosos pétalos,
tus ojos, tu
pelo,
tu cuerpo,
mi refugio...
Tú y yo,
un jardín de
sueños
donde me
alimento alimento alimento
con tu aroma de
sol y de luna
en el rocío de
la mañana...
Y contigo son
dulces mis días y mis noches,
dulce mi vida.
¿Sueño?
¿Y por qué,
Dios mío, este sueño,
como muchos
otros
y para mi mayor
gloria,
no puede
convertirse en realidad?
ENVOLTURA *
de Remisson
Aniceto ©
¡Idiota! ¿No
ves que nada eres?
Apenas fina
capa mohosa te protege
de la
podredumbre. Gusanos hambrientos te rodean.
¿Ignoras que en
un pase mágico, en un segundo apenas
cae por tierra
toda la altivez y el bello
papel de regalo
revela la fétida masa?
El gusto amargo
de la hiel, la visión incierta,
el torcerse de
las piernas, el descontrol total…
todo es
inevitable!
Cualquier día
serás presa fácil:
el tiempo es
impiedoso.
El trágico fin
no depende de tu voluntad.
La arrogancia
que derramas no pasa
de ser faceta
inútil de tus diversas fases
vanas y
mundanas.
Al sol
poniente, el rostro marchito y los huesos corroídos
dolerán más que
en aquellos que tuvieron
la precaución y
el buen tino de ser
simples y
ocultos.
Quedarán tus
lindos cabellos…
¿Y qué utilidad
tendrán tus cabellos, hilos
huérfanos y
subterráneos, dispersos, opacos
sobre los
huesos?
* Traducción:
Graciela Cariello
JOAQUÍN LOURIDO ANDRADE (QUINO)
Nacido en Cée (La Coruña ), reside en Lugo,
España. Cursó estudios empresariales de informática y marketing, realizó cursos
de psicología del consumo y técnicas de diseño, así como también de arte y mejoras
a la literatura, en especial sobre poesía y prosa.
La pasión por escribir le
viene de muy niño, además de redactar cartas amorosas en su adolescencia, llegó
a publicar numerosos poemas en el Instituto Fernando Blanco de Lema, donde por
aquel entonces cursaba. Trabajó en varias empresas importantes, dirigió su
propia academia durante cinco años y en la actualidad posee una agencia de publicidad
y comunicación, “Adarve Publicistas”. En su tiempo libre, se dedica a escribir,
ya sea poemas en prosa o en verso, relatos breves o artículos de opinión para
diversas revistas y para la prensa escrita. Su blog, con más de 250 seguidores,
tiene registrados unos doscientos poemas y relatos. En el II Certamen
Imprimátur de Relato Breve presentó “Montaña
Humana”, quedando en el top-30 para ser publicado.
Obras publicadas: “Compañeira da Alma”, poemario en
gallego editado por la
Excma. Diputación de Lugo; "Danza Poética", poemario escrito en castellano y gallego
por la Editorial Punto
Rojo.
LOZANÍA ISOTOPAL
de
Quino ©
Por
un mundo no quisiera,
doncella
repetir
con tus labios
una
quimera
elegir
una obra de tu vida primera;
una
pintura en el desierto
o
una en el rugir de las olas;
tierra
y mar,
como
moléculas.
No
tengo que recurrir
a
los átomos,
ni
ver los meandros,
de
los ríos de agua tibia;
persisten
en isótopos
las
blancas colinas;
que
en este agreste y celestial
mundo,
tú entregas
al
lento amanecer,
sin
que llegara el día.
Y
luego…
Ver
que la vida,
es
vida plena de colores
y
olores; jardines soleados,
diversos
lienzos;
cuerpo
de mujer,
rosas
en el pecho,
hojas
infinitas,
órbitas
neutrinas.
Tú
sabes que aunque somos
de
diferentes culturas
nos
une, una misma lengua;
El
nexo nomenclátor,
perfume
de limón en flor
pompas
de jabón
como
flechas en arco
nos
lanzan de Cupido
sin
que nos invadan;
las
vocecillas y la perfidia.
MUJER DE AGUA Y HOMBRE MONTAÑA
de
Quino ©
A
una mujer de agua...
puedo
pedirle todo o nada
la
humedad de sus labios,
las
noches de sus sueños,
la
mar mágica y embrujada,
la
flor escondida
los
pétalos copiosos de rocío
o
la pleamar salada.
No
llores con tu mirada
¡¡Mujer
de agua!!
El
hombre montaña
te
ama, con corazón y alma
como
la flor que un día nace,
como
la hoguera con más lumbre
calienta
el salón de tu casa.
De
tierra y agua son los tiempos
en
cada cual luz a la voz
cual
nave izada con bandera
hunde
el rayo y penetra
en
el ligero crucero...
La
montaña como alado,
el
agua como nube gris
¡¡Así
el amor es fuego!!
donde
el jugo de lirio prohibido
a
grandes sorbos sin temor se bebe.
¡¡Oh,
jardín escondido!!
si
me pedís un símbolo del mundo
y
su especial nomenclatura,
el
de la mujer de agua quiero.
Oh
dulce hombre montaña
estás
lleno de misterios
hablas
de hogueras de amor
de
símbolos del mundo
Yo
solamente sé de cristales de agua
de
piedras que caen en los mares
de
deseos perdidos en nubes
¡¡lloro
con mi mirada!!
pero
son lágrimas de amor
de
dulzura desbordada
de
infinita ternura.
Quiero
saber de tus misterios
de
tus secretos de magia
de
esos jardines escondidos
en
montañas encantadas.
Navego
por inmensos mares dorados
llenos
de versos que nadie entiende
buscando
tesoros perdidos
en
aguas profundas
que
no tienen fin.
¿Enigmático
me decís?
¡¡Mujer
de agua!!
si
digo las cosas
sin
cortinas de humo...
si
os valoro como un tesoro,
y
solo me guardo el beso
más
indescriptible
ante
vos, topacio, turmalina,
diamante
pulido,
agua
increíble.
Esas
lágrimas de amor
es
pasión y arte cautivo
ávido
como el universo
claro
me identifico
cuando
nuestros cuerpos
–de
agua y montaña–
se
empapan con esmero y mimo.
Ya
mi corazón se abre
como
savia de tu boca
donde
la mena de la mina
al
fin nos pertenece.
Si
desvelo en un instante la chistera
perdería
su encanto
¡¡sirena
hechicera!!
entonces
los mares dorados
se
vaciarían y serían dispersos.
¿No
será mejor amanecer al alba
después
de pernotar abrazados?
¿O
prefieres esas aguas profundas,
helicoidales
sin apreciar la luna?
Prefiero
las aguas profundas
donde
se esconden secretos
y
en las noches un rayo de luz
dibuja
una hermosa luna
llena
de melancolía
que
sueña y corre
queriendo
atrapar
amores
imposibles.
Montaña
y agua
hermoso
complemento
donde
tú eres el misterio
el
eco de poetas enamorados
que
recorren caminos de sueños
donde
con un beso quitan espinas
y
caminan de la mano sintiéndose
los
dueños del mundo.
¿Qué
belleza de fuerza interna
sale
de tu alma
mujer
de agua?
Eres
mi sueño anhelado
y
en tu cuerpo
y
en esas aguas profundas
eres
una sucesión sonido y deseo.
Intento
verte...
mas
esa tinta de calamar
impide
con su negrura y espuma
componer
nuestra melodía.
Sé
que eres intangible
sé
que eres página de la historia,
una
constelación de agua profunda
una
diosa de sal y de luna...
puedo
ver los peces...
puedo
decir tu nombre
y
como eco resuenas en mi mente
¡¡Oh,
diosa del agua!!
si
labras la montaña
sólo
puedo sonreír dulcemente
acariciando
las esponjas
que
en forma de rosas, te beso
como
perfume de enebro
fundiendo
mar y cielo.
DIANA
DECUNTO
Argentina (nacida en Uruguay) y residente
en la ciudad de Buenos Aires. Colabora con algunas páginas literarias en la
web. Posee varias obras sin editar. Ha realizado cursos de arte, incluyendo
teatro.
Licenciada
en sistema por
ALICIA
ALEJANDRA ZABALA
Nacida en la
ciudad de Buenos Aires, Argentina, donde también reside. Analista de sistema
por la Universidad
Tecnológica Nacional, especializada en sistemas bancarios. Ha
tomado clases de teatro y diversos cursos de arte. Es coautora con Diana
Decunto y Héctor Zabala de la obra teatral “Diván en crisis”.
DIVÁN EN CRISIS *
de
Diana Decunto ©, Alicia Alejandra Zabala © y Héctor Zabala ©
(fragmento)
Personajes:
Rivas: psicóloga, mujer
de mediana edad.
Patricia: paciente,
mujer de mediana edad.
ACTO ÚNICO
ESCENA I
La acción se desarrolla en el consultorio de la psicóloga.
PSICÓLOGA: Adelante. (Pasa una mujer muy tímida, camina
lentamente, nerviosa.) Adelante, Marcela. Siéntese.
PACIENTE: (Algo asombrada.) Patricia… doctora.
Pa-tri-cia… ¿no recuerda?
PSICÓLOGA: Ah sí, sí…
Uf, tuve tantos pacientes hoy… A la mañana el hospital, a la tarde el
consultorio… Es mucho, a veces me confundo.
PACIENTE: Doctora…
PSICÓLOGA: (La
interrumpe.) Por favor, me facilita el carné de la obra social así le hago
la orden. (La PACIENTE revuelve en su
cartera, tarda.) Marcela, por favor, más rápido, no tenemos tiempo que
perder. (La PACIENTE al fin se lo
entrega.)
PACIENTE: Patricia,
doctora… Patricia.
PSICÓLOGA: (Sin
escucharla.) Este carné se le vence la semana que viene, debería ver de
renovarlo. Sino… no la voy a poder atender... La obra social, usted sabe, sin
carné al día no nos paga.
PACIENTE: Está bien,
doctora... Quisiera hablar de… (Pausa y
cambia de tema.) No se preocupe, la semana que viene, sin falta, iré a
renovar el carné.
PSICÓLOGA: Está bien.
Pero… demorémonos en este punto. Porque… fíjese que no se trata sólo de nuestra
terapia. Usted, creo recordar, que va a menudo al traumatólogo, según me dijo
alguna vez… Al traumatólogo, al sanatorio y todo eso. Además, y he aquí lo
importante: tener su carné en regla es vital… Vital para una vida ordenada.
PACIENTE: Sí,
doctora... Lo haré, lo haré.
PSICÓLOGA: Porque usted
dirá, ¿qué es un simple carné? Poca cosa… pero no, en Psicología justamente
esas “pequeñas cosas” nos delatan traumas profundos.
PACIENTE: (Como pidiendo perdón.) Sí, doctora...
Lo sé, lo sé. No me olvidaré de actualizar el carné. Pero…
PSICÓLOGA: (Vuelve a interrumpirla.) Porque no lo
tome a mal, pero la obra social es muy rigurosa, burocrática, usted sabe… y si
me demoran en pagar, usted comprenderá que se rompe la confianza entre
psicólogo y paciente, confianza que debe primar por sobre toda otra
consideración…
PACIENTE: Sí,
doctora... Lo sé, lo sé. Aunque quisiera decirle…
PSICÓLOGA: (Sigue pasándola por encima.) …y si esa
confianza se pierde, perdemos las dos.
PACIENTE: (Con cierto coraje.) Doctora, él lo
volvió a hacer...
PSICÓLOGA: ¿Volvió a
hacer qué?
PACIENTE: Mi marido…
volvió a pegarme.
PSICÓLOGA: ¿Qué? ¿Le
pega? Mar… ehhh, disculpe, Patricia. ¡Patricia, usted seguramente exagera!
PACIENTE: Doctora, hace
bastante que le vengo diciendo lo mismo: que él me maltrata, que él me pega.
Vengo ocultando como puedo los moretones que me deja. (Se los muestra.)
PSICÓLOGA: Un momento,
un momentito ehhh… Patricia, tenemos 45 minutos para hablarlo.
PACIENTE: Ah, se acordó
de mi nombre…
PSICÓLOGA: Claro, ¿cómo
no voy a acordarme de su nombre? Lo que pasa es que usted, Patricia… es tan
lenta… que pone nervioso a cualquiera. Su marido se debe enojar con usted
porque es así... Usted no tiene remedio.
PACIENTE: (Algo enojada.) Si no tengo remedio para
qué me cobra. Doctora, él me pega. (Mientras tanto la PSICÓLOGA levanta un
mensaje del celular y lo contesta.)
PSICÓLOGA: Perdón,
Patricia. Mi hija que me pide permiso para ir a un cumpleaños. ¿En qué
estábamos?
PACIENTE: En que él me…
me pega.
PSICÓLOGA: (La PSICÓLOGA sigue con sus
mensajes.)
PACIENTE: Doctora,
perdón, ¿me escucha?
PSICÓLOGA: Sí, la
escucho… En la Facultad
me acostumbré a tomar apuntes del pizarrón mientras los profesores hablaban de
otro tema. No se preocupe, la escucho, la escucho… (Revuelve papeles.) Lo que sí que no lo encuentro…
PACIENTE: (Tímida.) ¿Qué cosa, doctora?
PSICÓLOGA: …el
formulario de la obra social. Ah sí, aquí está, se había traspapelado.
Patricia… (Leyendo ostensiblemente el
formulario donde está escrito el nombre de la paciente.) Patricia. ¿En qué
estábamos?
PACIENTE: En que él me…
me pega.
PSICÓLOGA: Ah, sí, en
que “supuestamente” le pega.
PACIENTE: Doctora, el
otro día se enojó cuando serví la comida. Decía que la milanesa estaba quemada…
y después de tirar el plato al suelo, me pegó. Mire, mire…. (Le muestra los moretones de nuevo.)
PSICÓLOGA: Aja, ¿y
usted qué piensa?
PACIENTE: ¿Cómo qué pienso?
PSICÓLOGA: Sí, ante
situaciones traumáticas o postraumáticas la gente siempre elabora, piensa.
PACIENTE: Y yo que sé
lo qué pienso. Lo que sé…
PSICÓLOGA: No, no, no.
Está muy mal eso de no pensar… En Psicología…
PACIENTE: (Ya sacada.) Venía de la calle, ¡estaba
totalmente borracho, doctora!
PSICÓLOGA: A ver,
pensemos… totalmente borracho, ¿qué es “totalmente” borracho? Quiero que
entienda, si hubiera estado “totalmente” borracho, su marido no hubiera podido
llegar siquiera a casa. Digamos que estaba medianamente borracho…
PACIENTE: (Más sacada, al borde de la histeria.)
Lo que usted diga, doctora. Entonces peor, usted una vez me dijo que si la
borrachera era mediana era más peligrosa que la borrachera completa.
PSICÓLOGA: ¿Le dije
eso? No lo recordaba, pero sí, tiene base científica… Pero entonces, Patricia,
en esos casos no debe hacerlo enojar. ¿Seguramente usted cocina muy mal, no?
PACIENTE: ¿Qué cocino
mal? Pero… pero…
PSICÓLOGA: (Pasándola por encima.) La comprendo,
créame, las mujeres no estamos atendiendo bien a nuestros maridos… ah, la
eterna falta de tiempo…. Fíjese… todo el día en el consultorio… ¡mire si a la
noche voy a tener ganas de ir a cocinar…!
PACIENTE: (La interrumpe.) Usted no me entiende o
no me quiere entender. Al final me cansé.
PSICÓLOGA: ¿Se cansó?
Ajá… A ver, ¿qué quiere significarme exactamente con eso?
PACIENTE: Lo denuncié
en la comisaría.
PSICÓLOGA: Ay, no… (Llevándose una mano a los ojos.) ¿Cómo
hizo eso? Es un paso, yo diría, un paso demasiado… rotundo, drástico.
PACIENTE: Hablé con la
psicóloga de la policía. Ella me dijo todo lo contrario.
PSICÓLOGA: ¿Lo
contrario? ¿Lo contrario de qué?
PACIENTE: Lo contrario
de lo que me dice usted.
PSICÓLOGA: Bueno, puede
ocurrir, en Psicología hay diferentes escuelas… Además, es una psicóloga
forense…
PACIENTE: ¿Y qué
diferencia hay en que sea forense? ¿No estudian en la misma Facultad?
PSICÓLOGA: Si es de
Buenos Aires, probablemente, pero igual hay diferencias de… Mire, es muy
profundo para explicarlo en pocas palabras. Usted, además, no es una
especialista. No alcanzarían diez sesiones para mostrarle las diferencias
esenciales entre la psicología forense y la de consultorio.
PACIENTE: Perdone,
doctora, pero no noté que cambiara mucho en cómo abordar la cosa, salvo que la
psicóloga forense, como usted la llama, llega a conclusiones contrarias a las
suyas.
PSICÓLOGA: (Casi bostezando.) ¿Pero en qué
quedamos? ¿Vio diferencias o no, entre ambas?
PACIENTE: (Algo atropellada.) Mire, doctora, la
doctora que me revisó me dijo que tenía que denunciarlo, que no hay nada que
justifique que él me levante la mano…
PSICÓLOGA: ¿La revisó
una psicóloga?
PACIENTE: No, me
refiero a la primera, la médica. Me revisó y me dijo que no se justifica…
PSICÓLOGA: Y no, aun
cuando no se trate de una especialista (porque es una médica clínica), igual
tiene razón: no se justifica. Aunque siempre estamos en el supuesto de que su marido le pega. Pero en estado de ebriedad…
quizá él no sabía que…
PACIENTE: (Atropellada.) Me dijo que por más que
cocine mal o que sea lenta o que sea fea. Me dijo que nunca es mi culpa y, que
lo denuncie, que tiene que ir preso.
PSICÓLOGA: ¿La clínica
le dijo todo eso?
PACIENTE: (Atropellada.) No, la psicóloga.
PSICÓLOGA: Ah… (Algo despectiva.), la forense. ¿No le
parece un poco intolerante?
PACIENTE: ¿Lo de mi
marido? Por supuesto.
PSICÓLOGA: No, lo suyo…
¿no lo ve intolerante de su parte?
PACIENTE: ¿Y yo qué
culpa tengo? ¿Ahora la víctima es el victimario…?
PSICÓLOGA: Desde hace
meses le vengo diciendo que todos somos víctimas.
PACIENTE: En la
comisaría me dijeron que usted me tendría que haber preguntado cosas como hizo
la psicóloga de la policía. Insisten en que usted no se interesó en mí. Como
con mi infancia por ejemplo… Ella ahora quiere hablar con usted.
PSICÓLOGA: ¿Quién?
PACIENTE: ¿Cómo quién?
PSICÓLOGA: Patricia, me
parece que exagera. No creo que sea tan así.
PACIENTE: En la
denuncia dije que usted es mi psicóloga. La va a llamar el juez a testimoniar
cuando sea el juicio porque él está...
PSICÓLOGA: (La interrumpe y grita.) ¿Qué? ¿A mí?
¿Por qué me mete en sus problemas? ¿Qué tengo que ver yo? ¡Por favor, no me
meta en SUS problemas! ¡Yo no tengo
nada que ver en eso! Además no tengo tiempo. Entiéndame: el consultorio, la
casa, los chicos... Mire si tengo tiempo para presentarme ante un juez. ¿Usted
con qué derecho…?
PACIENTE: (Algo atropellada.) La psicóloga de la
policía me dijo que usted TIENE que venir a declarar. Usted es parte
importante en la denuncia. También me dijo que una buena profesional tiene que
tomar todas las medidas necesarias para evitar que sus pacientes sufran daño.
Además, dijo que por algo usted eligió ser psicóloga, que querría ayudar al
prójimo...
PSICÓLOGA: (Como pensativa. Más calmada.) Bueno,
claro, Patricia, la entiendo, estoy para ayudarla. A ver, la escucho.
PACIENTE: (Llorando.) ¿Usted sabe lo que es vivir
con miedo? ¿Sabe lo que es no saber lo que lo puede enojar…?
PSICÓLOGA: (Interrumpe.) Patricia, tranquilícese…
PACIENTE: ¿Sabe lo que
es que el hombre que ama le pegue, la humillación que es eso? ¿A usted le pasó
alguna vez?
PSICÓLOGA: (Interrumpe de nuevo. Ahora muy
maternalmente.) A ver, Patricia, tranquilícese… (Mira el reloj.) La comprendo, ¿Cómo no la voy a comprender? Son
años de profesión, años de pacientes. Si usted supiera… Usted no es el primer
caso ni será el último. Voy a ayudarla. Vamos a trabajar en esto y en
fortalecerla (Mira el reloj.) para
paliar la situación traumática que ha vivido…
PACIENTE: (Como pidiendo permiso.) ¿Entonces me
cree, no?
PSICÓLOGA: (Volviendo a mirar el reloj y mirando para
otro lado.) Yo siempre le creí. Lo que pasa es que los psicólogos a veces
tenemos que ser duros.
PACIENTE: ¿En qué
sentido, doctora?
PSICÓLOGA: Yo tengo la
obligación de diferenciar en estos casos si el paciente cuenta un hecho verdadero
de violencia doméstica o una fantasía. Es una técnica que… se estudia en la Facultad. No se preocupe, usted
reaccionó y ya no tengo dudas de que no se trata de fantasías…
PACIENTE: (Compungida.) No sabía. Me tranquiliza
lo que me dice. Llegó un momento que sentía que nadie me creía, es muy feo
estar sola, sin apoyo. Y mire, le contaré que además…
PSICÓLOGA: (Bien maternal.) Alto, Patricia. Ya tendremos todo el tiempo en las próximas sesiones.
Por ahora, lo importante es que ya tenemos gran parte del tema hablado. ¿Usted
sigue en su casa con su marido, no? Porque por ahí… él cambió de actitud… Trate
de ver cómo puede aminorar…
PACIENTE: (Reaccionando.) No, me fui a casa de mi
hermana Carolina.
PSICÓLOGA: (Con firmeza.) Me parece fantástico. Es
lo que debió haber hecho desde hace tiempo. Bueno, Patricia, se cumplieron los
45 minutos… Como la gente dice… el tiempo es tirano… Sí, ya sé que está ansiosa
por contarme más pero usted misma comprenderá que ya mismo llega otro paciente.
De todas maneras, no se preocupe, hasta la próxima sesión yo seguiré pensando
en su problema, usted no está sola. Yo siempre pienso en los problemas de mis
pacientes, nuestro trabajo es full-time.
(Besos. La PACIENTE se va.)
(CONTINÚA)
La obra completa DIVÁN EN CRISIS (incluye las Escenas II, III y IV) puede leerse en el libro homónimo:
ISBN 978-987-648-150-2
ISBN 978-987-648-150-2
Formato: e Pub (Adobe DRM) (eBook Argentino, 2016)
BajaLibros.com: https://www.bajalibros.com/AR/Literatura/Divan-en-crisis-Hector-Zabala-eBook-1147329?noredirect
* Exp. 5068657 Dirección del Derecho de Autor (DNDA),
Buenos Aires, Argentina 2012, renovado por Exp. 5266642 DNDA 2015.
HÉCTOR ZABALA
Nacido en Villa Ballester (Provincia de Buenos Aires), reside en la
capital de Argentina. Narrador y ensayista. Algunos premios y distinciones en
cuento y minicuento. Unos ochenta blogs y revistas le han publicado obras o
reeditado artículos literarios. Director de la revista de literatura Realidades
y Ficciones, del Suplemento respectivo y ex redactor de REVISTA SESAM, es coautor con Diana
Decunto y Alicia Zabala de la obra teatral “Diván en crisis”. Contador público nacional (UBA).
CUENTO INVISIBLE *
de Héctor Zabala ©
Un autor imaginó un cuento de fantasmas tan perfecto que, cuando
intentaba escribirlo, los fantasmas del relato tornaban invisible la tinta.
Nunca logró publicarlo.
* Premio a la Popularidad en el Tercer Encuentro Teórico del
Género Fantástico ANSIBLE el 28 de mayo de 2006 en La Habana (Cuba) y finalista
ese mismo año en Madrid (España).
CUENTO EN BLANCO *
de Héctor Zabala ©
En cierto certamen un
cuentista colocó al ensobrar sólo una hoja en blanco. Pese al error, obtuvo el
segundo premio. Sin embargo fue injusto: la hoja en blanco no resultaba tan
mala como el cuento ganador.
* Tercer Premio en el
certamen internacional Microcuento En Rojo del periódico Claridad. San Juan,
Puerto Rico, 4 de noviembre de 2010.
BROMA EN LA BRUMA *
de Héctor Zabala ©
[...] Cual
sombra son nuestros días
sobre la tierra, y no hay esperanza.
(Primera de Crónicas, 29:15)
Ambos se habían desplazado por el
sendero como quien dispone de todo el tiempo del mundo. Ninguno queriendo
sobrepasar al otro. El día era desapacible, pero igual encontraron a un
muchachito leyendo en un banco. “Al parecer el único ser vivo del cementerio”,
pensó con cierta ironía el más alto de los dos. El joven estudiante estaba
leyendo Visitations de I.A.Ireland y
a su lado yacía una Antología que Borges reuniera, allá por 1940, en
colaboración con Bioy y Silvina. El libro estaba abierto en Final para un cuento fantástico, porque
al parecer el jovencito andaba comparando textos.
Al rato los dos se detuvieron en
la puerta de una bóveda sin número, que se encontraba entre la 46 y la 50. El
más alto extendió ceremonioso la mano izquierda invitando al otro a pasar
primero; tal vez por ser más viejo y de apariencia más débil.
Ya no se veía a nadie, ni
siquiera al extraño lector porque el banco había quedado lejos y la bruma era
cada vez más intensa. La mano blanca permanecía estirada persistiendo en su
ruego. El viejo titubeaba, desconfiaba, pero al fin no tuvo otra que aceptar y
entró por delante. Avanzaron los pocos metros que el interior de la bóveda les
permitía. El más alto, siempre detrás, con las manos ocultas. El viejo se
detuvo frente al féretro de mármol, alerta a la otra figura, embozada y
esbozada por la bruma y las sombras. La figura alta se mantuvo callada unos
pasos detrás.
Quizá por delicadeza, el viejo no
se atrevía a girar sobre sus talones, aunque no recordaba haber visto al otro
en ninguna parte. No, no era un pariente, estaba muy seguro de que no lo era.
Ninguno de la familia solía ser tan seco y desgarbado. Ninguno de los suyos
poseía ese porte inquietante, tan lóbrego y siniestro. ¿Quién era, entonces?,
¿qué hacía ahí?, ¿qué buscaba?
Permanecieron en silencio varios
minutos que parecieron años porque ya todo amenazaba eterno. La figura alta,
siempre con las manos ocultas, sopesaba la decrepitud del viejo. El viejo
buscaba algún brillo delator en el otro o quién sabe qué.
De pronto, y a pesar de su mala
ubicación, el viejo advirtió el movimiento. Fue un meneo cansino, leve, como el
de un suspiro; y enseguida como un susurro, intuido antes que audible.
Desde entonces el viejo ya no
apartaría más la vista del mármol. Un mármol devenido en pésimo espejo pero
¿qué se podía hacer?, era lo único que había. Sospechaba el propósito del otro.
Bastaría simplemente con cerrar la única puerta del recinto.
El viejo dedujo, aun de espaldas,
la sonrisa amplia, repulsiva, de la figura de apariencia más joven. Los minutos
pasaban y el viejo seguía sin atreverse a dar la media vuelta. Pero era
consciente de que si se abandonaba al curso de las cosas, pronto no habría
salida para ningún mortal. La bóveda quedaría aislada del cementerio y del
mundo en cuanto la figura extraña ejecutara su intento. Y sin embargo, no
obstante percibirlo, el viejo no podía reaccionar, estaba exánime, sin
posibilidad de nada concreto.
De pronto, el mármol cambió sus
claroscuros.
–No haga eso, por favor. Después
no le será posible abrirla de nuevo –alcanzó a suplicar el viejo.
Las bisagras chirriaron. La
figura alta soltó la esperada carcajada y con un empujón remató el temido
cierre. El sonido seco de la madera contra el marco no dejó ninguna duda. La
bruma por un momento pareció disiparse, pero enseguida retornó inequívoca por
las hendijas de arriba.
–Ahora no podrá salir –dijo el
viejo con un hilo de voz mientras se daba vuelta consternado.
El otro se acercó y extendió la
mano izquierda contra la pared, bloqueando el paso. El viejo no intentaría
apartarlo. La figura al fin habló:
–De ninguna manera, abuelo, mire
como salgo de aquí.
Y, entre burlas y risitas,
introdujo su pálido cuerpo (o lo que fuere) en la gruesa pared lateral, dejando
al viejo con los ataúdes, los mármoles y la penumbra brumosa.
Una vez solo, el viejo recordó
que jamás nadie, de noche ni de día, se animaba a caminar esos senderos
remotos. Estaba aislado, con la puerta cerrada, y a eso se reducía todo.
Al rato, el viejo hizo un gesto
de impotencia con los hombros y se dijo:
–En fin, ¿cómo saberlo de
antemano? Yo sólo quise ser amable; se lo decía por su bien, no por otra cosa.
Después se caló el sombrero y,
emulando a la figura ya ausente, atravesó la misma pared de idéntica manera.
* Primer Premio en el IV Concurso Nacional de Narrativa y Poesía
de Poetas del Encuentro. San Andrés (Provincia de Buenos Aires), Argentina, 19
de abril de 2008.
SUPLEMENTO
DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 56 – Marzo
de 2013 – Año IV
ISSN 2250-5385
Exp. 5054184, Dirección Nacional del Derecho de
Autor (DNDA)
Propietario y Director: Héctor R. Zabala
Av. Del Libertador 6039 (C1428ARD)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
Corrección general: Prof. Liliana Lapadula
LÁGRIMAS DE SANGUE
ResponderEliminarPor becos, ruas e vielas ela caminhou madrugada a fora buscando incessantemente aquele que a humilhou. Em botequins imundos e prostíbulos ela passou na esperança de encontrá-lo e assim, saciar sua sede de vingança.
...E aos acordes de um velho bandolim, um pedinte balbucia uma estranha canção.
Em meio a olhares estranhos, ela atravessou uma longa avenida.
Diante de um bordel, um grupo de homens e mulheres embriagados chamaram-lhe a atenção.
Ela se aproximou e subitamente reconheceu aquele que tanto procurava.
O sujeito percebeu, se assustou, e ao tentar fugir acabou alvejado com um tiro nas costas! O sangue derramado escorreu lentamente pela guia...
Pacientemente, ela assistiu ao espetáculo proporcionado por aquele corpo que agonizava.
Finalmente vingada, ela deixou escapar um sorriso frio entre os lábios, enquanto se afastava.
...E novamente os acordes de um velho bandolim se fizeram ouvir.
(Agamenon Troyan)