SUPLEMENTO
DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 62 – Septiembre
de 2014 – Año V
ISSN 2250-5385
Inscripción
gratuita como LECTOR
si escribe
a zab_he@hotmail.com
indicando nombre
y apellido, ciudad y país
(se le avisará
cada nuevo número trimestral).
“Alcmán de Esparta”
Mónica Villarreal (2014)
(Acrílico y carboncillo sobre
papel, 21 cm x 28 cm)
Serie “Poetas Clásicos
Griegos”
|
Sumario:
• Sara JOFFRÉ (Perú)
• Ricardo PÉREZ-SALAMERO GARCÍA (España)
• Juan DISANTE (Argentina)
• Manuel TEYPER (Colombia
- Perú)
• Aída VALDEPEÑA JIMÉNEZ (México)
• Julio GARCÍA VENTUREYRA (Argentina)
• Pablo CASSI (Chile)
• José Antonio CEDRÓN (Argentina - México)
• Camilo José NOA
RODRÍGUEZ (Cuba)
• Victoria Estela SERVIDIO (Argentina)
• Nina DELGADO (México)
• Lidia Alba GAVIÑA (Argentina)
SARA
JOFFRÉ
Dramaturga,
actriz, directora escénica, editora, profesora, promotora cultural nació en el
Callao, Perú, el 16/11/1935. Además de su labor como escritora, la presencia de
Joffré ha sido determinante en los últimos cincuenta años, cuando menos, para
la consolidación de un movimiento teatral peruano. Directora y fundadora de Homero Teatro de Grillos, colectivo con
el cual inició con singular fuerza el interés por el teatro para niños en el
ambiente cultural del Perú, ha ejercido además la crítica teatral para el
reconocido Diario El Comercio. Empezó su trabajo como autora teatral en 1961
con las obras “En el jardín de Mónica”
y “Cuento alrededor de un círculo de
espuma”, puestas por el Grupo Alba en el Club de Teatro de Lima, aunque sus
vínculos con el arte de las tablas data de edad muy temprana. Todo este
esfuerzo la lleva a conseguir un premio en la filial peruana del Instituto
Internacional de Teatro (ITI), además de una bolsa de viaje del British
Council. En 1963 crea el grupo Homero Teatro
de Grillos, pionero en el trabajo para la infancia. En años posteriores se
constituye en incansable difusora de este arte a través de Muestras para
recorrer gran parte del territorio nacional. En 1974, inicia la Muestra de Teatro Peruano, probablemente el más
importante encuentro teatral de su país. Seguidora de Bertolt Brecht ha
dirigido varias de sus piezas teatrales y dictado talleres y conferencias sobre
el genial dramaturgo alemán.
Ha desarrollado
un importante trabajo de edición de otros autores, y de críticas teatrales,
como prueba su libro “Teatro hecho en el
Perú” (Biblioteca Nacional del Perú, Lima, 2001), y también otros libros y
presencias: “Teatro Peruano / El teatro
universitario” - Volumen VIII (Editorial Minerva, Lima, 1982); “Críticos, comentaristas y divulgadores”
(Lluvia Editores, Lima. 1993); “El libro
de la Muestra
de Teatro Peruano” (coautora, Lluvia Editores, Lima, 1997); “Bertolt Brecht en el Perú” (Teatro,
Fondo Editorial Biblioteca Nacional del Perú, Lima, 2001) y “Alfonso La Torre , su aporte a la crítica de teatro peruano”
(Ornitorrinco, Lima, 2012).
Su producción
dramática suma obras como “La hija de Lope”, “Niña Florita”, “Camille
Claudel”, recogidas en ediciones,
así como en “Obras para la escena”
(Editorial Universidad Mayor de San Marcos, Lima, 2002), que junto a las
mencionadas reúne “En el jardín de
Mónica” (primera edición por SESATOR, 1962, y más reciente por Pabellón D,
Lima, 2008), “Cuento alrededor de un
círculo de espuma” (SESATOR, 1962), “Una
obligación”, “Una guerra que no se pelea”, “La Madre ” y “Camino
de una sola vía / Rua de mao única” (esta última sobre Walter Benjamín, hoy
también publicada en español y portugués por Escola SESC de Ensino Medio, Rio
de Janeiro, 2013). También se editaron sus “Siete
obras para escena” (Universidad Inca Garcilaso de la Vega , 2006) con “Se administra justicia”, “Se consigue
madera”, “Pre-texto” (las tres con anterioridad en “Teatro peruano”, Editorial Minerva, 1982), “Los Tocadores de Tambor-Pañuelos Bandera Nubes”, adaptación de El
Lazarillo de Tormes para teatro, y “Monólogo
1” . Más
recientemente ha salido la segunda edición de su libro “Cuentos de teatro para niños” (Fondo Editorial Biblioteca Nacional
del Perú, Lima, 2008; originalmente Editorial BCR, Lima, 1998). De su teatro
para la niñez las ediciones “Vamos al
teatro con los Grillos - Seis piezas
de teatro para niños” (Volumen l y II), Ediciones Homero Teatro de Grillos,
Lima, 1967); “Teatro para la escuela / 4
piezas de un solo juego” (Ediciones Homero, Teatro de Grillos, Lima, 1984),
con “Cosecha, cosecha”, “La Leyenda del Pájaro
Flauta”, “Los Wari” y “Mama Raiguana”;
su adaptación de “Pinocho” para el
teatro (Editorial Bra-camoros, Lima, 2005); “El
que hace salir el sol” (Ornitorrinco, Lima, 2010).
Ha traducido a
otros autores y en la actualidad se dedica a escribir, enseñar y a promover el
teatro. Viene publicando su revista "Muestra", que sólo publica
dramaturgos peruanos y es autogestionada. Su libro de poesía en “El Callao” se publicó por Tranvía
Editores, Lima, 2007.
En 2008 obtuvo
el Premio Internacional de Monoteatro sin Palabras Hiperbreve “Garzón
Céspedes”. En 2010, el Premio Literario Casa de las Américas, haciendo homenaje
especial al Bicentenario de la
Independencia en su región de origen, la contó como parte de
su Jurado Internacional.
MONÓLOGO
Sara
Joffré ©
PABLO, este te
va a parecer un cuento retefabricado para tener una ocasión de compartir algo
después de tantos años… verdad que a mí también me lo parece, un cuento, un
cuento amargo retorcido, como quien le dio vida… sí, no me mires tan duramente,
no he venido a interrumpir tu felicidad, tu goce… no, disculpa tal vez tú
tampoco vivas en la suprema felicidad pero mira, déjame creerlo…
Mira ese
jardincito por el que me trajeron a verte, después de muchas dudas y consultas
naturalmente, la verdad es que apelé a todo mi descaro para insistir…
Qué linda
música, tienes suerte, algún vecino que practica el piano… y viene de este
lado… sabes, por mi barrio todo es salsa, reggae, en fin ya conoces todo eso,
pero tal vez no. Te has fabricado una linda soledad, un retiro lleno de libros,
y la paz que tanto anduviste buscando…
Ja,ja,ja, nadie
lo diría y se te ocurrió ir a encontrarme… buscaste a mí… tal vez esa fue la
única vez en tu vida que falló tu instinto, pero la verdad, si bien te
cansaste, los años que pasamos los pasamos bien… y qué sucedió de pronto,
¿sabes que yo nunca supe realmente porqué te decidiste a dejarme? (PAUSA)
Ni lo supe ni
lo quiero saber ahora después de casi… mejor no mencionar cantidades de años… lo
curioso es que tu hija me dijo que le habías dicho que yo te había botado… ¡jamás!
Aquí ha habido un error… si, no te preocupes no he venido a resolver enigmas
que ya no son ni enigmas porque el tiempo “que todo lo cura, traerá el olvido…”,
no canto bonito pero por ahí que le di el tono y a nosotros nos gustaban los
boleros… “nosotros que nos queremos tanto… que del amor hicimos…”, basta, no
debo aprovecharme de este momento de… ¿debilidad?... no, tú jamás fuiste débil,
siempre muy en silencio, muy tú, pero débil nunca…
Al principio yo
que era la parte arrolladora del asunto no te quería, no me gustabas ni para
conversar. ¿Cómo iba a imaginar que te iba a gustar entablar una conversación,
si nunca abrías la boca?
Me mirabas,
bastante intensamente verdad, y me decías cosas sin gastar un solo poquito de
aire, ¿verdad?... ay perdón, no tienes que mirar hacia otro lado, recuerdo
perfectamente las condiciones que me leyeron… me las leyeron… y me hicieron
firmar ¿qué pasa, tengo cara de que no entiendo bien lo que me dicen?, ¿o es
una norma para todos?... ¡Ya sé, ya sé por gusto me gasto en preguntar! Perdona
no vuelvo a equivocarme, pero no me des la espalda, también recuerdo que esa
era tu forma de escaparte de los inoportunos, bajar los ojos llevarlos a otro
lado y dejar hablando en vacío… tú te ibas por los ojos a visitar otro planeta…
ese, tu planeta donde alguna vez yo pude viajar contigo…
¿Por qué me
arrojaste de allí?
¡No hay
derecho, no es posible pisotear así el amor de la gente! ¡No, no toques el
timbre para avisar que se ha acabado la entrevista, es que… a lo mejor te
acuerdas que… o por si no te acuerdas, me disculpo contándote como si fuera la
primera vez que nos viéramos, que yo tengo la horrible costumbre de empezar en
un tema y de pronto, hilvano, hilvano puntadas en el viento… y como dice Bob
Dylan “las respuestas están escritas en el viento” “the answers my friend are written in the wind” ¡Ay no, no perdón
ahorita acabo! Sí, miraré mi reloj para irme por esta vereda o la otra vereda… ja,
ja, se me vienen encima los recuerdos… La Habana … veredita tropical… la luna, el mar cobre
y azul bailando en el malecón, ¡qué viento!
¿Cómo es
posible enojarse, estar de mal humor en un sitio cómo ese? ¡Ja, ja, habrá que
echarle la culpa al ron que no es precisamente bueno para el hígado, y yo
tratando de decir como las gitanas con anteojos de carey en el Sacro Monte,
aplaudiendo con la desesperanza en ojos y manos ¡Alegría, viva la alegría!... el
son de La Loma … Bebo
y Chucho Valdés, ay, pero yo estaba en otra y quería decirte, siempre quise
decirte… ¡No toques el timbre, un minuto nada más porque esto tienes que
saberlo, se los conté primero que a nadie a tus hijos… ¿No te han dicho nada?
Ah sí, ya me acordé que una de las reglas es que no pretendiera realizar un
diálogo, no, no pretendo que me contestes… pero tenía que venir, en cuarenta
años no te molesté, nunca atravesé tu camino, pero sabes, o vas a saberlo… tienes
que saberlo y a lo mejor algún día me contestes… por la angustia sabes… ya no
hay nada que se pueda atar o conseguir pero tienes que saber adónde puede
llegar la gente con su maldita maledicencia… (PAUSA)
Me escribió una
carta, es decir tomó el papel, su lapicero, porque estaba escrita a mano, o sea
algo pensado, calculado, meditado, tal vez en un cafetín de esos lindos de
París o Berlín o en una de esas insípidas creaciones de bares modernos en
cualquier parte… ¿O, sería en una biblioteca pública, europea, porque se quedó
viviendo en Europa, ya no tenía nada que hacer aquí materialmente hablando,
materialmente, pero por dentro parece que no había atravesado el dintel de
nuestra puerta, la puerta de nuestra casa, en nuestro barrio, el barrio donde
los chicos jugaban y fuimos tan felices, y bien la carta escrita en Europa
cuarenta o treintaitantos años después de lo acontecido según señalaba con su
escritura metódica y pausada… porque eso era lo que causaba más espanto, no era
un papelito escrito a la mala donde se ubica un arrebato, no, era una hoja de
papel y redactado muy comedidamente, con ortografía y literatura de primera,
bueno de primera no, nunca supo escribir dulcemente aunque si doctamente… ah,
pero todo eso no importaba nada…
¡Escribir,
pensar, meditar, doblar, caminar, entrar, comprar, pagar, despachar… me sigues
¿no? Escribir la carta, pensar lo que se quiere decir, meditar cómo hacer para
llegar adonde se quiere llegar, caminar con la carta que pesa en la mano como
cien kilos de premeditación-alejamiento-distancia, entrar al correo
probablemente saludar y en el correo que a lo mejor ni te contestan, y encima
si hubiese habido una fila que hacer soportar todo ese tiempo lo que se va a
remitir, llegar y pagar una suma pequeñita pero que va a producir que se quiere
que produzca un dolor, una herida, un temor, no soy tan inocente como para
decir una sorpresa… ja, ja.
Lo primero que
me dio cuando me llegó la carta y la abrí fue risa, una loca risa de sorpresa,
ay, me pareció una tontería tan grande.
Ah porque sabía
muy bien que hacía tantos años que te habías ido, que no intentaste volver, que
jamás yo te habría rechazado o sea para nada mandarme esa infame e inútil carta
solo para decirme:
¡Te quiso
engañar conmigo y yo no se lo permití!
(SUENAN
PROFUSAMENTE LOS TIMBRES Y QUIEN HABLA BUSCA LA SALIDA POR TODAS
PARTES.
LOS TIMBRES NO
PARAN. SE HACE OSCURO. FINAL. LA
MÚSICA QUE ESCOJA EL DIRECTOR)
RICARDO PÉREZ-SALAMERO GARCÍA
(Valencia, España,
8/9/1961). Escritor, músico, Licenciado en Filología Anglogermánica, se
desempeña también como profesor.
Obra literaria
Poesía: El Árbol Axial (Instituto Estudios
Modernistas, Valencia, 1996); Trazos de
Selenia (Ed. Morandi, Madrid, 1998); Serígrafs
i Litúrgica Vulgata (Ed. Atalante, Valencia, 2004 1ª ed.) Premio Ciudad de
Valencia 2002 (in Catalonian); Ker (ISBN:
978-84-613-1972-5. DL: V-3242-2009); Esotérístika (Lulu, 2010); Transhumancias (Lulu, 2010); Convilecencia (Lulu, 2010); Diario de
Sincronías y Adivinaciones (con ilustraciones del autor, Lulu, 2010); Psiconofrenia. Diccionario Universal de Símbolos en clave
poética
(Lulu, 2010); Tetróptico (El Árbol Axial, Trazos de Selenia, Urbe
Adentro, Prosenia. Lulu, 2011); Vuelta
a un Mundo Poético en una Eternidad Indescifrable (Ed. Círculo Rojo, 2012).
Diario (clave poética):
Cuando Turquía (Lulu, 2010).
Traducción: Grafemas de la Tierra y el Cielo (Trad. Ing-Esp/Esp-Ing.,
Bubok, 2010).
Ensayo: El Discurso Fragmentario (Bubok, 2010).
Novela: A Diario a
Lylith (Lulu).
Cuentos (Ingles,
español, valenciano y francés, Bubok)): Los
Caballeros del Tiempo, La
Abubilla.
Obra musical: Cinco CDs con el nombre
artístico de ddaluz a través de Mycd.com: Prima
Vitae, Ninfomusic, Evo I, New Moods:
Electronical Notes, Frankenstein’s Remnants.
Puede consultarse
acerca de parte de esta obra en los siguientes enlaces:
ZENDAVESTA *
Ricardo Pérez-Salamero
García ©
renueva el cielo azules
con rosales suspensos
cuando el alma gira sin
saber si crece o mengua.
Aire tenue pregunta si
es causa o percepción,
voz, trinos, en sí
ruidos
renovados.
Y descifra enigmas al
azul
luz de nuevo, de nuevo
orígenes ha ya extintos.
Reclama punto en cielo,
un islario del alma
* De Diario de
Sincronías y Adivinaciones (II Vías de Invernal)
Y ahora dos poemas
inéditos de Ricardo Pérez-Salamero García ©
1.
es amor querer ver
el rostro del amor
que me engendró
y no tener sino un
reflejo
en vuestros ojos
es amor el llanto
desgarrado
de cualquier ser
al pensar que fue
privado
de su reino
y desesperado, iracundo
busca
entre el polvo
que se le escapa entre
los dedos
es amor la ira que
despierta
en otros el ansia de
paz
y no ver mal, ni una
mota de polvo,
en esquina alguna
es amor entregar tu
anhelo
a las montañas, al mar,
a cualquier piedra
del camino en cada
aliento
2.
tu abandono es el
abandono de todos,
la oscuridad primigenia
origen del dolor
tras haber elegido,
co-creador,
conocerte a ti mismo
Y sin embargo, albergas
en ti, desde siempre
la luz primera desde la
que partiste
JUAN DISANTE
Vicente López (Buenos
Aires), Argentina. Escritor. Autor de Suburbios.
Historia de la Periferia ,
ha sido además jurado en distintos certámenes literarios.
PRIMAVERA
Juan
Disante ©
tú
dices que te dice tierra
tú
dices que te dice brotes
tan
primavera
en
los soles
a
media noche
de
mi invernada vuelvo
a
destejer el sépalo del cáliz
y
tu habla
vi
llegar desde el fondo
el
sentir de tanto aromo
tan
duermevela
ventoso
y hondo
aun
adormilada
mi
erección asustada
de
la aurora abierta
tu
habla
mis
tics
reoír
mis cuándos corporales
en
tu fondo
hay
un temblor de alondra que besa
donde
hay otra tú
deletrearte
tus gramáticas
tan
girasoles
desnudarte
a la alborada
y
reescuchar tus dondes
tan
cambiantes
tan
rizoma
HUESO HAMLET
Juan
Disante ©
Pídele
a la historia que detenga su marcha
Hamlet
ya lo dijo todo
y
no podemos ir más allá del hueso
donde
los roedores repiten su furia.
Detiene
tu espada con encarnadura
y
percibe al fantasma que vuelve
a
pedir reparación por su oído
por
tanto ensueño perdido.
Suplica
que muestren los cadáveres
que
la intriga se esfume en la estela
que
el mandato desarbole la codicia
que
ese amor de los reinos esté yerto.
Recorta
la radiante duda de los perplejos
atento
a la grafía del frágil arrinconado
arrancado
de su apocada clarinada raíz
acuciado
a consumir el horario de su vida.
Anuncia
que la pasión no dura siempre
y
el abundamiento de opulencia que la sigue
sin
que la letra pueda contra la espada
sin
poder vencer sobre el plexo sacro error.
Acompaña
al justo en el correr de los siglos.
al
honor desnudo de la venganza
a
la locura acusatoria de los desterrados
al
dilema eterno de ser o dejar de serlo.
MANUEL
TEYPER
Seudónimo de
Jaime Didier Aldana Reyes. Escribe cuentos y relatos, que vende
para su subsistencia y la de su familia. Todavía no ha publicado nada en papel,
pero espera hacerlo pronto. Colombiano, vive en el Perú desde hace veinte años. Ha viajado
por América del Sur vendiendo sus poemas para solventar el viaje y al regresar
a Colombia conoció a la que hoy es su esposa. A continuación un interesante
cuento de género fantástico.
EL REGRESO
Manuel Teyper ©
I
Trujillo, La Libertad-Perú .
Martes, 7 de agosto de
2010.
En esa casa, grande y
señorial como casi todas las del barrio La Floresta , se encontraba una mujer sola, a punto
de dormir.
Ya era pasada la
medianoche.
Afuera, el viento
pasaba por sobre los techos silbando estrepitosamente; esa especie de gemidos
lúgubres llegaban hasta ella, haciendo que un estremecimiento recorriera su
cuerpo. Entonces fue a la ventana y terminó de cerrarla para que aquel ulular
no se colara por la rendija.
Se tapó la cabeza con
la frazada y cerró los ojos largo rato, pero el sueño se negaba a llegar; el
día había sido particularmente largo y pesado, lo que hizo que se sintiera más
cansada que de costumbre; tal vez era eso lo que le impedía dormir.
Un rato más tarde,
aburrida de dar vueltas en la cama, se levantó y fue a darse una ducha caliente.
Media hora después
estaba de vuelta en la cama.
Flor de María Olazábal
Quintero encendió la televisión, pero la apagó enseguida recordando que debía
madrugar para ir a su trabajo.
Sonrió pensando que si
tuviera alguien a su lado, sin duda dormiría mejor. Pero la dedicación que le
prodigaba a su profesión de ingeniera electrónica, y su carácter imperioso,
habían alejado a los galanes, y ahora, a sus treinta y tres años, permanecía
soltera, pese a ser poseedora de una belleza exuberante y un cuerpo bien
proporcionado; ‘’ya habrá tiempo para eso’’, respondía exasperada cuando sus
padres tocaban el asunto.
La pobre luz del alumbrado
público alcanzaba para iluminar el frontis de la casa, pero impedía ver más
allá, hacia la calle, que a esa hora lucía desolada. Por la ventana apenas
entraba esa misma luz amarillenta, dándole un toque tétrico al ambiente.
Flor de María se quedó
mirando fijamente la ventana, como lo hacía siempre antes de dormir…
Repentinamente, para su asombro, ante sus ojos apareció una especie de luz
blanca rodeada por un humo blanco también, que flotaba afuera… Y se movía.
La mujer cerró los ojos
con fuerza pensando que se trataba de una ilusión óptica, o un sueño, pero
cuando los abrió, allí permanecía esa cosa, como espiando hacia adentro.
Entonces pensó que había sido una torpeza de su parte no haber cerrado también
la cortina, pero estaba tan cansada que lo olvidó… Ahora era demasiado tarde.
Esa luz, como envuelta
en algodones, continuaba allí, empecinada en quedarse… Entonces ocurrió algo
que hizo empalidecer aun más su bello rostro: la nube de luz traspasó el vidrio
de la ventana lentamente, y de forma imperceptible se le fue acercando poco a
poco. Ella observaba con una mezcla de intriga y espanto, sin poder quitar la
vista de ese objeto brillante que se aproximaba cada vez más, hasta estar al
alcance de la mano… Si hubiera podido moverse, pero estaba petrificada por el
terror. Trató de gritar, pero de su boca sólo salió un gemido sordo; esto hizo
que la desesperación empezara a revolverle el estómago. Hizo un esfuerzo por
mantener la calma; ella, que no creía en espantos, estaba al borde de la locura
con aquella aparición sobrenatural.
–¡Dios, Dios, Dios! –era
la idea fija que repetía mentalmente en su desesperado llamado de auxilio.
Mientras el objeto de
luz flotaba a pocos centímetros de su cuerpo, como si fuera un animal salvaje
examinando a su presa, ella permanecía inerte y aterrada al ver que esa cosa se
le acercaba más, hasta casi tocar su cuerpo… Leves gemidos de horror salían de
su boca.
En un momento dado, esa
presencia lumínica se movió unos centímetros, haciéndole pensar que se alejaría
para no volver jamás, y así lo ansiaba con todas sus fuerzas… Pero ante sus
ojos desorbitados esa cosa se posó sobre su pecho… Y se metió a su cuerpo dando
un chasquido espantoso… Eso fue lo último que soportó Flor de María antes de
perder el conocimiento.
II
El despertador sonó
como de costumbre a las seis y quince de la mañana.
Flor de María escuchó
ese timbre imperioso y se despertó. Sentía un fuerte dolor de cabeza y todo le
daba vueltas pero se incorporó. Lo que vio la dejo pasmada: nada de lo que la
rodeaba le era conocido… Y ese perfume no era el suyo. Además… ¿Dónde estaba
Roberto?, su esposo. No era posible que saliera a trabajar tan pronto. Y… ¿dónde
se había metido John?, el hijo de ambos. ¿Sería posible que ya se hubiera ido a
dejar al niño al colegio, dejando que ella durmiera tranquilamente, a sabiendas
que tenía que salir a trabajar? Pero más sorprendente aún… ¿Dónde se
encontraba? Eran las preguntas que se agolpaban en su cerebro, aumentándole su
asombro.
Se levantó de la cama y
fue a encender la luz para ver con mayor claridad… Un escalofrío recorrió su
columna vertebral: vestía un pijama que no le pertenecía. Pero lo más extraño
era que esa habitación donde se encontraba… nunca antes en su vida la había
visto… La sensación de que algo estaba terriblemente mal, le asustó tanto que
tuvo que sentarse. Sus manos y piernas le temblaban.
Se puso las manos sobre
la cara y cerró sus ojos tratando de acordarse dónde había estado la noche
anterior, pero en su confundido cerebro no encontró respuestas. Apenas recordaba
que iba en auto, acompañada de su esposo Roberto y de su único hijo John para
dejarle en el colegio… Le habían dejado y luego se dirigían a sus respectivos trabajos,
cuando… ¡Por Dios! Alguien rozó el auto haciendo que Roberto girara
violentamente… Después… Después todo quedó en silencio… Despertando en esta
alcoba que no parecía ser la de un hospital. No comprendía, o no quería
comprender, que algo terrible hubiera ocurrido.
Se asomó a la ventana,
y su sorpresa fue mayúscula al no reconocer el barrio en el que se encontraba.
Decidió ir al baño… El
grito que dio la mujer terminó por despertar a todos los habitantes de la casa:
los padres de Flor de María y un inquilino que ocupaba una habitación en el
tercer piso.
Ocurrió que se había
mirado al espejo… sin reconocer el rostro que vio reflejado en él. Poco faltó
para que cayera desmayada de la impresión. Volvió a mirar incrédula, pero sus
peores presentimientos se hicieron realidad: allí estaba el rostro de una mujer
desconocida. Su mente, tratando de dar una explicación razonable, le hizo
pensar que se trataba de un fantasma. Buscó desesperadamente otro espejo
confirmando sus temores; en efecto algo inconmensurablemente espantoso le había
ocurrido.
En ese momento entró la
señora Úrsula Quintero, madre de Flor de María.
–Hija, ¿Qué te pasa?
La mujer salió
corriendo al encuentro de la voz que acababa de escuchar, de cuyos labios,
pensó, saldrían las respuestas que requería con urgencia.
–¿Qué pasa Flor de
María? ¿Qué son esos gritos?
–Quie… ¿Quién es usted?
¿Dónde estoy? –preguntó con la voz temblorosa.
–Pero hija ¿por qué
actúas de esa manera? ¿Has estado tomando algo?
–Yo no soy su hija,
señora. No entiendo qué me está pasando. Amanecí aquí sin saber quién soy…
Mejor dicho sí sé quién soy, pero no comprendo por qué estoy metida en este
cuerpo… Ya sé que no me entienden. Mis padres son otros… Y están separados –y
rompió a llorar desconsoladamente. Las lágrimas también rodaban por la mejilla
de la señora Úrsula a cada palabra pronunciada por su hija.
Unos momentos después
apareció el padre de Flor de María.
–¿Qué está pasando?
–Flor de María amaneció
completamente extraña, diciéndome que no soy su madre –contó atropelladamente
la señora Úrsula a su esposo, abrazándose a él.
–Dime algo, hija ¿Qué
te pasa? ¿Podemos ayudarte?
–Disculpen, pero yo no
soy quien creen que soy… Ni yo misma sé muy bien qué cosa me ha pasado.
Los esposos tampoco
entendían nada, sólo veían con preocupación que su hija había perdido la razón.
La señora Úrsula se
acercó a la que creía era su hija, y le abrazó tratando de contener el llanto.
La mujer dejó que lo hiciera; necesitaba refugiarse en alguien, esconderse,
perder la noción de todo… y despertar como si todo hubiera sido sólo una
pesadilla espantosa... pero ella seguía allí, tomando consciencia de su
desgracia.
–No sabemos qué te ha
pasado, pero debes entender que estamos aquí para ayudarte, ésta es tu casa...
–¡Ésta no es mi casa!
–cortó con énfasis las palabras serenas que provenían del señor Antonio
Olazábal.
–Disculpe, señor, ya no
sé ni lo que digo.
–No te preocupes... Ya
se te pasará –respondió, entristeciéndose al escuchar la palabra ‘’señor’’, de
labios de su hija, y notando un matiz distinto en el tono de su voz.
–Mi nombre es Marisol
Castro. Vivo en el distrito de San Miguel, en Lima... Y soy casada, pero esta
mañana desperté absurdamente en un cuerpo que no es el mío... Estoy muy
asustada... –el llanto no le dejaba hablar, balbuceaba por los nervios. A un lado
la pareja permanecía perpleja al escuchar a Flor de María, quien decía cada
cosa más disparatada que la anterior.
–Ya no digas nada más y
descansa –le pidió suavemente la señora Úrsula.
–¿Dónde estoy?
Mientras la señora
trataba de comprender la dimensión de la pregunta, las lágrimas le afloraban,
como si ellas tuvieran la capacidad de limpiar toda la angustia que le
embargaba.
–Estás en el barrio La Floresta , e... en
Trujillo.
–¿En Trujillo? ¿Cómo he
venido a parar aquí?
–No sé qué es lo que te
está ocurriendo pero es mejor que descanses. Duerme un poco, a lo mejor al despertar
ya todo haya pasado.
El señor Antonio ya
traía un vaso con agua y una pastilla para dormir. Ella la tomó en silencio,
tratando de aferrarse a la más mínima cosa que le diera seguridad.
Unos minutos después,
Flor de María... o Marisol Castro, dormía plácidamente bajo el efecto del
narcótico.
Los esposos
permanecieron abrazados un momento, acompañando a su hija, y luego se retiraron
comprensiblemente compungidos.
III
A las siete de la noche
despertó la mujer. La cabeza le daba vueltas.
Cuando tomó consciencia
de su situación, rompió a llorar de nuevo, pero ésta vez hizo un esfuerzo
mental supremo por mantener la calma; desesperarse no le iba a conducir a
ninguna parte, pensó.
Trató de sopesar todo
con claridad, pero las imágenes del espejo se volcaban en su mente… Esas sí con
claridad agobiante.
Se miró las manos y
luego tocó su cara… Esas facciones que conocía muy bien ya no estaban más.
Entonces tomó la determinación de viajar inmediatamente a la ciudad de Lima; allí
sabría con toda seguridad qué cosa había ocurrido.
Se puso de pie un poco
más tranquila y buscó en esa cartera que pertenecía a otra persona el dinero
que necesitaba para el viaje. No demoró mucho en encontrarlo.
Se colocó aquellas
ropas ajenas, y se dispuso a salir sin dar aviso a las personas que le llamaban
‘’hija’’, pero cuando estaba a punto de correr el pestillo de la puerta,
apareció la señora Úrsula con una taza humeante de sopa.
–¿Para dónde vas a esta
hora?
–Me voy para Lima.
–¿Para Lima? ¿Y qué
piensas hacer allá?
–Quiero saber por qué
estoy en Trujillo, por qué ocupo un cuerpo que no es el mío… En fin, voy en
busca de respuestas, si no lo hago me voy a volver loca –dijo la mujer, mirando
tristemente a la señora Úrsula.
–Entonces me voy
contigo.
–No es necesario,
gracias, este asunto lo quiero resolver yo misma.
–Que Dios te acompañe.
Pero antes toma un poco de sopa, necesitas estar fuerte para lo que Dios quiera
que sea que tengas que afrontar.
La señora Úrsula se
acercó y le abrazó fuertemente por un tiempo que a la mujer le pareció
demasiado largo. Suavemente separó a la señora, que sollozaba.
–La hora de llorar ya
pasó, ahora sólo queda saber la verdad y enfrentar los designios de Dios –fue
lo último que dijo. Tomó algo de la sopa que le trajo la señora Úrsula y salió
en silencio, sin despedirse de nadie más.
Flor de María… o
Marisol Castro, contrariada con el enorme peso de llevar un cuerpo y una
identidad que no eran los suyos, salió a la calle. El viento frío de la noche
le hizo olvidar, por un momento, toda aquella angustia que apenas soportaba.
Una vez en la terminal
de transportes, se turbó cuando la chica de los boletos preguntó su nombre.
Automáticamente iba a decir Marisol Castro, pero algo la detuvo. Metió una mano
en la cartera, y sacó un documento de identidad que decía: Flor de María
Olazábal Quintero.
–¿Hacia dónde se
dirige?
–Lima –dijo en voz
baja.
–Disculpe, no la
escuché muy bien.
–Hacia Lima.
–Ya, gracias. El bus
sale a las once y cuarenta y cinco. Por el carril cinco.
–Gracias –respondió con
una voz apenas audible.
Durante el viaje en bus
rumbo a la capital, aprovechó el tiempo para pensar, pero sobre todo para
recapacitar. Hizo un recorrido mental de cada cosa que hizo antes de
encontrarse en esta situación tan confusa y desagradable, pero cuando llegó a
la parte del accidente, su corazón pegó un brinco, haciendo que se estremeciera
en su asiento:
–¿Estaré muerta? –sin
darse cuenta lo dijo en voz alta. Su compañero de asiento escuchó claramente la
frase incongruente.
–¿Qué fue lo que dijo,
señorita?
–Nada, no se preocupe.
El hombre a su costado
estaba seguro de haber escuchado esa afirmación inquietante pero no dijo nada
más.
Marisol Castro,
ocupando un cuerpo que no era el suyo, seguía pensando: su vida había sido un
cúmulo de felices experiencias, primero como estudiante, y después ejerciendo
la profesión que le daba grandes satisfacciones: bióloga marina. Pero lo que
más le tenía aferrada a la vida era su familia. Con Roberto estaban criando un
niño amoroso e inquieto por averiguar cada cosa, que no paraba hasta descubrir
de qué estaba hecho tal o cual objeto, y cómo funcionaba. Su nombre era John y
tenía nueve años de edad… Hasta que llegó el día fatídico del accidente, del
que no recordaba casi nada.
–¿Estaré muerta? –pensó,
esta vez para sí misma–. Y si es así, ¿dónde está mi cuerpo?
Se cubrió la cara con
las manos y decidió no pensar más, era mejor así, al menos por ahora; estaba
tan agotada que se durmió de inmediato, pesadamente.
Soñó con vuelos
imposibles… que finalizaban abruptamente cuando su cuerpo caía pesadamente,
mientras su espíritu permanecía en lo alto, como flotando, sin poder hacer
nada. Soñó con su adorado hijo caminando a su lado por la floresta, tomados ambos
de las manos. También soñó con su esposo. Veía su sonrisa franca. Su abrazo
fuerte. Su temperamento reposado. Su capacidad para mantener la calma aun en
los peores momentos… Y después lo veía alejarse mientras ella caía en un abismo
insondable.
Cuando despertó,
faltaban sólo algunas cuadras para llegar a Lima.
Apenas puso pie en
tierra tomó un taxi y se dirigió a su casa. Era miércoles, y en su reloj
marcaban las siete de la mañana.
Descendió del taxi
dispuesta a enfrentarse con su destino.
En el frontis de la
casa había un número inusual de personas vistiendo trajes negros. Sintió un punzón
en su pecho pero siguió caminando.
Pasó al lado de unas
personas que no la conocían, sólo la miraban como preguntándose quién era la
recién llegada..
Entró a la casa y se
dirigió al fondo. Pasó por un pequeño zaguán por el que caminó tantos años, y llegó
a la sala sobresaltándose al ver que en medio de ésta, descansando sobre unos
pilares… se encontraba un ataúd. Hacia allí se dirigió con paso decidido. Se
acercó al féretro y lo que vio la dejó espantada: dentro de ese cajón se
encontraba el cadáver de Marisol Castro.
El encuentro con su
propio cuerpo inerte, hizo que sus ojos se desorbitaran de espanto. Dio un
grito espantoso, y retrocedió maquinalmente. Sus piernas se negaban a
sostenerle. Antes de caer, ya estaban varias personas prestas a socorrerle.
Casi todos los
presentes acudieron al lugar, luego de escuchar aquel alarido desgarrador, pero
cuando llegaron la encontraron desmayada sobre un sofá. Algunos preguntaban si
alguien conocía a la mujer pero ninguno supo dar razón.
Cuando volvió en sí, una
mujer sostenía una bebida caliente y trataba de hacer que la tomara.
La mujer lucia
desencajada. La palidez de su rostro denotaba la abrumadora verdad que había
tenido que afrontar.
Sólo había una cosa que
la mantenía con cordura, impidiéndole que saliera a la calle a dar de gritos:
saber qué pasó con su hijo John y su esposo Roberto.
–¿Ya te sientes mejor?
Preguntó ingenuamente alguien.
–Sí, ya estoy bien,
gracias. ¿Dónde está John y Roberto?
–Roberto se encuentra
en el hospital. Se está recuperando de las heridas que sufrió en el accidente.
Ya está fuera de peligro, gracias a Dios –dijo una mujer mayor, que Marisol
identificó de inmediato como la madre de Roberto–. Y John está en el otro
cuarto. Disculpe… ¿me puede decir quién es usted?
La mujer se turbó un
momento sin saber qué responder, pero al final dijo:
–Soy una amiga de
Marisol. Me da mucha pena lo que le ha pasado. ¿Puedo ver a John?
–¿También le conoce?
–Marisol me habló tanto
de su hijo, que casi le conozco –tuvo que mentir.
En instantes Marisol
Castro tenía ante sí a su hijo querido. Sin perder tiempo le tomó entre sus
brazos. John dudó un momento pero luego se entregó al abrazo. Sentía una fuerza
poderosa que le decía, sin lugar a dudas, que esa mujer, ese rostro extraño que
no había visto nunca… era su madre.
Madre e hijo se
pusieron a llorar; sólo ellos sabían quiénes eran y todo lo que se necesitaban.
Las personas alrededor se miraban extrañadas sin saber qué hacer.
–Quiero que seas fuerte
y acompañes a tu padre, él te necesita ahora. Yo siempre estaré a tu lado. Y te
cuidaré en todo momento –susurraba la mujer al oído del pequeño niño que
sollozaba.
–¿Por qué no te quedas
conmigo? Te necesito mucho.
–Dios me ha llamado, no
puedo negarme a sus designios. Además hay una mujer que tiene su vida y una
familia que la espera… como tú me esperaste. Sé que con el tiempo entenderás
mejor las cosas que nos pasan, y aprenderás a aceptarlas.
John no tuvo que oír
más para comprenderlo todo. Su pequeño corazón estaba limpio de rencores por la
ausencia de su progenitora, ausencia que no era definitiva, ya lo sabía muy
bien. Y había tenido la oportunidad de verla… Viva, por última vez.
–Ahora debo irme.
–Sí, mami.
A pocos metros una
extraña luz encegueció a los presentes, del cuerpo de Flor de María salió una nubecilla
blanca que se transformó en Marisol Castro, que brillaba como un sol
resplandeciente. Marisol Castro dio unos pasos en dirección a la luz, y se
volvió un instante para mirar a su hijo. Luego entró en la luz, que fue
perdiendo intensidad hasta apagarse definitivamente… llevando el espíritu de
Marisol Castro, que únicamente había regresado para despedirse de su hijo.
Al rato despertó Flor
de María, confundida al estar en un lugar que desconocía por completo.
–¿Qué hago aquí?
¿Quiénes son ustedes? ¿Dónde estoy?
Todos estaban
sorprendidos con la trasformación que se había operado mágicamente en su
presencia. Menos John, cuya mirada permanecía fija en el lugar donde se fue su
madre… como si ella todavía estuviera allí.
AÍDA
VALDEPEÑA JIMÉNEZ
México D.F., 1976. Poeta. Realizó estudios de Literatura Latinoamericana en
AMBICIÓN
Aída Valdepeña Jiménez
©
Aspiro a ser un muelle
Que no me note nadie
cuando ría o llore a carcajadas
Que lleguen a
dormir
sobre mis tablas
rotas
marineros exhaustos de
peces y ballenas
Ser íntimo, prudente
audaz ante la astucia
de los barcos prehistóricos que aparecen de pronto
De ser posible
evitar el asombro
y volverme escapista de
la tendencia a ser contemporáneo
o un muelle fantasma.
Aída Valdepeña Jiménez
©
Todo en mi memoria
forma parte del agua
es por eso que soy de
incontables mares
de agua que viaja:
¡nunca de estanque!
He buscado la manera de
volver al mar cada mañana
pero mientras eso
sucede
La luna cobija los más
agua/ recuerdos de mi océano.
TIERRA
Aída Valdepeña Jiménez
©
Grande es la calma
serena la caricia de
los alces al viento
la lluvia:
un himno nómada
la tierra con su aroma
recordándonos peces,
los peces:
palabras bajo el río
las piedras:
sus símbolos de duda
un alfabeto brujo
revelando del mar
alguna lejanía
un alfabeto mago
originando en
calma
el lenguaje estatuario de goletas hundidas
un alfabeto incógnito
donde se guarda el eco
de distintas tormentas
: un líquido evangelio
un mensaje de ostras
nacaradas
un aroma de
musgo empapándolo todo.
EL ÁRBOL DE LAS VOCES
Aída Valdepeña Jiménez
©
Las aves y las hojas
son de la misma especie
comparten la misma
médula
nacen del mismo
árbol
las aves y las hojas
hablan el mismo idioma
por eso no encontramos
nidos en las fuentes
ni a la orilla del río
por eso también es, que
cuando las hojas caen
tienen, a ras de
suelo,
un vuelo similar a la
parvada que emigra hacia otras tierras
PERLA
Aída Valdepeña Jiménez
©
Inasible salmón,
tú dominas el río
porque lo has nadado
siempre
en sentido contrario,
te sirvieron de
ejemplo
las insurrectas aguas
de las cataratas
y le imitaste a la
lluvia la solidez del trueno.
Tu piel madura con tal
velocidad
que va dejando brillos
en el agua
¡y tú, salmón, tan
sosegado!
seduciendo mareas
cautivando los ríos
palpando a
contralomo
el sutil velo de agua
de frías madrugadas.
Palpitante salmón
dejarás gotas limpias
como testamento
y todos beberemos de la
misma agua para saciar la sed.
JULIO GARCÍA
VENTUREYRA
Nacido en 1946 en Bahía
Blanca, Argentina, ciudad en la que reside, es autor de cuentos (muchos publicados
en revistas y suplementos literarios), novelas y guiones cinematográficos. Hizo
primero guiones para cortometrajes y posteriormente para largometrajes. Su
corto "El nutriero", basado
en un cuento, obtuvo una mención en un Festival Internacional de Cortos en
Torrelavega (Santander), España. Participó como guionista y director de cine en
"Desafío al coraje",
película de temática policíaca que se filmó hace algunos años en las cercanías
de Bahía Blanca y que se exhibe en cine y TV, así como en el video-club del
Consulado Argentino en Barcelona. En la actualidad el Canal Volver de Buenos
Aires posee los derechos de explotación del filme que emite cada tres o cuatro
meses.
Artículos: “100 años
de periodismo", La
Nueva Provincia , pág. 310; "El Cine en Bahía
Blanca", Memoria y Homenaje, de Agustín Neifert, pág. 65.
Obras publicadas: “Cuentos con final feliz” (Madrid, Ediciones
Scherezade, 2005); “La Nieve y el Fango” (novela,
Madrid, Ediciones Scherezade, 2006) y
“La
Misionera de los Desamparados” (novela, Madrid, Editorial Casa
Eolo, 2012).
Julio García Ventureyra
©
Cuando la acaudalada
señora Teresa Peralta viuda de Lafuente fue hallada muerta en su mansión, los
dos investigadores seleccionados para el caso no lograron encontrar pistas.
Sólo sabían que había sido cuidadosamente estrangulada. Entonces decidieron esa
misma tarde recurrir a Rita, la vidente que se especializaba en los casos más
difíciles.
Ex profeso, Rita les
dijo que necesitaba algo de tiempo, no mucho, para estudiar y dilucidar el
hecho. Cuando se quedó sola, reconstruyendo en forma minuciosa y prolija los
acontecimientos en base a los datos que le fueron suministrados, vio con
asombro que el criminal era un conocido personaje que aparecía con frecuencia
en periódicos, revistas y programas de televisión, y que era un alto
funcionario.
El crimen cometido
obedecía a dos motivaciones, una pasional, pues ambos mantenían un romance
desde tiempo atrás, padeciendo él celos enfermizos, no aceptando la vida
liberal que ella, mujer atractiva de mediana edad, como él, seguía llevando.
La otra respondía al
robo. La ambición de dinero y poder, la mayoría de las veces, se manifiesta en
el ser humano sin límites ni freno alguno. Pero Rita, experta en la
visualización de los senderos del destino, vio también otro camino, y que no
era aquel que la llevaba a poner en peligro su propia vida por las
circunstancias del caso, sino, a su propia muerte, que era precisamente lo que
en estos momentos ella comenzaba a "ver" un revólver que le apuntaba
a la sien.
El áspero sonido del
timbre la hizo reaccionar, volviendo a la realidad y, mirando el reloj mientras
se encaminaba a la puerta, la abrió. Allí estaban de pie los investigadores que
habían quedado en venir a esa hora. Una vez que los hizo pasar, les explicó que
había estudiado lo sucedido sin hallarle solución, declarándose inepta para el
mismo, pero antes de que se retiraran, pensó ¿y la justicia? Y como un cierto
remedio expurgador de su conciencia extrajo de su biblioteca un libro titulado:
Los peligros del poder,
cuyo autor no era conocido, y en el mismo les señaló la página que decía: "Casi todos los seres humanos –muchos
animales también– con pleno desarrollo de su personalidad tienen aspiraciones
al poder; el equilibrio de las personas que lo ejercen, y el uso del mismo
pueden hacer que dentro suyo se alberguen Dios o Satanás, el Bien o el
Mal".
Los hombres siguieron
su camino analizando las palabras. En su recorrida continuaron visitando a
otros videntes, pero todos... absolutamente todos... se declararon
incompetentes.
* “La vidente” obtuvo el Primer Premio de Cuento en el Certamen
Escritores Bonaerenses, Dirección de Cultura de la Provincia de Buenos
Aires, Argentina.
PABLO CASSI
Nacido en Putaendo,
Chile, en 1951, es escritor y periodista. Reside en San Felipe. Se ha
desempeñado como editor, director y comentarista de más de veinte publicaciones
literarias desde 1979 a
la fecha.
Libros publicados
• Surco y presencia, antología de poesía y
cuento, Santiago, 1977.
• Para un peregrino distante, poemas, Santiago, 1979.
• Cuando se aproximan los sábados y otros cuentos, San Felipe, 1984.
• Íntimo desorden, poemas, San
Felipe, 1984.
• Secreta convicción,
poemas, San Felipe, 1986.
• Poemas para un niño con sonrisa de primavera, San Felipe, 1987
(declarado material didáctico complementario en la educación chilena para la
enseñanza de castellano a nivel básico por el Ministerio de Educación).
• Tu prójimo inevitable, poemas,
San Felipe, 1989.
• La espantosa virginidad de las feas y otras historias, cuentos, Santiago
1993.
• Veinte años de poesía, antología, San Felipe, 1995.
• El amor se declara culpable, poemario, San Felipe, 2009.
Premios
Ha obtenido más de
treinta premios y distinciones literarias, entre los que se destaca el Premio
Municipal de Literatura de Santiago de Chile en la categoría Poesía, 1985, por
su obra “Íntimo desorden”.
Para una lectura
detallada de los premios, menciones y distinciones obtenidas por este escritor,
así como de las publicaciones que dirigió, editó o fue articulista puede
consultarse: http://es.wikipedia.org/wiki/Pablo_Cassi
ALGUIEN DESEA ENCONTRARSE CONTIGO
Pablo Cassi ©
Te escribo para que no te gobierne el miedo
ni la antigua vida dude de tu existencia
con su historia de arrepentimientos.
La noche nuevamente te encontrará sola
repitiendo tu nómina de sueños
aquellas cartas escritas con la dignidad
de una enamorada.
Alguien desea encontrarse contigo esta tarde,
tomar posesión de tus labios
y buscar en el cajón de tu dormitorio
aquella flor que no envejece.
EL RÍTMICO VAIVÉN DE UN TRANVÍA
Pablo Cassi ©
No es fácil adentrarse en el olvido
con la experta indiferencia que camina de noche
dar vueltas alrededor de la propia sombra
y salir de la lluvia
con un ritmo alternativo.
Después de todo mi mayor hazaña,
ha sido ésta
<<hacer tabla raza de mi alma que huye de lo inútil>>.
Mientras el viento golpea latas y techos de calamina
con el rítmico vaivén de un tranvía
tú vuelves a caminar con un pie puesto en la primavera
para no levantar sospecha.
La noche cae sobre nuestro semblante
nada puede disuadirnos bajo esta nubes
estamos atrapados en mitad del diluvio.
Pablo Cassi ©
Las palabras comienzan a envejecer,
el tiempo concluye para ellas.
Pronto serán incapaces de decidir por sí
solas,
no podrán recordar sus primeras sombras,
salvo que deje de llover antiguas palabras.
Quizá alguien las convoque
para comprender porque han enmudecido
como atardecen los enfermos con décimas de
fiebre.
Han vuelto a mi rostro
con la mansedumbre del sol
traen la belleza enferma y silenciosa,
los mensajes más antiguos
los martes en que la tarde queda afuera
y agoniza a orilla de una iglesia.
Y la imagen de un ángel atraviesa el horizonte,
cae la hora de la despedida,
el efímero glamur de los neologismos
que navegan con rumbos desconocidos
más allá del bullicio demente
que desafina al universo.
JOSÉ ANTONIO CEDRÓN
Nació en Buenos
Aires, Argentina, en 1945. Poeta, ensayista, profesor y autor de libros educativos.
Por su militancia política desde la literatura debió emigrar durante la década
de 1970, amenazado por la organización paramilitar y terrorista Triple A, que
persiguió y asesinó a artistas, intelectuales, políticos de izquierda,
estudiantes, historiadores y sindicalistas. En la actualidad está radicado en
México.
ANTES DE YA NO VERTE
José Antonio Cedrón ©
Antes de ya no verte
te regalo los ojos donde estaban
cuando te vi.
Las palabras salvadas que atropellarán otras
cuando llegue la muerte con su tierra,
sus labios sin nada, sus lágrimas sin nada,
su paz sin nada.
Te regalo el espacio de la sobrevivencia
que se quede de mí,
ese pueblo con árboles y ríos,
el puerto y su inmigrante
desvelado de asombro.
Y antes de otros olvidos
sin firma, ni testigos, ni notario
la belleza que pasa apresuradamente
como una mariposa por la vida del tiempo,
el Cirque du Soleil con que interrumpo
el mundo, por ejemplo
la biografía de Cesarea Evora, que canta…
Y te regalo eso de andar diciéndote lo mismo
día y noche de lunes a domingo
siempre decir lo mismo
sin decirlo
porque lo sabés todo, como el sol y la luna
para que no se pierda.
AQUELLA PLAZA CON SUS MONUMENTOS
José Antonio Cedrón ©
a Carlos Díaz, Caíto
Aquella plaza con sus monumentos,
sus árboles, sus sombras,
todo fue desplazado por el tiempo, destruido, perdido.
Y la suerte corrida por los próceres
casi desconocidos que la habitaban
–ese enigma tan vago–
se ha quedado en las piedras
de esos días. Y porque ya no existe, quizás, es sólo tuya.
La inquietante nostalgia que demoran
los sueños, como las viejas tumbas
de parientes que sólo conociste
por enorme retratos ovalados,
te pertenece ahora
que recorres el gesto para verlos,
levantando la vista
por arriba del hombro de tus vidas.
Mirarás ese cuerpo de una mujer
de entonces
como a una mapa del mundo
tal cual era
cuando el amor le daba movimiento
y su boca era un juego
de intimidad dormida
que movía la noche.
Estarás junto a ellos, detrás, al lado,
en ellos.
En un desconocido recogerán tus ojos
la edad de aquel que fuiste
en el umbral de mármol
–antes de entrar al mar y regresar
hasta hoy–
con la pena confusa del mismo desamparo.
Y te querrás en él
con los sobrentendidos de la ausencia.
La historia intransferible que esos cielos
dejaron en tus manos,
te devuelve al anillo del primer inmigrante
que pronunció tu tierra
y no vio estas miradas.
Con todo lo ignorado de esas muertes
reales
construyes el pasado que te anuncias.
El tiempo sobrevive reteniendo
en sus manos
lo que desordenamos con las nuestras.
MIS MUERTOS NO SON DIOSES
José Antonio Cedrón ©
Mis muertos no son dioses
cambian con el peso de los años
me levantan de noche a caminar con ellos
me hablan del futuro, entre cenizas
piden un vaso de agua a mitad del camino
alzan la voz las manos la mirada
furiosamente
discuten con la vida
no son dioses.
Mis muertos se llevaron la cordura
apretada en el pecho
y la respiración empedernida
su rostro lentamente de la mesa
una impotencia extraña entre los dedos.
Mis muertos no son dioses
no cargan con mi vida ahora ni nunca
pero viajan en todo mi equipaje
son una certidumbre, no una carga.
Mis muertos no son dioses.
TODO ESTABA TAN LEJOS
José Antonio Cedrón ©
Todo estaba tan lejos.
Pero los tiempos cambian
la experiencia de ignorar,
el no entender aquello
que atrapa y que conmueve.
Podría darte un abrazo, grande
como la Gran Manzana
antes de partir
entrar con luz nocturna a la memoria
que corrige los sueños obstinados
la admiración ingenua
para que no nos ciegue el despertar
y el horizonte siga donde está.
Pero como de eso ya no quedará nada
sorbamos el café, miremos a la playa, todo es cierto
de tu mano en mi mano y de la mía en la tuya,
caminemos
aún no estamos solos
y juntemos los labios,
formas de despedirnos al exilio más largo
con las manos tan frías
donde no espera nadie.
CAMILO JOSÉ NOA RODRÍGUEZ
(Cuba, 1990) Poeta y narrador.
Premio Armando Leyva, Gibara, 2012; Premio El Narrador, Buenaventura 2013;
Segundo Premio de Poesía Religiosa San Fulgencio. Tiene textos publicados en la
revista Calle B de
Cumanayagua-Cienfuegos, Cuba, así como en las antologías Poderosos pianos amarillos, poemas cubanos a Gastón Baquero, Ed. La Luz (Cuba), y Antología 2013 Poesía, Ed. Red Literaria
(Argentina), en proceso de edición. Dirige el proyecto de divulgación literaria
El Pescador de Orilla, publicación
digital con la que obtuvo Mención especial en el Premio Calle B para esta
categoría. Es miembro de la Asociación Hermanos Saíz (AHS), órgano cubano que
recoge a la joven vanguardia artística cubana. Está graduado de Técnico Medio
en Informática.
LITURGIA DE LAS
PEREGRINACIONES
Camilo José Noa
Rodríguez ©
Madre, sabías que iba a
suceder
a mi me toca arañar
esta cuartilla
trasladar hasta aquí
las peregrinaciones
personas cayéndoseles
el rostro
casi pegado al asfalto
Una magnífica puesta en
escena
todos hacen perfecto su
papel
como si sintiesen
dolor.
Hoy no quieras que
advierta belleza
en ángeles de mármol y
cemento
lápidas blanquísimas y
pulidas
No son reales
no son la puerta al
cielo
Aquí debajo solo hay
tierra y podredumbre
como en todas partes.
LAS HORAS
Camilo José Noa
Rodríguez ©
A Virginia Woolf
Mi madre teje en su
banqueta de pino
un mantel anchísimo
que nos pondrá la mesa
un par de días,
Madre teje a estas
horas
para acabar temprano
con el hambre.
No puedo dormir
escuchando el golpeteo
de agujetas
contra su pecho.
Intento dar a luz un
verso:
en esta casa nadie habla
desde que tenemos muertos…
otra hoja rasgada
tirada donde muchas.
«la poesía…» fue la
última frase
que dejé sobre la arena
luego el mar
siempre el mar
tragando todo cuanto se
nos descuida.
Nuestras esperanzas
navegaron días con mi
padre
pero el mar
el mar
el mar.
Siento como llora mi
madre
desde su tronco
moldeado
mientras pesan las
piedras en mis bolsillos
y los pies me llevan involuntarios
hacia el mar.
IMAGEN
Camilo José Noa
Rodríguez ©
A Luis Yuseff
Seguramente mi amigo el
poeta
hubiese llorado de ver
morir aquél árbol.
Sintiendo igual
estremecimiento
lloré de ver las manos
del carbonero
que lo talaba.
VICTORIA
ESTELA SERVIDIO
Nació en Cosquín (Córdoba),
Argentina, en 1947, ciudad en la que reside. Médica jubilada, especializada en
ginecología y obstetricia (UNC). Su afición a las letras nace en su temprana
juventud (comenzó a escribir a los catorce años), fomentada en su hogar y en el
estrecho vínculo con la
Biblioteca Nicolás Avellaneda de su ciudad natal, por la cual
pasaron varios miembros de su familia. Desde 2001 concurre a talleres
literarios de la ciudad de Córdoba.
Libros editados: “Moradas” (Narvaja Editor, Cba. 2006), ”Armas del poeta” (Narvaja Editor Cba.
2008), ”De mí” (Ediciones del Copista,
Cba. 2011). Mantiene sin editar “El
Colador de los tiempos” (cuentos), “De
musas, lamentos y escrituras” (poesía), “Palabras
a mi hija” (prosa poética).
En diciembre de 2006
participó del Festival Latinoamericano de Arte (Fundación de Poetas de Mar del
Plata) realizado en esa ciudad, como expositora, presentando su primer libro.
Se desempeñó como coordinadora
editorial entre 2007 y 2010 de Decires
–revista de letras, arte, cultura–, edición gráfica independiente sin fines de
lucro, de la que también fue directora. Esta revista fue presentada en el
Encuentro de Poetas realizado en el entorno del Festival de Folclore de Cosquín
(2007 a
2010); en la Marathónica
de Poesía y Narrativa de Mar de Ajó (Fundación de Poetas René Villar) en
noviembre de 2008 y en el Primer Encuentro de Publicaciones Callejeras de
septiembre de 2009 en San Luis que organizaran revistas cuyanas. En estos
eventos también fue expositora y presentó algunas de sus obras.
Sus poemas han sido
publicados en varios medios literarios, gráficos y virtuales, tanto del país como
del extranjero.
A ESA HORA
Victoria Estela
Servidio ©
(del libro Moradas)
A esa hora, cuando el
sol
abandona el mundo
deja una orfandad
petrificada.
El día sangra su agonía
las sombras se despeñan
entre el ayer y el
mañana
el silencio se puebla
de suspiros.
Sobre fragmentos,
jirones
la soledad se eleva
en el perfil de viejas
estatuas.
Soledad
conque vive el hombre
y muere de a poco
a esa hora, al caer el
día...
HORA DE PENSAR
Victoria Estela Servidio
©
(del libro Armas del poeta)
Cuando se seque el
llanto
la angustia sea de
arena
la ilusión se extinga
la pena no estalle
en lluvia sobre la
tierra
no suene más
el clarín de los
reclamos
será hora de pensar
si no estaremos muertos
que perdimos las
batallas
y al final ganaron
ellos
Ellos los impecables.
Los que ordenan
oprimen…
Si las fibras se
endurecen
la esencia se acartona
si se borra la poesía.
Será hora de pensar
qué hacer con ellos.
PODRÍA QUERERTE
Victoria Estela
Servidio ©
(del libro De mí)
Podría quererte
así
rústico
salvaje
falaz
mercader de afectos.
Podría treparme
en tus arneses
y galopar
el sueño de la noche.
Al despertar
darte refugio
en la corola
de mi pecho
dejar que robes
los secretos de mi
boca.
Transites los baldíos
me horades
hasta la profundidad
del grito.
Que los ríos de tu
sangre
confluyan con los míos
a beber la sal
que suda el mar
en la fragua del
aliento.
Podría quererte
si creyera en ese amor
que claudica
en la contracción
del espasmo.
NINA DELGADO
Escritora mexicana
nacida en el estado de Michoacán y autora de textos enfocados a la literatura
de fantasía.
Nina surge con
el deseo de llevar un sueño de la ficción a la realidad, anhelo que se gestó a
lo largo de los años gracias a la imaginación de la niña que más tarde querría
llevar sus invenciones al papel.
Sus libros publicados se componen de varias novelas entre las cuales se encuentran dos trilogías de las que destacan los tres árboles de Cerezo, obras que llevan en su conjunto dicho título, además de una serie de cuentos que recién ha comenzado, pues gusta de historias cortas que encanten al lector.
Sus libros publicados se componen de varias novelas entre las cuales se encuentran dos trilogías de las que destacan los tres árboles de Cerezo, obras que llevan en su conjunto dicho título, además de una serie de cuentos que recién ha comenzado, pues gusta de historias cortas que encanten al lector.
Nina Delgado ©
Qué tan importante eres, que El
Creador envió
a uno de sus soldados solo para
protegerte.
Lejos de aquí, dentro
de un invernadero a las afueras de la cuidad, nació una pequeña rosa blanca. No
era una rosa común, comparada con las demás era más diminuta que todas las
flores de su especie.
Cuando brotó, vio al
mundo que la rodeaba con curiosidad. Personas iban y venían durante todo el día,
y por la noche la acompañaban las otras rosas del invernadero.
Soñaba con que un día
uno de esos tantos amables humanos que visitaban el lugar la miraran y se
decidieran a llevarla con ellos.
Pero los días pasaban
igual que las noches y nadie la veía. Comenzó a pensar entonces que quizá había
algo malo en ella; sus hojas, sus pétalos o quizá era su tallo.
Pasaba días enteros
mirándose los posibles desperfectos en su apariencia, responsables de que las
personas no quisieran llevarla consigo.
–Debe ser que el color
de mis pétalos, no es muy bonito –pensaba la pequeña florecilla, al mirar a
todas sus compañeras de pasto con colores que podían cegar los ojos de tanta
belleza.
Las había anaranjadas
como las naranjas dulces, amarillas como el sol y rojas como una carnosa
manzana, pero ella no poseía ninguno de estos tonos, ella era blanca
simplemente blanca.
–Deben ser mis hojas –se
decía la rosita mirándose las dos hojuelas que tenía sobre su tallo.
–O quizá, es que no
nací al frente –se preguntaba a sí misma mirando por entre los juncos de la
entrada principal–. Si pudiera estar más adelante, las personas me podrían ver
mejor…
Un buen día, una de las
rosas que la acompañaban le dio la respuesta que durante tanto tiempo había
buscado en sus pensamientos.
–Es tu tamaño –le dijo
la rosa roja, altanera y muy segura–. Fíjate bien, ¿acaso, no notas algo
diferente entre tú y todas nosotras?
–No –respondió con
duda.
–Observa más de cerca y
verás.
La flor miró a todas
las otras rosas del lugar. Notaba sus colores relucientes igual que antes, sus
tallos firmes como los robles, sus hojas verdosas brillantes, pero aunque ella
no tuviera los mismos acabados, la forma era la misma.
–Son como yo –dijo la
rosita blanca a la flor carmesí frente a ella.
– ¡No, tonta!, además
de fea, ciega –refutó entre carcajadas–, tú jamás serás elegida por ellos,
porque eres de un tamaño que a nadie le gusta. Todas nosotras somos grandes,
hermosas y a las personas, entre más grande seas, mejor. Mírate bien –continúo danzando
alrededor de la rosita blanca–, eres tan diminuta que apenas llegas a la mitad
de mi tallo, allá afuera no sobrevivirías ni un día.
La florecilla al
escuchar esto, se entristeció mucho más de lo que sus dudas anteriores la
habían aquejado. Las risas de las demás flores acompañaron como fondo musical
las lagrimitas que derramó esa tarde.
Los días siguieron
pasando y la soledad, que la pequeña rosa sentía, crecía conforme el sol salía
y se metía. Las otras rosas no le volvieron a dirigir la palabra después de la
última vez que se burlaron de ella.
Las demás plantas del
invernadero tampoco la notaban. Se sentían demasiado orgullosas de sí mismas
como para prestar atención a la tristeza ajena, se limitaban a lucir altivas y
hermosas cada mañana para las personas que venían a admirarlas.
Con los días la pequeña
rosa blanca se había resignado a su destino. Por las noches le gustaba mirar el
atardecer en el firmamento tras una ventana rota que estaba detrás de ella, por
las noches, las estrellas, y por las mañanas, el sol que salía siempre con un
brillo que inundaba su corazón de paz.
Una de esas mañanas en
aquella ventana de vidrios quebrados un pajarillo osó posarse sobre ella,
lastimándose gravemente una de sus alitas. La rosita al ver caer al pajarito abrió
por primera vez su boca para pedir ayuda a las demás, pero nadie le hizo caso.
–Ayúdenme por favor,
¡está muy lastimado, tenemos que curarlo! –le gritaba a las rosas de enfrente.
– ¡Ayúdenme vamos a
levantarlo! –les decía angustiada a las orquídeas de al lado.
–Alguien por favor, yo
sola no podré hacerlo –pero las gladiolas tampoco atendieron a la súplica.
Cansada de gritar
apoyo, decidió acercarse y tratar de auxiliar al pajarillo ella misma.
– ¿Estás bien? –le
preguntó con temor al ave.
–No, me he lastimado
una de mis alas y no puedo volar –respondió el animalito intentando mover sus
alitas sin conseguirlo.
–No te preocupes yo te
cuidaré mientras te recuperas.
La rosita arrastró al
pajarito hasta ponerlo bajo su tallo para resguardarlo.
Todas las mañanas le
guardaba unas cuantas semillas que el dueño del invernadero arrojaba para
nuevas flores, le quitaba la sed con las gotas de rocío que la bañaban durante
las noches y con sus hojitas lo acariciaba a diario para consolarlo, hasta que
un buen día el pajarillo se curó y pudo volar.
–De veras que eres una
tonta –dijo la rosa amarilla cuando vio que el pájaro tomaba vuelo y salía por
la ventana–, le has cuidado y ahora te abandonará, y nunca regresará.
La rosita no contestó
nada. No valía la pena. Muy dentro de ella sabía que había hecho algo bueno por
alguien y no importaba que el ave se fuera, sólo importaba que estaba a salvo.
Pasaron un par de días
y tal como le había dicho la rosa amarilla el pajarillo no volvió. La rosita se
sumergió nuevamente en su tristeza, las personas ahora eran como fantasmas que
iban y venían por doquier, pero ella se encorvaba más de la cuenta para que no
la miraran y la rechazaran por su fealdad.
Durante una mañana en
que la pequeña rosita aún se encontraba durmiendo, sintió un ligero cosquilleo
en uno de los pétalos. Lo que la hizo despertar riéndose por el tremor.
–Ja, ja, ja –sonreía la
rosita después de mucho no hacerlo.
–¡Despierta dormilona! –escuchó
antes de abrir los ojos– es hora de levantarse, hace un lindo día como para que
aún duermas. No querrás vivir encerrada ahí dentro, de cuando en cuando
conviene asomarse a la ventana para saber quién camina por enfrente.
La rosita intrigada
abrió los ojitos y grande fue su sorpresa al ver que se trataba del mismo
pajarillo que semanas atrás había cuidado.
–¿Qué haces aquí? –preguntó
sorprendida.
–Vine a agradecerte el
favor, así como tú me cuidaste, ahora te cuidare hasta que estés sana.
–¡Pero yo no estoy
enferma!
–No todas las
enfermedades se ven por fuera –concluyó el ave.
La rosita no quiso
hacer más preguntas, le daba demasiada emoción tener aunque sea un amigo con
quien hablar.
Cada mañana el
pajarillo volaba a su alrededor y con su piquito acariciaba sus pétalos hasta
despertarla, por las tardes acicalaba la tierra para que estuviera más cómoda y
por las noches la arrullaba con su canto.
Día a día la rosita era
más feliz con su nuevo compañero, se sentía muy afortunada pues no todas las
flores tenían un ángel personal que la acompañaba desde los cielos.
El pajarito le daba más
de lo que ella pudiera pedir, ya no se encorvaba tanto, de vez en cuando miraba
al frente para ver de nuevo a las personas pasar y sonreía otra vez con
curiosidad.
Una noche luego de
jugar toda la tarde el pajarillo se despidió de ella, prometiendo volver
después, el invierno se acercaba y tenía que emigrar al sur. La florecita
aunque se quedó un poco triste por su partida, se despidió con gozo de su
amigo, pues sabía que volvería, lo sentía en el corazón.
El día sin su amiguito
era un tanto solitario pero decidió no entristecerse y prefirió mirar a la
gente pasar para entretenerse y no pensar más. En una de tantas miradillas que
lanzaba al público, algo llamó su atención, o más bien alguien.
Era un joven que
observaba las orquídeas de al lado. Miraba a cada flor con mucho detenimiento,
con atención y las trataba con sumo cuidado.
En toda su existencia
dentro de ese lugar jamás vio a alguien tratar de esa forma a las flores, todos
iban con prisas, riéndose, jugando; algunos a su paso pisaban las plantas sin
darse cuenta pero él no, él era diferente.
La rosita lo miró y lo
miró al tiempo que lanzaba un suspiro al aire, pero no fue la única que notó la
bondad del joven. Las demás flores también lo vieron; rosas, margaritas,
arbustos e incluso plantas frutales. Todas le prestaron atención con anhelo,
desesperación y deseo.
Esa tarde el muchacho
no eligió ninguna planta para llevarla con él.
–No me decido, todas
son hermosas. Volveré después con más calma –dijo el joven al dueño del
invernadero.
Al escuchar esto todas
las plantas del lugar se comenzaron a preparar para su regreso. Él volvería y
esta vez elegiría a una de entre todas ellas.
Las violetas se
perfumaban más de lo cotidiano para impregnar sus aromas en su nariz, los
alcatraces se afilaban como espadas para su llegada y las rosas pomposas y
vanidosas esponjaban sus pétalos para lucir más bellas, todas menos una. La que
estaba hacia el fondo, detrás de todas ellas, pensaba que jamás la escogería,
pero al menos lo volvería a ver aunque fuera sólo una vez más.
Pasaron tres días y el
joven no aparecía. Las plantas comenzaban a desesperar, pero casi al finalizar
el séptimo día de espera, por entre los cristales que adornaban la puerta, se
vio venir a aquel joven de mirada dulce y las voces de las flores anunciaron su
llegada.
–¡Aquí está, ha vuelto!
–gritaban con satisfacción.
El joven fue pasando a
cada uno de los apartados; las enredaderas, las plantas de sombra, las de sol,
todas tuvieron su oportunidad hasta que llegó a donde estaban las rosas.
Todas inmediatamente se
arremolinaron frente a él, casi sin darle respiro. Él observó a cada una con
atención, las olió, las admiró y las acarició.
A lo lejos, detrás de
todas, la pequeña rosa blanca trataba de mirar, pero los tallos y los pétalos
esponjados de las otras no la dejaban ni siquiera asomarse; estaba apretujada
entre todas las demás. Con sus espinas las rosas comenzaron a rasgarla sin
darse cuenta, su afán de seducción les negaba la atención.
La rosa blanca al
sentirse herida decidió volver a su lugar, resignada a no verlo más. Aquel
joven a pesar de su bondad se llevaría una de las rosas coloridas, olorosas y
bellas que estaban al frente.
–Pierdo mi tiempo
teniendo esperanza –se dijo así misma en voz baja.
–No, pequeña, la
esperanza nunca muere –se oyó una voz ronca.
Era la rosa rosada, la
más vieja de todas las ahí presentes. No estaba entre la multitud pero estaba
atenta a lo que sucedía.
–¿Por qué no estas con
las otras? –le preguntó la rosita.
–Ya estoy vieja y
cansada, prefiero dejar el camino a las jóvenes como tú.
–A mí nunca me
escogerá…
–Esa es una decisión
que no te corresponde tomar, sólo a él.
La rosa rosada se
acomodó de nuevo en su pedestal y volvió a la contemplación del acto. Mientras
tanto, el joven ya se incorporaba con una rosa roja entre las manos.
La rosita blanca miró
al muchacho de pie, su alta estatura le permita verlo desde su lugar. Él miraba
a la flor que eligió con cariño y ahí dentro de esa mirada se podía ver el
inmenso amor que guardaba en su alma.
Al ver esto y recordar
las palabras de la rosa rosada, la rosita decidió hacer un último intento para que
la notara, quería ver esos ojos puros de cerca aunque no la llevara con él.
La rosa blanquizca se
irguió como un árbol fuerte y sereno, elevó sus hojitas al compás del viento y
abrió sus pequeños pétalos lo más que pudo.
El muchacho se retiraba
con la rosa roja entre sus brazos, cuando un ligero brillo llamó su atención.
Dio la vuelta y regresó. Tuvo que estirar su cuerpo e incluso su brazo para
poder alcanzar a ese pequeño destello inmerso en la oscuridad de la sombra de
las rosas coloridas.
Ahí detrás de todas
ellas, debajo de los tallos de las otras flores, estaba una pequeña rosa
blanca, diminuta, con las hojas un tanto desgarradas, pero con los pétalos más
hermosos que nunca antes viera el joven.
Sin decir nada el
muchacho puso en su lugar a la rosa roja y tomó a la rosita blanca que recién
había hallado. La llevó a las alturas, hasta sus ojos, y en ese instante el
brillo de la flor parecía desprender pequeños cristales de entre sus hojas. Fue
amor a primera vista.
–Me llevo esta, por
favor.
En una casa, a las
afueras de la cuidad, hay una pequeña rosa de color blanco. Vive en un hermoso
jardín que su joven amo le construyó sólo para ella y así pudiera ver al sol
salir por las mañanas, ver los atardeceres en el horizonte y la luna llena por
las noches.
La cuida con esmero, la
alimenta con amor, le da de beber agua dulce y la llena de caricias a diario.
Un pequeño pajarillo revolotea todas las mañanas sobre ella, la acicala por las
tardes y le canta todas las noches.
En las afueras de la
ciudad hay una pequeña rosa blanca, casi diminuta, con pequeñas cicatrices por
las inclemencias del tiempo y rocío entre sus pétalos. En las afueras de la
cuidad hay una rosa blanca, una pequeña rosa blanca feliz.
LIDIA ALBA
GAVIÑA
(Lidia – la
escriba)
PARA LOS AMANTES
Lidia – la escriba ©
¡Para los amantes!
en la primavera,
para los amantes,
canto,
¿quién si no, puede
comprender,
a los amantes
y todo su dolor,
y
su alegría?
Atravieso,
el jardín
del
mundo,
y
cosecho, y he pasado
las
puertas,
en
la orilla del lago,
sin
miedo a mojarme;
se
han acumulado,
las
piedras, arrojadas,
y
recogidas, del campo
acribillado;
"una
muerte pequeña",
y
me voy, allá, lejos,
al
bosque, solitario;
aspiro
el olor
de
la tierra, que gime,
y
me paro, en medio del silencio;
cosecho,
distribuyo,
vagando
por ahí;
un
poco de musgo,
arranqué,
y oh claveles,
hojas
de laurel,
lilas
de las ramas de los pinos;
y
esto, oh amigos,
será,
desde hoy,
un
emblema,
la
raíz, de los amantes;
que
pase, de mano en mano,
como
una joya, exquisita,
y
que ninguno, la devuelva
"prado
mortal de luna"
SUPLEMENTO
DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 62 – Septiembre
de 2014 – Año V
ISSN 2250-5385
Exp. 5129842, Dirección Nacional del Derecho de
Autor (DNDA)
Propietario y Director: Héctor R. Zabala
Av. Del Libertador 6039 (C1428ARD)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
(currículo en Suplemento Nº 56)
Corrección general:
Noelia Natalia Barchuk Löwer
Resistencia (Chaco), Argentina
(currículo en revista
Realidades y Ficciones Nº 13)
Realidades y Ficciones Nº 13)
Ilustración de carátula y emblema:
Mónica Villarreal
Scottsdale (Arizona), Estados Unidos
Monterrey (Nuevo León), México
@mon_villarreal
(currículo en revista Realidades y Ficciones Nº 17)
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