sábado, 1 de junio de 2019

SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 82 – Junio de 2019 – Año X
ISSN 2250-5385

Inscripción gratuita como LECTOR
si escribe a  zab_he@hotmail.com
indicando nombre y apellido, ciudad y país
(se le avisará cada nuevo número trimestral).



“Monarca blanco y negro”
Mónica Villarreal (2019)
(Acrílico sobre madera, 16" x 16")
Serie Mariposas

Sumario:

• José Antonio CEDRÓN (Argentina)
• Omar Iván GARZÓN PINTO (Colombia)
• Elena GARRITANI (Argentina)
• Arturo ZAFRA MORENO (España)
• Nechi DORADO (Argentina)
• Mario GUZMÁN PÉREZ (México)
• Feliciano MEJÍA HIDALGO (Perú)
• Yubraska HERRERA DIAMÓNT (Venezuela)
• Mauricio PÉREZ RUZ (Argentina)
• Sonia Analía SAYAS (Argentina)
• Marta Lilian MOLANO (Panamá)
• Walter Hugo ROTELA GONZÁLEZ (Argentina - Uruguay)


JOSÉ ANTONIO CEDRÓN

Nació en Buenos Aires, Argentina, donde comenzó a publicar en la década de los años ‘70, e integró la mesa directiva de la Agrupación Gremial de Escritores Argentinos. Actualmente reside en su ciudad natal.
Publicó los poemarios Viaje hacia todos, La tierra sin segundos, De este lado y del otro, Cuaderno de tránsito, Actas, Vidario, y el reportaje novelado El Negocio de la Fe. Parte de su obra fue traducida al francés, inglés, portugués y catalán.
Trabajos suyos fueron musicalizados en Argentina, México, España, Nicaragua y Costa Rica. Realizó espectáculos de café-concert con poemas y canciones, también grabó discos con la participación de los músicos Carlos Díaz Caíto, Rolo Taubas, Nobilis Factum, Helio Huesca, Ofilio Picón, Nimbus Jazz, Raquel Oyola, Marianne Friederichs, Delia Caffieri, Adrián Goizueta y el Grupo Experimental, entre otros.
Obtuvo el II Premio Concurso Cincuentenario del Periódico Alberdi, en Buenos Aires; la Primera Mención Honorífica Premio Latinoamericano de Poesía Rubén Darío, en Nicaragua; Mención Premio Carlos Pellicer para obra publicada en México; y el Premio Nacional de Poesía de México, Sinaloa.
Fue coordinador en los años ’90 en la ciudad de México de ediciones del diario “Unomásuno” y se desempeñó como editor de la revista “Este País”.
Vivió durante una década exiliado en diversos países de Latinoamérica. En Venezuela trabajó como docente (educación básica) y en la revista “Los Libros”. En México fue coordinador de Bibliotecas de Investigación en el Archivo Histórico de Puebla. Luego trabajó cinco años en la Universidad Autónoma de Puebla.
Seleccionó y compiló los cuatro tomos del libro Sucesión rectoral y crisis en la izquierda, y es autor del capítulo sobre Haití en el libro América Latina, Herida y Rebelde, y del documento Guatemala: el proceso de diversificación del movimiento revolucionario visto por el PGT.
Es coautor de libros de texto de español para la Secretaría de Educación Pública, educación secundaria a distancia para adultos.
Trabajó en el área de Educación e Investigación Artísticas del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA, México) durante cuatro años.
Como docente, impartió en el Diplomado de Creación Literaria de la Sociedad General de Escritores de México (Sogem), y tuvo a su cargo la cátedra Lengua y Comunicación para maestros que cursan Docencia en Artes en el Centro Morelense de las Artes (CMA) de Cuernavaca.

Más sobre su trayectoria y obras literarias en:
Suplemento de Realidades y Ficciones:

Revista Realidades y Ficciones:


DE ESAS COSAS ME OLVIDO
José Antonio Cedrón ©
a Horacio De Tomaso

De esas cosas me olvido, es tanto el trajinar,
las rutinas que vuelven del deseo
con palabras cruzadas por el hábito.
De esas cosas me olvido, de las cartas que siguen llegando hasta el exilio,
de los que se quedaron con todo y las maletas.
De la mano subida hasta mis hombros
para volver del nunca más, me olvido.
De las fragmentaciones que borraron el eco,
de lo que fue mudado,
de los que me donaron su paisaje, sin dar nombres,
de las perras que tuve mirando al desempleado,
de la noche escuchando, en Puebla, a Brian Eno,
del sol que la plagiaba cuando ella estaba lejos,
de la hebilla plateada del cinturón que entonces
me alcanzaba debajo de la mesa.
De esas cosas me olvido, de los tantos poemas
inconclusos que hablaban de nosotros
y el misterio rumiaba sin poder descifrarlos,
de aquel aro de luz en los escombros,
de las huellas que pisan la búsqueda incesante
del sin mirar del sin saber de dónde. A las piedras guardadas
para tocar el tiempo cuando estuve
les concedo el olvido.
De esas cosas no hablo, como los elefantes,
para que la memoria se burle del olvido.


LA PROPUESTA
José Antonio Cedrón ©

Podemos conocernos, viajar tres mil kilómetros,
diez mil, o tantos más.
No quiero ir a la luna.
Allí hace falta mucho entrenamiento,
equilibrio en la dieta y en los gestos,
educar al silencio,
aprender a comer, a caminar.
Respirar solo.
Quedemos aquí, donde lo que se lleva y trae
el viento,
una que otra esperanza.
Cosas que todavía pueden ser soñadas.
Aquí tenemos árboles, canciones,
las orillas del mar.
La suerte viva.
Quedemos aquí: la piel, las manos libres.
Pongamos esa música y te invito a bailar.
A la luna se viaja en los boleros.


AMARÉ A ESA MUJER
José Antonio Cedrón ©
Desconfía del que ama: tiene hambre,
no quiere más que devorar.
Busca la compañía de los hartos.
Ésos son los que dan.
Rosario Castellanos

Amaré a esa mujer por la impureza
que descubren sus pájaros salvajes,
por los desordenados colores
que ella trae a este mundo, blanco y negro.
Su poesía corrige mis lugares comunes
me pone en evidencia a cada línea.
Apenas la conozco después de tantos siglos
de lavarnos la frente y de juntar las manos:
aquel rigor de látigo obediente que penetró
la carne y dio nombre al pecado y a la culpa.
Los custodios que nombro son piedras
de los templos, la quiebra de los justos.
Ella enseña otra historia, intraducible aún
a esa mitad que un día creyó saberla entera.
Y no hay resurrección ni costumbre que pueda
una vez que vio el fondo de las sombras opuestas.
La salvación no quiero, ese chantaje,
quiero solo la vida de esa mujer que parte
las mitades que faltan del silencio.
La amaré con justeza de asombro milenario
de misterio reciente, poco a poco,
su libertad y la mía descubiertas
para que sea ella, y yo sea yo.



OMAR IVÁN GARZÓN PINTO

(Bogotá, Colombia). Profesor de Historia, Geografía y Literatura, sus poemas han sido publicados en antologías, revistas y periódicos de varios países de habla hispana.
Autor de los libros de poesía Faro desnudo, editado por la Liga Latinoamericana de Artistas (Bogotá, 2011), Flores para un ocaso, Liga Latinoamericana de Artistas (Bogotá, 2013) y Un poeta es un satélite en constante caída, Senderos Editores (Bogotá, 2015).
Desarrolla también una gran labor como difusor cultural.


Más información sobre sus obras y trayectoria literarias en Suplemento de Realidades y Ficciones:


LUNA ERRANTE
Omar Iván Garzón Pinto ©

Luna, compañera: Qué raros se tornan los viernes nublados.
Antes que la noche fue tu nombre y apenas ayer, apenas aquí,
Una libélula me enseña tus dedos y me descubre tu rostro.

Miles de estrellas he señalado pero solo las tuyas me han visto:
Ojos canela, ojos aurora, ojos de fuego, ojos brujos... Mariposa.
Y, ¿qué decir del viento que llega a tus flores y agita tus aguas?
Ahora parece que antes del bronce eran tus versos, tu palabra.
Y el claro del alba aviva tus manos: rojas rodillas, fin del guayabo.
Otra noche se va en lagunas y niebla. Sin embargo, estas calles:
Mar de sonidos donde descubro tu voz. Luna, varias cosas suceden:

Últimamente me viene a menudo el poema que dejan tus labios: humo de tabaco.
A veces pregunto cuál de los cantos del pájaro rojo es el tuyo, pero llega, solo llega y
Levita a mi lado. A veces me falta tu vuelo, a veces tu sombra, a veces tu verso, me falta.


DEPENDENCIA
Omar Iván Garzón Pinto ©

Me envuelves entre tus brazos
cuan mariposa en su capullo,
que vive y muere para nacer,
solo nacer y volar en sueños,
en eternos jardines
olvidados.


DE NOCHE
Omar Iván Garzón Pinto ©

Entre aceras y callejuelas
Te encaminas
En noches taciturnas de luna llena,
Con tus zapatos elegantes,
Tu vestimenta tan febril
Y una copa de cristal.

Los corazones que recuerdas
De las damas inocentes
Sus pechos pronunciados,
Sus bocas necesitadas,
Sus destrezas eróticas.

Sales del bar y en medio de faroles
Das cuenta de que tu alegría ya termina.

En la puerta de tu residencia
Agoniza el dios de tu interior
En garrafas de lágrimas,
Pronunciando sollozos cantos
Desde tus labios secos.

El narciso se convierte en un eco:
Tan amado, tan lleno de placeres en el día,
Tan natural tan triste en la noche
Y la historia se repite entonces.


SIN TÍTULO
Omar Iván Garzón Pinto ©

Me resisto a creer que te vas.
Me niego al hecho de tener que olvidarte,
A enterrar en el pasado tus labios
Como nubes rosadas.

No me sumerjas en el otoño
Dejándome como una hoja seca.
Me acostumbré tanto a ti,
A tu cabello,
A tu color celeste.
¿Para qué la esmeralda, el ónice?
¿Para qué el carmesí?
Tú lo encierras todo como el jardín
Más soñado.

¿Cómo olvidar algo que hace parte de mí?
¡Maldita mi memoria!
Que solo recuerda el momento en que te conocí.

Llegaste a mi morada
Y ahora soy tan dependiente.
Olvidé como es la silueta del aire
Porque solo respiro tu figura sonriente.



ELENA GARRITANI

Nació en Buenos Aires. Vive en Chivilcoy (Buenos Aires), Argentina. Ha obtenido el primer premio de poesía en el Certamen Nacional Carmen Gándara (1998), así como otros premios y menciones en certámenes nacionales e internacionales.
En el año 2007 se le concedió el Premio Nacional de Literatura de Tres de Febrero en poesía, y el primer premio a poetas éditos otorgado por la Editorial Municipal de Chivilcoy por su libro En la rueda del sol.
Coordina talleres literarios de lectura y escritura desde el año 2000. Publicó Travesía (AA.VV) (Ediciones Topatumba, 1997), Sin naufragio aparente (Ediciones Último Reino, 1999), Este grano de sal (Ediciones del Dragón, 2008), En la rueda del sol (E.M.Ch, 2011), Otoño interior (Nuestra América, 2016).
Colabora en diarios, revistas literarias, blogs poéticos. Fue publicada en diversas antologías, entre ellas en Ceremonias de luz y de sombras (Aletheia, 2017).                                                                                 
Profesora en Ciencias Sociales. Especializada en adicciones, integra el equipo interdisciplinario del Centro de prevención dependiente del Ministerio de Salud de la Provincia de Buenos Aires, desde el año 1987.
A continuación vertimos tres de los poemas de su libro Otoño interior.


UNI/VERSO       
Elena Garritani ©

Se posa entre las ruinas
fisuras sin edad sin fatiga
en silencio
hilo de calendario
hilito a penas.
El sueño se despierta
nunca donde estabas.


SOLO DE DOMINGO
Elena Garritani ©

Y llega a la ventana con silencios de atril, breve, puntual.
Silba muy lejos, silba
arrastrando las hojas con su viento amarillo que nunca se despide
y no deja a las voces que una mano, ninguna
pueble tanto no estar.


DE LOS PEDIDOS
Elena Garritani ©

Decía (me decía), hubieras pedido,
te hubiera dado.
¿Entonces había que pedir (te)?



ARTURO ZAFRA MORENO

Nació el 3 de julio de 1996 en la provincia de Murcia, España.
De chico escribía pequeñas historias de aventuras. Lo consideraba un simple hobby. Nunca se había planteado dedicarse a la escritura.  Escribía incluso sin apenas leer algún libro. Era un modo de desatar la imaginación. Le encantaba crear personajes valientes, intrépidos, aventureros. Casi siempre sus historias estaban enfocadas en lo bélico, en épocas antiguas como la Edad Media, el Imperio Romano, piratas del siglo XVII. Creaba situaciones típicas de las novelas de aventuras, con magos oscuros, reyes enfrentados, guerras entre dos reinos, damiselas en apuros, barcos infestados de ratas y piratas... un mundo aparte al que conocemos.
Distinciones:
• Finalista del concurso "I Antología de Poesía Contemporánea de Estudios Universitarios".
• Uno de los seleccionados en el concurso "Por Amor a la Poesía".
• Uno de los seleccionados en el concurso "+POESIA" de Ediciones DeLetras.

Más sobre su trayectoria y obras literarias en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 80:


TARDES DE RADIO
Arturo Zafra Moreno ©

Al principio quedaron en darse una vuelta con el coche por el pueblo, después, a proposición de Alberto, tomaron la autovía y recorrieron treinta kilómetros hasta el pueblo vecino, solo por cambiar de aires. Mientras Alberto estaba atento a la carretera, Daniel, de copiloto, pulsaba botones de la radio al azar, preguntando sin cesar:
—¿Y este para qué sirve? ¿Esta ruleta es para cambiar el volumen?
Antes de que Alberto pudiese contestar, el otro giró la ruleta a la derecha todo lo que pudo y el coche comenzó a vibrar; sonidos atronadores salidos de los altavoces laterales hacían temblar el salpicadero, las ventanas, incluso los asientos. El cosquilleo no era desagradable pero el ruido distraía a Alberto en su tarea de conducir. Apagó por completo la radio y siguieron el camino en solemne silencio.
Llegaron al pueblo vecino, circularon por la Gran Vía en busca de aparcamiento y, de paso, ir mirando las terrazas por ver cuál era la mejor o en cuál había sitio libre. Lograron aparcar por el final, llegando casi a una rotonda con desviaciones a caminos secundarios que conectaban a otros pueblos y pedanías. Al bajar del coche el calor era insoportable. En el interior se estaba a gusto pero afuera, entre la inexistencia de sombra, el sol situado justo en medio, recorriendo toda la calle principal sin nada que lo parase, las frentes de los muchachos comenzaron a transpirar, con leves gotas de sudor emanando en las raíces del pelo. Tuvieron que subir la pendiente hasta alcanzar la zona de bares, mirando a ambos lados la calle en busca de algún sitio. Había sillas y mesas vacías en todas las terrazas. Por las horas que eran, las cinco y media de la tarde, un martes, la gente debía estar trabajando. Tenían todo el pueblo vecino a su disposición. Ante tantas posibilidades subieron y bajaron la calle varias veces, intentando distinguir, a primera vista, si aquel era más barato que el otro o si el café de ese era de mejor calidad que el del al lado. Vieron una heladería al otro lado de la calle, con tres mesas ocupadas en la calle; era el local con más clientes. Fueron directos ahí, sin saber exactamente qué tenía de especial aquel sitio.
Se sentaron en la mesa más próxima a la carretera, sin ningún motivo en especial. Las sillas eran metálicas y nada ergonómicas, la mesa de plástico cojeaba y no había ni cenicero. La acera estaba repleta de colillas: por debajo de las mesas, en el asfalto, espachurradas por los coches, en la tierra de las plantas. A nadie le importaba aquello, ese estropicio y suciedad. Saldrían más baratas las horas extras de limpieza de los camareros que unos ceniceros de los chinos. Al momento de sentarse comprendieron lo que sucedía, algo que deberían haber visto desde el principio: la sombra. El local había dispuesto unas sombrillas junto a las mesas.
Daniel tenía un cigarro sin encender en la boca y manoseó sus pantalones varias veces, levantándose, vaciándose los bolsillos y dejando la carteta, llaves y monedas sueltas en la mesa. Miraba esos objetos desparramados con miedo.
—Creo que llevarás justo para el café —dijo Alberto.
—Eso no es lo que me preocupa —contestó Daniel. Seguía en pie, con el cigarro en la boca, dándose pequeños golpecitos en los bolsillos traseros—. Joder —miró calle abajo, hacia el coche—, creo que me he dejado el mechero en el coche.
Alberto comenzó a reírse. Era cómico que montara aquella escena por un mechero. En lo que Daniel hurgaba por toda su ropa, Alberto se había encendido un cigarro. Daniel se dejó caer en la silla mientras se reía de sí mismo. Miró el encendedor morado que Alberto había dejado sobre la mesa, justo encima de su cajetilla de Camel. Lo cogió raudo. Alberto sonreía y fumaba, miró hacia el interior del local y levantó el brazo, haciendo señas a la camarera para que se acercase y les tomara nota. La camarera se limitó a asentir con sobriedad.
—Oye —Daniel señaló con la barbilla la mesa de al lado. Alberto giró el cuello y miró: una pareja de treintañeros, un chico y una chica, compartían una copa de limonada con nata por encima—, ¿qué te parece? —preguntó.
Alberto volvió la mirada hacia él, con una ceja arqueada y tono serio.
—No pienso compartir una copa contigo.
Daniel comenzó a reír, levantando las piernas y dando pisotones al suelo. Se desternillaba.
—¡No, joder! —dijo entre risas— Me refiero a que también hay limonada.
Alberto pilló la confusión y comenzó a reír también, de forma más contenida, parando las carcajadas con los dientes a la vez que expulsaba humo por nariz y boca. Daniel seguía, partiéndose la caja, parando, tosiendo, y otra vez, carcajadas. La pareja que estaba en la mesa contigua los miró extrañados.
Alberto suspiró, recompuso aire y preguntó:
—Pero —acodó el brazo en la mesa coja—, ¿qué quieres decir exactamente?
Daniel seguía con los coloretes por la sangre que le había subido de golpe. Seguía con la mandíbula desencajada y sin centrarse en la conversación. De vez en cuando soltaba una especie de ronquido por la nariz, expulsando una risa que le estaba atragantando.
—Que en lugar de café podemos pedir limonada —dijo Daniel—. Como ya ha venido el buen tiempo y hace un calor de la ostia...
Alberto quedó dubitativo unos instantes, barajando las posibilidades.
—De acuerdo —se encogió de hombros.
La camarera al fin llegó. Era una mujer morena, delgada, de unos cuarenta años.
—¿Qué les falta? —preguntó.
Ambos se miraron, esperando quién hablaba primero. Alberto despegó la mirada de Daniel y fue a por la camarera.
—Limonada.
—¿De qué sabor?
Volvieron a cruzarse las miradas. No se esperaban esa pregunta.
—¿De qué sabores tenéis? —preguntó Daniel.
—Mango, cereza, fresa... —respondió la camarera.
Se miraron de nuevo entre ellos.
—Pues voy a probar el de mango —dijo Alberto.
—¿Normal tenéis? —preguntó Dani.
—Sí.
—Pues ese —sonrió.
La camarera se fue con el pedido anotado en la libreta, innecesariamente, pues solo eran dos bebidas.
Estuvieron un momento en silencio. Daniel miraba a su alrededor de forma compulsiva, como si buscase a un espía entre los escasos peatones. Alberto, por su parte, se quedó inmóvil con la mirada clavada en ninguna parte, en el vacío. Estaba pensando en sus cosas, en su vida, en su futuro, intentando ordenar los pasos que debe seguir para ser un gran guionista, como siempre soñó. No tenía un duro y aún dependía de sus padres. Daniel estaba igual que él, justo en la misma situación, con la única diferencia de que le daba absolutamente igual. No veía nada raro en su sistema de vida y creía que así era como todos vivían hasta que te buscaban y te ofrecían trabajo y tú solo tenías que elegir el que más te gustase.
La camarera regresó con las bebidas.
—Aquí tenéis —dijo, mientras posaba los vasos en la mesa coja.
Alberto, estático, perdiéndose en el vacío, meneó la cabeza y se recompuso, volviendo en sí.
—Gracias —dijo él.
—Muchísimas gracias —continuó Daniel.
La camarera se fue.
El primero en probar su limonada fue Alberto, absorbiendo lentamente para degustar mejor la exótica limonada de mango. Estaba sediento por el calor que hacía y notaba sus labios endurecidos y secos por el tabaco. Le entró como una explosión de frescura. Daniel sorbió con fuerza, pimplándose casi la mitad de un trago. Terminó con los ojos cerrados por el dolor de cabeza que le acababa de subir.
—¿Cómo está el tuyo? —preguntó Daniel, con el gesto aún torcido.
—Bueno—paladeó—, está bastante bueno, la verdad —afirmó mientras asentía—, ¿y el tuyo?
—Normal, de limón, como lo he pedido —sonrió—. Lo único que le falta es un cigarro —rió.
Alberto le alcanzó el encendedor, sacó un cigarro para él y se lo encendió también. De repente, un zumbido irrumpió. Ambos se palparon los pantalones en busca del móvil. Daniel se levantó de un salto, Alberto cogió el teléfono. Le llamaban a él.
—¿Sí? —abrió mucho los ojos y se enderezó en el asiento—. Sí, soy yo.
Daniel volvió a sacar todo: cartera, llaves y monedas, y las tiró a la mesa de nuevo. Alberto, por su parte, seguía al teléfono, asintiendo con interés.
—Sí, claro, espere un momento, por favor —apartó el aparato de su oreja y taponó el micrófono con la mano—. Dani, tío, apunta lo que te voy decir —dijo, susurrando.
—Sí, sí, espera —seguía en pie y tocándose todo el cuerpo. Miró de nuevo hacia abajo, dirección al coche—. Joder, creo que me he dejado el móvil en el coche.
Alberto lo miró con desidia y volvió al móvil.
—Sí, ya está, dígame —repetía todo lo que le decían como si estuviese tomando nota, mirando a Daniel, por si se le olvidaba—. Ajá. Calle Fuentes del Río, sí, número... ¿siete ha dicho? Okey, genial. Entonces, entre esas horas, ¿no? Genial. Muchas gracias. Sí. Hasta luego —y terminó sonriendo, como si el interlocutor del otro lado de la línea pudiera verlo.
En cuanto colgó, buscó el bloc de notas por la pantalla de inicio del móvil. Comenzó a teclear, anotando las indicaciones que le dieron, en el primer documento que encontró: un esbozo para un guion de cine. Daniel volvió a sentarse.
—¿Quién era?
—Para una entrevista de trabajo, para currar en una casa de apuestas. Tengo que estar ahí el lunes de la semana que viene.
Daniel lo miró, compungido, incluso de forma paternalista.
—¿De verdad que quieres trabajar en eso?
—Tío —Alberto se estiró y apoyó la espalda en la silla—, es lo único que me ha salido.

—Ya, pero, ¿y lo de escribir? ¡Joder, es lo tuyo! —hizo una pausa—. Además, el lunes hemos quedado.
Alberto se mantuvo en profundo silencio durante unos segundos, con la mirada perdida, enfocando el vacío, dándole vueltas a qué pasos debía seguir.
—¿Sabes qué? —habló de golpe—. Tienes razón, no quiero que me exploten por una miseria y me quiten tiempo para crear.
Daniel le sonrió plácidamente.
—Haces lo correcto.
Al lunes siguiente, tal y como planearon, quedaron y decidieron volver al pueblo vecino, por cambiar de aires. En el trayecto por la autovía, Daniel volvió a toquetear todos los botones, cambiando de emisora continuamente.
—¡Espera! —gritó Alberto— Deja la anterior, esa canción me gusta.
Daniel obedeció. Alberto alargó la mano y aumentó el volumen de la radio. Siguieron el camino canturreando y bailando de cintura para arriba.



NECHI DORADO

Nació en Buenos Aires, Argentina, un 30 de enero. Periodista —prensa alternativa—, narradora y poeta. Escribe cuentos, relatos y esboza poemas que son difundidos por varias revistas literarias virtuales y escritas.
Colaboradora en las ediciones literarias de Argenpress Cultural, Arena y Cal, Revista Literarte (declarada de Interés Nacional por la Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación), Gaceta Virtual, Revista Narrativas, Calameo - Biblioteca de las Grandes Naciones, Realidades y Ficciones, Isla Bahía, Avatares Centro de Narrativa y Poesía, Del Tuyú Noticias, y otras.
Autora del libro de cuentos y relatos Destapando el silencio (2010, edición agotada) y Con sustancia dxs (2016, ilustraciones Beatriz Palmieri), ambos de Ediciones Amaru.

Más sobre su trayectoria y obras en los siguientes números del Suplemento de Realidades y Ficciones:


METÁFORA DE MUERTE
Nechi Dorado ©

“Metáfora de muerte” de la artista
plástica argentina Beatriz Palmieri.
Me levanté temprano, lo que nunca. ¡Qué hermosa vi la casa! De pronto surgió de ningún lado una manifestación de arabescos dorados haciendo contorsiones, como si el sol los dibujara en la pared colándose a través de las cortinas de color naranja intenso. Me encandilaron. O para ser sincera, mejor confieso que no me levanté, algo me arrojó del calor de la cama para sumergirme en el submundo de la desesperación; trágico día, imaginé, más no había cerca a quién transmitirle esa locura.
Se me quebraba la espalda, fue como si allí bailara un ballet macabro el peso de mi vida igual que si me estuviera pasando el lastre de una, dos, tres, cien mil facturas y eso que para ser sincera no es tanto lo que debo.
¡Estoy segura!
Los arabescos, dije, me lastimaban los ojos volviéndose destellos saltarines, seguí su baile con estos ojos secos. De pronto apareció un hilo extendiéndose desde la ventana de la sala hacia la puerta de mi cuarto, busqué sujetarlo pero se me escapó, persiguiéndolo con la mirada apelé a demandar que me sostenga pero mi voz fue tan débil que no llegó a alcanzar fuerza imperativa, creo que más bien traté de convencerlo para que no se escape, sentí frío. Deseché el pensamiento, convencida una vez más de que en este mundo no es fácil convencer.
Quería volver a dormirme más no lo quise del todo, tuve miedo, no aspiré a regalar ni un segundo, no fuera cosa que se escapen, en mi sueño despierta, los arabescos danzantes que ya recorrían todas las paredes. Temí se convirtieran en puñales, como los que sentía clavados en mi espalda, los mismos que me despertaron para introducirme en el caos inesperado.
Tres aves me saludaron sorprendidas, mudaban de nido apenas por tres días y para ser sincera yo quise retenerlos, pegarlos a mi pecho, ¡No te vayas repetí varias veces dirigiéndome a uno! Pero lo dije hacia adentro, como para que no me escuchara.
Histórica manía mía esta de hablar hacia adentro, callar hacia adentrollorarhaciaadentropedirhaciaadentro. Tan hacia adentro como para que nadie me escuche y de lugar a que se despierten los fantasmas lejanos que lucen cada día más pálidos, más lúgubres, más escuálidos, pero con la fuerza capaz como para que sepa que están ahí, agazapados, acechantes, casi como si fueran tótems de cemento.
Extraña, absurda oquedad la que me invadió, me sentí tan lejos de mí, como un soy pero no soy, aunque quiera ser, quiera estar, poder decir lo que siento pero no existe el interlocutor dispuesto a escuchar lo que no quiere. Y yo anhelo seguir sobreviviendo a frases que reptan cargadas de cuestiones subjetivas, letra instalada para quebrar la médula que me mantuvo a veces imperturbable.
En un esfuerzo ciclópeo, en medio de una génesis de delirio místico me encontré invocando al poder del Santo Beato del Respiro canonizado por mí en ese instante de siglos; pero algo conspiró para que mi intención no llegue o acaso fuera que mi invocación no era producto de fe como debiera.
Quise agitar a la bendita Señora del Alvéolo, pero estaba tan cerrada en esa mañana de absurdo desespero, que hasta la sentí debatirse enredada en una bufanda de piel de conejo. Presagié el cosquilleo del movimiento tenue de un gusano de seda que equivocó su ruta tomando por caminos de coltán y rubíes salpicados de sangre negra.
Siguieron brillando los arabescos entre pared y pared, parecía ir alivianando el peso sobre la espalda pero no dejó de resonar esta metáfora de muerte que quise incinerar, pero no pude.
Siguió su despliegue esa mañana fría, destemplada, avanzó como traté de hacer yo, toda mi vida, pero ese día con una mueca de sol pálido, sin fuerza, más lejano que siempre, más adusto, perdió sus cascabeles y aunque quisiera, los puñales me impidieron que los junte.


EL JESÚS QUE CELEBRO…
Nechi Dorado ©

Siempre me gustó investigar sobre lo que nos cuenta la historia, esa manía de no dejarme llevar por la conveniencia de algunos sectores, sobre todo por los que se abocaron a la tergiversación para llenar de culpas honrando a los culpables. Léase, las religiones.
Suelo reírme cuando me hablan de paz y en realidad quieren decir pax, la del sepulcro, la de la tortura, la de la indolencia. La que te invita a esperar que el pan y la dignidad caigan del cielo. No es esa mi concepción de ninguna manera.
A Jesús lo veo como fue: echando a latigazos a los mercaderes del templo, lo encuentro en su verdadera dimensión que no era precisamente en un período de paz, sino en momentos en que los romanos la imponían a sangre y fuego. Y los pueblos resistían (hoy les dirían “violentos, negros de mierda”).
Lo veo naciendo en un pesebre rodeado de animales, a escondidas, en un ambiente de dominación fue donde abrió los ojos, hijo de una madre no virgen, que ya tenía otros hijos.
Lo escucho diciendo: “…me han enviado para liberar a los oprimidos” o “bienaventurados los pobres…”, o “¡ay de vosotros los ricos porque en las riquezas tenéis vuestra consolación!”
Veo a Jesús en los marginados, en los oprimidos, no en las iglesias repletas de oro y piedras preciosas. Mucho menos crucificado en la pared de la oficina del asesino, genocida.
Lo veo en los ojos de cada niño con hambre, de cada familia sin trabajo, de cada torturado, de cada encarcelado, de cada rebelde en las calles multiplicando la idea de que todo despojo debe resistirse. En cada cuerpito mutilado por bombas de altísimo poder arrojadas por invasores “humanitarios”.
Veo al Jesús que no ves, porque te transformaron la historia y es mejor esperar el “milagro” que salir a la calle a reclamar lo que te arrebatan los verdaderos violentos, esos que endiosás alejándote de sus enseñanzas reales cada vez que te arrodillás ante los poderes dominantes.
Celebro el nacimiento de un hombre que marcó historia, esa que más de uno no conoce, porque es más fácil ser cordero y mártir que rebelde y combativo.
Al menos así te lo ordenaron, a nosotros, los marxistas, como te dije, nos encanta recorrer la historia y no somos seguidores de la doctrina de la resignación que conlleva, sin ninguna duda, a la indolencia.



MARIO GUZMÁN PÉREZ

(Veracruz Llave, México, 1969) Vive en ciudad de México. Estudió en una universidad pública. Escribió para “hey tabasco.com”. Edita una hoja de poesía, “Humo Sólido”, además de “Dos tres, bachita cultural”.
Fue incluido en la antología poética Humo sólido (2018) junto con Daniel Olivares Viniegra y varios otros poetas mexicanos, como así también en 40 buques de guerra. Autor de la plaqueta Seis rostros de mar y del poemario Flores tan violentas (Ciudad de México, Editorial Arlequín, 2002).



LA NIÑA DE LA LUNA ROJA
Mario Guzmán ©

En el atardecer he estado expectante del suceso. Tal vez falten unas horas para que llegue la luna roja. La familia está reunida. La niña juega a que es un gato.
—Miau, miau.
Me pide que no la dejé sola. Los perros de la calle han comenzado a soltar aullidos.
Presiente que algo le sucederá.
El adivinador de la aldea nos había dicho que nos previniéramos de la luna roja, es cuando los seres alados vienen por los niños para convertirlos en maceguales. Ellos resguardarán la memoria de este pueblo porque hay presagios de unas casas grandes flotando en el mar que se acercan.
Ella le pide al padre que la cargue y que la trate como un gatito. No nos gusta la idea de que se convierta en un protector de nuestro pueblo. Deseamos verla cosechando maizales, cuidando los patos y las tótolas silvestres de nuestros lagos. Los atabales de los guerreros han comenzado a retumbar. Los presagios se desencadenan. Se escucha el lloriquear de las viejas, las mujeres y los niños.
Ha comenzado a oscurecer y la tibieza de la tarde todavía se conserva. El conejo de la luna se ve rebosante e inmenso. Mi mirada de guerrero tigre toca con la mirada los abismos y los cráteres de la luna. Mientras las sombras continúan sobre la cara de ella la van dejado como una moneda lisa. La niña está cada vez más inquieta, tanto como nosotros. Decidimos subir al teocali, el frío hiere nuestras mejillas, pero el gatito no quiere cobijarse con las cobijas de algodón. La pequeña quiere saber ¿por qué el conejo fue lanzado a la luna?  Un menisco ha comenzado a aparecer en el borde de ella. Estamos expectantes del suceso. Tenía tanto tiempo sin poder admirar ese fenómeno. La pequeña sigue ronroneando. Recuerdo cuando vivíamos en una montaña con unos amigos poetas. El techo de la casa tenía un agujero y cuando dormíamos, admirábamos la luna.
La pequeña niña me pregunta:
—¿Papá, adónde va el conejo de la luna roja, ya casi no se ve? —está admirando el conejo que hay en la luna.
—Él se irá a algún lado, tal vez con los dioses del maíz o del jaguar.
—¿Papá, es cierto que hace muchos años vivían otros pueblos en esta ciudad?
—Sí, eso fue hace mucho, mucho tiempo.
—¿Antes de que naciera la abu?
—Antes de que naciera la abuela. Eran aztecas. Tenían dioses del maíz, del sol, de la luna.
Los minutos van pasando, es una noche fría.
—¿Cómo fue que cambiaron las cosas?
—Hace mucho tiempo llegaron unos hombres en un barco, decían que llegarían en una casa. Eran los presagios de los hechiceros. Había una mujer que se llamaba Malintzin, dice que era una princesa Tlaxcalteca. Hablaba maya. Y la llevaron como dote a una tribu maya.
Llegaron los españoles y rescataron a varios soldados, entre ellos Jerónimo de Aguilar que había aprendido el maya. También encuentran a la noble Malitzin, que le ayuda al soldado Cortez a traducir lo que los pueblos aledaños querían. Y esas estrellas que se ven abajo…
—Se llama la constelación de Orión.
—Ya sé. Mira como el sol comienza a morder el borde de la luna.
—Cuéntame más de los aztecas.
—Era un pueblo migrante, dicen que era muy primitivo pero eso no se puede saber, sabían matemáticas, astrología y creo que el atraso no existe.
Ella sonríe al enterarse de esto.
—¿Y Malitzin tiene algo que ver con la llorona?
—Ella era la llorona 
—¡Ay mis hijos, ay mis hijos! —dice en forma de broma y sonríe.
Yo me hago el asustado.
La luna se ha cubierto de rojo.
No puedo contarle que tuvo hijos con Cortés y que este se casó con otra mujer española, y Malitzin ahogó a sus hijos en un río. Por eso ahora vaga ese ser fantasmagórico por muchos rincones gritando desconsoladamente hasta encontrarlos.
Beso sus manitas y veo su delicada piel. Nuestro mestizaje es profundo, fuerte, espiritual. La serpiente emplumada desciende de la luna roja como con los caballeros águilas hace muchos años.



FELICIANO MEJÍA HIDALGO

(Abancay, Apurímac, Perú, 1948). De nacionalidad peruano-francesa, ex integrante de los colectivos Hora Zero y Yuyachkani, realizó estudios superiores de educación (lengua y literatura) en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en la de Caen (literatura) y, en Francia, en las universidades de La Sorbona (historia) y Le-Mirail de Toulouse (literatura hispanoamericana), donde enseñó por poco tiempo.

Más obras y trayectoria literaria en Suplemento de Realidades y Ficciones:


JOOORRR
Feliciano Mejía Hidalgo ©
Un agradecimiento al pueblo del Altiplano por su Diablada.

Jooorr.
Es neblina de mi aliento
este mi grito. Jooorr.
Ellos no sienten ni saben
que yo bailo,
canto
y sufro humillado desde la Conquista
por los españoles. Jooorr.
Pero yo sigo danzando. Para mi danza
necesito de tu canto. Sí.
Canta y que resuenen tus poros;
bola de espuma se aleja la noche
arrinconándose en los roquedales, si cantas.
Que tu palabra no se diluya
entre las voces roncas
y los gritos
venidos de las tinieblas.
Sácale a la madera
sonidos
y has entrechocar las rocas:
de sus chispas saldrá el canto
que tus niños y mujeres
y hombres entristecidos escucharán
porque será su propia voz oyéndola
por sobre la candela y la amargura.
Yo seguiré danzando:
soy el Diablo
y soy el Ángel.
Soy el demonio y el dios. Estoy más allá
del bien y del mal. Danzo. Estoy con la justicia
y soy justo. Jooor.
Aparentemente solo y lleno de dulces colores
me encubro. Los roquedales de maldades,
montaña de 400 años malos, de esta noche
de 400 años, me quieren destruir.
Pero yo danzo y me preservo. Nadie ha podido
ni nadie podrá nada contra mí: me cuido
y me cuidaré pues soy valioso,
como niños muertos al nacer, cuyes hinchados,
casi venados de patas quebradas; así
a ti te tienen, cogido.
Para no morir, te vas lejos de mí
en tu alcohol y en tu coca, para no morir
vas y te pierdes
en las ciudades, para degenerarte: te escupen.
Lo veo. Te pegan. No puedes ni mirar las letras
y papeles de sus libros.
Y mueres.
Mueren a mi alrededor. Todo es desolación.
Campos chamuscados, nieves podridas llenas de belleza,
tul del cielo emponzoñado.
Muerte y muerte. Pero yo estoy vivo,
hermoso y lúcido tras mi máscara de vidrios y colorines.
Me miras. Me miras.
Pero no aprendes a verme.
Danzo. ¡JaauuuuuuUU!
Mas yo
estoy cada vez más fuerte.
Ni las aguas tormentosas
ni los barros enceguecedores
han podido contra mí.
Jooorr. Soy una olla de fierro. Jooorr.
Soy una caldera. Año a año
los españoles me pegaron. Vapor de cólera tengo
en la médula del alma
Pero bailo. Mataron a millones
de mis huestes. Jooorr. Soy un Hombre que llora
y soy el Diablo riente. ¿Cómo no ser llombre-Diablo
si te matan a millones de tus hijos
y te abofetean
y te quieren romper hasta el hilo del pensamiento?
Mas no estoy solo.
Tengo mis Amarus que llorando
y fracasando triunfan por mí,
y ensayan las batallas que un día daré.
Se van por los caminos:
perfeccionan su ciencia y sus cantos
y pasos y poemas; agitando
sus machetes y pistolas y hachas
le dan filo a sus cariños.
y sus odios.
Como yo
esperan el momento de mi grito.
Porque sin mí
ellos no son nada.
Soy el dios que tiene los pies
picoteando la superficie del planeta.
Mi danza es una burla,
una espera.
Salen de entre mis dedos
más y más Amarus verdaderos:
Condorkanki era —José Gabriel— prieto, Túpac,
el mejor de mis Amarus: caballo
de bronce y ondas de cabellos al viento;
saltó con la alegría de quien ve la luz de mis ojos. Hombre
Amaru que comía en plato
y vestía seda, hilos de plata y oro
entre sus medias. Sus defectos.
Sol de oro entre las rocas de sus hombros
me llevaba. Era fiel. Y tuvo pena.
De entre mis lágrimas ocultas destilando en las montañas
surgió. Enviado.
Y las fibras de mis venas
pañaron sus penas, y en cantos de pututos,
se unieron mis huestes, mis venas,
para mi Amaru José Gabriel. El que fue.
El que era. El que soy. Indio con mezcla de metal
Rojo. Padre de los padres. Y mi mandato fue:
La noche se haga horrible fuego sobre el opresor
y hoguera.
En los cráneos de todos los indignos,
en los huesos de todos los indignos,
en las pieles de todos los indignos se hará la música
y su muerte. Yo lo ordeno: vasos, quenas y tambores
de los huesos y los restos de todos los indignos se harán:
esa fue mi orden. Fuemidecreto.
Y mi Amaru José Condorkanki Gabriel
no logró mi orden.
Yo seguía danzando de gozo espeluznante
mientras me fue obediente. Mas,
otra vez. ¡jooorr!, el vendaval de los enemigos,
¡áááAAAhhhggg!
hurgando en mis lleridas, por que mi Amaru fue vencido.
¡JoooOORrr!. Pero danzo.
Y río tras los huecos de mi máscara
porque yo sé que mi hora, la hora
no había todavía marcado el punto
donde mi voluntad se hiciera ley.
Terrible será el momento de mi ley
mi triunfo
y mi venganza que será solo justicia.
Y todos los imperios sobre mí serán quebrados
cáscaras de lluevo.
Danzo yo
cuidando mi vientre
donde frutas
maduran mis retoños.
—¡JJOOOoorrrrRRR!!—
La hora vendrá.
Sobre las crestas de los cerros, a través de la mica
del aire, mis hombres
salen. Amarus tras Amarus
al campo de batalla.
En el fondo de los zocabones
tiritan y tiritaron
hasta la muerte mis mujeres
y niños y ancianos, embrutecidos por el frío,
por el frío metal del codicioso usurpador
de mi reino.
¿Cómo no ser duro
y cruel con las hienas que asolan y asolaron
mis valles fecundados?
Centellas lloverán sobre sus cráneos
y sus niños no podrán vivir en paz:
Esa Es Mi Justicia.
Jooorrr – Danzo – Río.
Mi cabeza es un panal
de fuego llameante: Es mi careta
de yeso.
Estoy zapateando.
Me caracajeo por dentro
y suelto a mis Jefes Amarus para probar la fuerza
del enemigo.
Pero
hubo otros Amarus valientes,
como cuerdas de alambre, duros y hermosos,
que se fueron sin mí y fracasaron.
Bolívar fue. San Martín fue.
Dos de mis hijos, mis criollos Amarus, no puros, tiernos
como el rayo,
malogrados pues no poseían mi venia;
y después el tiempo me traicionó. Mi nombre.
Fue abandonado como trapo. ¡Traición! ¡AAAA!
Por eso a mi campo de batalla
a mi puna, a mi desierto, a mi mar
y a mis árboles de mis selvas
vinieron los ingleses
y con ellos repletos todos los hijos de los españoles.
Y muerte, carajo!
Nos siguieron matando y quitando
hasta la sombra.
De nuevo la desolación
y la peste entrando en nuestros dientes
y corazones.
Muriendo de hambre de generación
en generación:
herencia es
de padres-hijos-nietos
el hambre, el alcohol y la coca. El hambre
sigue vivo. El alcohol y la coca:
mi dulce líquido
y mi hoja sagrada
se hicieron degenerados.
JJOOORRR. ¡Malditos!. JJOOORRR.
Soy una caldera. Los ingleses
me llenaron de más vapor.
Jooorr.
Pero a través de los siglos,
como cuentas de llanto
va mi voz, en tempestad
o copos de nieve
en las noches lunares de silbantes desiertos
de las alturas montañosas.
Red es mi palabra a través del Tacora y Rasuwillka,
cruzando cables eléctricos
de alta tensión
hasta el Huascarán y la punta verde de los árboles
de Iberia y Belén (tierras de moscas
y zancudos, donde tiemblan los ojos fríos del jaguar).
Mi voz va esperando el momento, red de furia dulce:
enterrando sus candentes puntas
en cada oído de mis hijos niños,
apurando a mis Amarus,
mis inteligentes hombres.
JOOORRR.
Mi mente es pura, hielo,
y guardo los resquemores
en esta coraza de colorines
tornasolando
risas nocturnas
hasta que venga el día
verdadero v e r d a d e r o, el de mi alarido.
Pero no salgo todavía.
Por los campos, trigo verde
son los retoños de mis venas: mis hijos.
La fogata de mi entendimiento
entra en ellos
y ellos lloran – cantan
y pelean bañados en sangre, en brillante
aceitoso amanecer.
Jooorr - Jooorr.
Sobre mi cabeza mi máscara
y encima la culebra roja – verde – roja – roja
con las fauces
titilando con su risa carcajeada
para que no me vean algunos.
Porque mi faz será terrible
cuando mi máscara caiga.
Terrible como un perol de cera
en la piel del rostro de todos
y cada uno de mis enemigos.
¡AUUuuuu! ¡Amaaruuuus! ¡AUUuuuu!
El día y la noche se mezclan:
Están mezclados para mis hijos. ¡EEEHHH!
¡EEEeeeiiilllE !
Salgan con hondas y macanas, con horquetas, lanzas,
sogas, brillen los machetes,
enrollen los lazos,
giren zumbando los liwis;
con los dientes solamente, si es necesario.
Fracasen de nuevo si no pueden.
Yo estoy vivo y seguiré vivo.
¡JJooorrrRR!
Atusparia era, Uchcupedro era,
Rafael Tupayachi era,
Moisés Arce Llaqta, era,
eran, son y fueron
y serán. ¡Auuu! ¡E! Amarus Todos.
Desgránense como antes de los cerros y montañas.
Orinen en el rostro de los traidores:
al traidor
¡mátenlo lentamente!;
¡el traidor no merece
morir rápido!
Que de nuevo los cuernos y caracoles resuenen retumbando
haciendo túneles en la roca
del espacio; las campanillas
y las flores de metal resuenen
hasta enloquecer al enemigo.
Vístanse de mil colores
que yo estoy danzando, ¡Jooorrr!, tras de ustedes.
Vibren las warakas,
chasqueen los zurriagos;
rompan las frentes de las mujeres enemigas;
la tierra toda es mía
y es de ustedes; tómenla.
Que las cañas se unan más
y soplen más fuerte las antaras: maridaje
de arca-ira (agua-fuego) mis zampoñas son,
también batan la piel de alpaca en el tambor
y mi bandera que flamee.
Yo estuve y estoy con mi máscara
para que los españoles e ingleses
no me vieran.
Ya pasó el imperio español
y yo danzo. Golpeteo el suelo.
Como perro sarnoso pasó el imperio inglés
y yo sigo danzando. Doy saltos, con prosa.
Mi máscara es más dura que el diamante.
¡JJooorrrR!
¡Hoy Es Mi Época! ¡Nuestra Época!
Hoy, cuando el imperio de Norte América
cuaja mi miel y mi leche!.
¡Hoy es nuestra época!
Hijos míos, busquen a los hermanos
perdidos en la ciudad. Tráiganlos al hogar,
a nuestro hogar: porque el hogar soy yo.
¡JJOOOOOOOOOOORRRRRRRRRR!
Soy una tremenda caldera
a punto de erupcionar.
El vapor ácido de los españoles
en mi pecho, el
vapor de los ingleses, más denso y enrarecido
en el tierno hueco de mi alma
se ha convertido en lava.
¡Joorrr!
¡Y más vapor de los norteamericanos!
Soy una gigante olla de hierro
como campana sellada
repleta de vapor, que va a estallar,
saltando como árbol frondoso de piedras y metales.
¡Ay de los malditos!
Ojo de puquio en el lomo
de montaña preñada de agua
es mi cólera saliendo.
No soy tierno. No puedo ser tierno ahora.
Como corcho mi piel hice
para poder danzar.
Vienen los ratones y los miro, los petrifico
y los pinto de colores para ponerlos en mi máscara:
mi baile sigue enfurecido y alegre.
A mi belleza la han querido pisotear
pero mis Amarus brotan raíces ardientes
en mi defensa.
Y ya no el fracaso es constante.
Amarus hay que triunfan.
Saturnino Accostupa Ayte es.
Río y danzo y apresuro el pespunte de mis pies.
Ahora sí, carajo. La hora ha sonado. La época es.
Oid mi voz:
es el sonido de mi corazón
y el crujido de mis puños y entrañas. Mi voz.
Salgan rápidamente, Amarus.
Saturnino, Satucucha Amaru Mío.
Accostupa era y es. Salió y saldrá.
Prieto y hermoso como la máshua, risa de quinua,
moreno como quemado por el rayo,
fuerte como el rezo a la montaña
solo nervio y silencio
regaba en las ciudades;
mirando lejos el horizonte azul y rojo
del futuro en las montañas,
hizo arder la nieve entre sus manos.
¡ Yyaaaaaeeee ! ¡ Saturninooo !
Hijo mío, ya no está.
Se ha ido para volver
en otro Amaru.
Pero, hombre a hombre,
Amaru Accostupa, hablaba con palabras
abundantes de verdad, de buena ley, en los campos y aldeas
de las comunidades.
Solo y acompañado, con la frente serena, hablaba
y mis hijos le siguieron y seguirán
porque me obedeció
y por eso nunca fue vencido.
JjooorrR.
La lucha final está cerca.
Las huestes, mis huestes están ya casi preparadas.
El enemigo está desde siempre preparado, pero viejo.
El momento final, la hora en punto en que el sol
apriete mi ombligo, ese será
el minuto esperado.
¡Apresúrense a ponerlo todo en regla!
¡MIRAD Y BUSCAD A LOS AMARUS DE LA CIUDAD
QUE SON HERMANOS Y DADLES MIS BANDERAS!
Me vienen a buscar constantemente viejos con caras de niños
para meterme zancadillas,
pero yo danzo más fuerte todavía.
Sobre el reverberar frío del espejo de agua
de los lagos, bajo el sol enardecido
o la luna pensativa
d a n z o.
En la candela verde de la montaña,
danzo .
Vienen y me ven
y mudos sin comprender repletos de terror
se van a preparar sus fusiles y ametralladoras.
Pero yo y mis Amarus reímos tras las máscaras:
No saben que puedo masticar en el aire
las balas disparadas a mi pecho. Ni sus tanques
ni aviones
contra mí y mis Amarus podrán jamás.
Bailamos. Las máscaras no son sino escudo y burla.
El enemigo me manda a sus espías e informantes.
Saben que la batalla final, su cataclismo es inminente.
Vienen los informantes con el dios del español y sus biblias
y el papel del inglés y el metal pálido
del pálido imperio norteamericano.
Me quieren enseñar a hablar
y a danzar en su lenguaje y en su ropa.
Pero yo tengo mil formas. Los miro con el terror de mi máscara
de siete cuenos
y de llamas fulgurantes de yeso. Y río
fuerte: ¡ ¡ JJJOOORRR ! ! .
Para engatusarme, para que les sea bueno
y clemente, para que los obedezca
me ofrecen sus ventas
de escamas de plástico y mil colores.
Compro y río.
Sus telas finas de brillo y nailon. Compro y río.
Gozo mucho sobre sus desesperaciones.
Sus tejidos de fábricas, blancos-suaves. Compro y me carcajeo.
Sus zapatos de plástico, de tela y de colores. ¡Ja, Ja, Ja!
Compro y bailo.
Espejos de fábricas y cristal de fábricas. ¡Ja, ja, ja!
Compro y danzo y levanto las rodillas.
Sus tarros de pinturas
de plástico y jebe
en mil colores hermosos. ¡Aiiiiiehh!.
Yo les tomo como burla todo: desde sus sueños hasta sus monedas,
pasando por sus voces y sus lengua
todo lo pisoteo.
Y me visto de colores – cintas – metales – sedas – caucho.
Me pongo sus pantalones
y sus zapatillas para danzar, solo para burlarme,
que mi danza
es la espera.
Dragón soy. Diablo. Orejas de fuego. Pecho de estrellas.
Placas de oro. Dientes de espejo. Ojos de vidrio. Pecho de hule.
S O Y.
Para ellos soy.
Es perfecto el engaño.
Los ejércitos están uno frente a otro.
Soy astuto – soy joven, bello, soy nuevo.
Soy terror de volcán y dulzura de torcaza.
Y en mis manos pongo el terciopelo y algodón
de mis Guantes Rojos cogiendo campanillas
soguillas
limones y manzanas
para distraer al enemigo.
Como satélites en mi derredor gesticulan
los males y la muerte, osos,
gallos, torpes muñecos que el enemigo envía.
Pero sobre mí no prevalecerá jamás ningún imperio.
Soy el nervio y la luz de una nueva vida
luchando contra las tinieblas. ¡Jooorrr!
Y mi nombre es la música del triunfo eterno ante los siglos.
¡ AAAAAAAH ! !
¡JoooooorrrR! ¡JJJOOOOOooooooorrrrrRRRR!



YUBRASKA HERRERA DIAMÓNT

(Caracas, 1980) Su nombre completo es Yubraska del Carmen Herrera Diamónt. Reside en Barquisimeto (Lara), Venezuela.  Profesora especialista en Castellano y Literatura egresada en 2004 de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador (UPEL-IPB), Magister Scientiae en Literatura Latinoamericana por la Universidad de los Andes (ULA-NURR) Trujillo (2012), en la actualidad estudia doctorado en Letras en la ULA-Mérida. Tiene publicaciones en colectivo en Venezuela y España, escribe para la revista digital “LetraMujerRevolucionaria”, es miembro del equipo editorial de la revista digital Dissertare del Decanato de Ciencias y Tecnología (UCLA-DCyT). Se desempeña como docente contratada en el Decanato de Ciencias y Tecnología de la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado (UCLA-DCyT).



AMOR EN SILENCIO
Yubraska Herrera Diamónt ©

Pensándote derramé suspiros
Besé de extremo a extremo tus gestos.
Mirándote gimió la pasión entre susurros de sueños.
Quería soltar tu trenza, despeinarte el tiempo…
Darte un beso esquimal, abandonar el miedo…
¡Qué cobarde! Decidí amarte en silencio.


ME QUEMO
Yubraska Herrera Diamónt ©

Me quemo…
Estoy agonizando…
Me hundo en la zozobra
me ahogo en mi llanto.
Mi alma se quema,
se quema de injuria,
de sonrisas moribundas.
¡Maldito sea el mundo que tiene tiranos!
¡Bomberos!
Mi alma se prende
¡Me quemo! Me hago cenizas
el viento me sopla
la lluvia me lleva al mar…


YO NO NACÍ PARA AMAR
Yubraska Herrera Diamónt ©

Yo no nací para amar en esta tierra
con un manto espinoso cubro mis males.
Mis suspiros son fugaces
mis recuerdos me enloquecen
mi corazón está enterrado
entre escombros y piedras,
ya no hay sangre que corra,
ya no hay dolor que marque mi tristeza.
Yo no nací para amar
en esta tierra de miseria,
mi amor se oscurece al soplo de las velas.
Sangran las cenizas
en el umbral de mi puerta.
Yo no nací para amar
en esta tierra marchita
como rosa veraniega.
Yo no nací para amar…
¡Solo amo la fábula inmortal!


SOÑAR
Yubraska Herrera Diamónt ©

Soñar a orillas de mi cama
pensar de forma serena taciturna y bella.
Quiero soñar con los ojos abiertos hacia el mundo;
Con el alma poblada de naufragio, llena de recuerdos.
Contar las estrellas, convertirme en una de ellas
transportarme a un lugar de sombras coloridas,
de anhelos ocultos
de suspiros infinitos.
Sentir que floto
en la magia del vestigio
y conservar las fotos
más nítidas, más bellas,
volar con las alas de la ilusión
hacia lo indefinido
explorar, escalar, escampar
en la montaña más azul.



MAURICIO PÉREZ RUZ

(Seudónimo: Chiro) Nació en San Juan, Argentina, en agosto de 1969. Publicó Quididad (1993), Desde una silla eléctrica (1994) y De ángeles, vírgenes y apóstoles (1995), todas estas obras en cuadernillos.
En 1997 autoeditó y publicó su primer libro de poemas: Milagro / Miseria, al igual que Poemas de otros (1999). Siguieron Fiebre, poemas incoherentes (para algunos...) (2001); 29 gotas en el cerebro (2003), y Tierna violencia (2004), un CD con música, poesía y fotografía. En 2011 publicó Yo digo que la muerte es una piedrita en el zapato… Todos estos en Ediciones El Níspero.


Más sobre su trayectoria y obras literarias en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 80:


quididad
chiro (mauricio pérez ruz)
como un lobo
que se lame la pata y ataca
hago crujir mis dedos
...
escribo

algo que surge (a mis pares)
tarde o temprano
las máscaras caerán
después de esto
una verdad surgirá
pues
nacimos para ser reyes
reyes absolutos del tiempo
renacimos de las cenizas
fortalecidos por el aura y el silencio eterno
surgiendo del mar de densos bosques
de densa selva
selva de gente

mortajas
dueños de sueños
sueños de ensueños
realidad inconsciente
magníficos realmente
realidades irreales...
sueños
irrepetibles
reversibles
posibles e imposibles
estados de ánimo...
transparentes
espontáneos
exaltados
a veces calmos
perplejidades en el alma
mortajas de nada
mortajas de sueños quizá

en las huellas de la desolación
ropas negras
vidas negras
mentes grises
simulacros de un plateado
son caretas que matan
es todo una puta perdición
una pena que duele...
el aire duele
la realidad yace sangrando
y el silencio abismal y desgarrador
asesino del tiempo
de cual no somos dueños
solo dueños del barro
de inevitables cenizas que fueron sueños
del fluir del viento
del negro volcán del existir
fusionados sabores y sinsabores
un aguante
un aguante de locura sin descanso
agonía perpetua
ilusión que al despertar no habrá muerte
todo seguirá durando
en las grietas de una copa de vino
en los túneles de los largos días
en las huellas de la desolación

escepticismo
una planta mutilada espera su hora
los templos están vacíos
también nosotros
el pabilo de la luz eterna se consume
¿es la falta de oxígeno?
caos
el cielo derrama lagrimas de furia
entonces son malas las aguas que bañan nuestros cuerpos
no hay refugio para la tormenta
tediosos los sagrarios tiemblan hasta derrumbarse
telas de arañas envuelven los corazones
no hay inquisición ni inquisidores
solo nuestras mentes
nuestras almas

hacedor
juego con palabras
creo que me temen
altero sus significados
las uno
cual sacerdote une matrimonios
las hago sonar
parir
sangrar
como la vida se toma con nosotros
esa atribución

tinieblastardas
horizonteñido de miestelar
ocres
grises
amarillos
manostentosas
tremulasficciantes
siembran calavéricos diamantes
en suelongevo
en el que tú y yo
estamos paradoscilantes
dogmaniáticos...
la verdad está en los templos
¿el día del descanso?
lluviacrucis del universombrío
tedeúm...
mariesposa fiosofálica
desoxirribonucleicarismática
tendadoradora de la pasiononírica
umbilicalucinante
de vapor
de sudor
de gotas que corren por las espaldas
lentas
densas
y por qué no
felices de ver el suelo de tan alto

búsqueda
busco mis formas en abstracto
busco palabras en abstracto
abstracción de mí
en abstracto
escrito abstracto
tititochiquit
tititopoemit
tititosueñitit
tititoabstractit
¿de mí?



SONIA ANALÍA SAYAS

Nació en Cañada de Gómez, Santa Fe, Argentina. Desde pequeña fue una gran lectora y desarrolló el gusto por la escritura. Muchos años después, comenzó a incursionar en poesía y narrativa breve, plasmando en sus obras historias de vida que llegaban a su corazón, las cuales fueron publicadas en antologías, diarios y revistas en Argentina, España y Estados Unidos. También algunas de sus obras fueron finalistas en certámenes literarios de Francia y Canadá. Así llegó, finalmente, a enhebrar veinticuatro relatos breves con el título Miradas de mujer.
En 2018, su poema Bella mariposa recibió una mención de honor.



LA COLINA DE LAS CRUCES
Sonia Analía Sayas ©

Allí estaba ella. La rusita, como le decían en el barrio.
Sus ojos de jade escrutaban el horizonte. Su corazón se alegró al divisarlo.
Una lágrima cual perla marina se deslizó por su mejilla. A medida que se acercaba, la extraña figura iba tomando forma. Había cambiado. Aquellos ojos de mirada serena le traían  recuerdos de su Lituania natal. Permanecían inmunes al paso del tiempo. Era su hermano Andrei.
Eran apenas niños cuando la guerra los separó después de la masacre .Ahora había vuelto a la pequeña aldea. Se sentía feliz. Un dejo de tristeza empañaba su sonrisa.
El recuerdo amargo de aquella verde colina volvía a su mente una y otra vez. Allí donde cientos de cruces eran silente recordatorio de mártires inocentes de eternos enfrentamientos. En ellos nadie vence, todos pierden.
Pensó en sus antepasados viviendo aquel horror.
Debo contarlo, se dijo, para que no suceda nunca más.
Terribles enfrentamientos bélicos allí acontecidos conforman las páginas más negras en la historia del pueblo lituano. Aquellas cruces honran la memoria de los mártires lituanos. Canto de Fe y Esperanza de un mañana pleno de Amor y Paz.


NUBES OSCURAS
Sonia Analía Sayas ©

La lluvia amenazó durante toda la tarde. Grandes nubarrones negros se cernían sobre la ciudad.
Un halo de calor agobiante la envolvía. Las aves, erráticas, surcaban el firmamento buscando refugio.
Solo un par de osados aguiluchos parecían disfrutar entrando y saliendo, a merced de las corrientes.
Pesadas nubes presagiaban tempestad.
Recién por la noche llegó el respiro. El agua, bienhechora, sació la sed de los campos polvorientos.
El tintinear de las frescas gotas sobre el cinc de los techos le dio cierta melancolía.
De pronto recordó cuando era niña y, junto a su abuelo, plegaba hojas de papel de diario.
Convertidas luego en ligeros barcos a vela, navegaban bordeando el cordón de la vereda hasta la alcantarilla más próxima. Allí, desaparecían o encallaban, cargados de sueños e ilusiones.
Aquellos tiempos eran tan bellos como lejanos. Es preferible que la pobreza sea sórdida y no mediocre, se dijo. Sintió pena, entonces, por todos aquellos que pretenden ser lo que no son.
Se sentía feliz, con las pequeñas grandes cosas que la vida le regalaba a diario.
La vida fue pasando. Ella disfrutaba, sistemáticamente de todas las etapas. Cada una con su propio encanto. Su aspecto fue cambiando. Su andar se volvió más pausado. Llegó, entonces, el tiempo de valorar a su entorno y valorarse. Hacer catarsis. Quererse y aceptarse. Ser cada una de las heroínas del mundo literario y, a la vez, ser ella misma. Saborear la vida hasta el último sorbo.
Tener la certeza de que no sería quién es si no hubiese estado rodeada de seres maravillosos.
Todos ellos nutrieron su espíritu. Hoy cosecha los frutos de aquella siembra.
Pero no todas son rosas. Oscuras nubes opacan su cielo. Algo está a punto de suceder. Lo siente en la piel. Debe escuchar a su vocecita interior. Estar alerta. Ser prudente. El mal acecha en las sombras. Ronda sus pasos.
No todo es lo que parece. Aparentes ángeles esconden demonios. Auguran malos momentos.
Parece frágil, pero no lo es. Su fortaleza, su fe y el amor de su entorno son su sostén. No se da por vencida fácilmente.
Simplemente, los ignora. No se presta a su juego perverso. Sabe de sobra que el Amor y la Bondad siempre triunfan.
Al igual que el pequeño colibrí, vuela alto como el águila, sorteando las piedras del camino. Cada amanecer renueva el desafío que la vida le propone y cada atardecer agradece la inmensa oportunidad de haberlo vivido en plenitud.
Fue así que, a muchos kilómetros de allí, un antiguo chamán tuvo una visión. Sones rítmicos de tambor. Estado de trance. Visiones. Águila sobrevolando las praderas. Gran augurio.
Libertad. Fortaleza. Victoria frente a la adversidad. Superación de obstáculos, aún aquellos casi imposibles de sortear.
Aún no lo sabía, mas contaba con la fuerza de la majestuosa rapaz, para protegerla de todo mal.
De pronto… la oscuridad lo cubrió todo. Grandes nubes oscuras lanzaban rayos y centellas
por doquier. El mal trataba de dominarlo todo, cuando... una gran guerrera, la reina de los cielos, surgió de entre las sombras. El eco de su graznido retumbó en todo el valle. Avanzó rauda, imponente y altiva.
En pocos momentos, el siniestro hechizo fue roto. Las montañas se poblaron nuevamente de luz y color. Su corazón latió de alegría. Todo había sido un sueño. ¿O tal vez una realidad?
La vida continúa… como las aguas del río que nunca vuelven atrás.


AMAZONA
Sonia Analía Sayas ©

El sonido agudo del timbre rasgó el silencio de aquella cálida mañana. Una voz masculina respondió a través del portero eléctrico. Ella ya no vive aquí. Aquellas palabras la tomaron por sorpresa. Se mudó a una cuadra de aquí, agregó, lacónico.
Le brindó un cálido abrazo y la invitó a pasar. Percibió su turbación. Sonrió. Hace dos años que vivo aquí. No entró en detalles. Necesitaba hablar. Una amena charla. Puente de unión entre ambas.
Santiago del Estero, madre de ciudades, fue su cuna. Su mamá era muy joven cuando la trajo al mundo. Por razones que desconoce, se alejó de su papá. Emigró a buscar un trabajo y un porvenir mejor a otra provincia, dejándola al cuidado de su abuela.
Despierta el monte. Sonidos ancestrales lo pueblan. Implacables, los rayos de sol lo abrazan. Mientras, insolentes, remolinos de viento y tierra lo arrasan.
Ella, princesita de aquel apartado paraje del norte argentino. Tan indómita y bravía como aquella arisca geografía que la vio nacer. Tan bella y delicada, a la vez, cual flor de tuna .Nacida entre zarzas y espinas, supo revertir su realidad, convirtiéndola en un jardín de rosas.
Amazona. Vaga por el monte espeso cual espíritu errante. No conoce el miedo.
Inalcanzable, galopa su brioso corcel hasta los confines del monte.
Míticos personajes pueblan su mente, acompañándola en sus paseos por lo intrincado de la espesura. Chañares y espinillos. Quebrachales. Soledad, fiel compañera.
Mas ella es feliz. No teme a nada ni a nadie. Su don más preciado: la libertad.
Al igual que la calandria, que regala los trinos más bellos en lo alto de la copa del árbol más alto, pero muere en cautiverio.
Así fue transcurriendo su vida, siendo feliz con las pequeñas grandes cosas que le presenta el camino.
De muy niña aprendió a hablar el quechua y el castellano. Su abuela, digna representante de las culturas originarias.
A través de ella, recibió el legado de los antepasados de aquella etnia. Aprendió así, a luchar por los derechos humanos.
La solidaridad y el amor al prójimo, baluartes en su vida.
Su alma, libre y soñadora, vagará por siempre por senderos de estrellas en aquellos montes.



MARTA LILIAN MOLANO LEÓN

(Cali, Colombia, marzo de 1955) Desde los doce años empieza a escribir poemas y acrósticos en rima. De forma empírica cultiva su especial talento y, mientras trabaja en un hogar de niños, escribe sus primeros cuentos infantiles que son publicados en el diario “La Estrella” de Panamá.
Su lírica voz traspasa las fronteras cuando es entrevistada por Radio Francia Internacional, mientras aboga con su acróstico “Emanuel” por la libertad del niño que nació cautivo y junto a su madre: Clara Rojas, e Ingrid Betancourt (candidata presidencial) se hallaba secuestrado en la selva de Colombia.
Libros Publicados: La Gaviota de Oro, Arrullos de Luna, Las Aventuras de Yalú, Eva y el Genio de la Luz, El Otoño en los Ojos de un Niño (dedicado a Emmanuel). El Regreso del Sembrador, Vivencias.
Incursiona en la escritura de guiones cinematográficos: Polly (hay un extraño en mi huevera), La Niña del Lago, Mi ángel tiene Cuatro Patas.
Dos largos y un corto metraje, obras originales que esperan desplegar su magia en la pantalla gigante.
En diciembre de 2017 es nombrada y certificada desde España, por la Fundación César Egido Serrano, como “Embajadora de la Palabra”.



LOS ESCAPE ROOM MÁS FAMOSOS
Marta Lilian Molano ©

En el Bar Gondozó Kert, un hombre de mediana edad, sonríe disfrutando una cerveza. Divertido imagina a un grupo de personas tratando de escapar de un laberinto. Unos gritan, otros ríen nerviosos… ¡El peligro los asecha! Entre enigmas, acertijos y códigos secretos, con la adrenalina al máximo, los participantes sudan. Una hora es el límite de tiempo para salir de allí. Attila Gyurkovics, ferviente admirador de Houdini, con magistral ingenio acaba de crear la primera sala de escape room de Budapest (Hungría).
¿Quién hubiera imaginado que esta idea que germinó en un bar, se haría tan popular como la cerveza que saboreaba Attila? Tras la inauguración del Para Park en el año 2011, los juegos de escape room se hicieron famosos en el mundo. Su prestigio se difundió como pólvora llegando hasta Vietnam, Rusia, España, Colombia, Estados Unidos… ¡Y siguen ganando adeptos!
Aquí tenemos los que brillan en el cielo de la fama.
Pero antes viajemos al siglo XVIII, Budapest, marzo 24 de 1874: Nace el mejor escapista de todos los tiempos:
1. Harry Houdini (Erich Weiss). Inició su Carrera como trapecista en 1882. Alcanzó la fama por sus grandes hazañas. En las circunstancias más difíciles lograba su objetivo. No había cadenas, jaulas, esposas, ni camisas de fuerza que lograran detenerlo. Bajo el agua, en el limitado espacio de un cubo de cristal, este célebre ilusionista se liberaba.
2. El Real Escape Game (REG). Creado en el año 2007 en Japón por el guionista Takao Kato.
3. Adventure Rooms. Inventado en el año 2012 por el profesor de Física, Gabriel Palacios. En este dinámico juego, que fuera comercializado, su creador incluye elementos científicos y códigos invisibles.
4. Gestora of Doom. ¿Logrará el famoso político escapar de sus captores? ¿O perderá la vida ante los implacables terroristas?
5. Mad Mansion (Bilbao). Ellos confiaban en su valentía. Ahora están al límite de su resistencia. ¡Los espíritus y las fuerzas del mal acechan! La tenebrosa mansión de los Crowell encierra grandes secretos que no deben descubrirse. ¿Lograrán encontrar una salida?
6. Xcápate (Alicante). El terror se refleja en sus rostros. El juez anticorrupción ha sido asesinado. Ellos desesperadamente buscan la forma para combatir la mafia que se apodera del lugar.
7. Wayout Room (Pamplona). El misterioso señor que se rasca la cabeza y ríe a carcajadas no está loco; él es un genio con pruebas irrefutables que acaba de descubrir y que harían palidecer a los famosos científicos. También podrían enviarlos de viaje por otras dimensiones ocultas en el tiempo, dando tumbos entre los agujeros negros.

Cuando intento documentarme sobre los escape room, mis ojos se detienen en las magistrales hazañas de Houdini y pienso que de alguna manera todos somos escapistas. Desde el hombre de Neandertal hasta nuestra época de Ciencia y Tecnología, La mente siempre ha buscado una salida. Algunos lo hacen a través de divertidos juegos. Otros, se liberan procurando sus metas personales.
El deporte, la Literatura, el Arte y la Ciencia siempre han sido una atractiva opción. En un acto de prodigiosa osadía, La mente se escapa más allá de las barreras imaginarias que la limitan. A veces vuela a conquistar sus sueños.



WALTER HUGO ROTELA GONZÁLEZ

Nació en 1968, en Formosa, Argentina. Hoy reside en Montevideo, Uruguay.
Cursó la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación en la Universidad de la República (Udelar), Opción Periodismo - Uruguay (1999-2010).
Bibliografía: Huellas de mis pensamientos (cuentos, 2011), Buscando… las llaves, las rutas (novela, 2011), Siete cuentos - Del 2007 al 2008 (cuentos, 2011), Líneas Paralelas - Relato de viaje (2013). Todos en Editorial Bubok: http://pebuwar.bubok.com.ar/


Más sobre su trayectoria y obras literarias en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 76:


REMOLINOS EN LA SIESTA
Walter Hugo Rotela Gutiérrez ©

Lo que voy a relatar a continuación ocurrió en tiempos de mi niñez, en las tierras de las largas siestas. En esa hora que el sol expresa toda su furia sobre los habitantes; sobre los ralos pastos; sobre las aves que se atreven a recorrer el vasto territorio, de quebrado suelo por la sequedad. En esos momentos donde el sonido ensordecedor de las chicharras puebla toda la atmósfera.
El sol seca los charcos que se forman tras las lluvias que ocurren, intermitentes y escasas, en los meses de verano. Cuando la temperatura llega a los cincuenta grados sobre el cero, a eso del medio día, empieza a soplar el viento norte. Irremediable, cada día, se repite igual. Una y otra vez, todos los santos días de la estación calurosa.
El viento surge, salido de quién sabe dónde y carretea —cual avión de caza— sobre la llanura ardiente y doliente. Como quejidos se escucha, a veces, el crepitar del pasto cuando unida al viento, se enciende, se quema y tiñe de negro la faz gris del lodazal. Cual niño travieso, corretea en zigzag, gambeteando, como jugando a la pelota tatá.
Sobre la vasta planicie se forman remolinos, que tan pronto se inician, desaparecen. Así, las calles polvorientas son como pistas donde el viento juega.
Los caracoleros, una especie de aves muy característica de la zona del norte argentino, vigilan desde la cima de los postes del cableado de corriente eléctrica. Al primer movimiento de sus presas, caen con furia y precisión. Lo toman con sus garras y los llevan hasta lo más alto… Las aves pequeñas se refugian en los arbustos, entre los espinillos, o donde pueden. Las gallinas, obedientes, se esconden a la sombra en los gallineros. El picoteo es intenso y parece que a nada conducirá; pero, de tanto en tanto, alguna lombriz es extraída de la lodosa tierra seca. Nada parece moverse, solo el canto de las cigarras inunda el aire. La gente hace la siesta. Los niños se revelan, pero el cansancio los vuelve tumba y desaparecen sobre la tierra mojada y a la sombra de los mangos, los limoneros o cualquier trazo de sombra posible.
Durante la tarde en cuestión, un vehículo cuatro ruedas, de un viajante —esos vendedores ambulantes que ofrecen aquellos objetos que solo se consiguen en las capitales de las provincias más importantes— se avecinó por el camino que lleva a la isla. Allí viven unas escasas veinte almas. Y él, el viajante, provee a la mujer que atiende el almacén-cantina. Pocos son los que llegan a la isla Jagua Piru.
El viajante alcanzó el final del polvoriento caminó y estacionó el auto. Se acercó a la orilla y subió a la canoa para que, el canoero, lo llevara hasta Jagua Piru. Levantó el pedido y entregó cierta mercancía encargada el mes anterior. En una hora y media, poco más o menos, estuvo de regreso dentro de su auto. El calor fue particularmente intenso ese día. La temperatura había trepado a los 48 grados, anunció el locutor de la radio local, en el informativo del medio día. Sin embargo, afuera, sobre el camino de tierra y piedras, la temperatura era mayor. Los remolinos giraban alocados esa siesta. Delante del parabrisas un ardiente paisaje era la más clara expresión del infierno. El cansancio acumulado tomaba forma de largos bostezos.
Esa siesta, el viajante quiso volver rápido al camino asfaltado. Encendió el motor, que rugió con fuerza, y salió debajo de la escasa sombra del árbol de paraíso bajo el cual lo dejó.
El sol quemaba los campos y a las bestias que andaban por ahí. Algunos lagartos, y otros bichos, yacían al costado del camino. Otros, atropellados o a medio devorar, eran la evidencia de que la muerte asolaba aquellos olvidados territorios. Los remolinos cruzaban, de un lado al otro, los caminos polvorientos. Los cincuenta kilómetros que hay hasta la ruta asfaltada parecían interminables, imposibles de recorrer a salvo. Las chicharras ayudaban a aturdir los sentidos. Enervaban, debilitaban la concentración.
A mitad de camino hacia la civilización, el viento tiró con fuerza a un caracolero sobre el parabrisas. El impacto fue tal que sorprendió al experimentado conductor. Hizo una brusca maniobra y terminó con el vehículo en un zanjón, cinco metros más allá de la banquina. Quedó contenido entre pastizales secos y tierra cuarteada.
El ruidoso chillido de las chicharras se detuvo un instante. Quizás fue un segundo, quizás una hora. El viajante reparó en que veía todo desde arriba como un caracolero, pero el todo giraba como un remolino. Confusión, aturdimiento y, al mismo tiempo, la certeza, la verdad que asoma cuando menos la esperas, en medio de un extraño silencio.
Dos días después se inició la búsqueda en la zona debido a una denuncia por desaparición, tramitada por el compañero del viajante, quien lo esperaba, aquella siesta, en otro almacén, en la periferia de la ciudad.
El viento arreciaba del norte. El mismo aire en movimiento esparció los olores de un cuerpo en descomposición hasta los órganos olfativos de los sabuesos de la patrulla de uniformados. En las inmediaciones del auto nada indicaba robo o signos de violencia.
Un caracolero sobrevolaba, como errante, el monte cercano. En tanto, un grupo de buitres montaba guardia en inmediaciones del auto siniestrado, al momento de hallarse el cuerpo sin vida de un masculino de entre treinta y treinta y cinco años, el viajante, que reposaba inclinado sobre el volante.



SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 82 – Junio de 2019 – Año X
ISSN 2250-5385
Exp. RL-2018-52427183-APN-DNDA#MJ del 18/10/2018, Dirección Nacional del Derecho de Autor / República Argentina.

Propietario y Director: Héctor Zabala
Av. Del Libertador 6039 (C1428ARD)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
Currículo en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 75:


Colaboradores

Corrección general:
Noelia Natalia Barchuk Löwer
Resistencia (Chaco), Argentina
Currículo en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 78:

Ilustración de carátula y emblema:
Mónica Villarreal
Scottsdale (Arizona), Estados Unidos
Monterrey (Nuevo León), México
 @mon_villarreal
Currículo en revista Realidades y Ficciones Nº 17:

El listado completo de colaboraciones al Suplemento de REALIDADES Y FICCIONES se encuentra a la derecha del blog bajo el acápite AUTORES.

 @RyFRevLiteraria

 @RyF_Supl_Letras

Las opiniones vertidas en los artículos de esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor pertinente.



"Realidades y Ficciones"
Mónica Villarreal (2014)
acrílico y óleo sobre
papel-lienzo, 30 cm x 30 cm