SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 68 – Marzo de 2016 – Año VII
ISSN
2250-5385
Inscripción
gratuita como LECTOR
si escribe
a zab_he@hotmail.com
indicando nombre
y apellido, ciudad y país
(se le avisará
cada nuevo número trimestral).
“Simónides de Ceos”
Mónica Villarreal (2016)
(Acrílico sobre papel, 30 cm
x 23 cm)
Serie “Poetas Clásicos
Griegos”
|
Sumario:
•
Fernando SORRENTINO (Argentina)
•
Asmara GAY (México)
• Diana DECUNTO (Argentina)
• Alberto ESPINOSA OROZCO (México)
• Víctor DAVIU (Chile)
• José Ángel GRAÑA ABAD (España)
• Jorge Oscar MOZZINO
(Argentina)
• Axel BLANCO CASTILLO (Venezuela)
• Rosana RUFINER (Argentina)
• Nuria de ESPINOSA (España)
• Gustavo Marcelo GALLIANO (Argentina)
• Teresa ÁLVAREZ OLÍAS (España)
FERNANDO SORRENTINO
Nació en Buenos Aires el 8 de
noviembre de 1942. Es profesor de lengua y literatura. Su narrativa de ficción
es una mezcla de fantasía y humor. Ha sido traducido a los idiomas inglés,
portugués, italiano, alemán, polaco, chino, vietnamita y tamil. A menudo
escribe ensayos sobre literatura argentina, que en general se publican en La Nación de Buenos Aires. Ha recibido varios premios
literarios, entre otros Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE).
Biografía y obra completas en:
EL CONEJO
DE USHUAIA
Fernando Sorrentino ©
En un diario acabo de leer que,
“tras largos meses de intentos fallidos y de diversas expediciones, un grupo de
científicos argentinos logró dar caza a un ejemplar del ‘conejo de Ushuaia’,
especie que se daba por extinguida desde hacía más de un siglo. Los
científicos, encabezados por el Dr. Adrián Bertoni, lograron capturar un
ejemplar en uno de los bosques que rodean aquella ciudad patagónica…”.
Como prefiero lo específico a lo
genérico y lo preciso a lo evanescente, yo habría dicho “en el bosque tal y tal
que se encuentra en tal sitio con respecto a la capital fueguina”. Pero no
debemos pedir peras al olmo ni inteligencia alguna a los periodistas. El doctor
“Adrián Bertoni” soy yo, y por supuesto tuvieron que escribir de manera
equivocada mi nombre y mi apellido: me llamo exactamente Andrés Bertoldi, y, en
efecto, soy doctor en Ciencias Naturales, con especialización en Zoología y
Fauna Extinguida o en Peligro de Extinción.
El conejo de Ushuaia no es, a pesar
de todo, un lagomorfo y, mucho menos, un lepórido, y tampoco es cierto que su
hábitat sean los bosques de Tierra del Fuego; más aún, ni siquiera un solo
individuo ha vivido nunca en la
Isla de los Estados. El ejemplar que yo capturé —yo, yo solo,
sin ningún equipo ni ayuda de nadie— apareció en la ciudad de Buenos Aires,
junto al terraplén del Ferrocarril San Martín que corre paralelo a la avenida
Juan B. Justo, a la altura de la calle Soler, en Palermo.
Yo no estaba buscando al conejo de
Ushuaia, sino que tenía otras preocupaciones y caminaba un poco cabizbajo. Me
dirigía, bajo el calor de noviembre y por la vereda de Juan B. Justo, hacia la
avenida Santa Fe, a un banco donde debería realizar trámites molestos y hasta
inquietantes. Entre el terraplén y la vereda hay una verja de alambre tejido
sobre una base de mampostería; entre la verja y la base del terraplén estaba el
conejo de Ushuaia.
Lo reconocí al instante —¿cómo no
iba a reconocerlo?—, pero me llamó la atención verlo tan quieto, pues es animal
movedizo y saltarín. Pensé que tal vez estuviera herido.
Sea como fuere, me alejé unos metros
de donde se hallaba el conejo de Ushuaia, escalé la verja y bajé con sigilo
junto al terraplén. Caminé con pasos cautelosos, temiendo a cada instante que
el conejo de Ushuaia huyese espantado, y, en ese caso, ¿quién podría
alcanzarlo? Es uno de los animales más veloces de la creación y, aunque de modo
absoluto el guepardo es más rápido que él, no lo es en términos relativos.
El conejo de Ushuaia giró la cabeza
y me miró. Pero, contra lo que yo imaginaba, no solo no huyó sino que quedó
inmóvil, con la única excepción del airón plateado, que se agitaba, como
desafiándome.
Me quité la camisa y quedé con el
torso desnudo.
—Tranquilo, tranquilo, tranquilito…
—iba diciendo.
Cuando estuve a su lado, desplegué
con lentitud la camisa, como si fuera una red, y, de repente, en un solo movimiento
brusco, cubrí con ella al conejo de Ushuaia, envolviéndolo por abajo y formando
un paquete de regulares proporciones. Con las mangas y los faldones practiqué
un fuerte nudo, que me permitió sostener el envoltorio con solo mi mano
derecha, mientras la izquierda me quedó libre para ayudarme a escalar de nuevo
la verja y volver a la vereda.
Desde luego, no podía presentarme en
el banco con el torso desnudo ni con el conejo de Ushuaia. De manera que me
dirigí a casa; resido en un octavo piso de la calle Nicaragua, entre Carranza y
Bonpland. En una ferretería adquirí una jaula para pájaros, de tamaño más bien
grande.
El portero estaba lavando la vereda
de nuestro edificio. Al verme con el pecho descubierto, con una jaula en la
mano izquierda y un envoltorio blanco, que se agitaba, en la mano derecha, me
miró con más asombro que reprobación.
Mi mala suerte quiso que, al entrar
en el ascensor, me siguiera una vecina que traía de la calle a su perrito, un
animal feo y antipático que, al captar el olor —más allá de la percepción del
ser humano— del conejo de Ushuaia, rompió a ladrar ensordecedoramente. En el
octavo piso pude librarme de aquella mujer y de su estentórea pesadilla.
Cerré la puerta del departamento con
llave, preparé la jaula y, con infinito cuidado, empecé a desenvolver la
camisa, tratando de no irritar, y mucho menos de herir, al conejo de Ushuaia.
Sin embargo, el encierro lo había hecho enojar y, al liberarlo del todo, no
pude impedir que me clavara en el brazo un aguijón. Tuve la suficiente presencia
de ánimo para que el dolor no me hiciera soltarlo y logré, por fin, ponerlo a
buen recaudo dentro de la jaula.
En el cuarto de baño me lavé la
herida con agua y jabón, y, en seguida, con alcohol medicinal. Luego me pareció
que lo más sensato era llegarme a la farmacia y hacerme aplicar el suero
antitetánico, y eso fue lo que hice sin dudar.
Desde la farmacia me fui
directamente al banco para concluir el maldito trámite que había quedado
postergado por culpa del conejo de Ushuaia. En el camino de regreso adquirí
víveres.
Puesto que, durante el día, carece
de aparato masticador, consideré lo más práctico cortar el bofe en pequeños
trozos y mezclarlo con leche y garbanzos; revolví todo con una cuchara de
madera. Tras olfatear la combinación, el conejo de Ushuaia la absorbió, sin
dificultad pero con mucha lentitud.
A la caída del sol empieza su
proceso de dilatación. Trasladé entonces los pocos muebles del living —dos
sillones simples, uno de dos cuerpos y una mesita ratona— al comedor,
apoyándolos casi contra la mesa grande y las sillas.
Antes de que no cupiera por la
puertecita, lo hice salir de la jaula y, ya libre y cómodo, creció lo
suficiente. En este nuevo estado había perdido por completo la agresividad, y
se mostraba abúlico y perezoso. Cuando le vi brotar las escamas violetas
—indicios de somnolencia—, me metí en mi dormitorio, me acosté y di por
terminado ese día.
A la mañana siguiente, el conejo de
Ushuaia había regresado a la jaula. En vista de esa docilidad, no me pareció
necesario cerrarle la puertecita: que él decidiera cuándo permanecer dentro o
fuera de su prisión.
El instinto del conejo de Ushuaia es
infalible. Desde ese primer día, y al anochecer, se habituó a dejar la jaula y
a extenderse, a modo de un flan de cierta consistencia, por el suelo del
living.
Según se sabe, evacua sus heces las
medianoches de los días impares. Si uno coloca (por ánimo de jugar, claro está)
esos pequeños poliedros metálicos y verdes en una bolsa, y los agita, suenan de
una manera muy simpática, con algo de ritmo caribeño.
En realidad, poco tengo en común con
Vanesa Gonçalves, mi novia. Es bastante diferente de mí. En lugar de admirar
las tantas cualidades positivas del conejo de Ushuaia, le pareció que lo mejor
era desollarlo para hacerse confeccionar un tapado de piel. Eso puede
practicarse de noche, cuando el animal está dilatado y la superficie de su piel
es lo bastante extensa para que las crestas cartilaginosas se desplacen hasta
los bordes y no dificulten las tareas de incisión y corte. No quise ayudarla en
la operación; Vanesa, sin otros instrumentos que una tijera de sastre, despojó
al conejo de Ushuaia de toda la piel del lomo, la llevó a la bañadera y, bajo
el agua de la canilla y con detergente, cepillo y lavandina, eliminó por
completo los restos de ámbar y bilis que la cubrían. Luego la secó con una
toalla, la plegó, la guardó en una bolsa de plástico y, muy contenta, se la
llevó a su casa.
Esa piel no necesita más de ocho o
diez horas para regenerarse por completo. Vanesa imaginó un gran negocio: desollar
cada noche al conejo de Ushuaia y vender sus pieles. No se lo permití; no
quería convertir un hallazgo científico de tanta importancia en algo
groseramente mercantil.
Sin embargo, una entidad ecologista
denunció el hecho, y en los diarios se publicó una solicitada en la que se
acusaba a “Valeria González” —y, lateralmente, también a mí— de ejercer
crueldad hacia los animales.
Tal como yo sabía que iba a ocurrir,
la llegada del otoño restituyó al conejo de Ushuaia su lenguaje telepático y,
aunque su mundo cultural es limitado, pudimos tener agradables conversaciones y
hasta establecer una especie de, ¿cómo diré?, de código de convivencia.
Me dijo que Vanesa no le caía
simpática, y yo comprendí perfectamente sus calladas razones: le pedí a mi
novia que no viniera más a casa.
Tal vez por gratitud, el conejo de
Ushuaia perfeccionó un modo de no dilatarse tanto por las noches, de manera que
pude traer de regreso al living todos los muebles. Duerme sobre el sillón de
dos cuerpos y defeca sus poliedros metálicos sobre la alfombra. Nunca fue de
excesivo comer y, en esto, como en todo lo demás, su conducta es mesurada y
digna de elogio y de respeto.
Su delicadeza y su eficacia llegaron
al extremo de preguntarme cuál sería, para mí, su tamaño diurno más cómodo. Le dije
que habría preferido el de la cucaracha, pero advertí que esa misma pequeñez
volvía al conejo de Ushuaia peligrosamente imperceptible, con el consiguiente
riesgo de herirlo (ya que no de matarlo).
Tras algunos ensayos, llegamos a la
conclusión de que, durante las noches, el conejo de Ushuaia continuaría
dilatándose hasta adquirir el tamaño de un perro muy grande o de un leopardo.
Durante el día, lo ideal consistía en las proporciones de un gato mediano.
Esto me permite, mientras miro
televisión, por ejemplo, tener al conejo de Ushuaia en mis rodillas y
acariciarlo distraídamente. Hemos forjado una sólida amistad y, a veces, con solo
nuestras miradas nos entendemos. No obstante, durante los meses fríos se
mantienen vigentes sus facultades telepáticas, que desaparecerán apenas lleguen
los primeros calores.
Ya estamos en agosto. El conejo de
Ushuaia sabe que, desde septiembre hasta febrero o marzo, no podrá formularme
preguntas ni plantear sugerencias ni recibir mis consejos o felicitaciones.
En los últimos tiempos ha caído en
una especie de manía repetitiva. Me dice —como si yo no lo supiera— que él es
el único ejemplar sobreviviente de conejo de Ushuaia en todo el mundo. Sabe que
no tiene la menor posibilidad de reproducirse, pero —aunque se lo pregunté muchas
veces— jamás me dijo si esto le preocupa o lo deja indiferente.
Además de estas afirmaciones, me
pregunta —todos los días y varias veces al día— si vale la pena seguir
viviendo, así, solo en el mundo, en mi compañía pero sin congéneres. No tiene
manera de morir por su propia voluntad, y yo no tengo manera —y, aunque la
tuviera, jamás lo haría— de matar a un animal tan dulce y afectuoso.
Por estas razones, mientras perduran
los últimos fríos del año, converso con el conejo de Ushuaia y continúo
acariciándolo distraídamente. Cuando llegue el calor de septiembre, solo podré
limitarme a acariciarlo.
[Este cuento pertenece al libro El crimen de san Alberto, de Fernando
Sorrentino, publicado por la Editorial Losada , de Buenos Aires, en octubre de
2008.]
ASMARA GAY
(Ciudad de México, 1975) es poeta,
narradora y ensayista. Maestra en Apreciación y Creación Literaria por el
Centro de Cultura Casa Lamm y Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la UNAM. Colabora en
diversas revistas especializadas y ha obtenido interesantes premios.
Más datos sobre su biografía y
trayectoria literaria en las dos publicaciones siguientes:
Revista Realidades y Ficciones # 17:
Suplemento de Realidades y Ficciones
# 60:
FONDO
Asmara Gay ©
No quejarse
ni en los actos
cuando se es niño.
Ceder si se puede
en escribir los versos
que no hace.
Fruta discreta:
principio del vivir
en ojos que abrasan.
Columpio vegetal
de gestos gratos
con que recordarse.
Instantáneamente
subir al lado
de la ninguna persona.
Cómo destruirse:
consuelo nacional
hereditario.
Ganarle el paso
al delicado estado
de la íntima viveza.
¡Ah!, estoy aquí
escaleras abajo
a punto del cuarto menguante
como la primera vez
dentro de mi especie infame,
perezosa y rara,
que con humor
me quita el habla.
DESIERTO
Asmara Gay ©
Familia en solitario: destino niñez,
a cuestas el trabajo de sonreír.
El ocaso comienza
en esta fronterahistoria
de la humanidad:
la vida de un hombre.
De este a oeste
se topografía el desierto,
los trabajos y los días,
la región inestable,
cóncavo.convexa,
de mares imposibles.
La arena líquida
gotea a carcajadas
sobre las once y media…
Ahí está de nuevo
el vuelo de la cama
para soñarse en lienzos
adolescentes donde la frecuencia
de la llama, delirante en vapores y
quimeras,
es la única habitante del inhóspito,
explorado a medias, desamparado,
individuo.
LUNA
Asmara Gay ©
La luna nos volvió locos.
Locos: de locura infinita.
Cada día, sin darnos cuenta, fuimos
radicando
destornillados, desquiciados,
trastornados, frenéticos, furiosos delirantes, enloquecidos,
rabiosos, como cabras negras, como
regaderas que en lucha espiritual
vuelven a ser hombres-comienzo.
Animales en frenesí
que en su delirio
levantan estatuas a los muertos,
escalan montañas tan altas desde las
que pueden ver el paraíso,
de sus vientres nacen pájaros
naranjas
concebidos al calor de unas hogueras
donde, todavía, danzan,
danzan,
danzan,
eterna
danza
en la que el agua, el aire, la tierra
y el fuego
cultivan el tiempo y el
espacio.
DIANA DECUNTO
Argentina (nacida en Uruguay) y
residente en la ciudad de Buenos Aires. Colabora con algunas páginas literarias
en la web. Posee varias obras sin editar. Ha realizado cursos de arte, incluyendo
teatro.
Licenciada en sistema por la Universidad Católica
de Salta, especializada en sistemas bancarios. Es coautora con Alicia Zabala y
Héctor Zabala de la obra teatral “Diván en crisis”.
CUPIDO
ESTÁ EN PROBLEMAS
Diana Decunto ©
Las
locuras del arco y la flecha.
Noticia de último momento de las
19:15. En nuestra redacción el periodista Pedro Fedarez tuvo una entrevista
exclusiva con Cupido. Sí, como lo oyen, el niño bonachón de rulos se acercó a
nuestra redacción. En entrevista exclusiva a Fedarez comentó que a partir del
1º de noviembre se retira de su profesión de lanzar flechas a las parejas
candidatas al amor.
Cupido comentó que está altamente
estresado. Ha recibido duras reprimendas por parte de ambos padres debido al
alto fracaso que se han producido en sus últimos trabajos con las nuevas
parejas a las cuales ha intentado unir.
Según dichos de Fedarez, a Cupido se
lo notaba altamente agotado. La época primaveral es de intenso trabajo en su
rubro. Según las declaraciones de Cupido a nuestro prestigioso reportero le ha
sido altamente dificultoso continuar con su labor a partir del auge y exceso de
las redes sociales.
Cupido, con una carrera plagada de
éxitos en el pasado, confiesa que es muy complicado competir con software(s),
ringstones y selfies que lanzan las grandes corporaciones en un plan encubierto
para opacar su actuación. El niño querubín le manifestó a Fedarez que el
calentamiento global de la tierra lo ha afectado.
En otros tiempos llegaba el 21 de
septiembre y los espíritus estaban más cachondos porque la temperatura era
agradable, las flores exultaban color y luego las relaciones se consolidaban en
la época estival. Pero ahora, Cupido, en época de primavera se toma la ardua
tarea de ver los noticiosos de los canales de televisión donde la primicia es
el parte meteorológico. Cuando es primavera y ese día nieva en plena pampa
húmeda, Cupido últimamente se declara en huelga y no sale a trabajar. Ni
hablemos en época estival, cuando el sol raja 50º a la sombra en la Capital Federal ,
se corta la luz y no hay aires acondicionados. Esos días aciagos en los que
Cupido baja los brazos con claros signos de resignación de que su tarea es una
misión imposible.
La madre de Cupido, doña Venus, fue
prontamente ubicada por la prensa y, según sus declaraciones, ha opinado que
Cupido, según las encuestas recogidas de prestigiosas consultoras, no está
logrando la cantidad de parejas armónicas y funcionales de otras épocas. Las
que logra se caracterizan por el corto tiempo de duración, la falta de
tolerancia y la falta de comunicación. Las estadísticas del pasado año, hay
versiones encontradas sobre si el gobierno ha distorsionado las cifras o no,
pero los valores oficiales se puede arribar a la conclusión de que hay una alta
tasa de jóvenes cuyas edades oscilan entre 20 y 30 años que todavía conviven
con sus padres y que las flechas de Cupido duran lo que dura un verano. Ya para
el otoño hay un alto grado de disolución. Con lo cual la tarea de Cupido es
vertiginosa y cada vez mayor.
El padre de Cupido, el Sr. Marte, no
nos quiso atender ningún día de la semana. Fuentes fidedignas cercanas al
entorno de Marte opinan del alto grado de indignación que tiene por la decisión
abrupta de Cupido. El hecho de no haber consultado a su padre molestó en alto
grado al Sr. Marte.
Últimamente Marte estaba muy
preocupado por el costo de las flechas y acerca de rumores sobre un posible
impuesto a los enamorados.
INOCENCIA
Diana Decunto ©
El hijo del cacique está muy
excitado, porque es la primera vez que sale con su padre a cazar. Tiene apenas
siete años. El morral donde lleva el arco y la flecha le pesa. Sus ojos tienen
una mirada de fresca inocencia. Ha escuchado conversaciones de adultos, sobre
las flechas que atravesarían el corazón del hombre blanco si intenta invadir
sus tierras.
Los ojos inyectados en sangre de los
mayores cuando hablan de las fechorías y crueldades del hombre blanco asustan
al niño de tal manera que prefiere huir para no seguir escuchando porque su
breve vida, en parte gracias a su madre, es belleza y paz.
Vuelve a la realidad, descarga la
flecha sobre un venado, brota mucha sangre de la herida del animal. El hijo del
cacique se ha ganado la admiración de todos. Vuelve contento a la tribu con su
presa.
Lo recibe su madre, lo abraza. Sus
miradas se cruzan. Su madre lo vuelve a mirar con ojos llorosos porque su hijo
cedió por ese arco y flecha algo de su bella inocencia.
Diana Decunto ©
Cinco hombres de ciencia, alrededor
del año 3050, investigan sobre la mediocridad que fue moda en el siglo XXI. Han
realizado una tarea minuciosa de investigación, de casi un año, pero no pueden
llegar a entenderlo. Es preciso aclarar acerca de lo complicado que resulta
comprender esta escuela filosófica donde el mediocre nace mediocre, crece y
adopta un estilo de vida, el cual no todos están preparados para comprender.
Acertadamente, estos cinco ancianitos, de barba blanca, de lentes, me
convocaron para la tarea de explicar “por qué, para qué y cómo” se desarrolla
un mediocre. La decisión de ellos fue acertada en convocarme porque reunía el
atributo más importante para cumplir con mi tarea, que era pertenecer al grupo
de los mediocres. El equipo de científicos, apenas me conoció, percibió mis
cualidades de mediocre. Me confiaron sus miedos acerca del resultado del
trabajo de investigación, que no fuera cumplido, como ellos querían, porque,
bueno, en definitiva iba a ser liderado por un mediocre. Pero estos adorables
ancianos, perdieron con su sinceridad. Generalmente, un “no mediocre” lleva las
de perder cuando se enfrenta con uno que lo es. Para un mediocre lo peor que le
puede pasar es que le ofendan su amor propio. Un mediocre, jamás se equivoca,
todo lo hace más que bien, presupuesta el tiempo optimistamente, porque un
mediocre todo lo puede, no existe cosa que se le resista. Una discusión entre
un “no mediocre” y uno que si lo es, termina rápidamente, siempre ganando el
mediocre. Hay un solo desenlace posible del conflicto, el “no mediocre” se
queda convencido de que el problema reside en él, el mediocre le hace ver cosas
que no había reparado, el mediocre siempre le abre los ojos y le surgen al
pobre “no mediocre” muchos pero muchos sentimientos de culpa.
Conclusión, a partir de ahí, los
científicos confiaron ciegamente en mí, convencidos de que mi trabajo, sería
excelente, carente de mediocridad. Demostrando el primer axioma mediocre que
dice “la mediocridad es contagiosa”. Al aceptarme estos cinco nonos de canas
blancas, ya estaban afiliándose involuntariamente a la selecta sociedad de
mediocres y afines.
Estos ancianos en su curiosidad,
acudieron a excelentes libros que hablaron de mediocridad, como el de José
Ingenieros, “El hombre mediocre”. Leyeron y escucharon tangos como el de
Discepolo: Cambalache o Al mundo le falta un tornillo de Cadícamo. Tal vez, por
el lunfardo, pero no manyaron [1] mucho de que se estaban hablando.
Ante tanto desorden, les propuse en cuatro clases de 2 horas cada una,
empezando un lunes y terminando un jueves, expondría los axiomas más
importantes de un mediocre. En la clase del lunes, expuse ante estos hombres de
ciencia, el origen de la mediocridad. Según investigaciones de los centros más
importantes del mundo se llegó a la conclusión que la mediocridad forma parte
de la condición humana. El barro con que se modela la especie humana necesita
de esa pizca de mediocridad. En el siglo XXI, la mediocridad tomó una vital
importancia, aplastando toda posibilidad de una vida sana para aquellos que no
quieren ser mediocres. Generalmente los “no mediocres” murieron en el intento,
por no ser mediocres.
En nuestra clase del martes, con
varios ejemplos, estos estudiosos hombres, aceptaron que la mediocridad es
contagiosa. El suelo fértil donde crece la mediocridad es en el ámbito
político. Los sufragantes en el marco de mediocres repúblicas que vapulean
mediocres frases de democracia generalmente eligen ser gobernados por
personajes muy mediocres. La experiencia me ha permitido llegar a la conclusión
que los políticos no mediocres, que si los hay, generalmente su carrera se ve
frustrada por falta de votantes no mediocres y porque el político mediocre
tiene triunfos aplastantes de un voto popular y mediocre.
La clase del miércoles, uno de los
científicos comenzó la clase preguntando si ¿los no mediocres tienen alguna
chance de ganar sobre los mediocres? No es una pregunta fácil de contestar,
sobre todo porque el mediocre que habla tiene que exponer sus debilidades. Tuve
que reconocer que un “no mediocre” gana cuando tiene más conocimiento. Un “no
mediocre” es difícil que se resigne, tiene un alto espíritu competitivo. Un
mediocre puede perder, pero sabe que es una batalla, no la guerra. Un mediocre
lo que tiene de astucia le falta de inteligencia. Un mediocre con alto grado de
materia gris, no es frecuente y de ahí radica su debilidad.
[1] Manyar: expresión del lunfardo
rioplatense, que en este contexto significa comprender.
Diana Decunto ©
Estamos a jueves por la tarde, estos
eruditos están progresando porque ahora sí, se están internando por los
recovecos de la mediocridad, pero los noto muy excitados. Temo por su salud,
porque tanta mediocridad, a cualquiera, en dosis altas, puede llegar a provocar
la locura. Bien, en la clase de hoy, nos ocuparemos de esa frase tan trillada,
que fue en el siglo XXI, mundo virtual. Una de las grandes mediocridades fue no
reconocer que ese supuesto mundo virtual tiene entidad propia, siendo
excesivamente real. Redes sociales, mensajería de celulares, mails, fue
absorbido por millones de personas. Se caracterizó por centralizar la relación
en un diálogo escrito, evitando el contacto personal y logrando que una persona
se comunique con varias personas al mismo tiempo, en simultáneo, logrando que
en ese momento, todas sean iguales, donde se olvidaron del otro lado, quien
escribe, sino concentrándose en la importancia de contestar rápido, con códigos
cifrados aceptados colectivamente, como uphssss, sii, noooooo, bueno, después
te escribo estoy bajando del subte y no olvidemos los emoticones. El emoticón
obliga a un párrafo aparte, porque logra mostrar un estado emocional de quien
lo envía. Pero en función del estado de ánimo de quien lo recibe, su agudeza
visual y trastornos sicológicos de quien los reciba, la interpretación cae en
la mediocridad. No restemos mérito, en que esta torre de Babel tecnológica ha
permitido comunicar a miles de personas, que en otras épocas de la historia
vivían aisladas en un páramo. Millones de personas lograron tener voz y voto,
pudieron decir las más terribles verdades, opinaron, catapultan o defenestran
sin mucho análisis. Pero la mediocridad consiste en que todo cae en la misma
bolsa de la indiferencia. La genialidad se pierde, lo banal se mezcla, me
permito aludir a la frase de Discépolo, todo en el mismo lodo, manoseao. Me
extendí del horario, característica propia de un mediocre, no respetar las
pautas fijadas. Para cerrar este tema, este mundo virtual es tan pero tan real,
que una interrupción de diez minutos de Facebook ha salido publicado por
diarios y noticiosos, con alto grado de preocupación, diría a nivel de ser
preocupante como un problema de Estado.
PD. Esta mediocre agradece a textale
haberle dado la posibilidad a esta autora de escribir sus mediocridades. http://www.textale.com/component/option,com_textupload/Itemid,128/id,119221/task,view_text/
ALBERTO ESPINOSA OROZCO
Nació en Mérida y reside en Victoria
(Estado de Durango), México. Ensayista y poeta. Docente. Estudió Maestría en Ética
en la Universidad
Nacional Autónoma de México y en la Escuela Nacional
de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda ”. Profesor de artes plásticas.
Coordinador general en Terranova Durango. Obtuvo el segundo puesto y mención
especial en el III Concurso de Poesía de El
Boulevard Encantado (2014), en su país, por el poema que reproducimos en
estas páginas. Colabora en diversos medios literarios.
EL DOGMA EL DÍA DE HOY
Alberto
Espinosa Orozco ©
El
dogma el día de hoy es el exilio,
Vivir
de espaldas a las voces, entre el ruido;
Vivir
fuera de casa, sobre la arena o sumergidos
Entre
la densa bruma del olvido.
El
dogma el día de hoy es no estar vivos;
Nacer
el día de ayer, hace un instante,
Para
agostados declinar para la tarde
Ardiendo
ciegos en la noche al otro instante.
El
dogma el día de hoy es ser vencidos;
Tener
el alma en un rincón y amurallada
Como
un gran pozo de vacío y anegada
Por
la enturbiada estulticia de la nada.
El
dogma el día de hoy es la sordera;
Encerrarse
en el laberinto de la oreja
Azotada
entre tinieblas por las trombas
Del
ansia insaciable de las sombras.
El
dogma el día de hoy es lo prohibido;
Revolcarse
entre las aguas de las yagas
Dejando
al alma anegarse en la caverna,
Indolora
en el incendio -bajo una lápida.
El
dogma, vuelvo a decir, son las cadenas
De
la insensata soberbia que levanta
Una
arenisca que hiere la garganta
Para
enturbiar el juicio, subsumido
En
los confusos laberintos del instinto
O
en la obediencia fatal del terco olvido.
Pisamos
con extranjero pie una tierra
Donde
la verde lluvia al pasto estremeciera
Vuelta
en la noche callejones sin salida
Que
palmo a palmo se nos vuelve arena
Calcinada,
carcomida, irreal: agua abismada
En
que zozobra el sin-sentido de la nada.
VÍCTOR DAVIU ESCOLA
Nace en la ciudad de Copiapó (Tercera
Región de Atacama), Chile. Cursa sus primeros estudios en un escuelita dirigida
por dos hermanas (las hermanas Julio), ubicada en calle Mackena de su ciudad natal.
Cursa enseñanza media en el Seminario Conciliar de la Serena. Sus primeros pasos por
las letras lo da como cronista en los diarios locales de “Atacama” y El Chañarcillo.
Su primer trabajo, un libro de cuentos y luego Dos libretillos. Siendo Imagen de Neón su última y más reciente
obra, cuyos relatos iluminan zonas oscuras de seres esperpénticos o demasiado
humanos. Ahí el autor nos lleva a situaciones alucinantes sin dejar de tener un
ancla en la realidad.
Víctor Daviu ©
La dama apoyó el hombro al marco de
la ventana y descansó el cuerpo con un suspiro grave y hondo. Descansó hasta la
panza echando afuera el alma en ese largo hálito. Deslizó los dedos delgados
por la tasa de café con leche en las manos ahuecada. El sol echaba sus primeros
rayos sobre el cielo azul y la bruma mañanera se adhería a los vidrios
empañados formando una delgada película. La mejilla en el cristal y los pies
desnudos sobre la alfombra resuman el desconcierto entre la soledad y la cálida
sensación de apaño hogareño. Es el primer día, se dijo ella con tono
desapegado. Por la noche el hombre ha tomado sus cosas y se ha llevado el
Toyota nuevo. Aún le queda el auto viejo para ir al trabajo aunque poco sabe de
mecánica, cree que lo podrá llevar al taller a tiempo para sus cambios de
aceite y otras revisiones. Tal vez es lo único que a ella se le ocurre que el
hombre se ocupaba en la casa. Si es una mujer débil o fuerte se sabrá en
adelante. Deberá retomar la vida paso a paso. Levantar los niños por las
mañana. Lo ha venido haciendo desde hace diez años, la diferencia que desde hoy
cocinará solo para ella y los niños. Tuvo una noche tranquila, más de lo que
ella habría imaginado después de ese toquecillo de preocupación que le dejara
la puerta cerrada de un solo golpe. Por un momento pensó que a la mañana le
vendría el bajón, que lloraría, que ni siquiera podría levantarse. Pero al
despertar no estiró la mano para alcanzarlo y tocarlo sino que sintió más
espaciosa la cama. Ha sonreído con cuidadosa cautela al estirarse. La cocina
estaba fría al contacto de los pies desnudos en la baldosa. Pero a medida que
la tetera se calentaba, a ella se le iba calentando el corazón. Era extraño muy
extraño, ha preparado un café con leche para ella. Un café con leche para ella,
solo para ella. Al fin se daba cuenta que el problema era ella misma. Apenas se
ha dado cuenta lo miserable que ha vivido hasta ese día. Ya voy, respondió a su
niño que la llamaba desde el dormitorio. De un impulso se alejó de la ventana
fría y gris. Quiso correr, correr como una niña.
COCOA Y
LECHE
Víctor Daviu ©
Por la dignidad y seguridad del
abuelo, ese día se prohibieron las piñatas en la casa de la abuela. Días antes
nos habíamos alistado para asistir al cumpleaños que la familia en pleno daría
al primo, el guatón Marcos. Desde la puerta de la cocina, vigilamos los
preparativos soportando con valentía los magníficos aromas que manaban de los
hornos a leña donde se asaban los biscochos. Es que... las tortas aquellos días
las preparaba la abuela en persona. Se oía el batir de los huevos de campo. Se
oía el crujir de las nueces al romperlas para remojar sus carnes en agua
caliente y bien pelarlas y las almendras asadas sobre la salamandra soltando
aromas a café tostado. Se veían enfriar los alfajores rellenos de manjar casero
y los turrones de maní con su crema de azúcar retorcida en colores rosa y
menta. Con la experiencia de tantos años en el oficio, la abuela como quien
iría a presentar una obra de teatro a la hora correcta, ordenaba abrir las
puertas del comedor para dejarnos pasar a los niños. Entrábamos llevando aires
de hombres serios, pantalón corto, zapatos negros y los regalos que
entregaríamos por turno al gordo. Debíamos soportar las risas de los otros
niños al darle el abrazo de felicitaciones. Luego venían las manzanas confitadas,
los panes dulces y las limonadas. A la hora de abrir los regalos, aparecía una
grandiosa torta luciendo como estrellas, en un mundo de chocolate, diez velas
de colores que después de apagarlas en medio de los toqueteos de las cornetas
de cartón devorábamos el pastel a grandes trozos. Lo acompañábamos con leche y
cacao. Como decía, las piñatas se prohibieron porque después del banquete,
después de las rondas y las escondidas, la abuela le dio un garrote al gordo
para que dé palos al figurín de cartón, pero con tanta suerte que en vez de
darle al mono le dio tal garrotazo al abuelo que lo precipitó al suelo. Suerte,
digo, porque si llega a darle en la cabeza, el guatón mata al abuelo.
UN TESORO
INVALUABLE
Víctor Daviu ©
Lo cierto es que seguíamos al abuelo
desde que contó a papá, guiñándole un ojo, que poseía un tesoro. En aquel
momento miré a mis hermanos y vi que igual que yo morían de curiosidad. ¡Había
un tesoro de verdad en la casa! Fuimos tras las pisadas del anciano, nos
escondíamos detrás del sillón para vigilarle. Cuando pasaba al frente, se
detenía y giraba la cara. Nosotros reíamos de nervio. Luego de mirar sobre
nuestros cabellos, que brillaban sobre el escondite, alzaba los hombros y
seguía andando. Murmurábamos en nuestro refugio, imaginando riquezas que nos
permitirían consumir toneladas de helados. Al fin abuelo nos llevó a la zaga
por la casa hasta llegar al cuarto pequeño del que solo él poseía llave. Con
estudiado ademán abrió la puertita, lo revisó y cerró luego como lo haría un
mago para llamar la atención del publico, colocó la llave en el bolsillo
pequeño de su chaquetilla, al lado contrario donde guardaba el reloj de oro y
caminó a tenderse en su silla mecedora Cuando se durmió, nos acercamos. El
guatón de mi hermano tropezó apoyándose en el cuello del anciano que apretó los
labios con una mueca de dolor. Entre todos lo rescatamos de encima, pero
afortunadamente el viejo siguió durmiendo con los párpados muy apretados.
Sustrajimos la llave y corrimos tras las riquezas, cuando entramos al cuartillo
encendimos la luz y solo había un baúl al centro, lo abrimos con ansias, pero
con gran decepción comprobamos que se encontraba repleto de libros. Salimos del
cuarto y regresamos la llave, que por meses el abuelo innecesariamente siguió
atesorándola. Sin embargo aquel misterio poco a poco fue despertando nuestra
hambre de aventuras prohibidas y otro día nos llevó nuevamente a robar la
llavecita y abrir el cuarto del tesoro. Tiempo después, el abuelo se marchó
adelantándose en el camino de la vida, pero durante su corta compañía entre
nosotros nos enseño, sin darnos cuenta, la irremplazable riqueza de leer un
libro.
JOSÉ ÁNGEL GRAÑA ABAD
Nació en Reborica (Aranga, La Coruña ), España, el 28/1/1964,
en una familia de campesinos y emigrantes. Comenzó a escribir poesía a los
quince años. Estudiante compulsivo, debió abandonar los estudios oficiales a
los diecinueve como consecuencia de una fuerte depresión somatovital y fatiga
crónica. Desarrolla una permanente forma de supervivencia emocional y vital en
situaciones extremas.
Reside en Lugo. Preocupado desde su
adolescencia en la psicología (principalmente freudiana y psicoanálisis, y como
analizante durante diez años), filosofía y creación artística. Desde hace trece
años estudia metafísica, espiritualidad y esoterismo, ciencia y terapias
alternativas. La poesía es una forma de rescate emocional de situaciones
anímicas de hiperemotividad. Revolucionario, perfeccionista, rebelde, atípico,
anticonvencional, disidente, sensible y lírico, lleno de obsesiones altruistas
y utópicas y de una libido poderosa de una constante admiración hacia lo
femenino, hacia el Ying. Su mayor aspiración es el amor universal radical e
incondicional.
Publicó “Las quimeras de los espíritus puros” (Ed. Trafford. 2007), “Las quimeras de los espíritus puros o el
amor platónico del ángel caído” (Alternativa Luz de Luna, 2011, Libróptica,
2011); “La tesis de los sueños” (Finis
Terrae, 2012), “De la belleza y el
sentimiento trágico de la vida” (Albores, 2012). "Antología poética flamma" (Ende, noviembre 2013), "Dime qué más puede un hombre hacer"
(Punto Rojo Libros, junio 2014) y "Sombras
de sueños. Todos los sueños de amor" (Letras de Autor, diciembre 2014).
Ha colaborado en la revistas
"Astrolabium" y “Los Palabristas de Hoy y de Siempre”. Actualmente
colabora en la "Asolapo-España" y tiene un espacio exclusivo en
"Palabras Diversas". También lo ha hecho en diversos periódicos
locales y en en el programa “Paisaje Literario” de la emisora argentina
www.nadieteve.com.ar/
QUIMERAS
José
Ángel Graña Abad ©
Mas
algún día volverá,
y
verá sus sueños realizados,
sobrevivirá
al tiempo,
continuará
en él la esperanza
después
de muerto;
podrá
vagar por un mundo
de
silencio,
mas
algún día volverá
y
se mecerá en sus sueños
hechos
realidad.
Las
quimeras de los espíritus puros
no
puede destruirlas el tiempo,
perduran
en la ilusión
de
almas hermanas de las suyas,
y
un día muy lejano,
de
cielo muy azul,
podrá
ver tangible
el
mundo hijo de sus sueños.
Podré
estar oculto
bajo
las aguas de un mar
que
desde aquí creemos incierto,
pero
la misma ilusión y la rebeldía
que
me hicieron sufrir en la vida,
harán
que en la muerte
no
esté muerto,
y
surgirá de las olas mi sonrisa,
que
en las noches de tormenta
escucharán
mis hermanos
desde
el mundo en el que yo
quise
vivir.
José
Ángel Graña Abad ©
Soy
un soñador
y
juro que lo soñado es verdad.
A
veces sueño que sueño,
y
cuando creo despertar,
busco
un momento en mi pasado,
y
esos sueños que se borran
dejan
un hueco vacío;
la
nada no es realidad.
Todo
lo que vivo es sueño
y
cuando no sueño no vivo
(y
si no soñase no viviese),
pues
no conozco ese sueño
que
no se puede soñar;
¿acaso
existe la vida
sin
percibir, sentir, pensar,
un
mundo que todos sueñan
con
sueños todos distintos,
y
solo uno es verdad?
O,
¿la realidad es la ecléctica promiscuidad
entre
mil sueños estancos
y
los demás sueños
no
son, no existen, no hay?
¿Solo
soñamos un sueño,
y
al pronto vagamos, sin saber lo que soñamos,
por
un oscuro vacío
hasta
soñar la realidad?
Soy
un soñador
y
juro
que
lo soñado es verdad;
si
toda mi vida es sueño,
y
toda mi vida es nada,
¿dónde
está mi realidad?
Soy
un soñador
y
juro que lo soñado es verdad.
SOLAMENTE EL AMOR
José
Ángel Graña Abad ©
Tantas
miradas, tantos suspiros,
tantos
sexos cómplices,
tantos
estallidos de nuestros cuerpos y espíritus;
almas
y mentes en frenéticas muertes
hacia
el sueño postorgásmico.
Tantas
hembras que yo amé
bajo
el juramento de amarme.
...
y hoy, después de tantos siglos enamorado
de
la mujer y del amor,
después
de tantos holas y adioses,
con
los surcos en mi piel,
y
el cabello helado,
los
ojos secos sin miradas ni lágrimas
que
permitan ser espejo del pasado
a
tanta nostalgia, recuerdos y melancolía,
mientras
la nada espera envolver y abrazar
mi
cuerpo y mi espíritu,
ensañándose
en el último expirar,
aconsejo
al niño del vientre de la mujer
que
más me amó y me ama,
a
esa última generación de mi amor,
del
amor hacia mí y de mi ser,
que
apure el tiempo exiguo de su vida
en
respetar el horizonte de mi mirada,
y
volcarse incivilmente en la misma senda,
siendo
homenaje, tributo y despojo
hasta
el último latido,
del
amor, el deseo, los sueños,
el
placer y el dolor sucesivos e intermitentes
que
genera en algunos,
que
nos empeñamos en ser
solamente
el amor.
ABRIR LAS PENAS MÁS GRANDES.
José
Ángel Graña Abad ©
Me
quiere llorar el alma,
a
borbotones, como llantos de payaso,
un
tétrico día de función
sin
ganas de llorar ni de reír.
Se
me mata por llorar el alma,
como
ríos de glaciar que arañe
todos
mis ojos todos, hasta arrancar el vítreo,
que
corra por las mejillas de mi corazón
(mas
aún sabiendo que está muerta).
Se
me murió por llorar el alma,
cuando
mis dedos no encontraron
la
exención tan principal
de
secar secos ojos secos de ceniza
y
escarbaron las uñas de los hombres
y
el Dios de todos,
con
fuerza unísona,
la
fuente muerta de mi ser.
Sin
saber que me duele,
todo
me duele todo,
y
todo es nada,
sino
una misteriosa formidable fuerza
que
me hace ser el dolor.
Y
aquí, donde dejo de esperar,
espera
esa fuerza irrespetuosa,
esperando
en la esperanza,
sin
que tenga ser mi cuerpo
ni
para esperar, ni para existir,
ni
para hallar nada.
¡Muérete
diablo!, que habitas en quien yo fui,
sin
dejarme esconder entre tu vello
repugnante
y sucio, porque temes
que
mi dolor te doblegue
como
picadura de hiel a despreciable monstruo,
y
me humedezcas para renacer yo,
más
allá del bien y del mal;
tan
solo para llorar.
JORGE OSCAR MOZZINO
Nació en Buenos Aires, Argentina, el
9/2/1947. Vive desde 1999 en Bella Vista, Provincia de Buenos Aires, con su
esposa Olga y sus hijos Jorge y Oscar.
Más datos sobre su biografía y
trayectoria literaria en Suplemento de Realidades y Ficciones # 63:
EL
ABANICO
Jorge Oscar Mozzino ©
Alberto había comprado las entradas
con dos meses de anticipación. Lo macabro lo atraía. Ver rodar cabezas lo
excitaba de sobremanera. Tanto había leído sobre el Terror que sucedió a la Revolución Francesa ,
que no se iba perder la única función que daban en su pueblo. Unos días antes
se mostraba con una ansiedad que no podía reprimir. Lleno de anticipado gozo
contaba los días, y luego las horas para el inicio de la obra.
A Susana, su esposa, no le
entusiasmaba el teatro. Pero no por eso mostraba desinterés. Por el contrario,
siempre trataba de satisfacer los deseos de Alberto. Hacía treinta años que
estaban casados. No tenían hijos. Su vida transcurría entre ilusiones y
fantasías.
Esta salida al teatro era una buena
oportunidad para lucir ese vestido negro con brillos que tanto habían elogiado
en el casamiento de su prima, hacía ya varios años. Por suerte no había
engordado. Se lo probó varias veces para asegurarse de que le quedaba bien.
Esta sería la oportunidad para lucirlo en su pueblo. Pensó qué detalle agregar
a su atuendo y se acordó del abanico con incrustaciones de nácar que Alberto le
había regalado y que nunca había usado. No estaba segura si le quedaba bien,
pero era primavera y le pareció elegante lucirlo en el teatro. Después de todo,
aunque no le seducía la obra, esta era una salida importante.
Estaban en primera fila. Alberto
contemplaba deslumbrado la función. Los juicios sumarios se sucedían. Los
tribunales condenaban a muerte de manera inexorable. Todo el proceso era para
Alberto una mezcla de angustia y placer. Inmensa la excitación que sentía
cuando cambiaban la escenografía y aparecía la guillotina. Cuando al reo lo
ataban cabeza abajo, sus palpitaciones se aceleraban al punto de no dejarlo
respirar. Cuando el verdugo dejaba caer la filosa cuchilla era el clímax. Sus
ojos se desorbitaban. Cuando la cabeza rodaba hacia la canasta una felicidad
sadomasoquista lo hacía vibrar con toda intensidad.
Susana había desplegado su abanico y
con elegancia esparcía sus hermosos destellos nacarados.
Alberto, después de varias
ejecuciones, agotado, cayó profundamente dormido. Comenzó a soñar que él mismo
estaba siendo juzgado por los tribunales populares en París. Que también lo
habían condenado a morir en la guillotina.
Estaba en el cadalso. Atado boca abajo.
Escuchaba los desgarradores gritos de Susana pidiendo clemencia al verdugo,
mientras las multitudes clamaban sangre. ¡Como antes él! En la obra había
disfrutado con el silbido espeluznante de la cuchilla al caer. Ahora los
latidos de su corazón retumbaban como campanazos en los oídos. En unos
instantes, su cabeza iría a parar al canasto entre gritos de júbilo de la
multitud.
En ese momento, Susana miró a
Alberto y vio que estaba dormido. Cerró el abanico y se lo pasó por el cuello,
para despertarlo.
Fue demasiado para Alberto. Su
exigido corazón no resistió. Un masivo infarto acabó con su sueño y con su
vida. Pero su cabeza no rodó.
EL TREN
DE LAS SIETE
Jorge Oscar Mozzino ©
Siempre llegaba apurada a la
estación. Cuando el tren estaba por detenerse aparecía. Tan puntual. Yo la
reconocía enseguida. Cuando movía la cabeza sus largos cabellos azabaches la
acariciaban voluptuosamente. Cuando sonreía… ¡ah! Cuando sonreía... Los dientes
enmarcados por sus labios pintados eran la imagen perfecta de la felicidad. Sus
ojos... Bueno, nunca estuve tan cerca como para hundirme en ellos. Pero yo
imaginaba que me atraían hasta lo más profundo de su ser. Ahora, después de
tanto tiempo, cuánto lamento no haber podido ni siquiera acercarme.
Casi siempre se saludaba con otros
chicos y chicas. Seguro que eran todos estudiantes. Entre ellos había un par de
parejitas. Iban de la mano o abrazados. Esos amores juveniles. Pero ella no.
¿Me estaría esperando a mí?
Nunca supe donde bajaba. Era una
estación que tenía salida por atrás. Quizás Chacarita. Palermo o Retiro seguro
que no. La habría visto. Entonces, si bajaba en Chacarita iba a tomar el subte.
Claro, para la facultad le quedaba bien. Se bajaba en Pasteur. Caminaba cuatro
o cinco cuadras y listo.
Seguro que estudiaba medicina. No
sé, se me ocurre. Varias veces la vi llevar un delantal bajo el brazo. Además,
tenía ese aire interesante que tienen los médicos.
Debe haber hecho una buena carrera
como médica. Seguro que es traumatóloga. Atenderá en uno de esos sanatorios tan
caros que hay en Capital.
Cada vez que voy a la clínica de mi
obra social, tengo la esperanza de encontrarla.
Cuando la encuentre, sí que le voy a
hablar.
Le voy a confesar cuánto me gustaba.
Cuantas veces soñé con ella Además, le voy a pedir si puede hacer algo por mi
reuma. Me vino después de tantos años de manejar la locomotora.
AXEL BLANCO CASTILLO
Nació en Caracas. Venezuela, en 1973. Profesor egresado
del Instituto Pedagógico de Caracas - UPEL. Ha estado en permanente ejercicio
docente desde 1998 en los niveles de educación básica, diversificada y técnica.
Participó en los talleres de narrativa con Sael Ibáñez, Casa Nacional de las
Letras Andrés Bello, Fedossy Santaella Casa del Libro y Editorial Kerusso.
Autor del libro de cuentos Al Borde del
Caos publicado por El Perro y la
Rana y Más de 48 Horas
Secuestrada y otros relatos por amazon.com. Recientemente se está desempeñando
como profesor en el Liceo Nacional “Andrés Bello”.
AMOR
DOMÉSTICO
Axel Blanco Castillo ©
Cuántos quisieran estar en mi lugar
dentro de esta casa y con la mujer más guapa de la ciudad. Embriagado con sus
mimos y atenciones todo el día, oliendo su perfume, retozando sobre su cama
aterciopelada. Pero esta no es la vida que quiero, camarada, esta no es la vida
que desean mis ancestros. Quisiera ser libre y poder salir de noche a reunirme
con mis amigos, echar una cana al aire, o quizás retozar en el tejado con una
gata que me maúlle al oído. A veces vienen mis amigos a contarme, que todas las
noches hacen fiesta en las casas vecinas. Dicen que se hace fácil porque los
dueños tienen el sueño muy pesado. Entonces se meten a bailar y retozan, y
comen caviar, y beben un agua extraña que atonta, pero que pone el cuerpo
sabroso y te hace reír hasta que pierdes la conciencia. Al final, la casa queda
hecha un guiñapo, pero siempre los dueños la acomodan como si sufrieran de
masoquismo o amnesia.
Otras veces visitan a las gatas del
vecindario y les cantan serenatas al ritmo de un saxo que nunca para de expeler
su aliento metálico. Algunas se hacen de rogar por su posición social, tal vez
se creen muy finas, como la mujer que vive a mi lado, respingada, llena de
alhajas, hundida en una piel de leopardo, cuya mano huesuda nunca deja de
acariciarme. Otras se hechizan con la bola nocturna incrustada en el medio del
cielo como una gema. Saltan de sus nichos con sus cuerpos elásticos, que arden
como caramelos derretidos, que se estiran haciendo formas sugestivas y maúllan,
hasta que ya no hay otro remedio que acoplarse, y fundirse… Cuando logran
quedarse con ellas, miran las estrellas con toda libertad, echados sobre
cualquier parte sin temor a mancharse del polvo de la tierra, del sucio de los
techos, o el smog… El saxo sigue imponiendo el ritmo de las zancadas sobre el
tejado, la gema hipnótica filtra mensajes en franjas lumínicas, y el aire
pútrido, por la cercanía del basurero, añade un ingrediente peculiar y
encantador…
Los envidio cuando hacen el amor
así, sin reservas, entre el placer y el dolor de un rasguño y una mordida.
Entre el apremio de las envestidas y el maullido cacofónico de las gatas. Es la
música fantástica que percibo desde mi ventana, lástima que termine tan mal.
Porque de pronto ellas se enfurecen, y empieza una persecución terrible. ¿Será
que el amor duele tanto así que ellas terminan odiándonos? ¿Será que no existe
el amor sin dolor? ¿Será que el dolor es una forma de amor?
Por lo menos la mujer que vive
conmigo, aunque nunca me deja salir de la casa, me atiende como si fuera un
rey. Cuida mi alimentación, mi salud, mi colcha de dormir, mi bola de estambre,
la tierrita del pupú que cambia constantemente… Algunas veces, hasta deja la
ventana abierta para que salga. Pero aunque me asomo, no salgo, porque no
quiero verla triste por mi ausencia. A veces me gustaría que fuera gata, quizás
así sería plenamente feliz aquí dentro, y aplicara todo lo que hacen mis amigos
sobre los tejados.
Axel Blanco Castillo ©
Inocencio López, caraqueño, cursante
del último año de Criminología, se dirige a recibir su título. No pudo dormir
la noche anterior de tanto pensar en la toga, el birrete, su desplazamiento
lento y pausado hasta la plataforma donde las autoridades le darían el valioso
pergamino. Imagina el texto central del título: “… por lo cual, en nombre de la República y por
autoridad de la Ley ,
le confiero el título de…CRI-MI-NÓ-LO-GO…” El corazón se le detiene por unos
segundos, un hormigueo aguijonea la parte baja de su estómago y le dan ganas de
defecar. Su novia Salma, que camina a su lado, sonríe al verle. Sabe que
Inocencio no se aguanta la emoción. Su rostro parece formar parte de una comedia
de tenores clásicos. Inocencio le saca la mano al autobús de
Magallanes-Carmelitas, toma la mano de su novia y se monta en la unidad. Al
entrar, es el punto de mira de todos, no solo porque se acaba de montar, sino
por su atuendo de graduado (su espléndida toga negra y birrete, que porta con
esmerada elegancia). Un niño le ve y le señala con el dedo:
—Mami mami, mira… ¡el zorro, el
zorro!
—No papi no, dice la madre, no es el
zorro, es un graduado.
–Aaah —dice el chico—, es verdad
mamita, no lleva el antifaz.
Inocencio modela como los actores de
la tele. Las miradas hacen que se sienta más importante de lo que ya cree que
es. Salma lo hala bruscamente para ocupar los últimos dos puestos que quedan, e
Inocencio se pone rojo de la pena, su chica le ha quitado el estilo.
La camioneta se mete en un
embotellamiento y el chofer toma un atajo por San Martín. Avanza con lentitud,
pero avanza. La cola es persistente. No es el único que se le ocurrió la
brillante idea del atajo por San Martín. Inocencio comienza su largo parloteo.
Es su legado ancestral, su padre profesor, su abuelo político, su bisabuelo
vendedor de frutas en el mercado de San Jacinto. También piensa que el momento
lo amerita. Así que le habla a su chica sobre diversos temas, pero se queda anclado
en la lógica criminal. De eso sabe mucho y se extiende. Deshuesa los posibles
móviles del psicópata, el violador, el ladrón. Establece las graduaciones de la
mentalidad criminal. Habla de los delitos más comunes en las urbes y cómo hacer
para erradicarlos. Plantea la posibilidad de bajar los índices delictivos en
Caracas, como ha sucedido en varias entidades de Colombia. Afirma que él mismo
ha desarrollado un plan infalible. Un plan que no necesita de mucha inversión
sino solo la voluntad para ejecutarlo, y hacerle seguimiento. Porque una de las
grandes fallas de los gobiernos es que no le hacen seguimiento a las obras que
ejecutan. Inocencio nota que varios pasajeros le escuchan. Lo sabe por las
miradas indiscretas y los oídos que se acercan con disimulo. Entonces aumenta
el volumen de su documentada exposición, aunque su novia ya ha dejado de
escucharle. Le parece más divertida la ventanilla.
Dos buhoneros se meten en la unidad
con una caja de caramelos. Se separan al entrar, uno se queda junto al chofer,
y el otro se viene adelante, hablando en voz alta. Ya van once vendedores, por
eso la gente pone cara de fastidio y prefiere ver por la ventanilla. Inocencio
termina su charla y chatea por el BlackBerry: —Mamá, voy en camino con Salma. —¡Apúrate
hijo que ya se están preparando las autoridades! Debiste salir más temprano,
cónchale. —No hay problema mamá, el bus avanza, con pausa, pero avanza. —¿Por
qué no te viniste en el metro? —Porque de la estación son como cuatro cuadras
hasta el auditorio. —Okey okey, apúrate hijo.
En ese momento el buhonero golpea el
pasamano con un tubo. El sonido es tan agudo que hiere los oídos. Está molesto
porque los pasajeros no le ven, no le hacen caso, no le agarran los caramelos,
no le creen su historieta biográfica del sufrimiento. Algo así como que viene
de un centro de rehabilitación, que antes atracaba a la gente para gastarse la
plata en marihuana, piedra o latitas de pega. Pero que ahora no, ahora solo
quiere vender caramelitos de menta y hierbabuena. Pero la gente ni siquiera le
respondió el buenas tardes. Por eso el otro buhonero, el que se había quedado
cerca del conductor, saca una nueve milímetros cañón corto y decide hacerlo
como en los viejos tiempos. Nadie sabe de dónde sacó esa bicha. Tan nueva y con
un aceitico que la hace brillar. Su indignación lo lleva hacer las cosas por
las malas. Se la pone en la cabeza al chofer. El chofer casi choca de la
impresión con un carro en el extremo derecho de la calle, pero al punto lo
esquiva.
—Dame todo, chofe, todo. Regístrate
los bolsillos, dame la cartera, métete la mano en las bolondronas…
El conductor no sabe qué hacer, si
suelta el volante para sacarse los billetes del pantalón, choca, si no suelta
el volante, no puede sacarse los billetes y lo matan, así que está muerto de
todas formas. Por eso trata de hacerlo al mismo tiempo y, por una destreza que
no concibe, logra hacer las dos cosas. Maneja y saca los billetes. El malandro
sonríe y mira a su compañero delictivo que ahora ha dejado de repartir
caramelitos y recoge las pertenencias de los pasajeros. Inocencio no puede
creer que le pase esto, pero el robo ya está hecho. No le sirvió conocer la
lógica criminal y sus posibles móviles para preverlo. Pero ahora no servía de
nada lamentarse. Los malandros se habían bajado de la unidad con el botín.
Inocencio había perdido todo al igual que todos. Salma lloraba por su dije de
oro y el anillo de compromiso. En el fondo, Inocencio no le importaba haber
perdido sus pertenencias: cartera, BlackBerry, toga, birrete… Podía recuperar
todo de nuevo. Lo que le molestaba era el grado de impunidad del crimen. La
forma en que se iban sin que nadie pudiera detenerlos. Caminando tranquilamente
como otro transeúnte sobre la acera, prendiendo un cigarro y parloteando como
si nada. Ajenos a las voces de auxilios de las víctimas y de una, ¿posible
persecución policial? Inocencio se lamentaba por su novia que todavía lloraba y
por la gente. Por eso fue que decidió bajarse del autobús y seguirlos de cerca.
Deteniéndose unas veces y avanzando otras. A la espera de que algo pasara y
alguno cometiera un error imperdonable, y pudiera atraparlos al fin sin
contratiempos. Tal vez aplicaría sus conocimientos, ya saben, la lógica
criminal y sus posibles móviles. Aunque a veces los principios no se cumplan, y
todo pase de la forma menos predecible.
SUEÑOS
FRAGMENTARIOS *
Axel Blanco Castillo ©
Había dejado la ventana abierta, y
cuando amaneció, la lluvia mojó mi cara y desperté. Salté de un brinco de la
cama y cerré el vidrio. Miré el reloj y eran las seis. Me acosté de nuevo sin
preocuparme por el trabajo, era sábado. Charlie comenzó a ladrar y rasguñar la
puerta, había pasado toda la noche en la calle copulando con perras malas.
Salté otra vez de la cama y abrí los pasadores y la puerta. Charlie dejó de
ladrar y entró como cualquier tipo que llega a su casa después de una noche de
farra. Le puse perrarina en el plato y agua en la escudilla. Me dejé caer sobre
la cama y cerré mis ojos. No pasaron diez minutos cuando sonó el teléfono. —Hola
hijo perdona, ¿podrías ponerme la inyección?
—Ya voy —dije, y colgué. Mi madre
vivía en el piso de arriba así que me puse solo la bata de baño y salí. Me
llevó como veinte minutos subir e inocularla. Bajé, y otra vez me lancé sobre
la cama. Escuché un tañido de campanas. Entré por la puerta de la estructura
rocosa y subí por la torre hasta el campanario que no se detenía:
BLAM BLAM, BLAM BLAM, BLAM BLAM, no
podía soportarlo. El sonido me aturdió a tal grado que desperté, ni el sueño
más pesado podía con el timbre. Era el técnico de CORPOELEC que tocaba sin
levantar el dedo. Creo que gozaba al hacerlo. Cuando llegué a la puerta ya
había partido dejándome un aviso de corte. Lo tomé. Era un papelito rectangular
con un recargado membrete y la palabra —AVISO DE CORTE—. Casi al final estaba
el monto en negritas. Era un monto ridículo, ocho bolívares con cuarenta.
Tantas molestias por tan poca plata me daban risa. De todos modos apagué las
luces que habían quedado encendidas desde la noche.
Desayuné sobre el sofá viendo la tele.
Discovery Channel describía la vida de los leones de África: “La especie
Panthera Leo es la más feroz del Parque Nacional Kruger. Mientras que las
hembras pueden durar hasta catorce años, los machos no pasan de ocho años de
existencia…” Tenía un traje kaki de explorador y era amigo de la tribu Maasai.
Decían que tenía la habilidad de amansar a los Panthera Leo. Aquel trato me
gustaba, en fin, era una aventura que siempre quise vivir. Pero los Panthera
Leo me rodearon y los Maasai alzaron su grito de guerra. Creí que moriría. Los
leones se lanzaron sobre mí y mordisquearon partes de mi esquelética humanidad.
Traté de usar ese poder que decían que tenía para amansar fieras, y creo que
resultó, porque en lugar de sufrir dolor, experimenté una risa incontrolable.
Cada mordida era en realidad una lamida en cualquier parte del cuerpo. Desperté
bañado en la saliva de Charlie.
Almorzaba con Darna en la cama.
Comimos hallaca, ensalada y pan de jamón. Mi barriga se prensó por la llenura.
En realidad no medí cuantas hallacas comí. Igual tuve que cumplir mi parte con
la chica. Fue como hacer ejercicios en la selva. Quemamos todas las calorías
del almuerzo antes de hacer la digestión. Es algo complicado. Quedamos exánimes
y viendo hacia el techo. Húmedos como tórtolas que se mojan con el rocío de la
mañana. Allí, cerré mis ojos y conocí a Marilyn. La vi tan rubia como en Gentlemen Prefer Blondes. Un poco
frívola para mis gustos pero era Marilyn. Estaba con otros tipos, tal vez uno
era Eliott Reid, Tommy Noonan o quizás Tony Curtis. Era un gánster perseguido
por sombríos detectives que podían medir los pensamientos. Me vi descargándoles
una metralleta, ellos también tenían puntería y me dieron en el brazo. Sentí un
pinchazo y luego un dolor intenso. Caí. Marilyn se me echó encima desesperada —¡despierta
papi, despierta!—, decía. Sentí sus cachetadas y pensé que agonizaba lentamente
con aquel dolor. Abrí mis ojos sobresaltado. Darna estaba sobre mí, sus
cachetadas lograron despertarme. Mi brazo izquierdo era lastimado entre el
borde de la cama y la cómoda. Ella decía igual que Marilyn —¡despierta papi,
despierta!
Al llegar la noche decidí no dormir.
Prendí el compañero de los noctámbulos, la tele. Darna se había marchado y
también Charlie. Piqué muchas papas y las puse sobre un sartén rebosante de
aceite caliente. Saqué la salsa Kétchup, refresco y carnes frías. El sofá
estaba cálido. Tomé la sábana y me cubrí mientras esperaba las papas. James
Bond era atacado por los secuaces del doctor No y se defendió como siempre, sin
despeinarse. Los abatió con su golpe de mano abierta pero otro lanzó por la
ventana una bomba k1. Bond, saltó por la otra ventana y cayó en el río Sena.
Madeleine lo esperaba en una lancha encendida y partieron. Empecé a sentirme
como Bond, tomé a Madeleine, la introduje en el camarote y la besé. La lancha
avanzaba a toda prisa conducida por un piloto automático. Mientras el doctor No
nos seguía de cerca con un submarino. Comencé a oler humo, un humo que se hizo
denso y llenó todo. Ella decía que era el motor, pero yo sabía que eran las
papas que se quemaban.
* Relato publicado en el libro Al Borde del Caos. Editorial El Perro y La Rana.
ROSANA RUFINER
Nacida en Paraná (Entre Ríos),
Argentina. Profesora de Nivel Inicial, carrera en la que se desempeña desde
hace veinte años, además de trabajar en el Bibliomóvil, biblioteca ambulante
con la que se visitaba escuelas, hogares e instituciones diversas, a objeto de
motivar a leer literatura. Cursó seminarios de literatura infantil y talleres
de capacitación literaria.
Ha publicado en: La Trastienda Fanzine
(Buenos Aires, 2011), Suplemento de Realidades y Ficciones (Buenos Aires,
2012), Centro de Estudios Poéticos (Madrid, 2010, 2011, 2014 2015), Editorial
Dunken (Buenos Aires, 2012 y 2014).
Más datos sobre su biografía y
trayectoria literaria en Suplemento de Realidades y Ficciones # 58:
INSOMNE
Rosana Rufiner ©
Mis pupilas insomnes que sueñan
esos arroyos que penetran mi cauce
que profanan mi orilla
brotan, en tus dedos dormidos
los acordes infinitos
de alguna extraña cadencia
miradas en la oscuridad
—rendidas, cansadas, disipadas—
buscan mis alas repletas de plumas
y solo entonces son
mis pupilas desveladas las que te
sueñan.
AMANTES
Rosana Rufiner ©
Me preguntas por qué
cierro mis ojos
—te doy todo—
más no los ojos.
Prostituida en esta
muerte ridícula
algunas veces
soñé con el crepúsculo.
La común indiferencia
la no piedad para el
verbo
y creer
en la ambigüedad de esta danza
donde dos cuerpos
resucitan
para luego caer
cerca de aquellos
planetas sin horizontes.
Ya no sigas preguntando
y bésame
deja que lleguen
mariposas a la almohada.
ENFRENTADOS…
Rosana Rufiner ©
frente al mar profundo de los sueños
¿acaso la tarde que llega a su fin
anticipa los ocasos?
Es un instante apenas
entre tu piel y mis abrazos
y un espacio eterno
de páginas en blanco
donde no cabe un sueño más
solo el recuerdo de esta tarde gris
el último hálito de la última tarde
hasta el destino conspira con
nosotros
quédate conmigo hoy
aquí, cerca y lejos
soñemos un imposible
la vida es muy corta
aún estoy aprendiendo
a esperar por lo q llegue
acompáñame…
del otro lado
estando sin estar
aunque sea con la ausencia
con esta soledad a medias
hasta que me conforme, hasta que
entienda
que mi vida esta llena de pasos en
el vacío
y pueda interpretar siquiera
el éxodo irremediable de los cielos
que se vuelcan hacia esa verdad
cansada de ser nombrada.
CALESITA
Rosana Rufiner ©
Da su vuelta
la calesita.
Los caballos blancos y negros
pelean
por niños con abrigos y manoplas.
Un dulce olor a vainilla
entorpece la siesta
y me ubica
en un regreso de sortijas.
Tres aplausos…
comienza a girar.
A lo lejos
quejidos de solapa
el sol que entibia mis manos
el viejo manisero y su bicicleta.
Otra vuelta
mi nariz se pierde en la tarde verde
el río alimenta los colores
allá en la barranca,
quizás más tarde,
el cielo también resucite
los aromas del lapacho.
NURIA DE ESPINOSA
Escritora autodidacta catalana,
nacida en Rubí (Barcelona), España.
Ha publicado varios libros, “Mis poemas y relatos cortos”, “Sentimientos
vitales”, “Momentos”, “A corazón abierto”, y una novela de misterio “No estoy sola”. Participó en las
antologías “Alma de poetas”, “Cruzar el
río”, “Cerca de ti - I”, “Cerca de ti - II”, “Mañana al despertar” y “El poeta virtual”.
Más datos sobre su biografía y
trayectoria literaria en Suplemento de Realidades y Ficciones # 51:
http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com.ar/2011/12/suplemento-de-realidades-y-ficciones-n.html
http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com.ar/2011/12/suplemento-de-realidades-y-ficciones-n.html
EN EL
PARQUE
Nuria de Espinosa ©
Cómo cada mañana, Luis sacó a pasear
a Nelo, su perrito, por el parque de la Alameda. Aquella
era una mañana fría y húmeda de principios de otoño. Los senderos del parque
estaban cubiertos de hojarasca, a pesar de que los barrenderos recogían las
hojas a diario.
—Quieres esperarte, Nelo —gritó Luis
a su perro, que no dejaba intentar salir corriendo, dándole fuertes tirones de
correa—. Desde que llegamos al parque te muestras inquieto, ¿Qué narices te
ocurre hoy? Maldita sea, terminaras por hacerme daño.
Se inclinó refunfuñando entre
dientes y le soltó la correa del collar. Apenas tuvo tiempo de reaccionar. Nelo
salió como alma que lleva el diablo hacia una zona que había tras unos arbustos
cercanos.
Luis salió corriendo en su busca al
escuchar los ladridos exasperados de su perro. Al traspasar los arbustos, se
detuvo en seco. Nelo le ladraba a un hombre que estaba sentado en un banco del
parque, el hombre no se inmutaba, pero Nelo insistía con sus ladridos.
Luis se acerco cauteloso, por si el
hombre se enfurecía a causa de los ladridos de su perro. Pero al acercarse,
comprendió qué le pasaba a Nelo y se quedó petrificado.
El hombre mantenía en las manos un
cartel que decía:
“No me toques, estoy muerto”
—Tranquilo Nelo, ya no podemos hacer
nada por él. No debió soportar el frío que hizo anoche, pobre hombre.
—Guau, guau, guau.
—Te repito que ya es tarde, Nelo.
Y entonces aquel hombre abrió los
ojos y le miró directamente. Sus ojos estaban completamente vacíos. Luis se
estremeció, se quedó inmóvil, aterrorizado, incapaz de moverse.
—Guau, guau… —aquella extraña
criatura abrió la boca como si de una serpiente se tratara y Nelo desapareció
engullido por aquel extraño ser. Luis notó cómo la orina bajaba por sus
pantalones.
Aquel extraño ser cerró de nuevo los
ojos y continuó en la misma postura, como si nada.
Luis consiguió por fin moverse y
tras volver a su casa, decidió que nunca más se compraría un perro y así
evitaría tener que regresar a ese parque.
GUSTAVO MARCELO GALLIANO
(Gödeken, Santa Fe, Argentina,
1965). Poeta, narrador y docente universitario. Vive en Rosario, donde estudió
Economía, Derecho e Integración (Mercosur). Su pasión por las letras le impulsó
a crear su propio espacio en el medio literario.
Primer premio en un certamen
internacional, por su poema Carta de un
Cyrano a la mas dulce dama (Córdoba, Argentina, 2006), y varias
distinciones, entre ellas primer premio por La
casa de mi vida, en el XXXIII Concurso Nacional de Poesía y Narrativa Breve
(San Lorenzo, Santa Fe, 2010).
Jurado en certámenes literarios de poesía
y narrativa, ha prologado importantes poemarios a nivel internacional. El 2/4/2009
presentó en el Club Español de Rosario su premiado libro de relatos La cita. Ha participado de varias
antologías internacionales y publicado en prestigiosas revistas de América,
Europa, Asia y Oceanía, unos 110 países. Traducido a diversos idiomas, se
desempeña como colaborador permanente de revistas de literatura y arte en
Buenos Aires, España, Miami, Nueva York y Suecia. Es miembro de diversas organizaciones
literarias.
Han elogiado su poesía, críticos
literarios como Antonio Guerrero —Revista Resonancias.org, septiembre del 2011,
París, Francia— y el español Salvador Moreno Valencia —marzo 2012.
SEDUCCIÓN,
LABIOS Y MAR
(en castellano)
Gustavo Marcelo Galliano ©
Localicé el ocaso del día en mí,
creyendo ver tu sonrisa en la bruma,
evolución del silencio en frescura,
cual tesis desleal de mis sentidos.
Perduras, el olvido aún no erosiona,
te sumerges y emerges en las aguas,
cristalinas aguas de voluptuoso
oleaje,
donde Poseidón no reina, solo mi
mente.
¿Fue la seducción mi soledad?
no, creerías que profané la necedad,
fueron tus labios con reminiscencia
a Mar,
néctar divino que incendió a mi
alma.
Lapso, detente impertinencia burda,
monólogo destructivo de mi ser,
agitarás el recuerdo hasta agotar la
luz,
al resucitar tus labios estos
versos.
Contemplé el respirar de la noche en
mí,
creyendo ver tus ojos en la
penumbra,
cristalizó el resplandor de la
tiniebla,
ofrenda mortal, en la Bahía del Adiós.
SEDUÇÃO,
LÁBIOS E MAR
(em português)
Gustavo Marcelo Galliano ©
Localizei o ocaso do dia em mim,
creditando ver teu sorriso na névoa,
evolução do silêncio em frescura,
como tese desleal de meus sentidos.
Permaneces, o olvido ainda não
erode,
imerges e emerges das águas,
águas cristal de marulhos
bombásticos,
onde Poseidón não reina, apenas
minha mente.
Foi a sedução minha soledade?
não, pensarias que profanei a
necedade,
foram teus lábios com reminiscência
de Mar,
néctar divino que incendiou minha
alma.
momento, detém impertinência tola,
monólogo destrutivo de meu ser,
agitarás a lembrança até cessar a
luz,
ao ressuscitar teus lábios estes
versos.
Contemplei o respirar da noite em
mim,
acreditando ver teus olhos na
penumbra,
cristalizou o resplendor das trevas,
oferenda mortal, na Baía do Adeus.
ALGUIEN
OBSERVANDO
(en castellano)
Gustavo Marcelo Galliano ©
Te he observado espiar tras las
cortinas,
con la mirada perdida en algún
horizonte,
devorando a otras gentes tan
indiferentes
que machacan veredas solo por
costumbre.
He notado la inquietud de tus
pupilas,
con manos crispadas por tanta
impotencia,
y un suspiro profundo empaño los
cristales,
sin poder destruirlos como hubieras
deseado.
Te he visto observar desde tu
fortaleza,
con frente sudorosa y aspecto
cansino,
bebiendo la brisa que obsequia la
noche,
sin penas ni glorias, solo por
destino.
He descifrado de pronto tus dudas y
temores,
náufrago del llanto que abraza la
impaciencia,
soñando una isla sin tesoros ni
puertos,
y miles de gaviotas de incesante
vuelo.
Te he visto observar hacia mi
ventana,
papel y lápiz en mano, escribiéndome
algo,
y dudé entonces si en verdad
existías
o un gigantesco espejo pendía del
cielo.
ALGUÉM
OBSERVANDO
(em português)
Gustavo Marcelo Galliano ©
Eu vi você espiar por trás das
cortinas,
com a mirada perdida em algum
horizonte,
devorando outras gentes tão
indiferentes
que esmagam veredas apenas por
costume.
E notei a inquietação das pupilas,
com mãos crispadas por tanta
impotencia,
e um suspiro profundo embaço os
cristais,
sem poder destruí-los com teria
desejado.
Eu te vi observar desde tua fortaleza,
com a fronte suada e aspecto
cansado,
bebendo a brisa que obsequia a
noite,
sem pena nem glória, apenas por
destino.
Decifrei de repente tuas dúvidas e
temores,
náufrago do pranto que abraça a
impaciência,
sonhando uma ilha sem tesouros nem
portos,
e milhares de gaivotas de incesante
vôo.
Eu te vi olhar na direção de minha
janela,
papel e lápiz na mão, escrevendo-me
algo,
e duvidei então se em verdade
existes
ou serias um colossal espelho
pendurado no céu.
TERESA ÁLVAREZ OLÍAS
(Madrid, 1958) Reside en Madrid y su
nombre completo es María Teresa Álvarez Olías. Contable y profesora. Licenciada
en Ciencias Económicas por la Universidad Autónoma de Madrid, cursó inglés en la Escuela Oficial de
Idiomas de Madrid y posee certificados de la Cámara de Comercio Británica y de las universidades
de Michigan y Georgetown. El cuento que aquí se publica es parte del libro “Volando de una ciudad a otra”. Cabe
aclarar que su afición por la literatura viene de muy joven, pues escribe de cuando
era niña.
AÑO DOS
MIL CIEN
Teresa Álvarez Olías ©
“Me
enseñaron que el camino del
progreso
no es ni rápido ni fácil”.
Marie Curie
Hoy es uno de enero de dos mil cien.
Hemos dado las órdenes precisas al control de la casa, robotizada por completo,
y la mesa para la gran comida de Año Nuevo se ha montado con esplendor. Primero
las paredes se han plegado para acoger a toda la familia, ya que nos hemos
congregado más de veinte personas. Luego han bajado del techo los tableros de
pino y metal presurizado. Después han aparecido las sillas forradas de cuero y
acero, guardadas en los armarios del fondo. Por último, una máquina hostelera
ha colocado, junto a las servilletas, la vajilla de vidrio y porcelana
irrompibles, decorada con motivos florales.
Han venido mis primos de Dinamarca
con mis tíos; su padre es hermano de mi madre. También han llegado los primos
de Honduras, cuya madre es hermana de mi padre. Mis tres hermanos estudian sus
carreras en Francia y yo en Canadá, así que estos días hemos podido
encontrarnos con enorme alegría en Madrid, en nuestra casa de Colmenar, a un
paso de la Puerta
del Sol, pero al pie de las hermosas montañas de Somosierra, perfiladas en
granito oscuro contra un azul resplandeciente y velazqueño.
No es fácil que todos podamos
coincidir, pero hemos hecho un esfuerzo esta Navidad. El transmisor de noticias
se ha proyectado solo un minuto en la pared, ya que a los mayores no les gusta
que las comidas familiares se vean influenciadas por la reproducción de
imágenes bélicas o inapropiadas. Hemos contemplado cuán esplendorosa se ha
celebrado la fiesta de Fin de Año en el mundo entero, como corresponde a la
entrada en un nuevo siglo y despedida del anterior, que fue tan duro y con
tantos altibajos. Los más jóvenes hemos salido de fiesta, naturalmente, y hoy
nos hemos levantado tarde, algunos más que otros. No se cambia todas las noches
de siglo. Las celebraciones han sido grandiosas en Sidney, en Shangai, en
Moscú.
La guerra entre China y Estados
Unidos, que a punto estuvo de arrastrar a la federación europea y americana por
un lado, y a la asiática por otro, hace treinta años que acabó. Los hijos no
hablamos de ello, pero la generación de mis padres aún la tiene presente, y se
alegra, tal vez se estremece, de manera especial cuando los antiguos enemigos
se estrechan las manos en público, en cualquier congreso internacional, o
adoptan medidas conjuntas a escala planetaria. De hecho, desde aquel tremendo
conflicto bélico, los gobiernos han cambiado de perspectiva, y parece que la
humanidad ha comprendido que solo con unión y respeto mutuo es posible
sobrevivir, pues el pánico y la miseria de la pasada centuria fueron duros y
sin parangón en la historia. Agradezco no haber vivido aquélla ni ninguna otra
guerra. El cambio climático y la conquista del espacio se han abordado de
manera conjunta en las últimas décadas, y ya parece detenido el desastre físico
del globo, además de muy inminente la colonización de otros planetas, al menos
con robots.
Aunque no seré yo quien marche,
ceteris paribus, a ese aburrido planeta helado, pero sí conozco personas que
quieren viajar a él, aunque sea muy difícil poblarlo. De hecho, muchos
africanos parece que se han registrado para partir hacia allá, en cuanto la
nave nodriza esté dispuesta. Se puede comprender, puesto que ciento cincuenta
años después de su independencia del yugo europeo, las naciones del continente
negro aún necesitan muchos años, tal vez décadas, para lograr su completo
desarrollo.
De hecho, por haber podido erradicar
la hambruna en esta población, sus estados están exhaustos y poco decididos a
comprometerse en una federación como hicieron paulatinamente el resto de los
continentes. Parecen poco pertrechados para dotar a toda su gente de empleo,
sanidad y educación. Llevar a seres humanos a otros mundos es el desafío que
África quiere abordar, como válvula de escape a la cadena de desvergüenzas que
se han perpetrado en ese continente, desde que el esclavismo de personas de
raza negra se extendió como un cáncer por América, hace siglos.
Por otra parte, todas las
federaciones continentales se han asentado en la Luna , tras fuertes pleitos y
disensiones en los tribunales sobre la conquista de nuestro satélite. Mis
padres tienen una férrea opinión acerca de la explotación de los recursos
lunares: han de ser públicos. Yo no lo tengo claro. El espacio interestelar es
un territorio vasto donde, en el futuro, las naciones no querrán caminar
siempre juntas. Es verdad que solo con la unidad en federaciones, y también con
una enorme cantidad de recursos económicos, podemos abordar el inicio de esta
ardua empresa, la de establecernos en la luna. Pero dudo mucho que en el futuro
no haya gente aventurera que intente explorarla por su cuenta y para su peculio.
Quizá esas personas quieran independizarse de la Tierra. Será
imposible detener siempre la iniciativa privada, la sed de conquistar el
universo y de abrir nuevos caminos por parte de muchos particulares.
El agua y el plutonio del satélite,
así como los enormes yacimientos que acaban de encontrarse allí, de oro y
cristales preciosos, no hallados nunca en nuestro planeta, se están explotando
con un férreo control de las autoridades internacionales. El transporte a
nuestro astro azul, así como la canalización y distribución del mineral, está
controlado por la policía de las confederaciones, con un reparto proporcional a
las necesidades de cada zona y subregión. No es casual esta vigilancia sobre la
explotación lunar. La escasez hídrica terrenal de mediados del siglo pasado fue
decisiva para alertar a los pueblos de la necesidad de un orden mundial en su
tratamiento y consumo. El desperdicio y la contaminación del líquido elemento
es hoy delito a escala internacional, y cada persona tiene su ración estipulada.
La gente muere y mata por el agua. Y todavía no han podido explotarse los
recursos líquidos del interior de nuestro adlátere.
Me fascina pensar en las personas
que se bañaban en los ríos y playas en el siglo XX. Los libros de historia y de
economía regional describen el océano Atlántico, el Mediterráneo y el Pacífico
como lugares de vacaciones donde las familias tomaban sol y nadaban en la
orilla del mar. De hecho, el turismo y la construcción en las zonas de río,
playa o manglar fue un sector en auge durante decenios, que movió ingentes
cantidades de dinero y desplazó a millones de personas por todas partes,
invirtiendo en ello sus ahorros, fundamentalmente en el mundo occidental.
Las gentes ignoraban también
entonces lo dañino que el sol puede llegar a ser sobre la piel. A nadie se le
ocurre ya tomarlo de forma expresa. Bebían, se bañaban y tiraban al océano y a
los arroyos los residuos industriales en una impunidad tal que consiguieron envenenar
los canales, fuentes y embalses de buena parte de África, Asia y media Europa.
No digo que los individuos que se bañaban en los lagos ensuciaran éstos
premeditadamente hasta destruirlos, sino que tuvieron su responsabilidad por no
detener la industria contaminante ni el consumo abusivo, y por no pensar en los
derechos a respirar y beber de las generaciones futuras.
Afortunadamente, el petróleo no se
termina. El carbón se agotó hace unos ochenta años, junto con la práctica
totalidad de los combustibles fósiles, y la producción de electricidad fue
decayendo y encareciéndose, conforme se fue deteriorando y empobreciendo el
agua. Parece que también la obtención de energía nuclear en la Luna está siendo un éxito.
Eso aliviaría un poco la demanda terrestre de energía, siempre ávida, ya que la
eólica y la solar, también la de las mareas y los biocombustibles, no consiguen
abastecer las crecientes necesidades mundiales.
No se extingue el petróleo porque
constantemente aparecen nuevos yacimientos en Siberia, en Brasil, en Atacama, o
en la costa frente a Japón. Solo que el oro negro se esquilmó hace tiempo en
los países árabes del norte de África y los limítrofes a éstos de Asia. Fue
otro imperio desplomado. Un efímero reinado absoluto de lujo en el desierto,
donde habitaban pueblos que se volvieron ricos con el mineral líquido, y donde,
históricamente, era férreo el poder de los hombres sobre las mujeres. La falta
de petróleo los ha sumido en la ruina, y su población femenina aún necesita
otros cuatro siglos y mucho arrojo para conseguir la igualdad.
He venido a casa con Frank, mi
novio, que es canadiense. Subimos al trasbordador en Toronto, donde ambos
vivimos, y llegamos a Madrid en media hora. De puerta a puerta. No fue mal
viaje, teniendo en cuenta la saturación del espacio aéreo en estos días de
fiesta. Las torres de control nos informaron de la mejor ruta a seguir. Es
impresionante contemplar el final de la tarde sobre Ontario, avanzar sobre el
océano en el crepúsculo e ir entrando en la noche cerrada de Europa. Soledad,
mar y estrellas resultaron una combinación demasiado romántica. Otros años,
cuando he venido sola, de vacaciones a casa, no me ha impresionado de tal
manera el viaje.
Frank condujo el trasbordador y yo
lo llevaré en nuestro trayecto de vuelta en unos días, como convinimos. Él no
conocía Europa, apenas se mueve de su barrio, y me consta cómo le ha afectado
esta experiencia de conocer a mi familia, volar tan lejos y escuchar todas las
conversaciones y anuncios en español. Está sobrepasado y feliz. El resto del
año pasa toda la jornada laboral, parapetado en su laboratorio, profundizando
en las técnicas de tele-transporte, algo que su empresa, mitad pública y mitad
privada, quiere patentar. Habla varios idiomas con sus compañeros, científicos
de muy distintos países, pero muy poco español.
De hecho, apenas deben dialogar
entre ellos en ninguna lengua, absorbidos como están siempre por sus
experimentos y teorías. Desde su apartamento puede contemplar la bahía de
Hudson, iluminada, fría y llena de vida a la vez. Lleva una vida rutinaria y
tranquila. Apenas compra nada. Desayuna huevos revueltos y tortitas de jengibre
con bacon, únicos alimentos que se acuerda de comer, y sospecho que manda
fregar y limpiar al sistema demótico del piso, cuando sabe que yo puedo
aparecer los viernes a última hora. Él no quiere confesar cómo lo consigue,
pero todo está maravillosamente limpio cuando llego.
Estudio economía mundial, en su
descripción y soluciones, desmenuzando a los clásicos y contrastando las
distintas teorías sobre desarrollo rural y urbano. Cada día profesores de
probada relevancia de todo el mundo nos dan clase desde sus aulas virtuales. He
tenido la suerte de dialogar con el último Premio Nobel de economía, un
científico de la universidad de Caracas, y con reconocidos catedráticos,
profesores honoris causa, sempiternos candidatos a ese y otros galardones de
destacado renombre, pero presiento que estoy pinchando en la economía
doméstica.
Yo no estoy aún preparada para una
vida en pareja, y Frank mucho menos. Me obsesiona que podamos fracasar. En mi
residencia son pocas las labores incuestionables que debo asumir: estirar mi
presupuesto, estudiar lo máximo posible, trabajar tres tardes a la semana en la
biblioteca de la facultad, que más que un empleo es un sueño, y encargar al
controlador de mi habitación la limpieza de la misma y el lavado, planchado y
colocación de mi ropa.
Alguna vez siento la punzada de
vivir por mi cuenta en un apartamento, pero la comodidad de la residencia me
atrapa con rapidez. Es acogedora la vivienda de Frank, aunque él hace allí una
vida de eremita olvidadizo. Tiene sus costumbres y su organización particular,
me temo que muy diferentes a las mías. La convivencia es la asignatura que no
espero aprobar en este curso. Y debería.
Mi madre no entenderá nada de mis
problemas, si se los planteo. Ella no partió a otro continente para estudiar
una carrera, no tuvo un novio extranjero, o al menos nunca me lo ha dicho. No
debía albergar dudas sobre ningún aspecto propio ni ajeno cuando se casó con mi
padre, recién acabada la guerra. Entonces el problema consistía en encontrar
ocupación remunerada y diseñar un mundo más equitativo, poner en marcha de
nuevo las instituciones, construir la paz, en suma.
El pavor mundial y por supuesto el
nacional, la necesidad de reinventar la ilusión en una posguerra atroz, hicieron
audaz a la juventud de la generación de mis padres. No es nuestro caso ahora. Y
para qué preguntar a mi abuela. Ella aún fue más valiente, con hijos jóvenes y
adolescentes a los que mantener y tranquilizar en un ambiente prebélico,
deseando con toda su alma cambiar el rumbo de los acontecimientos mundiales, y
comprobando con desesperación su impotencia. Por eso ninguna de las dos quiere
escuchar noticias sobre el mundo en los ágapes de celebración.
Las miro a ellas y a mi tías,
adivinando el coraje que yo no tengo, la seguridad en sus convicciones, la
valentía para tener hijos, la paciencia para formar una familia, tan grande y
diseminada como la nuestra, tan amante de viajar y conocer, de instruirse y
recorrer el mundo. Quizá están hechas de otra materia, distinta de la mía.
Conozco todas las cosas que no me
gustan de Frank, casi tanto o más como las que me agradan. No estoy ciega ni
quiero estarlo. Mi novio es un libro abierto que reconoce sus limitaciones,
aunque yo no me atrevo a confesarle las que poseo. Creo que es el hombre
definitivo de mi vida, pero dónde me apoyo para creerlo así. No debe existir la
fidelidad eterna. En los ciento veinte años que espero vivir, no puedo jurar
que no me aburra de Frank, y aún peor, no puedo asegurar que él no se hastíe de
mí antes.
De hecho, a veces creo que se cansa.
No aquí, en España, en estos días de vacaciones, sino en Toronto. Le interesan
demasiado sus investigaciones. Se olvida de mi cumpleaños y en ocasiones hasta
del sitio en que nos hemos citado para cualquier asunto. Confío en que, al no
disponer de mucho tiempo libre, no visite salas de fiesta a mis espaldas, donde
encuentre cualquier chica que le guste más que yo, o que en su laboratorio no
flirtee con las compañeras a lo largo del extenso día en que trabaja con ellas.
Es un aspecto trasnochado este de los celos, y especialmente el jugar a no
tenerlos en el mundo de hoy, que ha saltado por encima de tantos prejuicios,
pero no vivo con Frank para saber con alguna certeza cómo transcurre realmente
su vida, y me falta la seguridad diaria de mi familia, su ejemplo permanente de
entrega, como estandarte. Los latinos somos demasiado diferentes de los
anglosajones. Y los americanos son distintos de los europeos. Los hombres no
poseen los mismos gustos que las mujeres, y los científicos trabajadores no
tienen nada en común con las estudiantes de economía.
Intento esclarecer la realidad,
resumirla en premisas y variables conocidas, restrictivas, que definan la
situación, como estoy acostumbrada a realizar. No quiero engañarme, sino
enfrentarme al cruel espejo de la verdad. Frank me lleva cinco años y no debe
recordar el tiempo en que los libros electrónicos y la información se
acumulaban en su agenda personal, como temas a estudiar, y debía presentarlos
de viva voz a los catedráticos para ser evaluado. La angustia de los minutos
anteriores al cara a cara con el profesor o la profesora de turno. La materia
acumulada que no da tiempo a asimilar. La necesidad de salir a respirar y no
hacerlo porque el tiempo es escaso, y el proceso mental de asimilación del
cerebro necesita sosiego, soledad y entrega. Comentan distintas teorías que
hemos ampliado enormemente las capacidades de nuestra mente en unos decenios.
No puedo comparar mi experiencia con épocas anteriores. Y es demasiado lo que
me queda por aprender. Los asuntos a investigar provienen, fundamentalmente, de
distintas universidades latinoamericanas, donde la ingente población ha
proporcionado al mundo las mejores cabezas en ciencia y humanidades. Las más
adaptadas a las necesidades, al paisaje, a los sentimientos. Es como si la
cultura mestiza hubiera desarrollado en esa parte del mundo una sutil
sensibilidad al sufrimiento y al ansia de nuevas técnicas para aliviarlo.
He visitado con mucha asiduidad
Colombia y Argentina, debido a distintos proyectos de mi departamento. El
primero profundizó en el avance de la medicina actual sobre el sector infantil
asentado junto a la selva amazónica, evaluando resultados. El segundo valoró la
esperanza de vida en las megaciudades del cono sur, por sexos y edades.
Durante semanas, y subvencionados
por mi facultad, mis compañeros y yo visitamos los hospitales de las regiones
de Putumayo y Caquetá, sufriendo los ataques de los implacables insectos, el
sudor corrosivo, la lluvia torrencial. Aquella tenacidad implacable de la selva
para avanzar y resistir.
Resultaron un poco excesivos para
una europea sedentaria como soy yo ambos proyectos, pero la mirada de los niños
enfermos me apremió a inventar para ellos una solución. Me retó a informar
sobre los progresos y retrocesos de las infecciones nuevas, y del tratamiento
viral contra las pandemias latentes. Quiero que las empresas farmacéuticas, a
las que iban destinados los dos trabajos de campo que desarrollamos, no olviden
jamás la obligación moral que tienen con los indefensos críos indígenas. Vivir
en Buenos Aires, por otra parte, la ciudad más rica de América, es una delicia
que se cuece con mis venas. Muchos de mis antepasados emigraron de España a
Argentina desde tiempo inmemorial. En la historia de nuestra familia, que
consta solo desde que se hizo habitual registrarla ante notario, en dos mil
treinta, figuran numerosos tíos y primos míos, hermanos y hermanas tanto de mi
padre como de mi madre, buscando trabajo en ese país donde leer y soñar es la
tarea cotidiana. Por no mencionar los argentinos que han llegado a cualquier
ciudad de España explorando sus propias raíces. De hecho, el hermano mayor de
mi bisabuelo paterno llegó a Melilla, procedente de Corrientes, a finales del
año dos mil trece.
Mis primos me comentan estos días
las excelencias de visitar Italia y la alegría de estudiar en Francia. Me gusta
que lo mencionen, que hablemos de arte y de tecnología, de las novedades sobre
ingeniería empleadas en Letonia y Ucrania, en la construcción de puentes y
ciudades, tanto subterráneas como submarinas. Me hablan de Islandia y Suecia,
de su lucha contra el deshielo en el polo norte y la reimplantación y
asentamiento de la nieve en los glaciares. Mis raíces están en este adorado continente
europeo. Me he criado con sus cuentos de hadas y sus canciones de cuna. Me
gusta trasnochar y hablar alto hasta que la risa nos devora.
Visito a los míos traspasada de
felicidad, y me encantan estas reuniones sin horario y sin medida. Pero imagino
el futuro en Canadá, con este chico rubio de otra raza que se ha cruzado en
mitad de mi camino, en la tierra donde todos somos inmigrantes, y donde la
naturaleza se impone sobre la adversidad y las personas, con su belleza
acrisolada y criolla. Me falta muy poco para acabar la carrera y Frank parece
estos días entusiasmado con mi familia. Quizá hemos superado esta prueba de
fuego de acercamiento entre continentes. Yo conozco a la suya, ubicada en una
deliciosa zona rural de Ontario, y todo son felicitaciones para ella. Le he
dicho a él que la universidad, donde quiero trabajar en el futuro, me ha
propuesto un nuevo proyecto para el que necesito apoyo moral a manos llenas, y
especialmente su confianza. Necesito que Frank me espere en su vida, y yo
aparezca en la suya cuando pueda. Él ignora cuánto puede influir en mi ánimo su
aprobación. El proyecto que tengo entre manos es vasto y costoso: equiparar de
hecho la vida de la mitad de la población a la otra mitad, sea cual sea su
etnia o lugar de residencia. Luchar por la igualdad de las mujeres en el orden
práctico a escala mundial.
La humanidad se dio un reglamento
internacional sobre el caso, de cumplimiento obligatorio, en dos mil cuarenta y
hay que luchar por aplicar la norma. Los derechos civiles se garantizaron para
los dos sexos en la
Conferencia de México D.F. hace casi medio siglo, y se instó
a los gobiernos a cumplirlos a rajatabla, igual que se obligó a racionar el
agua. Asia y África tuvieron que esforzarse en ello si no querían enfrentarse
al resto del mundo. Sesenta años después, la realidad presenta demasiadas
lagunas, especialmente en India y en el continente negro, donde no solo las
mujeres, sino enormes segmentos de ciudadanos llevan una vida de segunda, de
total exclusión, medio abandonados por sus gobiernos.
El contrato en prácticas que me han
ofrecido y que puede durar mucho tiempo, porque la tarea parece ardua, es
ayudar a drenar esas lagunas, reunirnos con los ministros de políticas sociales
de medio mundo y luchar por extinguir entre sexos las diferencias legales y
cotidianas. Siempre con el ejemplo de América y Europa, que en este campo han
constituido la vanguardia, trabajando de forma espectacular. Ansío que sus
estados nos apoyen de pleno. La plena equiparación entre hombres y mujeres
mejorará la calidad de vida mundial exponencialmente.
La alimentación, la higiene y la
educación serán instrumentos comunes de toda la humanidad en los próximos
veinte años, sin fisuras, lo que potenciará nuestro desarrollo e inteligencia
como seres vivos. Estoy impaciente. Ansío que Frank comparta mis ilusiones.
Pero él acaba de venir a comentarme
un asunto trascendental, que me ha dejado demudada. Le he encontrado jubiloso y
sonriente, con una alegría inmensa naciendo de su pecho. Sin embargo, mi
sorpresa ha velado su exceso de felicidad.
Sabía que él tenía, como yo, algún
proyecto importante en mente, pero no de tal envergadura. Dónde aparco mis
inquietudes sobre necesidades terrestres. Me siento desfallecer.
Frank quiere adquirir un compromiso
para viajar a un planeta de Júpiter, Io, que acaban de ofrecerle desde la Confederación. Yo
ignoraba que él estuviera implicado en semejante gesta. Que quisiera participar
en ella sin titubeos. No he encontrado apenas las respuestas que he detestado
emplear. De todos los seres humanos, por qué me toca a mí saltar en el vacío.
Elegir entre el deber, la gloria, la muerte y la felicidad.
Si realiza semejante odisea, jamás
volverá a la Tierra. Se
trata de un largo paseo por el sistema solar. Me pide que marche con él y me
prepare para ello a su lado. No cree que yo tenga problemas en el durísimo
entrenamiento. Y necesitan especialistas en optimización, producción y
distribución de recursos, objetivos en los que él dice que soy experta.
Precisan parejas que conquisten y
colonicen el espacio. Que admitan, desde el principio, que será imposible
regresar de tan largo y silencioso periplo entre planetas. Que afronten los
peligros exteriores, la convivencia en habitáculos reducidos con otras parejas
o individuos desconocidos. Dispuestos a todo y especialmente a soportarse, a
explorar, a tomar decisiones en equipo, a vivir y a morir.
La incertidumbre conmueve mis
entrañas y mis sueños. Solo tengo unos días para elegir.
SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 68 – Marzo de 2016 – Año VII
ISSN
2250-5385
Exp.
5259277 del 21/10/2015, Dirección Nacional del Derecho de Autor
Propietario
y Director: Héctor R. Zabala
Av.
Del Libertador 6039 (C1428ARD)
Ciudad
de Buenos Aires, Argentina
Corrección
general:
Noelia
Natalia Barchuk Löwer
Resistencia
(Chaco), Argentina
(currículo
en revista Realidades y Ficciones Nº 13)
Ilustración
de carátula y emblema:
Mónica
Villarreal
Scottsdale
(Arizona), Estados Unidos
Monterrey
(Nuevo León), México
@mon_villarreal
(currículo
en revista Realidades y Ficciones Nº 17)
@RyF_Supl_Letras
@RyFRevLiteraria
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