viernes, 1 de marzo de 2019

SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 81 – Marzo de 2019 – Año X
ISSN 2250-5385

Inscripción gratuita como LECTOR
si escribe a  zab_he@hotmail.com
indicando nombre y apellido, ciudad y país
(se le avisará cada nuevo número trimestral).

“Tortugas marinas”
Mónica Villarreal (2019)
(Acrílico sobre papel, 11"x14")

Sumario:

• Guillermo Eduardo PILÍA (Argentina)
• Denisse BUENDÍA CASTAÑEDA (México)
• Estela BARRENECHEA (Argentina)
• Germain DROOGENBROODT (Bélgica)
• Jasmín CACHEUX (México)
• Toni PRAT (España)
• Ricardo ARIZA (México)
• Fernando NEGRETE (España)
• Federico BAGGINI (Argentina)
• Enrique CAVESTANY (España)
• Víctor Eligio GIMÉNEZ (Argentina)
• Jordi MATAMOROS SÁNCHEZ (España)



GUILLERMO EDUARDO PILÍA

Catedrático, narrador, poeta y ensayista nacido en La Plata (Provincia de Buenos Aires), Argentina, en 1958. Realizó estudios superiores en la Universidad Nacional de La Plata y se graduó en Letras en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Como escritor pertenece a la “generación de la dictadura”, es decir, al grupo de escritores que desarrollaron parte de su obra durante la dictadura militar de 1976-1983 y que sufrieron la influencia de ese período traumático.
Recibió numerosos reconocimientos; entre otros, en 2010 el premio Al-Ándalus por su aporte a la difusión de la cultura andaluza en Argentina; la ciudad de La Plata declaró de interés su obra intelectual. Sus trabajos poéticos, narrativos y ensayísticos le valieron múltiples premios en Argentina, España, Francia, Estados Unidos y Ecuador. En 1918 fue incorporado a la Academia de Buenas Letras de Granada. Parte de su obra poética fue traducida al inglés por Brian Cole.

Obras:
Poesía: Arsénico (Buenos Aires, Nuevas Voces, 1979), Enésimo Triunfo (San Fernando, Extramuros, 1980), Río Nuestro (Bahía Blanca, Universidad Nacional del Sur, 1988), Río Nuestro / Cazadores Nocturnos (La Plata, Fundación Museos Argentinos, 1990), Huesos de la Memoria (La Plata, Círculo de Poesía, 1996), Viento de lobos (La Plata, Sudestada, 2000), Visitación a las islas (La Plata, Sudestada, 2000), Caballo de Guernica (La Plata, Al Margen, 2001), Ópera flamenca (La Plata, Hespérides, 2003), Herido por el agua (Buenos Aires, Vinciguerra, 2005), La pierna de Rimbaud (La Plata, Cuadrícula, 2011), Ojalá el tiempo tan sólo fuera lo que se ama (Buenos Aires, Casa de Papel, 2011).
Narrativa: Viaje al país de las Hespérides (La Plata, Al Margen, 2002), Días de ocio en el país de Niam (La Plata, Hespérides, 2006), Tren de la mañana a Talavera (Madrid, Evohé, 2009).
Ensayo: Naturaleza y cultura en la obra de Horacio Quiroga (La Plata, EPOS, 1997), La trascendencia en la espiritualidad hispana (La Plata, Círculo Cultural Andaluz, 1999), La Catedral de La Plata. El mayor templo neogótico del siglo XX (en coautoría) (Buenos Aires, Manrique Zago, 2000), Historia de la literatura de La Plata (en coautoría) (La Plata, La Comuna, 2001), Andalucía, tan lejana y cercana. Memorias de los inmigrantes andaluces de la región de La Plata (La Plata, Al Margen, 2002), Toponimia de la provincia de Buenos Aires (La Plata, Archivo Histórico de la Provincia, 2003), Los castellanoleoneses de La Plata. Memoria viva (La Plata, Hespérides, 2005), Francisco López Merino, de puño y letra (La Plata, Archivo Histórico de la Provincia, 2006), Vicente López y Planes y “El Triunfo Argentino” (La Plata, Archivo Histórico de la Provincia, 2007), Diccionario de escritores de la provincia de Buenos Aires. Coloniales y siglo XIX (La Plata, Instituto Cultural de la Provincia, 2010), ¿Guaraníes en tierra bonaerense? Toponimia guaraní de la provincia de Buenos Aires (La Plata, Centro Correntino, 2012).

Más sobre su trayectoria y obras en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 60:



RIMBAUD EN JAVA
(2013)
Guillermo Eduardo Pilía ©

La piel de los javaneses es suave y sin vello y hay algo escultórico en la forma en que se inclinan para encender sus pipas de opio.
En otra vida me hubiese gustado pertenecer a esa nobleza vernácula y dormir un sueño de amapolas bajo un dosel de gasa, en las noches impregnadas de humedad vegetal y de mosquitos.
Sí, aun los príncipes de tez dorada y perfumados cabellos languidecen en estas islas selváticas, igual que en la Europa de los viejos pontones.
Sucios fumaderos de opio donde no hay rangos ni prosapia: me recuerdan los sórdidos cafés parisinos, con su atmósfera sudorosa y grasienta y el vaho del ajenjo que una mano borracha derramó.
Como esta mujer que sirve las pipas encendidas a quien paga por narcotizarse, así también yo he dejado allá a lo lejos, pero para quien quiera tomarlo de balde, un veneno perdido.
Muchos lo beberán en madrugadas remotas, cuando yo ya me haya olvidado por completo del que antes fui, como quien se olvida con la aurora de los rostros monstruosos de un mal sueño.
La piel de los javaneses es suave y sin vello. Los hombres, en las aldeas, ofrecen los amores de los efebos para preservar la virginidad de sus mujeres.
¿Qué hora será en París? ¿Habrá niebla, lluvia, acaso viento? ¿Qué joven colegial incubará sin saberlo el amor malsano por una nueva poesía, como aquí este nuevo amor, este deseo con el que los antiguos emponzoñaron gozosamente su sangre?


POR NATURALES
(2013)
Guillermo Eduardo Pilía ©
A Manuel Rodríguez “Manolete”

Como de chico jugaba a atraer
despacio una moneda con su imán,
y más contento hallaba cuanto más
lograba tirar de ella sin tocarla,
así también ahora arrastra el paño
de la muleta delante del belfo.
La bamba barre el polvo y se va abriendo
en viaje circular, mientras el torso
se le arquea y con la mano conduce
la embestida lo más atrás posible.
La derecha descansa en su cintura
llevando con un dedo el falso estoque
con la misma blandura y el desmayo
que un príncipe un pañuelo de batista.
Otra vez es el niño que jugaba
con su moneda y su imán, todo sale
tan natural como el pase y su nombre.
El tiempo se demora, se hace eterno
como un día de infancia: puro asombro,
puro juego, ignorancia de la muerte.



DENISSE BUENDÍA CASTAÑEDA

(Estado Morelos, México, 1979). Comunicóloga. Ha llevado a cabo una intensa labor como activista social y productora de radio, colaboradora en medios escritos nacionales y locales como el diario la Jornada Morelos, la Revista Resiliencia. Actualmente trabaja en la Coordinación de Atención a Víctimas de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM), en Cuernavaca. Participa en la sección de poesía “Lunámbula” en el programa de radio local “El txoro matutino” y como productora de “La voz de la tribu” en la radio universitaria del estado de Morelos. Publicó, entre otros títulos: Días Animales (2009), El Hallazgo de la memoria (2015) y Trisón -poemario a tres voces- con Kenia Cano y Ricardo Ariza. Ganadora del premio Estatal de la Juventud 2004 por su trabajo como activista, y mención Honorífica 2007 premio estatal de la Juventud. En 2016 le ha sido otorgado el Premio Nacional de Poesía Dolores Castro.


Una siempre regresa a la oscuridad donde fue niña
A la diminuta cama donde se reducían a sí mismas la
/tarde y sus promesas:
un trozo de carne con ojos-anzuelo,
cautiva, coloreando a pulmón el nombre de las muñecas.

La vida pasó como un telegrama:
tu padre ha muerto (punto)
no habrá paz que lo contenga (punto)

Desde el olvido la casa parece más pequeña;
solía quedarme quieta en la azotea
esperando ver caer heridas a las golondrinas
con los pequeños dardos del vecino del cuarto piso.

Una tarde de agosto decidí perseguirlas,
caí en el árbol de mandarinas con la clavícula fuera
/y mis ojos en el vuelo

La suicida fue mi madre desatándose las venas en la tina,
el asesino fue mi padre con su crueldad como ejercicio.
(no aprendí a amar sin desmembrarme hasta que murió)

A la memoria, al agujero de tierra oscura donde fui niña
suelen tragársela las hormigas peatoneras
Siempre regreso a preguntarle:
¿hace cuánto que estoy viva?
¿estoy viva?
Seguro te dolió toda la vida no morirte a tiempo
deberías estar tranquilo;
un muerto siempre ha sido lo que ha querido:
un fantasma, una pesadilla, un epitafio,
una fila interminable de nostalgias,
el canto de un grillo que no nos deja dormir.

¿hace cuánto que estoy viva?

A la oscuridad donde fui niña, siempre vuelvo.
A la nada en que escribiste la promesa de cuidarme.

Denisse Buendía Castañeda © (de La física de la orfandad)


La ausencia lo cambia todo
el modo de sentarse frente a la mesa,
la luz de la lámpara que viene de noche,
el aliento y la memoria.
La ausencia enloda el reloj de arena
somos la misma imagen diciendo adiós inagotablemente,
y el corazón se vuelve una azotea
y la azotea un insomnio.
La casa isla sin presentimientos,
nos cambia de sitio la ternura y la extraviamos.
Lo cambia toda la ausencia,
enfurecidos prendemos fuego a las últimas flores de la esperanza,
a las letras que el amor guardó,
al cuerpo inasible arrullando vacío.
Todo lo cambia la ausencia,
esa pequeña eternidad donde ya nadie duerme, solo recuerda.

Denisse Buendía Castañeda © (de La física de la orfandad)


II
No sabes qué has muerto
vienes cada octubre a repetir el silencio con tu grave mirada.
Es una pena que el polvo no tenga brazos, padre
que intentes regalarme estrellas de besos desdentados.
Acércate, mira mi vientre de niña;
aún se sienten tibios los restos de tu furia.
No he dado a luz porque crecí en lo oscuro;
porque aprendí a confundir el amor,
con el rasguño de los demonios nocturnos,
que esperan quietos el sueño de sus hijas para amanecer de nuevo.
Por cada cicatriz hay un columpio bailando solo;
un gato recién nacido en una bolsa de plástico,
un cementerio infante, la física de la orfandad. esa pequeña eternidad donde ya nadie duerme solo recuerda.

Denisse Buendía Castañeda © (de La invención del silencio)



ESTELA BARRENECHEA

Poeta y estudiosa de la filosofía, nació en Buenos Aires, Argentina, el 17/2/1938, ciudad en que reside.
Graduada como Contadora Pública Nacional en la Universidad de Buenos Aires (UBA), ejerció la docencia en filosofía a partir de sus ensayos y de su condición de miembro de grupos de investigación, tanto en instituciones públicas como privadas. En 1984 completó el curso de Metodología de la Investigación, por la Universidad de Belgrano. También fue profesora de filosofía en el CBC de la UBA.
Colaboradora de instituciones filosóficas, publicó artículos en diarios y revistas de la especialidad. Como expositora presentó distintas ponencias en jornadas de filosofía y poesía (Jornadas de Filosofía Nietzscheana, 2000, y III Congreso Binacional de Escritores - Centenario del nacimiento de Pablo Neruda, 2004).
Además de organizadora de jornadas de filosofía, fue expositora en el lapso 1991-2000.
Obtuvo primeros premios y otros reconocimientos de orden literario en su país y en el exterior.

Publicaciones:
• Filosofía: La ilusión en la paradoja del sujeto (Buenos Aires, Ed. Catálogos, 1994), La formación del filósofo (Buenos Aires, Ed. Sociedad Filosófica, 1994), Nietzsche en la filosofía actual. El eterno retorno como acontecimiento del pensar (presentado en las Jornadas Nietzsche, año 2000), El nacimiento del humor en la obra de François Rabelais (trabajo presentado en el seminario de Doctorado de Filosofía, dirigido por el Dr. Ricardo Maliandi).
• Poesía: La distancia y el foco (Buenos Aires, Editorial De los Cuatro Vientos, 2003), En los confines (Buenos Aires, Editorial Tsé Tsé, 2005), Plaqueta Clinamen y otros poemas (Buenos Aires, Editorial Metáfora, 2007), Del Silencio (Buenos Aires, Ediciones El Mono Armado, 2009), El filo de la grieta (Buenos Aires, Editorial Vinciguerra, 2012), El revés de la luz (Córdoba, Alción Editora, 2014), De claros y de sombras (Córdoba, Alción Editora, 2016).
• Narrativa: El inmigrante y otros cuentos (Buenos Aires, Enigma Editores, 2018), Castora. Una vez, en una estancia argentina (novela inédita).

Además de estas obras propias:
• participó en los volúmenes: La filosofía en los laberintos (1994), El pensamiento en los umbrales del siglo XXI (1994) y La filosofía, los filósofos, las instituciones filosóficas. Una perspectiva generacional en la Argentina de fin de siglo (1995), y
• fue incluida, entre 2001 y 2018, en diversas antologías poéticas: Homenaje a Oliverio Girondo, No toda belleza redunda en felicidad, XXVIII World Congress of Poets (Acapulco, México, 2008), Ceremonias de la luz, Poetas sobre poetas IV, etc.



ASPIRANTE A BURGUÉS
Estela Barrenechea ©

Un domingo, mientras comíamos el asado de rigor del mediodía, mi padre nos preguntó si nos gustaría mudarnos a un barrio más elegante. Era tan banal lo que decía que nos sorprendió; revelaba un aspecto desconocido de su carácter. Moví la cabeza con un gesto de rechazo y mi hermana, de tan solo once años, le dijo llanamente que ni se le ocurriera. Demoré unos instantes en contestarle y farfullé, haciendo un esfuerzo, unas cuantas palabras negativas respecto a esa idea que me pareció totalmente estrafalaria. ¡Nos sentíamos tan bien en nuestra casa! Silvia y yo teníamos nuestro propio cuarto y mis padres el suyo. Lo concreto era que toda la familia vivía cómodamente.
¿Por qué nos había preguntado eso? Lo intempestivo y autoritario de su voz me produjo inquietud. Quería explicarme a mí misma lo que tal vez no tenía ningún tipo de explicación.
Obligada a seguir con mis cosas, intenté tranquilizarme pensando que él aún no se había decidido por ninguna mudanza. Su fijación por otro entorno parecía tonta y además comprometía a toda la familia.
En la comida de la noche encontré a mi padre diferente; se lo veía más contento que de costumbre. Le dirigí una mirada inquisitiva intentando adivinar sus pensamientos. Me di cuenta de que seguiría insistiendo con la idea de mudarse a un lugar mejor. Alzó la vista del plato y nos dijo:
—¿Conversaron sobre mi propuesta?
¿Podría ser que mi padre fuera víctima de una neurosis de escalamiento social? Mi mamá no decía nada, miraba la escena como si fuera un diálogo de fantasía. Solo murmuró algunas palabras sueltas y se calló ante el gesto autoritario de papá. Por el contrario, él nos habló con una seguridad que me pareció ficticia:
—A ustedes, chicas, les resulta difícil entender que yo quiera que nos mudemos si estamos tan bien acá en el barrio. Pero aunque no lo puedan creer mi decisión ya está tomada; además, no sé por qué hay que discutir todo en familia. Estoy convencido de que es lo más conveniente para todos.
—No sé en qué barrio estás pensando —le dije—, pero si es en alguno de los alrededores de Buenos Aires, desde ya me parece una locura.
—No te preocupes, Martita, pensé en algún lugar en el centro. Hace unos cuantos días vi un aviso de un departamento en la zona de Recoleta que me pareció adecuado.
—Pero, papi, yo ya tengo veinte años y siempre hemos vivido en las afueras. Villa Pueyrredón no está tan lejos. —Agregué casi descompuesta—: No nos podés hacer esto. Ya nos acostumbramos a vivir acá.
Como ni se inmutó, me levanté y escruté su rostro. Era evidente que no tenía el más mínimo interés en discutir conmigo. Su proceder me enojó aún más. Indudablemente le éramos indiferentes.
Para no quedarme callada, le dije:
—¿Qué te pasó por la cabeza para que quisieras optar por la elegancia? Parece un tema poco serio.
Mi padre hizo un gesto de desprecio hacia mí y dirigiéndose a mi madre le dijo:
—¿Qué le pasa a esta que no quiere pertenecer a un mundo mejor?
Pasaron dos semanas desde aquella noche en que mi padre se mostró tal cual era: un hombre ambicioso que lo que más quería era ascender socialmente sin importarle lo que pensaran su mujer y sus hijas.
Cada vez me molestaba más cuando lo oía decir que vivíamos en tiempos de cambio, que el dinero iba y venía y que se vendían inmuebles sin mayor inconveniente. Se ponía cargoso con esos temas y hacía hincapié en las comisiones que recibía.
Un día escuché a mi madre decirle que el problema no estaba en mudarse sino en lo que implicaba semejante movida. Yo estaba segura de que en ningún momento pensó en hacer un cambio de esa naturaleza, pero por otro lado era incapaz de contrariar a su marido.
—No estoy segura de que nos vaya a ir bien. Ramón, tené en cuenta que las chicas han ido desde el jardín al colegio estatal cercano al lugar donde vivimos —le dijo mamá y luego agregó—, la que me preocupa es la Silvia que tiene todos sus amigos en el barrio.
Quise conversar este tema con mi amigo de la infancia, Pedrito. Él era hijo del carnicero del barrio. Él sabía, por lo que yo le había contado, que mi padre también había trabajado desde joven como carnicero hasta que pudo terminar su secundaria y entrar como empleado en una inmobiliaria de Liniers.
Una tarde de domingo, en que estaban papá y mamá tomando mate en el patio, le oí decir a ella, sacudiendo la cabeza dubitativa, que no se sentía optimista y que pensaba que nunca era bueno para los hijos ascender de esa forma en la escala social.
—¿Cómo se te ocurre pensar que podemos vivir en la Recoleta?
Mi papá la abrazó y le dijo:
—Querida, es muy importante hacer un cambio. Convencete que estamos viviendo en un país en que esto se puede hacer. Acá hay movilidad social.
—Es cierto lo que decís, pero no me puedo hacer a la idea.
—Mirá, Rita, acá muchos de los hijos de inmigrantes siguieron estudios universitarios. Yo no lo pude hacer. Pero vos bien sabés que trabajando en la inmobiliaria gano bastante plata. Siempre quise vivir de otra manera y que mis hijas frecuentaran otro tipo de ambiente. Es una excelente oportunidad. Me contaron en la oficina que este departamentito era propiedad del hijo de un hacendado de prestigio.
Mamá se limitaba a escuchar, pero lo miraba con desconfianza.
—Con solo tener una carrera universitaria no se logra nada. La gente de nuestro barrio se tranquiliza pensando que sus hijos puedan estudiar en la universidad o dedicarse al comercio —dijo papá con tono seguro—. A ninguno de ellos les preocupa el ambiente en que se mueven.
Mamá se apresuró a contestarle:
—¿Por qué no pensás que hay vecinos nuestros que son médicos, abogados, escribanos?
Me gustaron las palabras de mamá, me parecieron lógicas. Ella siempre había tenido sentido común; era una intuitiva. En cambio, si bien a mi padre lo admiraba porque trabajaba con ahínco, tanto mi hermana como yo sabíamos que era fantasioso y que en algunos momentos fabulaba.
Al día siguiente, noté que estaba un poco nervioso. Caminaba alrededor del patio sin parar. Cuando se detuvo, empezó a hablar sin ton ni son y volvió al ataque con la idea de la mudanza.
—Querida, si no tenés intenciones de darme una mano, yo me voy a ocupar —dijo.
A la nochecita, mamá trató de aclararme algo de lo que pasaba en la cabeza de mi padre.
—¿Sabés una cosa, Marta? Ramón está cegado. No quiere entrar en razones. A nosotras no nos queda otra que aceptar. Cuando él decide hacer algo, no se lo puede contradecir.
Cuando me llevaron a ver el nuevo departamento, papá estaba eufórico. Mamá y yo no teníamos buena cara, mientras que a él se lo veía muy satisfecho con su elección. Durante el recorrido, trató de resaltar lo conveniente que sería vivir en ese lugar. Yo estaba anonadada. Fue una suerte que estuviera sola, mi hermanita se había quedado en casa. Pensé que mis padres, pese a la leve resistencia de mamá, se habían puesto de acuerdo. Además, qué podía hacer yo para convencerlos de que la elección que ellos habían tomado era un error. No tenía sentido contrariarlos, no quería amargar a mamá.
Lo trastocado de los ambientes me impactó. La manera en que estaba repartido el espacio en cincuenta metros cuadrados era arbitraria. Habían tirado paredes sin criterio. No sé cómo describirlo. Se ve que los anteriores dueños al tener ese departamento tan viejo pero tan bien ubicado decidieron convertirlo en un loft abierto. No me quedaba la menor duda de que ese sucucho había sido un bulín.
Esa noche mientras comíamos me animé y le dije a papá:
—¿Por qué vivir en ese lugar tan triste y feo?
—Querida, ¿no te das cuenta que está en una buena zona? No sé de qué te quejás si vos vas a viajar mucho menos. Creo que en un mes el departamento estará habitable. Nos arreglaremos bien. Aparte Silvia puede ir a un colegio cercano y relacionarse con gente de otra clase. Ya la veo con su pollerita tableada y el corazón de Jesús bordado en su uniforme y en su blazer.
Luego quedó en silencio, como si estuviera disfrutando inscribir a la niña en un colegio de monjas.
—Me gustaría que fueras más realista. Aunque vaya a la facultad tengo amigos de la infancia en el barrio y esa casa queda lejos —le dije—. No sé cómo te puede gustar. ¿Qué le ves de mejor? Es un mamarracho al lado de la casa en la que vivimos. Es oscuro, es un primer piso que da a un patio interior, solo en el baño se filtra un poco de luz. En ese balcón no creo que se pueda poner ninguna planta.
Mi mamá hacía silencio. Creo que quería ser cauta con sus opiniones. Lo primero que le escuché decir fue:
—Yo sé, querido, que tenés razón. Es la única manera que las chicas puedan acceder a otro medio, pero voy a extrañar el cantero con las macetas de malvones y la higuera que plantamos hace veinte años. ¿No crees que la hemos pasado bien? Acá nacieron nuestras hijas, jugaron en el patio, hicimos asaditos y comimos los higos negros de la higuera.
—Dejá de ponerte nostalgiosa —contestó—. ¿Qué es lo más importante, Rita? ¿Vivir en las afueras como quiere nuestra hija mayor o vivir en Recoleta?
—Es cierto que ese barrio es otra cosa. Además para vos significa algo importante.
—Fijate, Rita, es otro ambiente. No les interesa que sus hijos estén todo el día en las bailantas y en los clubs de fútbol.
—Yo no estoy tan segura de lo que decís. Cuando “el ambiente”, como vos lo llamás, vea de dónde venimos y cómo vivimos, otro será el cantar… ¿Sabés una cosa? El piso es tan feo que a las chicas les va a costar traer a sus amigos —dijo mamá.
—Bueno, no te preocupés tanto. Sabés que yo siempre estoy a la búsqueda y en poco tiempo nos mudaremos a un lugar mejor.
Mi madre no puso ningún otro obstáculo. La aspiración que mi padre tenía era, sin lugar a dudas, no solo cambiar su vida sino la de toda su familia. Su prioridad era hacerse de nuevos contactos.
Luego de un mes de idas y venidas por parte de mi madre para el acondicionamiento de la nueva casa, llegamos al departamento un día sofocante de verano. Al entrar, me di cuenta de que la habían pintado con colores claros, intentando que estos no achicaran los ambientes que de por sí eran mínimos. Mamá había comprado algunas plantas ya crecidas para que no se vieran las manchas de las paredes del patio interno y no se había olvidado de las macetas de geranios que tanto nos gustaban. Las instalaron en el balcón francés. Nos había comentado que era muy importante quitarle al piso su aire sombrío y aportarle un clima moderno.
Cuando entramos con nuestras valijas, lo que más me entristeció fue que nosotras y ellos tuviésemos que dormir en un lugar que habitualmente corresponde a una sala. Papá se alejó un poco para mirar la kitchenette y los armarios, y yo le dije a mamá:
—Mami, no quiero ser insolente, pero me parece que todo lo que han hecho es para darle el gusto al viejo y no han pensado para nada en nosotras. ¿Dónde vamos a dormir?
—Bueno, pondremos un futón en el comedor y luego lo cerraremos —me dijo con una sonrisa dibujada.
—¿Y si viene alguna compañera y queremos estudiar?
—Nos arreglaremos. Nosotros también dormiremos en un futón y lo cerraremos en el día para que quede todo convertido en una sala comedor.
—¿Creés que vamos a poder vivir de esa manera? —le dije mirándola con sorna.
Mi padre se acercó a oír lo que decíamos, luego de haber hecho la recorrida con todas nosotras. Lo miré con desconfianza y le dije con tono agresivo:
—¿Te das cuenta lo que hiciste? Encerrarnos en este lugar.
Sin decir una sola palabra convincente, comenzó a parlotear estupideces.
—Si queremos hacer una fiesta, en este espacio tan pequeño va a ser totalmente imposible. ¿No te das cuenta?
—Bueno, para todo hay una solución: corremos los muebles, cerramos la mesa libro donde comemos y queda todo para ustedes. No sabés cómo les va a gustar. Aparte, entendé, hija, que lo más importante es vivir acá. Hasta las palomas tienen otro aire. Fijate, son palomas diferentes, fijate bien, mientras caminábamos hasta acá no nos cagó ninguna. Deben ser distintas a las de Villa Pueyrredón.
Y este era mi papá. Me tendría que conformar hasta que pudiera irme y dejarlos. Estaba pasmada y los miré con odio a los dos.
De la kitchenette mejor no decir nada. Ellos dijeron que en el armario había lugar para la ropa de todos. Sobre la cocinita colocarían la vajilla de uso diario. Les pregunté qué habían hecho con los platos de loza que les habían regalado cuando se casaron y de los cuales mamá estaba tan orgullosa. Ella, bajando la vista como con vergüenza, me contestó que los guardó en una valija y que estaban bien acondicionados.
La noche en que definitivamente nos instalamos ninguno de nosotros pudo dormir bien.
Todavía era verano y mientras comíamos nos enteramos de que a mi hermanita la habían anotado en la escuela de monjas que estaba a dos cuadras de nuestro nuevo domicilio.
Papá, como al descuido, dijo:
—Chicas, no se les ocurra tirar basura al patio.
En ese día fatídico me reí de él y de su mujer, pero también de nosotras, sus hijas. Pensé, con vergüenza, cómo se les había podido ocurrir que seríamos aceptados. Por mucho tiempo no pude olvidar sus aires presuntuosos cuando decía: “Familia, no se trata de un sueño; la nueva clase a la que vamos a pertenecer brillará en nosotros”.



GERMAIN DROOGENBROODT

Belga (flamenco) afincado desde 1987 en Altea (Alicante), España. Poeta, traductor, editor y promotor de poesía moderna internacional. Ha traducido más de treinta libros de poesía española, alemana, inglesa, francesa y latinoamericana; entre estos, obras de Bertolt Brecht, Miguel Hernández, José Ángel Valente, Francisco Brines, Juan Gil-Albert. Ha realizó adaptaciones de poesía árabe, china, persa, japonesa, coreana...
Ha fundado la editorial POINT (POesía INTernacional), que lleva publicados más de ochenta libros de poesía de múltiples países. Junto con los poetas chinos Bei Dao y Duo Duo fundó un nuevo movimiento de poesía, el neosensacionismo.
Organizó en Altea y Alfáz del Pi el festival internacional de poesía “La Costa Poética”. Fue secretario general del Congreso Mundial de Literatura de Valencia. y del Congreso Mundial de Poetas. Es también presidente de la Fundación ITHACA Droogenbroodt-Leroy de la Generalidad Valenciana, vicepresidente de la Academía Mihai Eminescu (Rumania), cofundador de la asociación poética JUNPA (Japan Universal Poets Association, consejero de Ama-Hashi (The Poetic Bridge) de Kyoto (Japón), de Poetry and Discovery (Italia) y colaborador de la publicación poética italiana Margutte.
Por el carácter universal de su obra es invitado frecuentemente a dar recitales y conferencias en universidades y festivales internacionales de poesía en países tales como Argentina, Austria, Bangladesh, República Checa, China, Chipre, Corea, Croacia, Cuba, Egipto, Eslovaquia, España, Taiwan, Irlanda, Italia, Lituania, Macedonia, México, Mongolia, Nepal, Nicaragua, Rusia, Rumania, Serbia, etc. Ha sido nominado para el Premio Nobel de Literatura 2017.
Obras: “Cuarenta en la pared”, “¿Conoces el país? Meditaciones en la orilla del Lago Como”, “Palpable como la ausencia”, “Veinticinco y dos poemas de amor”, “Entre el silencio de tus labios”, “Conversación con el más allá”, “Amanece el cantor”, “El camino”, “Contraluz”, “En la corriente del tiempo. Meditaciones en el Himalaya”, “Desombrada luz”, “El rocío del alba”, antología“La efímera flor del tiempo”, “Gotas de rocío”, haiku.
Sus poemarios han sido publicados en 28 países y 26 lenguas: entre ellas en castellano, chino, checo, eslovaco, alemán, italiano, japonés, macedonio, neerlandés, rumano, hindú, mongol, etc.
Distinciones (selección): Premio de Poesía P.G.Buckinx (Bélgica) con su poemario Conversación con el más allá; Doctorado honoris causa en literatura (Egipto) por sus méritos como poeta, traductor y editor de poesía internacional; Premio de Poesía Juan Alcaide (España) con su poemario En la corriente del tiempo, Meditaciones en el Himalaya; Premio “Pegasus” por la Mongolian Academy of Cultura and Poetry (Mongolia); Premio Mihai Eminescu por sus traducciones de poesía internacional en el Festival Internacional de Poesía de Craiova (Rumania); Premio Mejor Poema del Festival en Tetovo (Macedonia); Kathak Literary Prize (Bangladesh, 2015); “Grand Prix Mihai Eminescu” en el Festival Internacional de Poesía Mihai Eminescu 2015 (Rumania) y “Medaille Mihai Eminescu” por su promoción de la poesía internacional (Rumania, 2015 y 2017); JUNPA Legend Award (Kyoto, Japón, 2017); “Il Premio Speziale, Don Luigi di Lietro – Edición IX en el Capitolio de Roma (Italia, 2017); Premio de Poesía Internacional EASAL de la Academía European de Ciencias, Artes y Literatura (Paris, Francia, 2018); Certificate of Honor por su lectura “The Road” (El camino) al 3rd YiJing Summit Forum (Wuxi, China, 2018).


LA VIDA  [1]
Germain Droogenbroodt ©

Como flor de un día

como puñado de nieve
que un instante brilla al sol
y se funde

lentamente se infiltra

se mezcla
y de nuevo se convierte
- en tierra.


AMANECER  [2]
Germain Droogenbroodt ©

Lentamente
igual como se escribe un poema
surge de la nada
el amanecer

se desprende del silencio
y otorga luz

por todas partes aparece el verde
viático para el sol

que de la tierra
no aparta otra oscuridad

salvo la noche.


NO SIGAS DE LA NOCHE LAS ESTRELLAS  [2]
Germain Droogenbroodt ©

No sigas de la noche las estrellas
sino río arriba la oscuridad
terrestre y palpable

no ahorres la limosna
comparte con los nómadas de la noche
el pan y el vino

arroja rosas en el alba.


EL OLVIDO  [3]
Germain Droogenbroodt ©

La carcoma del olvido
escarba pasillos ciegos
en la tierna carne del cerebro

cosas importantes o anodinas
qué más da
- desaparecen

a veces
emergen en otra parte

a veces
se pierden para siempre.


¿QUÉ MÁS BUSCA LA PALABRA [3]
Germain Droogenbroodt ©

¿Qué más busca la palabra
en los posos del ser
sino lo insondable
que sin embargo existe?

como el agua del río
de la mano escapa
pero en el cántaro
su límite alcanza
su forma conserva
y sacia

como a veces
el poema.

Referencias:
[1] Del libro El camino.
[2] Del libro Contraluz.
[3] Del libro En la corriente del tiempo. Meditaciones en el Himalaya.



JASMÍN CACHEUX

(Xalapa, Veracruz, México, 1984). Su nombre completo es Olga Jasmín Cruz Cacheux. Licenciada en Derecho y en Ciencias de la Comunicación. Estudió la maestría en Literatura en el Centro de Investigación y Docencia en Humanidades del Estado de Morelos (CIDHEM). Poeta, narradora, ensayista. Entre otros reconocimientos obtuvo el Premio Nacional de Cuento Flores Magón (1996) y Mención en el concurso Alfonsina Storni (2007). Publicó Rocío de mar (2014), y ensayos sobre identidad y género en revistas de Latinoamérica y Europa. En 2018 le ha sido otorgado el Premio Nacional en Narrativa Dolores Castro.


CORRESPONDENCIA

Díganle que la he querido,
que estoy entera, dolorosa,
inexacta, nítida,
que sigo siendo,
que estoy, no duermo.

Díganle que he sido sustancial,
incorpórea
y que en su cuerpo desgranado
se quedó conmigo
la necia costumbre de ahogarme.

Díganle, por favor,
cuando sea tarde
que le derrame la voz a las estrellas,
para que nazcan y el cielo no se encamorre,
como esta noche, mientras me marcho.

Díganle que la he querido,
que estoy desnuda, azuzada,
ovillada,
que estoy hendida,
y aún sigue latiendo fuerte
ese lugar casi extinto
en el dedo chico de su mano.
Jasmín Cacheux © (de Creaturas cotidianas)


LA NOSTALGIA

La nostalgia debe llamarse faraona,
debe ser un poco virgen, un poco puta,
estar muerta, arrojada.
Debe llorar cuando no la encuentran,
A tragos grandes, con café y de noche.
Llamarse cielo verde, reventarse,
almidonarse las solapas y salir por la boca,
tragada, masticada, invertebrada.

La nostalgia debiera amarrarse al cuello,
apretar de a poco,
arrugarse,
parirse por el ombligo,
matarse a carcajadas.
Jasmín Cacheux © (de Creaturas cotidianas)



TONI PRAT

Poeta visual. Su nombre completo es Antoni Prat Oriols (Vic, Barcelona, 1952). Cursó estudios de Ingeniería Mecánica, Escultura y Fotografía.
Ha realizado múltiples exposiciones y presentaciones de sus poesías visuales y ha editado libros sobre la especialidad.
Más información sobre sus obras y trayectoria en Suplemento de Realidades y Ficciones:






RICARDO ARIZA

(Cuernavaca, Morelos, México, 1973), poeta, periodista, editor. Dirigió los periódicos Postal y El papel cultural. Fue jefe de redacción del diario La Opinión de Morelos. Ha sido becario del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes y del Fondo Nacional para la Cultural y las Artes. Es jefe de editores de la editorial SelloImpreso.
Publicó el poemario El título es consecuencia del azar, y es autor de cuatro libros.


Los pies de la bailarina
Ricardo Ariza ©
(del libro Anatomía del artista)

Los pies de la bailarina no tienen casa
si no es la habitación del aire.
En el aire el día acaba
y el fuego se extiende
hacia noches interminables;
noches para rodar
sobre duelas y risas
o sobre mantos de duelo
a través de la tormenta y del trueno. Contradicciones de la anatomía:
los pies calzados de nubes precipitan
la lluvia por las mañanas.
Alados, saludan al sol,
derretidos en su corporeidad de caballos.
Tienen rostros de animales
hechos de madera
o de barro improvisado.
Los pies son cisnes
cuyo plumaje se enloda
en el agua verde del lago.
Se sostienen en el filo del viento,
mentirosos,
como Hermes o como Pegaso.
Alguna vez quisieron volver a la tierra,
pero los aplausos
—al final de las funciones de gala—
los mantuvieron en el aire
—como a esas moscas que ya no
se atreven a volver
a los cuerpos despiertos—.


Marginalia
Ricardo Ariza ©

Visiblemente trastornado
Eras ángel del atardecer
Dibujante en alas de acetileno
Que no contemplará la furia
De tantas páginas escritas.

El laberinto de los días
Se abrió para ti
Con la clave designada
Y vivir era estar atado a la melancolía
De un constante ir al tumbo de los mares.

Animal de juegos en barcos de papel
Que atracaron más rápido que
La isla en dibujarse en ese mar ignoto
De la infancia.

Eras solo el traje de luces
Que vistieron tus años niños
Entre alevosa utilería de fantasmas
Las horas muertas frente a la ventana.



FERNANDO NEGRETE

Nació en 1942 en la calle Goicoechea, hoy desaparecida, a cincuenta metros escasos de la torre vieja del Pilar, y vivió en el otro Arrabal, donde las peleas a golpes eran harto frecuentes, en Zaragoza, España, ciudad en que reside. Su nombre completo es José Fernando Negrete Gaspar.
Aprendió a leer antes de los tres años, lo que le permitió empaparse (antes de lo conveniente, según él) de los libros de la biblioteca de su abuelo, uno de los repatriados de las Filipinas. Estudió con los Maristas, terminando el bachillerato, a los quince años, y el PREU, a los dieciséis. Sus mejores notas las obtuvo en latín, filosofía y matemáticas. A pesar de eso, sus padres quisieron que fuera aparejador, carrera con la que se ganaría mejor la vida y que estudiara en Madrid. Colaboro con constructores, promotores y arquitectos, compaginando su vida profesional con el trabajo como funcionario por oposición.
Ha escrito una novela, Tenía que haber una explicación (Zaragoza, Mira Editores, Sueños de tinta, 2017). Nos ha enviado narraciones cortas, de las que hoy publicamos algunas.


LA CHAQUETA NEGRA
Fernando Negrete ©

Cada vez que viajo por la autovía desde Zaragoza a Huesca, lo recuerdo angustiado y un escalofrío recorre mi cuerpo poniéndome la piel de gallina.
Fue una mañana a finales de agosto cuando las rastrojeras levantan tiesas apenas un palmo del suelo y podrían utilizarse como lecho de faquir, y los caracoles ya habían corrido a subirse a los bordes de los ribazos en cuanto el sol anunció su luminosa presencia sin asomar aún por el horizonte.
Había salido a media mañana de Almudévar, mi pueblo, y bajado de sus alturas a los campos de cereal ya recogido. Mi intención era coger unos cuantos caracoles porque le había prometido a Ángela, mi mujer, un puñado de esos bichos para enriquecer el rancho que sería nuestra comida.
Al llegar a la acequia encofrada y levantada del suelo con arcos que la convertían en un pequeño acueducto, la estúpida sonrisa de Estrapalucio me saludó pontificando y enseñándome su red llena de cascarones:
—No encontrarás ya ninguno, has bajado demasiado tarde y estos no son tontos porque ya están crecidicos y solo salen de noche.
—Ya lo sé, Estra, pero solo los quiero para acompañar un rancho y tengo un par de horas para cogerlos, además si no encuentro o encuentro pocos tampoco pasa nada.
A mi paisano, su padre le había puesto ese raro nombre porque su enorme cabeza, cuando nació, había desgarrado de tal manera las bajeras de su madre y provocado tal estropicio, que el nombre le venía al pelo.
Me separé de él para que no supiera mis artes y trucos para encontrar los cornúpetas y me alejé dos tablas más abajo de su posición.
Había una luz extraña en el ambiente que me había llamado la atención ya en la amanecida, y las nubes pasaban con gran prisa como si no quisieran asistir a no sé qué desastre. Por si acaso me puse a la tarea sin alejarme mucho del pequeño acueducto para poder refugiarme bajo sus arquitos si caía pedrisco.
A la media hora de rascar ribazos y haber ensacado un kilo escaso de caracoles, decidí dejarlo y me senté pensando: «Qué a gusto me fumaría ahora un cigarrillo».
No podía ser, había dejado el vicio cuando un paquete de tabaco costaba lo mismo que un kilo de carne, y yo, que tantas veces había criticado a los drogatas por gastarse el sueldo en un día y vivir el resto del mes agobiando a los padres cuando no a los abuelos, quise ser coherente con mis ideas y dejé el maldito cigarrillo.
De pronto el cielo se cubrió de nubes negras dando la sensación de una atardecida prematura y cuando escuché un gran trueno sin haber visto antes su mensajero el rayo, corrí a refugiarme de la posible pedregada, pero la tormenta no descargó.
Así estaba, pensando sin pensar, cuando cerca de mí vi asomar por el borde de un ribazo un trozo de plástico bastante rígido y me puse a tirar de él para llevármelo y arrojarlo en el basurero.
Fue mucho más difícil de lo que pensé, porque al tirar con fuerza comprobé que se trataba de la funda de un traje que además contenía una chaqueta negra. Al extraerla de su funda pude comprobar que se encontraba en un estado impecable como si la hubieran enterrado aquella misma mañana.
En ese momento justo, un trueno escalofriante estalló sobre mi cabeza al tiempo que una centella golpeaba el suelo a pocos metros de mí.
«¡Vaya! Una tormenta seca, dicen que esas son las peores y yo aquí a cuerpo gentil» —pensé.
Me quedé esperando agachado un par de minutos el siguiente rayo, pero este no se produjo y seguí inmóvil sin soltar la chaqueta.
Hoy no sé por qué lo hice, pero lo hice, rebusqué en todos los bolsillos y comprobé que estaban vacíos, pero yo, que había tenido en tiempos una chaqueta parecida, seguí buscando el bolsillo escondido y lo encontré.
Recordé también que en aquella chaqueta y en un bolsillo escondido era donde guardaba, para que madre no lo encontrara, el resto del medio paquete de cigarrillos que compraba cuando era mocé a las agüelicas de la cesta —¿qué habrá sido de ellas?—, y fui derecho a ese cado.
Allí estaba un paquete medio arrugado conteniendo tres cigarrillos Bisonte, mis preferidos en la niñez.
Cuando toqué aquel viejo paquete con mis dedos y comprobé su contenido, sentí cerca de mí como una fuerte respiración asmática y entonces, muy asustado, lo solté de inmediato y me quedé escuchando. ¿Lo había imaginado?
Dejé pasar un par de minutos más hasta convencerme que habían sido imaginaciones mías y volví a introducir mi mano derecha en el bolsillo escondido, pero ahora procurando no tocar el paquete de tabaco y esperando algún sonido extraño que no se produjo.
Un violento viento solano despertó entonces haciéndome elevar mi vista al cielo. Los viejos hablaban sobre este tipo de tormentas diciendo: «Dicen que las peores tormentas son las que proceden del sureste», y empecé a preocuparme.
En un estúpido gesto cerré mi mano sobre el paquete y lo saqué rápidamente de un golpe.
Fue entonces cuando, al dejar la chaqueta en el suelo, comencé a escuchar sonidos extraños acompañados de una respiración angustiosa. Eché a correr asustado y al mirar hacia atrás vi alzarse una pequeña nube de humo negro que salía de la maldita chaqueta. Ahora escuchaba claramente un sonido ronco: ¡Ío, ío, ío...! Acompañado de una respiración jadeante cada vez más acelerada y angustiosa, y sentí un escalofrío que convirtió mi cuerpo en un tembloroso diapasón insonoro.
Ya a cierta distancia me quedé parado mirando el humo que salía de la chaqueta e instintivamente saqué uno de los cigarrillos del paquete y me dispuse a encenderlo esperando acontecimientos.
—¡Ío, ío, ío...! —creí escuchar.
Los gritos ahora eran demoníacos y la respiración era como la de una enorme caldera de carbón con la boca de carga abierta.
La pequeña nube de humo negro comenzó a moverse hacia mí, primero despacio y después acelerando, entonces fue cuando escuché claramente lo que repetía implacable aquella horrible voz:
—¡¡Mío, mío, mío...!!
Corrí horrorizado buscando ayuda en derredor y cuando vi a mi paisano Estrapalucio encontré la salvación y le grité mostrándole el paquete de tabaco:
—¿Te apetece un pitillo, Estrapa?
El pobre sonrió con esa estúpida sonrisa suya y bajó repetidamente la cabeza asintiendo.
En ese momento yo sentía muy cerca de mí aquel extraño jadeo y escuchaba la voz que repetía cada vez más fuerte y roncamente:
—¡¡¡Mío, mío, mío!!!
No tuve piedad de él, arrojé el paquete de cigarrillos a mi paisano y corrí como un caballo desbocado.
Noté como el jadeo se alejaba, volví la cabeza y me paré. Lo que vi entonces me heló el alma; mi paisano había sacado un cigarrillo del paquete maldito y lo introdujo en su boca con intención de encenderlo, yo grité arrepentido de mi acción cuando la nubecilla se acercó a él:
—¡Nooooo!
Cerré los ojos aterrado y los volví a entreabrir al escuchar de nuevo la terrible voz:
—¡¡¡Mío, Mío, Mío...!!!
Cuando Estrapalucio prendió el cigarrillo, la nube lo absorbió y de pronto...
Una gran llamarada lo envolvió haciéndolo desaparecer por completo en pocos segundos quedando únicamente una enorme mancha negra en el rastrojo.
Sentí, mejor dicho supe, que la extraña nubecilla me miraba como si tuviera vida, luego se giró en redondo dirigiéndose hacia la chaqueta maldita.
Lo que sucedió a continuación fue aún más increíble porque aquella pequeña nube se introdujo en la chaqueta, esta se envolvió en su funda y se enterró en el borde mismo del ribazo donde lo encontré, no sin antes gritar desaforadamente:
—¡¡¡Mío, mío, mío...!!! —desapareciendo.
Corrí como alma que lleva el diablo mientras descargaba sobre mí una pedregada que amenazaba con descalabrarme y no paré hasta coronar el cerro del pueblo.
Al llegar allí había escampado, el sol lucía brillante y me paré para recuperar el resuello, después, ya calmado, me dirigí al estanco y pedí un paquete de cigarrillos Bisonte. Pabla, la estanquera, una mujer mayor y muy abundante, se quedó mirándome sorprendida e incrédula y me dijo:
—Tendrá que ser otra marca porque esa ya no la fabrican hace ya muchos años, cariño.
Compré un paquete de no sé que marca, lo abrí, me dirigí a la roca despeñadero del pueblo y arroje la mitad de los cigarrillos monte abajo esperando, tal vez, con este gesto pagar mi pecado y calmar a no sé quien, luego encendí con miedo un cigarrillo esperando acontecimientos, pero no sucedió nada y por fin marché a casa.
—¿Dónde están los caracoles, marido? ¿Ya estás fumando otra vez?
Con estas palabras me saludó Ángela, mi mujer, y yo no supe que decir, me encogí de hombros, la besé en la frente y me comprendió porque ella también fuma, pero cuando me quitó el cigarrillo de la boca y gritó: —¡Este es mío!—un escalofrío me sacudió el cuerpo.
Desde aquel día no he vuelto a fumar y cuando tengo que viajar a Huesca desde Zaragoza por cuestiones de trabajo, rara vez tomo la autovía inacabada para los restos, Sagunto-Francia, y voy por la carretera de Sariñena cruzando la maravillosa e impensable Sierra de Alcubierre en el borde de los fantasmales y maravillosos Montes Negros, quizás su último vestigio.
No me importa pasar por todos los pueblos que visita esta carretera, aunque en el primer pueblo que atraviesa, Villamayor de Gállego, antes pedanía rural de Zaragoza, fue donde fumé —maldito sea aquel día— el primer cigarrillo ofrecido por un chico mucho mayor que yo, el cual me dijo en plan borde dándome un pitillo:
—¡Toma, chaval, hazte hombre y fuma de una puta vez!
Cuando recuerdo a aquel idiota, después de tantos años, le pongo la cara de mi paisano Estrapalucio y entonces sonrío estúpidamente como sonreía él, es como si la venganza por iniciarme en el tabaco estuviera servida.
¿Fue todo un sueño? Tal vez, pero desde entonces nunca volvimos a ver por el pueblo a mi paisano Estrapalucio.



FEDERICO LUIS BAGGINI

Nació el 11/8/1987 en Buenos Aires, Argentina. Reside en Villa Santa Rita y es bibliotecario en la Asociación Cultural, Social y Biblioteca Popular “Helena Larroque de Roffo” (Villa del Parque), de esa misma ciudad. Licenciado en bibliotecología (2012) por el Instituto de Formación Técnica Superior.
Distinciones: Primeros premios en Concurso “Nuevos escritores”, Maracaibo, Venezuela; en Concurso “Nueva Literatura”, Tandil, Argentina y en Concurso “Renglones por la Paz”, Hernando, Argentina. Cuarta mención en Concurso “Cartas de amor”, Ciudad de Buenos Aires, Argentina. Primera mención en Concurso “El cuento del día”, Virtual – Facebook, El cuento del díaicar.car.
Enlaces a publicaciones electrónicas: http://www.federicobaggini.com/escritura
Obras: Acariciapájaros y otros cuentos (2012), Repeticiones, reiteraciones. (2016), Agonías (2016). En los tres casos en Buenos Aires, edición sin marca editorial.
Más sobre su trayectoria y obras literarias en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 74:



QUÉ DECIR
Federico Luis Baggini ©

Yo me arrojé al entrevero,
Arrogante, indefenso,
Un puñal mordido
Entre dientes.

Y nada he cometido,
Aquí me encuentran sentado,
A la vera de la travesía.
He sido a veces el sueño que siempre solo se sueña,
Y en aguas se llora.

Doy los pasos sin huellas,
Me preludio contrariado de una caminata
entre rieles.
Yo era un acaso,
Colmena de latidos fulgentes,
que ilumina al Platero y yo.

Un extraviado olor a sal,
Un fuego
El vacío.
Su diapasón
Al borde
El desgarro de una ceniza.


GRIS
Federico Luis Baggini ©

Me preocupa tu recurrencia
los servicios del vez en cuando
llamaradas, desfile de chirridos
De cualquier forma,
así pasan los días,
así mueren,
entre los colores de la orina
cuando casi enferman
la palidez y los pálidos
Entonces, me preocupo aún más
tal vez no por la poca cosa
de lo que latís en la actualidad,
sino por el porvenir, por aquello
aún estéril
aún aluvión
aún guerra
aún patógeno
aún vos.



ENRIQUE CAVESTANY

Pintor, diseñador industrial, ilustrador de prensa, escritor.
Dibujante en El País de Madrid (1978-2008); ilustrador y colaborador en: Revista de Occidente, La Estafeta Literaria, Informaciones, Sábado Gráfico, Gentleman, Televisión Española; programa de mobiliario para la firma Kalon de Madrid (1977-1978), entre otros. Comisario de la exposición “La Prensa Ilustrada, Madrid 1976-2008”, inaugura La Mandrágora en Madrid (1978), presidente de la Asociación de Artistas plásticos de Madrid (1996), cofundador de la Entidad de Gestión de derechos de autor de artistas plásticos, VEGAP (1991). Trabajó como escenógrafo en Stadsteater de Goteborg, Suecia (2012 -2013).

Mural calle Embajadores
El Rastro, Madrid
(Enrique Cavestany)
Exposiciones: Participó en 29 exposiciones individuales y 33 colectivas desde 1969 a 2012
Publicaciones: Cangrejo de alta mar (Madrid, Ed. Istmo, 1971, Una cueva diluvial en la Cava Baja (Madrid, Fundación Enrius & Trama Editorial), El Mundo Perdido de Los Oparvorulos (Diputación de Cuenca, Fundación Antonio Pérez, 2007), Gángsters & Falleras (Madrid, Bubok Publishing, 2011), Guilhem, una historia caníbal (Madrid, Ed.Libros.com, 2016).
Distinciones: Primeros premios de la Agrupación de Decoradores por su proyecto para el Pabellón Español en la Feria de Zagreb (Ex Yugoslavia, 1969) y en el Concurso Nacional de Acuarela (1973), premio en el Concurso para diseño de mobiliario SKAI (Esàña, 1973) y de proyecto para diseño tarima flotante. TAFISA (1975), primer premio de la V convocatoria del Premio Adaja de Pintura. Ávila (España, 1980), mención de honor en la Bienal de Pintura Gran Duque de Alba (Ávila, 1982).
Obras en: Museo Municipal de Arte Contemporáneo (Madrid), Museo de Bellas Artes de Castilla-La Mancha (Albacete), Museo del Dibujo (Castillo de Larrés, Huesca), Museo de Arte Contemporáneo Las Carmelitas (Cuenca), Colección Banco Hipotecario (Madrid).
Obras en paseos públicos: Escultura “La bicicleta de Leonardo da Vinci” en autovía de circunvalación Badajoz, Extremadura, y Mural en la Plaza de Cascorro, por encargo del Ayuntamiento en Madrid (1983).


DE OCHO A CUATRO
Enrique Cavestany ©

8 A.M. Te dispones a salir de casa a toda prisa decidido a no llegar otra vez tarde a la oficina.
8,17 A.M. Algo no va bien, pero no acabas de saber exactamente de qué se trata. Bueno, déjalo, no será nada importante.
8,25 A.M. Ya en la escalera, te das cuenta de que te falta una pierna.
8,27 A.M. La situación es comprometida pues consideras inmediatamente que Don Saturio no te permitirá entrar a la oficina sin pierna.
8,39 A.M. Hay que encontrar la pierna a toda costa. Los niños, han sido los niños... Habrán estado jugando con ella a los paralíticos y vete a saber dónde la han dejado luego.
8,55 A.M. ¡Vicentaaa, no encuentro mi pierna y son casi las nueve!
9,15 A.M. Tienes que enfrentarte a la realidad, dice Vicente, que no han sido los niños. La pierna se la ha llevado el lechero que hace tiempo que le iba detrás con ganas.
9,30 A.M. En la calle, y lamentándote de tener que volver a usar las muletas del tío Mariano, corres hasta la parada del autobús.
9,55 A.M. Llegas a la oficina justo a tiempo para evitar que te cierren la puerta sobre la otra pierna.
10,15 A.M. Congestionado y jadeante te sientas a tu mesa frente al ordenador, con hora y media de retraso. Sientes las turbias miradas de tus compañeros que te echan en cara tu falta de puntualidad (claro, a ellos no se les ha perdido ninguna pierna).
10,25 A.M. Don Saturio te abronca mientras descubre que, encima, vienes cojo. Te abronca más.
10,35 A.M. Por si la bronca no fuera suficiente, tienes que soportar los consejos del jefe acerca de la conveniencia de tener varias piernas de repuesto que puedes guardar en la taquilla, que para eso está.
10,40 A.M. Consideras en silencio que con la mierda de sueldo que cobras no te llega para nada, y menos para unas piernas de repuesto.
11,15 A.M. Por el hueco del muñón empiezan a salir los gusanos. ¡Lo que faltaba! Si le cojo al lechero, se va a enterar.
11,20 A.M. Le pides a Manoli por favor, un sobre para ir metiendo los gusanos pero ella te dice que es mejor recogerlos en el cenicero, y que no es por no darte el sobre ¿sabes?, es que me parece una tontería , teniendo ese cenicero con tapa que además, desde que está prohibido fumar, ya no sirve para las colillas.
12,13 P.M. Los gusanos salen hoy mucho más despacio que de costumbre, la verdad es que hay días en los que más valdría quedarse en la cama.
12,29 P.M. Con el cenicero lleno de gusanos te diriges a los lavabos.
12,33 P.M. ¡Lorente, acaba pronto, por favor, que tengo que usar el retrete!
12,45 P.M. Sale Lorente pálido y con los ojos hinchados y enrojecidos. No los tires por favor, guárdamelos que mi sobrino me los pide todos los días. Perdona Lorente, siempre se me olvida lo del niño.
12,50 P.M. Lorente envuelve los gusanos en papel higiénico y se los guarda en el bolsillo del pantalón mientras empapa de sangre un pañuelo.
12,55 P.M. Acompañas a Lorente hasta su mesa sujetándolo por debajo de los brazos procurando no mancharte de sangre. Sí. es que es una barbaridad lo que haces Lorente, te lo digo siempre, si no sabes cortarte las uñas como todo el mundo que te las corte tu mujer, o tu cuñada, no sé pero vamos, cortarte los dedos de esa manera con unas tenazas, me parece una cosa innecesaria.
14,45 P.M. Se acerca la hora de la salida y tecleas cualquier cosa en el ordenador de Lorente, que sigue todavía sin dedos, para que no se dé cuenta don Saturio y porque es un buen compañero y sabes que hasta por la tarde a última hora no le brotan los otros dedos. Pero hombre, joder Lorente, es que con estas tonterías pierdes toda la mañana.
16 P.M. El lechero te jura que él no tiene la pierna.



VÍCTOR ELIGIO GIMÉNEZ

Nacido y residente en la Provincia de Misiones, Argentina. Licenciado en psicología. Narrador y poeta. Autor de los poemarios Existencia (2006) y Profundidades (2012), Editorial Universitaria de la Universidad Nacional de Misiones.
Primer Premio en el Concurso de Poesía “Alberto Szeretter”, SADE - Misiones (SADEM) en el año 2003. Mención de honor en diversos certámenes nacionales literarios. Ha participado en varias publicaciones locales.
Más de sus obras en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 76:



SEÑORITA DE BARRIO
Víctor Eligio Giménez ©

Con esa piel cetrina que exhala su fragancia
y ese andar de cintura y caderas convocando,
así, muchacha pueblo, corteza de la tierra,
frescura y sencillez, es el candor del barrio.

Con el cabello suelto, con el pudor intacto,
preciosa cenicienta que observa sin mirar;
los libros o el trabajo, los pies o el colectivo,
y sábado a la noche licencia de soñar.

Distancia sin delirio, sabor hecho sonrisa,
fantástico motivo para capitular;
sin humos palaciegos y sin complicaciones,
un poema, una rosa, un beso y a bailar.

Señorita de barrio cercana a lo más simple,
amor almacenado queriendo derramar;
que no hay mujer más dulce ni más enamorable
que la que pisa barro para buscar el pan.


A PESAR Y EN TU GRACIA
Víctor Eligio Giménez ©

A pesar de la furia
con que a veces me tratas
yo te amo, poesía,
compañera frecuente.

A pesar del desgarro
que me vas alumbrando
yo te amo, poesía,
peligrosa pendiente.

A pesar de las tripas
que me vas desnudando
yo te amo, poesía,
visceral y latiente.

Purificas mi sangre
del hedor de sus mares
y traspasas tinieblas
con tu verbo caliente.


DESPROTECCIÓN
Víctor Eligio Giménez ©

El paso del ser humano por la luz de la vida está poblado de puntos demasiado oscuros, de situaciones que la historia, en su intento por narrar y explicar el proceder del hombre, ni remotamente llega a comprender. Porque la vida está compuesta mayoritariamente por acontecimientos no históricos, no trascendentes sino inmanentes.
La vejez y la pobreza suelen componer una asociación perversa, impía, de una cotidianeidad avasallante. Un perfil apenas de los muchos que posee la condición humana.
Así es que hoy puedo observar al tío Juan, otrora joven emprendedor con ciertas soluciones a ofrecer y ciertos recursos que exhibir. Hoy, ya septuagenario, se aferra a la vida a través de un tubo de oxígeno que le permite, por ahora, enfrentar a su crónico enfisema pulmonar. La enfermedad se llevó los últimos ahorros, la jubilación es insuficiente, los últimos años ya no dejaron producir. Hoy solo existe en el recuerdo —principalmente en el suyo— aquel hombre de vital importancia que supo ser para su entorno. Hoy requiere una enfermera diaria, una mochila de oxígeno más sofisticada que le permita desplazarse; y que el tiempo pase lenta, cautelosamente.
Me pregunto qué importancia podría darle un hombre en su situación a las noticias que le acerca el periódico que reposa sobre su cama. ¿Qué puede importarle la bomba que explotó en Irak…?, ¿qué relevancia tendrá para él la publicitada marcha contra la globalización o al menos la crisis de los tealeros en el interior de la provincia…? Está demasiado enfermo. Le cuesta respirar. Está viejo y sin dinero. Se trata de sobrevivir apenas, y nada menos.
Hoy aguarda la visita de seres a los que antes visitaba generosamente predispuesto. Una hora de recuerdos estará bien…
En la infinita soledad de su desgracia sabe que el final es un ave rapaz, águila o carancho, que está esperando frente a él y se aproxima (cuando uno es joven y sano también sabe que va a morir, pero uno no le siente las pisadas a la muerte).
Me sigo preguntando. ¿Qué fantasmas atroces y malvados acuden a su memoria en sus horas más aciagas…?, ¿qué recuerdos de la primera infancia hoy se afirman para hacerle compañía…?, ¿qué culpa o qué traición guarda ese hombre…?, ¿qué decepción lo ha resignado…?, ¿qué dolor íntimo está dispuesto a llevarse con él cual una herida intransferible del combate…?
Hay poca claridad. De a ratos, aún más se agita la respiración. Afortunadamente, despiertan sus nietos y le arriman su inocencia, su ternura, su simpleza; aunque también —supongo yo— la conciencia de que si el futuro es de ellos, él no puede incluirse en ningún proyecto más o menos mediato. Es así. La biología se preserva a sí misma renovándose. Hay que ceder espacio a los que vienen desde atrás, con otra fuerza. Es lógico, pero puede doler si se piensa que antes ellos no existían y uno tenía el control -o eso parecía- del tiempo cronológico. Alguna vez también pasó que mientras se apagaba la vida del abuelo o de aquel padre, uno accedía a potenciar su propio tiempo.
Se puede decir que en la vejez todo se complica, en demasía. Hay múltiples ejemplos diariamente. El cuerpo se debilita, las energías escapan. Las enfermedades persiguen, acorralan, modifican destruyendo.
Pronto me di cuenta de la crueldad de la vejez, de cómo transformaba nuestro rostro, nuestro cuerpo, nuestras posibilidades, nuestras esperanzas, de cómo podía deteriorar incluso conducir a la demencia. Lo que me resulta ingenuamente novedoso es el estrecho vínculo que la vejez tiende a propiciar con la pobreza económica, que en esta etapa de la vida se consolida como la pobreza más peligrosa. Posición económica que a priori no significa indigencia, que abarca una amplia franja; en la vejez la pueden potenciar todos aquellos que no son millonarios o poderosos. Porque vejez es debilidad, imperiosa necesidad de cobertura médica, remedios constantes, cuidados especiales, improductividad. Y en la corta o en la larga es urgencia económica, aun en sus distintas medidas.
Todo cambia en la vejez. Nuestra importancia, nuestras posibilidades de elección, nuestras prioridades, las prioridades de los demás… En los tiempos actuales, es muy difícil sentirse un anciano digno. Aunque lo fuese. Pienso en tantas personas de trabajo que conocí y conozco, que alguna vez protegieron y fueron suficientes, con defectos y virtudes, con errores y aciertos, pero autónomos y fuertes. Y luego tan desprotegidos. La realidad de tantos viejos… ¡Cuánto horror!
Siempre me sugirió que era un nostálgico que no tenía con quien nostalgiar. Sus silencios sabían ser notablemente elocuentes. Ayer estuve con él, con mi tío Juan. Y me llamó la atención la cantidad de veces que memoró a su padre, muerto hace más de treinta y cinco años. ¿Será que se están acercando…?, ¿será que está volviendo a él…?
Si es que la alcanzo, ¿qué humillaciones me embargarán en la vejez…?, ¿cómo evitarlas…?
Porque finalmente se confirma el carácter individual de la existencia, y uno queda irremediablemente solo ante su noche inexorable. Y nadie, ni siquiera una hija con la sensibilidad que tiene la hija del tío Juan, puede ampararnos lo necesario ni puede descargarnos de nuestro fin. Que es personal, definitivamente personal.



JORDI MATAMOROS SÁNCHEZ

Nació en Badalona (Barcelona), España, en 1967, ciudad en que reside. Cursó tres años de filosofía y letras en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona.
Le gusta ahondar en aquellos temas que hacen aflorar los sentimientos, fusionando un mundo ficticio y real, haciendo referencia a la dualidad humana y a todos esos miedos sobre los que no queremos ni pensar a pesar de conocer su existencia.
Autor de El gran cultivador (septiembre 2012), obra finalista en “La isla de las letras”, En un segundo (marzo 2014), Cataluña, golpe a la violencia de género (octubre 2014), El círculo de humo (abril 2015) y La Biblia Aria (2017). Coautor de Cataluña, golpe a la corrupción (junio 2013).
Más sobre sus obras en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 71:

 @jordimatamoros


QUIZÁS MAÑANA
Jordi Matamoros Sánchez ©

Era de noche. La carretera secundaria estaba mal iluminada, quizás fue por eso o quizás por la excesiva velocidad de aquél auto, pero lo cierto es que el conductor no llegó a ver el camino de tierra que se adentraba en el bosque.
El camino estaba medio sepultado por la vegetación y únicamente era transitable a pié. No tendría más de doscientos metros e iba a parar a una solitaria casa de madera.
A primera vista parecía abandonada, solo la débil luz de una vela a través de una ventana indicaba que allí vivía alguien.
Tres años antes, cuando la compró aquel matrimonio, huyendo de la ciudad para iniciar una nueva vida, el aspecto era muy diferente, pero las cosas, a veces, no son como las esperamos y ella no se adaptó bien al lugar.
“Juan, no sé si me adaptaré”, dijiste cuando la compramos, y lo dijiste cada día durante todo el primer año. “Juan, volvamos a la ciudad; Juan, aquí no puedo vivir; Juan, me ahogo aquí sola; Juan, necesito ver gente; Juan, me deprimo….”, así todo el puñetero año.
Parece mentira como han cambiado las cosas. El primer año me insinuaste varias veces la posibilidad de dejarme, supongo que después de aquella discusión tan fuerte te calmaste, pero me desilusionaste tanto qué, desde entonces, cada día me digo lo mismo: “quizás mañana te deje abandonada”.
Tú ya ni me miras, ni me hablas… Eso me entristece porque, en el fondo, aún te quiero.
“Quizás mañana te deje”, pero no sé si soportaría no verte más, no sé si soportaría no volver a oler tu presencia, quizás mañana te deje…
Diciendo esto, Juan, como cada noche desde hacía dos años, volvió a cerrar el baúl donde había metido el cadáver de su mujer después de degollarla.



SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 81 – Marzo de 2019 – Año X
ISSN 2250-5385
Exp. RL-2018-52427183-APN-DNDA#MJ del 18/10/2018, Dirección Nacional del Derecho de Autor / República Argentina.



Propietario y Director: Héctor Zabala
Av. Del Libertador 6039 (C1428ARD)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
Currículo en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 75:



Colaboradores

Corrección general:
Noelia Natalia Barchuk Löwer
Resistencia (Chaco), Argentina


Ilustración de carátula y emblema:
Mónica Villarreal
Scottsdale (Arizona), Estados Unidos
Monterrey (Nuevo León), México
@mon_villarreal
Currículo en revista Realidades y Ficciones Nº 17:

El listado completo de colaboraciones al Suplemento de REALIDADES Y FICCIONES se encuentra a la derecha del blog bajo el acápite AUTORES.

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 @RyF_Supl_Letras

Las opiniones vertidas en los artículos de esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor pertinente.

"Realidades y Ficciones"
Mónica Villarreal (2014)
acrílico y óleo sobre
papel-lienzo, 30 cm x 30 cm

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