SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 74 – Septiembre de 2017 – Año VIII
ISSN 2250-5385
Inscripción gratuita como LECTOR
si escribe a zab_he@hotmail.com
indicando nombre y apellido,
ciudad y país
(se le avisará cada nuevo número
trimestral).
“Flying hummingbird” (Colibrí en vuelo)
Mónica Villarreal (2017)
(Acrílico sobre papel,
11" x 14")
Serie “Hummingbirds”
(Colibríes)
|
Sumario:
• Isabel LLORCA BOSCO (Argentina)
• Adán ECHEVERRÍA (México)
• Ainhoa BÁRCENA ESCARTI (España)
• Alberto ESPINOSA OROZCO (México)
• Alberto QUERO (Venezuela)
• Florencia Mayra GARGIULO (Argentina)
• Omar MARTÍNEZ GONZÁLEZ (Cuba)
• María Isabel CLAUSEN (Argentina)
• Federico Luis BAGGINI (Argentina)
• Washington Daniel GOROSITO PÉREZ
(Uruguay-México)
• Jorge Alberto BAUDÉS (Argentina)
• Marcos Miguel CORONADO (Perú)
ISABEL LLORCA BOSCO
(Buenos Aires, Argentina, 1952).
Poeta, narradora, crítica literaria. Profesora en Letras (UBA). Coordinadora de
talleres literarios. Conductora de programas culturales de radio. Jurado en
certámenes de poesía y narrativa. Integró el equipo de REVISTA SESAM y conforma
el de POLIS LITERARIA. Ha publicado en las antologías: Concurso Nacional de
Poesía SADE 2000, Primer Concurso de poesía Macedonio Fernández (2004) y en las
revistas Dialogantes, Ser en la
Cultura , La
Autopista del Sur y Francachela. También en las páginas
digitales argentinas Música rara, AERA, Axolotl, Buracos Quentes, Mis Poetas
Contemporáneos y Suplemento de Realidades y Ficciones; Lakúma-Pusáki (Chile);
Prometeo Digital y Blog de Marchena (ambas de España); Paralelo 30 (Brasil),
Crear para leer (Italia), entre otras.
Distinciones:
• Primer premio en el Certamen
Nacional de Poesía “Julio Arístides” de la Casa Universitaria
de Gral. San Martín (2006).
• Mención en el Certamen
Internacional “Letras de Oro” (2008) de Honorarte.
• Mención en el Primer Concurso
Nacional de Poesía Macedonio Fernández del Círculo Médico de Lomas (2004).
• Primer finalista en el Certamen
Internacional Contextos de Relato Breve (2002).
• Finalista en el IV Concurso
Internacional de Minicuento Fantástico “miNatura 2006”. Madrid, España, (2006).
Más obras de esta escritora en
Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 52:
https://www.facebook.com/groups/1726489064327755/
(Bellas Artes y Buenas Letras)
ÁRBOL
Isabel
Llorca Bosco ©
Fue
preciso que este árbol no fuese perenne,
que
no se oyera más el oleaje de sus filigranas amarillentas
que
de golpe las espadas del viento las fuesen separando,
sí,
arrasadas a golpes de voz
hasta
el sitio de donde no se vuelve,
a
pesar de las cicatrices de las podas
que
muestran sus redondeles de tiempo.
A
pesar de lo sólido del tronco
y
de la raíz fuertemente anudada.
No
fue perenne, fue preciso:
una
vida por otras.
Solo
una brizna de brotes claros
en
el ramaje transparente que termina
en
un ramo de nervios.
No
fue perenne para que las generaciones
no
se destruyeran una a otra
en
la locura
de
persistir viviendo la presión de su amor.
Todo
o nada.
Y
fueron lejos, de donde no se vuelve.
Aunque
a veces una marquesina de pájaros translúcidos
cubre
el árbol
y
empieza un cuchicheo de historias y poemas.
Y
entonces el sol no daña, ni la tormenta, ni el viento.
Sin
embargo, en esos días, aunque pese,
el
árbol añora su sombra. Y yo también.
VERTEBRAL
Isabel
Llorca Bosco ©
del
último deshielo
de
los castillos últimos
derrumbes
que me acosan
que
pesan como la equivocación
aunque
blancos no dejan de ser escombros
un
agua de inviernos no vistos arrugada y gris
cae
y mi cuerpo se la bebe
y
nace el síntoma
que
me cubre de rojo
que
resuena en mi columna
en
el labrado capitel donde
como
en la novela de Anatole France
un
viejo fauno ríe
hasta
hacerme perder el equilibrio
ADÁN ECHEVERRÍA
Mérida (Yucatán), México (1975).
Narrador y poeta. Integra el Centro Yucateco de Escritores.
Premio Estatal de Literatura
Infantil Elvia Rodríguez Cirerol (2011), Nacional de Literatura y Artes
Plásticas El Búho 2008 en poesía, Nacional de Poesía Tintanueva (2008),
Nacional de Poesía Rosario Castellanos (2007). Becario del FONCA, Jóvenes
Creadores, en Novela (2005-2006).
Ha publicado en poesía El ropero del suicida (2002), Delirios de hombre ave (2004), Xenankó (2005), La sonrisa del insecto (2008), Tremévolo
(2009) y La confusión creciente de la
alcantarilla (2011); el libro de cuentos Fuga de memorias (2006), y las novelas Arena (2009) y Seremos tumba
(2011). Participó en los libros colectivos Litoral
del relámpago: imágenes y ficciones (Ediciones Zur, 2003), Venturas, nubes y estridencias
(ICY-INJUVY, 2003), Los mejores poemas
mexicanos. Edición 2005 (Fundación para las letras mexicanas y Joaquín
Mortiz-Editorial Planeta, 2005). Ha participado también en diversas revistas
literarias y secciones culturales de periódicos.
Aparte de su actividad literaria, es
biólogo con Maestría en Producción Animal Tropical por la Universidad Autónoma
de Yucatán (UADY).
Realidades y Ficciones ha publicado
obras y artículos de este escritor en:
Suplemento
de Realidades y Ficciones Nº 64: http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com.ar/2015/03/
Revista RyF
26: http://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com.ar/2016/09/
Revista RyF
27: http://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com.ar/2016/12/
NIGROMANCIA
Adán Echeverría ©
Desde temprano, Julio y Josué
compiten por los favores de Raquelcita. Me aburren, no tienen otro tema desde
que recogimos las redes de niebla. No estoy de acuerdo en sus argumentos para
despreciar a Patricia, aunque la diferencia de carnes entre ambas sea notable.
Cultivar a cada instante estos pensamientos resulta en extremo sexista: ¿cuál sería
la reacción de ellas ante esta plática?, ¿pensarán lo mismo de nosotros? Como
si las mujeres se dedicaran a platicar sobre el tamaño de nuestros miembros.
No es misterio el afán de su
coquetería. Ahora mismo han ido al cenote a bañarse, seguras que ellos correrán
a espiarlas; pero no ocultan su desnudez y la inmundicia se vuelve ajena,
antigua; se tallan una a otra con lentitud, desafiantes, etéreas. En lo que a mí
respecta, no siento interés por participar en competencias machistas ni en
andar de espía. Desde que mi chava se largó con ese antropólogo de mierda, tres
días después de casarnos, he pensado retirarme de este vicio o, por lo menos,
llevármela tranquilo en lo que a parejas se refiere. ¡Qué importan dos
chiquitas de veinte que aún no saben de la vida! Entiendo que su visión de lo
ambiental (lo ecológico) solo es moda. Para sentirse “in”, necesitan participar
en proyectos que les permitan dormir al aire libre, compartir pensamientos
estériles de conservación sin otro sentido que el ligue, el destrampe.
Acreditarse en la
Greenpeace o en otra agencia conservacionista, presumir su
activismo en las marchas contra la violencia, correr desnudas con los
globalifóbicos gritando consignas que, la mayoría de las veces, ni siquiera
entienden, pero “qué divertido es, sobre todo si es en la Riviera Maya ”, y al
concluir los estudios, casarse con un abogado o un contador que gane buena
plata, no ejercer su profesión, y poder contratar niñeras que cuiden sus
chamacos; pasear en sus Windstar por las avenidas, estrenar vestidos de marca
todos los domingos, y viajar a Disney en verano. Cuántas compañeras de salón no
acabaron así... y... no viven al día... como... ¿?.. yo...
—De eso se trata —rezongó Julio—
aprovecharlas cuando están dispuestitas y calientes, las muy perras. Si no te
la coges hoy, otro se la cogerá mañana.
—¡Benditas sean las ideas
conservacionistas de las mujeres! Ojalá todas sigan su ejemplo. No las queremos
para escribir un tratado de ecología. ¿O sí?... Que sepan mover el trasero es
suficiente —Josué hizo una pausa— el que pierda, se queda con Patricia —volvían
las apuestas.
—Ni está tan flaca la Paty , no chinguen
—intervine—, considero un hecho, que a las flacas: ¡no te las acabas! Y mi
vieja era flaca, sé de lo que hablo. Son impresionantes, im-pre-sio-nan-tes...—cometí
la estupidez de seguirles el juego.
— Pero te dejó, maestro. Nunca
pudiste “acabártela” —Julio golpeó a Josué con el codo en busca de aprobación:
—No lograbas complacerla. ¿Tienes mi teléfono, no? —los labios de Julio eran un
sarcasmo retorciéndose; un escupitajo de hombría despilfarrando hormonas—
cuando vuelva a pasarte, háblame..., o mejor.., dile que me hable... —y
soltaron una risa burlona que sigue en los oídos como taladro de recuerdos.
—¡Chinguen a su madre!
En Crucero Tabi, compraré las
cervezas y una marqueta de hielo.
Son las cinco de la tarde. En la
iglesia llaman a misa. Los habitantes se apretan en la entrada del templo con
sus ropas de colores grises. Cargan flores y velas apagadas, y han vestido a
sus hijos con ropas nuevas. Las mujeres mayores se cubren la cabeza con sus
rebozos. Un murmullo de cantos alarga las caras. Pasan a mi lado y me ven sobre
el hombro, como si tuviera la culpa de la miseria que comparten, como si el
misticismo de sus creencias tuviera que despertar algún tipo de entusiasmo y me
pudiera mover la vena, el sentimiento. Este juego con la muerte que heredamos,
este no cesar de invocarla a cada instante, como si la muerte, los espíritus y
el tan temido dios pudieran detener el espanto de las guerras, el avance de las
plagas y la hambruna, el desempleo constante. Tanto despilfarre en estos ritos.
Tengo la ropa sucia, el pelo desarreglado, y no debo oler nada bien; estoy acá,
en este sitio, a un costado de la selva, por la dedicación al trabajo, a la investigación
y los monitoreos, no por quedarme a rezarle a dioses que ni tenemos la certeza
que nos escuchen ¿acaso mi esfuerzo les interesa a éstos pelmazos?
Hago contraste con el entorno
cargado de olor a incienso. Soy lo contrario a sus rituales. Pero, aunque no me
conmueven, no me la paso gritando: ¡bendito dios, soy ateo! Ni pretextando
nada, cómo lo hacía mi ex: le pedí y le pedí que sanara a mi hermana y nunca se
cumplió, por eso ya no creo. Que los muertos entierren a sus muertos, ¿dónde
escuché esta idea?
—¿Acaso no sabe que hoy se celebra a
los difuntos?— aclaró el encargado de la agencia de cervezas cuando le
cuestioné sobre tanto movimiento en el poblado. – ¡Que se diviertan!, cada
quien con sus creencias, porque hay de fiestas a fiestas, y nosotros tendremos
la propia, concluí.
Regreso a la estación de campo, en la Reserva de Tabi, mientras
los murmullos del poblado se disuelven en la vegetación. Hay una mujer
recogiendo flores a la orilla del camino. La camioneta se sacude haciendo que
la nevera caiga del asiento. Freno. En el retrovisor otra figura femenina
observa. Desciendo del vehículo. Cruza una parvada de alas cafés y ya no veo a
la mujer que tenía atrás. Me trepo de nuevo a la camioneta, levanto la nevera,
cierro la portezuela y pongo en marcha el motor...
—¿Ustedes han estado capturando
aves?— la mujer que recogía flores habla junto a la ventanilla. Contesto que
hemos terminado. Me regala una de las florecitas de tajonal que recogió, y se
despide con cierta amabilidad. Avanzo con lentitud por la vereda y la miro
caminar, detenerse a ver las flores del camino, arrancarlas, olfatearlas.
Vuelve a pasar la misma parvada, en silencio —migratorias..., estoy seguro, por
eso vuelan en silencio.
Apenas llego al campamento, todos
agarran su chela para liberarse del calor que aprieta. Enciendo la fogata.
Josué mató una boa que se había introducido en la letrina. Asada es deliciosa,
así que la preparo. Servirá de botana. Cae la noche.
Las dos mujeres del camino
secuestran un instante el pensamiento. Enciendo un cigarrillo y miro a los
compañeros. Qué alegres me parecen, qué estúpidos. Tal vez a su edad veía las
cosas de la misma forma. He envejecido, no cabe duda. La claridad se arrastra
fuera de la estación de campo, lejos de las cabañas, solo la fogata ilumina.
Sostengo la flor en la mano, pienso en la mujer que desapareció después de
darme la flor, en las aves, en el día de muertos, en la flor que sostengo en la
mano, en mi ex esposa limpiándome la casa al abandonarme. Y la flor crece,
disminuye, crece, se agita... cierro la mano y se deshacen sus colores, son
polvo amarillo-blanco.
Sé que esos cabrones hablan de mí,
creen que no sé que me observan, que se burlan. Pinche Julio ya le agarró la
mano a Raquel. Y el otro empieza a conformarse con Patricia, ¿no que era un
hueso? Niñas tontas. Estúpidos vagos. Solo a esto vienen: “tienes un
conocimiento inmenso de las aves”. No mamen, que importancia tiene lo que
digan. ¡Estoy quebrado! No me alcanza ni para la renta. De que me han servido
tantos estudios. Como a ellas las mantiene papi. Después de todo tiene razón
Julio, no sirven más que para coger. Que les aproveche. Es mejor estar solo,
sin que estén jodiendo todo el tiempo con los “¿me quieres?” y toda esa
cursilería. Si se fue, que le vaya bien, no necesito que vuelva, ¿cómo si el
amor tuviera segundas partes? ¡Qué chingados..! Estoy bajo la noche, me pagan
por disfrutar esto, este cielo, este aroma.... ¡Qué importa lo demás!
Ya casi las tienen, en cualquier
momento comenzarán a buscar lejanías. A través del humo sus siluetas
distorsionadas crecen ondulantes. La carne de boa asándose en las brasas
acrecienta el asco. (Me quemé los labios con el cigarrillo). El suelo se mueve
como si abriera las fauces para tragarme. Causa risa perder el equilibrio,
sentir el vértigo. Tengo sed. Sentado en esta roca el humo de la fogata no
alcanza los ojos. Los árboles petrifican la noche, se miran más altos, enormes.
El calor de las llamas y el frío de la noche coinciden en el cuerpo. Brota de
la piel un huracán que mece las ramas y las fricciona; sonidos que semejan
serpientes en apareo. Voy a vomitar.
A través de la maraña de árboles
llegan cinco niños tomados de la mano. En fila rodean la fogata, giran
alrededor, cantan. Trato de entender, pero no logro hilar el significado de las
estrofas: la música de la grabadora, y los gritos de los compañeros mientras
hablan, me lo impide. Estoy ebrio, estoy ebrio, estoy ebrio, golpeaba el pecho
para expulsar la culpa, aquellos días cuando me mantenía remojado en alcohol,
como una bolsita de té instantáneo; he controlado la bebida, y puedo pasármela,
así como hoy, observando cómo los demás se emborrachan, pero mi voluntad es un
recuerdo incómodo, ese trébol de la espalda, esas miradas de los niños, ese
alucinante cantar sin detenerse. Vomito detrás de un chaká. Me ha hecho mal la
carne de la serpiente, estoy mareado. Una mancha azul, brillante, intensa,
escurre en el suelo. Los críos corren alrededor de la candela, riendo. Los
compañeros siguen platicando, fuera de foco, beben su cerveza muy despacio.
Patricia voltea a verme, soy un lindo espectáculo; tengo ganas de orinar. Y
estos pinches niños giran tomados de la mano alrededor de la fogata. Mis
compañeros se percatan de su presencia; voltean a verme, y consigo extender la
mano señalándolos, encogiéndome de hombros. Se acercan a la fogata, ocupan su
lugar alrededor de la crecida flama y la danza de los niños se detiene.
Una niña camina hacia el fuego, da
media vuelta, queda frente a mí; las llamas le lamen el vestido, crece su
rostro en la hoguera. Continúo recargado en el árbol donde oriné, trato de no
perder detalle del espectáculo, intento no caerme.
Paty me busca, pero el fuste del
árbol y la oscuridad me alejan de su vista.
—En este lugar no se debe cazar sin
pedir permiso al Señor del Monte. Aquel que lo hiciere, llegará el día que
despierte y sus piernas no responderán— la niña regresa a su lugar. Impulsa de
nuevo la danza. Dos vueltas completas y otro niño toma la palabra: —Están
marcadas las espinas de la ceiba con su nombre— cierra los ojos y esconde el
rostro indio sobre el pecho luminoso; —aquel que se bañe desnudo en el cenote
será maldito. No podrá tener hijos— traga aire y grita: — hace algunos años,
unos cazadores ahogaron a la niña de mi vida, en aquel cenote..., — convulsiona
junto a la fogata, su voz es un hilo de amargura, el viento revuelve su
cabellos, se levantan las cenizas y las brazas, remolinos de polvo y el
estruendo de las ramas de los árboles en el balanceo.
Un grito sacude las espaldas,
proviene de la dirección en que se encuentra el cenote. Las sonrisas
desaparecen de los rostros de mis compañeros. Los niños giran su danza. El
rostro alterado de Patricia es hermoso. ¿Realmente se escuchó ese grito? Josué
sigue bebiendo. Julio fuma sin importar quemarse los dedos. Me contagia las
ganas de encender otro cigarro. A ver si queda uno.., aunque sea uno... la
inmensidad del cielo regala sus estrellas. Paty viene hacia mí, y la ronda
vuelve a detenerse. Otro niño despega los labios:
—El viento escapa del poblado, los
sonidos de la muerte se acercan— vuelven a girar. Julio se levanta y grita
desde su lugar: —-¿Hey, cabrón, de qué se trata?, ¿intentas asustarnos?— Josué
bebe su cerveza con los ojos colgados del movimiento de la lumbre. Paty se
detiene a mi lado, le tomo la mano que hierve. Raquel se abraza las piernas y
recarga su quijada en las rodillas, iluminada por el fuego puedo apreciar en su
rostro el contraste de la noche. ¡Es hermosa! Si el pinche Julio se la lleva a
la cama, será mi maldito héroe. Su belleza es la civilización que corre
estrepitosa, la verdad del nuevo siglo, ¿y este abandono de pobreza?, ya nada
encaja en este viaje al interior del estado, ella no encaja en esta profesión,
en el vulgar recorrido de comunidades heridas por el abandono. No encajan estos
niños de rostros indios con la piel tan blanca. No encaja el frío aumentando.
Ni el comenzar a sentirme intranquilo que crece a cada instante.
Raquel estira las manos hacia las
flamas, y comienza a murmurar el canto de los niños. Estos se detienen y otra niña
habla jalándose los cabellos: —La noche se marchita, la luz extingue. Es hora
de tristezas, de lamentos, ¡cuiden a sus niños, cierren las casas, no los dejen
ir al monte por la noche!— el grito atrás de mí, vuelve, esta vez más cerca.
Camino hacia donde creo que proviene. Pero la oscuridad es mucha y poco mi
valor. Solo veo ramas enmarañadas. Josué ingresa en la danza de los niños
alrededor de la fogata, levanta las piernas hasta las rodillas, gira sobre su
eje, aplaude, ríe sin soltar el envase de su chela.
—El niño mas grande tiene los ojos
cerrados— le digo a Patricia mientras la abrazo. Ella toma el cigarrillo de mis
dedos, le da una chupada sin dejar de mirar la ronda. Julio grita algo desde su
lugar, pero no pongo atención, mis dientes se encajan en el cuello de Patricia,
que echa atrás la mano derecha, jala mi cabeza para obligarme a seguir
mordiendo. Josué sigue mirando el subir y bajar de las llamas, y con pequeños
brincos las imita. Raquel tiene los ojos cerrados, mueve el cuerpo adelante y atrás,
mientras gira la cabeza murmurando la melodía. Sigo con la vista al mayor, su
piel es de un blanco brilloso.
La figura de una lechuza atraviesa
el humo. Es una sombra blanca deslizándose. Con su aleteo aviva las llamas, nos
atrapa su hermoso plumaje. Se posa en una rama seca del chaká, por encima de mi
cabeza. Sus grandes ojos penetran la pupila. El silencio se hace presente, con
su garra enorme. Se detienen los murmullos, los cantos ceden. Los niños
abandonan el baile, sus ojos opacos se unen al asombro de los biólogos, y
posamos la mirada en el graznido del ave inmensa. Nos observa con sus redondos
ojos anaranjados. Y este graznido sigue creciendo. Raquel dice entusiasmada:
—¿Es una Tyto alba?— sin voltear a
verla muevo la cabeza en negativa; jamás he visto una lechuza de ese tamaño.
Josué que no deja de mover las piernas, dando brinquitos, dice: — ¡Valió la
pena el viaje!— y ataca su cerveza hasta el fondo. El cielo se ha nublado, las
nubes tienen coloración rojiza, seguramente por las quemas en los terrenos
cercanos... pero... estamos en noviembre.
El más alto de los niños se da
vuelta para quedar frente a nosotros. Dice imperativamente, mientras sus ojos
grises inquietan: — ¡A callar!... les diré que anuncia la presencia de esa
ave... —extiende las manos sobre las llamas, su voz de seca autoridad, hace
dudar en la fisonomía infantil que tiene su cuerpo. Se agacha para recoger un
madero encendido, lo acerca a sus labios, sopla... Queda el brillo rojizo de la
brasa. Me clava la mirada y, mientras camina hacia donde me encuentro, eleva el
volumen de su voz. Su voz es grave... grave... gutural..:
—¡En cada pueblo, las brujas enredan
en la lengua los pecados de los habitantes. Cuando cae la noche, huyen hacia el
monte a levantar una fogata. Beben licores amargos. Rompen sus ropas. Bailan. Y
en el éxtasis se abren las venas, mientras su sangre gotea... —ya no esta sola
la lechuza en las ramas del chaká, cientos de aves se han reunido en los
ramajes: tordos, chipes, tángaras, cuervos, todas observan, observan inmóviles,
silentes. Cada uno de los niños sostiene la mano de uno de mis compañeros, —...
nadie del poblado debe salir al monte, en noches como esta, porque la bestia
ocupa los rincones, penetra los árboles, anida en las aguas, se arrastra por
las hierbas y crece su sombra en la espalda de borrachos que deambulan la noche
del día de muertos!— al decir la última frase, acerca su rostro al mío.
Finaliza en un susurro: —¡Dicen que escuchar su canto es signo de enfermedad y
muerte!—, posa su mano sobre la brasa, abre al máximo los ojos, y en ellos miro
mi rostro, y mis días de niño, aquella vez cuando levanté un pájaro de la
carretera y lo intenté curar, había muerto, y yo pesqué una infección que me
tuvo en cama dos días ardiendo en fiebre.
Mi rostro entristecido, creciendo
dentro las pupilas del más grande de los niños; lo empujo para alejarlo, y mis
manos atravesaron su cuerpo que se ha vuelto humo. La nube de pájaros detrás de
mí se descuelga. Patricia suelta las manos de la niña que está junto a ella y
se abraza a mi cuerpo, llegan las aves y la arrancan de mis brazos. Detrás de
la fogata crecen las siluetas de las mujeres del camino, crecen con la
oscuridad; se escucha el movimiento de las ramas, y las hierbas como si los
animales estuvieran huyendo o acercándose. Me pica la palma de la mano, el
polvo amarillo-blanco recupera su forma de flor, y miro el rostro de la mujer
del tajonal que ríe a carcajadas detrás de las sombras que proyecta la fogata.
Quema la piel de la mano. Se oye el graznido de las aves enfurecidas que
descienden hacia los cuerpos de los compañeros. Patricia grita ya sin ojos,
intenta mantenerse de pie y huir. El cuerpo de los niños se transforma en
remolino de luz, intensa luz que ciega. No puedo ver... humo..., humo..., humo,
correrías y gritos por todas partes...
AINHOA BÁRCENA ESCARTI
(Cádiz, España, 1984) Reside en
Madrid. Narradora. Ha sido galardonada con múltiples distinciones en certámenes
literarios.
Varios libros en eBook (Amazon): Todas las cosas que escribí cuando ninguno
de ellos miraba, Terror Express, Descorazonados. Su obra La muchacha de la ventana fue publicada
en castellano y en gallego (A rapaza da
ventá).
Asimismo, tiene varios cuentos en
antologías, así como en diversas páginas y revistas literarias.
Más sobre su biografía y obras en:
Suplemento de Realidades y Ficciones Nº
60: http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com.ar/2014/03/
Ainhoa Bárcena Escarti ©
La noche era calurosa, las sábanas
se pegaban al cuerpo. No tiene aire acondicionado, está sudando. Duerme, se
mueve y se destapa. Finalmente un brazo sudoroso, tanto como ella misma, acaba
despertándola avanzando sobre su cara. Lo aparta, se levanta, abre la ventana y
fuma un cigarrillo a la luz de la noche. Entonces piensa: “Hace tanto que no se
ven las estrellas.” Mira la cama ocupada casi entera por él. Le observa e
irremediablemente se dice a sí misma: “Los dos vivimos en la misma ciudad,
pequeña, vieja, hermosa, limitada. Apenas diez o incluso quince minutos nos
separan. Pero la realidad es muy distinta porque hay mil universos entre
nosotros. Miro a mi lecho y veo otro cuerpo, uno que no es el tuyo. Entonces me
pregunto si ese era nuestro mejor final.”
DESPERTAR
DE UNA MAÑANA DE ENERO
Ainhoa Bárcena Escarti ©
Aquel día la mañana entraba perezosa
en mi vida. Me encontraba resguardada bajo las capas de la tarta de mi cama,
las sábanas, las mantas, el edredón. Se estaba tan calentita. Fuera me esperaba
la jornada más fría de ese enero que intentaba helarme hasta el alma.
Pi-pipipipi-pi pipipipi ¡oh! El despertador anulaba el hechizo del sueño.
Alargo la mano, lo apago y le detesto. Estaba a punto de darme un beso. El
despertador es el culpable de todos los sueños rotos y las malas caras
mañaneras, con ese beso el despertar y encontrarme con el mundo habría sido
perfecto. Saco una mano, luego la otra, me destapo, abro un ojo, el otro, me
incorporo. Ya estoy despierta. No hay sol, tan solo nubes negras que auguran un
día nada apetecible. Es demasiado temprano, y ya hay gente. Observo el
hormiguero humano desde la ventana. Me quedo pensando y ¿qué tipo de hormiga
soy? Paso a la acción. El tiempo pasa. Se hace tarde. El tiempo no perdona.
Pequeño torturador infame. Salgo por la puerta dispuesta irremediablemente a
enfrentarme a un nuevo día. En el autobús mientras oigo mi música, pienso en el
beso y me digo esta noche me lo darás.
EN LA OSCURIDAD
Ainhoa Bárcena Escarti ©
Había dos hermanas, iguales como
gotas de agua. Un día de verano cogidas de la mano paseaban por el bosque. Una
de ellas, Ariadna, vio algo entre las sombras y curiosa decidió acercarse.
Noelia tenía miedo pero seguía a su hermana. Poco a poco se adentraron más y
más hasta que todo era negrura. Agarradas de la mano intentaban palpar de entre
la nada algo que indicara una salida. Entonces un ruido, un chasquido, las
rodeaba. Una garra de uñas afiladas rasgó el vestido de Noelia. Corrieron y corrieron
rumbo a no sabían dónde. De pronto una luz, pero cuanto más se acercaban a ella
más lejos estaba. Lograron adivinar por la silueta que dibujaba que era una
puerta. “La salvación”, pensaron. De nuevo el sonido, el chasquido y una
respiración propia de los peores infiernos. Sus pies empezaron torpemente a
reunirse con la soñada salida. Ariadna estaba a unos centímetros de ella cuando
la garra asió esta vez la pierna de Noelia. Tiró de su hermana con todas sus
fuerzas. La garra era más fuerte y las arrastraba. Ariadna intentó ver a
Noelia, pero no pudo. Y entre la densa oscuridad Ariadna pidió perdón. Soltó a
Noelia y salió por la puerta. Tras de sí solo dejó alaridos de terror y dolor.
DEEP BLUE
SEA
Ainhoa Bárcena Escarti ©
La luz del mar olía tanto o más que
las propias olas húmedas y centelleantes como pequeños big bagnes en eclosión.
Allí en el abismo, embriagado en el salitre y las gaviotas. Pensó que todo
aquel gran azul podría ser un comienzo. Saltó y se sumergió en el profundo,
profundo inalcanzable azul.
ALBERTO ESPINOSA OROZCO
Nació en Mérida y reside en Victoria
(Estado de Durango), México. Ensayista y poeta. Docente. Estudió maestría en
ética en la
Universidad Nacional Autónoma de México (USAM). Profesor de
artes plásticas, estudió en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado
“La Esmeralda ”.
Coordinador general en Terranova Durango. Obtuvo el segundo puesto y mención
especial en el III Concurso de Poesía de El Boulevard Encantado (2014), en
México. Colabora en diversos medios literarios.
Más de sus obras en revista
literaria Realidades y Ficciones;
EL CIRCO
Alberto
Espinosa Orozco ©
Nada
vale hoy; todo es representación, teatro,
vana
apariencia, pues no es la verdad
lo
que a los corazones llama, sino el circo:
nos
hemos vuelto actores, siempre lo fuimos;
a
la palestra salimos, actuamos nuestro papel
afortunada
o desafortunadamente nos movemos,
peinados,
limpios, erguidos, bien vestidos;
luego
cae el telón: es la muerte fatal que nos acoge.
Eso
es todo: la función ha terminado para que luego
la
función vuelve a empezar, volvemos a leer nuestro papel:
con
nuestra propia voz dotamos de carne al espectáculo;
pedimos
poca cosa: en el camerino un espejo, tras bambalinas
un
beso, y el tablado la conjunción de una rima en el verso ,
la
posesión de la figura que nos da forma cayendo como un rayo
y
en las butacas sin fin el aplauso unido del público diverso:
el
gerente del teatro es el que gana: es mitades tigre y payaso.
HIPNOSIS
Alberto
Espinosa Orozco
El
polvo suelto levantado en torbellinos
asecha
en las equinas empujado
a
su desordenado confín sin titubeos
los
desechos desgastados por las horas.
El
polvo de oro ya quemado por el tiempo
ahogado
por el peso de las sombras
residuo
de hojarasca vuelto harapo,
sucio
trapo devastado, agónico, exhausto
desmayado
como un manto gris sobre el asfalto.
El
viento turbio enemigo de las leyes,
el
viento estrábico que silba airado,
bobino
obtuso que acomete el otro lado
de
las horas, acosa al tiempo hueco
como
a una cáscara reseca para hollarlo
con
su pelambre pútrido de musgosos hongos;
Insistente
torbellino maniatado
arrojado
en su manía repetitiva
a la ruinosa ciudad abandonada
que
levanta al polvo de su letargo
invadiendo
los rincones sin memoria
desangrados
de su sabia de recuerdos.
el
viento sordo, que malamente apuesta
a
ser silbido obtuso de su propio vacío sin escondite,
desbarata
los nítidos perfiles en su rencor de hielo
recorriendo
incesante las vidrieras por las calles
de
la ciudad amortajada, olfateando a su presa
en
su bufido con las narices pegadas contra el suelo
llevando
en el seno de su hueco una malignidad.
El
viento contrario del oeste obtuso,
filoso
como arena, salado como arenque,
vendaval
cuyo hocico vuelto lanza recorre
la
plaza deprimida, revolviendo el cabo
del
hilo de memoria con los días desleídos,
empujando
su deshilachada esfera hasta tocar
el
eco mudo de las tapias funerarias y el vacío
que
ciego late discordante al otro lado
-confundiendo
en su ajetrear al día
con
la hipnótica fijeza de la noche.
ALBERTO QUERO
Nació en Maracaibo, Venezuela.
Narrador y poeta.
Licenciado en Letras, Magister en
Literatura Venezolana y Doctor en Ciencias Humanas por la Universidad del Zulia.
Miembro de la
Sociedad Iberoamericana de Escritores, el Parlamento
Internacional de Escritores de Barranquilla y la Asociación Venezolana
de Semiótica.
Galardonado con diversos premios
literarios en Venezuela, ha publicado además seis libros de cuentos y un
poemario.
Más sobre su obra literaria y
carrera profesional en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 71: http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com.ar/2016/12/
JUAN DEL
SILENCIO
Alberto Quero ©
Ese día la noticia corrió de boca en
boca. En todo el país imperaba la consternación. Nadie dudaba de que un ilustre
estaba a punto de dejar este mundo; controversial y polémico pero ilustre. Los
rumores iban y venían, el tema era la comidilla del día. La gente se agrupaba
en pequeños corrillos y cada cual procuraba cotejar la información que traía
con la que los demás aportaban. En cada esquina los murmullos giraban siempre
en torno al mismo tema: todo Copenhague sabía quién se estaba muriendo. A
algunos de los reverendos ministros daneses les volvió el alma al cuerpo:
sentían que el pertinaz latiguillo que denunciaba los vicios del clero, por fin
cesaría. Muchos dijeron que era la única forma en la que aquel hombre enjuto y
jorobado verdaderamente enmudecería. Y en efecto, en su lecho de agonizante, él
permanecía asaz callado; más: estaba reposado, casi plácido. Era también la
primea vez que la angustia no le dominaba. Y eso le desconcertaba.
Nadie lo supo, pero él mismo notó la
paradoja: únicamente al borde de la muerte pudo contemplar la tranquilidad de
la vida. Aquella sensación le resultaba completamente ajena, parecía algo así
como una chispa sorprendente, una inédita descarga de paz.
En el primer momento trató de hacer
que aquella quietud se convirtiera en felicidad, pero se contuvo. Le pareció
que no era prudente permitir que ese chisporroteo desconocido y recóndito se
convirtiera en una peligrosa flama que le redujera el alma a cenizas. Y lo más
importante, en el último momento no podía abjurar de sus convicciones. Ceder
ante la calma, rendirse ante el sosiego que le asaltaba hubiera sido casi como
declararse agnóstico o hegeliano.
Otras cosas podían quedar para
después. Perdonar a su padre por haber blasfemado contra el Espíritu Santo,
hacer las paces con su hermano, todo eso era postergable; después de todo, la
merced divina podría soslayarlo. Pero era fundamental evitar una contradicción
entre la vida y la filosofía, por eso prefirió no alegrarse.
Justo antes de morir, Sören Aabye
Kierkegaard desechó la serenidad que le agobiaba y se aferró con mayor fervor a
la desesperación: supo que si no lo hacía, las puertas del Cielo quedarían para
él permanentemente cerradas.
EL BUFÓN
Alberto Quero ©
Érase dos veces (porque hipócritas
eran sus intenciones) un hombre malvado que deseaba hacer todo el daño posible
al mayor número de personas. Por ello decidió convertirse en payaso; creyó que
sería divertido encender un fuego, salir a escena y decir lo que pasaba; el
público, al verle disfrazado, pensaría que se trataba de un chiste y en vez de
abandonar el circo, reiría alegremente y un segundo después moriría
achicharrado.
Sin embargo un día el hombre malvado
comenzó a leer un libro escrito por Kierkegaard y vio que la idea del fuego ya
había sido descrita. El bufón montó en cólera, no solo por ver frustrado su
plan sino también por el ardor del filósofo danés.
Concluyó entonces hacer algo más
radical. Pensó que debía provocar el incendio, pero dudó acerca de cuál era la
mejor actitud: callar o contarlo deliberadamente como un chiste. Al final optó
por lo segundo. Se le hizo que organizar un genocidio era más bien sencillo;
pero ejecutarlo y al mismo tiempo quedar como un maestro de la comedia, era
genialidad pura.
EL
CASTIGO
Alberto Quero ©
Después de observar cuidadosamente
la situación del mundo y tras mucho pensarlo, Dios decidió castigar a la Humanidad. Hizo
primero un inventario de todos sus antiguos intentos por tratar de dar un
escarmiento a la raza humana: recordó la expulsión del Edén, el Diluvio y la
serie de desastres naturales que durante los tiempos han sacudido la faz de la Tierra. Sin embargo,
de todos los castigos hubo uno que le llamó profundamente la atención y se
quedó pensando en él durante largo rato: Babel.
Al ver a Dios tan abstraído en el
recuento de la paralización de la monumental obra que los hombres habían
iniciado, San Pedro le preguntó:
—¿Pensáis, Señor, repetir la
experiencia de confundir las lenguas de las gentes?
—No, Pedro —respondió Dios—, las
culpas de los hombres son mucho mayores que antaño. Esta vez, como en verdad
quiero dejar de ser misericordioso, tengo en mente un castigo más fuerte que el
anterior. Confundir sus lenguas ha sido algo demasiado leve, ahora haré una
cosa más terrible aún.
—¿Qué puede ser más terrible que
hacer que cada pueblo hable un idioma distinto, Señor?
—Hacer que todos los pueblos hablen
el mismo idioma.
Así, Dios tomó un lápiz y su agenda
de ideas pendientes y escribió lo que había decidido. Con un solo trazo puso:
“proyecto de Apocalipsis”. Y vio Dios que era buena la idea, pero no quiso
utilizarla de inmediato. Más bien, desde entonces ha estado buscando el momento
oportuno para ejecutar su plan.
FLORENCIA MAYRA GARGIULO
(Buenos Aires, Argentina, 1990)
Narradora y poeta. Vive en Carlos Paz, Provincia de Córdoba. Además de
escribir, actividad que empezó a muy temprana edad —seis años— es artista
plástica (técnica mixta y muralismo).
Más de sus obras se encuentran en Suplemento
de Realidades y Ficciones Nº 59:
UN CUENTO
PARA SARA
Florencia Mayra Gargiulo ©
Antes del diez llamo a Sara, le
aviso que voy a pasar el ocho a pagarle el alquiler, las expensas y servicios.
Siempre voy a su casa porque es una señora mayor, no es que yo haya querido
tomar la precaución de ser cordial con ella, sino que, me recuerda su estado
cada vez que la llamo por teléfono, aun sabiendo que voy a ir. Tiene todos los
problemas físicos que un casi muerto puede tener, aparte vive en mi mismo
barrio, tiene dos hijos, uno es maestro de música y el otro empresario. Ambos
parecen tener alguna deficiencia muy sutil, a veces bastante identificable. El
maestro de música vive con ella. Marido muerto, jubilada, lentes de lupa.
Le toco el timbre, se acerca
lentamente a la puerta arrastrando las pantuflas como queriendo mirarme por la
oreja, no me reconoce, está casi sorda, nunca me reconoce, solo ve una silueta
y se imagina que soy yo ¿Quién va ser si no? Nunca sé de qué color tiene los
ojos, no la miro, no sé por qué pero nunca lo hago, iris de alma muerta. Me
abre, lentamente cierra la reja, no me saluda, nunca me saluda, yo a veces
cuando estoy de muy buen humor, la saludo y le pregunto: ¿cómo está? Sabiendo
que su respuesta estará minada de quejas: “Mal hija, me duele la ciática, me
operaron de los ojos, me sacaron las pastillas, ahora voy a tener que pagarlas
yo” y un montón de otros reproches de la edad, producidos cuando el contador
del tiempo quiere pedir un crédito a la muerte, cuando la sociedad construye un
palo muy caro y difícil de mantener para sostener en pie un árbol talado.
Me escolta entonces lentamente por
el frío pasillo caminando por el piso de azulejos amarillos, pasando por el
living cubierto de una cortina de PVC diagonalmente entrecruzada, tan
entrecruzada que tapa la puerta de entrada a la cocina comedor y hay que
correrla para pasar, la baldosa floja y rota que siempre me dice que no pise,
que la tiene que arreglar; me imagino que está hablando de ella. ¡A los
hechos!, yo la cambiaria y la edad, bueno, no tiene cura. Paso, me siento en la
silla de madera, pongo los papeles sobre la mesa de madera maciza, caoba
oscura, siento que estoy en la reunión ejecutiva de una empresa de publicidad,
pero entonces escucho las pantuflas arrastradas por los pies que las dirigen y
vuelvo. Como un ladrón que vació lo robado de un almacén, saco todo de la
cartera con una mano, ella a la cabecera, empieza a examinar los documentos
como un dinosaurio antropólogo buscando los restos de una raza anterior.
Miro a la derecha, al final de la
mesa hay un mueble antiguo contra la pared, sobre la repisa del mueble donde
supongo guarda la vajilla, chucherías y las cenizas de la madre (es fácil
suponer, pero sé que si pienso esto, seguramente tenga un muerto metido ahí,
separado por categoría de extremidades), hay una muñeca con ojos abiertos, esas
de porcelana con colitas, rubia, sentada con su vestido en una esquina, tiesa,
al lado un perro momificado por suerte no se ven sus ojos debajo del flequillo
azabache, entonces un cofre, al parecer de música y para terminar el cuadro, un
florero blanco con dibujos estilo oriental en azul ultramar y sus flores de
plástico.
Entonces empieza la obra, ¡revolotea
el papel de las expensas como un cometa en forma de fénix, que nace y renace
constantemente frente a sus pupilas, entonces le digo el total y ella empieza a
llamar a su hijo a los gritos para que lea el total que siempre es el mismo!,
pero no confía en mí y el hijo que parece peor que ella con lentes de lupa
también y unos pocos pelos asociados a neuronas, empieza a mirar la hoja sin
entender nada de lo que dice, girándola como si estuviera jugando al RACE 2000,
mirando la primer hoja y la última sin encontrar donde está la lista de los
nombres de los dueños y los montos a pagar, ella se altera y le dice: “¡acá!,
¡acá!” Y le marca dónde tiene que mirar, él parece no ve nada y le dice:
“¡pará, pará!” a todo yo estoy sentada mirándolos con la boca entreabierta a
punto de derramar una gota de saliva de incomprensible desasosiego, entonces él
empieza a tirar números al azar y dice “1500”, no, no, le digo, no es $1500, y
se queda callado, empieza a mirarla otra vez y tira otro número, $1000, y Sara
se altera diciendo “no, no…”, y le saca las hojas “acá, donde dice 7:23, ¡acá,
por Dios!”. Yo pienso pobre Sara, tiene razón, si tu hijo es peor que vos y vos
sabés que estás para el entierro…, él dice finalmente el número correcto o no,
y yo agarro la hoja y digo el número nuevamente, pero esta vez tampoco debe
creerme, simplemente está cansada y quiere matar a su hijo, me pide
religiosamente que se lo marque con una lapicera Bic azul, que esconde recelosa
bajo la estatua de una virgen enteramente blanca, en esos recovecos/altarcitos
que tienen las casas antiguas, y las viejas de casas antiguas, se lo marco con
un círculo bordeando toda la información. Después cuenta la plata; billete por
billete, hasta llegar al total del número y luego le mira la cara a Julio
Argentino Roca, y me mira a mí, a ver si sigo ahí o pasó tanto tiempo entre
billete y billete que yo estoy haciendo otra cosa, termina de contar y mira los
servicios uno por uno, buscando el de “alumbrado, barrido y limpieza”, lo
repite varias veces y cuando lo encuentra dice “acá está, acá está” dejándose
tranquila, entonces le doy la plata de las expensas y cuenta otra vez, mirando
a Roca. Entre todo eso, yo ya guardé el recibo en mi cartera, y tengo en mente
salir corriendo sin pisar la baldosa. En el segundo que termino de contar,
empieza a decirme que le duele la pierna, que la tienen que operar otra vez,
entonces yo me voy parando, mirándola y asintiendo mientras giro el picaporte y
abro la puerta rectangular que me entrega una visión dividida por la cortina de
PVC; a la izquierda el hall y el pasillo de salida, plantas abarrotadas contra
la pared, y a la derecha una mesa de plástico y sillas del mismo modelo, de
color blanco y algunas otras plantas esparcidas, al lado de la puerta la otra
entada a la cocina y a los cuartos. Por suerte siempre elijo la izquierda.
Solemne camina hacia la salida, me parece que siempre que me saluda le parece
un milagro, seguir con vida digo, siempre que le voy a pagar tengo cierto morbo
y miedo, de que el hijo me diga que se murió.
PÚRPURA
Florencia Mayra Gargiulo ©
Estaba sentada en su cuarto. El aire
movía la cortina de raso blanco y dejaba ver esporádicamente el árbol que
despuntaba sus hojas hacia el sol. Su cuarto totalmente blanco, contaba con una
cama y una mesa donde se encontraba la máquina de escribir, unas hojas y una
lapicera azul, la ventana estaba por arriba de la mesa.
Estaba en su cuarto sola, se volvió
a la cama, se acostó boca abajo y dejó que los pies sobresalieran del colchón,
empezó a moverlos como un pez, como si estuviera nadando. Se acordó de la vez
que había escuchado On Naravayaya y
se había convertido en pez, y la vez que escuchó On nama shiva, esta vez fue diferente, estaba en el living y
comenzó a cantar, luego cantó con otra voz, una más profunda y gutural,
entonces empezó a bailar suavemente con movimiento oblicuos, entonces sus ojos
visualizaron otros ojos, los de una mujer, morocha, africana, moviéndose como
ella, como si fuera un espejo, el piso se dividió en dos, el piso donde ella
bailaba era negro, y el piso donde bailaba la otra era blanco, luego de ella
salían otros bailando igual, creando una fila, ella no dejaba de ver a la mujer
a los ojos, tenían un poder hipnotizador, de tierra, de guerra santa, de
salvajismo y libertad. Entonces cesó.
Fue a la cocina se hizo un shinzen
con miel, abrió tres paquetitos porque con uno hacía muy poco, y se los llevó
al cuarto con un repasadorcito de navidad que tenía guardado, faltaban dos
meses para las fiestas, pero todos los repasadores que no tenían clasificación
mensual estaban para lavar, se sentó frente a la máquina de escribir y
mecanografió:
“Callejones
sin entrada”
Fui al
parque cerca de casa, a despejar un poco la mente, clarearla, ver lo que se
despunta detrás de la neblina de mi consciente. Entonces la saqué a pasear,
para ver si de improvisto, puedo pulsar de la capa protectora que me envuelve.
Me
encontré con unos personajes regalando ropa, la gente tomaba lo que necesitaba,
midiendo, especulando, pensando qué les convenía llevar o no. Empecé a hablar
con ellos cuando uno se sacó la ropa y empezó a dar vueltas carnero con una
pollera de mujer, entonces me di cuenta que estaban descalzos, no usaban
zapatos, todos eran veganos, excepto uno que comía solo frutas y otro que era
crudívoro. Entonces la luna mató al sol, y se vanagloriaba en el pedestal del
cielo. Fuimos caminando bajo los pies de su luz todos juntos por las calles. De
repente, comienzan a buscar comida en la basura, encontramos bolsas con comida,
separada, y otra que no, “reciclamos” me dijo. Alto guiso. Entonces ahí vimos
que yo era mago lunar planetario, dormimos en unos colchones, miramos las
estrellas, la noche estaba increíble, el cielo azul marino dejaba ver unas
estrellas egocéntricas al mango. A la mañana salí a tomar aire al
balcón-terraza, había un chico morocho, flaco, alto, el sol nos energizaba la
piel, él me dijo que hacia parcur y me señalo una pared que saltó que media
como siete metros, después hablando de las energías me dijo algo de la energía
del sol que flota en el aire, la podes ver le pregunté, sí, vos también podés
seguro, no yo no, y no terminé la frase que veía pelitos amarillos flotando en
el aire, o pequeños puntitos colisionando unos con otros, en ese momento un
símbolo geométrico empezó a descender de a poco hasta desaparecer
progresivamente, eran unos círculos, dentro de círculos, hice un dibujo del
símbolo: “Debe ser un código que te están mandando” me dijo, me quedé callada e
intenté saber qué me estaban queriendo decir
Clara, dejó la máquina, tomó una
hoja en blanco lisa de la pila, la puso frente a ella, enfrentó sus palmas a
una distancia de un metro, cerró los ojos y comenzó a sentir el calor en ellas,
primero suave y luego cada vez más fuerte, entonces iba acercándolas un poquito
cada vez más, hasta que estuvieron a unos milímetros de distancia unas con
otras, y así se quedó unos minutos, cuando se sintió lista juntó las manos
entrelazándolas y luego hizo un cuenco con ellas donde se encontraba la energía
y la depositó suavemente en su tercer ojo. Quedó unos segundos en silencio,
entonces abrió los ojos de a poco, tomó una lapicera y comenzó a escribir:
La
liviandad del tigre
Bosteza
el tigre por la mañana, y contorsiona su cuerpo como un arco. Las líneas de su
torso se curvan como el horizonte se desdibuja con sus árboles de copa ancha.
Sus patas tocan el pasto húmedo, el pasto seco.
PRISMA
Florencia Mayra Gargiulo ©
Un agujero en la selva,
Me susurra verdades
Pero su voz…
Derrite las caras de mi realidad
¡No apaguen todo!
En las sombras veo una cuerda
Queriendo convertirse en piel
Y un árbol extender sus ramas
Me habitan los silencios,
Que ya no existen
Un Dios dormido, sonámbulo
Que pone el prisma en su mano
Y no para de girar
OMAR MARTÍNEZ GONZÁLEZ
(La Habana , Cuba) Inició su
actividad literaria a mediados de la última década del siglo pasado. Ha
participado en concursos municipales y provinciales desde 1998, obteniendo
menciones y premios.
En 2000 comenzó su participación en
concursos internacionales y en 2003 obtuvo el primer lugar en el Premio
Internacional “Sexto Continente” de literatura erótica, convocado por la
editorial española Irreverente.
También colabora en varias revistas
digitales desde el año 2009. Principalmente en la revista miNatura.
Tiene publicaciones literarias en
antologías de relatos y microrrelatos.
Además participa de manera activa en
talleres literarios en Cuba.
Más obras de este escritor en Suplemento
de Realidades y Ficciones Nº 69: http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com.ar/2016/06/
AÑO 1896
Omar Martínez González ©
Consternado regresaba el hombre a la
montaña. El enviado del Olimpo había llegado tarde. No pudo demostrar que era el
más veloz, más fuerte y más resistente.
—No eran los juegos de siempre Gran
Zeus; ahora los llamaban “modernos” —así le dijo al jefe de la Montaña Sagrada.
Omar Martínez González ©
—Ese es el cine, debemos entrar.
Los ocho se ubicaron en la cuarta
fila.
Cuando comenzara la primera batalla
espacial de la película que los fanáticos disfrutaban en tercera dimensión,
nadie se percataría de que ellos abandonaban realmente la galaxia.
MARÍA ISABEL CLAUSEN
Narradora y poeta. Nació y reside en
General Roca, Provincia de Córdoba, Argentina. Ha sido distinguida en múltiples
oportunidades.
Biografía y otras obras de esta
escritora en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 61:
Más obras de sus obras en Suplemento
de Realidades y Ficciones Nº 67:
CUANDO
LAS PUERTAS DEL CIELO SE ABRIERON
María Isabel Clausen ©
Se habían amado tanto como lo
imposible y más que lo posible. Su amor los transportaba a un universo donde
sus corazones les permitían ser colibríes y cóndores a la vez. Volaban hacia
cualquier rumbo, por la altura o a ras del suelo, pero siempre cobijando sus
sueños protegidos en las alas. A veces se escondían entre la copa del cerezo y
sus besos sabían a dulce néctar de blancas flores; otras, ocultaban sus
caricias tras la niebla de las noches de otoño, para que ni las estrellas
descubrieran su dicha. Así vivían, en un mundo propio, único, hecho de
cautivantes y apasionados anhelos de felicidad.
Nadie más que ellos existía en ese
espacio imaginario, nadie ni nada que les prohibiera amarse, con o sin derecho
de hacerlo, ¿acaso en los sentimientos importan los derechos?
¿Qué derecho puede anularlos?,
¿cuáles matarlos?, ¿o juzgarlos?, ¿o permitirlos? Ellos rompen cualquier ley e
ignoran la justicia cuando de amar se trata.
Por eso eran como dos pájaros
entrelazando sus alas en la libertad de los espacios, y en complicidad con el
viento que los sostenía sobre sus anillados soplos, podían planear libremente
sobre el mar escuchando el cantar de las sirenas, tan enamoradas del amor como
ellos.
Un día, él no acudió al encuentro.
Cansada de esperarlo, ella plegó sus alas, y
envolvió entre su plumaje las ilusiones fraguadas entre suspiros. Después, se
acurrucó bajo la luz del sol. Sentía frío, un frío que la envolvía sin piedad,
hasta hacerla temblar. Sonó el teléfono:
—¡Perla, soy Ada, vení pronto al
hospital, Samu tuvo un accidente, está muy grave!
No hizo preguntas. Corrió enloquecida por las
calles vestidas de nieve. Su corazón se lo decía, él se iba lejos, muy lejos,
al país de los silencios y ella sentía demasiado dolor para llorar.
Llegó con un rosario de lágrimas
brotando de sus ojos.
Los gritos angustiados de Ada la
recibieron, y tomando su mano la llevó hasta el adorado cuerpo ya sin vida.
Extendió sus brazos como alas y lo
envolvió en ellos, puso sus labios sobre los de su amado pero no respondieron
al beso, entonces, como los pájaros, lloró sin lágrimas, hacia adentro de la
piel.
Pasado un tiempo, alguien la vio
trastabillar y caer en la vereda. Corrió hacia ella y dándole palmadas en el
rostro, le dijo:
—¡Señorita, señorita, responda por
favor! —no hubo respuesta.
Curiosos se acercaron y comenzó el
revuelo:
—¡Llamen a los bomberos!, ¡no, a una
ambulancia! —cuando llegaron los vehículos, la llevaron a un nosocomio cercano.
Perla se sentía flotar liviana y
suave como una pluma mecida por la brisa. Miraba gesticular y moverse a médicos
y enfermeros a su alrededor, pero no lograba escuchar lo que decían.
Se vio alejándose de ellos en una
dirección que la llenaba de felicidad, más no entendía el por qué. Cruzó nubes
inmensamente celestes y un camino bordeado de estrellas. Se detuvo, vio ante
sus ojos un portón blanco que se habría lentamente, hasta hacerlo de par en
par, dejando ver un enorme árbol de Navidad, iluminado de estrellas y rodeado
de ángeles que le sonreían.
Estaba extasiada cuando sintió la
tibieza de unas alas que le recordaron a otra ya lejana pero de igual ternura.
Escuchó su voz diciéndole:
—¡Querida mía, por fin viniste, te
extrañaba tanto!
Sobresaltada reconoció la voz:
—Samu ¿eres tú? ¡Sí, eres tú! —y se
abrazó a él, pero no reconoció sus brazos, solo su calor.
—¿Dónde estamos?, ¿por qué pareces
vestido de luz?
—Mírate, tú también estás vestida de
luz. Estamos en el cielo y es Navidad. Ven, DIOS nos espera.
—¡No!, ¿cómo le diremos de nuestro
amor? Se enojará.
—DIOS no castiga al amor, mi bien,
ya lo verás.
Y abrazando su luz, la condujo por
un pasillo de refulgente esplendor.
Al llegar; al final de un largo
pasillo, lo vio: luminoso, bello, con una dulce sonrisa, tanto como su mirada y
atónita escucho que le decía:
–¡Bienvenida, feliz navidad! Samu
sufría aquí sin ti, y tú allá sin él. A vuestros ángeles de la guarda les
preocupaba eso, y pidieron que mi regalo de navidad para ustedes sea reunirlos,
por lo que hoy se reencontraron para no separarse jamás.
—¿Samu, estamos muertos? —preguntó
cómo si estuviera delirando.
—Sí para la tierra, pero no para el
cielo. Allá éramos dos seres humanos que se amaban, aquí somos dos almas unidas
por el amor de DIOS.
—¿Entonces, nos amaremos siempre?
—Eternamente, mi amor, eternamente.
Se abrazaron formando una sola luz,
y comenzaron a disfrutar de la eternidad, mientras las puertas del cielo se
volvían a cerrar.
PERO AÚN VIVO.
María Isabel Clausen ©
Porque
los pájaros que aman el vuelo,
aun
heridos, despliegan sus alas. (MIC)
Con
el corazón a medio vestir por el amor,
la
risa a medio calzar por el dolor,
la
mirada a medio brillar por la nostalgia,
y
los sueños a mitad del cumplimiento,
aun
así:
mi
sangre es río de vida en mis arterias,
mis
suspiros son brisa acunando los inviernos,
mi
voz, mi voz que no se calla ni doblega,
grita
rebeldías rompiendo los silencios
de
alguna hipocresía o injusticia en
desventaja.
Soy
como el viento que viaja sin cadenas,
similar
a la lluvia secándose en el tiempo,
cual
la pasión con final y con principio.
Me
golpeo como la hoja que cae en el otoño
y
muto plena en cada primavera.
Vivo
mirando a la distancia,
delirando
alcanzar el horizonte,
y
poner de prendedor en mi solapa,
una
incipiente alborada de misterios.
EL SECRETO QUE NUNCA SABRÁS.
María Isabel Clausen ©
Jamás te lo dije, por temor, por
egoísmo o simplemente porque no podía dejarte ir, me horrorizaba el solo pensar
que no estuvieras en mi cuarto cada mañana al despertarme.
Me fui deshojando a tu lado como el
árbol de la plaza que deja caer sus hojas ya resecas, crujientes notas
musicales bajo las suelas del calzado de los asiduos caminantes, y negué tu
libertad y la mía, atándonos a un sentimiento que fue más obligación que amor.
Nunca fuiste totalmente mío, pero no
me abandonaste.
Te escapabas por las noches al
encuentro de otros amores, volviendo a tu antigua casa en busca de caricias que
extrañabas, pero volvías sigilosamente para acostarte a mi lado. Muchas veces
me fingí dormida y el amanecer nos encontraba juntos, con mi mano acariciando
tu pelo y la tuya devolviendo la caricia.
Hoy no respondiste, una quietud
desconocida en ti despertó mi curiosidad, te sacudí, estabas inerte, grité tu
nombre, te tomé en mis brazos, tu cabeza no se arrimó a la mía, tus ojos
permanecían cerrados y comencé a llorar, comprendí que ya no podría retenerte,
por amor ni por egoísmo.
Nunca sabrás cuántas veces deseé que
te marcharas, que volvieras a tu libertad porque al final anulabas la mía.
¡Cuántas salidas me perdí por ti con
mis amigas!
Respondía —no puedo, Gusy salió, si
no estoy para abrirle la puerta se morirá de frío.
Ellas burlándose me contestaban: —¡tanto
lío por un gato!
Lo que no comprendían es que eras
“mi gato”, mi compañero de lunas y de soles con quien borré durante años las
letras de la palabra soledad.
FEDERICO LUIS BAGGINI
Nació el 11/8/1987 en Buenos Aires,
Argentina. Reside en Villa Santa Rita y es bibliotecario en la Asociación Cultural ,
Social Y Biblioteca Popular “Helena Larroque de Roffo” (Villa del Parque), de
esa misma ciudad. Licenciado en bibliotecología (2012) por el Instituto de
Formación Técnica Superior.
Si bien en su infancia ya era
lector, lo hace asiduamente desde los últimos años de la secundaria. Siente
predilección por la literatura norteamericana del siglo XX y por algunos
autores de diferentes épocas del resto del mundo. En lo concerniente a su
vocación de escritor, comienza a los dieciocho años y, aunque con períodos de
mayor o menor intensidad, ha intentando profundizar sus conocimientos y
acrecentar su producción tanto de manera autodidacta como también a través de
talleres literarios —unos treinta distintos—, algunos enfocados en la narrativa
y la creatividad y a los que aún hoy asiste. También imparte talleres en
diferentes espacios y con una concurrencia que genera fraternidad.
Distinciones: Primer premio en
Concurso “Nuevos escritores”, Maracaibo, Venezuela; Primer premio en Concurso
“Nueva Literatura”, Tandil, Argentina; Primer premio en Concurso “Renglones por
la Paz ”,
Hernando, Argentina; Cuarta mención en Concurso “Cartas de amor”, Ciudad de
Buenos Aires, Argentina; Primera mención en Concurso “El cuento del día”,
Virtual – Facebook, El cuento del díaicar.car.
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electrónicas: http://www.federicobaggini.com/escritura
Obras: Acariciapájaros y otros cuentos (2012), Repeticiones, reiteraciones. (2016), Agonías (2016). En los tres casos en Buenos Aires, edición sin
marca editorial.
DECLARACIÓN
JURADA
Federico Luis Baggini ©
Aquí andan,
Aquí andaban
Las trasañejas alambradas,
La trasbocada figura del río,
La trascendencia de la madera,
El transcurrir de los maizales,
El trasfondo delicado de una
lealtad.
Aquí el algodón,
El método de las algas.
El rítmico ensueño de las cigarras,
El espasmo de las nebulosas,
De los alerces,
El sol serpenteante sobre los
espejos,
La utopía embravecida,
¡La utopía!
Con sus pujantes escoltas por el
viento.
¡Y es que no…!
Nos persuadió lo fétido
El criterio bullicioso de los
resumideros,
Los ondulantes gemidos de poca
monta,
La vehemente masilla,
La saliva castrada del asfalto,
La literatura de endeble entraña,
Las perfecciones,
El espectro sin remiendos.
Y allí estamos:
Exhaustos,
Más flácidos que siempre,
Con la tenue carne infecta,
Por tanto tratante y crujido sin
vida,
Como inevitables sortilegios
machacados,
Por la ansiedad y la jaqueca.
Como el alarido de las cloacas,
Que viajan en colectivo,
Y se quejan,
Y se aprietan
Sobre el óxido de las axilas y las
lagañas;
Como tiesa nariz
Que destierra sobre otros y se
disculpa,
Bajo la bovedilla
Y los timbres
Y la súplica de los espejos.
Y allí estamos:
Rebosantes de infamia y de baba,
Rebosantes de bilis y desacuerdos
preacordados,
De sorna bobina,
Araña,
Mosquitos desechos;
Con el casco colmado de viruta
regurgitada,
Con las arterias hinchadas de
escorpiones exudados,
Con las orejas acordonadas de
empantanadas orillas,
Y campos de sal,
Nada más que sal.
Residuo adormecido de abultadas
perturbaciones,
Y excitables lenguas,
Que extravía el erotismo en
cualquier parte,
Que equivoca el querer con el
abrazo,
La rima con la fatiga fermentada,
El breviario con los inventarios en
serie.
Devastados autómatas del acaso y el
tedio,
Con el musculo comprimido,
Por los muros de yeso y entrañas de
plata,
Por las yemas recubiertas de ávido
vacío,
Por decrepitas flemas de corbatas
tiesas,
Por cuantos urinarios con cortes de
servicialidad
Estallan las penumbras,
Esquilan las cataratas,
El edulcorado cálamo,
El flujo untuoso de los adulterados
corceles,
Sin cuartillas,
Sin crines,
Ni brotado orbicular de opio,
Que los lleva a la apetencia,
A empeñar la promesa,
A subastar el vientre,
A amputar en trozos sus veneradas
raíces,
A engullir las patrañas que divulgan
los faroles,
Los filamentos tuertos,
Los empalagosos pescuezos que
ostentan el lenguaje,
Y recitan,
Y afirman,
Y proclaman,
Ante grises montaraces de latón que
no orinan,
Ante la muchedumbre,
Que desde una distancia prudente
Podrá aparentar amapola virgen,
Aunque de cerca apesta:
A transpiración oprimida,
A llanura velada,
A martirio estéril,
A rabia atorada,
A excremento confinado,
A cuervo muerto.
LO POCO
QUE NOS QUEDA
Federico Luis Baggini ©
No se trata de eso,
se trata de la uña del silencio,
un ruido ensayado,
el gesto asumido
del aroma entonces.
Una desesperación en la punta
de los árboles,
un desencuentro con mucha prisa,
estatuas frente al espejo.
Del pasillo con su revoque de voces,
un desamparo antes de llegar,
el empinado afán de toda escalera.
La otra mitad de la muerte,
una niña y los vidrios en su
preludio,
cierta locura en breves giros.
Océano encerrado entre hijos,
higuera del alarido / mitad del
violín,
algún párpado que llena lo ínfimo.
Nace un vientre sin cuerpo,
abastecer las manos
hacia el semblante,
la piel del incienso,
frente a tanta piel.
PARA
RESPIRAR
Federico Luis Baggini ©
Corales
penden de un hilo
este suspende una —unas— nube/s
esta flota dormida gira sin
dejar espacio alguno entre
aire y aire
fuera de sí, fuera de nadie
El pozo de una vara
desfila prestado
algún cuerpo
de la dignidad
enterrado hace tiempo
hará brotar sus manos de la tierra
hará tres o cuatros besos
Dará de amar.
Un pretexto
antes de la corrección
rezonga el elefante
dentro de su pensión
Poco importa su tamaño
si nadie lo puede ver.
Un deseo antes
los huesos mojan y humedecen
la limosna atizada apenas
atenuar atemperar
regar la sangre con un poquito
de Salsipuedes
o algo de acordeón
mientras un furor de ollas
disputa el fervor del olvido
crecen las calles en el fuego
se adelantan las pieles irrompibles
De algún modo todo y todos
en una trenza
los rostros de la suciedad
y las cerezas de quien friega
Sabrán los olores en los ojos
y las pestañas derretidas
La sed será agua
El hambre miedo
El aire su principal
opresión.
WASHINGTON DANIEL GOROSITO PÉREZ
(Montevideo, Uruguay, 24/6/1961)
Radicado en Irapuato, México desde 1991. En 1999 obtuvo la ciudadanía mexicana
por naturalización. Catedrático universitario, periodista, conferencista,
poeta, ensayista e investigador.
Ha obtenido premios de periodismo,
ensayo, cuento y poesía en Uruguay, México, Brasil, Argentina, España, Estados
Unidos, Alemania y Francia. Ha integrado dieciocho antologías literarias en
Uruguay, México, Argentina, España, Italia y Estados Unidos.
Ha publicado en Brasil, Ecuador,
Suiza, Italia, Holanda, México, Argentina, Uruguay, Colombia, Estados Unidos,
Chile, Cuba, España, Rusia, Israel y Paraguay. Poesía, haikus, poemínimos y
microcuentos.
Su poema Gaucho del Uruguay fue ilustrado por el pintor Mario Giacoya y
forma parte de la colección pictórica Homenaje
a los Poetas del Uruguay.
Columnista de análisis internacional
y temas de defensa en publicaciones de México, Uruguay, Argentina y Ecuador.
Miembro de la Unión Católica
Internacional de la Prensa
(UCIP), Poetas del Mundo y Red Mundial de Escritores en Español (REMES).
Estudió periodismo aplicado a los
medios de comunicación social en la Universidad del Trabajo del Uruguay. Licenciado
en sociología de la educación. Posgrado en enseñanza universitaria, diplomado
en desarrollo humano integral, master en ciencias con especialidad en
sociología. Actualmente cursa doctorado en ciencias con especialidad en
pedagogía.
EL MONTE
HERIDO
Washington Daniel Gorosito Pérez ©
Una algarabía de colores
como un arco iris
rompe con el negro de las nubes
nocturnas.
El monte amanece herido.
Brota de él un humo azulado,
los árboles mandan
señales de fuego apocalíptico.
Batahola de extinción.
La tierra de dolor preñada.
Las aves huyen,
no es el invierno que las aleja.
Hay exilio de aromas florales,
se oscurece el verde de la
esperanza,
mientras se cierran
los pulmones del planeta.
EL ÁRBOL
Washington Daniel Gorosito Pérez ©
Las veloces golondrinas
cierran las ventanas del cielo,
multiplicidad de movimientos,
muchedumbre sin fronteras.
Abajo,
locomotoras que aúllan
el dolor de los migrantes
que trepan
pletóricos de pavor.
Pequeñas realidades inconexas,
en el círculo blanco del tiempo.
Náufragos en tierra,
islas de indiferencia y cenizas
los marcan.
Sus ojos inquietos buscan
el azul liberador del cielo
y la verdadera luz del sol.
Mientras,
el corpóreo ombú
fantasmagórico,
un árbol monumental
imagen salida de un negro sueño,
extiende sus manos vacías
recibiendo páginas sepias
que le regala el viento
con residuos de palabras.
EL GRITO
DE LA TIERRA
Washington Daniel Gorosito Pérez ©
Desde el fondo de la tierra brota un
sonido…
Se oye desgarrador.
No hay brisas luminosas.
Ni pájaros que vuelen.
Los nidos y el cielo se ven
desiertos.
¿Por qué no resuenan las tonadas
armoniosas en el cielo?
Nadie las oye, o somos sordos al
viento.
Ya los brazos de los árboles,
no se elevan con donaire,
caen como cansados a ambos lados del
tronco.
Las hojas no vibran al ser
acariciadas
por el Pampero del sur,
solo caen…
No hay canto, hay lamento…
Lamento del mundo,
a través del grito de la tierra.
¡Cuánto dolor dormido y atrapado!
Desechando sombras, sofocando
infiernos.
Ruedan lágrimas de intenso dolor,
por vanidades que han cubierto
nuestras almas,
ciegas al hambre, la deforestación y
la polución.
Desde el fondo emerge,
el grito de la tierra,
apremiante de dudas angustiosas
Lamento de un mundo.
Suspenso de guerra…
JORGE ALBERTO BAUDÉS
Poeta, narrador y ensayista. Vive en
Playa Unión, Rawson (Chubut), Argentina. Nació en Buenos Aires en febrero de
1948.
Publicó los siguientes libros: Enigmas (cuentos de ciencia
ficción) [1], Canticuentos (cuentos, fábulas y leyendas) [1] [5], El Guardián de la leyenda (risueña historia de la vida de un
boy scout en campamento) [2], Cuento con vos
(cuentos) [1], Vórtice Patagonia (cuentos fantásticos y de ciencia ficción) [3], Cien verdades y una mentira (reflexiones) [4], Patagonia, donde habitan los duendes (dos nouvelles y cuentos
breves para niños) [3], con 2ª y 3ª edición bilingüe, portugués y español [5], Poesía Embrionaria [5].
En vías de edición: Destino programado (novela) y Cosquillas en la nariz (cuentos y poemas
para niños).
Sus textos fueron publicados además
en diarios regionales y nacionales, así como en revistas especializadas.
Algunos han sido incorporados en antologías y textos escolares de
Argentina, Uruguay, Bolivia, Estados Unidos (California) y España (Universidad
de Málaga).
Recibió diversas distinciones
nacionales e internacionales, entre las que se destaca el primer premio en el
Certamen Latinoamericano Jorge Luis Borges de la Fundación Givré ,
el cuarto premio en el Certamen Internacional Netgame 2000, Ille de Molineux,
Francia, y la medalla de plata del Certamen Internacional Eisteddfod del
Chubut 2011.
Fue presidente de SADE - Filial
Chubut, cofundador del Grupo Literario Encuentro, con más de veintisiete años
de trayectoria, creador del taller literario “Pequitas y Pecosos”, cocreador
del evento "Unión Café Concert", de reconocida raigambre en el
Chubut, provincia donde reside desde hace más de cuarenta años.
Jurado en diversos certámenes
regionales y nacionales, ha sido disertante también en importantes ferias del
libro.
[1] Editorial Vinciguerra, [2]
Ediciones del Cendro, [3] Editorial Dunken, [4] Editorial Mis Escritos, [5]
Editorial Remitente Patagonia.
ROMPIENTE
Vienen
olas trepidantes alardeando espumas
rompiendo
una tras otra, indecisas,
larvadas,
voluptuosas, atrevidas.
Vienen
de lejos, expulsadas
de
costas bravías en desiguales contiendas,
dentellando
mares, sembrando estelas
que
recuerden el camino de regreso,
por
si hiciere falta desandarlo alguna vez,
e
ir adonde han sido.
Vienen
y acallan su clamor tras la rompiente
depositando
sobre el cuarzo su festón de espuma
y
caracolas, con atrapados sonidos de otros lares.
Vienen
olas, tal vez me estén buscando…
No
esperaré que la marea las diluya
esta
vez, saldré yo hacia su encuentro.
QUIJOTESCAS
Jorge
Alberto Baudés ©
—¡Señor!,
¿dónde se encuentra la ínsula que me dieras
al
precio de acompañarte? ¡Valor que no justiprecias!
pues
he llegado al final, quedándome ya sin fuerzas
para
vencer a molinos, donde tú ogros encuentras.
He
desandado los valles con mi borrico, impaciente,
cruzando
vados, desiertos, densos bosques, ríos, prados
el
frío escarchó mis dientes y el sol ya me ha resecado
consolé
tus desventuras sin ver a quien tienes frente
ya
que ogros sanguinarios y damas en franco riesgo
no
pude observarlos bien, tal vez por estar yo lejos
o
tal vez porque en la historia solo fui un escudero.
—Ten
Sancho confianza en mí, porque nunca te he engañado.
En
la tierra prometida, (según lo que me han contado)
existen
grandes praderas, y pastos nunca soñados,
sus
costas las baña el mar, en las montañas hay lagos
la
fauna abunda y el viento, en ella se ha enseñoreado.
La
gente canta y sonríe, se dan la mano, confiados,
el
galés y el aborigen convivieron como hermanos.
La
ínsula prometida con la que siempre he soñado
es
de nombre Patagonia, y es allí, adonde vamos.
¿QUÉ HAS HECHO TÚ?
Jorge
Alberto Baudés ©
¿Qué
has hecho tú, pequeño, para vivir tal suerte?
¿Por
qué pides limosna por las calles
si
pecado no he podido conocerte ?
¿Qué
has hecho tú, reencarnado en tal castigo
que
las sobras te alimentan y la noche te cobija
con
un manto de estrellas como abrigo?
¿Quién
eres tú que mi presente impregnas
con
el dolor de la culpa, con preguntas sin respuestas,
con
promesas no cumplidas, con historias que no cuentan?
¿Quién
seré yo de aquí en más
si
en cada niño que vea volveré a verte?
¿Cómo
podré vivir ya sin recordarte
sabiendo
que la simple intención no cambiará tu suerte?
¿Cómo
podré aún vivir yo
si
con mi actitud indiferente dicté tu muerte?
MARCOS MIGUEL CORONADO
(Chota, Perú, 987). Docente, poeta y
narrador. Realizó estudios de educación en la UNPRG de Lambayeque donde se licenció en la
especialidad de Ciencias Histórico Sociales y Filosofía. Asimismo ha realizado
estudios de posgrado en Ciencias de la Educación con mención en Investigación y Docencia
en la misma universidad.
Ha sido ganador en los Juegos
Florales (género narrativo) realizado por la Facultad de Educación de la UNPRG en 2009. Publicó el
libro de cuentos El último tañer de las
campanas (2010). También ha publicado en la revista digital “Los
Omniscientes”. Trabajos suyos fueron incluidos en antologías como Conclave para el verso y Gala Poética.
GALA,
BÁLSAMO DEL DOLOR O EGERIA DE LA
LOCURA
Marcos Miguel Coronado ©
Gala es como un chorro de luz tras
un volcán iridiscente
que engulle desde su magma cuando me
mira.
Ahora el cielo es azul con ribetes
blancos
pintados con un dedo de azafrán.
En un día totalmente nuevo, como un
fénix tierno
listo para andar, vapuleado por su
impotencia
de encadenarse nuevamente a la
quietud.
Desde el ornato balsámico de
madreselvas y alelíes
me detienes los pasos que van
directos a la locura
y en su lugar me hablas de amor,
del loco corazón prisionero en una
jaula de huesos.
Pero encuentro sabiduría en el
espejo,
el gay saber que los letrados
desoyen. Y te pido tiempo
para entenderme con los míos, con
las corbatas viajeras
y los desterrados zapatos. Y también
el polvo que viene detrás.
Con el espacio ciego y el tiempo en
el pecho,
voy por las calles gritando
inconcluso,
entonces, los años me asaltan sultánicos
y he vuelto hoy, tan lejano, apenas,
sediento y con los piojos blancos.
Gala, se ha ido, se ha cansado de
mí, del dolor
que significa parir un monstruo y
esperar, esperar qué,
esperar el tierno metamorfoseado del
placer.
El tiempo es para ella medida en una
flor, y, tiene prisa.
Gala y su mirada aviesa y su seno
inquieto
ya no encontrarán soltura en el
viejo puerto del amor
a la brisa de un día de arco iris
sobre el mar.
La belleza le es tan lejana ahora,
Gala,
la acuarela tenue del dolor.
Mis malabares con la poesía no
significan ya más
que un payaso y un semáforo de la
urbe gris,
una mascada se alza titánica y nubla
mi ser.
Entonces vuelve la ciudad con su
bronce corvo
a plañir tan fuerte en mi interior y
caen los falanges
como una pandemia de gusanos níveos
en baldosas.
Miro. Sedienta la hoja roja, afila
sus fauces en lo alto.
¿Qué quiere? ¿qué busca? Acaso la
piedra reclama
el cortejo nupcial a deshora. Soy
quien se niega a volver
al altar sepulcral. Los cipreses y
su espera convulsa
a distancia quedan enhiestos con
otoñal atuendo, frígidos,
esperando en vano el nupcial
cortejo.
Mi castillo de naipes se tambalea
sobre una cuerda de nudos
como un quipu hereditario, un can
roe aprisa las orillas
de sus cuatro suyos. Sé que la hora
envuelve
de martirio al reloj. A qué viene
tanto tormento.
Sabe mis plantas andantes del finito
caminar.
¡Oh Muerte, en qué vientre de
líquido aquelarre
se jugó tu suerte, tu sino, en qué
senil estatua ocultas tu ira!
Gala, hace fiesta en su sexo y tú,
qué júbilos festejas.
Wagner, hace espectáculo con los
jirones de mi piel,
los enloda, los purifica, los tira a
la negra lluvia,
y hace un terciopelo para cubrir a
la sombra.
A ti soberana tumba, qué te aflige.
Entonces veo aparecer tu rostro
líquido
suspendido en el espacio corpuscular
de la noche.
Te interrogo. Hay entre mi pupila y
tu cóncavo párpado
un dilema incognoscible, un juego de
azar sublime
que envuelto de misterio acorta
nuestras distancias.
Ha sido un efímero sueño. Has sido
un sutil
tropiezo del yugo humano. Ahora,
cada respiro,
cada transpiración de los poros es
un azahar florido.
Sensación que se produce al leve
vibrato de tu dolor.
Es medianoche y el pez nocturno a
puesto con sigilo
su ojo en lo alto, vigila tu faz
líquida desprenderse
de mi glándula durmiente, tras el
fuego acuoso del esperanto.
Las ninfas han muerto. Heroida,
recorre la fosa.
Gala, prístina recorre no solo los
dominios del dolor,
sino, balsámica, entra en los
intersticios de mí ser.
Mi pobre alma desnuda no resiste tal
intromisión
y se resquebraja como un cirio
apenas temperamental
que espera la ascensión de los
clavos religiosos.
Gala. ¡Oh, Gala! mi florido jardín
de alelíes y ninfas,
de azahares y esperantos; morirá
antes del invierno.
Que loca visión arrebató tu esbelto
talle.
—Nada, dices. ¿Pretendes el signo
natural de la muerte?
Callas. Por qué callas
desesperadamente.
Llega la aurora matutina al dintel
de mi cuarto
que cubre su nocturna estancia
sigiloso.
Llega con éxtasis de una transición
malsana y trashumante.
Invoco en desesperación al fénix de
la noche,
al cuervo negro de Poe. Y no hay más
que tus ínfulas llenando el aire.
Ni laurel ni cantos satisface tu
locura arrebatada.
Respiras adicción. Ni el propio opio
se compara
a tu frenética locura de secundarme
desde las falanges.
Tortura que impones cual veneno
contra toda ilusión de libertad.
Has vuelto al poeta esquizoide en su
juventud,
¿Qué será de sus años de olmo, de
bisturí?
¿Qué será de su hambre, de su
imaginación? ¿Su sed?
Sumisión + dolor. Sumisión + hambre
= dolor.
Seducción + cadáver. Seducción +
otra vez cadáver = dolor.
Dónde está la compasión de la muerte
hipnótica,
ahora que la mañana desde un sueño
proverbial avanza
tras las migajas de un cirio desnudo
que se envuelve
en un llanto flamígero dispuesto a
quijotesco batallar.
Apagado y humante en los brazos otra
ves de la aurora,
sediento, cual mármol rocoso y
salino, con las falanges exangües
de náufrago en la orilla opuesta,
que vive sueño o delirio,
de cadáver y sombras vuelto a
renacer.
He de invocarte desde el sepulcral
destino: Gala…
Gala, bálsamo del dolor o Egeria de
la locura.
SUPLEMENTO DE REALIDADES Y
FICCIONES
Nº 74 – Septiembre de 2017
– Año VIII
ISSN 2250-5385
Exp. 5316575 del 20/10/2016, Dirección Nacional del
Derecho de Autor / República Argentina.
Propietario y Director: Héctor R. Zabala
Av. Del Libertador 6039 (C1428ARD)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
(currículo en http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/
- Suplemento Nº 56)
Colaboradores
Noelia Natalia
Barchuk Löwer
Resistencia
(Chaco), Argentina
Currículo en
revista Realidades y Ficciones Nº 13:
Ilustración de
carátula y emblema:
Mónica
Villarreal
Scottsdale
(Arizona), Estados Unidos
Monterrey (Nuevo
León), México
@mon_villarreal
Currículo en
revista Realidades y Ficciones Nº 17:
El listado completo de colaboraciones al Suplemento de REALIDADES Y FICCIONES se encuentra a la derecha del blog bajo el acápite AUTORES.
@RyFRevLiteraria
@RyF_Supl_Letras
Las opiniones vertidas en los artículos de esta
publicación son de exclusiva responsabilidad del autor pertinente.
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