SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 76 – Marzo de 2018 – Año IX
ISSN 2250-5385 –
Edición trimestral
Inscripción gratuita como LECTOR
si escribe a zab_he@hotmail.com
indicando nombre y apellido,
ciudad y país
(se le avisará cada nuevo número
trimestral).
“Rainbow Flying Fish” (Pez arcoíris)
Mónica Villarreal (2018)
(Acrílico sobre papel, 12” x 9”)
Serie “Flying Fishes” (Peces
voladores)
|
Sumario:
• Cornelia PĂUN HEINZEL (Rumania)
• Eva María MEDINA MORENO (España)
• Ángel BALZARINO (Argentina)
• Ihosvany HERNÁNDEZ
GONZÁLEZ (Cuba - Canadá)
• Diana DECUNTO (Argentina)
• Pompeyo PÉREZ DÍAZ (España)
• Marcos Rodrigo RAMOS (Argentina)
• Juan Manuel ARAGÓN (Argentina)
• José Francisco SASTRE GARCÍA (España)
• Walter Hugo ROTELA GONZÁLEZ (Argentina
- Uruguay)
• Víctor Eligio GIMÉNEZ (Argentina)
• Aleqs GARRIGÓZ (México)
CORNELIA PĂUN HEINZEL
Narradora rumana, poeta, profesora y
doctora en robótica industrial por la Universidad Politécnica
de Bucarest con matrícula de honor (1998). Tiene una maestría en gestión y
evaluación en educación (Facultad de Psicología y Ciencias de la Educación ) y una
maestría en filología (Facultad de Letras), ambas de la Universidad de
Bucarest. Es licenciada en letras por la Universidad Brasov.
Su obra científica es rica y variada, contando con seis libros como autora y
más de doscientos artículos publicados en revistas de la especialidad en
Rumania y en el extranjero.
Se inició como escritora en
“Asimetría”, revista francesa de crítica y creación. Y como poeta, en “Agero
Stuttgart”, revista alemana de información cultural, y en la Agencia de Prensa “Ases de
Rumania” en Nurenberg. Miembro del “Club Transatlántico de Prensa”, de “Poetas del
Mundo”, edita “Anthologie Multilingua”.
Tiene publicados varios libros de
narrativa y poemarios.
Ha colaborado en numerosas revistas
de todo el mundo, editadas en múltiples lenguas. Sus poemas fueron publicados y
traducidos al inglés, español, francés, italiano, serbo-croata, alemán,
portugués, chino, japonés, ruso, árabe, urdu, sueco, neerlandés, catalán,
sardo, turco, ucraniano, griego, persa, turco, polaco, letón, checo, húngaro,
búlgaro, albanés, esloveno, azerbaiyano, georgiano, etc. y publicados en
revistas impresas o de internet, tanto en Rumania como en el exterior.
Ha traducido poemas de poetas
franceses contemporáneos. Fue redactora de un diario rumano. Ha traducido al
rumano la obra de más de noventa autores clásicos y contemporáneos de diversas
lenguas, tanto poetas como narradores.
Se pueden leer más obras de esta
escritora en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 72:
UNA LÁGRIMA *
Cornelia
Păun Heinzel ©
Una
lágrima de felicidad
puede
derretir los témpanos de hielo de cualquier alma.
Una
lágrima de tristeza
puede
romper el corazón de cada uno.
Una
lágrima de felicidad
por
la primera luz de la mañana.
Una
lágrima de tristeza
por
el sol que desapareció en velos de oscuridad.
Una
lágrima de felicidad
por
la brizna de hierba que irrumpió con la primavera.
Una
lágrima de tristeza
por
la hierba escarchada con las primeras nieves.
Una
lágrima de tristeza
por
los días que han pasado.
Una
lágrima de felicidad
por
los días venideros.
SUEÑOS *
Cornelia
Păun Heinzel ©
Cuando
el párpado superior del ojo,
consuele
al inferior
con
las pestañas entrelazadas,
será
capaz de discernir el futuro
como
un sueño indefinido
y
de describir el destino con tus propias manos,
te
envolverán los sueños
con
las hadas bordando tus pensamientos,
sueños
que volarán con las alas extendidas hasta el infinito
como
dos líneas paralelas que nunca se tocan.
Pensamientos
recién nacidos
como
la diosa Afrodita, como la espuma del mar,
jirones de esperanza, de confianza
jirones de esperanza, de confianza
flotando
implacables en la nada
sin
ser arrojados en el abismo del olvido.
Y
juntos, los recuerdos, velos en tonalidades rosadas
colores
que dan sentido al presente,
ríos
de lágrimas
de
los que brota, caóticamente, la savia del futuro.
Cuando
la imaginación ya no te pueda ayudar
abre
los ojos y verás que nada es lo que parece,
luego
pregúntate a ti mismo
sobre
ese futuro que te espera con confianza
DÉJAME
*
Cornelia Păun Heinzel ©
Déjame
abrazar tu árbol preferido
y
entonces veré tu rostro en la orilla del mar caminando en la arena de oro fino,
mientras
los rayos de sol
besan
los hombros de las olas
tú
verás cuan hermosa soy.
Déjame
abrazar tu árbol deseado
y
entonces yo sentiré el calor del sol y de tu amor
desbordando
caricias sobre mí
y
yo irradiaré belleza y felicidad.
Déjame
abrazar tu árbol querido
entonces
la lluvia fluirá sobre nosotros
y
sus gotas nos humedecerán la piel
hasta
que ambos seamos el tronco del árbol del mundo.
SOY *
Cornelia
Păun Heinzel ©
Soy
la gaviota que vuela siempre al sol,
soy
la eólica qué te toca con sus trenzas rubias
y
el rayo del sol que te besa con labios ardientes.
Soy
el hilo de arena que se escurre entre tus dedos,
soy
la onda salvaje que danza a tu alrededor
y
la perla solitaria dentro de la valva de una playa.
Soy
el niño que construye castillos de arena
sin
pensar que los aplastarán alguna vez,
la
eterna idealista que te ha encumbrado en sus sueños.
Soy
la brisa del mar que te acaricia con sus manos,
soy
la paz de el horizonte que se estira al infinito
y
la canción de las sirenas que te seducen en el amplio mar.
Soy
las flores de naranja que te abrazan con su perfume
soy
el cielo tranquilo sin ninguna nube
y
el zumbido del universo nuevo que has descubierto.
Soy...
*
Traducción de Alfredo Cernuda.
EVA MARÍA MEDINA MORENO
(Madrid, España, 1971) Escritora.
Licenciada en filología inglesa y profesora de educación general básica por la Universidad Complutense
de Madrid. Diploma superior de inglés en la Escuela Oficial de
Idiomas de Madrid, y The Certificate of Proficiency in English por la Universidad de
Cambridge.
Tras el período de docencia del
doctorado en filología inglesa de la
UNED , investiga en el campo de la literatura inglesa del
siglo XX y contemporánea.
Ha escrito la novela Relojes muertos (ISBN: 9788416216253).
Premiada en el I Certamen Literario
Ciudad Galdós por su relato Tan frágil
como una hormiga seca (Editorial Iniciativa Bilenio S.L. 2010).
Seleccionada en el V Premio Orola, en cuya antología se incluyó su cuento Mi bodega (Ediciones Orola S.L. 2011).
También han publicado sus relatos en revistas literarias digitales e impresas
de España, Hispanoamérica y Estados Unidos, como Letralia, Cinosargo, Otro
Lunes, Almiar, Groenlandia, Narrativas, Solaluna, así como en Realidades y
Ficciones. La revista de creación literaria La Ira de Morfeo ha hecho un número especial con
algunos de sus cuentos.
Más sobre esta escritora en
Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 63:
MI BODEGA
Eva María Medina Moreno ©
Descolocadas, algunas rotas, el
líquido derramado y seco; botellas de muerte y olvido. Otras, con moho por
fuera, cerradas con tapón de corcho y plástico duro. Selladas, bien selladas,
el vino picado desde hace tantos años. Unas, llenas de horas vacías, de palabra
afónica, embrutecida.
Algunas, las limpio, las coloco en
el mejor sitio, donde nada las dañe, para quitarles el tapón y oler; oler
creyendo que volveré a enamorarme.
Botellas, cada una con su etiqueta,
cambiada o superpuesta; la del amor por la del hastío, encima la del odio. Las
del dolor, tristeza y rabia, tumbadas boca abajo. Muchas, sin tapones,
abiertas, y el líquido mezclándose: pena, miedo, placer.
SOMBRAS
Eva María Medina Moreno ©
Camino. De noche. En una calle,
frente a mí, dos sombras. La oscura, alta, arrogante; la clara, débil. Y yo,
más sombra que ellas, detrás. Entonces pienso que deberían salir muchas sombras
para abarcar todo lo que somos.
Me imagino que algunas de ellas van
mudando como lo hacen las serpientes con su piel. Veo que la sombra de la
inocencia cambia de color, de un violeta claro a uno más oscuro, con matices,
con sombras dentro de sombras. La de la inquietud, sonrojada. La del dolor se
endurece; opaca, con menos aberturas. La sombra del deseo, encogida, muda,
añeja. Pero hay momentos en que besa sin saber qué pasará, se embrutece como
antes, se aferra a un vínculo; soplo de vida, aliento.
UNA
REVELACIÓN
Eva María Medina Moreno ©
Cuando entré en la galería, una sala
pequeña, bastante oscura, había poca gente. El pintor no estaba. Sobre un
taburete, folletos. Cogí uno. Me lo guardé, dirigiéndome al primer cuadro con
el mismo recogimiento con el que se comulga. En cuanto Xaime llegó, viéndome
frente a su «Costa da Morte», me dijo que lo había pintado en cabo Touriñán, el
más occidental de la península ibérica, y no el de Finisterre como se decía.
Me acerqué al cuadro. Eran brochazos
despreocupados que, cuando te alejabas, cobraban realidad. Me confesó el toque
impresionista, y algo expresionista, que algunos críticos de arte habían visto
en su obra.
Yo solo veía la fuerza, la rabia, de
ese mar contra las rocas. Le pregunté sobre ello. Sin contestarme, siguió con
los críticos. Miré el cuadro alejándome un poco a la izquierda. En segundos,
atrapé el significado simbólico. Trascendía detrás de esa luz sobre la ola más
cercana; la espuma tan blanca. Reflejaba la lucha de dos poderes. Aunque uno de
ellos fuese desgastando, poco a poco, al otro, y pareciese el más fuerte, no lo
era, porque roca y mar eran la misma cosa; el hombre luchando contra la
sinrazón de su propia existencia. Xaime me contaba cuanto tardó en pintarlo, la
vida tan dura del artista. La «náusea» nos acechaba, pensé, sin poder escapar,
porque formábamos parte de ella; nosotros éramos la «náusea». Me acordé de
Kafka, de ese pobre K. de El proceso,
que éramos todos nosotros, buscando una explicación en un mundo inexplicable.
Me vi formando parte de ese mar y esas rocas. Nada se podía hacer. El mar era
la humanidad luchando contra un muro; su propia existencia.
«Hay pocos genios», continuó,
mientras yo me imaginaba a Van Gogh, saliendo de madrugada al campo, con sus
lienzos volteados por el aire, y a Kafka, de regreso del trabajo, escribiendo
en una mesa pequeña frente a una pared gris.
Salí de allí con la sensación de que
el descubrimiento de ese acantilado alegórico no podía revelarlo a nadie. Sería
como destapar una olla exprés antes de que se enfriase. Sufriré por todos, me
dije, sonriendo a San Manuel.
ÁNGEL BALZARINO
Nació el 4 de agosto de 1943 en
Villa Trinidad (Provincia de Santa Fe), Argentina. Desde 1956 reside en Rafaela
(Santa Fe).
Posee estudios contables e
impositivos. Ha publicado trece libros de cuentos y cuatro novelas.
Varios de sus trabajos figuran en
antologías editadas en Argentina y en Estados Unidos, México, Reino Unido,
entre otros países.
Obtuvo numerosas distinciones, entre
otras Fondo Editorial años 1986-1995-1996 de la Municipalidad de Rafaela,
Faja de Honor 1996 y 1998” de la Asociación Santafesina
de Escritores, Premio Provincial Alcides Greca 2014 del Ministerio de
Innovación y Cultura de Santa Fe.
Algunas de sus obras:
Libros de cuentos: El hombre que tenía miedo (Rafaela, ERA,
1974), Albertina lo llama, señor Proust
(Rafaela, edición de autor, 1979), La
visita del general (Rafaela, ERA, 1981), Las otras manos (Rafaela, Fondo Editorial Municipal, 1987), La casa y el exilio (Santa Fe,
Sudamérica, 1994), Hombres y hazañas
(Rafaela, Fondo Editorial Municipal, 1995), Mariel
entre nosotros (El francotirador, 1998), Antes del primer grito (Rafaela, edición de autor, 2003).
Novelas: Cenizas del roble (Rafaela, ERA, 1985), Horizontes en el viento (Rafaela, edición de autor, 1989), Territorio de sombras y esplendor
(Rafaela, Fondo Editorial Municipal, 1997), Con
las manos atadas (Rafaela, La
Opinión , 2004).
APENAS UN
SUEÑO
Ángel Balzarino ©
Creyó que una aguja le perforaba los
oídos al percibir el gemido. Repentino. Desvaneciendo la frágil quietud de la
casa. Haciéndole tomar conciencia de que él aún estaba allí, petrificado en la
cama que compartían desde hacía cuarenta y tres años, solo capaz de efectuar
esos esporádicos y lacerantes sonidos no solo para exteriorizar el dolor y dar
un fugaz signo de vida, sino también para recordarle, con el vigor de una feroz
puñalada, que debía cumplir la tarea de cuidarlo. Una obligación asumida por
imperio del amor, de la feliz y armónica convivencia de tanto tiempo, de la
íntima necesidad de tenerlo cerca y negarse a la impiadosa y cruel decisión de
confinarlo a la pieza de un hospital, a merced de manos extrañas y sin duda
indiferentes. Desde hacía nueve meses, cuando el diagnóstico resultó
incuestionable.
No supo cuánto tiempo permaneció
rígida, desprovista de voluntad o deseo para realizar cualquier gesto, hasta aferrar
una de las canillas y abrirla, ansiosa y con brusca violencia, para que la
irrupción del agua cada vez más fría tuviera la virtud de despejarla. Cuando ya
no pudo contener el temblor, cerró las canillas. Será muy rápido. Le aseguro
que no sentirá ningún dolor. Mientras se refregaba la toalla para devolverle el
calor a su cuerpo, se vio acosada de nuevo por las palabras del doctor Panizza
cuando, tres días atrás, en una actitud de caridad y ternura al notarla tan
deteriorada —curvado el cuerpo, la mirada sin brillo, la ropa arrugada y
bastante sucia—, le entregó un pequeño frasco. No puede seguir así, Aurora. Se
lo digo como amigo, más que como médico. Si no quiere internarlo y dejar que
otras personas se ocupen de él, tal vez lo mejor es buscar otra alternativa. Y
antes de efectuar un gesto o pronunciar una palabra —había llegado a un punto
en que parecía incapaz de cualquier reacción, por obra del agotamiento o la
desesperanza o una invencible apatía—, le colocó un frasco en una mano y, por
unos segundos, sin duda para evitar el rechazo, la obligó a mantenerla
fuertemente cerrada. Piénselo. Es una decisión que debe tomar usted. Y desde
entonces, ante el dilema más intrincado, se debatió sin tregua entre el
desconcierto, la duda y un ineludible acceso de culpa.
Abandonó el baño sin vestirse, no
por la premura impuesta por el desgarrante clamor, sino por el desdén sobre
todo lo referido a su arreglo personal. El hecho de vivir abroquelada en la
casa, la libraba de miradas indiscretas. Junto a la puerta del dormitorio se
detuvo. Necesitó apoyarse en el marco, algo mareada y sin fuerzas para dar un
paso más, vulnerada por la habitual pero ya intolerable visión ofrecida por él:
los brazos moviéndose en gestos distorsionados; la cabeza hundida en la
almohada; un hilo de saliva escurriéndose por la boca desdentada; el quejido
monocorde quebrado, de tanto en tanto, por gritos lacerantes. Sí. Ahora soy la
única que puede acabar con esto. Sobrecogida por la responsabilidad impuesta
por la sugerencia del doctor Panizza, no lograba desechar los escrúpulos, sobre
todo porque se había impuesto el propósito de preservar —sin el frenesí de la
pasión y tratando de eludir los estragos de la enfermedad— a través de una
caricia, algún beso fugaz o la mera compañía, un hálito del amor que habían
compartido durante tanto tiempo.
Pero ya le resultaba difícil
lograrlo. Minada por el cansancio. Invencible. Visceral. Quitándole el afán
para seguir luchando o alentar un furtivo soplo de esperanza. Incapaz de
superar el instintivo rechazo de acostarse con él, pues la cama había dejado de
ser el preciado territorio donde encontraron siempre el modo no solo de obtener
una necesaria tregua o reposo a la jornada diaria sino más bien para prodigarse
las confidencias que alimentaban el clima de intimidad, urdir proyectos y sobre
todo, cuando la ausencia de hijos hizo crecer el sentido del desamparo, relegar
por algunos momentos, en la embriaguez del placer, el asedio de la temida
soledad. Por eso, las últimas noches se limitó a permanecer recostada en un
sofá, sin ánimo o energías para hacer otra cosa que observar, en una casi
alucinada vigilia, al hombre que, apresado por el dolor excluyente, ya no la
reconocía ni podía responder a cualquiera de sus requerimientos.
La única salida. Tal vez no tenga
sentido desear o esperar otra cosa. De pronto creyó vislumbrar una luz
esclarecedora. Dio unos pasos hasta la pequeña mesa atiborrada de cajas y
frascos de remedios. A lo largo de los meses llegaron a resultarle tan
familiares que sabía de memoria el grado de eficacia y el momento de
utilizarlos. Sin vacilar aferró uno: el último frasco que le había dado el
doctor Panizza. Sí. Apenas un sueño. Profundo. Liberador. Desenroscó la tapa y
vertió el líquido en un vaso. Después, sosteniéndolo con las dos manos en un
gesto de extremo cuidado, temiendo que se le cayera, se dio vuelta y caminó
hacia la cama. Por unos segundos observó el cuerpo. Tembloroso y jadeante entre
las cobijas desordenadas.
Entonces llevó el vaso a los labios.
Y bebió el líquido marrón. De un solo trago.
REGLAS
PARA UN CRIMEN PERFECTO
Ángel Balzarino ©
Antes de terminar la película,
abandonó la sala. El cuerpo sacudido por una fogosa impaciencia: esa noche
debía llevar a cabo su plan. Los meses de espera y morosa elaboración y odio acumulado,
se desvanecieron en la urgente necesidad de actuar.
Sí. Ahora. Mientras caminaba
rápidamente, el señor Matosas casi paladeaba el inefable sabor del triunfo al
tener la oportunidad de acabar, limpia y definitivamente, con ellos. Cuatro
meses atrás había descubierto el engaño, la burla, el hecho que lo convirtió en
un simple títere. Primero fueron los rumores, cargados de cierta subterránea
intención; después la confidencia de algunos amigos; y por último, la fría y
rotunda comprobación que tuvo el carácter de un estigma abrumador: su mujer
tenía un amante.
Le costó admitirlo, superar los
primeros instantes de furor y enceguecimiento al descubrir que la felicidad
compartida durante casi diez años había sido aparente, cubierta por un frágil
cristal. Por fin, desechando la idea de cometer un acto impulsivo que iba a
provocar el arrepentimiento o lo colocaría en una postura ridícula, se dedicó a
proyectar una recia venganza. Resolvió que debía consumarla de manera
impecable, casi aséptica, sin que afectara el normal desarrollo de su vida.
Entonces comenzó a ver filmes. Con
avidez observaba las carteleras, a la búsqueda de aquellas obras que trataran
asuntos policiales. Y cada noche lograba internarse en la piel de algún
personaje torturado, sometido a una extrema presión o dolor, que solo a través
del asesinato encontraba un cauce liberador. Profundamente abstraído
participaba de las diversas circunstancias que enfrentaba el personaje para
superar el conflicto. Sentía especial interés por aquellas historias similares
a la que de improviso le tocaba protagonizar a él. Por eso, en el correr de los
días, mientras realizaba las cosas habituales —trabajar en la oficina, reunirse
con los amigos, permanecer al lado de ella—, minuciosamente procuraba
seleccionar las mejores sugerencias para resolver su problema. Así, incentivado
por tantas obras, fue urdiendo el plan para vengarse, los detalles del crimen,
la coartada que le permitiría quedar inmune y tranquilo.
Ahora el señor Matosas tenía todo
perfectamente claro. Esa noche iba a cometer el acto que cerraría la trama
laboriosamente preparada. A media cuadra de la casa, se detuvo. En una ráfaga
turbadora, los imaginó allí, amándose, como otras noches. Comprendió que por
última vez lo asaltaría esa visión. Introdujo la mano en el bolsillo y con
ansiedad aferró la diminuta pistola.
Después, decididamente reanudó la
marcha.
—¡Ya está! La voz de él tuvo un
acento triunfal, el rostro desafiante, la mano derecha sosteniendo con firmeza
el puñal. Todavía algo conmovida por lo ocurrido, la señora Matosas mantuvo los
ojos fijos en el cuerpo de su marido, tieso, semejante a una masa ajena y sin
valor.
—Hay que hacerlo desaparecer.
—Sí —repuso él—. Debemos cumplir las
instrucciones y no habrá problemas.
Y mientras rogaba que fuera así,
ella observó la mesa donde estaba el libro que en las últimas semanas habían
releído con verdadera pasión: las Obras
Completas de Edgar Allan Poe.
IHOSVANY HERNÁNDEZ GONZÁLEZ
(Ciudad de la Habana , Cuba, 1974) Hizo
estudios de historia en la
Universidad de la Habana. Desde el 2004 reside en Montreal, Canadá.
En el 2011 publica su poemario Verdades
que el tiempo ignora, editorial Linden Lane Press (Estados Unidos). Es
ganador de algunos premios literarios, entre los que destaca el Primer Premio del
concurso de cuentos “Nuestra Palabra” (Canadá, 2010), el de Reseña Literaria
Azafrán y Cinabrio ediciones (México, 2008), y el Segundo Premio de la
categoría cuento del evento Tendiendo Puentes convocado por la Universidad de Toronto
(Canadá, 2005). Sus poemas aparecen en antologías de España, Estados Unidos, y
Canadá. En 2015 publicó su poemario El
equilibrio de las cosas (ISBN 978-1507632550).
Más obras de este escritor en
Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 59:
DESDE UN
MENSAJE EN CIFRAS, EL MUNDO
Ihosvany Hernández González ©
Poema desde un diciembre
hay días en que Dios llega
sorpresivo y deja un mensaje en cifras sobre la mesa
(contra la rigor del mundo ganas
unas palabras a tu favor)
el viento cruza el rostro
perfectamente animado y la luz del sol
comienza a ejecutar su tecnología
aprendida
ahora sientes que la vida te ofrece
un lado magnánimo
un instante de apertura a la
gratificación
pero el desenlace no es éste
en el silencio de los paseantes
algo esconderá la caridad del ímpetu
a ser otro
desde este mismo sendero
el misterio ha sido siempre
contrarrestar la intransigencia
por esos corredores donde la vida
ofrece una señal a cada instante
una entrega
hacia los verdaderos aciertos que el
mismo vivir implica
hay días en que Dios aparece y
sorpresivo
deja una señal en cifras sobre la
mesa
(cada momento lleva un atajo para
llegar al infinito)
saber amar los instantes requiere de
un entrenamiento que sólo el tiempo muestra
hay días en que sabemos
que aparecerá un mensaje presto a
ser comedido
en su credencial para traspasar el
error que a ratos la existencia depara
(en su corazón, el mundo transita de
un estado a otro) hasta encontrar ese signo
sabemos que existe en cualquier
forma y duración
sobre cualquier situación perentoria
y preña de sueños la escaramuza
sublime entre el ser y el estar
y amar se convierte en una actitud
tan plena
como escribir unos versos para
hablar de ese instante en que nos descubrimos diferentes
ante la simple cotidianidad de un
nuevo día.
NOCTURNO
INMEDIATO
Ihosvany Hernández González ©
Premeditaciones
si en la noche el cuerpo del amor se
reduce a un espacio limitado
si apenas logras conseguir un
tributo al olvido
y el silencio cunde toda una
atmósfera delirante e inaccesible
en donde habitar la sala ya no será
sagrado como antes
si el libro que te acompaña no te
parece apropiado para seguir en su recorrido
porque es otro el interés que
siembra penitencias
y el rumbo que le das a la vida se
curva
en lo que consideraste evidente e
inflexible
si al abrir la puerta la ciudad te
resulta más quieta que de costumbre
allí donde sólo montículos de nieve
sepultan el camino
y en el oprobio de esa ausencia hay
algo que te hace detenerte a pensar en lo inmediato
pero lo inmediato (te has dicho)
se disipa en su acelerada fuga a la
nada
y prefieres dialogar del tufo
pestilente que el corazón exhalaba esta misma mañana
y no existe algo que te produzca más
placer
que el sentido de escribir algún
verso
a lo inexistente en tu patria hecha
a montones de metáforas
entonces
acompaña el ritual y conversa con tu
otro yo
y redacta este poema aunque te
resulte inútil, redáctalo
para cubrir esta misma página
en paz contigo mismo
a mitad de la noche
y para tu propio bien
redáctalo
porque no habrá otra salida más
plena
que la de convencerte por ti
de la utilidad de prescindir de lo
perdido.
DESDE
OTRO RETORNO
Ihosvany Hernández González ©
esperanza mínima / paisaje idéntico
(el de siempre)
jóvenes pasados por el barbero
estándar tercermundista
ignorancia ajena / vida actual
día de sol y acumulación de errores
falsificación de ideas
solución intemporal
puesta de sol
propuesta
paisaje isleño bruñido de un largo y
demorado adiós
a la madre / al padre
la vida cuece sus peces en la sal
que falta en las bodegas
paisaje de prostitutas y
melancólicos borrachos
trovadores olvidados en plena calle
solución impersonal
venta de cerveza en la Calzada de Infanta
cabeza reclinada en el puño de Dios.
DIANA DECUNTO
Argentina (nacida en Uruguay) y
residente en la ciudad de Buenos Aires. Colabora con diversas páginas
literarias en la web. Ha realizado cursos de arte, incluyendo teatro. Conduce
programas radiales en los que se difunden actividades culturales: literatura, cine,
teatro, etc.
Tiene
publicada una obra teatral en colaboración con Héctor y Alicia Zabala: Diván en crisis (eBook Argentino, ISBN
978-987-648-150-2). Ver: https://www.amazon.com/s/ref=nb_sb_noss?url=search-alias%3Ddigital-text&field-keywords=h%C3%A9ctor+zabala
Posee además varias obras literarias
propias sin editar.
Licenciada en sistema por la Universidad Católica
de Salta, especializada en sistemas bancarios.
Actualmente columnista del programa
de radio “La Feria
Fantasma ” en radio Lexia: https://www.facebook.com/LaFeriaFantasma/
2018 (enero): Recitado poesías,
invitada por Bleh Nights, en Dr.
Malatesta. https://www.youtube.com/watch?v=gD6z1YMt5nU
2017-2018: Colaboradora del blog La Butaca web, con comentarios
de cine y teatro. https://labutacaweb.com/
2017: Conductora del programa de
radio “Consignas de radio” en radio Lexia https://www.facebook.com/por.AmoralArteenRadio/
2016-2017: Coconductora del programa
de radio “La Feria
Fantasma ” en radio Lexia https://www.facebook.com/LaFeriaFantasma/
2016 – Columnista junto a Alicia
Zabala del programa de radio Literatura y Plus en FM Tribunales https://www.facebook.com/LiteraturayPlus/
Entrevistas culturales:
Publicación en Internet http://www.textale.com/anahidec/
Más sobre su biografía y obras en
los Suplementos:
NIÑEZ PERDIDA
Diana
Decunto ©
no
trates de explicarme,
lo
inexplicable.
Basta
de pretender
justificar
lo injustificable.
La
foto del niño
lacerado,
recorre
el mundo.
La
metralla de la guerra
mató
a la infancia.
El
diario
dice:
Niñez perdida.
¡Es
mentira!
Nada
has aprendido
de
las guerras.
Por
favor no nos engañemos,
es:
Humanidad perdida.
En
el fragor de la batalla
hay
dos trincheras
una
línea que separa
buenos
de malos,
justos
de injustos.
La
guerra
empuña
el arma,
la
humanidad
dispara.
Todos
hacen
oído
sordo
al
grito de guerra,
miran
para otro lado.
No
digas periodista:
Niñez
perdida.
No
quiero escucharte.
No
pretendas convencerme:
El
culpable es el invasor
El
cruel es el enemigo
El
simpatizante es infiel
El
insurrecto no tiene piedad
El
pecador no tiene redención
El
rebelde solo sabe traición.
La
humanidad
arrastra
vergüenza.
Nadie
curará
las
heridas de la inocencia.
Humanidad
enloquecida
apuntas
al corazón del niño
disparas
con la ballesta
para
quitar vida.
Después
te disfrazas
con
máscaras de
angustia
y llanto.
Nunca
cumples.
Pero
prometes
Nunca más
Habrá guerras
Nunca más
Habrá guerras
Apártate
de mi vista.
No
me molestes.
Siembro
semillas
apostando
a la vida.
MENÚ A LA CARTA
Diana Decunto ©
La miró a los ojos, pausadamente y
le dijo: “desde que te conocí perdí la felicidad”.
Transcurrió un minuto de silencio,
el mismo tiempo que se pide para rezar por un muerto.
Esa frase había estado dando vueltas
hasta que al final había encontrado la luz, luego de franquear muchas barreras:
“mejor no lo digas”, “no, no, callate”.
Las neuronas necesitaban un minuto
para oír la frase, entender el significado y dar una respuesta.
Ella pestañeó nerviosa, agachó la
cabeza, mirando al suelo, arqueó para arriba las cejas, arrugó la frente, los
labios. Se quedaron pensando.
Mientras tanto, él tarareaba con los
dedos una canción, hasta que una gota de sudor se deslizó por la frente.
Ella, con el cuchillo, pintó de
manteca una tostada. Y dijo “¡qué suerte! Ya sé que voy a comer, una suprema a la Maryland ”.
MADRE
Diana Decunto ©
MADRE: Arturo, ¿dónde estoy? ¿Adónde
me trajiste?
ARTURO: A la radio, mamá... ¡Te
tienen que conocer!
MADRE: ¿Cómo me dejé arrastrar por
vos? ¡Es una locura!
ARTURO: Mamá, te tienen que
conocer... Tengo un programa de radio y tenés la posibilidad de que te
conozcan.
MADRE: Vos te volviste completamente
loco. ¿Cómo exponés así a tu madre?
ARTURO: Mamá…, el programa es corto,
dura una hora.
MADRE: ¿No te da vergüenza exponer
así a tu madre?
ARTURO: No la expongo, la divulgo.
MADRE: ¿Para qué me querés divulgar?
ARTURO: ¡Eh! Bueno... bueno... ¿Qué
pasó? ¿Te estás haciendo periodista? ¿Qué, cuándo, por qué, dónde, cómo, quién?
MADRE: ¿Te estas burlando de mí?
ARTURO: Ma, ¿no irás a ser
periodista deportiva o peor... política?
MADRE: Decime, nene, ¿qué querés
divulgar?
ARTURO: Lo maravillosa que sos. Sos
la mejor mamá del mundo.
MADRE: Está muy trillado. Eso ya lo
dice la publicidad.
MADRE: ¿No tenés miedo que tus
compañeros se burlen diciendo que tenés el complejo de Edipo?
ARTURO: No pueden, aunque quisieran.
Porque ellos tienen el complejo del celular.
MADRE: ¡Nene! ¿Vos estás bien? ¿Por
qué?
ARTURO: Los celulares son como las
madres. Las madres pasan la aspiradora en el momento más inoportuno. Los
celulares suenan en el peor momento.
MADRE: ¡Nene!
ARTURO: Las madres hablan mucho todo
el tiempo. Los whatsapps conversan mucho.
MADRE: Nene, ¿qué es esa luz roja?
ARTURO: Estamos al aire
ARTURO: “Querida audiencia, muy
buenas tardes. En este programa tan especial de domingo, festejando el día de
la madre... Un saludo especial para todas las madres.”
ARTURO: “En mi caso, un recuerdo
enorme a mi vieja donde quieras que estés”. Te quiero: MAMÁ.
POMPEYO PÉREZ DÍAZ
Nació en Santa Cruz de Tenerife
(Canarias), España. Músico de sólida formación, es guitarrista y profesor del
área de musicología en la
Universidad de La Laguna. Asimismo es licenciado en psicología. Ha
publicado libros y artículos de marco académico, pero ello ya sale del contexto
literario. Su acercamiento a la poesía fue muy temprano, y obtuvo el premio
Félix Francisco Casanova para jóvenes autores por Once poemas y el Ciudad de La Laguna por Terciopelo
y fascinación. De cualquier modo, prefiere remitir únicamente a la versión
revisada de este último (Madrid, Libros del Luthier, 2014). Ha publicado relato
y ensayo, también es autor de algunos guiones de cortometraje.
En alguna parte escribió:
“Básicamente solo quedan la búsqueda del encanto como único valor permanente y
el hastío como preámbulo de lo inevitable”.
Su última obra poética es Las presencias (León, Ediciones
Hontanar, 2017), de la que transcribimos cuatro poemas. Alberto Ávila Salazar
evaluó esta obra, en la revista Leer, en estos términos: “La poesía no
solamente se construye a sí misma, a veces se necesitan pistas para indagar
sobre ella y hacerse una composición del lugar del terreno que pisamos cuando
tratamos de hacer nuestro un poemario. En Las
presencias se intuyen cadencias y melodías nocturnas, intimidades musicales
que se erigen en torno a un edificio de referencias literarias. Pompeyo Pérez
Díaz nos abre rendijas por la que asomarnos a un universo de fantasmas casi
sólidos, que saltan de la página como las chispas de un fuego y desaparecen
como lo hace una pieza musical que ha dejado de sonar. La suya es una
poesía formalmente hermosa y
razonablemente libre, consciente de la liviandad de los sueños y los escombros
del transcurrir de los días. Piezas como “Línea de sombra”, “Poema del vampiro”
o “Una carta de amor” presuponen y referencian universos complejos, y otros
como “Tu poema” y “Restos de Gloria” apuestan por una sencillez tan solo
aparente. Las presencias es un
poemario contenido, alimentado de recuerdos v madrugadas, poderoso cuando se
encomienda a oscuras potencias y evocador en su brevedad.”
MI
SECRETO
Pompeyo Pérez Díaz ©
tras tantos vagabundeos pálidos
y libros incontables
y embaucadoras partituras
tras todas las botellas
de vinos exquisitos
y todas las risas carnales
todos los juegos oscuros
tan tiernos y extraños
tras contarte seas quien seas
cómo escribiría
meticulosamente
sobre la curvatura de tu empeine
o el trazo inolvidable de tu cadera
tras todo eso
puedo confesar
como en una cadencia fugaz
seas quien seas
mi gran secreto
mi mayor deseo
deambular lánguidamente
con un hermoso instrumento francés
una Petit Jean L´aîné
o una Etienne La Prevotte
(el cuello envuelto en seda)
atravesar abigarrados salones
con sabor a lilas
pulsar las delicadas cuerdas
de cobre y tripa
y al fin recreando
(como en un poema)
la sensualidad y la melancolía
ser un guitarrista
en la época de la Guitaromanie
EL OLOR
DE LA COMPOTA DE
MANZANA CON CANELA
Pompeyo Pérez Díaz ©
Almost Blue.
ELVIS COSTELLO
el olor
de la compota de manzana
con
canela
es una
razón para vivir
y al verte
con uno de esos camisones
blancos que usas
como de otra época
(aunque cortos)
en mi cocina de pared roja
preparando el café
al observarte allí inmóvil
bailarina
de Degas
descalza
preparando
el café
en camisón
pensé que ese instante
el tiempo detenido
era como el olor de la compota
de manzana con canela
y te robé una foto
te volviste
posando para otra sonriente
posición de reposo
y ahora echo de menos
las distintas formas
de tu risa incontenible
que nos hace sentir seres
inmortales el modo en que miras
a tu alrededor la singular
delicadeza de tu pensamiento
tu extravagante manera de hablar
y (tal vez) me inquieta aceptar
que todo cuanto extraño
sea (solamente)
casi tú
y me dijiste una vez
cuánto te gustaba recorrer
con un dedo
cada rincón de mi torso
para ti un perfecto
triángulo invertido
mi forma de andar inconfundible
aguardar con paciente
ternura a que expusiera
alguna de mis ideas absurdas
sobre lo bello y lo efímero
y no puedo olvidar
cómo intuiste adivinaste
desde el principio mi sentido
del humor extraño
(lo llamo humor oblicuo)
mi extravagante manera de hablar
todo cuanto crees desear
tanto y que tal vez
sea (solamente)
casi yo
pero escribimos nuestros nombres
con tu lápiz de labios
en el libro de visitas
del Museo de Montmartre
y caminamos
entre las flores lascivas
que imaginaba
Robert Mapplethorpe
nos reflejamos en decenas
de cristales de espejos
bebimos grog y vinos de Borgoña
corrimos hacia aquella crêperie
bajo una tormenta
y ahora inventamos susurramos
una transición dulce
hacia la nada
recuérdame
Pompeyo Pérez Díaz ©
Observo el reflejo en el cristal
de repente mi imagen detenida
y recreo la tarde junto a los
espejos
recordando escribir
sobre una máscara de lágrimas
espesas
inquieto en el envejecido sofá
de terciopelo que desgrana
los tonos del verde
una vez más el beso del ansia
obsesión esquiva
una y otra vez
el reflejo en el cristal
y la conciencia de lo extraño
deslizándose por las cuerdas
de una guitarra o del archilaúd
sonoridades casi irreales
velando los contornos de la
habitación
bellos sonidos
como esos cuerpos desnudos
que a veces contemplo
(no sin cierto asombro)
sobre mi colcha roja
y de repente los describo
como imágenes detenidas
como poemas de carne y alcohol
de sonoridades bellas
aliviando
el impulso de escapar
PARA TODA
LA VIDA
Pompeyo Pérez Díaz ©
Qué absurda memoria recreándose
entre irreales sombras que se
estiran
qué oscuro silencio qué inmóvil todo
solo momentos recuerdos de una calle
las solitarias horas los versos
los desgarrados sorbos de las copas
los delicados besos
qué extrañas cadencias inquietándome
qué invierno qué inmenso temblor de
raso
figurando oleadas del malva al negro
qué olor morboso el de aquellos
pétalos
y es el frío de los cristales rotos
la indolente luz en las aceras
el efímero descanso de los sueños
la creación amarga
qué heladas aristas brillando ahora
qué abandonado eco tu recuerdo
y el olor de la pintura aquel mes de
lluvias
la suavidad de tus piernas y tus
sábanas
el color de bronce de los viejos
relatos
qué indiferente horror el de mis pasos
solo sonidos miradas o palabras
como un espejo roto
para toda la vida
MARCO RODRIGO RAMOS
Nació en Morón (Provincia de Buenos
Aires), Argentina, en 1969. Es docente de escuela primaria y profesor en lengua
y literatura. Fundó la revista “Letras Rojas de Moreno” de la que fue director.
Colaboró con cuentos, poesías y ensayos en las revistas Mapuche, Redes de Papel,
Las Letras, Polígono de Cuentistas y Poetas, Oestiario, Palabras Más, Amaru, La Avispa , Castelar Nuestro Lugar”,
diario “La Ciudad ”
de Avellaneda y diferentes publicaciones en Internet, entre otras en revista y
suplemento de Realidades y Ficciones. En 2011 obtuvo el primer premio del
concurso “Palabra de Maestro” organizado por la DGCyE de Buenos Aires,
consistente en la publicación de cuentos de docentes de la provincia. Logró el
segundo premio en el concurso Redes de Papel (2005), una tercera mención en el
Concurso Revista Crepúsculo (2010), una mención en el Concurso Literario
Municipalidad de Avellaneda (2010) y el primer premio en el I Concurso
Literario de la revista “Castelar Nuestro Lugar” (2011). Es músico y se
desempeña como bajista de la banda Morel. Está realizando la Licenciatura en
Letras.
Más sobre su biografía y obras en:
Revista literaria Realidades y
Ficciones Nº 16:
Suplemento de Realidades y Ficciones
Nº 55:
LOS OJOS
DEL MINOTAURO
Marcos Rodrigo Ramos ©
Ciudad Verde queda a 600 kilómetros de la Capital , pese a que está
pegada al mar nunca pudo desarrollarse del todo como centro turístico. Es por
eso que el hotel “Minos” permanecía abierto todo el año con escasísimo
hospedaje. La mayor afluencia de gente se daba en el verano y sin embargo jamás
llegaba a cubrir un cuarto del total de las habitaciones. Por suerte, lo que sí
funcionaba bien era la confitería del hotel, famosos eran sus desayunos con
medialunas y dulce de leche casero elaborado por su propietaria, la señorita
Liliana.
Ella había heredado el hotel y la
escasa afluencia de público la había obligado a vivir prácticamente todo el
tiempo allí y no contratar personal de servicio. De joven había demostrado un
gran talento para el dibujo y la pintura pero la muerte prematura de sus padres
y el ocuparse tanto del hotel le habían hecho olvidar de su vocación. Sola, con
treinta y cinco años ya cumplidos, Liliana era de aquellas mujeres de las que
cuesta creer que no pueda conseguir novio, no es que no los haya tenido pero
nunca le duraban demasiado. No era que se llevara mal con ellos, pero su
dedicación exclusiva (y obsesiva) con el hotel hacía fracasar todas sus
relaciones. ¿Cómo te vas a casar con un hombre si vivís casada con el hotel? Le
había dicho más de uno y ella sabía que tenían razón.
De su vieja vocación le había quedado
de recuerdo su último cuadro que había terminado a los veinte años. Era una
tela de un metro por un metro en la que había dibujado un minotauro. Sus padres
de chica le habían contado la leyenda de aquel ser que vivía encerrado en un
laberinto y devoraba los jóvenes que le eran entregados en sacrificio. A pesar
de lo que le contaban todos, le costaba ver su maldad, lo imaginaba, lo sentía,
triste, único y por ello solo, anhelando la presencia de alguien que fuera como
él, de un hermano. Era así entonces que su cuadro no podía reflejar más que
esos sentimientos: su minotauro tenía una mirada triste pero a la vez
esperanzada y carente de toda maldad, tal como ella lo sentía, tal como ella lo
había soñado.
Octubre ese año estaba inusualmente
frío. Ese día preparó la habitación para el señor Jorge que se había comunicado
con ella la noche anterior haciendo la reserva. Cuando lo vio venir Liliana se
dio cuenta que el señor Jorge se parecía a su voz, de traje y medianamente
gordo, era un hombre de 43 años que aparentaba más edad de la que tenía. Venía
de Buenos Aires. Cortésmente le pidió a Liliana que escribiera sus datos en el
libro de huéspedes. Cuando lo firmó se acercó exageradamente a la hoja para
firmar. Luego dejó su valija en la habitación y regresó a la confitería a
desayunar.
Su hambre era feroz, tomó dos cafés
con leche y seis medialunas a las que untó abundante dulce de leche. En su
glotonería había hasta placer y eso le gustó a Liliana porque el placer de ese
hombre había sido producto de sus propias manos.
—Usted es un ángel.
A Liliana le sorprendió la frase
amable, no por la amabilidad en sí, sino porque intuía algo más en esas
palabras, en la forma en que las dijo. Fue al verlo a la cara que lo notó, sus
ojos la miraban con deseo y a la vez con infinita timidez.
—No quise molestarla —dijo bajando
la cabeza.
—No me molestó. Al contrario, hace
mucho tiempo que ningún hombre me dice un piropo, así que muchas gracias.
Sonrió complacido, por momentos le
pareció que se había puesto colorado. Mientras atendía a las otras mesas,
Liliana pensaba que si el minotauro existiera llevaría sus ojos. Antes de
retirarse, el señor Jorge se detuvo frente al cuadro y comenzó a mirarlo de
cerca, sobre todo la zona del rostro.
—¿Le gusta?
—Si, claro. El viejo Asterión. Sabe,
me recuerda a alguien pero no sé a quién.
—Se parece a usted.
—¿Tan feo soy que parezco un animal?
—No diga tonterías. Se parece a
usted en los ojos.
—Es cierto, son del mismo color que
los míos.
—No, no es sólo eso. Es la
expresión.
—Tiene ojos tristes, solitarios,
como los míos.
—Tristes, son ojos que esperan a
alguien.
—¿A una mujer?
—No. Esperan a un hermano. Ya sé que
el mito dice que el minotauro es cruel pero, por más que me esfuerzo, yo no
puedo ver maldad en él, por eso lo hice así.
—¿Usted lo pintó?
—Claro, pero fue hace demasiado
tiempo. Ya no pinto.
—¿Por qué? Si talento se nota que le
sobra.
—No tengo tiempo. Me paso trabajando
todos los días en el hotel.
—¿No tiene momentos libres?
—No, porque al hotel puede llegar
una persona en cualquier momento.
—Hace mal. Usted tiene un don que
tendría que compartir con toda la humanidad.
—Discúlpeme Jorge, tengo que hacer
—le dijo Liliana yéndose a su cuarto. Allí se acostó y empezó a llorar. Por un
momento sintió odio por ese hombre casi desconocido que le había dicho, quizás,
demasiado. Cuando regresó se había retirado dejando la llave sobre el
escritorio de la recepción.
En un impulso que hacía mucho no
sentía, Liliana tomó una tela y su vieja caja de oleos con unos pinceles. Llamó
a su prima para que se encargara del hotel por un tiempo. Fue hasta la
habitación más alta, abrió la ventana, desde allí podía ver el mar, entonces se
dedicó sólo a pintar, inclusive a la noche no se detuvo para comer o dormir. Al
amanecer había terminado su obra.
Ya eran casi las siete, bajó a la
recepción y encontró al señor Jorge sentado en la mesa. De buen humor se acercó
a saludarlo y llevarle el desayuno.
—Hoy me voy, Liliana. He decidido
adelantar mi partida.
—¿Por algo en particular?
—Pensé en nuestra breve discusión de
ayer, en que quizás la ofendí con mi impertinencia.
—¿Porque me dijo la verdad? La
impertinente fui yo al reaccionar así. ¿Me perdona?
—No tengo nada que perdonar. La veo
mejor.
—Gracias a lo que me dijo me di
cuenta que en verdad vivía (o mejor dicho) vivo encerrada, pendiente siempre de
este hotel, de este trabajo. Me sentía como el minotauro, encerrada en mi
laberinto sin poder salir.
—Todos vivimos encerrados en
nuestros propios laberintos que vaya a saber Dios quién los construye y quién
nos encierra en ellos. Pero siempre es bueno recordar que así como tienen
entrada, también tiene salida. Usted ha comenzado a encontrar la salida de su
laberinto, no la pierda.
—¿Y usted Jorge?
—Yo también vivo encerrado en mi
laberinto, lo malo es que las murallas que me rodean son invisibles, pero a la
vez más gruesas. Soy un hombre que no se imagina con mujer e hijos en el futuro
y no porque no quiera una familia, pero… Son los muros Liliana.
—Quizás algún día pueda enfrentarlos
y así encuentre lo que necesita.
—Seré como el Asterión de su cuadro.
Solo, esperando la llegada del otro que lo complete. Solo, pero con esperanza.
—Hay que intentarlo —le dijo Liliana
y besó su mejilla.
—El beso de un ángel siempre es un
buen motivo para seguir luchando. No creo que nos volvamos a ver, pero esté
segura que nunca la voy a olvidar.
—Yo tampoco. Dicen que un amigo es
alguien que quiere lo mejor para uno y siempre va con la verdad, así que usted
es mi amigo.
—Usted también quiere cosas buenas
para mí, así que usted es mi amiga.
—Por supuesto. ¿No va a volver
entonces?
—No. Como su Asterión del cuadro,
viviré esperando al alma gemela que me libere de este laberinto cruel que es la
vida. Creo que es hora de buscar mis maletas. No se preocupe porque voy a
despedirme como corresponde antes de irme.
—Lo espero —le dijo Liliana
guiñándole un ojo.
A los diez minutos llegó el señor
Jorge con sus maletas.
—¿Qué le sucede Liliana? Se nota que
está triste. ¿Pasa algo?
—Es que se va un amigo que me
importa mucho y sé que nunca va a volver.
—Liliana. Usted vale demasiado,
tiene tanto para dar. No llore usted, que lloré el tonto que se va porque no
sabe todo lo que se pierde al dejarla. O que llore yo, que la he amado en
secreto y, aunque nunca la tuve, también la he perdido.
Liliana se dirigió hasta donde
estaba Jorge y lo besó en la boca.
—Que tontos estos dos hombres, él y
yo, que somos y no somos el mismo, que teniendo la felicidad al alcance de la
mano nos vamos para no volver. Gracias, Liliana, por hacerme feliz.
—Gracias Jorge por ser mi amigo.
—Suyo siempre, Liliana.
En 1942 Jorge Luis Borges escribe el
cuento “La casa de Asterion”. En la
obra Borges nos muestra un minotauro más bien humano que se siente solo y añora
la presencia de un igual a él. Humaniza así lo bestial del mitológico ser. El
cuento llevaba una dedicatoria que, más por cuestiones editoriales que por
voluntad del autor, fue eliminada del texto impreso.
—“Dedicado
a Liliana” —decía.
EL ÚLTIMO
GIRASOL
Marcos Rodrigo Ramos ©
Alex se separó del resto del grupo y
llegó al cuarto que debía inspeccionar. Cuando entró lo sorprendió lo que vio
en la pared, un rectángulo de un material duro y dentro de él una especie de
tela con lo que presumiblemente era un gráfico o una infografía pero con un
diseño que nunca había visto. Casi no tenía líneas, era prácticamente colores
rojos mezclados con naranjas y amarillos y a su alrededor líneas curvas como
dedos y brazos verdes. Todo parecía estar contenido en un recipiente y dentro
de él una palabra: “Vincent”. Ocurrió entonces que cerró los ojos y se vio
transportado a otro espacio lleno de colores, de aire fresco y perfumado, de
amplitud y libertad, de sol, de una música incomprensible que lo acariciaba.
Cuando los abrió estaba llorando. Escaneó la imagen y la envió a la Central. Le ordenaron
que se alejara lo más rápido posible. Obedeció pero llamó porque seguía muy
conmocionado.
—¿Qué era eso?
—Es una forma de graficación
antiquísima llamada “cuadro”.
—¿Graficación de qué?
—No entiendo su pregunta.
—¿Qué eran esos colores?
—Esos eran girasoles.
—¿Qué son los girasoles?
—Son flores.
—¿Qué son las flores?
—Son plantas.
—¿Qué son las plantas?
—Eso que tiene adelante es la
graficación de una planta.
—¿Pero entonces es verdad que alguna
vez existieron las plantas, las flores, los girasoles en la Tierra ?
—Agente, por favor. Son leyendas,
cuentos para niños, graficaciones de simples invenciones populares o de algún
artista excéntrico. Nunca hubo plantas, ni flores, ni girasoles en este
planeta. ¿O acaso usted, sus padres, sus abuelos vieron alguna vez alguna
planta?
—No. Tiene razón. ¿Qué quiere que
haga?
—Hemos decidido que es mejor que esa
infografía, ese cuadro, debe ser destruido de inmediato por el bien de la
población. Usted tiene un lanzallamas. Proceda.
—Entendido.
Por más que se ordenó demoler todo
el edificio jamás se supo del paradero del agente ni se encontraron restos de
la extraña infografía de la que había hablado.
JUAN MANUEL ARAGÓN
El periodista argentino Juan Manuel
Aragón ha tenido suerte diversa en los concursos de cuentos en que se ha
presentado. Este escritor, nacido en Tucumán en 1959 y residente en Santiago
del Estero desde 1970, redactó, en forma sucesiva, un cuento por día para dos
de los tres diarios de circulación masiva en la provincia, desde 1999 hasta la
fecha. Como es un espacio acotado y para facilitar el trabajo de los
diagramadores, los hace de 384 palabras, sin contar título y fecha al pie. Ha
pasado como redactor, por todas las secciones del Nuevo Diario: Policiales,
Interior, País, Mundo, Política, Gremiales, Educacionales, La Banda , Rurales, Generales.
Colaboró con Deportes y fue encargado de los más disímiles suplementos, desde
Cultura a Día de la
Industria , pasando por Día de la Música y Mujer. Sus
escritos han sido publicados en España, Uruguay, Paraguay y periódicos del
norte de la Argentina.
Es director de la revista de cultura y educación “El punto y
la coma”, que circula solamente en papel en Santiago, aunque también trata
asuntos del norte, es decir Jujuy, Salta, Tucumán, Catamarca y La Rioja.
ALAMBRADO
Juan Manuel Aragón ©
En una riña de los Galván gané dos
mil pesos, apostados a un gallo giro de mi compadre Eudoro. Diga que no lo
levantó cuando lo llevaban mal, porque en un final de bandera verde, lo dejó al
otro tendido. Ni para sopa serviría. Cosas que pasan, a veces se gana, a veces
se pierde. A pesar de que había ganado buena plata, a la postre salí empatado.
Eran dos mil pesos de hace cinco años, cuando la plata valía. Ese día los ojos
se me escapaban detrás de una morocha, hija de un hermano de Galván, el
organizador: la estuve relojeando desde temprano. Según colegí, andaba sola, no
tenía novio ni marido dando vueltas ni anillo que lo denunciara. Estuvo
atareada todo el día, primero al otro lado de la casa pues ahí se arremolinaba
el mujerío preparando las empanadas y el guiso de charqui que servirían a la
concurrencia. Temprano nomás, cuando fui a saludar a la dueña de casa, la juné
de arriba abajo como para que se diera cuenta. Y se percató nomás. Después,
todo el día anduvo dando vueltas entre los reñideros, llevando y trayendo
fuentes, acarreando vino y cerveza para la concurrencia. Por ahí, cuando la
estaba vichando, uno le tiró un piropo, se sonrió y en una mirada refulgente,
meteórica y secretamente fugaz, se dio vuelta para donde yo estaba haciéndome
el otro. Me hice el de no darme cuenta. No éramos nada. No iba a meterme en
asuntos ajenos.
Cuando la tarde empezó a morir, me
recosté en un alambrado mirando el gentío que, a esa hora, se empezaba a
dispersar. Siempre me ha gustado participar de toda clase de fiestas, pero
mirando el asunto desde afuera, como en un no estar estando. Si se acercan los
amigos a conversar, les presto amable atención, sin interrumpirlos y dándoles
la razón en todo. Al final quedan satisfechos y se mandan a mudar, dejándome
con la mente en blanco, observando los alrededores. En eso estaba, ¿no?, cuando
de repente observé que por el otro lado del alambrado en el que estaba apoyado,
se acercaba ella, la chica Galván, la morocha que le cuento.
Diga que salí empatado porque gané
esos dos mil pesos, si no, todavía estaría pagando en cuotas aquella noche. Un
fuego la morocha, le digo.
Sacando
un dorado. Puente de la
Dormida.
JUANITA
Juan Manuel Aragón ©
En esas horas, todo tiene el sabor
de lo urgente, de lo último que vas a hacer en la perra vida, dentro de un
rato, a la hora de los pitos, ya no valdrá la pena apurarse, todo estará
concluido y habrá que tranquilizarse, con la gente que uno quiere —o más o
menos— reunida en la mesa familiar, comiendo en un santiamén lo que a las
mujeres de la familia les llevó días de preparación, de planes, de consultas de
recetas a último momento, porque nadie sabe si el vitel toné lleva aceitunas y
si alguien dice que sí, preguntarle verdes o negras y recuerdas a doña Juanita
te fiaba los cohetes, pero solo la primera vez, Pocho, el hijo, era un conocido
de siempre, que daba fe de que ibas a pagar, salías a todo escape a vender con
tu tablita de “Promoción y oferta” en la que, por las dudas, duplicabas,
triplicabas el precio de las baterías, las estrellitas, los cohetes fósforos,
los clásicos morteros y los rompeportones, las fiestas de fin de año, se sabe,
son para gastar plata, meta sidra, sangría, clericó, bebidas que solamente se
toman en ese tiempo cuando para todo es tarde, ha pasado el tiempo y se
acabaron las excusas: en enero empiezas de nuevo y te harás los mismos buenos propósitos
que el año anterior y que el anterior del anterior, pero no vas a cumplir,
simplemente porque te has propuesto algo grande, lo más grande que podrías
hacer por vos: ser otro y seguir siendo el mismo que con la primera de todas
las compras que le hacías a doña Juanita, empezaba a evolucionar tu negocio,
primero comprabas media docena de cajas de baterías y después ya te daban una
gruesa cada vez que ibas si al final de cuentas, decías en ese tiempo, lo único
que queda es el olor a pólvora, al día siguiente los sánguches tendrán otro
gusto al desayunar y solamente recordarás la cara del pobre infeliz que llegó a
última hora, cuando no había nadie en la calle, pidiendo que le vendas, que
pagaba lo que fuera unos cohetes para los hijos y vos, sabiendo que
solucionabas tus problemas con ese solo cliente, se los dabas a precio de
costo, casi como un regalo de la puta Navidad.
Trozando
el lechón. En el Huaico Hondo.
JOSÉ FRANCISCO SASTRE
GARCÍA
Nació en San Sebastián (Guipúzcoa),
España, en 1966. Desde el principio tuvo una gran inquietud por la lectura,
leyendo todo lo que caía en sus manos, desde la literatura infantil y juvenil
de la época hasta obras como la
Odisea de Homero.
Reside en Valladolid desde 1980.
Escribió sus primeros relatos por aquella época, presentándolos a diversos
premios sin resultado alguno. Posteriormente le llegaría la afición por R. E.
Howard y H. P. Lovecraft de la mano de los cómics de “La Espada
Salvaje de Conan” y los libros de Alianza Editorial hasta
el punto de conseguir la bibliografía casi completa del maestro de Providence y
las novelas canónicas del cimmerio publicadas por Fórum.
En estos momentos, su producción
literaria abarca prácticamente todos los géneros de la narrativa fantástica:
fantasía épica, espada y brujería, intriga-misterio-terror, ciencia ficción,
ficción histórica, aventuras, fantasía.
Más sobre su biografía y obras en
Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 67:
EPITAFIO
José
Francisco Sastre García ©
En el principio la tierra
era fértil, hermosa, brillante, llena de esplendor… El sol iluminaba un mundo
creado para el deleite, un vergel en el que no existía oscuridad alguna; la
belleza de las flores tamizaba las grandes praderas con irisado colorido, los
densos bosques cubrían gran parte del mundo con un dosel de fresco verdor que
protegía a las criaturas que se escondían bajo él, y la nieve adornaba con
refulgentes cristales las cimas de las altas montañas donde se reunían los
dioses para solazarse en la contemplación de su creación; las bestias, grandes
y pequeñas, eran las dueñas de aquel paraíso sin mácula, reinando en la tierra,
el aire y el mar majestuosamente. El poder de la palabra divina, de la magia,
lo llenaba todo con un refulgente aura, y la magna obra resplandecía bajo un
espléndido firmamento azul…
Mas los Antiguos vieron todo aquello
y, aun estando complacidos por el luminoso edén que habían creado, encontraron
que yacía carente de alma, de una chispa de su eterna sabiduría que impregnara
la hermosura del mundo; y así, algún tiempo después de recrearse en sus
maravillas, decidieron tomar un pedazo de arcilla y modelar una criatura que
poseyese un diminuto fragmento del alma inmortal de los dioses; de esta manera,
el Hombre hizo su aparición sobre aquel idílico lugar, hollando con sus pies
las tierras que le habían sido concedidas.
Bajo la atenta mirada de sus
mentores, la nueva criatura comenzó a caminar sobre el mundo, disfrutando de
los frutos de la naturaleza, de la hermosura del azul firmamento, de la vasta
inmensidad de la noche y las infinitas estrellas que en ella se manifestaban,
rodeando con un manto de luminosidad la pálida luna que parecía vigilarlos, con
el corazón lleno de alabanzas a los dioses y a su obra.
Bajo la égida de Aquellos que les
habían dado la vida, los hombres comenzaron a descubrir los secretos que yacían
escondidos a su alrededor, los inefables tesoros y conocimientos que esperaban
tras el velo; y encontraron piedras doradas, plateadas, de múltiples colores y
tonalidades, que consideraron hermosas y atesoraron para sí; y así, poco a
poco, en el alma de aquellos seres que habían sido puestos en el mundo para
glorificar la creación y los creadores, comenzó a aparecer una mancha de
oscuridad, un germen de negrura surgido de lo más profundo de las tinieblas, de
uno de los Antiguos, que deseaba dar a los hombres libertad para elegir su
destino, a pesar de las protestas del resto de los Señores, que deseaban tener
sojuzgada a la especie bajo una máscara de luz y belleza.
Y los creados, los Hijos de los
dioses, aprendieron a fabricar armas, a cazar, a construir casas cada vez más
grandes y hermosas, y se desarrollaron lentamente, hasta que toda la tierra
estuvo llena de sus pasos; allá a donde quiera que miraran complacidos los
creadores, podían ver la mano del Hombre sobre la naturaleza, domeñándola,
mutándola a su antojo, para crear obras tan hermosas como estériles, reflejos
de sus orgullosos corazones.
Y aprendieron a traficar con oro y
plata, con turquesas, ópalos, amatistas y cornalinas, a intercambiar pieles y
rubíes, piedra y zafiro, hierro y coral… Y la mácula del alma crecía y crecía,
sin darse ellos cuenta de tamaña desgracia.
Mas los dioses sí veían la tenebrosa
sombra que se iba cerniendo desoladoramente sobre aquellas criaturas en las que
habían puesto todas sus esperanzas, y decidieron desterrar a Aquél que había
osado insuflar en el Hombre aquel signo de negrura, reflejado en el espejo de
sus propias obras, hermosas y a la vez carentes de alma, de vida...
Con el tiempo, los hombres crearon
grandes civilizaciones por todas partes, poderosas urbes que pretendían
rivalizar con la obra de los Antiguos, grandes monumentos que pretendían llegar
hasta el lejano firmamento y demostrar que eran sus iguales… Y el trabajo que
una vez había sido la gloria del ser humano, se convirtió en ruin tarea, en la
esclavitud del ser humano, y las alegrías y goces de los hombres se volvieron
sangrientos, crueles…
Llegaron por fin los Jinetes del
Odio y el Rencor, y con ellos el poderoso aliento de la Guerra ; y el fuego y la
muerte se extendieron por todo el mundo, la sangre manó hasta crear ríos que
recorrían las urbes derrumbadas, las otrora verdes campiñas, las montañas… Y
los alaridos de los moribundos se mezclaron con los gritos de victoria, y los
vencedores pisotearon a sus víctimas, destruyendo las antiguas eras de cultura
y armonía, de serenidad y paz, de respeto y justicia: donde había habido
convivencia, donde la hermandad entre los hombres había sido la señal de los
Antiguos, se extendió la lucha entre hermanos por la posesión de tierras y
riquezas, por el alcance del poder…
Mas el tiempo pasó, y, de nuevo,
regreso la calma al mundo, tras una tempestad de sangre y llamas que había
asolado pueblos enteros; y, de nuevo, la calma volvió a reinar, aunque no era
real, sino forzada: la tiranía del Miedo y el Terror, oscura, tan negra como el
cerrado manto de la noche, se imponía donde hasta aquel momento había brillado
la luz del Amor y el Respeto.
De nuevo, las urbes se alzaron
majestuosas hacia el cielo, y el Hombre conoció una época como jamás había
sido: las riquezas fluían libremente, las razas convivían entre ellas sin
rencor alguno, mientras un tiempo dorado se extendía pacíficamente por todas
partes. Los dioses caminaban entre sus hijos y les mostraban su error,
guiándoles hacia un sendero de luz que les permitiera mantener la gloria
alcanzada para toda la eternidad…
Mas éstos, celosos de los Antiguos,
orgullosos de su propia sabiduría, no deseaban de sus creadores los
conocimientos que éstos les brindaban: oíanles atentamente, para desechar todas
aquellas enseñanzas que no se ajustaran a sus propias ambiciones; veíanse solo
a sí mismos, contemplábanse en los reflejos cual Narcisos, sin importarles lo
más mínimo lo que pudiese ocurrir a su alrededor, y vivían tan solo para
satisfacer sus propios apetitos. Nada importaba al Hombre excepto la propia
riqueza, el propio poder, y para alcanzarlo llegábase a cualquier extremo, por
cruel o sangriento que este fuera…
Una vez más, la mancha oscura en el
alma de los hombres creció, y separó a unos de otros, a los mansos de los
fieros, a los sabios de los ignorantes; y los que comprendieron huyeron,
advertidos por los dioses del enojo que éstos tenían hacia su creación.
Grande fue la cólera de los Antiguos
al contemplar el resultado de su obra, al descubrir que el Hombre se había
vuelto contra sus creadores; cuando vieron que la antigua armonía se había
desvanecido para dejar lugar de nuevo al odio, al rencor, al aislamiento; en su
infinita cólera, desbordada ya su misericordia por la copa de la ira que sus
hijos habían ido llenando pacientemente, decidieron que habían de ser
castigados por sus amargos pecados, y que debían beber del cáliz de la amargura
para purgar su desmedido orgullo.
Así, un aciago día, los Señores de la Creación arrebataron una
gran estrella del firmamento y la arrojaron sobre el mundo, allá donde ahora
solo existe agua, y provocaron una terrible catástrofe que asoló las tierras,
hundiendo hasta las más profundas simas del océano los imperios malditos,
anegando los pueblos, arrasando todo aquello que encontró en su camino… Grandes
lamentos se escucharon aquel nefasto día en que la oscuridad se cernió sobre
todos, en que se alzaron nuevas montañas y se crearon nuevos mares, en que los
dioses arrancaron de su obra, como la mala hierba del jardín, a todo aquel que
había osado alzarse contra sus mandatos…
Tan solo los sabios supieron de
aquella hecatombe y fueron capaces de evitarla, subiendo a las más altas
montañas, aquellas cubiertas por las nieves eternas en los más remotos confines
del mundo, fundando entre ellas un nuevo reino de paz y serenidad, donde la Justicia reinó a lo largo
de largas eras…
Y así, lo que fue es, y lo que es,
será; y los dioses, hastiados de contemplar el caos que su obra magna, el
Hombre, vuelve a desatar sobre la tierra, asolando la naturaleza con el
conocimiento prohibido que logró arrebatar a los Antiguos merced al Señor
rebelde, destruyéndose unos a otros en una sangrienta vorágine de muerte y
desolación, odiándose entre ellos por toda pretensión de riqueza y poder,
despreciando aquello que es diferente a ellos, montarán de nuevo en cólera; y
el mundo se estremecerá en grandes convulsiones, y el océano recuperará las
tierras que le fueron arrebatadas, y las criaturas de la tierra, de los
bosques, el agua y el aire, se rebelarán contra sus dominadores…
Pues los hijos de los dioses, en
toda su magnífica sabiduría, olvidaron la enseñanza más importante de sus
creadores: la armonía y la justicia, sacrificándolas en el altar del poder y la
riqueza, entregándolas al más oscuro deseo de las tinieblas, para el eterno
tormento del Hombre, un ínfimo e indigno pedazo de arcilla...
WALTER HUGO ROTELA GONZÁLEZ
Cursó la Licenciatura en
Ciencias de la
Comunicación en la Universidad de la República (Udelar),
Opción Periodismo - Uruguay (1999-2010). Aprobó las materias introductorias de la Licenciatura en
Letras en la Facultad
de Humanidades (Udelar) en 2012. En 2014 colaboró con Diario El Mirador de Sudamérica,
como corresponsal de Uruguay. Los artículos pueden leerse en http://diarioelmirador.com.ar/author/wrotela
Bibliografía: Huellas de mis pensamientos (cuentos, 2011), Buscando… las llaves, las rutas (novela, 2011), Siete cuentos - Del 2007 al 2008
(cuentos, 2011), Líneas Paralelas -
Relato de viaje (2013). Todos en Editorial Bubok: http://pebuwar.bubok.com.ar/
Audios periodísticos y literarios
pueden escucharse en: http://www.ivoox.com/escuchar-audios-walter_al_55230_1.html
Olivol y
Mundial - Un solo club es un libro de investigación periodística, aún sin
publicar. Pueden leerse las diez primeras páginas en: http://es.slideshare.net/WalterRotela/olivol-y-mundial-un-solo-club-pp10
TÚNEL AL
OSARIO
Walter Hugo Rotela ©
Caminando por la rambla de Montevideo,
un viejo conocido me contó una historia que, al principio me pareció increíble.
Esa tarde el sol brindaba su calidez y luz en su mayor esplendor, después de
mucho tiempo de días nublados, típicos de invierno.
Mi amigo Rodrigo —de setenta y pico de
años— y yo caminábamos de espalda al sol, que bajaba lento detrás de la
inasible línea al final del día. A nuestra izquierda la rambla y el movimiento
de los autos no invitaban a mirar, en tanto, que a la derecha, el río-mar, las
gaviotas revoloteando y los surfistas tomando las pocas olas… sí.
Con lento andar llegamos hasta una
zona por donde nunca antes habíamos pasado. Pero Rodrigo, a quien siempre me
dirijo como “Don Rodrigo”, cosa que él corrige con tacto:
—Pero Marcos, por favor, no me
llames “Don”, si bien soy un veterano, el “Don” está de más. Mucho tiempo hace
que nos conocemos y… no da. Yo soy Rodrigo, como tú Marcos. Y no se hable más.
Ta.
—Está bien… Rodrigo —contesté, pero
rato después se coló el “Don” nuevamente, aunque se perdió entre el ruido de
las olas.
Esa tarde, mientras pasábamos frente
a lo que parecía una alcantarillado, que venía de debajo de la calle, Rodrigo
la señaló.
—Ves esa entrada —dijo.
—Esa salida… dirá —le contesté. Es
una alcantarilla.
—No. Te equivocas. Parece una alcantarilla,
pero no lo es.
—Si lo dice así… Rodrigo. Le creo.
—No me creas. Te contaré qué es y…
algún día, si te pinta, lo investigas. De hacerlo, quizás, pero solo quizás,
serás recompensado. Un tesoro, dentro de un viejo maletín de cuero, encerrado
en una caja de metal está oculto en la pared, detrás de unos ladrillos puestos
de canto, distinto a los otros, a la altura del hombro izquierdo cuando
ingresas por aquí, a los ciento tres pasos de esta entrada.
—¿Investigar qué? —pregunté.
—Bueno. Eso que ves no es una
alcantarilla. Es un túnel que conecta con el cementerio.
—¿Con el cementerio? —pregunté
incrédulo.
—Sí. Específicamente con el osario.
Hay doscientos metros de túnel. Y según supe por un viejo camarada, de otros
tiempos, de aquellos de militancia, de guerrilla, permanece intacto. Pero él…
no sabe del tesoro.
—Pero… ¿un túnel para qué?, si se
puede saber.
—Bueno… te diré. Hasta hoy, solo
pocas personas conocieron de su existencia. Ni los militares que tienen hasta
planos de los viejos túneles de la ciudad de los tiempos de la Colonia saben de éste. Era
una vía de escape. Aunque también sirvió para esconderse en días difíciles, en
los tiempos de la guerrilla urbana. Esos parecen los túneles de las ratas que
ves en la ruta de los accesos a la ciudad. Salen por todas partes de agujeros
pequeños y desaparecen en otros, igualmente pequeños.
—Entiendo… pero conecta con un
osario ¿no? ¿Para?
—Bueno, en esos tiempos unos
muchachos trabajaban en el cementerio y descubrieron que era factible construir
un túnel. Pero llevaría tiempo hacerlo. Por ende diseñaron una estrategia
interesante. Unos trabajarían de día y otros de noche. Como dos lo hacían de
día, uno de ellos se pasó a la noche, con el argumento de que el de la noche
estaba solo y temía que un susto le provocara un infarto. Así que uno se pasó a
la noche y trabajaron mejor, sin nadie que mirara.
—¿Y el osario… qué fin cumplió?
Don Rodrigo estaba confiándome lo
que, por muchos años, había guardado como un secreto de guerra. Mucha agua
había pasado desde aquellos días revueltos, de guerrilla, de lucha armada.
Excavaciones se estaban realizando en los cuarteles a fin de descubrir los
restos de personas enterradas clandestinamente.
Este túnel conectado al osario era
algo más que un escondite en tiempos de guerra, algo más que una salida de
escape. Adquiría otra significación en estos tiempos. Algo que aún no
vislumbraba, ni por asomo.
—El osario —continuó Rodrigo— era un
punto muerto, un sitio no frecuentado más que por un par de enterradores, que
cada cierto tiempo echaban allí restos de los cajones muy antiguos, los
olvidados por familiares o responsables, quizás ancianos que dejaban de pagar
por el servicio.
—Era una vía de escape o de
escondite, me dijiste, ¿no?, Rodrigo.
—Sí, efectivamente. Nunca
sospecharon de este lugar usado como escondite. Y tenía la posibilidad de
salida por la playa, tanto como por el cementerio. Algunos camaradas
desaparecieron en el cementerio una noche de lluvia o una oscura tarde de
invierno, y aparecían aquí en la playa, horas o días después.
—¿Sí?
—Pues sí. Teníamos provisiones para
permanecer escondidos por días. Hay unas especies de catacumbas que nadie
visita, las que no osan visitar ni siquiera los viejos funcionarios. Por eso
fue perfecto, factible de utilizar como escondite.
Don Rodrigo, con la paciencia del
hombre maduro, entrado en años, caminaba con andar seguro, firme, lento,
mientras relataba viejas anécdotas relacionadas con el túnel al osario. Algunas
historias me resultaron hasta risueñas, pero quizás no lo sintieron así los
personajes, los protagonistas, los hombres y mujeres que recorrieron aquél
túnel en esos tiempos revueltos.
Había algo en la mirada de Rodrigo,
no sé qué exactamente, mezcla de nostalgia y cierta insatisfacción, quizás
otras cosas. Lo cierto es que parecía que Don Rodrigo necesitaba contarle a
alguien su versión de las cosas.
Seguimos caminando mientras con su
mano izquierda peinaba sus blancos bigotes y fijaba la vista en un punto lejano
del horizonte, en nuestro camino de vuelta. Quizás la misma playa se parecía a
un túnel, pero al final se veía un tono rojizo sobre el agua, donde se
adivinaba la partida del sol, más allá de la línea.
VÍCTOR ELIGIO GIMÉNEZ
Nacido y residente en la Provincia de Misiones,
Argentina. Licenciado en psicología. Narrador y poeta. Autor de los poemarios Existencia (2006) y Profundidades (2012), Editorial Universitaria de la Universidad Nacional
de Misiones.
Primer Premio en el Concurso de
Poesía “Alberto Szeretter”, SADE - Misiones (SADEM) en el año 2003. Mención de
honor en diversos certámenes nacionales literarios. Ha participado en varias
publicaciones locales.
VOLVER AL DESORDEN
Víctor
Eligio Giménez ©
Realmente
es un gusto
volver
al desorden de la poesía,
sentir
sus colmillos nuevamente,
su voz
lacerante tocándome el pecho.
Romper
la estructura de razón maciza,
otra vez
el hilo delgado y punzante
para el
trapecismo ante la pendiente.
Ese
abismo mágico que nos reconoce
desde
las honduras a través del verso.
Realmente
es un gusto
volver a
vibrar con el pulso loco
que
impone el poema, breve pero intenso,
claro
pero oscuro, certero e incierto.
Iniciar
caminos sin saber adónde…,
descubrir
atajos, irse por los aires,
regresar
al centro y tener la dulce
sensación
de engaño que se tiene cuando
cierta
libertad nos abre una puerta
hacia la
belleza.
DICIEMBRE EN MISIONES
Víctor
Eligio Giménez ©
El monte
revienta su tropical fuego,
las
ramas se extienden en tórridas siestas
y los
niños salen a jugar con duendes.
Se bebe
cerveza cuando cae la noche
(y
tereré frío casi todo el día),
la luna
se posa y acaricia el río.
Se
cultiva el sexo dos horas más tarde,
se
despide el año en reunión de amigos,
y no
alcanza el níquel para los regalos.
Se
aguardan hermanos que una vez partieron
hacia
rascacielos que ofrecían futuro,
se
rasura el pasto, nos reconocemos.
El calor
impío glorifica sombras
y
Misiones canta la vida en diciembre
con sus
venas rojas y su verde estampa.
TODO DE
INTENSIDAD
Víctor
Eligio Giménez ©
Podría decir que he vivido todo, más
allá de datos cronológicos. Y eso es así dada la hondura con que yo he sentido.
He intuido infinidad de horrores, de pérdidas, aun la más común aunque no por
ello menos pérdida.
Puedo decir que he intuido en mi alma
la tragedia de la existencia. Y en el contraste con los hallazgos, descubrí y
extravié la profunda y dolorosa belleza de la vida.
Penetré en las casi treinta clases
de noche y me impregné de sus ausencias y de sus eternidades. Lloré con y sin
lágrimas por mis muertos, los conseguí vitales y calientes, luego de que el
mundo continuara su marcha ya sin ellos.
Pude, en un rapto incronometrable,
sentir la intensidad de lo más pleno, de lo más íntegro, de lo cualitativamente
inmenso.
Como cualquiera, transité por horas
miserables, superfluas, de ordinarias olvidables. Ah, pero esos segundos de
inspiración trágica, de conciencia cierta, de vuelo metafísico, esos segundos
me permitieron vivir todo, sentir la potencia intangible de la vida, vencer el
tiempo y los espacios, proyectarme hacia un encuentro íntimamente universal.
Sí, esa poderosa interioridad es
revelación.
Si mañana faltase, sospecho que
habrá quienes tengan motivo para añorarme, mas ni siquiera ellos deberían
lamentarse porque algo yo no pueda “ver”, ya que no será seguro que no lo haya
entrevisto alguna vez.
Acaso si buscaran en mi poesía
existencial, en mis desencajados versos; si buscaran minuciosamente, podrían
dar con la dimensión de mis vivencias, de mis evocaciones, de mis presagios.
Si al fin mis experiencias se
evaporaran conmigo, una prueba del alcance estará escrita.
ALEQS GARRIGÓZ
(Puerto Vallarta, México; 1986)
Escribe poesía desde los quince años. Publicó su primer libro de poesía en
2003: Abyección. Posteriormente
aparecieron La promesa de un poeta
(2005; Premio Adalberto Navarro Sánchez), Páginas
que caen (2008, 2013; Premio Municipal de Literatura de Guanajuato) y La risa de los imbéciles (2013, Ganadora
del I Concurso Internacional de Poesía de Emergente Nauyaca) y El niño que vendió su alma al Diablo
(2016). También han sido premiadas sus obras Galería del sueño (Premio Espiral de Poesía 2011, de la UG ), En la luz constante del deseo (Premio Espiral de Poesía 2012, de la UG ), Despiértame en otro mundo (Mención Honorífica en el I Concurso de
Cuento y Poesía de la
Universidad Marista de Querétaro, 2013), Penetrado por el amor (Mención Honorífica en el V concurso
editorial “El mundo lleva alas”, 2012), Resplandor
del oro amanerado (Tercer premio en el VI Concurso Nacional de Poesía María
Luisa Moreno, 2014). Ha publicado poemas en medios impresos y electrónicos de
México, España, Colombia, Estados Unidos, Colombia, Argentina, Honduras, Perú,
Nicaragua, Chile y Suecia. Poemas suyos han sido traducidos a cinco idiomas.
Más sobre su obra en Suplemento de
Realidades y Ficciones Nº 13:
y en Wikipedia:
RESPLANDOR DEL ORO AMANERADO: 4
POEMAS
AMOR NO
ES MÁS
Aleqs Garrigóz ©
Tocas mi pecho,
tambor de donde salen notas que te
alaban;
y danzo y me arqueo como epiléptico
porque hemos vencido hasta al
Diablo.
No más engaños: nosotros somos la
única divinidad,
fundada en la esperanza del sexo.
Sin ti la vida es un desperdicio
y los días basura…
Como un cántaro que va a nacer
me moldeo en tus manos.
Soy tierra dócil a tu arado. Y algo
arrastra:
tus testículos que pesan en mi
conciencia
más que todas las filosofías.
Nueva superficie revelada.
Adentro la raíz oscura
bebiendo secretamente aún del
Paraíso
se complace lo mismo. Y el quehacer
entrona ademanes:
fábulas del dolor destetado
donde los aljibes prodigan las
bebidas suntuosas,
flagelaciones circenses para
retratarnos,
cenadurías donde no hay odio,
escusados limpios,
maniqueísmos a la hora de decidir:
sí es no y no es sí,
tontería consensual —guerra de
almohadas—,
grasa untada en la zona propicia;
simulaciones de boda, violación y
canibalismo.
Todo sumado a lo que a media luz nos
desmaquilla;
la exacta consecuencia
de arrojar globos con agua desde la
azotea a los mojigatos.
El antiguo rumor era cierto:
eres el vasallaje elegido...
Ámame sin preservativos.
Estaré allí el día final.
RELIGIÓN
Aleqs Garrigóz ©
Eres mi dios de metales afilados
y dulces espectáculos al alba,
vigoroso caballo que embiste al
viento
y muerde el verano delicioso para
compartirlo conmigo.
Encarnación de la saciedad del
libertinaje,
falo altísimo, señor por quien me
humillo;
te amo hasta la punta más minúscula
de tu cuerpo,
hasta el rincón más oscuro...
Semental, rey de mi sangre,
relámpago de verdad en que me
reconozco vivo,
dueño al fin de tu látigo y tus admoniciones,
del horno en que arde tu sexo a
fuego lento.
Contigo anudo la distancia
y quiebro alfileres de tiempo.
Enciérrame adentro de tu cuerpo
para vivir el trato duro de tus
necesidades.
Ténsame como cuerda alrededor tuyo.
Clávame a tus muestrarios
dispensadores de prodigios.
Te llevo como una costra
que no puedo removerme sin sangrar.
Creo en ti con ojos vendados, hasta
el fin de mis tiempos,
templo de luz en el camino de la
prostitución,
fuente de néctares y barnices
que gotea adentro de mí
y hace nacer rosas donde antes hubo
ceniza…
PRINCIPIO
DEL DISPLACER
Aleqs Garrigóz ©
Qué delicia dormir en tu pecho.
Qué callada sensación despertar en
tus brazos,
rosado y tibio por la luz del alba…
Desearía pensar que, cuando estoy
contigo,
nada me lastima. Pero pronto me
conmuevo y lloro,
porque te amo hasta la tortura:
me extraes los dientes sin
anestesia,
amputas mis gónadas con un
abrecartas,
pones un bozal en mi hocico para que
no pueda quejarme.
Saqueas mi cráneo
para que no deba dejarte…
Como bailarina coja de caja musical,
girando en una pequeña órbita
oxidada:
así estoy siendo por ti...
Daños irreversibles me produces.
Mírame adherido a este hábitat
disfuncional.
¿Acaso estamos así de separados?
Todo el amor que a ti disparo en
defensa propia,
de tu pecho resbala,
indiferente a mi celo y mi capricho.
Orgulloso plancho tus camisas
humedecidas con mis lágrimas,
enjuago tus pies con mis lágrimas,
sacio todos tus impulsos naturales
de hombre:
esos que te empujan a penetrar y
desgarrar...
No te pido nada a cambio;
solo mirarte mirarme de vez en
cuando.
¿Cómo puedes después hacerme a un
lado tan así,
como a cabello caído junto al
desagüe?
Dime qué sentir.
DEL QUE
VINO Y SE FUE SIN AVISO
Aleqs Garrigóz ©
¡Qué lejos estás, alma mía!
Más lejos que la reconciliación con
Dios,
y la posibilidad siquiera de
levantarme y permanecer de pie,
para beber agua sin ahogarme.
¿Cómo olvidarte ahora, cómo olvidar
esa angustia de saberte tan cerca de
mi puerta
y no poder correr a ti en medio de
la gente que se espantaba
de mi forma tan animal de besarte,
de esa codicia con que enredaba mis
brazos a tu cuello,
de la pistola que no escondías, de
tu extranjería
y la chispa de nuestros ojos más
viva que cualquier infierno? No.
No puedo cruzar montañas de
separación
y arenas alternativamente heladas y
quemantes
solo por volver a contar tus
cabellos,
cerciorarme de tu comodidad
y ofrecerme para calmar tu sed.
Allí donde las águilas ciernen su
rapiña
sobre la soledad del desierto,
allí mi pensamiento va contigo,
viajero que viniste como un
torbellino a mi patria
y te llevaste mi paz, mi
virginidad...
Si sabias que te irías sin remedio,
¿por qué te empeñaste en enamorarme
así,
en sonar engaños de serpiente genital
en mi oído?
¡Qué lejos estás, alma mía!
Pero qué cerca, aquí, bienquisto,
en mi mano sobando mis piernas con
ardor...
[1] Resplandor del oro amanerado obtuvo
el tercer premio en el VI Concurso Nacional de Poesía “María Luisa Moreno”, 2014.
SUPLEMENTO DE REALIDADES Y
FICCIONES
Nº 76 – Marzo de 2018 –
Año IX
ISSN 2250-5385 – Edición trimestral
Exp. 5347864 del 20/10/2017, Dirección Nacional del
Derecho de Autor / República Argentina.
Propietario y Director: Héctor Zabala
Av. Del Libertador 6039 (C1428ARD)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
Currículo en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 75:
http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com.ar/2017/12/ Colaboradores
Corrección general:
Noelia Natalia Barchuk Löwer
Resistencia (Chaco), Argentina
Currículo en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 72:
Ilustración de carátula y emblema:
Mónica Villarreal
Scottsdale (Arizona), Estados Unidos
Monterrey (Nuevo León), México
@mon_villarreal
Currículo en revista Realidades y Ficciones Nº 17:
http://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com.ar/2014/06/El listado completo de colaboraciones al Suplemento de REALIDADES Y FICCIONES se encuentra a la derecha del blog bajo el acápite AUTORES.
@RyFRevLiteraria
@RyF_Supl_Letras
Las opiniones vertidas en los artículos de esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor pertinente.
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