SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 83 – Septiembre de 2019 – Año X
ISSN 2250-5385
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si escribe a zab_he@hotmail.com
indicando nombre y apellido,
ciudad y país
(se le avisará cada nuevo número trimestral).
(se le avisará cada nuevo número trimestral).
Sumario:
• Carlos
PENELAS (Argentina)
• Ainhoa
BÁRCENA ESCARTI (España)
• Ángel
BALZARINO (Argentina) †
• Anna BANASIAK
(Polonia)
• Enrique
CAVESTANY (España)
• Claudia
AINCHIL (Argentina)
• Ivo Luis MORÁN
ALBÓNICO GASPAROTTO (Perú-Argentina)
• María Isabel
CLAUSEN (Argentina)
• Fernando
NEGRETE (España)
• Ana ROMANO
(Argentina)
• Adriano
CORRALES ARIAS (Costa Rica)
• María
Enriqueta ROLAND (Argentina)
CARLOS PENELAS
Nació el 9 de julio de 1946 en la
ciudad de Avellaneda, Provincia de Buenos Aires, y reside en Buenos Aires,
capital de la
República Argentina. Estudió en el Profesorado en Letras en la Escuela Normal de
Profesores Mariano Acosta. En la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos
Aires cursó Historia del Arte y Literatura.
Obtuvo primeros premios y menciones
especiales en poesía y en ensayo, así como la Faja de Honor (1986) de la Sociedad Argentina
de Escritores —de la que fue en 1984 director de los talleres literarios— y
otras distinciones. Fue incluido, por ejemplo, en las antologías Poesía política y combativa argentina
(Madrid, España, 1978), Sangre española
en las letras argentinas (1983), La
cultura armenia y los escritores argentinos (1987), Voces do alén-mar (Galicia, España, 1995), A Roberto Santoro (1996), Literatura
argentina. Identidad y globalización (2005).
Publicó a partir de 1970, entre
otros, los poemarios La noche inconclusa,
Los dones furtivos, El jardín de Acracia, El mirador de Espenuca, Antología
ácrata, Valses poéticos, Poemas de Trieste, Homenaje a Vermeer, Elogio a la
rosa de Berceo, Calle de la flor alta, Poesía reunida, Cánticos paternales, El
huésped y el olvido.
A partir de 1977, en prosa, fueron
apareciendo los volúmenes Conversaciones
con Luis Franco, Os galegos anarquistas na Argentina (Vigo, Galicia,
España, 1996), Diario interior de René
Favaloro, Ácratas y crotos, Emilio López Arango: identidad y fervor libertario,
De Espenuca a Barracas al Sur, Crónicas del desorden, Retratos, El trasno de
Espenuca, La luna en el candil de la memoria.
Más
obras de autor en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 79:
LUGARES
Carlos
Penelas ©
He
caminado las callejuelas de Fez,
su
medina, los monótonos olores de las curtiembres.
He
dormido en el Hotel Alexandra de Copenhague.
En
una taberna de Gijón brindé con camaradas libertarios.
Puedo
pensar en Montevideo, puedo hablar de Compostela,
de
la nostalgia por Trieste, por Edimburgo.
Puedo
sentir chañares, algarrobos, sombras.
Me
es imposible no recordar
el
puente de San Carlos y el Moldava.
O
el Caffe Greco, il Cembalo en la ribera del Tiber.
Desvelado
he regresado al Museo del Prado,
al
Hermitage, al National Gallery, al Museo de Orsay.
He
viajado de noche por el Danubio,
atravesé
el desierto de Atacama,
la
soledad y el abandono de las malezas sureñas,
el
candor y los ponchos en Belén,
la
biblioteca de Coimbra, el Cementerio Civil,
el
poniente y la luna en Pumamarca,
el
riachuelo, un terraplén de Avellaneda, un zorzal.
La
soledad perpetrada en los ojos cerrados y pájaros volando.
(La
ternura y la fineza de un mimo canadiense
frente
al templo de Augusto, en Pula).
Conocí
al Marqués de Santillana, a Antígona,
viví
la intimidad de Shakespeare, de Pirandello, de Cervantes,
compartí
palacios del Renacimiento
junto
a Beethoven, a Schubert, a Mozart.
He
comprado una pipa en Liubliana
y
artesanías bellísimas en Goriza.
He
nadado en Cayo Blanco, en el Cantábrico, en Chiloé.
Puedo
evocar la ciudad de los toldos rojos,
puedo
evocar París, puedo decir Goya, Velázquez.
En
sueños caminé una y otra vez
por
secretas galerías, por Capri, por Siracusa,
por
monasterios donde mis hijos erraban la infancia.
Ahora
todo parece ilusorio, misterioso.
Y
no comprendo el tiempo ni las voces.
LOS MUELLES DE LA INFANCIA
Carlos
Penelas ©
Podría
precisar una calle de Montevideo,
la
puerta que mostraba una galería en la ciudad vieja.
También
recordar un agrietado muro en Valparaíso,
cierta
tarde que abarcó el universo y la soledad del universo.
O
el caminar por Hita o Siracusa hablando de Marat.
Curiosamente
hace días que persiste un sueño.
Estoy
en el cuarto de mi infancia,
estoy
en la esquina de Suipacha y Viamonte,
estoy
en la vereda mirando un monumento.
Creo
que es verano, creo que me alcanza el crepúsculo.
Hay
un organito, un negocio de aromas herbales,
una
mueblería que ennoblece un tango.
Reconozco
el barrio, lo minucioso del destino,
un
hálito que bordea la diáspora,
la
demorada voz y los rituales del hogar.
Veo
lo cotidiano.
Un
manual, el ajedrez, una pelota.
Un
buzón rojo, el coche verde del hielero,
un
percherón y el carro que lleva mimbrería.
En
este antiguo y delicado sueño cifro mi rostro.
En
el anverso y reverso de una ciudad
que
alguna vez tuvo un río color de león.
TRAÍAN EN SUS OJOS
Carlos
Penelas ©
a Marta y Fernando, mis
hermanos
Traían
en sus ojos el pan de las viriles tierras.
Regiones
húmedas, tumbas de príncipes,
hornos,
vinos, cucharas.
Y
la costumbre de cantarle a sus hijos
en
lenguas primitivas.
Todo
crece en el recuerdo indolente
de
tanto mar o tanta voz.
La
austeridad, la serena medida;
hórreos
que llegan con el viento.
(¡Para
que no olvide, para que no olvide!)
Justifican
lo vulnerable de la vida.
Siento
que la utopía me conmueve
con
presencias inmóviles
en
la contradicción del amor y la sabiduría.
El
misterio es una fábula impersonal.
AINHOA BÁRCENA ESCARTI
(Cádiz, España, 1984) Reside en
Madrid. Narradora. Ha sido galardonada con múltiples distinciones en certámenes
literarios.
Varios libros en eBook (Amazon): Todas las cosas que escribí cuando ninguno
de ellos miraba, Terror Express, Descorazonados. Su obra La muchacha de la ventana fue publicada
en castellano y en gallego (A rapaza da
ventá).
Asimismo, tiene varios cuentos en
antologías, así como en diversas páginas y revistas literarias.
Más sobre su biografía y obras en
Suplemento de Realidades y Ficciones http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com.ar/2014/03/
(Nº 60)
Ainhoa Bárcena Escarti ©
Esperaba allí sola, quieta y en
silencio el sonido de sus pisadas, que tarde o temprano harían temblar mis
manos. Palpé el frío metal de mi arma. Entonces los pasos surgieron, eran
rápidos y constantes. Venía a por mí, ahora era el momento, él o yo. Debo ser
yo. Me alejo de la puerta y adapto mis manos a mi pistola. Todo está oscuro,
acallo mi respiración. Noto como va a abrir la puerta y me preparo, es su
sombra. Cierro los ojos y disparo. El golpe de un cuerpo contra el suelo me
hace abrirlos. No es él. Huyó. Me largo de allí y dejo el cadáver en el suelo,
nadie me ha visto, hoy he tenido la suerte del asesino. Le busco en todos los
lugares conocidos y desconocidos, pregunto a todas las personas conocidas y
desconocidas... ni rastro. Me escondo para poder descansar, y caigo en un sueño
profundo. Dormida aún, noto algo metálico en mi frente, despierto y es él. Me
ha encontrado. Rebusca en mis bolsillos y en mi escondite algo que no llevo
encima pero que sabe que tengo. Lo destroza todo. Guardo la calma, él también.
Nos miramos en busca de adivinar cuál será el próximo movimiento del otro. En
la negra profundidad de los suyos veo mi fututo reflejado. Intento alcanzar mi
arma oculta bajo el colchón. Me amenaza, me golpea, intenta hacerme hablar,
pero no le servirá. Pierde la calma, la paciencia y la cordura. Él dispara y me
voy sin contarle donde lo escondí, ahora ya no será para ninguno.
PREFERENCIAS
Ainhoa Bárcena Escarti ©
Me gustaba el otoño y me gustaban
las flores, por eso nunca entendí que en otoño nunca había flores. Me gusta la
vida y me gustaba la sangre, pero me daba miedo la muerte, por eso simplemente
les desangraba, nunca les mataba.
SENSACIONES
DE UNA CALUROSA NOCHE DE VERANO
Ainhoa Bárcena Escarti ©
Aquella noche salí de mi casa con
una extraña sensación en el cuerpo. Sentía que iba a ser mi última noche. Así
que bebí, fumé y follé. Justo antes de irme a casa le vi, él no a mí. El solo
mirarle me ponía los pelos de punta. Otra noche salí con la misma sensación,
volví a beber, a fumar y a follar, otra vez estaba allí. La vida seguía su
curso cotidiano hasta que llegaba la noche. Cuando hacía salidas nocturnas otra
vez volvía a invadirme el penetrante escalofrío, un sabor a muerte. Bebí, fumé,
pero esta vez no follé. Su cara de nuevo. Una noche más se repetía la
situación, el extraño ritual. Bebí, fumé y le vi. Me miró, y aunque tenía un mal
presentimiento se la devolví. Esa noche sí follé, con él. Desde ese momento el
olor a muerte no se desprendía de mis sentidos. Supe que aquella historia
acabaría mal justo antes de devolverle la mirada. Pero lo hice. Ya no había
vuelta atrás. Después de muchas noches con él, continuaba sintiendo la muerte
alrededor. La vida con él era al límite del riesgo, hasta que un día llegó la
propuesta. No era legal, era peligroso, me daba igual, me alimentaba de nuestra
adrenalina como si se tratara de un manjar divino dotador de vida. Aquella
última noche salí de su casa con la extraña sensación más aguda que nunca en mi
cuerpo, esa era mi última noche. Mientras íbamos en la moto me abracé a él con
fuerza, en unos minutos se desataría la tragedia que ya saboreaba entre
dientes. Un tío enorme nos esperaba con el paquete, yo guardaba la pasta.
Sabíamos que no era de fiar, y nada más bajar de la moto cuatro disparos… tres
para él y uno demasiado acertado para mí. El tío enorme rebuscó entre mi ropa y
mi sangre para llevarse el paquete. Ya no volveré ni a fumar, ni a beber, ni a
follar.
VISIONES
Ainhoa Bárcena Escarti ©
—Imagino un mundo donde tus palabras
no me llegan, donde no hay llamadas tuyas. Me da miedo que sea como Casandra y
se cumpla esta pesadilla que vislumbro.
Él ya tenía la maleta hecha, ya
había devuelto las llaves. Por unos segundos ella, regresar fue una idea
tentadora. Incluso llegó a soltar la maleta de su mano, incluso llegó a pensar
en la posibilidad de besarla, en intentar volver a vivir con ella, aprenderse
de nuevo, entenderse, recobrar todo lo perdido en años insostenibles. El
ascensor llegó y alguien dentro preguntó de forma cotidiana:
—¿Bajas?
Él agarró la maleta, subió al
ascensor.
ÁNGEL BALZARINO
Narrador argentino nacido el
4/8/1943 en Villa Trinidad (Santa Fe) y fallecido el 9/6/2018 en Rafaela (Santa
Fe), donde residía desde 1956.
Poseía estudios contables e impositivos.
Varios de sus trabajos literarios
figuran en antologías editadas en Argentina y en Estados Unidos, México, Reino
Unido, entre otros países. Escribió también algunas biografías y reseñas
institucionales.
Obtuvo numerosas distinciones, entre
otras: premio Mateo Booz (1968), premio Jorge Luis Borges (1976), Premio Anual
por el Bienio 1976-77 de la Asociación Santafesina de Escritores, Mención
Especial en el género narrativa Premio Alcides Greca (1984) de la Subsecretaría de
Cultura de la Provincia
de Santa Fe, Fondo Editorial años 1986-1995-1996 de la Municipalidad de
Rafaela, Faja de Honor 1996 y 1998 de la Asociación Santafesina
de Escritores, Premio Provincial Alcides Greca 2014 del Ministerio de
Innovación y Cultura de Santa Fe.
Más sobre su trayectoria y obras en:
Suplemento de Realidades y
Ficciones:
También en:
EL AMOR A
TRAVÉS DE LA MIRADA
Ángel Balzarino ©
Sí. Allí vienen. El lejano pero
inconfundible sonido de algunas risas le reveló que había concluido la espera.
Entonces clavó los ojos en el estrecho sendero apenas insinuado entre la mata
de troncos, hojas y arbustos que se había ido formando junto a las ya inútiles
vías del tren y divisó las dos siluetas. Con sigilosa rapidez se ubicó en el
sitio ya habitual —oculto entre cartones y maderas, junto a una de las ventanas
de la derruida estación—, dispuesto a ejercer, sin el temor de ser descubierto,
una intensa y morosa vigilancia. El placer más grande. Sin duda el único que
puede disfrutar ahora. Una vez más comprendió que después de tanto tiempo —ya
no tenía noción desde cuándo se limitaba a sobrevivir de la caridad de los
otros, sin afanes ni sueños—, por fin ocurría algo que no solo quebraba la
opaca rutina sino, mejor aún, lograba infundirle una súbita cuota de ánimo, le
otorgaba inusitado vigor a su cuerpo ya abrumado por el cansancio y los años.
Como si otra vez sintiera lo mismo que ellos. Lleno de vitalidad y deseo. Ahora
las voces le llegaron más nítidas, las palabras entrecortadas por estallidos de
risas, como si disfrutaran de alguna broma íntima y secreta, despreocupados y
felices, hasta que los vio detenerse en un pequeño claro entre los árboles que
bordeaban la estación. De una bolsa extrajo una botella de vino y bebió un
trago largo, tanto para aplacar la ansiedad como para festejar por anticipado
cada detalle de la escena que iba a presenciar. Después permaneció rígido, sin
efectuar el menor ruido. A la expectativa.
Como siempre, fue ella la que tomó
la iniciativa. Suave, lentamente, llevando a cabo una ceremonia en la que cada
gesto parecía destinado a otorgarle mayor interés y atractivo, le desprendió la
camisa y comenzó a sacársela. El muchacho la dejó hacer, sin moverse, mientras
las risas se transformaban en susurros y contenidos jadeos. Cuando le tocó el
turno a él, todo se hizo más agitado. Súbitamente presuroso, le quitó la blusa
con evidente rudeza, urgido por la impaciencia. Lo invadió una dosis de
codicia, placer, deslumbramiento, al surgir los pechos, blancos y turgentes, que
las manos del muchacho palparon en ávida caricia. Si pudiera hacerlo yo. Si al
menos una vez... La certeza de no tener ya la oportunidad de protagonizar algo
semejante le hizo evocar, en un afán por atenuar la frustración y alcanzar
cierto consuelo, otra época, cuando Hortensia lograba satisfacer las ansias de
su cuerpo joven y enardecido. Llevó otra vez la botella a la boca. La necesidad
de beber pareció crecer tanto como el ardor que lo estremecía, mientras trataba
de imaginarse otra vez junto a Hortensia. Lo mismo que él con la muchacha, la
acostaba sobre el húmedo colchón formado por la gramilla, y la poseía entre
besos y caricias que los llevaban cada vez a un paroxismo de gritos y risas y
palabras incoherentes. Pero después, cuando ellos quedaron quietos y abrazados,
ajenos a cualquier otra cosa que no fuera seguir disfrutando los instantes que
habían vivido, sintió la boca reseca, como si hubiera probado algo amargo, con
súbita conciencia de su soledad y del ya para siempre insatisfecho anhelo de
tocar otro cuerpo.
Apenas ellos se alejaron, estalló.
Sin preocuparse ya por guardar silencio, arrojó con violencia la botella vacía
y golpeó los puños contra la pared y profirió gritos que trasuntaban la carga
de furia, dolor e impotencia. Después comprendió que debía conseguir otra
botella de vino. Rápidamente. Para obtener cierto desahogo y tranquilidad.
Sintiendo todo el cuerpo pesado y torpe, abandonó la estación y a pasos lentos
marchó hacia el pueblo.
Debió golpear muchas puertas y
reflejar el mayor estado de indigencia, antes de conseguir algunas monedas. Le
alcanzó para comprar dos botellas de vino y, apenas salió del boliche de
Bottaro, comenzó a beber. Aunque siempre había evitado hacerlo mientras andaba
por las calles del pueblo —después que la enfermedad de Hortensia lo precipitó
en la ruina y necesitó apelar a la caridad de la gente para sobrevivir—, ya no
le importó que lo vieran. Bebió con avidez. Impaciente por embriagarse y
alcanzar cuanto antes un profundo sueño que le hiciera olvidar la pérdida
definitiva de Hortensia, que aplacara el deseo despertado por la frenética
relación de ellos, que borrara la certidumbre de vegetar en un estado
bochornoso, sin esperanza ni dignidad.
Como si marchara a través de una
humareda que desdibujaba las cosas y le producía un creciente mareo, cada paso
le resultó más difícil. Después de un tiempo interminable pudo divisar el
contorno familiar de la estación. Cuando intentó cruzar las vías, tropezó. Al
perder el equilibrio, lanzó un grito y abrió los brazos en busca de algo para
sostenerse. Fue inútil. No pudo evitar la caída y súbitamente sintió el golpe
seco, contundente, en la cabeza.
Las manos de él quedaron de pronto
quietas, desganadas, sin terminar de desabrocharle la blusa.
—Vamos —ella lo apremió, impaciente—.
¿Qué te pasa?
Se apartó y echó una furtiva mirada
hacia la estación.
—No sé. Ya no puedo hacerlo aquí,
ahora que el viejo no está mirándonos.
ANNA BANASIAK
Estudió letras polacas en la Universidad de Lodz e
inglesas en la
Academia Social de las Ciencias de esa ciudad. Ha tomado
parte en diversas antologías de Polonia, España y Argentina. Ha colaborado en
varias publicaciones como Revista Urraka, Gaceta Literaria, Realidades y Ficciones,
etc.
Nominada al Premio “Cameleon”
(Polonia), ha obtenido menciones especiales en el Concurso Internacional de
Poesía “Latin Heritage Foundation” (Estados Unidos, 2011) y en el Concurso
Literario “Sólo Voces” (Tilcara, Argentina). Algunos de sus poemas fueron
transmitidos por el programa Calidoscopio, de Radio Raíces, Argentina.
Más sobre esta escritora en
Suplemento de Realidades y Ficciones:
CIUDADANA DE UN PAÍS DE GUERRILLEROS
Anna
Banasiak ©
Nacida
en el país de los insurgentes,
no
necesito recordar todas las guerras.
Yendo
a la calle, no hay hora sin recordar todos los destierros,
destierros
que ellos mismos no sabían que querían.
Volviendo
a casa, incluso las piedras
cuentan
las historias prohibidas
llenas
de sufrimiento e irrealizable deseo de libertad.
En
casa me espera un ejemplo de patriotismo
—siguiente
aniversario de una rebelión sin nombre.
Nunca
he gustado de ver la tele,
no
tanto como estudiar la historia del patriotismo local.
MEU AL-HABIB EST AD JANA
Anna
Banasiak ©
Quería
contarte sueños de mi juventud,
cuando
me parecía que abriendo los ojos
todo
sería como antes.
Las
puertas de mi dormitorio van abriendo
por
adentro a la nueva versión de la historia del amor imposible.
Siempre
has sido un ángel que solo olvidó nacer,
siempre
en el primer puesto
en
cuanto a la producción de buenas intenciones.
Solías
decir: “Logro lo que quiero”.
Pero
la voz andando la puerta decía:
¿Qué
haré, mamma?
Meu
al-habib est ad jana.
Negra
maestra con el veneno en su mano
también
quiso hacerte daño.
Esta
vez perdiste tu tiempo.
Falleciste
en el nombre de Victoria.
¡Qué
has hecho, mammita!
¡Dame
incluso una gotita de tu veneno, dámelo!
ALCÁZAR
Anna
Banasiak ©
Al-Qalá
al-Hamrá sumergida en la nube
siempre
el mismo
gran
amante quien abraza temblorosas mujeres,
entre
blancas nalgas sobresale
bailando
antaño un tango olvidado para todos.
Al-Habib
al-Hamrá está muriendo en la vega con vistas a la Puerta del Perdón.
Che
Habib murió
a
las cinco de la tarde con el nombre del profeta
en
el corazón.
ENRIQUE CAVESTANY
Dibujante en El País de Madrid
(1978-2008); ilustrador y colaborador en: Revista de Occidente, La Estafeta Literaria ,
Informaciones, Sábado Gráfico, Gentleman, Televisión Española; programa de
mobiliario para la firma Kalon de Madrid (1977-1978), entre otros.
Comisario de la exposición “La Prensa Ilustrada ,
Madrid 1976-2008”, inaugura La
Mandrágora en Madrid (1978), presidente de la Asociación de Artistas
plásticos de Madrid (1996), cofundador de la Entidad de Gestión de derechos de autor de
artistas plásticos, VEGAP (1991). Trabajó como escenógrafo en Göteborgs
Stadsteater, Gotemburgo, Suecia (2012-2013).
Más sobre sus obras y trayectoria en
Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 81:
ALMA ESPINOSA
Una tarde de otoño en los jardines
de Praga
Enrique Cavestany ©
Alma Espinosa nació en Praga el 4 de
marzo de 1867 y fue la segunda hija habida en el matrimonio formado por
Katerina Didulicka Finelius y Venceslao Espinosa Poborosky, aristócrata
descendiente de emigrados españoles afincados en Olomouc, una de las más bellas
ciudades de la región de Moravia, en las postrimerías del siglo XVIII. Su
infancia transcurrió en una hermosa mansión de estilo barroco con escalinatas
de mármol, rodeada de extensos jardines diseñados a la manera versallesca. Ya
en esta feliz primera etapa de su vida, Alma Espinosa mostró una especial
predilección por los insectos, afición heredada de su padre don Venceslao, que
los coleccionaba cuidadosamente ordenados en vitrinas, en la biblioteca de la
mansión familiar. Dedicaba Alma Espinosa una atención especial a los
Lamelicornios que son los que pertenecen a la familia de los Pentámeros. Esta familia
no fue una elección casual ni caprichosa pues la joven mostró muy pronto, junto
con su vocación entomológica, una gran delicadeza y una inclinación por lo
bello en cualquiera de sus manifestaciones, y es bien sabido que los
Lamelicornios constituyen una de las más bellas familias del Orden de los
Coleópteros.
Son varias las tribus que se conocen
dentro del grupo de los Lamelicornios a saber, los coprófagos, sencillos y
laboriosos comedores de mierda en todas sus variedades, los arenícolas, como el
Bolboceras, provistos de dos mandíbulas exógenas, sencilla y cóncava la una y
bidentada la otra, los pecticornes y los jilófilos cuyo máximo exponente es el
famosísimo Scarabeus, por quien Alma Espinosa mostraba verdadera pasión.
Alma Espinosa |
Magnífico ejemplar, pensó la joven
fascinada por los rítmicos contoneos del escarabajo que trazaba sus
trayectorias con milimétrica precisión. Alma Espinosa, de natural callada y
reflexiva, no era proclive al vano parloteo propio de las muchachas
austrohúngaras de su edad, de manera que su carácter introvertido era una
singularidad mal aceptada en el denso círculo social en el que se desenvolvía
la familia Espinosa-Didulicka. En varias ocasiones sus padres, don Venceslao y
doña Katerina habían tenido que llamar la atención a su adorada hija
reprendiéndola cariñosamente, ante los silencios tan prolongados de esta que, a
su entender, rayaban en la descortesía. Pero aquella tarde de otoño, Alma
Espinosa sintió la imperiosa necesidad de hablar con el jilófilo. Inclinándose
lentamente hacia abajo por temor a espantar a tan espléndido ejemplar de
Geotrupo Falangista, se dirigió a él pronunciando sus palabras con voz queda y
con una cuidada vocalización: Qué hermosa tarde, ¿no es cierto?
El Geotrupo, que escarbaba con
ahínco en el húmedo mantillo, contestó con naturalidad sin dejar de seleccionar
las más sabrosas briznas:
Así es, ya no son frecuentes tardes
tan templadas en esta época del año. Nacía en aquel momento una sincera
amistad.
Scarabeus, que confesó ser jilófilo
de tercera generación y tener su residencia junto a los macizos de boj,
mostraba un talante abierto y cordial, al tiempo que ofrecía a la joven una
redondeada porción de estiércol:
Esta es exquisita, ponderó, sin
fertilizantes artificiales, lleva algún resto de lombrices frescas y perfumes
de romero con unas notas de hierba luisa, Scarabeus hablaba un lenguaje de
metálico acento y de agudas aristas sonoras pues su lengüeta, oculta por la
barba, estaba visiblemente inconexa y truncada en su extremidad
anteroposterior.
Sentada al borde de la pequeña
montaña de mierda, Alma Espinosa recogió con cuidado el obsequio y lo guardó en
una redoma de plata que siempre llevaba colgada al cuello.
Gracias, amigo mío, lo guardaré para
la merienda.
Iba cayendo la tarde y los nuevos
amigos ya se miraban a los ojos con dulzura. Las sombras de los macizos de boj
crecidos salvajemente, cubrían el césped que brillaba ahora con la humedad de
la incipiente escarcha y el sol del otoño agonizaba escondido tras un espeso
manto de nubes cuando los amantes hablaban quedamente en susurros entreverando
sus miradas.
Era un Megasoma, exclamó súbitamente
Alma Espinosa bajando los ojos, no era un verdadero Scarabeus. Sus tarsos
dentados en la mitad inferior, evidenciaban un cuerpo muy abultado que se
prolongaba en unas fuertes mandíbulas dilatadas por la base. Recuerdo que los
palpos maxilares estaban provistos de tres artejos cada uno, el último más
largo que los precedentes, oblongo y de un color pardo casi negro, con un
tubérculo muy grueso y el coselete, generoso, con dos cuernos muy fuertes, los
élitros casi lisos y un poco plegados cerca de la sutura.
Sucedió en Cayena, un radiante día
de verano, cuando mi hermana Desirée molía pimienta secada al sol del trópico y
mis padres paseaban por la playa.
Scarabeus supo en ese instante que
Alma Espinosa se estaba refiriendo a su primo Porrupus, pues era casi imposible
encontrar otro Mesonema en las playas de Cayena y en aquella época del año,
pero no quiso entristecer a su nueva y ya inseparable amiga sin tener la
certeza absoluta.
Fue inevitable, Alma Espinosa quería
excusarse con una dolorida ansiedad reflejada en su semblante, se cruzó en mi
camino corriendo enceguecido en persecución de una larva de rutela, yo vi que
estaba hambriento y es todo lo que puedo recordar. Murió dulcemente, bajo mi
zapato izquierdo, una lágrima resbaló por la mejilla de la joven, guardé su
cadáver en un relicario de cristal de Bohemia y aquella noche no pude cenar.
Scarabeus permanecía en silencio,
con el coselete fruncido en un gesto de dolor. Al cabo de un rato se decidió a
hablar:
Je suis galvanisé, abasourdi, j´ai
le coeur gros ce soir. C´ètait mon cousin Porrupus sans doute. Scarabeus sabe que
en francés, los acentos metálicos de su lenguaje de Geotrupo, totalmente
inadecuados en esos momentos de dolor, desaparecen evitando así tensiones
desagradables.
Es tarde, debo volver a casa, se
excusó Alma Espinosa para no seguir ahondando en la herida, si necesitas algo
mantendré abierta la puerta de mi dormitorio durante toda la noche.
Scarabeus quedó solo sobre el
estiércol viendo caer las últimas sombras de la tarde.
Alma Espinosa agitó suavemente su
pañuelo perfumado mientras se alejaba, si no vienes esta noche lo entenderé,
pero mañana te esperaré junto a las azaleas hasta que vengas. Te amo.
CLAUDIA AINCHIL
(Buenos Aires,
Argentina, 1964). Poeta y periodista. Varios libros publicados. Sus obras se
hallan difundidas en varios países.
Más información sobre sus obras y
trayectoria literaria en Suplemento de Realidades y Ficciones:
EMPAPA…
Claudia
Ainchil ©
La
voz naciendo en el desierto voraz
jeroglíficos
ajenos irrumpen
vahos
sin ciudad
andamiajes
de circo
alguien
corre el telón
es
grueso, adherente
la
multitud aplaude, casi siempre lo hace
los
romanos se filtran
sonidos
exquisitos unen vestíbulos de imágenes
recorridos
de mariposas
se
arman las palabras a través de lo imperceptible
microbio
de miradas
es
voz
murmullo
que empapa
y
chorrea.
MENSAJES
Claudia
Ainchil ©
Se
desenmascara la noche como un laberinto
alientos
de oscuridad van ajando exteriores
los
enigmas se unen semejando árboles añosos
adhieren
preceptos de convivencia
aspereza
de lo desconocido
ecos
imperceptibles amordazados
por
el destino que les tocó en suerte
la
luna no alcanza para dispersar
esa
sacudida de la noche minuciosa
y
las sombras del inconsciente arrinconan episodios.
Mensajes
desnudos.
Hasta
que amanece.
ECOS
Claudia
Ainchil ©
Cuánto
asombro milimétrico
imagen
a la vuelta de los días
se
salpica una fracción del silencio
y
la nostalgia es una pieza en la madeja.
Desisten
incontables vestuarios
tiemblan
presencias
carátulas
distribuidas según alegrías y tristezas
ardua
metamorfosis del árbol florido
¿aguardar
que?
miro/palpo
/desordeno
atrapo.
Son
ecos de peces transparentes
a
través del tumulto.
DESDE ARRIBA
Claudia
Ainchil ©
Los
movimientos de las personas vistas desde arriba
van
llegando en cámara lenta.
Como
en un laberinto repleto de piedras sanitarias
puestas
en los escondrijos para repeler
el
hedor a pis de gato
nadie
alza la nariz hocico
y
se orienta a olfatear en profundidad.
Genes
compiladores ensanchando tamaños
sin
discriminar.
No
hay caso, tantas disfunciones juntas
en
semejante proporción de almas.
Sin
oler tragan una capa esmaltada de sed brillosa.
Luces
de colores tras las rendijas de un mundo cambiario.
IVO LUIS MORÁN ALBÓNICO GASPAROTTO
(Perú, agosto de 1960). Ha escrito
ensayos, poesía y teatro. Narrador de corto y largo aliento, ha vivido y
estudiado en La Paz
(Bolivia), Orlando, Florida (Estados Unidos), Sherbrooke (Canadá), Madrid
(España), Berlín (Alemania), Buenos Aires (Argentina).
Tiene en su haber nueve novelas
publicadas; entre otras en Lima, La
niebla azul, La muerte buena, Mundo soñado; en Berlín, Alemania, La cárcel perfecta, Coronando, De Todas
Maneras, Nachrichten aus einer anderen Welt, así como diversas
publicaciones de cuentos cortos.
Escribió para la revista Chasqui en
Berlín. Mientras vivió en Alemania fue miembro de la Sociedad Peruano
Alemana / Instituto Iberoamericano Patrimonio Cultural Prusiano, miembro de la Casa de las Culturas
Latinoamericanas, del Círculo Literario Karlshorst Berlín, Compañía Teatral
Ausbruch.
Representó al Perú en el encuentro
de delegaciones diplomáticas con el Parlamento Alemán en el año 2000. Ha
participado en la Cita
de la Poesía Berlín
2000-01.
Premio Literario de la sociedad
literaria El Butacón, de Hamburgo, ganador de dos premios literarios del
círculo de escritores españoles en Berlín, El Patio 2000-01. También premiado por
la Universidad
de Munster en mayo del 2002. Participó en el Festival Internacional de
Literatura en Berlín 2002.
Más sobre sus obras en Suplemento de
Realidades y Ficciones Nº 78:
Ivo Luis Morán Albónico Gasparotto ©
Los trabajadores en los yacimientos
minerales de los Andes son muy ricos...
Hace unos días vengo observando el
panorama antropológico en Berlín: en el metro, en las calles, en los centros
comerciales, por todas partes. Es impresionante ver la cantidad de gente que
deambula por esta ciudad, la cual es proveniente de diferentes culturas que, a
su vez, implican diversas razas, religiones, etnias y caracteres.
Recuerdo haber leído un reportaje en
una revista española el cual abordaba con alarma exagerada la afluencia de los
inmigrantes africanos en las tan populares “pateras”. No puedo transcribir
textualmente lo que decía dicho reportaje, sin embargo, había una mención
específica con relación al cambio del panorama antropológico en las calles de
algunos pueblos españoles: hay negros cantando en las plazas, tiendas de
chinos, grupos de árabes y moros buscando trabajo, ¡nuestra geografía humana
está cambiando!
Tal vez, en un mundo perfecto, si
buscáramos a los trabajadores de los asentamientos mineros más grandes en los
Andes, nos encontraríamos con hombres ricos acompañados por niños felices que
no carecen de nada. No obstante, en este mundo imperfecto, los trabajadores de
los yacimientos mineros de los Andes son pobres y explotados, y viven una vida
gris y anacrónica. Si nos diéramos un paseíto por Liberia o Angola,
encontraríamos a los obreros más ricos de todo el mundo, a los niños más
felices, que quizás, los mismos europeos envidiarían, aunque esto pasaría solo
si existiese una justa distribución de la riqueza en el mundo.
Si hubiera una justa distribución de
las fuentes de riqueza en el mundo, las cosas serían diferentes. Si los
europeos no se inmiscuyeran en los yacimientos minerales de Liberia, Angola u
otros países, fomentando choques étnicos, guerras y expoliando riquezas, no
existiría tanto inmigrante en Europa. Y es que si los habitantes de Sierra
Leona, por ejemplo, pudieran gozar de sus riquezas minerales, tendrían una
renta per capita más alta que los mismos suizos. Si las potencias, por lo menos,
pagaran precios más justos, y los habitantes de los países pobres ganaran
equitativamente el producto de la explotación mineral y natural de sus tierras,
con seguridad no vendrían tantos inmigrantes a Europa. El 90% de la producción
de diamantes de Liberia (país con un alto grado de emigrantes) sale ilegalmente
de sus tierras y termina en Holanda, Bélgica, Alemania, Suiza, etc.
Producciones millonarias de diamantes salen a países europeos, gracias al
contrabando controlado por los mismos europeos. ¿Y los gobiernos? Bien gracias,
mientras que entre riqueza no hay problema, si entran inmigrantes, entonces sí
hay problemas.
Y ni qué decir de la cantidad de
nigerianos que llegan a Europa, tan mal vistos por los ciudadanos del paraíso
universal: por décadas, compañías angloholandesas, francesas, italianas y las
infaltables americanas, están instaladas en Nigeria explotando las fuentes
petrolíferas de este país (sexto productor de petróleo en el mundo). Se vienen
registrando choques étnicos, muertes, cruentos enfrentamientos entre los
pobladores de ese país como en otros países tercermundistas. Hay sombras
blancas tras estos incidentes. Hay proveedores de armas tras estas guerras. Hay
dinero en juego. Deberíamos saber que existe un informe de la Comisión de Derechos
Humanos en el cual se documenta el hecho de que la empresa petrolera Chevron
permitió que soldados nigerianos utilicen sus helicópteros y lanchas para
atacar aldeas donde hubo muertos civiles y desaparecidos. Los enfrentamientos
bélicos en África son financiados por el mercado negro, y las armas salen
generalmente de los mismos países que se benefician del contrabando; en ese
caso, sí se cierran rápidamente los ojos y no trasciende la cosa. Comprendamos
que no conviene informar estos aspectos negativos que ayudan a la gloriosa
economía de la comunidad europea asediada por los terribles inmigrantes.
El mercado negro de los diamantes
sirve para financiar guerras y matanzas en África, y siempre el interés europeo está de
por medio. Cuando los europeos compren sus diamantes, su plata y joyas,
minerales en general, o utilicen gasolina en sus coches, deberían ver el brillo
de muerte y sangre, así como el susurro de desesperación y hambre que tienen
estos productos que tanto consumen, antes de pensar que vienen los inmigrantes
a “invadirlos”.
¡Ay!, pero qué raro es que esta
gente escape y venga a tocar las puertas de la mágica Europa donde sus
habitantes viven tan tranquilos. Huir es normal cuando la muerte está
aguardando tras la puerta de casa. Huir es normal cuando el hambre acecha a los
hijos. Sin embargo, este fenómeno es visto como un gran problema en los países
de la Comunidad
Europea , donde sí que saben aplicar con celeridad medidas
judiciales (tratando como delincuentes a los refugiados de las guerras y el
hambre que ellos mismos promueven) o condenando estos movimientos de migración.
Pero qué incómodo es para el ciudadano del paraíso universal ver que se destape
la miseria y tener que soportar gente extraña en sus ciudades. Cuántas veces se
agudizan los esfuerzos policiales, jurídicos, fronterizos, etc., para evitar la
invasión. En cambio, escapar fue la opción inteligente que tomaron muchos
europeos cuando hubo inefables hambrunas y guerras en este continente; me
pregunto, ¿quién los recibió mal en los países del tercer mundo?
Y para terminar, es bueno saber la
realidad en Europa con respecto a su índice demográfico para no considerar a
los pobres que vienen a este continente como farsantes que buscan asilo, o
ladrones de puestos de trabajo, sino como un fenómeno natural de orden social
para la conservación de la especie.
En 1960 Europa representaba el 20%
de la población mundial y África el 7%. En 2050 África albergará el 20% y
Europa el 7% de la población mundial. Es decir que la distribución de la
población mundial se invertirá. Según informes de la ONU , Europa debería recibir en
los próximos veinte años unos 123 millones de emigrantes para paliar el
envejecimiento de sus sociedades. Nos preguntamos entonces, ¿dónde está el
problema con las migraciones masivas? Cifras preocupantes como que el 47% de la
población europea para 2050 habrá
rebasado la edad de jubilación, mientras que la población constituida por
ciudadanos de menos de 50 años será inferior al 10%. En África, Asia y América
Latina más del 40% de la población tiene actualmente menos de quince años, lo
que significa que los países del tercer mundo contribuirán en un 98% en el
futuro crecimiento de la población mundial. Todo esto nos hace pensar que tal
vez la inmigración sea una solución para el problema demográfico y se presente
como un fenómeno humano.
El egoísmo humano no es nada nuevo.
La codicia es tan antigua como la palabra. Los países industrializados de la
tierra acaparan el 80% de la riqueza mundial y están capacitados para promover
el crecimiento económico en los países del tercer mundo, de donde provienen los
“temidos invasores inmigrantes”. Mientras el índice de natalidad baja en los
paraísos europeos, la mano de obra escasea, se acumulan más riquezas, la población
de los países pobres y en vías de desarrollo promete la garantía de
conservación demográfica. Sin embargo, el egoísmo y la codicia es más fuerte:
seguirán condenando al emigrante, considerándolo un asedio, una amenaza, una
lacra, y es que existen seres codiciosos y oscuros que no abrirán los ojos; hay
temores e intereses. Pero también hay soluciones: habría que luchar contra el
racismo, la discriminación, la tendencia de creer que el ciudadano de los
países ricos domina el mundo y tiene derecho a dominar, explotar y empobrecer a
otros. Y es que si no se dan cuenta a tiempo, y si prosiguen con esa política
de fronteras, de levantar barreras más altas y despreciar al inmigrante, en
unos cincuenta años Europa estará poblada de ancianos millonarios, carecerá de
mano de obra y de juventud. Aunque los xenófobos se aterren, aunque los
racistas lloren y los codiciosos sufran: las migraciones son una necesidad
inherente a la especie humana. Vendrán migraciones, mestizajes, mezclas étnicas
y culturales. Es una revolución inevitable como única solución para que crezca
y prosiga la vida en el mundo, esperemos, en una justa dimensión.
MARÍA ISABEL CLAUSEN
Narradora y poeta. Nació y reside en
General Roca, Provincia de Córdoba, Argentina. Ha sido distinguida en múltiples
oportunidades.
Más sobre sus obras y trayectoria en
Suplemento de Realidades y Ficciones:
María Isabel Clausen ©
Todos pensaban que su destino ya
estaba escrito y decidido, nadie podía suponer lo contrario, ni siquiera él,
pero un día en que sus ojos comenzaron a vagar por el paisaje llenándose de
colores y formas, su mente divagó sobre amores diversos, viajes misteriosos,
cielos de libertades, vuelos de palabras, su alma se volvió una página y su
corazón un poema.
Desde entonces y a escondidas
ocultándose en un seudónimo, alternó su destino de empresario impuesto por
costumbre familiar y cambió el navegar entre cifras siderales para hacerlo
entre letras que brotaban de su alma como flores en capullos.
—Señor Alberto, lo esperan en el
escritorio del directorio —dijo su secretaria.
—¿Ocurre algo? —preguntó.
—No lo sé —fue la respuesta.
Sin más, dio diez pasos en oblicuo,
puso su mano sobre el picaporte y abrió.
Todos los integrantes del directorio
estaban presentes, de pie y con la mirada fija en él. Sin dudas algo importante
estaba pasando.
Su abuelo, el presidente de la
empresa, le dijo:
—¡Adelante! Toma asiento en mi
lugar, me quedaré de pie.
Obedeció como era costumbre hacerlo
ante una directiva del jefe, allí no se respetaban lazos familiares sino cargos
jerárquicos, lo cual era normal en el mundo de la empresa.
Todos se ubicaron en sus respectivos
lugares y aquel admirado hombre de negocios comenzó a decir:
—Te preguntarás por qué todo esto.
Bien, he decidido dejarte mi lugar en la empresa, se necesitan ideas y sangre
joven, los tiempos han cambiado y confío plenamente en ti.
Preguntó:
—¿Y cuándo lo decidiste? No me lo
consultaste, me tomas de sorpresa.
–No hay sorpresa, el día que DIOS se
llevó a tu padre, siendo tú mi único nieto varón, se sabía que este instante
llegaría, ¿no estás orgulloso de ello?
¿Cómo explicarle que no, que su
destino y deseo era vivir en un mundo bohemio donde el amor no necesitaba
números sino sentimientos, donde un dólar podía valer tanto como una hoja para
una hormiga, y un hormiguero se veía como una sociedad de tal magnitud como la
suya, pero, donde todos gozaban de las mismas obligaciones y derechos sin
cobrar un solo peso?
¿Cómo hacerle entender que para él,
la riqueza consistía en escribir un poema bajo la luz de la luna, frente al
mar, y su único peligro de quebrar era que la inspiración lo abandonara?
¿Cómo explicarle a ese hombre
maravilloso que siempre lo había amado, que no podía seguir tras sus pasos?
Tomó coraje y bajando la cabeza,
como avergonzado de lo que diría, comenzó:
—Abuelo, perdón, señor director… Agradezco
su ofrecimiento pero no puedo aceptarlo, mi destino está en otro ámbito.
—¿Qué dices, has enloquecido?, ¡esto
no se elige, simplemente se cumple —comentó visiblemente disgustado— ¿y cuál
sería el ámbito adecuado para tus ambiciones? —preguntó despectivamente.
—Soy escritor, mi destino son los
libros y las letras.
—Señorito, ¿crees que con ello
podrás llegar a montar una empresa como esta que desprecias?
—Te equivocas, abuelo, no es
desprecio. Tienes gente muy capaz para seguir con éxito lo que amas. Quizás yo
fracase en lo mío, pero nadie se verá perjudicado por ello, en todo caso será
solo el final de mis sueños.
Dirigiéndose a los demás el director
ordenó:
—Déjennos solos, por favor.
Salieron asombrados y comentando
entre dientes, cómo enfrentaría el joven la furia de un hombre de tanto
carácter. Seguramente le exigiría cambiar de idea. Para su sorpresa, no escucharon
los esperados gritos.
Dentro del recinto, el viejo
empresario abrazó a su nieto:
—Tengo que confesarte algo, “Bala
Perdida” —tembló, ¿cómo conocía su seudónimo?—, verás, no estoy por retirarme,
no tengo ni la mínima intención de hacerlo. Simplemente deseaba que descubrieras
tu secreto para que puedas ser libre de elegir tu destino y no se repitiera una
triste historia que lastimó tu vida.
—¿Qué historia, abuelo?
—DIOS no se llevó a tu padre. Él, como
tú, deseaba ser escritor pero no tuvo tu coraje, simplemente obedeció. Ocupó el
cargo designado, se casó con quién debía, dio herederos a la empresa, y el día
en que ya no pudo soportar el encierro de un mundo tan ajeno a sus
sentimientos, por no enfrentarme, apretó el gatillo y partió. Eres como él, una
bala que no pudo seguir su rumbo y sin pensarlo dobló la esquina, para decidir
su propio destino. Por eso, por tu vida y por la que se fue, la de mis dos
grandes amores, no quiero más destinos con luces apagadas —y agregó, sonriendo—
“Bala perdida”, ¿cuándo me venderás tu primer libro?
Sin emitir comentario, el joven
abrió su portafolio, sacó de él un envoltorio y se lo entregó:
—Ábrelo —dijo—, es para ti, hace un
año que lo llevo conmigo.
El abuelo lo tomó como esperándolo.
Rompió el papel con curiosidad, un libro habitó en sus manos. En la portada se
leía:
MI MUNDO SIN NÚMEROS, de Marcelo
Brasi.
Y en la primera página: Dedicado a mi abuelo, por “Bala
Perdida”.
ABRAZAME
María Isabel Clausen ©
Haz como el mar
que envuelve a la playa
entre sus brazos de espuma,
necesito saber qué deseas
aferrarme a tu cuerpo
por todos los tiempos,
quiero sentir que tu boca me busca
en la oscuridad de la noche
y en el resplandor del día.
Abrázame amor, no dejes
que el sol me convierta
en una nube y me regale al viento.
Quiero quedarme en ti,
ser solo esa gota de agua
que meces sobre tu piel
mientras cantan las sirenas,
dormirme acurrucada entre tus brazos
y despertarme en cada amanecer
de la misma manera.
FERNANDO NEGRETE
Nació en 1942 en la calle
Goicoechea, hoy desaparecida, a cincuenta metros escasos de la torre vieja del
Pilar, y vivió en el otro Arrabal, donde las peleas a golpes eran harto
frecuentes, en Zaragoza, España, ciudad en que reside. Su nombre completo es
José Fernando Negrete Gaspar.
Ha escrito una novela, Tenía que haber una explicación
(Zaragoza, Mira Editores, Sueños de tinta, 2017). Nos ha enviado narraciones
cortas, de las que hoy publicamos algunas.
Más sobre sus obras y trayectoria en
Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 81:
HACE CASI
CINCUENTA AÑOS
Fernando Negrete ©
No sé si os he dicho en alguno de
mis escritos, que mi abuelo poseía una biblioteca pequeña y muy heterogénea. En
sus estantes igual dormían los clásicos españoles del Siglo de Oro como los
libros de la Generación del 98 en un cambalache contradictorio y maravilloso.
Por supuesto también estaban Las Mil y Una Noches, El Decamerón, los
clásicos griegos y los novelistas rusos del siglo pasado. Escondida entre sus
anaqueles descubrí una colección francesa de revistas pseudopornográficas que
hoy harían sonreír, por lo infantiles, a más de uno; se llamaban “Le demi
monde”.
En el renacer de mi adolescencia
comencé a leer libros con avidez, buscando en ellos lo que el monótono y
pequeño mundo al que nos condenaba el régimen y los curas donde estudiaba el
bachillerato nos negaba, la verdad.
Os podéis imaginar que mi búsqueda
se dirigía, especialmente, hacia las historias de amor y aventuras prohibidas
que no podía escoger de la biblioteca del colegio. Además de Las Doloras y Humoradas de Campoamor, encontré los poemas más escatológicos de
Quevedo, los —para mí— peñazos de Ortega y Gasset, los dramas de Unamuno, los
Salgari, los…
Como veis mi eclecticismo iba dando
saltos en el tiempo y los temas; quizás sea por eso por lo que hoy escribo de
manera tan caótica y salto de una narración trágica a otra en la que, por
ejemplo, aparece el Hombre de los Tres
Culos junto a cuentos fantásticos, más o menos infantiles, e historietas
casi autobiográficas.
Viene a mi memoria un pequeño relato
de un escritor, famoso por su erotismo, escrito en primera persona, en la que
el protagonista camina tras una hermosa mujer atraído irresistiblemente y
cuando la mujer se para ante un portal y él llega hasta allí, la mujer le dice
simplemente:
—¿Subes?
El hombre se queda pensativo, a
continuación no dice nada y prosigue su camino. Recuerdo que el relato tenía
una moraleja, algo así como que: «Lo fácil deja de ser atractivo». Es una
lástima que no recuerde el nombre del escritor, lo siento.
A mí me sucedió algo parecido; una
mujer llamó mi atención y la seguí incansable manteniendo una cierta distancia.
Tenía una hermosa figura y su sexualidad era realzada por una falda volandera
que el cierzo se encargaba de levantar para mostrar, de vez en vez, la hermosa
parte posterior de sus rodillas.
De pronto se paró ante un portal, se
volvió a mirarme, esperó mi llegada y cuando estuve a su lado me dijo:
—¿Por qué me sigues? ¿Te gusta lo
que ves? ¿Quieres algo?
Tenía una cara hermosa y su sonrisa
era prometedora de cielos soñados, pero yo me quedé sin saber qué decir. La miré
a los ojos y no pude resistir su mirada. Bajé los ojos al suelo, incliné la
cabeza y, cobardemente, seguí mi camino a buen paso. Lo mío había sido
cobardía, no pérdida de interés.
Dicen que la felicidad se cruza en
nuestro camino muy pocas veces durante la vida y creo que para mí esa pudo ser
una de ellas. Desgraciadamente nunca más la felicidad se ha cruzado conmigo, y
si lo ha hecho no la reconocí.
Voy a cumplir veinticinco años y
estoy perdiendo la esperanza.
¡Ah, sí!, el escritor se llamaba
Alberto Moravia.
DESDE MIS
ADENTROS
Fernando Negrete ©
Aquel verano fue el que marcó mi
vida y sigue marcándola con recuerdos de lo que ya no volverá. Como los sueños
infantiles y los despertares a una vida real, no la tantas veces soñada.
Mis padres, gente con pocos recursos
como la mayoría entonces, me obligaban a pasar el mes de agosto en Calatayud,
una hermosa ciudad de Aragón, lo que para mí significaba renunciar a los amigos
del barrio y a las aventuras de recorrer las torres vecinas del arrabal en mi
ciudad, Zaragoza, sin comprender que lo hacían por mi bien; ya sabéis, cambio
de aires, rutinas y ambiente para que mis pulmones recibieran oxígeno y mis
vivencias modificaran su entorno dotándolas de savia nueva, aunque maldita la
gracia que me hacía en mis años mozos.
Acababa de cumplir diez y seis años,
y ese año aún fue peor porque los chicos de mi edad, hijos de agricultores,
tenían que trabajar mucho más que en el resto del año y pasaba los días en
soledad. Ese fue el motivo de mis grandes descubrimientos.
Alberto, un hermano de mi madre,
soltero y rico, había construido un apartamento en la planta alta del palacete
renacentista aragonés que era su casa, y nos lo prestaba mientras él viajaba
por todo el mundo.
—Cuidad bien del caballo y haced que
camine al menos una hora cada día y si pueden ser dos, mucho mejor, en el
establo tiene todo lo que se necesita. Volveré de Cuba dentro de dos semanas
—dijo al darnos las llaves y marchar.
Ese día pasé la mañana en la gran
biblioteca de mi tío leyendo lomos de libros en la búsqueda incansable de algo
prohibido para un chico de mi edad, hasta que comprendí que los que yo buscaba
no estaban a la vista sino bajo llave, y elegí Las mil y una noches del que conocía los cuentos de Alí Babá y los cuarenta ladrones, Aladino
y las aventuras de Simbad el marino.
Al sentarme a la mesa de la
biblioteca vi un libro abierto, lo volví para leer su título y el nombre del
autor, comprobando que se trataba de los Versos
sencillos de José Martí, el revolucionario cubano del que hablaba mi abuelo,
un superviviente de la guerra de Cuba.
Ya iba a cerrarlo, porque a mí los
versos nunca me hicieron gracia, cuando leí la palabra Aragón escrita en
mayúsculas; se encendió mi curiosidad y los leí completos.
Las alabanzas a mi patria chica y a
sus gentes, contenidas en aquellas líneas, me llenaron de orgullo porque
procedían de un extranjero.
Nunca he podido comprender por qué
el aragonés es tan poco proclive a ensalzar lo nuestro, tal vez sea por
vergüenza, o quizás por una modestia mal entendida.
—¡Niño! ¡Acuérdate del caballo!
Cepíllalo, ponle agua y vete a dar una vuelta con él, pero no vayas muy lejos,
son casi las doce y ya sabes que a tu padre le gusta comer a las dos y media
para oír el «parte». ¡Ah!, y cuando vuelvas dale de comer y ponle agua otra
vez.
Las palabras de madre me volvieron a
la realidad, hice lo que ordenaba y salí con el caballo.
Mi intención era ir a la Sierra de
Armantes, aunque estaba un poco lejos y agosto tal vez no fuera el mejor
momento para visitarla. Por el camino seguía pensando en los versos del cubano,
intentando comprender qué era lo que había visto en nuestra tierra aquel hombre
para ensalzarla tanto, ya que lo que tenía ante mis ojos no era, a mi corto
entender, ninguna maravilla, o al menos a mí no me lo parecía.
Así estaba pensando sin sentir
cuando al llegar cerca de la Sierra la vi a ella. Estaba en un terreno elevado
sentada de espaldas a mí, pintando un lienzo apoyado en un caballete; cerca de
ella, una yegua ramoneaba y mi caballo, al verla, se puso de patas y relinchó;
a duras penas pude sujetarme a sus crines y descabalgar.
Entonces ella se volvió y vi su
cara, se levantó y su cuerpo de diosa adolescente me dejó sin habla. Era una
niña mujer con edad parecida a la mía, de rasgos exóticos que un sombrero de paja
ocultaba apenas.
—¿Te has hecho daño?
Su presencia me había dejado mudo y
solo pude contestar negando con la cabeza.
—¿Te ha comido la lengua el gato?
Lo extraño de su acento me animó a
hablar y con un hilo de voz dije:
—Yo soy de Zaragoza y estoy pasando
unos días con mi familia en Calatayud, pero ahora no puedo entretenerme porque
en casa comemos a las dos y menudo es mi padre para eso de los horarios —la
miré al acercarse y mi corazón latía desbocado cuando pregunté—: Tú no eres de
aquí, ¿no?, ¿qué haces? —Al momento me sentí estúpido porque era evidente, pero
insistí—: ¿Qué pretendes atrapar en ese lienzo, aparte de un desierto infinito?
Su respuesta me sorprendió porque
solo dijo:
—La belleza, y no, no soy de aquí,
soy cubana.
Miré mi reloj y al comprobar la hora
encontré la excusa perfecta:
—Lo siento, niña, pero tengo que
marcharme, en casa son muy exigentes con la puntualidad a la hora de comer.
Monté el caballo y me disponía a
marchar cuando la oí decir:
—¿Tanta prisa tienes que no me
puedes decir ni tu nombre?
Me detuve y la miré, su pantaloncito
corto, algo insólito en aquellos tiempos, y su abierta sonrisa, me parecían una
provocación y se lo dije:
—Mi nombre es Fernando, pero todos
me llaman Nando, y no vayas sola por aquí con esas pintas porque puede ser
peligroso. Por cierto, ¿tú cómo te llamas?
—Mi nombre es Chalía, bueno en
realidad me llamo Rosalía, pero todos me dicen Chalía. ¿Vendrás mañana? Pero
hazlo un poco antes si quieres que te enseñe algunas cosas. ¿Te parece bien a
las diez?
Asentí con la cabeza y marché al
trote, iba con el tiempo justo y todavía tenía que limpiar al caballo y darle
su comida.
—¿De dónde vienes tan acalorado? ¿Y
ese caballo tan sudoroso? Ya lo estás lavando, y tú date también una ducha que
buena falta te hace, pero rapidito.
Madre no esperó la respuesta y
marchó.
Durante la comida volvió a
preguntarme y cuando le dije cual había sido mi destino se enfadó mucho y me
prohibió volver allí. Dije que había quedado con una chica y le cambió la cara,
me sonrió diciéndome que si tenía un compromiso debía cumplirlo, pero que
saliera con más tiempo para no cansar al caballo.
Esa tarde la pasé en la biblioteca
rebuscando obras de José Martí y su biografía. ¿De qué conocía ese hombre
nuestra tierra? Además, la coincidencia de Cuba en todo lo ocurrido esa mañana
me hicieron reflexionar. La marcha de mi tío a Cuba, el hallazgo de los versos
del cubano y el encuentro con la niña cubana, parecía que me enviaban un
mensaje.
Al día siguiente muy temprano monté
el caballo y marché hacia lo que imaginaba iba a cambiar mis vacaciones. Por el
camino intenté recordar el rostro de aquella chica y, por muchos esfuerzos que
hice, no lo conseguí, por eso cuando la vi acercarse algo se iluminó en mi
corazón, que comenzó a latir muy deprisa.
—¿Hola Nando? ¿Dispuesto a descubrir
la belleza? Al parecer para que la veas, tendremos que acercarnos un poco más.
No contesté porque ya la había
descubierto. Ella era la belleza. Tal vez la expresión de mi cara reflejó mi
pensamiento porque la muchacha, sin dejar de sonreír, dijo ampliando su sonrisa
que descubrió una dentadura perfecta:
—Me refiero al paisaje, tonto. Anda,
sígueme.
Caminamos durante un buen rato y
cuando se detuvo, señaló unas inmensas paredes verticales de roca y tierra,
situadas a unos trescientos metros. Descabalgamos, extendió una manta en el
suelo, nos sentamos y señaló aquellas piedras diciendo:
—Ahí está, ¿qué te parece?
Volví a mirar lo que señalaba y al
cabo de unos segundos dije:
—Me parece bien, pero, ¿dónde está
la belleza? Yo solo veo piedras.
—Está ahí aunque tú no la veas. Por
cierto, hablando de otra cosa, ¿qué vas a estudiar?, porque creo que Dios no te
ha llamado por los caminos del arte. Yo estoy estudiando Bellas Artes y quiero
especializarme en pintura, que es lo que más me gusta, aunque la poesía me
apasiona. ¿Has leído poesía? ¿Conoces a mi paisano José Martí?
—Precisamente ayer leí sus Versos sencillos y me gustaron mucho,
quizás porque hablaba de nosotros, los aragoneses, y nos ponía por las nubes.
Por la tarde leí algo de su biografía y vi que estuvo desterrado en Zaragoza
por sus ideas políticas. ¿Sabías que era hijo de españoles?
—Por supuesto, igual que yo. Ahora
vamos a empezar con tu aprendizaje, aunque te noto muy tenso y tienes que
relajarte. Respira hondo y vuelve a mirar esas piedras que dices tú, pero
primero mírame unos segundos a los ojos.
Al decir esto me cogió la barbilla
haciendo que la mirara. Al verla tan cerca lo que me había parecido hermoso se
convirtió en algo increíble, por eso cuando volvió mi cara hacia el monte y
dijo que cerrara los ojos, únicamente la veía a ella. Supe que se acercaba más
al notar su olor de canela y menta, y al sentir un roce en mi mejilla, el mundo
se convirtió en un paraíso.
—Abre los ojos, mira otra vez y dime
qué es lo que ves, Nando. Eso que tienes delante lo llaman la Fortaleza.
Defínemela.
Yo no abrí los ojos porque tenía
grabada su imagen en la retina y no quería borrarla; pensaba que si los abría
desaparecería. Por eso, al escucharla, volví a mirarla cuando decía:
—Así no vamos a ninguna parte y no
tenemos todo el día. Mira otra vez allí y dime qué es lo que ves, Nando, pero
mira con los ojos del alma.
Al oír mi nombre obedecí y miré lo
que hasta entonces me habían parecido piedras amontonadas. Entonces descubrí lo
que nunca pensé que existiera. Ante mis ojos aparecía la Fortaleza. Pero a mí
no me parecía un castillo, sino una gran catedral con una inmensa portada
clásica y no encontraba palabras para describir tanta belleza. Chalía sintió mi
asombro e impotencia para expresarme y habló. Os parecerá mentira, pero lo que
ella dijo era lo que yo sentía. Han pasado muchos años y lo recuerdo como si
fuera ahora:
—Delante de nuestros ojos y
durmiendo un sueño de siglos está una de las más bellas maravillas del mundo,
la Sierra de Armantes. Si te fijas bien verás lo que la naturaleza y los
meteoros pueden conseguir y que el hombre nunca podrá igualar porque hace falta
una mano muy poderosa para lograrlo, ¡la mano del Creador! Si pudieras volar, y
yo lo he hecho con la imaginación, y acercarte más, verías, modeladas en
arcilla, los cientos de cariátides que sostienen los plegamientos horizontales
de roca calcárea.
Eran demasiadas palabras
incomprensibles para mí. Me volví a mirarla y ella, al ver la cara que puse de
interrogación, dijo:
—¿Qué sucede? ¿Qué palabra no has
entendido? ¿Arcilla? ¿Cariátide? ¿Calcárea? ¿Plegamientos?
—Cariátides, ¿qué son los
cariátides? Arcilla y calcárea sé lo que son y plegamientos lo puedo imaginar.
Ella me miró comprensiva y continuó
diciendo:
—No es los cariátides, es las en
femenino, y son esculturas que representan cuerpos de mujer vestidas con largas
túnicas, la mayoría de las veces, que en las portadas de los templos antiguos
sostenían el frontal cubierto exterior sustituyendo las columnas. ¿Me sigues?
—Sí, lo he visto en fotografías del
Partenón.
—Exactamente. Si tuvieras nociones
de arte lo hubieras sabido.
Después estuvimos largo rato
contemplando aquella belleza hasta que ella se levantó, miró su reloj de
pulsera y exclamó:
—¡Dios mío, qué tarde es! Aquel
poeta no tenía razón cuando dijo que «hasta el tiempo se detiene al contemplar
tanta hermosura», porque son casi las doce y tengo que marcharme.
»Por cierto, si me dices donde
vives, mañana iré a buscarte y podemos salir juntos. ¿Te parece bien?
Asentí, le di mi dirección y al
despedirnos se puso de puntillas dándome un beso en la mejilla.
Por su forma de expresarse había
llegado a pensar que aquella moza era algo resabidilla ya que su español era
muy rico en palabras; hoy, que he recorrido toda la América hispana, he hablado
con gentes de allá comprobando que, incluso los indígenas de la clase más baja,
hablan con un vocabulario mucho más extenso que el que utiliza el español
medio.
Aquella tarde la pasé en la
biblioteca hojeando libros de arte buscando cariátides en portadas de templos
clásicos y la encontré; en una de las estatuas vi su cara y busqué una lupa
para ampliar la imagen. No sé cuánto tiempo estuve mirándola, solo sé que había
anochecido cuando madre reclamó mi presencia en el comedor diciendo que la cena
estaba servida y se iba a enfriar.
Por la noche no pude dormir apenas y
a las tantas me levanté, fui a la biblioteca y estuve mirando aquella cara
hasta la amanecida. Debí dormirme porque solo recuerdo las palabras de madre
gritándome:
—¿Has pasado aquí la noche? Anda,
desayuna rápido que tu amiga está al caer. Son casi las nueve; y tened cuidado
porque han anunciado tormentas.
Me lavé la cara, tomé mi café con
leche, bajé las escaleras de cuatro en cuatro y salí a la calle con el caballo
sujeto por el ronzal. Ella esperaba en la puerta y su saludo fue una gran
sonrisa que al verla hizo que le perdonara su forma de hablar.
—¿Conoces el río Piedra? ¿Has oído
hablar del Monasterio que lleva su nombre? Ya sé que está un poco lejos y
tendríamos que ir en coche.
—¡Claro! ¿Quién no ha oído hablar de
él? Mis padres fueron allí en viaje de novios. En casa hay una fotografía en
blanco y negro de ellos retratados dentro de una gruta, pero no se les ve muy
bien, es como si estuvieran rodeados de una nube blanca.
—Es el agua que al caer desde gran
altura en la cascada que llaman «cola de caballo» se evapora convirtiéndose en
pequeñas gotas produciendo ese efecto. El fotógrafo lo conoce muy bien y tira
esa «foto» a todas las parejas con aspecto de enamorados que entran en la
gruta. ¿Conoces otro sitio cerca del pueblo donde podamos ir? Si quieres
podemos ir a bañarnos al río, conozco una zona que apenas tiene bañistas.
—¿Cerca de aquí sin gente? Con este
calor, medio pueblo irá a bañarse al Jalón.
—Pero nosotros tenemos caballo y
podemos ir más lejos. El sitio que te digo no está en el Jalón sino en un río
único.
—¿A qué te refieres cuando dices
único? ¿Qué es lo que lo hace tan especial?
—Verás, Nando, es posible que no te
hayas dado cuenta, pero todos los ríos que conozco llevan dirección este u
oeste e incluso sur; algunos hacen su camino sureste, noreste, suroeste o
noroeste, pero este río toma la dirección norte, como si quisiera formar otros
horizontes diferentes, muy especiales, antes de rendir pleitesía al Jalón donde
desemboca.
»Te daré más pistas; nadie sabe
exactamente dónde nace, y cuando sale a la luz está ya crecidito, por eso el
agua que lleva es casi tan salada como la del mar.
—¿Y puedo saber cuál es el nombre de
ese río tan especial?
—Tendrás que averiguarlo tú; busca
en los libros. ¿Has traído bañador?
Sus siguientes palabras me
descolocaron de tal forma que creí morirme.
—Si tenemos suerte y no hay nadie,
podemos hacer naturismo y no lo necesitarás porque nos bañaremos desnudos. En
mi tierra hay sitios acotados para hacerlo y yo he ido con mis padres algunas
veces.
Dicen que la cara es el espejo del
alma y mi cara debió ser un claro reflejo de lo que sentía en aquellos momentos
porque sin darme tiempo a expresarme oí su voz liberándome de la angustia que
habían provocado sus palabras:
—¡No seas tonto!, lo decía en broma.
Seguimos caminando por la orilla del
Jalón durante buen rato hasta que llegamos a la desembocadura de otro río. Por
la orilla izquierda del afluente lo remontamos hasta llegar a un punto en el
que el valle se estrechaba ante el acoso de un inmenso carrascal que bajaba
hasta el río sin atreverse a cruzarlo porque a la otra orilla se extendía una
zona casi desértica.
Y allí estaba, en un ligero meandro
del río y rodeada en parte por chopos se formaba una piscina, una poza natural
de poca superficie, que invitaba al baño.
—¿Qué te parece, Nando?
—El sitio es precioso, pero ¿cómo es
que lo conocías?, porque está muy escondido.
—Verás Nando. Mi padre es de Daroca
y mi madre de Calatayud, donde pasamos todos los veranos, y como aquí no tengo
amigos y no había tele, mis padres me llevaban de excursión todos los días.
—¡Espera, espera! ¿Qué es eso de
tele?
—Televisión, tonto. Perdona, chico,
ya sé que en Zaragoza tenéis tele desde hace poco más de un año, pero en el
pueblo no, y en Cuba la televisión lleva funcionando casi ocho años.
—¿Y cómo llegabais hasta aquí?
—Veníamos en coche, el camino
carretero está muy cerca, a unos treinta metros, pero desde aquí no se ve.
Cuando se desnudó y se metió en el
agua vestía únicamente una minúscula braguita y yo me quedé mirándola como un
pasmarote admirando sus pechos recién amanecidos.
—¡Venga Nando!, el agua está
calentita, tenemos que darnos prisa porque esas nubes no auguran nada bueno y
creo que vienen hacia aquí.
Miré el cielo que señalaba
comprobando la presencia de unos negros nubarrones amenazantes, luego volví a
mirarla y me disponía a desnudarme cuando estalló un rayo muy cerca de nosotros
y al poco su compañero el trueno dejó oír su voz amenazante. Ella salió
corriendo del agua y se abrazó a mí temblando.
—¡Abrázame fuerte, Nando!
—¿Qué te pasa? ¡Estás temblando!
—Los truenos me aterran y ese ha
sonado muy cerca.
—No debes temer al trueno, solo es
ruido; al que debes temer es al rayo, y vámonos de aquí porque dicen que los
árboles los atraen.
Siguió apretada a mí, hasta que de
pronto levantó la cabeza y me besó en los labios. Fue un beso de película de
las de entonces; yo no sabía besar y ella tampoco; solo apretamos con fuerza
los labios uno contra otro, pero me supo a gloria. Fueron unos segundos eternos
hasta que se soltó, se vistió, montamos los caballos y recorrimos todo el
camino de vuelta en silencio; yo esperaba un nuevo relámpago pensando en su
reacción, pero la tormenta no descargó.
Al entrar en casa la radio puesta a
gran volumen me anunció que algo muy gordo había pasado y al preguntar qué
sucedía, mi padre dijo gritando acaloradamente:
—Sucede que en Cuba la Dictadura de
derechas ha caído y un tal Fidel Castro, comunista según dice la radio, ha
tomado el poder. Por lo menos repartirá miseria, espero.
Esa tarde la tormenta anunciada
llegó con gran violencia.
Al día siguiente encontré una carta
de ella en la que me comunicaba su marcha a Cuba prometiendo escribirme pronto.
EPÍLOGO
Esperé su carta muchos años, pero
nunca llegó; el resto del verano recorrí los lugares soñados con ella, la
Sierra de Armantes, la poza del beso en aquel singular río que la tormenta
vespertina había hecho desaparecer, incluso visité el Monasterio de Piedra esperando
encontrarla algún día, pero nunca volvió.
Hoy sigo esperándola, pero cuando
cerrar los ojos no me impide ver aquellos lugares maravillosos porque sigo
viéndolos cuando quiero con los «ojos del alma», como ella me enseñó; y también
la veo a ella, tan fresca, tan bonita, tan joven, tan...
ANA ROMANO
Nació el 1/2/1944 en la capital de
la provincia de Córdoba, Argentina, y reside desde la infancia en la ciudad de
Buenos Aires. Poemas suyos han sido traducidos al portugués, italiano, francés,
húngaro y catalán. Es profesora de francés. Tradujo a dicho idioma el volumen Breve anthologie de Luis Raúl Calvo
(Ediciones L`Harmattan, París, Francia, 2012), el poemario Behering y otros poemas de Luis Benitez y textos del libro Tomavistas de Rolando Revagliatti (difundidos
en la red). Poemarios publicados: De los
insolentes fantasmas (Ediciones Vela al Viento, 2010), Expiación del antifaz (Ediciones La Luna Que , 2014), y Zumbido de guirnaldas (Ediciones La Luna Que , 2016).
Más sobre su trayectoria y obras en
Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 28:
DE DAFNE
Ana
Romano ©
Perduran
acodados
los
malvones
Improvisadas
hebras
se
guarecen en el mimbre
Entre
los durazneros
la
fugacidad de un colibrí
Mientras
en abanico
chocolates
patinan
vanidosos
la
infancia de Dafne
gruñe.
SECUENCIA
Ana
Romano ©
Desnudos
ante
el viento
los
cuerpos
Desnudos
flamean
en
el fuego
Desnudos
junto
al río
encandilado
Desnudos
frente
al espejo
estallan
Desnudos
se
detienen
al
llegar
a
la cima.
TRANSMUTACIÓN
Ana
Romano ©
El
cuerpo ajado
que
acaricias
por
los bordes
de
la rutina
Encallas
Centro
terso
imponente
Y
absorbes
útero.
ADRIANO CORRALES ARIAS
Nació en San Carlos,
Costa Rica, en 1958. Narrador, poeta, dramaturgo, ensayista, colabora con
varias publicaciones costarricences y de otros países latinoamericanos.
Profesor e investigador,
es antólogo-editor de poesía y narrativa costarricense y centroamericana. Ha
participado en múltiples congresos, festivales, encuentros académicos y de
escritores nacionales e internacionales. Colabora con artículos científicos, de
opinión y con textos de creación publicados en el país y en Latinoamérica.
Más sobre sus obras y
biografía en los siguientes números del Suplemento de Realidades y Ficciones:
EPIGRAMA
Adriano Corrales Arias ©
A Cristián, a Eduardo
Los rostros son manos humeantes
con el pañuelo rojinegro en colinas
de sangre
donde ruedan niños/ángeles y chicas
por el lodazal del eterno combate
Las manos son los rostros
transparentes
en las fotografías de piel más
reciente
bajo el traje de fatiga y los
sombreros de verde
con el fusil cargado de poco futuro
y mucha muerte
Los rostros las manos y el vientre
adjetivos minados plenos de púas y
pelambre
obtusos por lo perdido bosque
adentro
verticales por lo encontrado en
abrazo a suerte
Al final somos eso: minadas imágenes
llovizna de nostalgia
insomnio de la fiebre
alrededor del cerco enemigo
calcinado por la memoria
palabras disparándose
contrapalabras
COLINA 50
Adriano Corrales Arias ©
El Gran Lago
Entrecruza la niebla
Atiborrado de vultúridos
Arriba las trincheras
Manos / granadas / manos
Agua púrpura / viento salobre
Bocas sin boca desenterradas
Las estaciones ciñen las cruces
Con huesos
Abren los senderos de la ceniza
Donde crecen enormes árboles de
silencio
Para cobijar a los muchachos
Que regresan con sus mochilas
Y la muerte adherida a las camisas
VERDE
OLIVO
Adriano Corrales Arias ©
Luciano se llamaba el miliciano
que enterramos en Sapoá
o en Peñas Blancas
bien no lo recuerdo
Así se llamaba el guerrillero
de mirada clara y ardiente
alto delgado recio
profeta tierno inteligente
Lo recuerdo internándose en el
parque
de La Sabana con su novia
porque entonces para el amor
no se consideraba el dinero
Llegaremos a Managua juntos
tomaremos el infierno por asalto
pronosticó como si nada dos días
atrás
Había fatigado San José y Heredia
Ciudad Quesada Terrón Colorado
donde laborara con refugiados
Cuzamos el río Ostallo
con el enorme cadáver hasta el Gran
Lago
donde como velas blancas se
hermanaban
los compas en una camioneta azul
Ciertamente lo asaltamos
Infierno Irato de otra Managua
enardecida como enorme supermercado
Tu muerte no fue en vano
compañero del alma tan temprano
la piñata, sin embargo,
ha sido el corolario
MARÍA ENRIQUETA ROLAND
Narradora y poeta argentina. Nació
en la ciudad de Buenos Aires pero desde hace años reside en Mar del Plata. Ha
obtenido varios premios literarios y algunos de sus cuentos se encuentran en la
web. Asegura escribir por impulso sin tener en cuenta regla alguna, salvo las
ortográficas.
Más sobre sus obras y trayectoria en
Suplemento de Realidades y Ficciones:
DIÁLOGOS
NOCTURNOS
María Enriqueta Roland ©
Era la hora. Se apagaron las luces,
las alarmas se activaron y todos dejaron el local.
Bajaron las cortinas metálicas. Dentro
la oscuridad y la soledad reinaron.
Pero...
¿Era tan así?
Comenzó a sentirse un murmullo de
voces que en diferentes idiomas entablaban charlas entre los de igual
nacionalidad. Risas y hasta gritos fueron poco a poco creciendo.
Diferentes edades o sexos no fueron
óbice para los diálogos, ni tampoco temas o estilos. Y una luz comenzó a
vislumbrarse...
El resplandor que emitían sus mentes
brillantes que en algunos casos eran solo recuerdos.
La mayoría se unían por sus
semejanzas o por sus diferencias pero todos se respetaban entre sí.
Aunque donde estaban no se habían
interesado en jerarquías o habían privilegiado el conocimiento más o menos
profundo de los ilustres, todos estaban, eso sí, juntos en pilas que los
menoscababan haciendo de su largo e importante aporte a la cultura un conjunto
cambalachero bajo carteles que decían: ¡Oferta! ¡3 por $ 5 o 5 por $ l5!
Corín Tellado se ufanaba de ser la
escritora más vendida en idioma castellano, muy sobre Cervantes. Defendía su
“estilo” naif, romántico y de fácil lectura aduciendo que no había mujer que no
la hubiera leído,
Danniel Steel reclamaba ser ella la
mejor y más conocida autora de novelas eróticas, pero debió escuchar a la Tellado cuando expresó que
ella había escrito ese tipo de novelas usando el seudónimo de Ann Miller mucho
antes.
Pero... ¿Y el estilo? Literatura
facilista de diferentes épocas.
En otro lado del salón. En el foro
de los filósofos, Sócrates, Platón, Aristóteles y otros grandes discutían sus
ideas con fundamentos personales, pero en un armonioso conjunto de genialidad.
Más allá Agatha Christy debatía con
Sir Arthur Conan Doyle sobre sus personajes, los detectives famosos, Hércules
Poirot y Sherlock Holmes, defendiendo para el propio la mayor importancia.
Borges y Boy Casares disfrutaban una
charla íntima y recordaban su amistad tan poco armoniosa.
Un poco alejados Bernard Show y
Oscar Wilde se sacaban chispas compitiendo en ingenio e ironía.
Ya sea por semejanzas o diferencias
las voces entrecruzadas resonaban en el lugar. Era un ámbito cultural imposible
de recrear en la realidad.
Poco a poco las luces de un nuevo
día comenzaron a infiltrarse por las hendijas del negocio “Compra-Venta de
libros usados”.
Y esa fue la hora en que cada uno,
silenciosamente, volvería a ocupar su lugar.
Eran pilas de libros que encerraban
toda la historia de la cultura y la literatura de la humanidad, ahora
manoseados y desvalorizados por quien solo por el precio o la curiosidad
ignorante, terminaban comprando “Cómo hacerse millonario en diez días”, junto a
otros de similar contexto.
SUPLEMENTO DE REALIDADES Y
FICCIONES
Nº 83 – Septiembre de 2019
– Año X
ISSN 2250-5385
Exp. RL-2018-52427183-APN-DNDA#MJ del 18/10/2018,
Dirección Nacional del Derecho de Autor / República Argentina.
Av. Del Libertador 6039 (C1428ARD)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
Currículo en
Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 75:
Colaboradores
Noelia Natalia
Barchuk Löwer
Resistencia
(Chaco), Argentina
Currículo en
Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 78:
Mónica
Villarreal
Scottsdale
(Arizona), Estados Unidos
Monterrey
(Nuevo León), México
@mon_villarreal
Currículo en
revista Realidades y Ficciones Nº 17:
El listado completo de colaboraciones al Suplemento
de REALIDADES Y FICCIONES se encuentra a la derecha del blog bajo el acápite
AUTORES.
@RyFRevLiteraria
@RyF_Supl_Letras
Las opiniones vertidas en los artículos de esta
publicación son de exclusiva responsabilidad del autor pertinente.