miércoles, 2 de marzo de 2022

SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES

Nº 93 – Marzo de 2022 – Año XIII

ISSN 2250-5385 – Edición trimestral

Inscripción gratuita como LECTOR
si escribe a zab_he@hotmail.com
indicando nombre y apellido, ciudad y país
(se le avisará cada nuevo número trimestral).

 

“Mariposa y colibrí en el desierto”
Mónica Villarreal (2022)
(Acrílico sobre panel, 11" x 14")
Serie La Mariposa y el colibrí

 

Sumario:

• Aleqs GARRIGÓZ (México)

• Hilda Augusta SCHIAVONI (Argentina)

• Álex PADRÓN (Cuba)

• Goya GUTIÉRREZ LANERO (España)

• Damián ANDREÑUK (Argentina)

• Yuleisy CRUZ LEZCANO (Cuba - Italia)

• Elena GARRITANI (Argentina)

• Héctor Fabio MEDINA CASTAÑEDA (Colombia)

• Ana ROMANO (Argentina)

• Carlos David RODRÍGUEZ (Argentina)

• Anna BANASIAK (Polonia)

• Jorge Arturo QUINTANILLA PENAGOS (México)

 

 

 

ALEQS GARRIGÓZ

(Alejandro Garrigós Rojas, Puerto Vallarta, Jalisco, México; 1986) Escribe poesía desde los quince años. Es maestro en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Guanajuato (UG). Es también periodista cultural.

Publicó su primer libro de poesía en 2003: Abyección. Posteriormente aparecieron La promesa de un poeta (2005; Premio Adalberto Navarro Sánchez), Páginas que caen (2008, 2013; Premio Municipal de Literatura de Guanajuato), La risa de los imbéciles (2013, Ganadora del I Concurso Internacional de Poesía de Emergente Nauyaca) y El niño que vendió su alma al Diablo (2016). También han sido premiadas sus obras Galería del sueño (Premio Espiral de Poesía 2011, de la UG), En la luz constante del deseo (Premio Espiral de Poesía 2012, de la UG), Despiértame en otro mundo (Mención Honorífica en el I Concurso de Cuento y Poesía de la Universidad Marista de Querétaro, 2013), Penetrado por el amor (Mención Honorífica en el V concurso editorial “El mundo lleva alas”, 2012), Resplandor del oro amanerado (Tercer premio en el VI Concurso Nacional de Poesía María Luisa Moreno, 2014). Sus últimos tres libros publicados son: Los muchachos (2018), El primo (2019), Penetrado por el amor (20019). Actualmente prepara el poemario La distancia de las flores. Ha sido antologado en una treintena de obras en diversos países. Ha publicado poemas en medios impresos y electrónicos de México, España, Colombia, Estados Unidos, Colombia, Argentina, Honduras, Perú, Nicaragua, Chile y Suecia. Poemas suyos han sido traducidos a cinco idiomas.

Más de sus obras y trayectoria en los siguientes números del Suplemento de Realidades y Ficciones:

http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2011/02/ (Nº 13)

http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2018/03/ (Nº 76)

https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2020/12/ (Nº 88)

y en la pagina: https://es-academic.com/dic.nsf/eswiki/1264699

 

regresoalestadodegracia@hotmail.com

 

Hoy tenemos el raro privilegio de apreciar su notable calidad narrativa.

 

 

PRIMEROS RECUERDOS INFANTILES

Aleqs Garrigóz

 

¿Cómo iniciar unas líneas acerca de una vida existente pero irreal? Vida en la que el justo límite de la locura trastoca ya todas las nociones Quiero decir: confío en mis recuerdos. Confío en la verdad de mi historia como un objeto solo mío y compartido hasta ahora solo a grades penas y no en lo sustancial, sino por el símbolo, la alegoría y una especie de mitología personal que ya enmascara, ya desnuda solo momentáneamente hasta al hueso lo que de carne me viste. Mas confío también en la realidad de mis ensueños, de mi autismo, que han configurado la parte de mi vida que yo considero más interesante. No es una vida solo interior: es una vida que comunica todo el tiempo con el exterior en el que me debato y me muestro al ojo agudo de la gente, a la que sin embargo apenas comprendo, y la cual apenas me comprende también. Mis mociones psicológicas, son pues, realidades objetivas que, ya fuera de mí, han regresado a mí por seguir alimentándome, atormentándome en todo caso, poniendo un sello de vergüenza que podría ser mi único orgullo, mi identidad.

Contrario a lo que Freud supone o argumenta en su obra Tres ensayos de psicología sexual, yo guardo muchos recuerdos de mi vida de infante, desde alrededor de los tres años; recuerdos que aún ahora me atribulan, si bien he dejado de llorar por ellos. No recuerdo de la primera infancia la alegría, la risa, la inocencia. Mi infancia fue más bien grave y gris. Las emociones que tiñeron la memoria precoz de esos momentos que recuerdo tan vívidamente fueron la angustia, la aflicción y el horror.

Al borde de mis treinta años, entiendo que mi vida no cambiará en lo sustancial. Y que los que se podrían suponer los mejores años de mi vida ya fueron entregados al espanto, a la locura, a la muerte. Parece claro que no podré vivir ya bien, si no es medicado: esos químicos que producen en mí una falsa alegría separada del resto de las cosas, una falsa risa, un falso sueño por las noches, y otorgan a mi vida nerviosa la cualidad de un sistema organizado para un relativo bienestar y que no es mi sistema, el mío verdadero. A esta edad mi cuerpo ya está bastante desgastado por la vida. Las emociones han dañado mis órganos. Mi estómago e intestinos sufren constantemente inflamación y malestares. Y a pesar de sentirme todavía niño, o quizá mejor, adolescente, intuyo que el desgaste empieza a prefigurarse irreversible. Han aparecido los primeros síntomas alarmantes.

No sé si nací ya con este autismo. O me fue dado por un golpe, por un gran susto. En todo caso, ya desde muy pequeño estaba como suspendido en una realidad limítrofe, ensimismada, con una pobre relación con el exterior. En esa primera infancia, más que jugar, cuestionaba, vivía como temeroso de algo que aún no conocía, y que muy probablemente era yo mismo. De niño, antes que todo sufrí y lloré hasta la mera extenuación física.

         Nací en el seno de una familia modesta. Mi padre era ya entonces comerciante. Una persona rígida, autoritaria y estricta. Fui el cuarto hijo en la familia. Y estaba destinado a ser el último, el más pequeño de ella. Nací en Puerto Vallarta en 1986, en un hospital público. Mi familia vivía entonces en un segundo piso frente a la plaza del Pitillal, una colonia que entonces era un pueblo junto a la creciente ciudad en desarrollo económico. Y nos mudamos a la ciudad de Aguascalientes. Mi padre buscaba un cambio de aires, estaba enfadado de esa ciudad ya al parecer. Él siempre tuvo esa clase de ímpetus de moverse de una ciudad a otra, sin reflexionarlo mucho, por mero hartazgo, sin atender mucho la necesidad o el deseo de la esposa o los hijos, y sin prever el futuro. Mi padre creyó que, después de tal mudanza podría rehacer una vida familiar en esa ciudad, tal como lo había hecho en otras ocasiones. No supo que nos llevaría allí a vivir la peor época de nuestras vidas, que en mí fue determinante. Y puedo decir que afectó también, de modos que no sabría capaz de precisar, a mis otros hermanos.

Llegamos en las condiciones más adversas. Y en la adversidad resistimos muchas humillaciones, muchas carencias. Estoicamente. Aun cuando esos años los pasé en casa, encerrado, junto a mis hermanos, la experiencia que tengo de ello es la de la soledad. Una soledad incomunicable, pues no sabía siquiera que la estaba sobrellevando. Mis tres hermanos mayores iban a la escuela por el día. Yo pasaba todo el día en casa, con mi madre en casa y el hermano menor que allí nació con una diferencia de un año y meses. En una situación tal, mis padres no deseaban tener más hijos. Es sabido en la familia que mi hermano menor fue lo que ellos llamaron “el pilón”: las pastillas anticonceptivas de mi madre no funcionaron. Pero ellos lo aceptaron cuando sabían que nacería. Y mi padre decidió hacerse la vasectomía. Este hermano menor no tendría más cuna que una caja de cartón y bebería su leche de biberón en unas condiciones tales que estuvo a punto de morir por una fuerte infección estomacal, muy pequeño. Mi madre, por cierto, permaneció varios días más en el hospital, fingiendo malestar, porque mis padres no tenían dinero para pagar la deuda del parto. Tras una negociación con la trabajadora social del hospital, en la que mi padre expuso muy preocupado y con toda honestidad la severa crisis económica en la que se hallaba y la amplitud ya de nuestra familia, mi madre regreso por fin a casa, a enfrentar un nuevo problema.

         Yo también bebí leche de biberón. Todos los hijos de mi madre lo hicieron. Pues sus conductos lactarios no eran funcionales, y había que hacerle una operación inviable para rapárselos. Por lo que fuimos alimentados artificialmente desde siempre. Al nacer mi hermano, yo ya había alcanzado un desarrollo relativamente normal. Pero supongo que las condiciones no estaban aún para el fortalecimiento de una seguridad personal, sobre todo por las condiciones de pobreza y limitación en las que vivíamos. Mi madre pues, se ocupaba, desde que recuerdo, de las tareas domésticas (la recuerdo zurciendo calcetines) y de hacer café de una gran olla de café por las noches para venderlo por la madrugada en la central camionera. Este fue uno de los autoempleos emergentes que mi familia debió improvisar para hacer frente a los gastos, pues la severidad de nuestra pobreza era muchos días encarnizada. La idea de vender de manera ambulante y de manera ilegal había surgido poco antes cuando, al quedarle a mi padre solo unos cuantos pesos de capital, sin empleo, con la necesidad de pagar la renta y las comidas de los hijos, tuvo la idea de invertir eso en algo de harina de maíz, un poco de carne y manteca, para elaborar unos tamales y venderlos en la calle.

Mi padre había sido un hombre ingenioso y productivo a la hora del trabajo. Habiendo trabajo desde niño en la albañilería y siendo maestro oficial de obra ya en la adolescencia, aprendió en la construcción otros oficios: cortador de azulejos, plomero, carpintero. La carpintería sería el oficio al que más se dedicaría, desde la carpintería de utilería domestica hasta la elaboración de muebles finos y artesanales diseñados por él mismo. La disciplina la obtuvo en el ejército, antes de casarse con una primera esposa. Habiendo cursado hasta el cuarto año de primaria, era sin embargo una persona informada, y con una buena cultura, lector de clásicos literarios y conocedor de las grandes ideas del pensamiento, aunque a muy grandes rasgos. De filiación comunista, fue siempre crítico con el poder institucional y con el gobierno.

Pero al llegar mi padre a la cuidad de Aguascalientes, lo hizo de una manera más que austera. Pasamos los primeros días en un hotel, el cual no abandonábamos por no tener a dónde ir, y por no tener dinero. Comíamos muchas veces solo tortillas con sal y cenábamos solo un té de limón o a lo mucho un vaso de leche solo. Y cuando la indiscreción del hambre de los hijos menores llegaba a los encargados del hotel y delataba nuestra condición casi mendicante, preguntaban serios a mi padre acerca del pago y del día en que habríamos de partir. Una vez ubicados en una casa muy modesta, mi padre instaló un bazar que, como tal, no funcionaba y no rendía frutos, pues la gente solo entraba y rara vez compraba algo; así que tuvo la idea de vender café en las madrugadas en la central camionera, ya que no había en eso competencia entonces. Café negro de olla, y a veces tamales y avena cocida con leche. Mis hermanos mayores a veces debían madrugar para ayudar a mi madre a preparar los alimentos o a vender en el pleno frío de la calle.

Así fue como pudimos costear los insumos básicos. Pero cocinábamos con petróleo y nuestra casa tenía un fuerte olor, impregnado hasta en las ropas, a petróleo, y nuestros cabellos olían así también. Y al no tener estufa, lo hacíamos en un fogón improvisado con latas con combustible y piedras. Igualmente, las camas eran improvisaciones con tablas y telas. Los pocos muebles (un comedor y algo más) fueron hechos por mi padre ex profeso, con materiales de rehúso. Lo que podría haber de valor, cosas usadas o de segundo mano de cualquier modo, estaba exhibido en el bazar de la entrada. Había un cuarto que era un taller de carpintería donde mi padre hacía algunos cuantos trabajos de vez en cuando, sobre pedido, o para exhibir en su bazar. Sin embargo, a mi padre exasperaba que mi madre generara más ingresos con su diario trajinar y vender. Así fue ella el sustento principal un tiempo, ante la impotencia y el estrés de mi padre.

Yo en tanto, pasaba los días rondando solo por la casa, únicamente deambulando, como abstraído, sin tener qué hacer. Mi único juguete fue un triciclo de segunda mano que llegó después, como algo lujoso y en el cual solo podía dar vuelas en círculos en un reducido patio interior. Pero podía ver la televisión. Así que desde las tres de la tarde que empezaba la barra infantil hasta la noche en que mi familia hacía uso de ella, yo veía unos tras otros las caricaturas y programas infantiles: El tío Gamboín, Cositas, Los Thundercats, Tom y Jerry y Los superamigos son los que más recuerdo. Yo disfrutaba mucho a Los Thundercats, con su hálito de misterio y monstruosidad. No había pues, oportunidad de socializar mientras no llegara a entrar al jardín de niños. Y yo recuerdo que, como quedaba a unas cuadras de la casa, cuando pasaba con mi madre por allí después de haber ido por alguna compra, y habiéndome dicho ella que allí iría a reunirme con otros niños en cuanto tuviera edad, yo deseaba ya tanto que ese día llegara, que constantemente, pasando los meses, preguntaba si ya faltaba poco, o cuantos años o meses faltaban. Lo que me ilusionaba de allí, era el espacio abierto, amplio y tener la relación con otros niños de mi edad, algo que yo desconocía. Por ello mis modales en el trato eran rudos o muy tímidos con relación a mis hermanos y los pequeños vecinos con los que un día platiqué, casi como hablando solo conmigo mismo. Me invitaron a comer en su casa y allí sorprendí con mi falta de pulcritud al comer platillos que en casa no probaba, y con mi manera tosca de exigir que se me pasaran tortillas para llenar, pues en casa no había aprendido modales de mesa.

Mi familia era prácticamente sola. No había amigos de la familia entonces, salvo una familia que a veces nos visitaba más para incomodarnos con que les atendiéramos con lo que teníamos que para compartirnos algo; mis papás los llamaban “Los picudos”, por encajosos. Por su parte, mi padre denostaba la noción de visitas caseras. Y tanto nos prohibía determinantemente visitar una casa ajena como traer niños a nuestra casa. Los castigos para el primero serían severos. Mi padre argumentaba que no debíamos ir a causar molestias a los padres de otros niños, que nadie quería batallar con niños ajenos, y que era muy peligroso para nosotros en todo caso. Mis hermanos no traerían amigos de sus escuelas a casa a ver las condiciones de pobreza y miseria en las que nos debatíamos. Así que mi soledad estaba asegurada. Podría jugar eventualmente con mis hermanos mayores; pero en todo caso ellos jugaban más entre sí y yo les hacía compañía, observándolos e inmiscuyéndome en las minúsculas acciones que por mi edad podía hacer.

A pesar de que sentía cierto resentimiento por mi hermano menor, algunas veces deseaba jugar con él, pero mi mayor fuerza física y habilidad y, quizá, mi rechazo inconsciente a él me hacía siempre terminar mal con él, quien acababa molesto o llorando e iba a refugiarse en mi madre. Así la atención, que debía estar puesta también en mi desarrollo, estaba puesta principalmente en él, que era más demandante. De alguna manera había aprendido o me había acostumbrado a ser independiente. A vivir solo la mayor parte del tiempo y a no tener comunicación de valor prácticamente con nadie. Mis hermanos tenían sus propias ocupaciones. En muchos casos, me evadía de esa realidad soñando despierto o sublimando mi energía en preocupaciones intelectuales muy tempranas.

La ciencia ha encontrado que es muy típico en esos casos, en los que un hermano se siente desplazado por otro solo un poco menor, que en el primero surjan síntomas neuróticos, manifestación de su temor por su futuro y por su sensación de abandono. Así yo, habiendo ya aprendido a controlar mis esfínteres desde hace tiempo, volví a orinarme en la cama. Casi a diario. Puedo figurarme claramente que me producía una especie de placer sentirme mojado por mi orina caliente mientras dormía, como si de un chorro de afecto que cubría la mitad inferior de mi cuerpo se tratase. Una especie de calor que me daba a mí mismo. Leyendo lo que he leído de psicología infantil al respecto, puedo decir que sería más esto que quizá la rebeldía que interpretaron en ello mis padres. Rebeldía, que también manifesté en algún grado, por cierto, por no tener la suficiente atención de mis padres, y por la envidia al hijo menor que suplantó de algún modo mi lugar. El término clínico para nombrar el retorno de fases ya superadas en el crecimiento de regresión. Y esta no solo se dio en el orinarme en la cama. Sino que también, viendo como mi hermano sorbía biberón y se le daban las prerrogativas de un niño indefenso, yo, desde otro tipo de indefensión, deseaba volver a sorber la leche tibia desde una mamila. Así me empecé en volver a mamar biberón a mis tres años. Mis padres, considerando que esto sería un berrinche transitorio, me dejaron hacerlo para acallar mis grandes berrinches, ya que llegaba a reclamar usar mamila llorando desaforadamente. Mi padre, un hombre que no toleraba los caprichos y estricto hacia el comportamiento de sus hijos, una vez hizo el agujero más grande en la mamila, para que yo me atragantara con la leche y ya no deseara beberla. Pero no contaba con que yo demandaría una mamila nueva. Entonces no hubo más remedio que comprar otra. Pero la nueva no tenía la suave blandura de la anterior: era una mamila más bien rígida que me desagradaba. Quisieron persuadirme de que con el uso de la mamila, esta se ablandaría; lo cual yo daba por cierto. Pero yo deseaba una mamila blanda en ese momento, porque había sabido por las mamilas de mi hermano que algunas venían más blandas de empaque. Por la que tras un nuevo escándalo desesperante debieron buscar una mamila blanda. La mamila nueva no era realmente blanda; pero sí más blanda que la anterior. Entiendo ahora el alcance psicológico de mi comportamiento con la mamila. A través de esa sensación de placer de la succión de la leche tibia, compensaba un afecto que no me era dado de ningún otro modo.

Y es que más bien en la casa reinaba la incertidumbre de mis padres, que era trasmitida a todos en la casa. Recuerdo una vez que me aleccionó y quedó en mi memoria como uno de los recuerdos más tristes de mi infancia. Yo una mañana desperté dolorido del estómago y aparte febril. Mi hermana me había dado un té, pero yo sentía mucho malestar en todo mi cuerpo, mucha fatiga y ganas de estar postrado. Cuando vi que llegaba mi madre de vender el café, me esperanzó en mi dolor la atención que ella podría darme. Quizá ella me daría una pastilla. O quizá me abrazaría y me apretaría a ella para confortarme. Pero recuerdo que mi madre estaba sumamente angustiada. Había discutido con mi padre al llegar, por cuestiones de dinero que no alcanzaban para mejorar nuestra calidad de vida. Y se sentía intranquila y acongojada. Yo la llamé con los brazos y le dije que estaba enfermo. Entonces ella se acercó y, acomodando solo un poco mi sábana, se quedó unos instantes conmigo y yo no quería que se fuera. Pero ella debía marcharse a asuntos que le parecían más urgentes. Mi padre seguía reprochándole desde otro lado de la casa y se notaba que mi madre estaba secretamente desesperada, que no sabía qué hacer. Al abrazarme, más que amor me trasmitió dolor y una desesperación ya declarada. Cuando lo hizo, fue muy suplicante y me dijo: “por favor, hijo”. Me había pedido así con ese gesto que le diera oportunidad de resolver sus conflictos, que no me quejara para no empeorar todo, y que fuera paciente y resistiera mi enfermedad en silencio. Yo lo hice. Porque noté en ese momento en su abrazo un dolor en el alma tan grande como el mío.

Quizá allí pude darme cuenta de lo que habría que esperar si demandaba amor con el corazón a mis padres. A mi padre, por otro lado, siempre lo percibí como una figura fría, distante, solo ocupada de asuntos de productividad e incapaz de mostrarle afecto a sus hijos. Su forma de ser padre, decía él, era preocupándose por nuestro sustento, por hacernos personas de provecho, exigirnos buen comportamiento y rendimiento en la escuela. Entonces mi vida se volvió más retraída. Se había operado una separación entre yo y mí mismo. Permanecía absorto horas y horas sin hablar. O tenía comportamientos repetitivos, obsesivos y sin sentido. Generalmente a escondidas. Y los que hacía, mientras mis hermanos estaban, eran considerados un juego. Pero yo no sentía en eso placer. Lo hacía mecánicamente. Como dominado por una fuerza exterior. Y en realidad percibía mi exterior como algo mecánico, frío, regido por la crueldad, carente de alma. Como si el movimiento no fuera tal o no hiciera alguna diferencia. Asimismo, me volví también irritable. Y lloraba durante horas por causas sin sentido. Hasta que era tanto el cansancio muscular y emocional por haberme agotado así, que me quedaba relajado y tranquilo.

         Por ejemplo, un día salí a la calle con mi hermana y vi a unas niñas gemelas de mi edad, cada una con una paleta de hielo de limón. Yo nunca había probado una paleta de hielo. Pero vi el placer, la felicidad manifestada en la fruición de ese par de gemelas que las lamían con despreocupación. No creo haberlas envidiado. En mi mirada no había odio hacia ellas, sino más bien el deseo enorme y lánguido de tener una paleta de limón, pensando que quizá así mi humor sería de esa manera, y estaría tan despreocupado y con un semblante infantil lozano que yo no tenía. Pedí a mi hermana una paleta de limón como esa. Pero mi hermana argumentó que no había dinero para ello. Pediría a mis padres permiso para tomar del cambio del mandado y regresaríamos por una si ellos accedían. Hice un berrinche muy grande cuando se me negó, una y otra vez. Una y otra vez. Mi padre, hincado para ponerse a mi altura, me explicó que esas cosas eran lujosas, que no eran necesarias, que solo las tenían otros niños. Que había poco dinero en casa y debía ser comprensivo y no hacer que malgastáramos el poco dinero en ello. Así que lloré más porque me di otra vez cuenta de mi terrible condición: además de mi carencia de afecto, vivía en una limitación económica adversa, tal que me distanciaba de los niños felices. Entonces fui al jardín para que mis padres no me vieran llorar y no pensaran que no tenía respeto por su pobreza. Pero mi dolor a causa de este descubrimiento fue tan doloroso que no podía dejar de llorar. Lloré para mí solo casi tres cuartos de hora sin parar en el jardín. Pero mi hermana mayor que había escuchado todo el tiempo mi llanto, vino hacia mí, y trayendo una moneda que ella había guardado para sí misma de lo que a veces le daban para gastar a causa de la escuela, me tomó de la mano y con el permiso de mis padres fue a la tienda a comprarme una paleta igual a la que deseaba. Ella me la sacó del envase de plástico y me la dio a comer. Era una paleta en forma de barra, de un intenso verde. La cual chupé y saboreé como pocas cosas en la vida. Pero, en el mismo jardín, mientras mi hermana veía el placer intenso que me daba la ocasión de tener algo que ya me había resignado a no tener, por mi inexperiencia con las paletas de hielo, habiendo comido la mitad de la paleta, el resto se fragmentó y separó del palito, cayendo a la tierra. No había modo de levantarla para comer el hielo saborizado. Mi hermana solo me explicó que eso podía pasar, que luego quizá podría tener otra paleta. Yo callé agradecido. Porque sabía en mis adentros que no era digno hacer un nuevo berrinche por la paleta a mis padres, pues de cualquier modo no tenían dinero para ello. Comprendí la noción de un bien supremo y abstracto, que acaso estaba emparentado con el sacrificio. Y quedé más que satisfecho por haber logrado ese deseo tan caro, sin siquiera proponérmelo, solo habiendo conmovido profundamente a mi hermana mayor con mi sufrimiento real y desesperanzado. Hacia los veintitrés años me enteraría que ella, quien era la única que cuidaba mejor de mí (había cambiado mis pañales y cuidado mis enfermedades de bebé), era únicamente mi media hermana. Fue ella quien me enseñaría, en casa, a leer precozmente, a la edad de casi cuatro años.

Un vínculo se habría formado con mi hermana mayor. Ya que, todas las preguntas angustiantes que me albergaban, en cuanto a asuntos del mundo que a nadie le comunicaba, ella me las resolvía con su conocimiento escolar. Asuntos respecto a los animales, las plantas, los astros, el día y la noche, los fenómenos naturales: las cosas típicas que inquietan a los niños a esa edad. Así pude saber, por ejemplo, a esa edad, acerca de la teoría de la evolución, de la reproducción de los animales y las plantas. Y supe que todo ese conocimiento se cifraba en las letras, y se guardaba en los textos. Y que los libros tenían el conocimiento adquirido por los hombres.

Yo empezaba a desarrollarme intestinalmente de modo rápido. Pero no así mi seguridad personal, ni mi psicología que seguía siendo regresiva, autista. Seguía bebiendo biberón por las noches, si bien ya no me orinaba, pues llegó a desagradarme no tener sábanas limpias y secas al dormir, y dejé de hacerlo espontáneamente. Pero por nada deseaba dejar el biberón. Mis padres, suponiendo que era un capricho inocuo, me dejaban con ello. Por que, aunque parezca curioso, era yo mismo el que se preparaba el biberón, y le ponía a la leche calentada una cucharada de azúcar para hacerla más sabrosa. Mi autosuficiencia entonces llegó a tal grado que, una noche en que todos dormían como para darme la leche calentada, yo la puse en una taza de peltre, prendí la estufa con los cerillos (ya teníamos una pequeña estufa), supervisé su temperatura, y la vertí con todo cuidado; todo apoyado en una silla para alcanzar la estufa. Sabía ya perfectamente que esto era un acto muy peligroso y que yo no debía hacerlo por mí mismo. Pero yo no deseaba provocar molestias en mi familia, que ya tenían suficiente con las de mi irracionalidad que brotaba en los momentos más inoportunos. Esas extravagancias de mi comportamiento me eran como dictados por una fuerza superior a mí, que me hacía demandarlos de manera tiránica. Como si por un momento y de golpe, exigiera tener toda la atención que no me era dada en mi vida solitaria y retraída. Por ejemplo, gustaba de acostarme y exigir a mi madre o hermanos que plancharan con la mano cada arruga de la sábana que me cubría, como si yo fuese un emperador; con una arrogancia tal supervisaba que no quedara un solo pliegue, por diminuto que fuera, y cuando estaba totalmente convencido de que mi estricta orden había sido cumplida, permanecía unos segundos inmóvil, para luego destruir la obra de planchado que se había hecho. Eso me daba una sensación de poder que compensaba la precariedad de los demás aspectos de mi existencia.

         Otro ejemplo. Una vez sonaba un grillo en el patio donde estaba el lavadero, y yo me quedé fascinado por ese sonido. Un sonido extraño para mí, monocorde y que captaba toda mi atención sin remedio. Yo deseaba saber qué lo producía. Mi madre me dijo que era un grillo. Que un grillo era un animal pequeño y demás. Pero yo no conocía los grillos físicamente. Y no me podía explicar a mí mismo que un animal hiciera ese tipo de ruido que dominaba el silencio. Ese ruido intermitente que llevaba mucho rato dominando, reinando esa parte de la casa donde estábamos reunidos. No era en todo caso solo un animal pequeño como me dijeron: era además un animal secreto. Yo quería verlo. Ansiaba verlo. Sentía que necesitaba verlo. Mi madre, pues, no tenía tiempo para esos berrinches absurdos míos. Necesitaba terminar de enjuagar la ropa, luego tenderla y ya era de noche y toda la ropa lavada parecía mucha. Entonces empezó mi amargo llanto de frustración. Pero mi padre estaba en casa. Y estaba molesto. Mi padre no era de cualquier modo muy tolerante. Y así no iban a salir buenas cosas de esa situación. Así que, antes de que sucediera algo desagradable debido a que mi padre hubiera perdido la paciencia, mi hermana mayor, previendo, esperó a que el grillo sonara y así pudo poco a poco seguir el sonido, hasta que después de unos momentos, lo encontró debajo de un tabique. Ese día, pues me había salvado del castigo que mi padre solía imponerme cuando se hartaba de mis berrinches. Me sumergía de cabeza en una pila llena de agua helada, una y otra vez, debiendo aguantar yo la respiración para luego aspirar profundamente una vez emergido, hasta que el agua helada y mi respiración producían un efecto calmante en mis nervios, y entonces yo le decía muy sutilmente: “ya, papá”, y él comprendía que ya estaba sedado y tranquilo. Luego comprendí que esa es una especie de terapia de agua por choque térmico, usual en los manicomios, y que mi padre habría aprendido quizá de sus tiempos de soldado.

Texto abandonado en marzo de 2014, en Guanajuato, México.

 

 

 

HILDA AUGUSTA SCHIAVONI

Reside en Iriville (Provincia de Córdoba), Argentina. Profesora de latín, literatura y castellano, doctorada honoris causa en Portugal y Estados Unidos. Publicó trece libros y más de un centenar de antologías en Estados Unidos, Italia, Brasil, Colombia, Chile, Uruguay y Argentina. Recibió más de ochenta premios literarios de Japón, España, Panamá, Uruguay, Perú, Italia. Brasil, Guatemala, entre otros. Sus poemas fueron traducidos al italiano, francés, inglés, portugués, árabe y griego. Es miembro de instituciones literarias de Estados Unidos, Italia, entre otras. Delegada Cultural de Uniletras, Colombia. Recibió reconocimientos a nivel nacional y latinoamericano por su trayectoria cultural. Cónsul honoraria del Parlamento de Escritores de Colombia. Pertenece al grupo Poetas del Mundo, a Mil Milenios para la Paz, a la Organización Mundial para la Paz, a Asolapo Argentina, a Parnaso, Patria de Artistas y a la Alianza Universal Cultural. Cofundadora del Círculo Internacional de Narradores y Poetas del MERCOSUR y premiada por la Federación Mundial por la Paz. Recibió el Lauro de Oro (Colombia).

hildaaugustaschiavoni@nodosud.com.ar

 

 

LA TROJA

Hilda Augusta Schiavoni ©

 

¿Quién conoce la alegría

de la lluvia de rubíes

que con sonido sereno

del carro se descuelga

y por la troja resbala?

De ella son testigos

la chata agrisada,

los caballos mansos

y un cable largo

por donde el carro se alza.

Y allá, atrás, del otro lado,

un solitario jinete

que lentamente,

al grito del chatero

va y vuelve.

en tanto las bolsas panzudas,

achichonadas,

rozan su aspereza,

con el que trabaja

y vomita gozosa

la lluvia dorada.

 

 

MADRUGADA

Hilda Augusta Schiavoni ©

 

El metal del reloj

derrama su música acompasada.

Las llamas consumen

el último sueño de la lámpara

que diluye su luz macilenta.

El reloj marca las horas quietas

que invitan al sosiego.

Los motores traen

sonidos de la calle.

Los adolescentes

con música ruidosa

y las ideas despeinadas

por la vereda pasan...

Cruje la última braza.

El reloj casi silencioso,

da puntadas.

Un perro aúlla

y yo camino

por la noche congelada,

aterida por la escarcha.

 

Luces y sombras    Azabache y coral

Hay pobres seres que prefieren

las cavernas oscuras y sinuosas.

Por ellas, se adentran a los abismos

procurando

noctámbulos y reptantes

las zonas letrinosas.

Desde allí, con la maledicencia

manchan a sus indefensas víctimas.

 

Otros, buscan

los caminos de la luz.

Bucean incansables

en pro del amor y la justicia.

De pronto,

las sombras los amarran,

mientras callan

los engendros de la neblina

y borran los estandartes

de la paz y la justicia.

 

 

RENACER

Hilda Augusta Schiavoni ©

 

Poemas nuevos

salgo a buscar

cuando abate el vendaval

sobre las tiernas gemas

que de raíces profundas

llegan a brotar.

Aparto las lágrimas

devastando

restos de sal.

Buceo con mis yemas.

El marrón perenne

me moja

con su humedad

y cual milagro silente,

camino en la tempestad.

                                                    

 

ALBATROS NEGROS

Hilda Augusta Schiavoni ©

 

La guerra

deshilacha con su saña

imponente y majestuosa

los capullos de seda,

los sueños azules

y la paz de las almas.

Es un torbellino insaciable

que remueve heridas

y cicatrices dolorosas

hasta dejar ajado

al fragante botón de rosa

que terso abre sus pétalos

buceando un mundo

de sol y aroma;

al leve ruiseñor,

canoro de pentagramas,

y a los almendros

saturados de rosa.

La perversidad

sienta su reinado

sobre su cosecha,

nebuloso requiebro

de hienas y arpías,

y desde allí,

con acritud, avizora

las mariposas sutiles,

los trinos esmaltados

y los leños labrados.

Mide sus quilates austeros,

estudia su derrotero

y cual boa enloquecida

desbarata

los hitos etéreos del universo.

 

 

NIVELADORA SEMPITERNA

Hilda Augusta Schiavoni ©

 

Pesa la soledad

en las horas vacías.

Cuando son

arrasados los muros y

derruidas las defensas

quedan

páramos devastados

en los senderos de la vida.

Cuando son

aniquiladas las esperanzas,

rotas las fronteras

camina

un dejo de angustia cansina

por vías desoladas.

Entonces...

un llanto silencioso

puja, se atora,

ahorca los anhelos

de roer escollos.

Es cuando

los horrores

de flagelantes guillotinas

exterminan

los sueños del Hombre.

 

 

PARALELISMO

Hilda Augusta Schiavoni ©

 

Millas de angustias.

Mares encabritados.

Aguas de sonidos lúgubres,

cenicientos,

áridos.

Rocas lúbricas.

Horizonte.

En el infinito,

línea de sal.

Cenizas y brumas.

Mañanas desdibujadas

en hondonadas

de carcomidos leños.

Búsqueda en el cieno.

Búsqueda de las raíces

que cubrirán mis desvelos

 

 

RESURRECCIÓN

Hilda Augusta Schiavoni ©

 

Sempiternas

flores de cenizas

emergen en Hiroshima.

Florecen

más allá

y más acá

de ese tiempo

y de ese espacio.

 

Eternas

lágrimas de lava

vierte la humanidad.

Las enjuga

la soledad perenne,

las evapora

la Estigia del dolor.

 

Pero siempre,

la fe,

remolino irrevocable,

se eleva radiante

por encima

de los tridentes inicuos;

lima las partículas

de angustias viejas

y en un refulgir de soles

redime al Hombre

y le hace soñar

en su propia eternidad.

 

 

 

ÁLEX PADRÓN

(Juan Alexander Padrón García, La Habana, Cuba, 1973) Licenciado en Ciencias Farmacéuticas, Álex Padrón ha devenido en redactor de contenidos, periodista, escritor, guionista y asesor editorial.

Durante la década de los 90 estuvo fuertemente vinculado a la literatura de ciencia ficción en Cuba (Reino Eterno, Letras Cubanas 2000). Resultó ganador del Gran Premio del Concurso Iberoamericano Terra Ignota 2004, publicado luego en Pesadilla, tragedia y fantasmas de Neón (Estados Unidos, Primigenios, 2020). En coautoría con Yadira Albet (Yadira Álvarez Betancourt), resultó ganador del premio Hydra 2021 de la casa editora Abril, con la novela Guadaña Universal: el códice.

Dentro de la novela negra, ha publicado Matadero (España, Atmósfera Literaria, 2018), La herencia de los patriarcas (España, Atmósfera Literaria, 2019), Tres Lunas (España, Guantanamera, 2020) y Mon amie la rose (Alemania, Ilíada Ediciones, 2021).

Ha publicado además los cuadernos de poesía Los Mapas del Tiempo (Estados Unidos, Primigenios, 2020), El rosario del hombre de ceniza (Estados Unidos, Primigenios, 2020) y Thanatos y Eros (Estados Unidos, Primigenios, 2021). Participó además en la antología Trilogía Lorquiana: El abrazo del Nogal de Daimuz (Juglar-Ediciones, Colección ‘POETAP’, Tomo III, 2020).

Ha actuado como jurado en diversos premios nacionales e internacionales y colabora para varias revistas y sitios especializados en literatura de ficción. Es columnista de la sección “Misión Escritor”, de la revista Korad (https://korad.cubava.cu/).

 

padron.alexander@gmail.com

http://crixus.wordpress.com

 

 

¡COBARDES!

Álex Padrón ©

 

Preparamos la invasión durante muchas décadas, siglos incluso. Los mejores guerreros, las naves mejor artilladas, los estrategas más valiosos. Teníamos que conquistar y vencer.

Las previsiones de los augures se cumplieron: hubo resistencia, pero desorganizada y patética. Era lógico porque la naturaleza de los humanos es traicionera y primitiva. Nunca tendrían la disciplina de nuestra raza colmena.

No obstante, usaron la traición como su fuerza: reinamos ahora sobre una Tierra en cenizas. Mientras, ellos marchan en nuestra flota robada a un planeta que ya no tiene sus mejores guerreros, ni sus naves mejor artilladas, ni sus estrategas más valiosos.

 

 

SEGUNDAS PARTES BUENAS

Álex Padrón ©

 

Es momento de inventarse nuevamente

y reírnos de las llamas y las zarzas:

cierto es que hay mucho yermo en el pasado,

pero aún nos queda viva la esperanza.

 

¿Mejor? ¿Peor? No sé decirte:

Nostradamus me echó ese día de su casa

y no supe aplicarme en las lecciones

de profeta que proclama las bonanzas.

 

Y hay miedo y hay desánimo y no sabemos

si por fin ya la tormenta parte y marcha.

Y hay costes que pagar, y hay miserias

y monedas que se muestran como falsas.

 

Y nos duelen las heridas del pasado

y nos arden los rencores del mañana.

Ni los lloros, ni las fallas, ni las lágrimas

han secado por completo en nuestras caras.

 

Mas, si tienes voz, yo digo a gritos

que animarte es mi deber y mi fianza

para irme de esta cárcel de desánimo

y forjarnos un futuro a lontananza.

 

Vengan, pues, segundas partes excelentes,

como pueden ser las terceras o las cuartas:

complacido las veré, siempre que seas

esa estrella que repite en nuestra saga.

 

 

EL ESPÍRITU DE LA PERVERSIDAD

Álex Padrón ©

 

Presidente interino: Explicar los eventos que llevaron a don Enrique Rivera a cometer crímenes tan deleznables se hace harto difícil. Todos los aquí presentes lo conocimos y amamos en su perfección: como miembro de honor y presidente vitalicio de nuestra ilustre logia, solo el abrumador peso de las pruebas acumuladas en su contra nos obliga a reconocer, con horror, su participación en los hechos que se le imputan.

Yo mismo, más de una vez, tuve la oportunidad de realizar las mediciones correspondientes y comprobar la perfección que rodeaba toda el aura de don Enrique. Muy oculto tendría que estar ese deseo reprimido, o muy fuerte habría de ser su voluntad, para que no se manifestase físicamente en la orografía de su cráneo, dando indicios de lo que después acaeció.

Podría admitir que mi fascinación por las proporciones perfectas de sus augustos rasgos hiciera que, sin desearlo ni quererlo, pasara por alto algún aspecto discordante en lo relacionado con su personalidad. Pero dado que el presidente Rivera fue inspeccionado a la saciedad por muchos otros miembros ilustres de nuestra congregación, con iguales avales y experiencia que la mía propia y la meticulosidad comprobada del método científico, tal afirmación implicaría denigrar a todos los presentes. Al mismo tiempo, a todo el andamiaje teórico expuesto por nuestro padre fundador George Combe, demostrado de forma fehaciente por más de media centuria.

Entonces, solo me queda intentar adivinar sus motivaciones ocultas recurriendo a la parapsicología y la metafísica, línea de pensamiento que pongo a consideración de esta audiencia:

La inducción a posteriori hubiera llevado a la frenología a admitir, como principio innato y primitivo de la acción humana, algo paradójico que podemos llamar perversidad, a falta de un término más característico. En el sentido que le doy es, en realidad, un móvil sin motivo, un motivo no motivado. Bajo sus incitaciones actuamos sin objeto comprensible, o, si esto se considera una contradicción en los términos, podemos llegar a modificar la proposición y decir que bajo sus incitaciones actuamos por la razón de que no deberíamos actuar. En teoría ninguna razón puede ser más irrazonable; pero, de hecho, no hay ninguna más fuerte. Para ciertos espíritus, en ciertas condiciones llega a ser absolutamente irresistible.

Me temo entonces que este principio —animal, irracional y discorde con la naturaleza y espíritu de nuestra organización— estuvo implicado en las motivaciones que compulsaron las repudiables acciones de don Enrique. Más aún, me atrevería a ir más allá y adivinar un arranque inusitado de ese deseo primordial en forma de alguna entidad de naturaleza mística, venida de planos astrales: solo semejante fuerza hubiese sido capaz de doblegar la férrea voluntad del que fuese hasta hace pocos días el paladín de la perfección y nuestro amado presidente.

Tras profundas cavilaciones y consultas con reconocidos expertos sobre el tema, no queda otro remedio que alertarles, queridos colegas, sobre la posibilidad de que nos enfrentemos a los embates de algo que nos era desconocido en nuestra búsqueda de la excelencia y que puede dar al traste con todos nuestros esfuerzos y sacrificios para alcanzar el pináculo más alto de la raza humana. Quiero advertirles entonces de esta abominación, a la que he dado por bautizar el Espíritu de la Perversidad, a falta de mejor calificativo…

Neófito 1, susurrando: Pero ¿vos sabés qué vaina fue lo que hizo don Enrique?

Neófito 2: Me han dicho que dejó a su mujer y se fue a la selva con una mapuche.

Neófito 1: ¡No jodás! ¿Él, que tanto decía de adelantar la especie?

Neófito 2, encogiéndose de hombros: Al parecer, la india estaba bien buena…

 

 

 

GOYA GUTIÉRREZ LANERO

(Cabolafuente - Zaragoza - 1954). Reside en Castelldefels (Barcelona), España. Es poeta y narradora. Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad Central de Barcelona (UB). Ha sido profesora titular de instituto impartiendo la asignatura de Lengua y Literatura castellanas. Es coeditora y directora de la revista literaria Alga desde hace 19 años (www.castelldefels.org/alga) editada en formato impreso en papel y digital.

Ha publicado las plaquettes Regresar (Barcelona, Bauma Cuadernos de poesía, 1995) y Desde la oscuridad / From the darkness (Barcelona, Carmina in minima re, 2014), y los poemarios De mares y espumas (Barcelona, La mano en el cajón, 2001), La mirada y el viaje (Barcelona, Emboscall, 2004), El cantar de las amantes (Barcelona, Emboscall, 2006), Ánforas (Madrid, Devenir, 2009), Hacia lo abierto (Barcelona, edición de autora, 2011), Grietas de luz (México-Madrid, Vaso Roto Ediciones, 2015), Y a pesar de la niebla (Barcelona, In-Verso, 2018) y la novela Seres circulares (Ebook, Amazon, 2019).

La revista Ínsula 832, de abril de 2016, consideró como uno de los mejores libros recomendados publicados en el 2015 al de poemas Grietas de luz (Vaso-Roto).

Sus poemas, narraciones y comentarios críticos han sido publicados en revistas como Alga, Turia, Cuadernos del Ateneo, Cuadernos del Matemático, El Periódico de Poesía, The Barcelona Review, Barcarola, Encuentros en Catay, La Libélula Vaga, La experiencia de la libertad o Piedra del Molino, entre otras. Su obra poética ha sido incluida en una treintena de antologías impresas en papel y en formato digital. Ha participado como invitada en diversos Festivales de Poesía como Festival Internacional de Poesía de Curtea De Arges 2015 (Rumanía) o X Festival Internacional de Poesía El Moncayo 2011, entre otros. Poemas suyos han sido traducidos al catalán, rumano, italiano e inglés. Para más información ver: www.goya-gutierrez-lanero.com

Realidades y Ficciones – Revista Literaria publicó un artículo de su autoría en:

https://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com/2014/09/  (Nº 18), y

una entrevista que le hiciera el escritor albanés Peter Tase en:

https://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com/2014/06/ (Nº 17)

También se la puede encontrar en Wikipedia: https://es.wikipedia.org/wiki/Goya_Gutiérrez

 

goya.gutierrez@telefonica.net

 

 

I

 

Nadie escribirá por nosotras cuando estemos muertas,

nadie hará florecer nuestra retama amarilla del desierto

de las palabras

que sostuvieron con su mirada nuestros particulares

mundos, después de ser gavillas para el fuego.

Si acaso las cenizas avivadas por un solo ojo

alumbraran con la mínima brasa el viaje detenido,

ese reto de plumas como escudos,

o el viaje sin retorno en ese gris maullido

de gatos vagabundos

por los tejados rojos de una ciudad sin nombre…

 

Nadie recogerá en el tamiz el agua, sustancia

de la vida y del tiempo

llevándose con ella los secretos del canto enmudecido,

los nombres engendrados, el ahínco de alzar el estandarte

de la no sumisión, todo al fin vaciado

en las alcantarillas hacia el río y la absorción del mar.

 

Y, sin embargo, siempre habrá alguien para sembrar

las estelas renovadas en el camino

por los antiguos cálamos convertidos en yemas,

en resiliencia, hasta ver frutecer

la oscura, rebelde, inquisitiva, testimonial

o jubilosa belleza que ampara lo recóndito:

 

 

II

 

Esas islas sumergidas en cavernas marinas

que no saben que albergan un tesoro

en los brillos silvestres de rubís, de amatistas, de azafrán

en corales cobijando el enigma de un cuento primigenio,

otras centelleantes buganvillas, hijas nacidas

a la umbría de algún dios primitivo que cercena

a través del estigma su placer, su fulgor y sus alas,

otros pies indigentes que desnudan el día

de todas las ciudades, destapando su sutil maquillaje,

sus cultivadas formas,

amores apacibles husmeando la mano que dulcemente

peina el césped afelpado y animal de sus cuerpos,

vencedores del fuego, exploradores de la veta

de lo desconocido, endurecidos y brillantes como el oro,

otros niños carentes de pantallas que habitan al lado

de la mina foránea que con su boca abierta

escancia ese veneno de metal en su sangre,

otro vacío aséptico que siente el que ha caído

detrás del laberinto de las puertas de urgencias,

otras manos níveas y candentes que siembran en las grietas

la semilla del fruto que restaura la vida,

otras diosas que, como la Gorgona, fueron violadas

y después castigadas y culpadas por ello,

otros viajes que atravesaron el país prohibido

y quedaron sellados e inconclusos.

 

Goya Gutiérrez Lanero ©

 

 

 

DAMIÁN ANDREÑUK


Damián Jerónimo Andreñuk nació en City Bell en 1986 y reside en Villa Elisa, ambas localidades ubicadas en el partido de La Plata, Provincia de Buenos Aires, Argentina. Publicó ocho libros: Omisiones (2010), Portales al vacío (2011), Formas concretas (2013), Silencio de crisálidas (2015), Metástasis (2015), Vértigo insondable (2017), Música del polen (2021) y Yamila (2021).

odesa86@hotmail.com

 

 

EL CÁNCER DE LA VANIDAD

Damián Andreñuk ©

 

Sepan que habito estas palabras de mis versos

y no esa extraña paz en mi lápida ilegible.

He atravesado esta coreografía tempestuosa

como una alondra gigantesca sobre bosques incendiados.

Percibo desde lejos un magnífico perfume

de prados y rosales podados por el renunciamiento.

 

Conozco los demonios que bailan en la concupiscencia.

La gangrena y el hedor muy dentro del deseo sofocado.

 

Han vestido torpemente al ser humano

con números y nombres y banderas.

Al ser humano bendecido

por el don de la palabra.

Al ser humano corrompido

por el cáncer de la vanidad.

Han hecho todo lo posible

para estrangular las carcajadas.

Han fomentado nuestra lucha más ingenua

contra ejércitos de niebla.

Han dejado en quienes nacen

un regusto a ceniza.

 

 

COMADREJAS Y JILGUEROS

Damián Andreñuk ©

 

Hay seres con histeria continuada.

Feroz mezquindad.

Simpatía que se desvanece fugazmente

y ojos reptiles.

 

Hay seres diáfanos, desprovistos de excusas.

 

Hay seres falsos y ladinos

emanando algo turbio.

 

Hay seres que contagian solo dicha.

 

Hay seres que rechazan resentidos

las muchas bendiciones de la Naturaleza.

Seres sin ángeles guardianes que los guíen.

Seres pudriéndose por dentro

con miradas demoníacas

crucificados en sus ciegas vanidades.

 

Hay seres que aligeran el aire.

Que debilitan las hogueras del dolor.

Que no cargan esos hongos infectados

de avaricias y temores y remordimientos.

 

 

PRODIGIO DE LUCIÉRNAGAS

Damián Andreñuk ©

 

Perfectamente percibo que su claridad

es tiempo detenido.

Su tibieza un perfume, un mensaje purísimo,

un anuncio floral entre la hierba,

un prodigio de luciérnagas borrachas

que atraviesan la traición y la neblina.

 

Sentada al piano con sus dedos de ángel

desvanece la importancia tan falaz

del éxito y las cifras.

Luz y armonía rodean su belleza.

Usa su gracia terrenal para esparcir la blancura.

Quema las máscaras grotescas del miedo y de la hipocresía.

Con una mano firme desanuda la sombra.

 

Perfectamente percibo su palabra

verdadera y humilde.

Su amoroso fuego dulce, su lenguaje musical,

su cálido naufragio irreprochable.

 

 

 

YULEISY CRUZ LEZCANO

Nació en Cuba el 13 marzo de 1973, vive en Marzabotto (Bolonia), Italia). Emigró a la edad de 18 años, estudió en la Universidad de Bolonia y se graduó en Ciencias de la Enfermería y Obstetricia; obtuvo un segundo título en Ciencias Biológicas. Trabaja en salud pública.

En su tiempo libre se dedica a escribir poemas, relatos, y a la pintura. Es miembro de honor del Festival Internacional de la Poesía de Tozeur, Túnez.

Fue galardonada con numerosas distinciones literarias tanto en Italia como en otros países.

También fue designada jurado en diversas oportunidades como en: Premio Literario Nacional “Mille Papaveri Rossi” (2018), Premio Internacional de Literatura “Antonia Pozzi” de Biassono, Milán, Italia (2018), “Premio Città di Latina” IV edición – Premio Internacional de Poesía y Narrativa (2018). Asimismo, fue jurado en el Premio Literario Internacional “Napoli Cultural Classic” en sus ediciones XIV (2018, XV (2019), XVI (2020) y XVII (2021), así como en el Premio Literario de Narrativa, Ensayo y Poesía “Nabokov” XVI edición (2021).

Fue organizadora del MiniFestival de Literatura Femenino –Sala Blu– Comune di Signa, Florencia, Italia (2018).

 

Publicaciones:

Demamah: il signore del deserto / Demamah: el señor del desierto (2019), Inventario delle cose perdute (2018), Tristano e Isotta. La storia si ripete (2018), Fotogrammi di confine (2017), Soffio di anime errante (2017), Frammenti di sole e nebbia sull’Appennino (2016), Credibili insértese (2016), Due amanti noi (2015), Piccoli fermioni d’amore (2015), Sensi da sfogliare (2014), Tracce di semi sonori con i colori della vita (2014), Cuori Attorno a una favola (2014), Vita su un ponte di legno (2014), Diario di una ipocrita (2014), Fra distruzione e rinascita: la vita (2014), Pensieri trasognati per un sogno (2013).

Colabora con diversas revistas culturales latinoamericanas, italianas y españolas. Sus poemas en español han sido publicados en distintas revistas literarias y antologías de América Latina, España e Italia. Sus textos poéticos han sido traducidos al inglés, portugués, japonés, árabe y albanés a partir de sus originales escritos en español o italiano. También ha dictado talleres de iniciación a la poesía en el ámbito de la educación primaria.

 

yulicruzlezcano2@gmail.com

https://www.yuleisycruz.com/chi-sono/

 

 

LA TRANSFORMACIÓN DE PERSÉFONE

Yuleisy Cruz Lezcano ©

 

Perséfone, en sus ojos,

gotas de líquido tibio

destituyen de la mirada

todos los poderes.

La vista nada puede

contra el vacío roto,

lanzado al aire

como piedras por un volcán,

mecido por los efluvios

de sueños agotados

sobre la herida de la tierra.

El lago silencioso observa

las manos de un príncipe

que arranca la flor,

desamorado de la falta de amor

de quién se lleva todo

sin que sea suyo.

Perséfone, pequeño capullo,

flor entre las flores,

con manos que dejan

el rastro de oro,

con boca que canta

al paraíso sonoro,

trinos de pecho precoz,

pájaro de sol, su voz,

despierta la aurora.

Hades, al verla, se enamora,

abre una grieta en la tierra y la devora.

Perséfone se vuelve la señora,

diosa de los infiernos,

llorada por su padre que culpa

a la tierra entera,

borrando la eterna primavera.

Zeus cómplice y responsable,

quiere que el daño sea reparable

y hace con el padre de Perséfone un pacto:

Perséfone estará mitad del año con su madre

y mitad del año en el infierno,

así después de la primavera

la tierra se viste de inverno.

Ahora Perséfone no es la misma,

en el infierno se apagaron sus raíces,

su corazón es una semilla ciega sin luz,

sus ojos transformados,

son átomos de cristal,

expresan un pesar mortal

que abre flores venenosas

en los prados iracundos

que han transformado su mundo.

Ahora Perséfone no es la misma,

de sus manos emplumadas

fluyen arenas abisales

que crean umbrales

donde se reúnen los desiertos,

espacios sin luz, abiertos,

para acompañar los vivos

en el infierno de los muertos.

 

 

EL REGRESO

Yuleisy Cruz Lezcano ©

 

Desdémona, regresas

fantasma perceptible,

espectral intensificación

del dolor sentido,

con un asomo de corporeidad

sufres por lo que has sufrido

y revives para decir

lo que no supiste,

para testimoniar

sobre una traición que no existe

por la cual has pagado.

En este collage de pecado,

tú, inocente esposa,

víctima de un oscuro presagio,

de un tenebroso invento,

regresas con el lamento

de quién es asesinado

sin merecer la muerte.

Tu alma cruza la tangente

de una pesadilla sin retorno.

Regresas sin cuerpo y sin contorno,

solo voz para gritar "¡basta!"

contra la historia nefasta

de otras "Desdémonas" asesinadas

por la mano de otros "Otelos" modernos

para los cuales es poco el infierno

porque no respetan la vida.

Tu alma barrida

es un número infinito

colgado en el cuello,

pálido destello,

llanto de otras víctimas,

rostros de mujeres, ojos de niño,

con miedo a los adultos.

Se oye un coro,

llantos que se arrastran ocultos,

canto de pájaro triste,

un epitafio muerde otro pájaro taciturno

y para otra Desdémona llega el turno,

se lee un epitafio sobre una cruz,

y a través del túnel se ve una miga de luz,

es la muerte, es la muerte.

 

 

LA MUERTE DE EDGAR ALLAN POE

Yuleisy Cruz Lezcano ©

 

Estoy cantando a mis huesos,

olvidado de todos, no de la tumba

y levanto ahora con mis versos

la niebla en el pecho que derrumba

el mármol que no encuentra su cotejo,

mi mirada acusadora en el espejo,

la resina de una raíz que despierta

mi espíritu que cruza la puerta

entre los vivos y los difuntos.

Muertos y vivos, todos juntos,

horizonte entre el visible y el invisible

y por el aire una mano imperceptible

me estrangula en esta niebla ignota.

No reconocerla es mi derrota,

toco los nudos del espacio,

me mata, me está matando, despacio.

 

 

EL CAMINO DE JUAN PRECIADO

(inspirado a Pedro Páramo de Juan Rulfo)

Yuleisy Cruz Lezcano ©

 

Camino hacia la Comala,

en mis raíces sumergido,

como un hombre que resiste al olvido,

toco a cada paso espectrales sustancias,

en busca de un padre

consumo distancias

entre el "Edén eterno" que recordaba mi madre

y la ciudad perdida que dejó mi padre.

Veo almas que vagan en esta tierra quemada,

me han dicho que mi padre está muerto

y junto a él se murió todo el pueblo.

En esta ciudad no mía,

vivió Pedro Páramo: hombre oscuro,

de alegórica avidez humana.

Fue un hombre que no tuvo espejos

y se tragó su misma pobreza,

cumpliendo el destino de asomarse

a la sucia empresa

de usar el poder para extinguir un pueblo.

Este hombre, que no recuerdo,

era mi padre,

rico propietario de la hacienda Media Luna

que hizo fortuna

levantando voces de fantasmas,

narraciones de difuntos,

murmullos desde el pasado

que caminan a mi lado,

por estas calles donde no quedan lágrimas.

El camino es una frontera invisible

y yo desagradecido asumo una verdad imposible

en esta ciudad que se asemeja a un sudario.

No puedo sobornar al tiempo que camina,

que se arrastra en el cuerpo

como un soldado de la muerte,

cumpliendo su oficio en las horas.

Las horas se pierden

en una marcha de polvo

sobre el polvo enlutado

que sacude la edad de las moscas,

abrazadas a los fantasmas.

Mi viaje sigue entre la vida y la muerte,

exploro esta tierra ahora árida,

donde mi padre muere mil veces.

Mi padre muere viejo, solo y deshecho

como una piedra que se desploma

en un mundo paralelo a estas calles.

Y yo aquí,

intento equilibrar el abismo de los años,

sintiendo en la nuca

el aliento gélido del diablo,

converso con los muertos,

no sé si estoy vivo,

he caminado demasiado

para salvarme.

 

 

 

ELENA GARRITANI

Nació en Buenos Aires. Vive en Chivilcoy (Provincia de Buenos Aires), Argentina. Ha obtenido el primer premio de poesía en el Certamen Nacional Carmen Gándara (1998), así como otros premios y menciones en certámenes nacionales e internacionales.

En el año 2007 se le concedió el Premio Nacional de Literatura de Tres de Febrero en poesía, y el primer premio a poetas éditos otorgado por la Editorial Municipal de Chivilcoy por su libro En la rueda del sol.

Coordina talleres literarios de lectura y escritura desde el año 2000. Publicó Travesía (AA.VV) (Ediciones Topatumba, 1997), Sin naufragio aparente (Ediciones Último Reino, 1999), Este grano de sal (Ediciones del Dragón, 2008), En la rueda del sol (E.M.Ch, 2011), Otoño interior (Nuestra América, 2016).

Colabora en diarios, revistas literarias, blogs poéticos. Fue publicada en diversas antologías, entre ellas en Ceremonias de luz y de sombras (Aletheia, 2017).                                                                                 

Profesora en Ciencias Sociales. Especializada en adicciones, integra el equipo interdisciplinario del Centro de prevención dependiente del Ministerio de Salud de la Provincia de Buenos Aires, desde el año 1987.

A continuación, vertimos tres de los poemas de su libro Otoño interior.

https://www.facebook.com/elenaisabel.garritani

 

 

TERRENAL

Elena Garritani ©

(de su libro Otoño interior)

 

¿Qué será terrenal?

¿Es terrenal la pintura de Giorgio de Chirico?

A mí me lleva a la soledad metafísica: vacía,

inhumana.

Y allí me quedo poblando mi insomnio

para no enloquecer.

Vienen escenas, me cuento historias.

 

Soy una mujer mayor (no digo vieja),

me parezco a la Venus de Velásquez,

aunque mi piel no es tan blanca.

 

Mi hermana se tiñó de rubio a los doce años,

nos diferenciamos.

La adoro, parece Lolita, tiene gracia.

 

Al pie de la escalera de mi casa, posaba

una mujer: vestido de lanilla terminado

en godet, brillo en las joyas.

Me mostraron la foto niñas del Patronato

donde donaba leche.

Fuera de las cenizas todo quedó en disputa.

 

En la sección de un diario la escritora soberbia

dicta sobre el atril. Tiene un gesto aplaudido.

En el Social, los que miran no ven la gracia,

ven la carne.

Primitiva es la astucia del tigre aún en la jaula.

 

En mi ciudad, esas gotas de arena en el reloj

del mundo proyectan lo ilusorio.

No es fácil seguir la tradición, el juego del

rebaño.

 

Yo sigo siendo una extranjera.

Pero soy más que eso.

El alma es una extranjera en la tierra.

Se percibe en los ojos, en la humedad de los ojos.

Los ojos secos tienen muerta el alma,

no irradian.

 

He visto las huellas amputadas,

la soga del titiritero,

los moldes del acertijo,

la liviandad del mientras tanto.

Los conozco.

Algunos tienen lengua almibarada

(arrastran con estímulo su credo),

el flash que la captura me defiende

del ojo en la trinchera.

 

Pronto fiesta en el calendario:

viene mi compañero, amado.

Su humor por la mañana me crispa algunas veces.

Pero la noche ama el juego de los cuerpos,

la intimidad traduce aquello que no alcanzan

las palabras.

La cuerda milenaria enlaza entre las piernas.

Que la ley del deseo sea benévola.

 

Debo ponerme la máscara del día:

En el primer café de la mañana miro un punto fijo

donde aún no está el mundo, la agitación,

el envés de la vida.

La placidez del sueño o el horror de una pesadilla

son salvajes.

Cuando salga de ellas, aún lo serán.

 

Una mujer pagó a una curandera para que me

hiciera daño.

Clavaron agujas en una muñeca.

No tuve miedo, ni angustia.

La oscuridad me envolvió con obstinación.

Por las noches, el brillo de la luna me acostaba

a sus pies.

 

Mi padre era ajedrecista, le gustaba la música,

la poesía en voz baja. Me poblaba de voces

su silencio. A veces, me dolían.

No lloró cuando le informaron de la muerte

de su madre, ni buscó consuelo.

Mi madre no se resignó a la muerte de la suya,

nos perturbó a todos con su dolor, su llanto,

como si en casa lloviera aún los días de sol.

Cuando el crepúsculo se derramó sobre el

empedrado de esas calles recién descubiertas,

se inició algo distinto en mi costado,

un hilo de sangre. Me dolió el mundo.

La muerte fue la primera sombra.

 

La sexta de Beethoven, y algunos versos de

Bécquer, Neruda, Alfonsina se hicieron

necesarios para estar triste, enamorarse,

amar.

Frágil, sedienta, poderosa. Probé el cigarrillo,

la humedad más secreta de otro cuerpo,

el ansia de un llamado, el juego en las miradas.

Ya no me importaron las amigas que tenían padres

de cabecera con palabras y cuellos de almidón,

paseando en el verano con los parques del brazo.

 

¿Qué es el bien y qué el mal?

El péndulo oscila de una punta a otra punta,

vibra sin detenerse. Piedra oscura y brillante.

La culpa signa vidas. Orden eterno, fijo.

No creo en Dios.

 

Las caras del encierro son casas donde el tiempo

nunca ha juntado polvo.

El mundo abigarrado oprime tanto

como la llanura en la mirada.

 

 

 

HÉCTOR FABIO MEDINA CASTAÑEDA

Nació en Ibagué (Tolima), Colombia, el 13 de julio de 1984. Vive en Bogotá. Tuvo un pequeño paso por la Universidad del Tolima, cursando algunos semestres de Economía, sin embargo, su gusto por la literatura lo llevó a abandonar dicha carrera. Ha escrito varios cuentos, algunos de los cuales se han publicado en blogs y revistas literarias virtuales. Entre otros: A través del espejo (Blog La Pipa de Magritte, abril de 2007), La idiotez consumada (Revista Literaria Noche de Letras, septiembre de 2012). El Suplemento de Realidades y Ficciones ha publicado La noche en el café en el Nº 65 (https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2015/06/ ), así como El gato en el tejado y La idiotez consumada en el Nº 90 (https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2021/06/ ).

Fue ganador del Concurso de Cuento organizado por FUNDALECTURA, en asociación con la Alcaldía de Negativa, en la categoría de Grandes Contadores de Historias con el cuento La muerte absurda (2011), Impiedad (primera novela publicada en Amazon en 2018 y publicada por la editorial ITA en 2019), Antología de cuento a través del espejo (publicada en Amazon 2019). Su segunda novela El día que Dios murió se proyecta como una gran novela a punto de ser publicada en España por la editorial DAURO. Antología de cuento también está a punto de publicarse en Argentina. También ha publicado un artículo de opinión ¿Será necesario el tercer canal? (El Tempo, Separata Tolima, enero de 2010).

Lector asiduo de obras literarias, estudioso de filosofía y temas científicos.

hector_medina_20@hotmail.com

 

 

COMO EN EL TERROR

Héctor Medima ©

Los monstruos son reales, y los fantasmas

también son reales. Viven dentro

de nosotros y, a veces, ganan.

Stephen King

 

La hoja del cuchillo se deslizó suavemente por el vientre sangriento de la mujer. Con el tenedor trenzó uno de los pliegues del intestino grueso, los sacó por retazos y los fue poniendo en una bolsa, como botando cáscaras de fruta. Mientras tanto el hombre secaba su sudor, con un paño que tenía a su lado, nervioso, con la sangre en la cabeza y miraba a cada instante para la ventana.

Con un cuchillo más grueso y de sierra cortó las piernas y con el hacha destrozó el fémur. Después pasó a los brazos, partiendo los huesos uno a uno con la hoja más gruesa; la sangre que iba brotando la iba secando con trapos que tenía en una caneca. Por un momento se detuvo, pensativo, mirando las sombras que cruzaban por la ventana, sintiendo el vaho de la mujer en su rostro y hasta su respiración caliente.

Continuó, sin guantes, con la mano y el brazo embarrado de coágulos. El pecho y el vientre lo destrozó con el hacha, así sería más fácil. Con el cuchillo de sierra continuó partiendo las partes blandas del cuerpo: el corazón lo tiró a la caneca, junto con los pulmones y el hígado, serían las partes más susceptibles para el mal hedor. Mientras rebanaba como un trozo de mantequilla, su pensamiento vino con la mujer desnuda, completa y descarnada, como una Venus. Cuando paró su pensamiento, el cuchillo lo enterró con más fuerza, como si la estuviera asesinando de nuevo. Y empezó a cortar con más vehemencia, El cuchillo cortaba ahora el doble y la sangre empezó a brotar aún más.

La bolsa con las partes que ya había sacado la dejó a un lado y la otra, con los residuos más podridos, los fue sacando al lavabo. Cuando le quedó la cabeza esta la dejó intacta, la puso en una bolsa aparte, cerrándole los ojos por la acción de la rigidez. La dejó a un lado. Cuando tuvo el cuerpo totalmente descuartizado, lavó todo muy bien con agua, fregó con paños y la sangre con agua la fue botando al lavabo. Puso a hervir agua en una olla y en otra más grande.

Mientras esperaba a que el agua hirviera, fue a la sala y por la ventana vio que pasaba gente, muy tranquila, pero no veía policía ni nada parecido. Cerró todas las ventanas, ajustó todas las puertas. Subió a su cuarto: sacó una camisa y un pantalón y se los cambió. La ropa ensangrentada la bajó y la tiró a la bolsa de los órganos en desperdicio. El agua estaba casi hirviendo, pero se dio cuenta que había tirado la ropa en la bolsa equivocada, en la de los órganos. La sacó y la puso en la de la carne y los huesos. Los órganos los fue poniendo en la olla caliente y estos soltaron un vapor de carne fresca; el agua no tardó en ponerse roja.

Cuando hirvieron las primeras partes, estos los puso en un plato y echó otros. Mientras tanto la bolsa de huesos con carne la puso en el congelador, todo muy bien guardado y hermético. Las gotas de sangre que habían quedado por el piso las limpió de nuevo con un paño. Sacó los otros órganos y puso más en el plato.

Cuando tuvo todo cocido, cogió el plato y lo puso en el patio trasero para que comiera el perro.

―Toma, amigo, carne fresca solo para ti.

Cuando entró a la cocina, tiró el agua casi roja al lavabo, la fregó muy bien con jabón y quedó intacta. La otra olla con agua bien caliente la tiró por la cocina para desinfectar todo, trapeó muy bien todo y limpió cada una de las partes de la cocina. Al salir, detalló que no hubiera quedado regueros, muestras de sangre; todo había quedado perfecto.

Entró a su auto, ya con el corazón normal, y sintiendo una paz en su alma. Aceleró por la calle abajo, dando los cambios, muy tranquilo, mirando el retrovisor. Cuando frenó en un semáforo otro carro se paró a su lado, no había alcanzado a detallar su rostro porque miraba para el cielo. Cuando aceleró lo siguió, pero este ya se había perdido por una de las calles.

Siguió normal, tranquilo, al movimiento lento del aire y el sol brillante de la tarde. Miró su reloj, casi eran las cuatro. Cuando miró a un lado alcanzó a detallar que la manga de su camisa le había quedado una gota de sangre; se miró por todas partes, pero no se vio más. Aceleró, ya por una vía recta a las afueras de la ciudad. Luego se miró la otra manga y se dio cuenta que tenía otra y se empezó a preocupar. Luego, de algunos minutos de zozobra y con la tensión de nuevo a mil, notó que ahora tenía más gotas de sangre en su pantalón.

Y se detuvo de ipso facto. Bajó rápido del carro, entró lo más alejado que pudo de la carretera. Ya la ropa estaba llena de sangre. Como pudo se la quitó y con una navaja que tenía en la guantera la rasgó muy bien y la enterró. Subió al carro de nuevo, acelerando, dando pasos concienzudos de tranquilidad. Cuando miró sus piernas y sus brazos estaban goteados de sangre. Frenó de nuevo, esta vez en un segundo. Bajó al césped, buscó agua, pero no veía nada, su piel cada vez la sentía más pegajosa, con el hedor de la carne del cuerpo que había descuartizado hacía unos minutos. Y sintió el goteo de la sangre sobre su cuerpo, el charco empezó a quedar bajo sus pies como si la mujer desde el más allá lo estuviera descuartizando.

 

 

 

ANA ROMANO

Nació el 1º de febrero de 1944 en la capital de la provincia de Córdoba, Argentina, y reside desde la infancia en la ciudad de Buenos Aires. Poemas suyos han sido traducidos al portugués, italiano, francés, húngaro y catalán. Profesora de francés, tradujo a dicho idioma el volumen Breve anthologie de Luis Raúl Calvo (París, Ediciones L`Harmattan, 2012), el poemario Behering y otros poemas de Luis Benitez, así como textos del libro Tomavistas de Rolando Revagliatti (difundidos en la red).

Poemarios publicados: De los insolentes fantasmas (Ediciones Vela al Viento, 2010), Expiación del antifaz (Ediciones La Luna Que, 2014), y Zumbido de guirnaldas (Ediciones La Luna Que, 2016).

Más sobre sus obras en los siguientes números del Suplemento de Realidades y Ficciones:

http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2011/03/ (Nº 28)

https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2019/09/ (Nº 83)

 

romano.ana2010@gmail.com

 

 

IMÁN

Ana Romano ©

 

Es desde la cima

que divisa

en su imponencia

el bastión

Abajo

cascada

sigue

Decidida

¿proyecta?

Se rozan

los opuestos

coquetean

La sensualidad

deambula

Frenéticos

los frutos.

 

 

FULGOR

Ana Romano ©

 

Revueltos

en la espuma

en la arena

Revueltos

en la noche

en el cielo

Las sombras

danzan

ruedan

y se agitan

Extendidas

y se tocan

Mascullan cuerpos

y se invaden

Pensativa

la luna

espía

y con recelo.

 

 

ESBOZO

Ana Romano ©

 

Sobre la mesa

de un bar

apoyada

una taza blanca

de café

El aroma

acaricia la mirada

ausente

Las manos

aferran la ilusión.

 

 

DESPERTAR

Ana Romano ©

 

Aletargada

por la piedad

y en un hoyo

ridículo

y eso

aunque

el camino

prosigue.

 

 

DEMENCIA

Ana Romano ©

 

Alarido

que amputa

el secreto

Y en la tersura

llaga

¿Qué otra cosa que el semblante

la mueca

agrieta?

El murmullo

acrecienta

las pulsaciones

¿Y quién

—confisca—

los espasmos?

La sábana

invisibiliza

el bisturí.

 

 

 

CARLOS DAVID RODRÍGUEZ

Nació el 3 de marzo de 1988. Técnico en Comunicación Social, escritor y armoniquista. Ha trabajado en Crítica digital y revistas como RETO o La otra realidad, todas de la ciudad de Buenos Aires, Argentina. También fundó junto a unos amigos la desaparecida revista NUDO Rock y Arte (http://nudorockyarte.blogspot.com/), y ha sido colaborador de la Revista Crepúsculo y del diario Tiempo de Tortuguitas, localidad que lo vio crecer y donde ha conducido dos magazines radiales en FM Country.

Al mismo tiempo, ha sido dueño de un sueño llamado El Terco Rock Bar, lugar de encuentro de bandas de rock y amigos de toda clase. Lo bueno dura poco dicen, pero siempre queda algo y es así que al tiempo formó con amigos un grupo de rock de covers llamado Peores Nada. Al dejar la banda, luego de rodar por bares de la talla de Mitos Argentinos o XLR, se unió a Espíritu Salvaje, donde sigue hasta la actualidad.

Sin embargo, supone que la literatura siempre lo siguió o la persiguió o resultó que se observaban mutuamente. Tal es así que hoy en día publica diariamente en su reciente Instagram (davidrodriguez1988) pequeños textos o poemas que son un pantallazo de una forma de ver la vida y trabaja en lo que será su primer libro de cuentos cortos: De calle, desamores, delirios y suicidas.

Por el momento, su libro se consigue a través de Mercado Libre o Mercado Libro o consultando en las redes del autor. Y de manera digital por Amazon, Apple Books, Google Play

davidrodriguez1988@hotmail.com

 

 

TE JURO QUE ASÍ NO ES

Carlos David Rodríguez ©

 

La soledad y el frío consumen los buenos modales de aquel que supo ser permisivo con los demás. La calle que vomita caras imbéciles tampoco es de gran ayuda. El viejo y bien empoderado vil metal domina los cerebros de los descerebrados. Los "sin alma" que solo gozan de poseer, sin disfrutar.

Será que todo se repite, aunque sin volver atrás. Será que para los caminantes es más fácil distinguir lo real de lo ficticio. Pues, de tanto trajinar todas las caretas se parecen. Sin embargo, los de verdad siempre serán diferentes. Con un cobre de más o con un cobre de menos, ellos brillan por su lealtad.

Hay cosas que no se pueden ocultar. Más antes que después las miserias se escapan de la oscuridad para quedar en evidencia. Pero la luz de la realidad es cruel con los que han sido timados. No hay más extrañeza que la mirada nunca vista de tu mejor amigo. Esa que denota qué distinto es uno, qué distinto es el otro.

Tantas cosas no pueden ser compradas. Existen tantas cosas para las que tener dinero no sirve. Las mejores.

 

 

2020

Carlos David Rodríguez ©

 

Y de repente nos prohibieron los abrazos. No podés ir a la casa de tu madre. Menos a visitar a tu abuela. No se te ocurra reunirte con amigos. Salir a caminar ya no se puede. El viciado aire nos va a matar alerta el noticiario. La seguridad paranoiquea a las señoras de vereda baldear. Hay que esconderse si no caminás con los papeles correspondientes.

Siglo veintiuno y el avance de las tecnologías tenía que justificarse de alguna manera. "Besos por celular" rezaba una vieja canción de Divididos. Charlas y abrazos por cámara. Detrás del monitor estás más seguro. Las calles vacías alimentan y oxigenan el medio ambiente. Los animales silvestres están en paz. Algo positivo tiene que haber, dicen.

Quien sabe. La reducción poblacional tiene sentido. ¿Tan descabellado es creer que alguien quiere que esto pase? El virus provocado (o no) está instaurado. El mundo es un mercado donde se marcan los precios. La máquina de crear papeles con valor maneja a los seres humanos. Y los dueños de la máquina tienen el poder. Pero Batman y Superman no pueden hacer nada esta vez.

Obedecemos siempre sin detenernos a pensar. Sin jamás cuestionar al titiritero. Ese que no se ve. Y una vez más hay que escuchar al líder de opinión. Porque somos riesgo para el prójimo. Somos culpables si alguien se va. Si se enferma. O lo enferman. O no es tan real. Tal vez, definitivamente, jamás nos enteraremos. Pero los muertos existen. Y la libertad se nos va.

 

 

“ADIÓS AMIGOS”, NO QUIERO DECIR

Carlos David Rodríguez ©

 

—¡Noooo! Soltame. Suéltenme, hijos de puta. Es mi hermana. Salí. Tengo que verla. Nooo, por favor... Snif, snif. ¡Aaaahhhh!

—Señora, basta. Lo lamentamos mucho, pero no puede entrar. Ya lo sabe.

—¡Sáquenla, por favor!

—Vamos, señora…

—Hay que enfundar el cuerpo y meterlo en el camión para eliminarlo.

Ni un mar de lágrimas ni una representación alcanzaría para dar cuenta de lo que estamos viviendo. De lo que ya ha ocurrido, porque ya hay muertos acá también. Aquí como en Asia, como en Europa. Tan lejos, pero tan cerca. Familiares que no podemos ver. Que no vamos a poder ver más. Quizás. Quién sabe.

Nunca se sabrá el origen con certeza. Si la tercera guerra mundial, si la exterminación adrede de una superpoblación, si un murciélago o un accidente de laboratorio. Hoy todo está en nuestras manos y a la vez no. La muerte se está acercando y el averno se siente cerca, pero no queremos creer.

Un país que no entiende. Donde las divisiones hoy nos hacen retroceder. Un lugar rico, pero pobre. No es cuestión de pensar, sino de actuar. De hacer caso. Por una vez en la vida, obedecer. Porque esta vez es la única salida. No se trata de agachar la cabeza, se trata de crecer y ser mejor persona. De empatía. De solidaridad.

El mundo se rige por el dinero que sale de las drogas, de la prostitución y las perversiones de un mundo que no aprendió que el ser humano es su peor enemigo. Es tiempo de volver a la raíz de todo, a esos valores olvidados y al más simple de todos: el amor. Por el prójimo, por tu amigo, por tu amiga, por tu madre, por tu hermano. Siempre fue igual. Siempre fue lo único que nos podía salvar. Y ha llegado el momento de demostrarlo.

 

 

 

ANNA BANASIAK

Nació en Zgierz, Polonia, en 1986. Vive en Lodz. Secretaria, traductora, profesora.

Estudió letras polacas en la Universidad de Lodz e inglesas en la Academia Social de las Ciencias de esa ciudad. Ha tomado parte en diversas antologías de Polonia, España y Argentina. Ha colaborado en varias publicaciones como Revista Urraka, Gaceta Literaria, Realidades y Ficciones, etc.

Nominada al Premio “Cameleon” (Polonia), ha obtenido menciones especiales en el Concurso Internacional de Poesía “Latin Heritage Foundation” (Estados Unidos, 2011) y en el Concurso Literario “Sólo Voces” (Tilcara, Argentina). Algunos de sus poemas fueron transmitidos por el programa Calidoscopio, de Radio Raíces, Argentina. Traducida al idioma inglés, sus poemas han aparecido en publicaciones de Nueva York, Londres, Australia, Canadá, India y Sudáfrica.

Más obras de esta escritora en Suplemento de Realidades y Ficciones:

http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2013/06/ (Nº 57)

https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2019/01/ (Nº 80)

https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2019/09/ (Nº 83)

https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2020/09/ (Nº 87)

 

annaarent@gmail.com

anna_arent_banasiak@yahoo.de

 

 

HIMNO DE AMOR

Anna Banasiak ©

 

Mi amor no cuesta tanto, cuanto más dos envolturas de cerveza.

No es muy rencoroso.

Ni recuerda las caras.

Ni duda de tu sentido de la masculinidad.

No es ideal.

Se levanta con sentido realista

por encima de la fuente de la cena preparada como fiel esposa.

Vale un momento del olvido

que cada momento recuerdas.

 

 

HIPERMARIONETA

Anna Banasiak ©

 

No puede ser peor:

nuestro nivel de hipocresía es lo máximo.

Incluso los gatos tienen más dignidad

haciendo sus necesidades en el campo.

Una hipermarioneta no sentiría ninguna vergüenza:

—¡Que miren! No hay que avergonzarse. Así es la vida.

 

 

PRIMER HOMBRE

Anna Banasiak ©

 

Me gusta

cuando quitas el polvo de mi pelo,

y mientras otras me miran como si fuera una loca,

tú me ayudas para seguir adelante

a veces por el camino pedregoso.

Cuchicheando

te haces mover la cuerda

petrificada

que estaba a punto de romperse.

 

 

SANTA MARÍA

Anna Banasiak ©

 

La diosa de la madera

sumergida en la salsa de tomate

de la niebla

donde

por primera vez

has encontrado los ojos felinos.

Se llama María,

es santa para los que necesitan

una limosna.

Le gustan las velas olorosas

y los jóvenes con los ojos verdes.

 

***

 

Después de cerrar mis ojos

sigo mirando al aire sumergido en algo más cristal.

Ayer volvió a llover.

Volví empapada de lágrimas.

Siempre he conocido este momento de lo inevitable.

Cuando llueve hay que cerrar las ventanas para no despertarse

sumergido en las lagrimas de las golondrinas de Werter.

 

 

 

JORGE ARTURO QUINTANILLA PENAGOS

 

Escritor mexicano muy prolífico, aun activo a sus 79 años. Premio nacional del certamen para maestros 1986 con El Nagual. Publicado en la revista fronteriza de Maize Presa, de Estados Unidos, con Un año y un día, entre muchas otras obras. Colabora con la revista francesa Le Chassieur abstrait de París.

 

 

MI PRIMER MUERTITO

Jorge Arturo Quintanilla Penagos ©

 

En la mañana me hice cargo de la Agencia del Ministerio Público y en la tarde, a unas cuantas horas de haber llegado al pueblo, ya iba a confrontar mi primer muertito. Guiado por los descubridores del cadáver, dejamos la ciudad de Carranza y comenzamos el ascenso rodeando una peña, que, en pequeño, me recordó la Peña de Bernal, en Querétaro, aunque este paisaje pareciera ser una gran montaña con una peña simulando una gran joroba. Por un sendero no muy pronunciado fuimos en ascenso. Quizás no me di cuenta del tiempo y tampoco la distancia, porque mi mente giraba pensando en cómo iba a enfrentarme a un muerto, en mi condición de agente del ministerio público, porque no tenía idea de cómo actuar en esas circunstancias. Era tarde, cerca de las seis cuando llegamos. Ese hedor a muerto se me grabó como machacado con cincel en el cerebro para toda la eternidad. En el cadáver descubrí un balazo en el pecho, a la altura del esternón. Lo revisé cuidadosamente y no hallé más lesiones. Al principio mi mente se puso en blanco. Creo que como una especie de defensa en lo que calentaba los motores y reí por ese pensamiento de calentar motores, y me quedé quieto. Viendo que era como una estatua en la boca de una cueva pequeña. Adecuada para que la naturaleza diera cobijo a un incidente mortal, para que yo encontrara mi primer muertito. Me ubiqué en mi papel y ordené lo conducente para que los deudos hicieran el traslado del cuerpo al hospital de salubridad de la ciudad y para que el médico legista practicara la autopsia. Regresé con menos gente de la que fue conmigo porque la mayoría tomó algún atajo, al igual que los familiares. No lo hice así porque estaba sobredosificado para rato del olor a muerto. Quería como fuera limpiar mi mente de ese olor, ese tufo infiltrado hasta en mis genes, en mis células. Me era urgente llegar al hotel y bañarme a conciencia. Rememoré, comparándome con aquel mono, que sufrió la desgracia de agarrar u oler popó y que casi se despelleja la piel al lavarse y lavarse, para solo seguir sintiendo la peste. El filosofar me trastocaba desagradablemente, mejor observar el bellísimo paisaje. La vegetación exuberante en esa parte de la peña te hace pensar en otros lugares y tiempos. Me perdí en las goteras de San Bartolomé y dejé de divagar hasta ubicarme frente al hotel, gracias a la voz de mi guía, gritándome preocupado:

—Ya llegamos, Lic.


 

 

SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 93 – Marzo de 2022 – Año XIII
ISSN 2250-5385 – Edición trimestral
Exp. RE-2021-99316749- -APN-DNDA#MJ del 20/10/2021, incorporado a RL-2018-52427183-APN-DNDA#MJ, Dirección Nacional del Derecho de Autor / República Argentina.

Propietario y director: Héctor Zabala
Av. Del Libertador 6039 (C1428ARD)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
zab_he@hotmail.com
http://hector-zabala.blogspot.com/
Currículo en revista Realidades y Ficciones Nº 40:
https://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com/2019/12/realidades-y-ficciones-revista.html

 

Colaboradores

Corrección general:
Noelia Natalia Barchuk Löwer
Resistencia (Chaco), Argentina
alfana79@hotmail.com
http://noelia-barchuk-literatura.blogspot.com.ar/
Currículo en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 88:
https://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/2020/12/suplemento-derealidades-y-ficciones-n.html



Ilustración de carátula y emblema:
Mónica Villarreal
Scottsdale (Arizona), Estados Unidos
Monterrey (Nuevo León), México
monvillarreal@hotmail.com
@mon_villarreal
https://www.facebook.com/monvillarreal22
Currículo en revista Realidades y Ficciones Nº 17:
http://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com.ar/2014/06/
  

 

El listado completo de colaboradores al Suplemento de REALIDADES Y FICCIONES se encuentra a la derecha del blog bajo el acápite ÍNDICE DE AUTORES.

 

REVISTA: http://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com/

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SUPLEMENTO: http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/

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Las opiniones vertidas en los artículos de esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor pertinente.

 

“Realidades y Ficciones”
Mónica Villarreal (2014)
acrílico y óleo sobre
papel-lienzo, 30 cm x 30 cm

 

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