SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 66 – Septiembre de 2015 – Año VI
ISSN
2250-5385
Inscripción
gratuita como LECTOR
si escribe
a zab_he@hotmail.com
indicando nombre
y apellido, ciudad y país
(se le avisará
cada nuevo número trimestral).
“Jenófanes de Colofón”
Mónica Villarreal (2015)
(Técnica mixta sobre papel,
28 cm x 21 cm)
Serie “Poetas
Clásicos Griegos” |
Sumario:
•
Estela BARRENECHEA (Argentina)
•
Víctor Hugo DÍAZ (Chile)
•
Omar Iván GARZÓN PINTO (Colombia)
•
Carmen MEMBRILLA OLEA (España)
•
Daniel ABELENDA BONNET (Uruguay)
•
Nechi DORADO (Argentina)
•
Óscar José FERNÁNDEZ GALÍNDEZ (Venezuela)
•
Ginna Vanessa PÉREZ NOGUERA (Colombia)
•
J. Andrés HERRERA (México)
•
Nancy Jazmín GONZÁLEZ FLORES (México)
•
Andrés AGUILAR-PÉREZ (Venezuela)
•
Beatriz CÁCERES (España)
ESTELA BARRENECHEA
Poeta y estudiosa de la filosofía,
nació en Buenos Aires, Argentina, en 1938. Graduada como Contadora Pública
Nacional en la Universidad
de Buenos Aires (UBA), ejerció la docencia en filosofía en el CBC de esa misma
casa de estudios. Colaboradora de instituciones filosóficas, publicó artículos
en diarios y revistas de la especialidad. Como expositora presentó distintas
ponencias en jornadas de filosofía y poesía (Jornadas de Filosofía
Nietzscheana, 2000, y III Congreso Binacional de Escritores - Centenario del
nacimiento de Pablo Neruda, 2004).
Publicaciones:
• Filosofía: La ilusión en la paradoja del sujeto (Buenos Aires, Ed. Catálogos, 1994),
La formación del filósofo (Buenos
Aires, Ed. Sociedad Filosófica, 1994), Nietzsche
en la filosofía actual. El eterno retorno como acontecimiento del pensar (presentado
en las Jornadas Nietzsche, año 2000).
• Poesía: La distancia y el foco (Buenos Aires, Editorial De los Cuatro Vientos,
2003), En los confines (Buenos Aires, Editorial
Tsé Tsé, 2005), Plaqueta Clinamen y otros
poemas (Buenos Aires, Editorial Metáfora, 2007), Del Silencio (Buenos Aires, Ediciones El Mono Armado, 2009), El filo de la grieta (Buenos Aires, Editorial
Vinciguerra, 2012), El revés de la luz
(Córdoba, Alción Editora, 2014).
DEL CAMINO
Estela
Barrenechea ©
Río Grande
Este
es un mes de otoño, el primero,
el
del equinoccio,
cuando
el rocío es refugio de la hierba.
Como
yo,
la
intemperie tiene un corazón de viento,
un
corazón antártico.
Una
lluviecita fría deshace el paisaje
con
un clima insolente.
¿Cómo
compensar la ubicuidad del viento?
No
encuentro acomodo.
Hago
de mí una militante del equilibrio.
Grito
frío
cuando
me aventuro a caminar.
EN LA PAMPA
Estela
Barrenechea ©
El
viento se insolenta
y
la luna
como
una conjetura siniestramente bella
pampea
sobre mí.
El
cielo nuboso de la noche
borronea
la tierra
y
cada figura es la sombra de la sombra.
EN LA CIUDAD
Estela
Barrenechea ©
La diferencia
I
En
el pueblo,
los
niños ululan a mi alrededor.
Tiemblo
como
si me pincharan.
Respiro
un largo escalofrío
–tal
vez yo sea un largo escalofrío,
una
maraña cerrada,
una
voz diferente.
II
El
idioma extraño de la edad
tiene
el retumbe de un vasito de vidrio que se astilla.
Soy
un animal humano
habitado
por ráfagas húmedas
que
tuercen mis huesos.
Como
una versión descartable,
como
una falla de la vida,
me
miran en la calle.
El
tiempo respira de mí.
No
me duele. Todavía.
VÍCTOR HUGO DÍAZ
Nació en Santiago de Chile, en 1965. Ha publicado La comarca de senos caídos en 1987, Doble vida en 1989, Lugares de uso en 2000, No
tocar en 2003, Segundas intensiones
en 2007, Falta en 2007, Antología de baja pureza en 2013 y en México
DF en 2014, y Hechiza, poemas anticipados,
México, 2015 y 2016. En 1988 obtuvo la primera Beca de Creación Taller Pablo
Neruda; en 2002 la Beca
de Creación del Consejo Nacional del Libro y la Lectura. En 2011,
2012, 2013 y 2014 ejecuta el Proyecto Escritos de Sur a Norte, Poesía de Chile
en México; y Fronteras sin Límite 2015, Poesía de Chile en Perú y Bolivia,
apoyados por el Fondo del Libro y la Lectura. El año 2004 ganó el Premio Pablo Neruda
en su centenario, otorgado por la fundación del mismo nombre. Sus poemas han
sido publicados en diversas revistas y antologías, además cuenta con numerosos
textos críticos acerca de su obra. Es reconocido como una de las voces poéticas
vivas más importantes de Chile.
LUGARES
DE USO
Víctor Hugo Díaz ©
La noche promete no pasar
Salimos a buscar la dosis exacta de
lucidez química
En eso gastaba el tiempo que no daba
a los suyos
Construyeron un complejo deportivo
sobre nuestro territorio apache
Nadie ha venido esta temporada
(los corrieron a todos)
Ni el conocido de los árboles y la
espesura de la noche
siempre atento a la llegada de sus
invitados furtivos
la hoja seca que se quiebra a sólo
unos metros
Agita la mano dentro del bolsillo
como se manipula un juguete nuevo
El mismo viejo felino que se lame
las ingles
que atesora lo que ve y desaparece
al momento en que un perro muerde el
vacío
dejado por su cuerpo al huir hacia
las ramas
Se queda ahí, arrimada la espalda al
tronco de metal
Único fruto luminoso reventado a
pedradas.
LO QUE
CONTIENE LA RISA
Víctor Hugo Díaz ©
Los
muchachos de la otra mesa sí saben cómo divertirse;
actúan
como si no se conocieran.
Cuando al fin quedan solas hablan
otro idioma
mucho más cruel
Ahora que se piensa dos veces
no hay nada tan importante. Dos
desconocidos
que se sientan juntos casualmente
hasta ser los únicos pasajeros
Por fuera las gotas de lluvia se
pegan a la ventanilla
Parecen una plaga de insectos
transparentes
que han hecho un largo viaje para
venir a morir aquí
eran tantos, tantos en número
que podrían llenar un gran silencio
Despierta temprano, se duerme y se
hace tarde
Dejar así de estar a punto de que
algo suceda
Dar pie atrás
o girar sobre los talones con
violencia
para ser parte de eso efímero que
contiene la risa
Estos años se podrían reducir a una
frase
A una luz que atemoriza sin dejar
quemaduras
al estar cerca se aleja igual que un
espejismo
y se vuelve a formar unos metros
adelante
Es como avanzar por un campo de
batalla
lleno de los peligros que el enemigo
deja en su retirada
De haber estado en otro lugar
podría haber visto cómo aquellos que
rodean la casa
se van haciendo cada vez menos
Lejos, los que quedaron al otro lado
de la calle
cuando cambió la luz del semáforo
y nos perdimos de vista
Una habitación que permanece tanto tiempo
cerrada
toma el olor de sus ocupantes
Adentro el televisor está encendido
y sin volumen
olvidaron apagarlo en el apuro de la
despedida
Esta ciudad se podría reducir a una
sola frase
A decir —paso— por un buen rato. Lo
que no es otra cosa
sino una dirección que se hace más
concurrida
el cuerpo que cambia de posición
mientras duerme
—Quería ir bien puesto a su primera
cita con la oscuridad—
AMIGOS EN
VENTA
Víctor Hugo Díaz ©
Hace tiempo que no me siento conmigo
Parece que me rehúyo
y veo el sol con demasiada luz.
Ahora que las escenas de pobreza
pasaron de moda en la poesía
que hable el que la lleva
El cuento se reduce a saber robar
si no te quedas solo.
Dos grúas de construcción
disputan el señorío de esta calle
Un vaso lleno sirve para medir el
tiempo
El problema es que todos actúan
(montan su número para nadie).
Encendemos fuego en plena lluvia
y soy la prueba de que no tengo
razón
como estar en algo, insistir
cuando los otros
no están en nada.
Nota: Estos poemas se encuentran en
el libro Antología de baja pureza.
OMAR IVÁN GARZÓN PINTO
(Bogotá, Colombia). Sus poemas han
sido publicados en revistas y periódicos de Chile, Colombia, Cuba, México y
Venezuela. Ha presentado su obra en festivales culturales, literarios y
académicos. Entre 2011 y 2012 se dirigió talleres literarios de la Fundación Andrés
Barbosa Vivas. Autor de Faro desnudo
(2011) y Flores para un ocaso (2013),
ambas obras del mismo colectivo editorial, Liga Latinoamericana de Artistas.
FLORES
PARA UN OCASO
Omar
Iván Garzón Pinto ©
“No sé
por qué guardo entre los pasos
La
absurda esperanza de encontrarme”
Germán Villamizar
VENGO DEL SILENCIO de las hojas, de
la ausencia de los ríos, del lugar olvidado por los hombres donde sólo habita
la sombra de los árboles. Vengo de la estancia donde el zumbido de las ramas es
nuestra memoria, nuestro ruego a la Luna. Vengo de la más profunda entraña de esa
tierra que se traga los habitantes a su paso: No hay tiempo para llorar en el
campo cuando la única arma es el arado.
Crecimos con las plantas y la higuera
no da frutos. Nuestros nombres están escritos en los peñascos y nadie nos
recuerda. La lluvia, que nos arrulló tantas veces, no da testimonio de
nosotros, ni siquiera una gota de rocío se posa en nuestra huella. La única
esperanza es arar, arar, arar una tierra que no nos merece.
Vengo del lugar donde las manos son
el testimonio de la vida: Gramo a gramo las cosechas dieron forma a nuestra
piel y las aves son la voz de los que partieron volando entre bramidos.
Recuerdo a la abuela diciéndome:
“Esas son las lágrimas de Dios cuando caen al suelo”. Tengo pocos años y menos
heridas que las que tenía papá cuando lo enterramos, pero sé muy bien que las
lágrimas no son destellos de fuego entre cortinas de noches y cenizas y cuerpos
al viento. Las lágrimas de Dios no pueden ser ese mismo vacío que son las
nuestras.
Vengo del silencio de las hojas, de
la ausencia de los ríos. No sé para donde voy. Antes de ir al cielo, mamá me
dijo cuándo pasar el semáforo cuando estuviera solo, pero no recuerdo cómo
hacerlo.
OTOÑO EN
SAN JOSÉ DE APARTADÓ
Algo había escuchado sobre el otoño,
pero no sabía lo que era.
Que caen secas, lentamente, dijo la
profesora.
Esta noche no es como las otras.
Un viento fuerte se abre paso entre las
ramas
arrancando brazos, tumbando hombres.
No sabía lo que era el otoño. Ahora
lo comprendo,
ahora que veo como caen los míos
sobre el césped,
ahora que yo mismo caigo como hoja
muerta en el camino.
“Yo no
hablo de venganzas ni perdones,
el olvido
es la única venganza y el único perdón.”
Jorge Luis Borges
ELLOS eligieron ser la grieta del
violín,
la pluma que cae de un gorrión en
pleno vuelo,
la sombra que vino de ninguna parte
y a ninguna parte fue.
Cayeron aquellas moscas que se
posaban sobre los cuerpos
creyendo que construían un imperio
para siempre.
Yo elegí ser el verso que se pasea
con la brisa,
ese que no dice sus nombres,
ese que no los entierra porque nunca
supo de ellos
y hace polvo cada uno de sus pasos
con un poema;
Yo elegí ser ese:
El que no describe ni siquiera el
más pequeño de sus dedos,
el que con estas líneas los olvida.
A la
memoria del poeta Julio Daniel Chaparro
UNA NIÑA
DE RAMALLAH
Estuvo con nosotros hasta que cayó
el velo de la noche, hasta que sus pasos cesaron como lluvia inofensiva.
Poco supimos de ella: que se detenía
en las tardes a ver pasar el sol y que corría tras las mariposas, casi volaba
con ellas.
Algunos oyeron su grito, pero
estaban muy ocupados levantando cercos, según ellos, para que no entraran los
cerdos a sus casas.
Florecieron los jardines, los
pájaros surcaron el cielo, las hojas cayeron secas sobre el prado. Aún nadie
nos escucha y tal vez nadie lo haga en lo que resta de cosechas, pero queda la
lluvia que seguirá humedeciendo su huella en el camino; quedan las mariposas
que recorrerán su misma ruta de la tarde y quedan los malditos cercos que nuca
serán mayores que estos montes que darán testimonio de nosotros y los peñascos
que gritarán siempre los nombres de los nuestros, los de aquellos que ahora son
árbol de memoria.
SOLILOQUIO
EN PALESTINA
Lo único que a veces salva al hombre
del olvido es el llanto que lo colma. Lo único que a veces nos salva a los
habitantes de este espejismo del desierto es una bala que de nuevo se nos
siembra entre los ojos.
A veces creo que en este corto
suspiro que es la vida, el acto principal de algunos de nosotros (tal vez los
menos protagónicos, los menos primordiales, los menos hombres) es habitar en el
silencio, hacernos uno con la sombra, estar donde nadie está, ver donde nadie
ve, gritar donde nadie escucha, no estar.
Esa es nuestra encomienda: susurrar
el nombre de nuestros muertos mientras caminamos sin que eso signifique que
nuestro próximo puerto será otro Sol, sin que eso signifique que nuestro
próximo puerto será otro paso.
ES EXTRAÑO VER tanta sonrisa, tanta
mano atada, tanta sombra junta, tanta flor comprometida en las manos de
aquellos que caminan por la calle y tú, sin más, sentirte libre. Pero es más
extraño llegar a casa, echarte agua en la cara, levantar el rostro y darte
cuenta de la aridez que te rodea y que ni siquiera tu sombra te acompaña porque
la dejaste atada a otra sombra que pasó desprevenida por el parque.
CAMINA, escribe, pregunta, no
calles.
Sé río, sé árbol, sé lluvia, sé
canto…
Encuentra una salida.
Mira hacia otro lado, corre en otra
dirección y no cierres las ventanas.
Deja de pensar que volar por un
segundo o colgarte de las nubes por un instante
son las únicas formas de abrirte
paso entre la niebla.
SOLO PIDO UNA COSA de desafiar al viento,
antes de dejar mi postura de tierra húmeda forjada, antes de hallarle la razón
al padre que decía que el buen hijo vuelve casa y antes de constatar que al
final todos somos buenos, sólo una cosa pido: que se quemen mis fotos y mi pelo
sin clemencia; que se borre la figura dejada por mis pasos en la gruta y en la
niebla; que se rompan y se filtren en agua las líneas ajadas de mis manos; que
se hagan barquitos de papel con las hojas que un día recogieron mi lamento; que
se arrojen a un río turbulento mis versos hasta que se deshagan con las rocas y
nadie los recuerde. Que no se repita mi nombre hasta que se vuelva rumor,
susurro, obsidiana, alquimia, ola, nada.
Hasta que mi voz no sea el canto de
un gorrión moribundo y mi sombra no nazca en un árbol en invierno: nadie repita
mi nombre.
Sólo pido una cosa antes de sembrar
mi pecho, mi humanidad toda en un puerto calcinado: Que se borre el vestigio de
mis horas y nadie me mencione, a mí, el traicionero de mi madre, que me arrojó
a este mundo contra todas las voluntades.
Así, sólo así, despojándome en el
camino donde se sientan las hojas secas habré vencido a la parca.
LO QUE ME
SALVA ES LA NOCHE LENTA
DONDE NACE EL VERSO
Aquí estoy de nuevo, aferrado a este
árbol que nace entre raíces de cal; a este que detenta en cada hoja la pupila
de mis ojos; a este que da nacimiento a mi canto entre vientos de la noche.
Aquí estoy, con el rostro en las rodillas, pensando en otra ruta, buscando otra
salida.
Aún deseo escribir: Observo la
figura de los astros con un hilo de preguntas en cada pestaña; trato de
esculpir la inmensidad del universo con algunas líneas; dibujo el mensaje de
las nubes con unos pocos versos. Apenas, si puedo, me pongo de pie y saludo
desde este tronco a una migración de aves, pero no puedo mentirme, no puedo
engañarme —me digo ahora que amanece—:
Alguien que da vida a un árbol, que
acaricia cada uno de sus frutos y encuentra refugio al abrigo de su sombra, no
puede colgarse de sus ramas.
ANALOGÍA
DE LOS POETAS Y LOS DÍAS
Somos los dueños de la noche y de la
aurora que la nace a sus vestidos.
Somos los dueños de todo lo vivido y
de las carnes que han transitado nuestros cuerpos.
Una vez nos salieron alas y fuimos
también los dueños del viento
y domamos a los tigres de Etiopía y
formamos toda la arena del desierto
y cada dedo nuestro era la voz de
algún poeta, hasta que abrimos los ojos,
entonces fuimos de nuevo hombres.
Nosotros dimos forma al vino, le
pusimos senos, labios, alma
y soplamos fuertemente con él hasta
que se formaron las lluvias
que derrumbaron los montes de los
Andes
y aplaudimos con tal fuerza que
creamos los truenos
que mucha gente vio con asombro por
las ventanas. Abrimos los ojos,
entonces fuimos de nuevo hombres:
Se nos cayó la mirada pero nunca
dejamos de andar;
se nos llenaron de llagas las
rodillas pero nunca dejamos de andar.
De repente, se nos apareció la
muerte: nosotros murmuramos,
reímos y gritamos a toda voz. Y la
muerte no tendrá dominio
mientras levantábamos el rostro al
cielo. Nuestra voz fue su puñal.
Se escaparon las nubes por la herida
que le hicimos al firmamento
y se llevaron consigo la sombra que
nos acechaba.
Eso nos pasó muchas veces y muchas
veces también quedamos heridos,
tirados en la calle sin entender la
grandeza de nuestra propia lluvia
pero nos levantamos y nunca dejamos
de andar.
Somos los dueños de la noche y
estamos muertos.
Para ser los dueños de esta
inmensidad hay que estarlo.
Se debe morir todos los días con
cada verso, se debe ser ceniza (eco, sombra, viento)
para ser los amos de la Luna , para ser la noche
misma.
A
Epifanio Andrés Tocarruncho
CARMEN MEMBRILLA OLEA
Nace en Guadix (Granada), España, en
1969. Estudia Filología Hispánica en la Facultad de Filosofía y Letras de Granada. Ejerce
como profesora de Lengua Castellana y Literatura en el IES Padre Poveda de
Guadix. En abril de 2012 ve la luz la antología poética Cuatro intentos de aproximación a la mentira, en la que publica catorce
poemas. Colabora en el periódico Wadi-as con cierta asiduidad y mantiene
bastante actividad en facebook donde, además de su página personal, administra
"El espejo de las palabras", una página literaria dedicada al cuento
y a las expresiones poéticas.
En octubre de 2013, la Biblioteca de Guadix
organiza el I Concurso de Presentaciones Poéticas de Temática Local, obteniendo
el primer premio su audiovisual Guadix y la Poesía , vídeo
disponible en Youtube.
En febrero de 2014 aparece el libro Cachitos de amor 3, como fruto del III
Concurso de Microrrelatos Románticos realizado por ACEN – Asociación Cultural
de Escritores Noveles. Su texto Inexplicablemente…
amor resultó seleccionado para formar parte de esta publicación (página
125).
Es autora del poemario inédito El Quemador de esencias y escribe con
regularidad en el blog que lleva el mismo nombre.
En esta oportunidad presentamos tres
fotopoemas de su autoría.
DANIEL ABELENDA BONNET
Nacido en 1962 en Salto, Uruguay, ha
vivido desde 1970 en el Departamento de Colonia, donde se inició desde los
quince años en el periodismo escrito, y fue corresponsal de medios de
Montevideo.
En 1980 ganó una beca (AFS.) para
perfeccionar sus estudios de inglés en los Estados Unidos y en 1982 se diplomó,
con honores, de Profesor en el Instituto Anglo-Uruguayo. Ejerció la docencia secundaria
por más de dos décadas y fue profesor de inglés en cursos para niños, jóvenes y
profesionales en la
Filial Rosario de ORT durante tres años.
Asimismo, cursó la Licenciatura de
Ciencia Política en la Facultad
de Ciencias Sociales y se desempeño como profesor adjunto de Ciencia Política e
Historia de las ideas en la
Facultad de Derecho (UDELAR).
Actualmente, es columnista del
Semanario “El municipio” (Carmelo) y colaborador del boletín digital cultural
“La rueda de Carro” (Colonia del Sacramento). Obtuvo una Mención Especial en el
concurso de ensayo para periodistas de la Organización de
Prensa del Interior y la
Embajada de Estados Unidos en Uruguay (2006).
Coordinó talleres de narrativa y poesía
en el Museo-Archivo del Carmen y la
Casa de la
Cultura de Carmelo (2004-2010).
Su obra literaria incluye ensayos
históricos, diarios de viaje, cuentos, novelas y poesías. Al respecto cabe
destacar: Secretos de estado
(novela), ganadora de una mención en los Premios Anuales de Literatura del MEC (Uruguay,
2003); Manodepiedra y otros relatos,
finalista del Certamen Nacional de Narrativa (Intendencia de Montevideo, 2004);
El profesor (cuento corto), ganador
del concurso de la revista “La Voz
de la Arena ”
(2005).
El sello Abrace de Roberto Bianchi
(Montevideo-Brasilia) ha publicado varios de sus cuentos y poemas (2007-2010) y
la Editorial De
los cuatro vientos, de Buenos Aires, editó su cuento Pocho Cantón en 2008. (*)
* Más información en el Registro
Nacional de Escritores de la B.N.
(MEC-DNL).
Daniel Abelenda Bonnet ©
Cuando aquella tardecita llegaste a
la redacción, todavía no habías tomado la decisión. Durante los quince minutos
del viaje en micro, lo pensaste.
Porque no era fácil: necesitabas
aquel laburo. Y mantenías una ínfima esperanza de que El Gordo te dijera algo,
que al menos se mostrara agradecido por la veintena de notas enviadas, y que él
había publicado, sin excepción, en “su” diario – fundado por su padre.
Uno
siempre espera que los demás cambien. Al entrar por la puerta de la
librería, cuyo salón estaba en penumbras (las empleadas ya se habían ido), y
escuchar el repiqueteo metálico de las linotipos y el olor a tinta, te diste
cuenta que poco había variado en tu ausencia. Detrás de una mampara de madera
compensada, reconociste el escritorio de R., tapado de diarios y recortes; su
vieja Remington y su grabador de cinta parecían de museo.
En el largo depósito con techos de
chapas de zinc, los operarios de overol azul trajinaban, envueltos en un
penetrante olor a acetatos; ponían líneas de plomo y ordenaban manualmente las
hojas de la edición del viernes que escupían aquellos armatostes de hierro, que
cada tanto se trancaban, provocando las puteadas de tus compañeros “chupatintas”.
El sonido del teléfono desde una
pequeña oficina separada por una base de madera y vidrio esmerilado del taller,
te advirtió que el Jefe estaba allí.
La charla, como lo temías, fue
banal. El Gordo ni siquiera mencionó tus colaboraciones (es verdad que a tu
partida, hacía ya un año, no habían estipulado un pago por las notas de viaje),
pero el periódico había llenado muchas páginas con ellas, y otros colegas las
habían elogiado calurosamente: “Este muchacho tiene futuro en el periodismo”,
le había dicho a tu padre un veterano corresponsal de un diario capitalino.
¿Y tu jefe no iba a decirte nada, ni
una palabra de agradecimiento? Estiraste la conversación unos minutos más. Todo
en vano: el tipo esperaba que siguieras laburando igual por el mismo sueldito.
¡Hubieras visto tu cara de frustración! En
la juventud podemos ser dolorosamente ingenuos.
Cuando saliste a la calle, caía una
fría llovizna; te levantaste la capucha de la campera; si alguien hubiera visto
tu rostro entonces, habría percibido una extraña sonrisa de satisfacción para
quien acababa de perder su empleo en tiempos difíciles. Pero ya no había marcha
atrás, nunca la hay en realidad.
Es notable cómo una palabra —o su
ausencia— puede cambiar nuestro destino. En este caso, un simple “¡gracias!”,
hubiera escrito otra historia…
INFIERNO
GRANDE
Daniel Abelenda Bonnet ©
“You can´t go back home”.
Bob Dylan
Con un sol amarillo de trigales,
Pastaban bestias, pasaban gentes,
Bajo el yugo de los trabajos y los
días
—antiguo ritual de las estaciones—
Pueblo chico, vidas secas…
Pero había una música nueva
Llamándote a andar caminos
Y partiste con poco equipaje
(unos poemas en un cuaderno liceal)
Pues la vida estaba en otra parte.
CUARENTA
Y PICO
Daniel Abelenda Bonnet ©
Hay un tiempo impetuoso
Para desafiar la muerte
(a los dioses o al destino)
Para hacer que las cosas sucedan
Y el mundo se acomode
a nuestra caprichosa manera.
Mas luego viene otro tiempo
Para dejar simplemente
Que las cosas se sucedan
Unas a otras lentamente
Como la noche sigue al día
Y la luz a la oscuridad.
UN VERANO
CON VIVIANA (Pinamar, 1988)
Daniel Abelenda Bonnet ©
V.C.
Todo en nosotros
Fue fugaz milagro
Un choque de planetas
Bajo un cielo de estío
Contando estrellas cómplices.
Y el mar borrando
Huellas en la arena
Aquel exceso de luz
Fue un anticipo de
Nuestra invencible
Inmortalidad de veinte años.
ARTÍCULO
DE FE
Daniel Abelenda Bonnet ©
No escribes para existir
Existes porque escribes;
Pues nada ocurre
Hasta que no lo escribes.
NECHI DORADO
Ciudad de Buenos Aires, Argentina.
Periodista, narradora y poeta. Autora del libro de cuentos y relatos Destapando el silencio (Ediciones Amaru)
de fuerte contenido social y a modo de homenaje a los seres que sufren la
marginación y el olvido. Es militante social y de derechos humanos.
¿SE
ACUERDA DE MI SUEÑO, MILAGRO?
Nechi Dorado ©
Milagro y Segundo forjaron su
historia en un pueblo de la Puna
salteña, cuando las condiciones laborales permitían que la pujanza dibujara
sonrisas en los cerros, entre la magia de un paisaje casi desdibujado, árido,
lleno de subidas y bajadas ondulantes en un terreno tan salado como irregular.
Milagro era quien sujetaba las
riendas de la casa cuando Segundo rumbeaba hacia la mina. Rostros curtidos por
los ventarrones de los salares, desparramados como tributos de acervo
geológico, eran la seña de distinción de la pareja, por cuyas venas latían
rastros de una cultura arrasadora, instalada a fuerza de cruces y espadas.
Como testimonio de sus pasos por la
vida quedaron cuatro pedacitos de humanidad que serían el vivo recuerdo de su
existencia. Como indeleble sello estampado en ese paisaje agreste, llamas y
zorros compartían espacios entre el olor penetrante del azufre, sin saber que
el futuro llegaría demasiado pronto para dejar cicatrices talladas en las almas
de la familia y el vecindario.
Una mañana de esas que podría haber
sido como cualquier mañana, Segundo se levantó temprano para comenzar su día de
trabajador minero. Fue un despertar agitado. Segundo transpiraba, su
respiración jadeante indicaba que algo muy feo estaba sucediendo dentro de ese
hombre fuerte, no acostumbrado a rendirse ni cuando la adversidad golpeara
ensañándose contra él y su familia. Verlo en ese estado, desesperó a Milagro,
que intuía que ese día no sería como todos, mientras se persignaba diciendo:
—Dios mío, ¿qué pasa, Segundo? Usté
no se siente bien, m’hijo. Espere que le preparo un matecito —mientras trataba
de espantar los resabios de sueño pegados a sus ojos tan negros de mirar
profundo.
—¡Ay mujer! Viera qué sueño tan feo.
No sé si fue un sueño, más bien creo que tuve una de esas cosas que usté llama…
¿cómo es que le dice, Milagro? ¡Una visión! Eso, una visión, Milagro, y usté
también estaba ahí. Y los muchachitos estaban, Milagro. Y estaba todo el
pueblo.
—¡Y eso, Segundo? Si es así no es
p’asustarse tanto, puntualizó ella.
—¡Qué cosa tan fea! Sabe, soñé o
viví, mejor dicho, porque yo eso lo viví d’enserio. Vi que pasaba por el hotel
de don Carlos Antúnez. Pasé también por la escuela y sentí el griterío de los
niños. El más chico me saludaba con la manito, pero lo más raro, Milagro, lo
más raro me pasó cuando bordeaba la iglesia.
—¿La iglesia? ¡Ay, Dios mío!
—respondió la mujer persignándose nuevamente—. ¿Usté soñando con la iglesia?
Con razón se levantó así de mal.
—Viera, vieja, allí estaba el padre
dando misa. Yo pensaba qué raro, misa en día de semana y Milagro que no me dijo
que iría.
—Ay Segundo, eso sería lo de menos,
¿desde cuándo usté dándole importancia a las misas si nunca pensó en la
iglesia, ni siquiera pa’ acompañarme? Y con lo bien que uno se siente cuando
va. Pero a usté nunca le hizo gracia, y mire que venir a soñar con la iglesia,
válgame Dios y María Santísima.
—Ahí está el tema, Milagro, porque
en el sueño yo me metía como si nada. Y vi al Cristo con lágrimas rodándole por
la cara de porcelana descascarada. ¿Es así como está?, ¿descascarado?
—Sí, Segundo, sabe Dios cuántos años
lleva en ese altar —respondió Milagro, mientras con una mano preparaba mate y
con la otra apretaba un rosario heredado de la familia, cuyo cofre era el
bolsillo de cualquier ropa que usara la mujer.
—El curita decía algo como que era
el final del pueblo. Y yo que quería preguntarle cómo podía ser que dijera eso,
pero ni me salía la voz pa’ preguntar.
—¡Ay Jesús, menos mal! —murmuró en
voz baja Milagro antes de agregar—: ¡Tan descreído que es! ¡No quiero ni pensar
qué cosa hubiera preguntado!
—No, Milagro, esta vez le juro que
no. Yo quería decirle ¿cómo que el final del pueblo? ¿Cómo puede decir eso? Vea
cómo llora el Cristo. ¿Y entonces pa’ qué están usté y los vecinos del pueblo?
Siempre fueron tan amigos y ahora lo dejan llorando d’esa manera.
—¿No digo yo! Menos mal que no le
salió la voz —dijo Milagro, mientras chasqueaba las manos sobre su falda. Por
enésima vez dibujaba sobre su pecho la señal de la cruz, casi como en un acto
mecánico irreflexivo—. Fíjese que hasta soñando es un irrespetuoso —protestó la
mujer frunciendo el ceño.
—Ya le dije, Milagro —continuó
explicando el hombre, aún agitado—. La cuestión es que el cura empezó a decir
que vendría al pueblo el asesino del tren y nadie podía creerlo. De repente lo
único que vi fueron ojos, toda la iglesia se llenó de ojos. Ojos sin cara, sin
nariz, sin boca, sin nada.
Ojosojosojos, repetía Segundo, casi
desesperado como volviendo a vivir ese sueño perturbador.
—Y todos los ojos lloraban y lo pior
es que yo también me puse a llorar.
—¿A llorar, Segundo? ¿Usté llorando?
Tiene razón hombre, eso no fue un sueño, usté lo que tuvo fue una pesadilla.
Tómese un mate calentito a ver si se calma un poco —ofreció Milagro.
—La cuestión, Milagro, es que de
pronto empezó a sonar el bocinón del tren, todos los ojos se cerraban. Parecía
que estaba pegando un aullido, era como si algo grande lo estuviera apuñalando
y él pidiendo socorro y los ojos se cerraban y yo los quería abrir y no podía. Y
más ojos y más ojos y yo escuchaba su grito en cada bocinazo y siempre pidiendo
socorro —contaba el hombre desordenada, desesperadamente.
—Los ojos se salían de la iglesia,
el único que estaba completo era yo. Salieron la Virgen , ese santo que tiene
una bata marrón que usté menciona siempre.
—San Antonio —respondió Milagro,
exhalando un suspiro de resignación.
—Sería —dijo Segundo—. Y se
escapaban los ángeles corriendo y el tren que seguía aullando y los ojos
volvían a abrirse y a cerrarse y yo empecé a sentir olor a muerte, Milagro,
olor a muerte.
Milagro se santiguaba continuamente,
su rostro empalidecía y sólo atinaba a repetir:
—Usté tuvo una pesadilla, Segundo.
—Yo corría hasta el tren, me daba
cuenta que se estaba muriendo, quería salvarlo, sacarle el puñal que tenía en
la espalda pero no había nadie p’ayudarme. Todos los ojos volvían a cerrarse y
usté ya
sabe, los ojos cerrados parece que
fueran ciegos. Y el cura tampoco ayudaba, Milagro. Creo que se fue el primero,
salió como disparado y los ojos lo siguieron. La voz no me salía, Cristo seguía
llorando, los angelitos corrían pa’ cualquier lado tropezándose entre ellos y
el tren que aullaba cada vez más fuerte y seguía saliendo sangre de su espalda
apuñalada.
Segundo seguía agitado, nervioso,
preso de un terror que no podía contener. Milagro dejó de cebar mate pero no de
santiguarse.
De pronto, la bocina del tren se
escuchó como todas las mañanas a esa misma hora. Milagro dejó el mate sobre la
mesa y se acercó a Segundo tratando de calmarlo.
—Tranquilo viejo, ¿no le dije que
tuvo una pesadilla? Allá viene, no hay quien pueda apuñalarlo, Mire que ver al
tren sangrando y apuñalado, sueño de locos fue ese —murmuró bajito Milagro
mientras cambiaba la yerba al mate.
—Segundo, vaya tranquilo pa’ la
mina, que Dios lo protegerá como siempre —dijo la mujer con tono de
preocupación.
—Menos cuando duermo, Milagro
—respondió el hombre antes de partir hacia la mina, aún todo transpirado.
El azufre era transportado en cable
carril desde la zona vecina hasta donde habitaba la familia. El agónico tren,
según el sueño de Segundo, lo transportaría con su serpenteante paso,
imponente, desafiando al cielo, separado de la tierra por la cadena montañosa.
Entre soledad y sal, entre pueblo y pueblo, tradición y cultura enmarañadas en
ese paraje lejano de mi tierra.
En la ciudad, otra formación
transportaría el elemento químico de número atómico 16 y símbolo S con destino
a la capital del país. Los pueblitos crecían, la gente vivía feliz entre
fiestas patronales, himno en la escuela, risa contagiosa de los pequeños, y los
perros correteando a los gatos que huían hacia los cerros que parecían pechos
maternales refugiando a los perseguidos. Pasaron los días, Segundo no lograba
olvidar su sueño al que seguía interpretando como visión y que Milagro llamó
pesadilla.
Una madrugada otoñal, cuando el sol
comenzaba a perder fuerza, dando lugar a que sombras absurdas aparecieran
vestidas con mantos corruptos, la pesadilla de Segundo fue gestándose como un
feto monstruoso, parido desde el centro de cerebros malditos, tornándose
realidad.
El trabajo comenzó a escasear.
Alguien repetía que un hermano del cuñado de la mujer, del primo de su vecino
de al lado, había escuchado de boca de un viajero que en la Capital se decía que ya no
era negocio rentable producir, sino traer de afuera. Segundo volvió a sentir
aquel olor a muerte. Sentía que se acercaba en silencio la sombra de la
desgracia cada vez que escuchaba noticias provenientes de la Capital. Y no eran
pocas.
Una tarde, bajo un cielo plomizo que
descargaba una nevada flojita sobre el lomo de las llamas y las montañas, el
“dios” del yacimiento reunió a los obreros para presentarle a una visitante
inesperada, cuyo nombre, se le ocurrió a Segundo, era parecido a desgracia.
Decía que por decreto, la mina cerraría en pocos días. Segundo revivió el
sueño. Pensó en Milagro y en los niños. Volvió a sentir que todo se convertía
en ojos cerrados, ojos que se abrían, ojos que lloraban como los suyos. Y vio
nuevamente a los ángeles tropezándose unos con otros.
Regresó a la acogedora casa donde
albergaran, hasta ese mismo día, las esperanzas de un futuro que estaban
asesinando. Volvía con la espalda doblada, la mirada ausente, el corazón
palpitando como cortado en pedacitos y sin forma de unirlos nuevamente.
A pocos kilómetros de allí,
sintieron un alarido igualito que el del sueño de Segundo. Fue el último grito
del tren que moría. Segundo sabía que lo estaban apuñalando.
Abrió la puerta de la vivienda, allí
estaba Milagro abrazada a los niños, la noticia había corrido como corre la
nieve por la falda tableada de la montaña.
—Tenemos que irnos dentro de poco,
Milagro, vaya preparando las cosas que se puedan llevar. Acá ya no queda lugar
pa’ más nadie.
—Vio, mi viejita, lo apuñalaron
nomás —dijo Segundo, tragándose las lágrimas para que sus hijos no notaran su
flojedad.
—No sé cómo haremos pa’ ir a visitar
a sus hermanos, se acabó también la familia, mi vieja.
—¿Y dónde iremos? —preguntó la mujer
acariciando el rostro entristecido de su compañero.
—Ay, Milagro, mujer, ya vio que yo
no sueño si no que tengo visiones. En una de esas, quién no le dice, empiece a
soñar de nuevo. Por ahí sueñe que el gigante se recupera de esta puñalada
—decía Segundo próximo a asistir a las exequias de lo que fuera su pueblito
antes de convertirse en un fantasma insepulto entre el paisaje árido y las
esperanzas despedazadas.
Algunas mañanas, cuando el sol
tímidamente asoma, pareciendo ensartarse en los picos de la cordillera,
rasgando las sombras de la oscuridad, dicen que se escucha el aullido del
gigante que yace a lo lejos, entre la herrumbre y el olvido. Sigue con el puñal
clavado en su espalda de acero, dando desesperados manotazos, tratando de
acariciar los restos de una historia derrumbada.
—Que vuelva a soñar, Segundo, se lo
ruego —pide Milagro a su Dios todos los días—. Usté sabe lo bien qu’estábamos
allá…
SENTENCIAS
Nechi Dorado ©
“Multiplicaré en gran manera tus
dolores y parirás con dolor”.
Y con dolor los parió, nomás.
Y se hicieron hombres y mujeres en
medio del dolor.
Y hasta los vio morir
cuando la guerra fratricida
reventó los espejos de sus almas.
Y vio a un hermano asesinando al
otro,
inducido.
Y vio a un padre llorando sobre el
despojo
humeante,
de lo que fuera su simiente
florecida,
disecada,
arrancada antes de tiempo
de la vida.
Y cuando alguien dijo, habrá un
mañana,
ella volvió a temblar.
Y descansó su rostro entre las manos
callosas,
recordando la sentencia:
“Multiplicaré en gran manera tus
dolores…”
II
“Ganarás el pan con el sudor de tu
frente”.
Y no ganó ningún pan,
apenas las migajas que caían
del plato del gamonal.
Y recordó nuevamente
la sentencia…
III
"Mi carne es verdadera comida, y mi
sangre es verdadera bebida".
Y fue caníbal el hombre y la mujer,
cuando transubstanciaron el pan
diciendo que era el cuerpo del
Padre.
Y fue vampiro cuando se bebió la
sangre,
transubstanciada también.
Y siguió multiplicándose el dolor
por esta tierra.
Y ella volvió a recordar
tantas sentencias.
ÓSCAR JOSÉ FERNÁNDEZ GALÍNDEZ
Nace en Caracas, Venezuela, el 30/5/1971.
Es poeta y biofilósofo. Profesor de biología. Sus investigaciones y reflexiones
lo llevaron a proponer una teoría que explica la complejidad de la vida desde
los paradigmas emergentes en biología, a partir de la “Teoría metacompleja del
pensamiento biológico”. Desde allí relaciona ciencia, arte, filosofía y
política, para intentar aproximarse recursivamente al pensamiento y hacerlo
transdisciplinario, centro de sus búsquedas y creencias.
Cree en el lenguaje como un
extraordinario recurso para lograr la comunicabilidad y a su vez cree que éste
es a veces una trampa que se pierde en la multidimensionalidad de la cultura.
La vida es para el autor una espiral
que, al intentar retornar al punto de partida, nunca vuelve en la misma
dimensión experiencial. Éste es el eterno retorno que no retorna. Su posición
bioanarquista ante la vida lo lleva a entender la sociedad como una instancia
artificial en la que lo más importante es permitir la libre expresión de la
diversidad.
Se define como ecologista y poeta. O
tal vez al revés.
ROSA
VERDE
Óscar José Fernández Galíndez ©
“Todo es
veneno. Nada es veneno.
Todo está
en la dosis”
Paracelso
Rosa verde de mis encantos
condúceme a través de tu vientre
espumoso
para conocer tu verdad.
Rompe con el vértice que te hace
cautiva
y olvídate de tu destino solitario.
Amanece y te veo dormida
pero eso no indica que no estás allí
te veo luchando contra ti misma
para encontrarle el verdadero
sentido
al viento.
Rosa verde alivia al incrédulo que
no cree en tus palabras.
Rosa mágica espérame en tu regazo
Y haz que mi búsqueda tenga un para
qué.
Verde te veo venir
a veces creo que me pierdo
en medio de tus pétalos
pero ellos lloran con sangre de
manantial.
No conozco de extravíos
pues tú siempre has estado
soy yo el nuevo.
Así como nueva es mi destrucción
que dice amarte.
Soy libre de quererte a mi manera
aunque sea solo una vez.
Mi amor asesino
es un amor autodestructivo.
Siento que salgo a trotar fumando un
cigarrillo.
Y te siento mía
te siento una en mi precipicio.
No te vayas sin despedirte
aunque sea yo quien te expulse.
Perdóname por lastimarte
pero necesito que me enseñes a
quererte
como te lo mereces.
Soy quien te ama
más allá del dolor.
Quiero amarte y que el dolor
no duela.
Quiero que siembres en mí
tu verde de esperanza.
Rosa verde del crepúsculo
sé que es posible amarte
sustentablemente.
Sé que es posible
crecer
homeostáticamente.
Sé que es posible
conocer los ciclos circadianos
de tu mirada.
Sé que es posible
transitar por la avenida
de tu ecosistema.
Sé que es posible
y estoy dispuesto
a vincularme
simbióticamente
con tu aroma.
ROSA DEL
COSMOS
Óscar José Fernández Galíndez ©
Somos
polvo de estrellas"
Carl
Sagan
Del cristal a las nubes saliste
hoy para regresar ayer
en un desastre de espera
que no te espera, regreso siempre
a un espacio que nunca es el mismo
vengo de un mundo igual
en apariencia pero distinto en
esencia tu sueño es
mi realidad
y mi realidad es tu recuerdo
existes porque yo digo que existes
la palabra es energía
la energía es pensamiento te veo
te toco
te huelo
te oigo
y eres virtual
tu catástrofe se autoorganiza en paz
en otros ojos
en otra piel
tu piel
tu cuerpo se amorfia cuando creo que
lo veo
en el espejo
parece que apareces
distinta
distante
en la escalera espiral que reconoce
mi herencia
es gemela la idea que se disipa a sí
misma.
Eres molécula partícula
materia y antimateria
creamos al mundo que nos crea
somos vida en el big bang
átomos en la historia
copo de nieve en el universo
orden en el caos.
En la dimensión paralela de tu vida
gobierna la materia oscura
y hace de los horizontes de sucesos
sólo un tránsito hacia un encuentro.
Olvidé caminar
recombinantemente
por mis dudas cotidianas
recorriendo las mordazas
que reconducen
mi espacio mutagénico
haciendo posible
la transmutación de la risa
en hormigas cósmicas que
juegan a ser Dioses.
Somos creadores extraterrestres
dentro de nuestro propio espacio
interno.
Por favor no me olvides
pues existo sólo si me piensas
no soy más de lo que esperas
ni menos tampoco
sólo soy una idea
tu idea.
No tienes que decirme
que hay vida después de la muerte
o que Cristo es extraterrestre
o que nuestros ángeles
son viajeros del tiempo
lo sé
lo sé.
Hoy le hago el amor a mi computadora
un casco
unos sensores
un programa de inteligencia
artificial
en resumen un orgasmo programado.
Mañana me compraré un robot
para que me enseñe a ser persona.
Está por darse la última pelea
los perfectos genéticos
contra nosotros.
Dicen que con las nuevas piernas de
titanio
se corre más rápido ¿serán tan
buenas como dicen?
Disculpa me tengo que ir
debo tomar el próximo vuelo a la Luna
me ofrecieron un empleo de guardaparques.
Nos vemos dentro de 200 ó 300 años
Ahhh… se me olvidaba también soy
inmortal.
Mi Dios también tiene Dios.
ENTRE
ANTROPÓLOGOS TE VEAS
Óscar José Fernández Galíndez ©
Los pasados 16 y 17 de diciembre del
año 2013 asistí a un interesante evento sobre el debate colectivo referido a la
construcción de la nueva ley de semillas. Éste se llevó a cabo en la sede de la
escuela agroecológica Indio Rangel, ubicada en la comuna del mismo nombre en la
ciudad de La Victoria
(Aragua), convocado por el Ministerio del Ambiente y algunos colectivos
ecologistas del país.
Hasta allí todo bien e interesante,
lo único que podría cuestionar es la aparición de un fenómeno que de no ser
porque ya se está haciendo un poco común, diría que se trata de un extraño
fenómeno. Me refiero a lo que he denominado la epidemia de los antropólogos de
clase media. Trataremos de caracterizar dicha situación:
a) Se visten con ropas muy
llamativas, tipo hippie de los años ’60.
b) Son todos muy jóvenes, creo que
no pasan de los 25 años.
c) Por lo general se identifican
diciendo: “soy antropólogo(a)” o dicen “nosotros los científicos”.
d) En su mayoría son caucásicos,
aunque no falta uno que otro afro-descendiente.
e) Casi todos usan la cabellera larga,
tanto que parece un requisito para entrar en su clan.
En dicho evento se debatía, entre
otros aspectos, sobre la propiedad intelectual de las semillas y sobre la
prohibición o no de la semilla transgénica en el país. Dado todo lo antes dicho,
una de las primeras preguntas que me surge es:
¿Será o no transgénica la marihuana
que estos niños se fuman?, y si no fuman marihuana ¿qué clase de hippies son?
SOBRE LOS ESTEREOTIPOS Y LOS
ESTERIOTIPADOS.
Tanto en el ámbito cultural como en
estos espacios antropológicos pareciera que ser una especie de pieza de museo
andante es el orden del día. Tal vez funcione para ellos andar por la calle en
tal plan publicitario, pero no creo que funcione para un espía; es decir, andar
por allí mostrándose como tal. Irónicamente, de seguro sería un interesante
disfraz para un espía hacerse pasar por un hippie de estos. Otra cosa, que sí
vale la pena reconocer de estos muchachos, es que construyen interesantes
argumentos y el debate con ellos se da de forma amena. Me gustó tanto el
compartir con ellos que hasta quizá, fume de esa marihuana. Eso sí, nunca me
vestiré como ellos. Amor y paz, hermanos.
CANABIS OR
NOT CANABIS, THIS IS THE PROBLEM
Por un lado la podemos ver como una
planta medicinal, por cierto muy útil para calmar dolores crónicos, es por ello
que en algunos países se ha aprobado su uso sólo bajo estricta vigilancia
médica. En otros como en Holanda se permite un consumo mínimo para sus
habitantes. En países como el nuestro se consigue de forma ilegal y a pesar que
hoy día se aprueba el uso de los terrenos urbanos como espacios agrícolas
(agricultura urbana), no estoy muy seguro de que sea bien visto el usar algunos
de esos terrenos para cultivar marihuana. Se me ocurren muchas promocionales,
por ejemplo: “te cambio tu arma, mi pana,
por un poquito de marihuana”. O “si
tienes un dolor que ya no aguantas y que ni el dentista repara, ven con
nosotros y cultiva tu alivio”. “Que
no te duela la vida. Viajemos juntos”.
Y podríamos crear una fundación
FUNDACANABIS y su slogan no sería por una Venezuela libre de problemas, sino a
Venezuela ya no le importan los problemas, de allí que si nos invaden los
gringos, nos drogamos con ellos.
Pero más allá de todo esto, no es
suficiente el uso agrícola, el uso medicinal, y su posible uso para combatir la
violencia. Si todos la usamos podríamos generar un efecto colectivo de
relentización del tiempo, y podríamos hacer por ejemplo que el día nos dure más
para hacer lo que tenemos que hacer, o que simplemente ya no nos interese lo
que tenemos que hacer. Claro que tal vez debamos tener algunas medidas
restrictivas para los conductores de transportes escolares y los conductores de
ambulancias y tal vez si todos cultivamos nuestra marihuana no transgénica y
sin agroquímicos (eso sí) podríamos ser libres, felices y viajar por siempre en
una eterna nube.
AUTOANÁLISIS
Revisando todo lo que he escrito
hasta el momento me pregunto, ¿qué será lo que me ocurre?
a) ¿Será que quiero volver a tener
la edad de esos chamos antropólogos?
b) ¿Será que quiero ser antropólogo
de clase media y como soy afrodescendiente, ser también rasta fary?
c) ¿Será que no quiero tener
problemas como ellos?
d) ¿Será que…
Lo único que no me pregunto —porque
la respuesta es más que obvia— es: ¿Será que quiero marihuana?
ÚLTIMA HORA
Una fuente muy cercana a la tribu de
los neohippies antropológicos me informa que estos en su mayoría no son marihuaneros
y, por consiguiente, que la marihuana no es un indicador consistente a la hora
de catalogar a dicha tribu urbana. Seguiremos informando.
La noticia de arriba expresa una
gran confusión, porque entonces: ¿Qué se fuman? Porque no cabe duda de que algo
deben estar fumando. Hace algún tiempo, cuando me inicié en esto de la
reflexión filosófica, era por cierto un chamo como ellos. Logré producir mi
primer texto reflexivo luego de unos meses. Éste contenía sólo seis cuartillas.
Salí corriendo a mostrárselo a uno de los profesores de la universidad que
hasta ese momento era alguien que me parecía de mente abierta. Éste, al ver el
material y entender poco o nada, me dijo: ¿Qué te fumaste?, ¿estaba verde?
GINNA VANESSA PÉREZ
NOGUERA
Nacida
en 1995 en Bogotá, Colombia, ciudad donde reside. Escribe hace unos años y dice
haber encontrado en la poesía una pasión y forma de vida que le permite llegar
a quienes más quiere. La poesía se ha convertido en su vida, en su diario vivir
y en su anhelo más grande.
SE ACABÓ LA TINTA
Ginna
Vanesa Pérez Noguera ©
Pesadez
a flor de piel,
se
han cansado los pies
y
la hiel invade corazones,
y
los párpados lloran
al
son de dolor.
El
martirio
habló
en la letra,
y
tan bendito como maldito,
se
creó el hechizo versal.
No
llora,
porque
está cansada
y
casada con el camino frívolo
y
ahogada por la oscuridad de la vida.
¿Adónde
vais con ese rostro de cicatrices?
Le
ha dolido ver los rostros,
y
levantar la mirada fija.
No
conocemos
la
dificultad frente al espejo,
el
riesgo de salir
y
escuchar las risas
y
sonreír y diferir,
y
callar y seguir,
y
tragar y escribir.
Hace
mucho se escribió el dolor,
y
qué bello ha sido revivirlo en vivencias,
que
plasmadas en un libro,
recuerdan
la pena de vida.
Si
no respondes,
no
es tiempo,
es
ausencia,
pena
en la pupila
y
augurio de melancolía.
Que
la vida es fría,
negra
y perdida,
vacía
y dolida,
pero
que acabará algún día.
Se
cayeron las hojas
y
el sol se apagó,
la
razón te olvidó
y
el corazón te traicionó.
Querer
lo imposible,
sucesos
inexplicables,
con
sustancias irracionales,
¡Vida
mía!
Mira
al cielo,
y
pide clemencia,
y
pide clemencia a sus dos pertenecientes,
para
que no le olviden
y
sepan la carga que llevará siempre,
constante
y aguda.
Mira
al cielo,
sus
dos de arriba,
llevados
en la piel,
¡Que
no le olviden! ¡Que no le abandonen! porque se acabó la tinta...
Se
acabó la tinta.
¡VIVE EL POEMA!
Ginna
Vanesa Pérez Noguera ©
¡Que
te gobierne un verso!
Vocifera,
por tus calles el amor prohibido de aquella dama,
róbate
el beso a la pasión,
abraza
la pena, y hazla tuya,
pero
empápala de regocijo,
pinta
con tus manos de Van Gogh, la oreja del alma,
escribe
en los muros de la ciudad, el verso clandestino,
acaricia
sus curvas, acaricia la curva de su sonrisa,
camina
bajo la lluvia y lava la culpa,
sécate
las lágrimas,
¡Vive
el poema, vive el verso y su más grande entrega!
libera
el rencor
y
entrégate, aunque el dolor mañana te agote los segundos de vida.
Perdemos
vida ahora,
y
a cada tristeza se nos va una alegría,
que
extrañaremos de viejos,
que
extrañaremos de cansados,
a
cada golpe perdemos fuerza,
a
cada miedo perdemos valentía,
a
cada riesgo, ganamos vida, y recuerdo sagaz.
Lee
con tanta pasión y amor estos versos
como
fueron escritos,
a
ti te escribo, que me das vida al leer,
que
me recuerdas aunque no exista,
que
me das honores de devolverte una esperanza.
Porque,
se
escribe a la pena, para hacerla bella
al
amor prohibido, para hacerlo posible y encarnizado en ilusiones,
al
cóndor herido, que busca refugio en dos manos,
al
niño perdido en cada corazón.
No
pretendo hacer una revolución,
solo
quiero despertar el corazón de quien me lee,
de
quien me da razón de existir.
J. ANDRÉS HERRERA
Escritor morelense. Nació en
Cuernavaca, México, en 1990. Su obra aparece en diversas publicaciones impresas
y digitales. Es miembro colaborador de la Revista Tajo y de la Revista Ombligo.
Tiene dos poemarios digitales que circulan libremente en la red: Eso que revienta (2012), El morbo y las promesas (2014). Dice que
estudia la Licenciatura
en Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Primer lugar en el XVI
Premio Universitario de Poesía “Décima Muerte”.
GATOS
J. Andrés Herrera ©
El gato se llamaba Caralampio y el
otro, el que no recuerdas, Misifuz.
El manchado desaparecía días
enteros, regresaba flaco y arañado
o doblemente gordo y bien bañado; a
veces, con correa.
“Pero si aquí nació”.
Te enojabas, y entonces cargabas al
de rayas, le decías que él no era un malhijo,
que respetaba su casa, que te quería
mucho y que estaría siempre.
Mis recursos siguen siendo tan
pobres como entonces
pero no puedo contener estas
imágenes muertas.
Tiraban zarpazos a un ave y después
la dejaban para ir a tomar leche.
Eran los gemelos del espejo triste y
el espejo muerto.
El manchado se llamaba Caralampio,
no te gustaba amarlo por su actitud.
Al rayado lo amabas como al aire,
sin querer, pero ya no lo recuerdas.
POEMA DE
CUERNAVACA
(fragmento)
J. Andrés Herrera ©
IV – Estancia de golpes
Polvos solos en futuros y pasados,
polvos aquí en mi pecho, donde nadie
aborda la travesía.
Huyo para enamorarme una vez más
antes del aullido que suicida,
huyo para hallar otros dientes.
En tu centro, mi corazón es un niño
que levanta piedras
y sólo basta abrir los ojos en tu
espalda
para recuperar el vuelo de los
amados.
Mi boca ya es amarga.
En tu iris despojado del ruido,
poco a poco me desoriento y
desvarío.
Me basta uno de esos blues donde
canta una mujer,
que seguramente me rechazaría y
quedó loca.
Me basta que sea gringa, negra, de
los años cincuenta.
Me basta un hotel en una calle de
Chamilpa,
donde mi mujer me espere desnuda en
la cama,
un cigarrillo ocasional, ya sin
vicios
y llorar en la bañera —yo nunca tuve
bañera—
mientras afuera, Ciudad voyeur, tus
piernas se humedecen
recordando mi carne adentro diez
minutos antes.
Pero mis sueños no son tan
terrenales
y por imposibles te esbozo en un
beso una mentada,
y un rezo, y te conjuro en las
barrancas,
y te quemo, y te hago una
perforación en humo
y una estatua de flamas azules.
Ciudad lila, nunca olvidaré tus
jacarandas.
NANCY JAZMÍN GONZÁLEZ FLORES
(Colima, México, 1983). Licenciada
en letras y periodismo por la
Facultad de Letras y Comunicación de la Universidad de Colima.
Docente en diversos institutos de enseñanza media y primaria. Ha realizado
colaboraciones literarias mensuales, así como periodísticas, en medios
electrónicos e impresos, tales como Colimarte (http://colimarte.blogspot.com/),
diario Avanzada Colima, y en las revistas Vida y Mujer Colima, Fumarola,
Trafalgar (Colima), Colimarte, La piedra lisa.
Mención honorífica en el Primer
Certamen Estatal de Relatos de Terror y Misterio (2008), organizado por la Secretaría de Cultura
del Estado de Colima y Radio Levy.
Participación como ponente en el
Taller “Arte y Dramaturgia en Protagonistas” en jornadas literarias 40 años de
Protagonistas de la
Literatura Mexicana , homenaje a Emmanuel Carballo (Secretaria
de Cultura y el grupo literario “Voz de Tinta”, 2005).
Nancy González Flores ©
Siempre escuchaba supersticiosos
cuentos sobre fantasmas, apariciones y espectros, narrados por la abuela quien
nos asilaba a mis primos y a mí durante cada fin de semana. Noche tras noche,
una vez después de la cena era todo un ritual sentarnos en el alfombrado piso
de la sala, frente al tumultuoso equipal de piel color chocolate donde le
escuchábamos relatar sobre hechos fantasmagóricos, sirviéndoles como
espectadores mis primos que le contemplaban atentamente en cada palabra, gesto,
ademán o indicación gráfica que hiciera con sus manos.
Mi escepticismo por excelencia era
más que evidente para la vieja, por lo que en cada intervención de mal gusto
que hiciera yo, ella esbozaba una estirada sonrisa de sus apretados, delgados y
arrugados labios, mostrando disgusto. Concluida la escalofriante velada, en esa
ocasión arremetí diciéndole que las historias antes contadas eran más que
falacias. Eso definitivamente fue la gota que derramó el vaso para la anciana.
Enfurecida, con la mano empuñada me amenazó con su huesudo dedo diciendo:
¡espero que Dios no te vaya a castigar por incitar a los muertos!
Solté una carcajada y le di un beso
de buenas noches en la mejilla, a manera de son de paz. Entré a mi habitación
designada y me acosté. Al cabo de un rato sentí mis brazos totalmente inertes,
tirantes. No respondían a ninguna forma racional, era una clase de estado
cataléptico (ya que mi estado mental era más que lúcido), mientras que una
fuerza invisible llena de enojo y violencia me tomaba del cuello para
estrangularme. Instantes seguidos comencé a visualizar un rostro mutilado,
desfigurado totalmente. Su mirada era aterradora. Existía una ardiente
intensidad en sus ojos, quedé atónito.
El frío más intenso y palpable, que
me llegaba hasta los huesos, se desvaneció cuando mi abuela entró a la recamara
por unas costuras olvidadas en la cómoda. Al encender la luz, me encontró
pálido como un espectro, sin energía ni calor en el cuerpo, completamente
estupefacto. Mi abuela solo sonrió, y sin decir nada se apartó cerrando la
puerta, mientras que en mí cambió toda perspectiva de mí mismo.
ANDRÉS AGUILAR-PÉREZ
Nacido en Los Teques (Estado de
Miranda) el 11/5/1940, reside en Caracas, Venezuela. Escritor. Maestro de
enseñanza primaria. Directivo de la Golden Sheet. Militante comunista en su país, fue
guerrillero y preso político, y sufrió exilio durante varios años. Ha colaborado
con diversos artículos para la prensa nacional (Tribuna Ideológica Hoy).
Obras:
Novela: Mala vida, Un muerto muy
especial (dos ediciones), Por aquí
pasó el Comandante Elías, Eva una
mujer de otro mundo. Relato: Los
sueños de Carmelo (dos ediciones). Monólogo: El pájaro azul o cuando mi ayuda perdió a Oscar Gálvez. Poesía: Siete fechas y un epitafio (dos
ediciones), Este sol sí quema, carajo
(poesía), Josefina nos dijo adiós.
Reportajes: El Callao y su calipso
(para la TV
europea), La lucha armada, guerra que no
se perdió (sociopolítico), Reportaje
en 1965: Venezuela bajo el signo del terror; La muerte de Santos Yorme. Otras:
Comandante Roque (homenaje a Iván Daza), Participación
de la muerte de Carmen Sofía Pérez Olivares de Aguilar, Decreto para la Autoridad Única Social
de la Faja
Petrolífera del Orinoco, Carta a Teodoro Petkoff, Carta al General Raúl Isaías Baduel, Entrevista
a la sombra de Carlos Tablante.
ESO ME
RECUERDA CUANDO IBA YO…
Andrés Aguilar-Pérez ©
Para
Alejandro “Kazawa” Aguilar
Vino la noche, por cierto, se acercó
de manera extraña, a los pocos minutos de iniciarse la reunión comenzó a llover
a cántaros, preludio de que las cosas no estaban bien, los jovencitos que
componían las brigadas de combates eran nuevos, ante los destellos de los
relámpagos tiritaban de frío y estaban calados hasta los huesos, esta prueba
era buena, porque sabríamos a la brevedad quiénes se quedaban y quiénes se irían
otra vez a sus sitios de origen, cuando llueve en la montaña el mundo que nos
rodea se mueve distinto, no se parece en nada al que estamos acostumbrados. Dormir
a la intemperie y mojado es una situación difícil y desagradable para cualquier
cristiano. Espero que estén montadas las guardias y las contraseñas, Sí, mi
comandante, todo está revisado, estoy enviando una unidad para que atiendan a
los que están alejados del campamento en esas funciones, no olvide que hay
mucho muchacho, muchos son novatos, Que venga para acá el negro Acacio,
necesitamos gente ducha para proteger el campamento, con este aguacero
cualquier cosa puede suceder, que utilicen los plásticos y el personal se
proteja bien junto a las armas y la comida, esto parece que será largo. Esa reunión
del comando de la guerrilla fue para informarnos que pronto nos visitaría el
comandante del Frente Simón Bolívar, el mítico comandante guerrillero Argimiro
Gabaldón, quien nos uniría a otras fuerzas porque estaríamos, más pronto que
tarde, dándole una derrota estratégica a las fuerzas del enemigo, esa fue la
información que tuvimos, Por eso debemos entrenar rápido y eficazmente a toda
esta gente, que estén bien preparados para las acciones futuras, hoy somos 23,
pero mañana podríamos ser 100, con lo cual pudieran darse una serie de
complicaciones, cuento contigo Carmelo para afinar las cosas, sobre todo en lo
que se refiere a las líneas de suministros, guerrilla con hambre no llega a
ninguna parte, las líneas de apoyo son fundamentales y tienen que estar en
manos expertas, eso no puede quedar al azar, necesitamos una buena base social
en que apoyarnos, es elemental que pongamos nuestro mejor empeño en el trabajo
político con los campesinos de esta zona.
Esa noche de noviembre fue infernal,
llovía a mares, relámpagos, truenos y frío, acurrucados bajo las cubiertas de
plástico hacíamos lo mejor posible para darnos calor unos a los otros, eran
horas interminables de agua cayendo de unas nubes muy bajas que parecían
concentrar toda su furia en nosotros, Esto se parece a cuando llovió en mi
pueblo seis meses seguidos y nos aguachinamos todos, cuando escampó nadie se
conocía, porque habíamos cambiado de color, no teníamos un solo pelo en el
cuerpo y los ojos eran como de gato asustado después de una pelea con perros,
animal de montaña cuando le encandila la claridad de una linterna, eso fue hace
como diez años, yo todavía era muy niño, Coño, Acacio, yo no recuerdo que en el
país haya pasado una vaina así, tú sabes lo que son seis meses lloviendo sin
parar, ni cuando el diluvio, Claro, Carmelo, eso fue mas o menos en la época en
que Toribio Quero fue a hablar con mi tatarabuelo, Don Álvaro Pérez Guánchez,
en las afueras de San Antonio de Los Altos, sitio en el cual estaba establecido
con su bodega de víveres, que era parada obligatoria de todos los parroquianos
que transitaban esos lugares, Mire, Don Alvaro, vengo a confesarle algo que me
está sucediendo con mi mujer y pedirle su opinión de hombre serio y de
experiencia, creo que mi mujer, Don Alvaro, me está montando cuernos, me está
volteando, Un momento, amigo, eso me recuerda, precisamente, una vez que iba yo
para Villa de Cura a unas fiestas patronales, con liqui liqui blanco abierto
desde el segundo botón y mancuernas de oro legítimo, botas de media caña, sombrero
alón de pelo de guama, montado en un caballo alazán acanelado, tres cabos
blancos y un lucero en la frente, puro nervios, que le había comprado a Don
Gilberto Torres Campos, en su hacienda por los lados de Obispos de Barinas,
Perdóneme, Don Álvaro, que lo interrumpa, pero qué tiene que ver eso, todo eso
con el problema que vine a plantearle, Espere, que sí tiene que ver, recuerdo
que di una vuelta por el pueblo, faroleando sobre mi caballo, para llamar la
atención de los parroquianos porque quería que supieran que había llegado un
jinete bien montado y bregado en unas cuantas plazas que sabían de mis
triunfos, obtenidos en buenas lides con los mejores del país, cuando a las
cuatro de la tarde se presentaron los toros coleados y cabalgué con los sabios jinetes
de la región y tumbé en las cinco lanzadas en las cuales participé, en la
última carrera salí con los mejores coleadores de esa generación que fue
extraordinaria y todavía se habla de ella, El Ñero Guillén, Juan Carlos Panza —El
Niño de San Silvestre—, Joseíto Materán, Chichilo Arleo y Alberto Alifa,
hombres bien montados sobre bestias soberbias y gallardas, al grito de cacho en
la manga, apareció un jinete sobre un potro retinto, vestido de lino blanco y
sombrero alón, José Bernardo Pérez, uno de los coleadores con más sabiduría en
todos Los Valles del Tuy, valiente a la hora de jugársela para atacar, en
algunas partes le llamaban El Diablo de Charallave por su arrojo a la hora de
las chiquitas, salimos juntos, peleamos el rabo del animal, su retinto pegaba
duro a mi alazán, sentí sus riendas en mi pecho y seguro estoy que sintió las
mías en el suyo, era una batalla de hombres que se juegan el todo por el todo,
ocho caballos en barajuste, en glorioso, único y épico tropel, taconeé a mi
montura que respondió con prontitud, recuerdo que de inmediato recibí varios
golpes y estrujones de los otros participantes en la manga, volví a taconear
los ijares y mi caballo se montó sobre el toro, fue cuando agarré la mota del
rabo completa del cornúpeta, le di vuelta en mi mano izquierda y pensé, ya es mío
y corrimos juntos un trecho hasta que mi cabalgadura, apurada por el retinto de
José Bernardo, entrenada en estos menesteres se lanzó para la tumbada, el
derribo, al toque pequeñísimo de la espuela, estaba esperando esa orden, me
salí de la silla por el lado derecho y mi cabeza llegó a estar por debajo del
pescuezo de mi potro, hice mi último esfuerzo y solté al morlaco como dicen los
españoles.
El toro, una bestia, un bicho negro
como la noche cuando se aparece el diablo de repente para llevarse al mortal en
el cual ha puesto el ojo, pesaba cerca de ciento ochenta y cinco arrobas,
trastabilló y perdió la vertical y al caer dio una, dos y tres vueltas para
aterrizar definitivamente, patas arriba entre una monumental nube de polvo que
oscureció la tarde y el sol desapareció, de inmediato ese animal se levantó
febril, arañó la tierra con las pezuñas buscando al que le había propinado
semejante afrenta, y logró ubicarme entre el tumulto de caballos y jinetes, me
miró fijamente, midió la distancia con precisión de agrimensor, y se
desprendió, como en un torbellino, en una arremetida infernal hacia mi caballo
y yo, con toda su furia, escupiendo una baba lechosa que le salía desde los
infiernos de la rabia y un fuego intenso, volcánico, brotaba de las cuencas de
sus ojos y, aunque nos burlamos de la muerte con una cabriola magistral en esa
oportunidad, todavía el toro acuchilló a Buenas Tardes en el anca izquierda con
una herida de consideración, mi caballo resoluto y más brioso que nunca se
volvió sobre el toro, relinchó como la fiera herida que era, se levantó como
una catapulta sobre sus patas traseras y dejó caer sus cascos delanteros en la
cabeza de la bestia enloquecida que bufaba buscando una pelea en el cuerpo a cuerpo
donde era absolutamente mortal, allí quedó el toro atontado y maltrecho,
vencido nuevamente, se vino el público en aplausos y vítores, me llenaron de
cintas de todos los colores desde el sombrero a la cintura, también las crines
y los aperos de Buenas Tardes recibieron galardones, de manos del Maestro de
Ceremonias y a la vez el ganadero más importante de la zona, recibí un trofeo
así de grande de plata y una bolsa de cuero en la que sonaba una canción de
metal, eran 50 monedas de oro, después de los honores, hice una reverencia de
caballero y desmonté de Buenas Tardes, le acaricié la cabeza y el lomo, observé
su herida y me lo llevé caminando a lo largo de la senda que nos hizo la
multitud asombrada por el espectáculo que acababa de ver, hacia un frondoso
samán que daba bastante sombra en la cabecera de la manga de coleo, allí mismo
se presentaron los demás coleadores para saber cómo estaba mi caballo, le quité
la silla, recibí muchas recomendaciones, sin embargo, ya resuelto pedí una
aguja grande y pabilo y le dije a Buenas Tardes que le cosería y le iba a
doler, que no tenía otra opción, pero que era lo mejor que se podría hacer
debido a las circunstancias.
Alguien se me acercó y me puso la
mano en el hombro, era José Bernardo Pérez que venía a ponerse a la orden para
lo que fuera con tal de salvar a mi animal, Yo le ayudo en esta operación Don Álvaro,
un jinete y un caballo que han hecho lo que ustedes, merecen todas las
consideraciones del mundo, dentro de la manga de coleo y detrás del toro no hay
amistad, pero fuera y en estas circunstancias es bueno el tono de la
solidaridad y la camaradería, Te agradezco tus palabras, gracias por ese gesto,
No hubo ruido de ninguna naturaleza mientras cosíamos la herida de Buenas
Tardes ni cuando le vaciamos media botella de aguardiente una vez terminada la
operación, él me miró con dulzura sabiendo cuanto le amaba y yo le respondí
tomando un trago a su salud, así nos comprendíamos ese bello animal y yo, lo
palmoteé y lo colmé de caricias un rato mientras el caballo restregaba su
cabeza en mi espalda, luego lo llevé a descansar en un prado cercano con
bastante pasto y al cuidado de un peón al que hube de pagarle 10 pesos de
plata.
La noche se acercó llena de
estrellas y una brisa cantarina refrescaba las calles del pueblo, encaminé mis
pasos hacia la Plaza
Bolívar y allí en una casona colonial sede del Club Centro de
Amigos, donde sería la reunión para despedir la jornada con una fiesta por todo
lo alto, que posiblemente terminaría en la mañana del día que estaba por venir,
presenté mi invitación, al hacer acto de presencia, de inmediato se lanzó una
muchedumbre sobre mi y me felicitaron hombres y mujeres por doquier, un trago
aquí y otro más allá, una palmadita en el hombro, felicitaciones a granel,
recuerdo que estaba en un grupo muy animado en una conversación donde
hablábamos de caballos, arreos de ganado, las fiestas de Carmen de Cura cuando
mediríamos otra vez nuestras habilidades de caballistas un mes más tarde, en
eso se notó un gran revuelo en las puertas del recinto, se escuchaba una
algarabía y se abrieron los aplausos, era la reina de Las Fiestas Patronales de
Villa de Cura, la señorita Carmenofelia Colmenares, que llegaba con su corte
para presidir la reunión, era una belleza de tez morena clara, con una abundante
cabellera azabache que le llegaba más abajo de los hombros y en la cual iba
prendida una cayena roja como la sangre, era una escultura alta de alabastro,
enfundada en un vestido rosa escotado donde se le adivinaban unos senos
redondos, duros y apetitosos, de piernas largas y cara virginal, en verdad hubo
un chispazo de inmediato entre los dos, cruzamos nuestras miradas, y desde ese
momento quedamos prendados, ella tomó rumbo al trono que le habían preparado,
acompañada de sus damas de honor que luego me comentaron eran Maritza Bajares,
Ingrid Urbáez, Tania Ruiz, Mañanita Capriles, La Negra Maggi , Martha
Gómez, Isabel Moreno, Corina Bruzual, y Jossete Chalbaud, todas hermosas y muy
bien formadas muchachas, con excelentes atributos físicos a la vista de los
presentes, pertenecientes a muy buenas y reputadas familias de la región, esas
muchachas, ya mujeres hechas y derechas, tendrían una notable participación en
la historia contemporánea de este país, yo volví con los amigos, pasaron unas
dos horas, ni la reina bailaba ni yo tampoco, aun cuando nuestras miradas se
cruzaban a cada instante con mucha intensidad, en eso anunciaron al maestro
Fulgencio Aquino al arpa y a su cantador favorito Margarito Aristiguieta.
Para entonces, era el alma de la
fiesta, el caballero triunfador, de pronto me electricé ante los arpegios que
comenzaban a inundar la sala, en un movimiento de resolución solté las amarras
sin miramientos, se prendió un fuego intenso en mi corazón, apagué el tabaco
que fumaba pisándolo con mi bota derecha, hablé en tono alto para que el mundo
y los presentes me oyeran muy claro, crucé la sala ante una multitud perpleja,
pedí permiso a las autoridades y me planté ante la reina con la resolución del
hombre enamorado, para decirle, Señorita, baile conmigo, por favor, que
pareciera que he esperado por este momento la vida entera, ella asintió con un
pícaro mohín, los presentes comprendieron inmediatamente que algo especial
estaba por acontecer en esa comarca que era Villa de Cura, me dejaron la pista
para mí solo, mientras la reina bajaba los seis peldaños desde su trono con
garbo y majestuosidad, como levitando, bajo un halo de frescura y buen gusto,
un pañuelo blanco de batista en su mano izquierda que me entregó en señal de
que era el hombre más importante de la suntuosa fiesta que daban en su honor,
con una cálida sonrisa de parte de ella y una pequeña reverencia mía, quedamos
uno frente al otro.
Don Fulgencio Aquino, brillante y
celebrado arpista mirandino, el mejor del mundo, afinó su instrumento, acomodó
su espalda contra la pared tirando la silla hacia atrás, abrió su blusa hasta
el pecho, apoyó la caja musical sobre su hombro derecho, respiró profundo,
pulsó las cuerdas de acero y tripas de su arpa cálida y maravillosa, para
sumergirse en las tonalidades de un Golpe y Revuelta espectacular, como jamás
se había escuchado por esos lares, junté los pies, levanté la mano izquierda
hasta su cintura de avispa, y la reina y yo nos lanzamos al frenesí de esa
música mágica que es el golpe mirandino, nadie osó bailar al lado de nosotros
porque habría sido un pecado de consideración, ella sonreía desde una boca
donde despuntaban unos dientes perfectos y blancos como la nieve, boca carnosa
y provocativa como invitando a un beso suave y prolongado, mientras la llevaba
de aquí al cielo, con vueltas a diestra y siniestra, pasos de joropo de un
varón ante una dama enamorada, hablamos con la cadencia de la música en
nuestros cuerpos de lo que sería la vida que llevaríamos juntos en el futuro,
entonces llegó el momento de la figura principal del baile que ejecutábamos con
singular destreza, la ciño, la tomo por el talle y la atraigo hacia mi pecho,
pirueta que muy pocos bailadores pueden hacer cuando suenan los bordones y la
alada mano izquierda de Don Fulgencio Aquino sube los tonos de la Marisela y el vestido de
mi dama se abre como una flor, en eso ocurrió algo inesperado e insólito,
sucedió de improviso, algo se me salió de las entrañas, desde los confines
recónditos de mi ser, desde donde no hay sombras ni nombres, si señor, aunque
usted no lo crea, un reverendo y soberano pedo que hizo explosión como una
granada de cañón en tiempo de nuestra Guerra Federal, luego flotó en el aire,
despacio, espeso y maloliente, por supuesto, me había hecho en los pantalones,
es decir, me había cagado, si señor, en ese preciso y crucial instante, en ese
momento culminante y estelar de mi vida, el mejor tal vez, cuando estaba por
rematar la mejor faena de un Cantaclaro que había recorrido y dejado huellas
profundas en el mundo de los machos de este país, de un reconocido Quitapesares
contrincante del Diablo en más de una oportunidad en los lugares más inauditos,
cantador en esas sabanas de la inmensidad del llano, en la soledad más
profunda, donde el hombre tiene la oportunidad de un reencuentro con el hombre
inédito que lleva adentro, Pero, Don Álvaro dígame, por favor, eso que usted me
ha estado contando con tanto afán, dígame, qué tiene que ver con el problema
que le vine a plantear, Sí tiene que ver mozo y usted se habrá dado cuenta, qué
si yo no pude controlar mi propio culo, el cual he llevado encima desde hace
muchísimos años, en un momento tan especial y memorable como ese vivido por mí
en Villa de Cura, cómo voy a poder opinar y dar consejos sobre el culo de su
mujer que me es completamente ajeno, desconocido y extraño.
No me jodas Acacio, qué triquiñuelas
son esas, Nada hermano, que esa aguamentazón que cayó del cielo fue cuando mi
bisabuelo vivía en ese pueblo de Los Altos Mirandinos, en esa época llovió
mucho, los muertos bajaban como canoas calle abajo y llegaron a amontonarse más
de mil a la entrada del pueblo, ocasionando una epidemia que tuvo la
oportunidad de llevarse para el más allá a muchos otros parroquianos que no se
habían ahogado en la víspera, No me refiero a eso, sino a la reláfica de tu
tatarabuelo.
Esa es la pura verdad, lo pude
comprobar porque Manuel Vadell, excelente camarada y mejor combatiente, la
contaba siempre cuando íbamos a los cursos sobre el movimiento obrero o cuando
estábamos presos en la
Dirección General de Policía, ese dirigente es más viejo que
el carajo y conoció a mi tatarabuelo, parrandeaban juntos, Pero, Acacio, cómo
es eso que tu tatarabuelo contó toda una historia de su vida para darle
respuesta al pobre hombre que le hacía una consulta, eso es inaudito, por qué
no le dijo que él no se metía en esos problemas y menos que opinaba, Qué sé yo,
eso pasó hace mucho tiempo y esa gente era así, sin embargo, me parece sabia la
respuesta y muy contundente, Bueno, la verdad que viendo la situación, esa es
una manera elegante para no meterse en camisa de once varas, creo que tu
tatarabuelo tenía razón, válgame Dios, qué manera de decir las cosas tan
floridas y sustanciales, nunca había escuchado algo así, eso parece más bien un
cuento tuyo, algún día le preguntaré a Manuel Vadell si esta vaina que me has
contado es la pura verdad, Acacio, dime una cosa, Don Álvaro sigue viviendo en
Los Altos Mirandinos, Siempre ha vagado por esos lugares, con la neblina hasta
los ojos, ocultándose de los hechos ocurridos aquel aciago día en Villa de
Cura, en esas serranías estableció su hogar, en un lugar muy bonito llamado
Monteclaro y fundó una familia numerosa, Acaso se casó con la reina de esas
fiestas patronales del cuento, No, que va, qué se iba a casar con aquella hermosa
mujer, tengo entendido que se llevó con el tiempo a la hija de Metodio Delgado,
un hacendado y embustero de por los lados de Altagracia de Orituco, parieron
como diez muchachos, entre ellos mi bisabuela que fue una mujer de quitipún y
charrasco, más jodida que el Mocho Hernández y Maisanta juntos, era una mujer
respetada por todo el mundo, sobre todo por los hombres, de los cuales tuvo
muchos en su catre, pero esa es otra historia, mejor hacemos lo que nos
encomendó el comandante o vamos a tener un lío, un zaperoco de padre y señor
mío, Vamos, camina tú adelante, Acacio.
BEATRIZ CÁCERES
Nacida
en Cádiz, vive en Santa Paola (Alicante), España. Escritora, poeta, pintora,
fotógrafa aficionada, autora de un libro de poemas y relatos cortos, publicado
por Editorial Palibrio, titulado El
placer de divagar, titulo sacado de su blog personal www.mipanty.blogspot.com.
Su
nuevo proyecto, la novela La sombra del
secreto, puede consultarse en el blog mencionado al pie en segundo término.
MÁS ALLÁ DE TODO
Beatriz
Cáceres ©
Y
de repente se vio allí delante de la puerta. Casi no había notado cómo sus
pasos la habían llevado hasta ese lugar.
El
peso del pasado caía sobre sus hombros repartido en las pequeñas gotas de
lluvia, ínfimas huellas mojadas impregnadas de dolor.
Era
una fría mañana de noviembre. El cielo estaba surcado de plomizas nubes que
liberaban el agua con generosidad. El pueblo parecía haberse quedado anclado en
el tiempo. Los adoquines del suelo permanecían allí como eternos invitados de
piedra. Le parecía que por sus entresijos seguía creciendo el mismo musgo que
la vio nacer.
Treinta
años es mucho tiempo, pero apenas se notaba su transcurso en esa húmeda
atmósfera. Sintió una pequeña punzada en el pecho al volver a respirar sus
calles. Éstas estaban desérticas, parecía que la vida se encontraba en el
interior de cada ventana como si de peceras se tratara. Paseó la mirada hacia
ambos lados mientras buscaba la llave en el interior del bolsillo de su abrigo.
Sentía tanto frío… cada respiración formaba un pequeño velo al salir de sus
labios.
Cogió
la llave y la sostuvo un instante sobre la palma de la mano, incluso a través
del guante podía percibir la frialdad del metal. Era una llave redonda y hueca
con forma de arco en su punta.
Sus
ojos miraron la puerta. La madera estaba agrietada prácticamente en su
totalidad. Apenas se podía vislumbrar su color verde, que en otros tiempos
brillaba como barnizada con laca.
La
mirilla era una pequeña ventanita situada justo en su centro, con el pasar de
los años parecía que se había integrado totalmente a ella, como si nunca
hubiera podido ser abierta. Por un momento una sonrisa se dibujó en sus labios,
a su mente llegó el recuerdo de ella misma cuando no era más que una niña y
tenía que utilizar una banqueta para poder acceder a ella.
Soltó
la maleta suspirando. Sabía lo que representaba abrirla. Era como abrir su caja
de Pandora particular.
Con
un suave ademán, inclinó un poco la cabeza hacia atrás; necesitaba relajar los
músculos del cuello por un instante, antes de coger la llave entre sus dedos
para introducirla en la cerradura.
La
oscuridad se mostró sin barreras ante sus ojos. Tuvo que esperar unos segundos
para habituarse a ella. Apoyó la maleta en la puerta e inseguros, casi a tientas,
fue dando pasos cortos y vacilantes; hacia donde ella recordaba que estaba la
ventana.
Con
la yema de los dedos la recorrió buscando el pequeño pestillo para poder
abrirla. Lo levantó y al separar sus dos alas, ante sus ojos asomó una realidad
fantasmagórica. El polvo acumulado por los años reinaba en el espacio. Todos
los muebles estaban tapados por polvorientas telas. Que dejaban entrever la
silueta de lo que intentaban ocultar.
Se
giró y se dirigió hacia la puerta del patio interior de la casa. Corrió la
cortina que la cobijaba y la abrió. La fría humedad de la mañana le golpeó de
nuevo la cara. Se paró justo en el centro. Era cuadrado, tenía una superficie
de doscientos metros porque su abuelo en su momento le añadió terreno, llevado
por el amor que sentía por su abuela. Ésta pasaba un día tras otro las horas
muertas allí. Sonrió al observar que el limonero seguía todavía de pie en su
esquina. Ahora daba aspecto casi de desvencijado, pero podía recordar como
brillaban sus hojas y regalaba ufano el perfume de azahar, recorriendo éste
cada rincón de la casa.
La
mala hierba proliferaba por cada rincón, casi le llegaba a la altura de las
rodillas… No podía contar la cantidad de macetas ahora vacías, pero en su
momento pletóricas de color. La hiedra seguía creciendo por la pared, parecía
que trepaba desde el suelo en dirección al cielo, como queriendo escapar de sus
propias raíces.
Resignada,
encogió los hombros. Había mucho que hacer en ese lugar pero necesitaba
hacerlo.
Volvió
sobre sus pasos y se dirigió hacía su bolso. Necesitaba la mascarilla, no podía
exponerse a coger una infección. La cogió, se la puso y empezó a caminar por
las habitaciones de la casa abriendo todas las ventanas que encontró.
Y
la vida pareció despertar de su letargo, retiró todas las telas y las llevó al
centro del jardín.
Recorrió
cada rincón buscando fotografías y seleccionó sin dudar algunas concretamente.
Arrastró
como pudo un barreño grande que encontró casi oculto entre las hierbas y lo
colocó justo en el centro, donde no pudiera rozar nada. Introdujo las telas y
se sacó la máscara. Necesitaba poder mirar bien esas fotografías antes de
tirarlas encima del pequeño montículo de tela.
Una
tras otra desfilaron ante sus ojos. No quería dejar constancia de que alguna
vez esa persona había formado parte de su vida. Necesitaba intentar borrarla.
El simple hecho de que su imagen, atrapada en papel, pudiera devolverle la
sonrisa le repugnaba.
Nunca
había sido muy buena encendiendo fuego… pero milagrosamente éste mordía oxigeno
con verdadera rabia, haciendo crecer las llamas con rapidez. Caminó unos pasos
atrás y se quedó quieta, allí de pie… como hipnotizada.
—Sigues
hermosa —le dijo una voz, devolviéndola a la realidad.
Se
giró para ver a un hombre apoyado en el marco de la puerta. Lo que una vez
fueron cabellos oscuros como la noche, hoy asomaban entre mechones blancos de
luna. Su mirada se detuvo en sus ojos. Aquellos ojos le transportaron a unos
recuerdos que ella guardaba como un tesoro.
—¡Hola,
no sabía que estabas ahí. ¡Cuánto tiempo sin verte! —le contestó, intentando
conseguir que su voz pareciera normal. Notaba latir cada vez más deprisa su
corazón.
—Creo
que pierdes el tiempo. El fuego no borra pesadillas.
—Tienes
razón, no… no las borra. Pero me siento mejor reduciéndolas a cenizas —le
contestó, girándose de nuevo, observando casi sin parpadear las llamas.
—Me
alegra verte, de verdad. ¿Te piensas quedar? —prosiguió, preguntándole.
—A
mi también —le contestó con una sonrisa tímida— Sí, me quedo; siento que no
tengo que estar en otro lugar, que éste es mi sitio.
Él
caminó hasta ponerse a su lado. Todavía seguía manteniendo la misma altura.
Ella casi le llegaba a los hombros. Permaneció quieto y callado observando el
fuego. Una pequeña columna de humo gris se levantaba hacia el cielo, parecía
querer liberar los segundos de vida atrapados en aquellas fotografías
queriéndolas dejar a merced del viento. Sus pequeñas partículas simulaban
danzar una sinfonía inexistente.
—Todos
estos años sin tener noticia tuyas. Nada —prosiguió hablando todavía sin
mirarla—. ¿Has sido feliz?
—Sí,
no puedo quejarme. Me casé con un hombre que me amó hasta que murió. No he
tenido hijos. No es algo que me apene, simplemente resultó de esa manera. Luché
muchísimo por conseguir encontrar mi camino… —puntualizó ella—. ¿Y tú? —al
preguntar le buscó directamente los ojos.
—Yo…
no, no me casé. Si es eso lo que quieres saber. Pero he amado… si, alguna vez
he amado —al contestarle, su mirada estaba otra vez fija en la pequeña hoguera—.
He retenido tu imagen debajo de aquél paraguas todos estos años —su voz sonó
ronca por la emoción. Se giró y la cogió por los hombros— Todavía no he
conseguido entender por qué no quisiste que me marchara contigo… —su mirada
recorría los rasgos de Isabel como queriendo obtener de ellos la respuesta—. Aquella
mañana te llevaste contigo mucho de mí al subir a ese autobús. No he podido
secarme la sensación de humedad que me dejó esa fina lluvia. Es muy duro decir
adiós…
—Yo...
—Isabel agachó la cabeza, tenía que conseguir controlarse—. Carlos, no podías
venir. No te podía amar si antes no me amaba a mí misma. Era necesario que me
marchara, aunque eso significase dejarte atrás…
Carlos
le sujetó la barbilla y la levantó con suavidad. Clavó sus ojos en los de ella,
buscando su propio reflejo… Los ojos de Isabel eran oscuros, profundos trozos
de noche atrapados en el interior de sus córneas.
—¿Por
qué has vuelto? —le preguntó a la vez que la soltaba y se giraba dándole la
espalda.
—Estoy
enferma…
—¿Qué
te pasa? —su tono de voz había cambiado al hacerle la pregunta.
—Acabo
de superar un cáncer. No, no me mires así. Odio que todas las personas que
saben lo que tengo me miren de esa manera —le insistió Isabel levantando
momentáneamente la voz—. Mira… yo no esperaba verte. Pensé que estarías
felizmente casado y que tendrías una vida plena. No quiero tu compasión. Estoy
perfectamente. He venido porque cuando te enfrentas a una enfermedad tan
devastadora… te encaras a la vez a ti misma, a todos tus miedos. El tratamiento
ha sido largo y agotador. Es una enfermedad contradictoria, puesto que luchas
para ganar tiempo y en esa lucha parece que tienes todo el tiempo del mundo… Con
tantas horas de quimio tienes lugar a pensar. Y de repente un día te das cuenta
de que no querías morir sintiendo rencor. Con tantos calmantes ya no conseguía
recordar si mi padre, mi propio padre había hecho de verdad lo que hizo, o que
todo simplemente había sido un mal sueño. El hecho es que me vi en la fría
habitación de un hospital y mi corazón sintió que era momento de volver a casa,
nada más. ¡Y aquí estoy! —al decir esto levantó los brazos inconscientemente.
Carlos
caminó hacia ella y la abrazó. Metió la cara entre su cabello, podía respirar
su olor.
—He
pasado la vida amando a un recuerdo. No tienes idea de lo que he llegado a
sentir bajo mi piel. No tienes ni idea —insistió susurrándole al oído.
Isabel
tenía la cara casi apoyada en su hombro. No quería llorar pero las lágrimas
insistían en manar de su lagrimal.
—No
entiendo cómo puedes quererme. Ni siquiera soy la misma persona —le hablaba con
los ojos cerrados…
—El
corazón no entiende de razones, ni me molesto en buscar una explicación —le
contestó Carlos apretándola un poco más a su pecho.
Permanecieron
abrazados, delante de ellos la pequeña hoguera empezaba a agonizar reduciéndose
a cenizas. El cielo se había vuelto, si cabe, un poco más oscuro. Entonces, en
mitad del silencio empezaron a caer pequeños copos de nieve.
—¿Vamos?
—le preguntó Carlos mientras la soltaba, alargando la mano hacia ella.
Isabel
miró la mano y le sonrió… Sintió que por fin el miedo había desaparecido de su
vida.
EMBRUJO
Beatriz
Cáceres ©
Quisiste
a tu manera,
así de esa forma que
tan sólo tú sabes,
así de esa forma que
tan sólo tú sabes,
reducir
todas tus alas
a
un universo
centrado
en una maceta,
quisiste,
así
poder
sentir el abrazo
de
esas paredes de barro
cocido,
porque
no ignoras
que
lo infinito
no
se limita,
no
se puede acotar
a
la fuerza de la
misma
naturaleza.
Y
quisiste,
que
yo presenciara
ese
momento,
en
el que el duende
se
te despliega
en
forma de corolas
abiertas
en grana,
simulando
olas
de
puro sentimiento.
En
ese instante
en
el que el día
se
despide con
un
precioso beso.
Me
dijiste...
...espera...
no
dejes de creer.
Entre
mis hojas
anoche
la Luna fue susurro,
la Luna fue susurro,
quiso
descoserse,
soltar
sus hilos
y
sembrar
la
oscura cúpula
de
blancos jazmines,
para
que parecieran
estrellas,
y
con su aroma
llegar
a esta orilla,
que
no es capaz
de
rozar sus brillos.
Quisiste,
así de esta
manera,
como
tan sólo tú sabes,
que
yo recordara,
entre
volantes de pétalos,
que
una vez
pude
sentir
cómo
se encendía el verso,
perdido
entre
callejuelas
empedradas,
con
casas encaladas
de
blanca esperanza,
cuyos
ojos
como
ventanas,
tenían
el verde
hoja
color albahaca.
Quisiste,
verme
así,
con el alma
en
cueros,
incapaz
de que mi
propia
piel me limitara.
Y
yo embebida en este
embrujo,
reviso
mi propio
reflejo,
y
quiero abrir
mis
brazos
para
que sean alas,
porque
la noche está
quieta,
está
quieta la noche
y
quiero ser el aire
que
se atrapa,
en
el quiebro
de
esa cuerda,
que
insiste
en
rasgar el horizonte,
para
darle
cuerpo
de guitarra.
SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 66 – Septiembre de 2015 – Año VI
ISSN
2250-5385
Exp.
5199589 del 21/10/2014, Dirección Nacional del Derecho de Autor
Av. Del Libertador 6039 (C1428ARD)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
(currículo en Suplemento Nº 56)
Corrección general:
Noelia Natalia Barchuk Löwer
Resistencia (Chaco), Argentina
(currículo en revista Realidades y Ficciones Nº 13)
Ilustración de carátula y emblema:
Mónica Villarreal
Scottsdale (Arizona), Estados Unidos
Monterrey (Nuevo León), México
@mon_villarreal
(currículo en revista Realidades y Ficciones Nº 17)
@RyFRevLiteraria
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