SUPLEMENTO
DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 70 – Septiembre
de 2016 – Año VII
ISSN 2250-5385
Inscriipción gratuita como LECTOR
si escribe a zab_he@hotmail.com
si escribe a zab_he@hotmail.com
indicando nombre y apellido, ciudad y país
(se le avisará cada nuevo número trimestral)
“Íbico de Rhegium”
Mónica Villarreal (2016)
(Técnica mixta sobre papel,
14" x11" pulgadas)
Serie “Poetas
Clásicos Griegos” |
Sumario:
• Estela BARRENECHEA (Argentina)
• Ángel AUGUSTO UICAB (México)
• Julián van QUEKELBERGE (Argentina - Gran Bretaña - España)
• Paul FABRA (Uruguay)
• Ana ROMEO MADERO (Argentina)
• Álvaro Alfonso ACEVEDO MERLANO (Colombia)
• Claudia AINCHIL (Argentina)
• Óscar Alberto MARCHESÍN POLINELLI (Argentina - Uruguay)
• Alejandra ZARHI GARCÍA (Chile)
• Alberto Julián PÉREZ (Argentina - Estados Unidos)
• Marco ORTEGA COLLAS (Perú)
• Julio GARCÍA VENTUREYRA (Argentina)
ESTELA BARRENECHEA
Poeta, narradora y estudiosa de la
filosofía, nació en Buenos Aires, Argentina, en 1938. Graduada como Contadora
Pública Nacional en la
Universidad de Buenos Aires (UBA), ejerció la docencia en
filosofía en el CBC de esa misma casa de estudios.
Un currículo más completo puede
apreciarse, junto con algunos poemas, en Suplemento de Realidades y Ficciones
Nº 66:
Estela Barrenechea ©
La noche previa a la Navidad se presentó
misteriosa y atractiva a la vez. Como todos los diciembres, el estado de la
ciudad conquista un clima diferente. En otras partes del mundo, el tiempo frío
y la nieve otorgan magia a esos días. En el hemisferio sur pasa todo lo
contrario. En Buenos Aires, la iluminación de la ciudad y sus monumentos es discreta.
La gente deambula en su afán de compras, aunque se la ve agotada por el
infierno de calor. Este agobio se traslada a los árboles, plantas y flores que
adornan las avenidas. Hasta la belleza del jacarandá se ve opacada cuando sus
flores violáceas caen mustias. Excepto en los oasis de aire acondicionado, el
caminante sufre la pesadez y humedad del ambiente. El sol violenta con su
luminosidad. Los ojos lagrimean y se cierran ante tanta luz, la piel arde y una
energía mórbida se apodera de muchos de nosotros. Las calles no tienen las
características de los días comunes. Aturden los vendedores ambulantes. Los
objetos en las vidrieras levitan de tanto colorido y en todas las esquinas hay
puestos de fuegos artificiales. En medio de esta humedad ardiente, cosa común
en estas zonas orilladas por el Río de la Plata , la gente trajina de un lado para otro.
Habitualmente, termino mi trabajo de
oficina a las siete de las tarde, pero ese día nos dieron franco desde las
cuatro. Siempre tomo el subte, pero tratándose de vísperas de Navidad, dudé. El
día era tan azul, que me pregunté si no sería mejor tomar un colectivo antes
que encerrarme en algún túnel. Si bien mi labor del día había sido ardua, casi
anormal para esta época del año, logré retirarme a la hora permitida. Quería
llegar a casa cuanto antes para preparar la cena de Nochebuena y sobre todo, no
perder la serenidad ante la tarea que me esperaba. Éramos una familia numerosa
y estaba segura de que me llevaría varias horas.
Vivíamos en las afueras. Después de
unos cuantos minutos en la parada, pude subir con dificultad al colectivo. La
luz porosa del sol daba de lleno sobre los asientos. Cerré los ojos. Pensé por
un momento en la refrigeración, mientras mi pollera se pegoteaba en el asiento
de plástico.
El trayecto fue largo. Pasada una
hora y veinte bajé. Seguí caminando y en la plaza del barrio me detuve frente a
los escaparates de las tiendas, este año más adornadas que nunca. Observé
luces, cintas de colores y campanillas, pero todo eso ya lo tenía; faltaba comprar
los regalos familiares. Llené las bolsas que había traído con ositos de
peluche, remeras deportivas acordes a la edad de cada uno de los niños y
billeteras para los adultos. Finalmente me compré una agenda. Cargué con todo y
me dirigí a casa.
En el momento en que estaba por
entrar, lo vi. Era mi vecino desde hacía quince años y nunca había reparado
demasiado en él. No recordaba siquiera su nombre. Era sumamente extraño.
Cualquier diálogo con él, a nosotros nos molestaba y además no nos era
simpático, pero ¿cómo retroceder y hacerme la distraída? Sin observarlo
demasiado, entré a casa. Mi marido se deshizo en atenciones al ver todo lo que
cargaba. Los chicos subían y bajaban por el pasa-manos de la escalera sin
detenerse.
—Quédense quietos, por el amor de
Dios. Están demasiado transpirados —les dije.
Obedecieron sin chistar, arrebataron
los regalos con una explosión de alegría y se fueron adentro con la promesa de
no abrirlos hasta el día siguiente.
Mi marido y yo quedamos en silencio.
Él continuó leyendo el diario y yo me dirigí a la cocina para despejar la
cabeza. Debía preparar el adobo del lechón para poder hornearlo en la
panadería. Antes de ponerme a trabajar con las especias y distribuirlas lo
mejor que podía sobre la carne rosadita del cerdo, desprendí el delantal del
perchero para ponérmelo. Mientras lo hacía, sentí un cansancio extraño, un
malestar que minaba mi usual voluntad de hacer. Hacía tanto calor que por
instantes pensé, “qué maravilla si pudiera estar desnuda.” Miré casi con
desesperación la tarea que me esperaba. Antes de desplomarme en una silla, fui
a la heladera para tomar un vaso de agua fresca.
Unos ruidos chirriantes me hicieron
saber que eran las ocho. Estos sonidos desagradables siempre se repetían a la
misma hora. Aunque lo sospechaba, no sabía bien de dónde provenían. Quedé en
estado de alerta. No se trataba de algo que se percibiera nítido. Además, estos
ruidos producían una sensación incómoda, irritaban. El sonido parecía volar
hasta la cocina. Salté de impresión. Lo más extraño de todo esto es que, al
cabo de unos segundos, se silenciaba. Nunca pude detectar el lugar exacto de
donde venía. Lo escuchaba invariablemente cuando retiraba algo de la heladera.
La pared donde se apoyaba lindaba con las habitaciones del vecino. Aquel ruido
no se parecía a nada, ni siquiera al rasguido insoportable que desata el
contacto de dos materiales que se rechazan. Cada vez que lo oía me sentía
indefensa. Me pregunté por qué estos sonidos producían en mí impresiones
negativas que se iban acentuando aún más por el silencio discreto que los
seguía.
No acababa de ponerme el delantal,
cuando sonó el timbre. Oí a Pablo conversar con nuestro vecino y decirle “Mi
mujer está ocupada pero le voy a avisar”.
—Te quieren ver —gritó.
—¿Para qué? —contesté.
Pablo se aproximó y dijo:
—Tené cuidado. Son gente rara.
Parecen totalmente descontrolados.
—Exagerás —dije, con voz molesta.
—Algunos de los del barrio, los
llaman ácratas1, por esas reuniones misteriosas que realizan en el interior de
su casa. Por favor, Catalina, evitemos tener un problema con ellos. Sacátelos
de encima —dijo mi marido con un tono rarísimo.
Salí de la cocina con pocas ganas,
siempre había creído que esta gente, mis vecinos, eran inclasificables. Abrí la
puerta de calle y esbocé algunas palabras de compromiso: “Disculpe que no lo
pueda atender debidamente, pero estoy muy atareada con la comida de mañana”.
Por supuesto, le puse la mejor cara y le hablé mientras deglutía una galletita.
Fui amable y él dijo algo que ignorábamos, que su mujer era médium y que, por
las tardecitas, invocaba a los espíritus importantes que habían fallecido en la
ciudad.
—¿Sabe, vecina, que, aunque parezca
increíble, se oyen las voces de algunos de ellos? Especialmente la de Rosas que
dice: “Maten a los salvajes”. El espíritu no dice unitarios, en realidad no sé
a quiénes se dirige. Pienso que se refiere a aquellos jóvenes irredentos,
rebeldes a la autoridad, como los que hay hoy en día —dijo el vecino mirándola
a los ojos—. Ustedes no solamente tienen hijos pequeños, sino también un
adolescente insensato. Siempre lo veo cuando sale para la facultad con sus
crenchas sobre la espalda sin desenredar. Pienso que es un hippie. ¿Usted está
segura de que no se droga? Ni siquiera saluda.
Al escuchar tanta sandez,
rápidamente asocié los ruidos que llegaban hasta mí en la cocina con las
reuniones que mantenía esta gente extraña en su casa. Me quedé meditando si
serían espiritistas o simplemente locos. Pensé: “¿Por qué Rosas, si él era un
hombre de comienzos del XIX?”.
Tanta fue su insistencia para que
conociera su casa que cavilé: “No pasa nada si entro unos segundos”. Pese a la
canícula, un sudor helado recorrió mi cuerpo. Cruzamos la puerta del patio que
era una de las entradas. Soy consciente de que no puse obstáculos y que, paso a
paso, recorrí la distancia que separaba el patio de los cuartos interiores. Él
me llevaba como a una sonámbula. Las habitaciones eran tres y había otro
pequeño cuarto que daba a un vestíbulo por el cual se salía a la calle. Avizoré
que la casa tenía dos entradas. La distribución era muy extraña. Todo daba al
patio, hasta la cocina. En cuanto entramos, el vecino llamó a su mujer:
—¡Berta! Vení que tenemos visitas.
Entreví su figura en medio de las
tinieblas. Ya había oscurecido. La noche había caído y no había más que una luz
mortecina, que iluminaba levemente las baldosas ocres del suelo.
Entramos en una habitación, luego en
otra y luego en otra, hasta llegar a ese pequeño recinto en el cual no había
más que una mesa y una lamparita, que le daba al lugar un aire espectral. La
luz era muy tenue y esparcía una iluminación rojiza. Pensé: “¡Qué raro! Los
ojos de Berta, negros antes de entrar al cuarto, con esta luz parecen casi
rojos”.
Había una mesa con una insignia
punzó y no sé cuántas sillas. Por momentos me obsesionó la idea de quedar
atrapada allí y no poder marcharme. Berta intentó entrar en trance, pero yo
sabía que esto es imposible cuando el visitante no es creyente. No podía dejar
de mirarla y de pensar que todo era una patraña.
Les dije que me iba, que estaba
apurada, que tenía que cocinar, que mi esposo estaría ansioso y desanduve el
pasillo que daba a las piezas hasta llegar a la cocina y salir nuevamente al
patio. Con sorpresa, vi tres soldados uniformados que montaban guardia.
Recordé a los confederados de Rosas.
Parecían fuera de cualquier época, sin edad. Los saludé con horror y no
respondieron. Ellos me dejaron una impresión que aún quisiera olvidar. Cuando
atravesé la puerta de mi casa, no quise hablar una sola palabra con mi marido.
Estaba obsesionada con lo ocurrido. ¿Qué pasaba en la casa de al lado? ¿Quiénes
eran los uniformados? Esa guardia de uniforme inquietaba y me hizo sentir, en
contraste con la serenidad de mi hogar, un temor difuso. Muy inquieta, pensé:
¿Cómo evitar, a partir de esa extraña visita, no enmudecer de terror al
escuchar los ruidos detrás de la heladera? ¿En qué barrio vivíamos? No debía
poner el grito en el cielo por la locura de los otros.
Después de unos minutos, cuando
entré a la cocina, la sensación ingrata de miedo desapareció. Tal vez fuera el
aroma fresco de las especias, desparramadas sobre el apetecible lechón, lo que
me animó a seguir con la tarea.
Este cuento pertenece al libro Voces de Buenos Aires (aún inédito), de
Estela Barrenechea.
A continuación, tres obras del
poemario “De claros y de sombras” recientemente
publicado por Alción Editora:
ENTRE LOS BARRANCOS
Estela Barrenechea ©
Como lo hace el río en
la avalancha del agua
quisiera penetrar tus
orillas.
¿Cómo se me ocurre, en
el sueño de la tiniebla,
pensar tu camisón de
viento?
Extraviado,
sin más nombre que tu
nombre
desenredo tus cabellos
de humo.
Qué me hizo tu piel,
el nido loco de tu pelo
y vos mojada de noche
para que me queme la
vida
en ese lugar —refugio de
víboras— y
la yarará por aparecer.
Solo tu cuerpo bronce,
mi garganta y mi desespero
arden, allí, de pie.
EL ESCOZOR DE LA
VIDA
Estela Barrenechea ©
La imagen
es indiferente al
mensajero del deseo.
Ella murmura, viene y se
va, nos cubre
como un río sin cauce.
La solitaria soledad se arrastra
como serpiente
hacia la fibra flexible
del cuerpo (la voz).
Ese almizcle
aromatizador de nombres, en mí,
chorrea juventud.
CONTRA LA
MUERTE
Estela Barrenechea ©
“Nocturnidad más áspera que el sueño,
más dura que los días,
vivo adentro, en la red de lo imposible.”
Máximo Simpson.
I
En la mente,
semillitas de ideas
golpean la intemperie
desnudando los muros de
mi razón.
Cómo encontrarme (con
los párpados mojados)
con el gusano de la
vida.
El poder del recuerdo
da luz al ímpetu de la
materia.
Hay días en que creo toco
el silencio y el canto.
Abro cada oído mío
a los ritmos
intermitentes
y alumbro los acordes
del enigma.
II
Hay veces,
los viejos amantes
invaden mi cuarto
vistiendo el paisaje.
Bailan.
Tomo fuerza en la
liturgia del despertar.
¿Cómo es posible que vea
figuras amadas
acurrucando la dicha en
el cuerpo del sueño?
ÁNGEL AUGUSTO UICAB
Mérida (Yucatán), México (1988).
Obrero. Poeta y narrador. Un relato suyo fue publicado en la antología
#ESCRIVIVE-PLAYA (Greca, 2016) de Playa del Carmen. Ha publicado en las
revistas digitales: Monolito, Revarena,
Factum, Bitácora de Vuelos, Cirrosis. Actualmente tiene a cargo la columna
“La Memoria
del Pájaro” en la revista delatripa:
Narrativa y algo más.
METAMORFOSIS
Ángel Augusto Uicab ©
Tú
Desenredas la madeja de mi lengua
Tejes con el estambre y mis pestañas
Capullos en dónde guardar mis ojos
Mañana al abrirlos
Serán polillas muertas.
NATURALEZA
URBANA
Ángel Augusto Uicab ©
Erguido en la acera
Bajo la soledad de un cielo gris
Los pies-raíces hundidos en el
pavimento:
El árbol
Centinela del tiempo
Mece sus ramas cenicientas
Y el murmullo de sus hojas
Arrullan al zanate.
HE VENIDO
HASTA TU CASA
Ángel Augusto Uicab ©
No a suplicarte una mirada
Porque un cuervo te ha sacado los
ojos
No a saber mi destino en la planta
de tu mano
Porque en las líneas se dibuja otro
rumbo
Solo vengo
A robarte los fragmentos de luz de
tus recuerdos
Para romper el muro de oscuridad que
se yergue en mi memoria
Me iré tan pronto
Llene este frasco de luciérnagas
Lo juro
Cerraré la puerta
No miraré atrás
Por temor a convertirme en árbol
No volveré la mirada
Me iré
Simplemente
Así
Como quien se va.
A LA SOMBRA DEL ÁRBOL
Ángel Augusto Uicab ©
El cielo detrás de la rama
Lluvia de luz a través de las hojas
Las hojas bailan
El pájaro en su nido duerme
El viento canta
Una hoja se desprende
se contonea en el aire
cae
Se posa
en mis labios
Intento guardar un haz de luz en mi
pupila
Intento guardar el verde del árbol
en mi otra pupila
Mi vago intento de ser pájaro
De ser tierra
De ser pasto
De ser
viento
De ser
árbol
De ser…
De ser se va una hoja con el viento
Soy naturaleza y duermo.
LUGARES
DONDE SE PUEDE ENCONTRAR A SATANÁS
Ángel Augusto Uicab ©
1
Levanté una roca
Encontré sus cuernos
La terminación de su cola
En forma de hormigas rojas
De cientos de mordeduras en mi
cuerpo
2
Partí un trozo de madera
Encontré sus manos
Aprisionándome las manos
3
Asoma en la mirada de un viejo
Cuando al pasar un par de tetas
grandes
Siente un cosquilleo en la
entrepierna
Una serpiente palpitante que muere
Luces neones que se apagan
4
Una rosa marchita
Entre las páginas de una biblia
5
En sus alas
La mariposa negra
Carga un rostro
Que esparce en polvo por todas
partes
6
Bailando con tutú y zapatillas
En el estómago vacío
De un niño hambriento
8
Ya me lo habían dicho los que cazan
mariposas
Los que se ocupan del oficio de
hacer carreras con caracoles
Los expertos en el arte de hacer
rabietas:
En la legaña de un perro
9
En la belleza de un niño
Dios ha pintado los rasgos de un
Ángel
10
Un topo rabioso
Dentro del coño de una puta.
SUELE
SUCEDER
Ángel Augusto Uicab ©
I
Que un jardín florece
Cuando un hombre y una mujer
Pronuncian que se aman
II
Que el amor
A veces
En el agua del tiempo se disuelve
III
Que hace eco el canto del gorrión
Cuando busca la preciada miel
En pistilo ajeno
IV
Que en las madrugadas
Cuando llora ella
Es una suerte de río que se seca
V y VI
Que la primera vez que la mano de él
Pájaro de
mal agüero
Surca el rostro de la mujer:
Se forma un cardenal en su mejilla
Y ella en su pobre jaula
Es una especie de ave deshojada
VII
Y cuando él —cobarde y desesperado—
le canta “Te amo”
Se lee entre sus labios
Una flor
marchita.
JULIÁN ANDREW VAN QUEKELBERGE
.
Nació en Buenos Aires, Argentina
(1962), está nacionalizado británico pero vive en Alicante (Comunidad
Valenciana), España.
Poeta y narrador. Obras: Flores carnívoras (1995-97, cuentos), Adentro del fuego (2000, poesía), Me buscarás en todos los hombres y no podrás
encontrarme (2008, novela), Revólver
de mujer (2013-14, novela), Sir John
y la máquina de los instintos (2014, relato), El país de los aromas (2015, novela). Mención de honor por sus
cuentos La pantera y La luciérnaga. Fue publicado, entre
otras, por las revistas MargenCero y Resonancias.org.
Licenciado por el Instituto de Arte
Cinematográfico de Avellaneda (Argentina). Ha realizado diversos cursos de
arte, cine, video, iluminación y fotografía. Ha hecho exposiciones de arte
fotográfico e ilustrado con dicho arte diversas publicaciones. Asistente de
dirección de cine publicitario, entre otras actividades. Domina tres idiomas:
inglés, español, portugués y tiene conocimientos de Italiano.
OJOS
BLANCOS
Julián van Quekelberge ©
Amaste como un sediento en el
desierto. Bebiste el elixir, el oasis de sus piernas de sirena. Sus pezones al
rozar tu piel, te imantaron y erizaron, trasmitiéndote su energía.
Tuviste una extraña sensación,
sentiste algo increíble, una plenitud y una intensidad, que nunca antes habías
experimentado.
Ella llevaba una flor en el cabello.
Era tan atractiva... Ese tipo de mujer de la cual los hombres se enamoran con
locura y dan lo mejor de sí.
Su sonrisa te conmovió y su mirada
tuvo la chispa que encendió tu vida.
Te abrazó mendigando cariño, te
entregaste, te emborrachó con sus caricias, escarbó tu pecho, devoró tu sexo,
deshojó el tiempo, la cicuta en los muros y tocaste el cielo con las manos. Un
maravilloso cielo de fuego y nubes de pólvora. El divino cielo del infierno y
el pecado, donde se calcinan los ángeles.
Te habló con silencios, el strip
tease de su mirada y sus ojos amarillos. Hubo un puente mágico entre sus ojos y
los tuyos. Su mirada entró en ti, robó tu alma, dejó su ausencia.
Hizo unas señas, extraños gestos y
dijo algo inexplicable en una lengua muerta y olvidada. Luego escribió cábalas,
hechizos y dibujó un círculo de fuego y un mapa celestial con los signos del
conjuro.
Volvió a mirarte y te atravesó como
un fuego o las llamas de un incendio. Hubo un destello que se transformó en un
relámpago incandescente y cayó en tus ojos. Quedaste atrapado en la red de sus
poderes. Caíste en los abismos de su mirada como una mosca en la miel.
Enloquecido, te tapaste la cara con
las manos como para sacarte el ardor, pero ya era tarde…
El desgarrante dolor fue
indescriptible. Luego intentaste abrir los ojos pero nada veías, solo sombras.
En tu retina, las imágenes se
derritieron con tus lágrimas.
Trataste de parpadear pero no
pudiste hacer nada ni reaccionar.
Ella acarició tu frente, abrió una
ventana invisible en ella, se deslumbró con los paisajes de tu cerebro. Entró
en él, te vistió de sombras, se llevó tu luz, aquello que tenías e ignorabas,
los tesoros que había en ti, la pureza, el amor y aquellos sueños que te habían
mantenido vivo.
Desesperado, respiraste en forma
profunda porque sentías que te ahogabas. Luego exhalaste el aire que había en
tus pulmones hasta vaciarte. Todo comenzó a abandonarte, los sonidos, los
colores, el sentido del olfato, el gusto. Los abrazos se alejaron como las alas
de los pájaros, las caricias, el amor, el dolor, las ideas, los recuerdos...
Todo se fue yendo como una nube que
se lleva el viento.
Entonces te besó y te dijo:
“Eres maravilloso, te quiero”…
Lágrimas espesas cayeron por tu
rostro.
Al día siguiente ya no te amaba. No
pudiste hablarle, no pudiste verla. Tus ojos estaban muertos, ciegos, blancos,
como la nieve que lentamente se fue derritiendo bajo tus pies, mientras te
hundías.
ESTUVE TAN LEJOS QUE CASI ME FUI...
Julián van Quekelberge ©
El anciano estaba en el
jardín, sentado en un banco de piedra. Tenía los ojos cerrados y la mano
derecha sobre el pecho. El codo izquierdo estaba sobre el apoyabrazos y la mano
en la frente sostenía su rostro. De la muñeca pendía una pulsera de oro con un
delfín.
Adormilado comenzó a
cabecear mientras entraba en un sueño profundo. Se vio de niño en los árboles,
jugando a las escondidas y en el caballito de la calesita.
Al asir la sortija,
saltó, corrió al encuentro de su padre y se la mostró con orgullo.
—Ahora tenés que pedir
tres deseos y vas a ser muy feliz —le dijo su padre.
El niño lo miró sin
entender. El padre sonrió, acarició el remolino de pelo corto que terminaba en
el centro de la cabecita y lo besó.
El niño, con una alegría
exuberante, se puso a correr como un loco, sin tener noción del tiempo, sin
saber si una hora era mucho o poco, de aquí a la esquina o a la luna...
Sin embargo sabía que la
gente al caminar dejaba estelas de colores con su áurea y el olor de su piel.
Jugaba con las sensaciones, escuchaba con los ojos, veía con el tacto, dibujaba
el canto de los pájaros, el perfume de las flores y así percibía el mundo.
Yo en cambio —reflexionó
el anciano entre sueños— tengo los días contados, las emociones adormecidas;
pero hay cosas que jamás olvidaré mientras viva. La vieja casona de mi
infancia, el altillo con un baúl del cual sacaba mapas, cartas desteñidas, una brújula,
un reloj de bolsillo, objetos inservibles y en desuso, una cajita de la abuela
con un diente de leche.
Del baúl surgió el niño
con una máscara. Al sacársela, el anciano vio su propio rostro desfigurado por
las arrugas. Era un rostro extraño, de aquellos que solo se ven en los sueños o
en las pesadillas. El rostro, al igual que los miembros, el cuerpo y las
piernas, tenían puertas y puertas... Abrió una de ellas en el pecho.
Sobresaltado se tiró hacia atrás y gritó. Su mano temblorosa se alejó de lo que
había visto y cerró los ojos, pero luego de rato volvió a mirar la misma
puerta, la abrió, metió su mano y cogió una araña.
La apretó con odio
intentando reventarla. Se sorprendió al comprobar que estaba hueca. En su
interior no había nada. Era la funda que había dejado al cambiar la piel, era
la funda del ayer…
No obstante quería
extraerle el veneno a algo que ya no estaba.
Se produjo una sombra en
su recuerdo. De la penumbra surgió un tren a vapor que avanzó hasta entrar en
una vieja estación. De uno de los vagones bajó una mujer hermosa vestida de
blanco. Dio unos pasos por el andén hasta llegar a él. Lo abrazó con fuerza, lo
besó en la boca y lo tomó de la mano. En la muñeca del hombre se veía aquella
pulsera con la figura del delfín.
Atravesaron abrazados la
plataforma mientras se besaban y reían. Luego cruzaron las vías y llegaron a un
cementerio de trenes. Se escuchó el silbido del tren y se vio el humo blanco
surgiendo de la chimenea. La imagen de la locomotora se fundió con un tren de
juguete que llegó hasta un precipicio y cayó al abismo.
En su mente, volvió la
imagen del maniquí. Abrió una puerta que estaba en la frente. Un hámster corría
en la rueda sin fin. La cerró. Abrió otra en la boca y extrajo un reloj de
bolsillo que arrojó con furia contra la pared.
Cerró la puerta.
El reloj estalló en mil
pedazos contra la pared.
El rostro y el cuerpo
del maniquí se fueron descascarando.
Volvió a abrir la misma
puerta y con gran sorpresa descubrió que el reloj seguía ahí en el mismo lugar.
Volvió a tirarlo una y otra vez. El tic-tac persistía como una tortura de la
cual le era imposible escapar.
En forma sorpresiva
apareció una enfermera con una silla de ruedas.
—¡Es la hora! —gruñó
mientras lo sacudía.
El anciano se despertó,
abrió los ojos, la miró resignado y dijo:
—Estuve tan lejos…
Estuve tan lejos… que casi me fui…
La enfermera frunció la
cara con desprecio y fastidio, lo cargó como una bolsa de papas en la silla de
ruedas y se lo llevó.
MAMÁ
QUERIDA
Julián van Quekelberge ©
Me fui sin mirar atrás el camino que
no volvería a transitar…
El tiempo borró mis huellas y
dejamos de ser “nosotros”. Aquellas anécdotas e historias del pasado ya no me
pertenecen, los ecos de las voces de antaño, las canciones de la infancia, el
llanto, la risa. Ellos, también supieron olvidar...
Cuando regresas a tu lugar de
origen, después de muchísimos años, descubres que ya no es tu lugar, las cosas
han cambiado, las costumbres, tus amigos ya no son tus amigos. Yo tampoco soy
el mismo. Mi madre me desconoce y se pregunta:
—¿Como estará mi hijito?, ¿estará
bien?, ¿donde estará?, ¿tendrá hambre?, ¿tendrá frío…
Cómo quisiera abrazarlo a mi
chiquito, extraño su mirada tan expresiva, un mimo, un abrazo, un beso suyo...
—¡Yo soy tu hijo mamá! —le digo;
pero ella no me cree, lo niega, y me mira con seniles ojos acuosos. Su
expresión se torna desafiante y con una ira descontrolada comienza gritar:
—¡Usted es un impostor!
Usted es viejo, “el es joven, guapo
y tiene toda la vida por delante”.
—Es que han pasado muchos años,
mamá.
—Él tiene los ojitos brillantes y
una mirada muy dulce, que no puedo olvidar…
Me han dicho que lo vieron... Dicen
que lo vieron, que es muy importante; por eso no tiene tiempo para mí, para
escribirme, llamarme o hablarme; si no lo haría, porque sé que me quiere mucho.
Yo he sido muy buena persona y muy
buena madre, sabe…
Ella me pegaba en forma atroz con el
cinto y la hebilla dejaba en mi cuerpo ampollas y sangre. El dolor era
intolerable, la forma en que me trataba, y forjó en mí niñez, el sedimento de mi
personalidad adulta, como un ser insulso, anodino, fantasmal, que solo intenta
pasar desapercibido, no llamar la atención, no recibir golpes y con un vacío
infinito e imposible de llenar.
La infancia deja marcas y las
heridas del pasado dejan cicatrices e infectan tu futuro.
El tiempo pasó, los que fueron ya no
son, los que estuvieron ya no están y sin embargo marcaron lo que fuiste y
serás.
Cuando mi padre la engañaba, ella me
sacaba de los pelos al patio en pleno invierno. Yo estaba desnudo y me cubría con
las manos. Ella me tiraba baldes de agua y cuando el agua llegaba al suelo se
escarchaba.
A veces llovía y me dejaba afuera.
Yo golpeaba la puerta, llamaba, lloraba.
Ella se reía, como si se tratara de
una broma o un juego.
Pagué su agobio, su bronca, fui una
carga, la causa de su infelicidad, de su fracaso o la amarga frustración de no
haber hecho nada con su vida.
Nunca se cuestionó el no tener
talento, nada que ofrecer.
Yo quería a papá, sí, papá me
trataba bien, papá era bueno, papá miró para otro lado y se desentendió... ¿Le
importó, se enteró, averiguó lo que ocurría, vio las marcas?...
¿Quién me defendió? Todos lo sabían,
nadie hizo nada para impedirlo.
Es difícil amar si no te amaron…
Cuando yo estaba distraído y mi mujer estiraba el brazo para acariciarme, la
esquivaba aterrado como si fuera a recibir un golpe. Me costó muchísimo cambiar
y nunca lo hacés del todo. Carmen, es lo único verdadero que he tenido, mi gran
tesoro. Si la perdiera, si me abandonara, si no le importara o si dejara de
amarme no lo soportaría.
Mi madre hizo que “yo” me negara a
mí mismo, que creyera que si hubiera sido otro me hubiera querido o aceptado.
Llegué a pensar que si hubiera sido
otro, alguien más alto, más guapo o inteligente, hubiera colmado sus expectativas
y las cosas hubieran sido distintas, lo cual me llenaba de culpa, por no haber
sido ese hijo que ella necesitaba.
Mi madre siguió hablando:
—Yo al mirar a mi hijo, sabía si
estaba bien, mal o lo que le pasaba…
Él tiene esa mirada tan especial y
esos ojitos brillantes...
—Claro, mamá.
—¡Yo no soy su madre! —comenzó a
gritar una y otra vez...
Traté de disuadirla, calmarla, pero
se puso peor y comenzó a golpear las puertas de todos los vecinos, pidiendo
auxilio y que llamaran a la policía.
Me retiré, sabiendo que al día
siguiente saldría de su casa muy elegante, caminaría por las calles con
rapidez, porque a esa edad no queda tiempo que perder; se internaría en las
entrañas de la ciudad, en inmundos conventillos, en hospicios, en estaciones de
tren y de ómnibus.
Cada día, realizaría un recorrido
distinto, que no volvería a repetir durante meses.
La pobre vieja, seria muy amable con
la gente, sonreiría clavando su ojitos en la retina de los transeúntes,
intentando descifrar mensajes, jeroglíficos de emociones, sentimientos y
fragmentos de vida, en el efímero brillo de una mirada.
A veces le tocaría el hombro a un
hombre cualquiera que pasara por la calle, para que se dé vuelta y mirar sus
ojos…
Al llegar la noche, regresaría a su
casa muy cansada y abatida. Se daría una ducha, se pondría la bata de dormir y
las pantuflas, haría la cena y pondría la mesa con un plato de más para su
hijito.
Cenaría sola en el comedor con la
televisión prendida hasta las tantas. Se acostaría en el sillón y se quedaría
dormida con las gafas puestas.
Al día siguiente, se levantaría muy
temprano, pondría la radio para escuchar las noticias, desayunaría, arreglaría
la casa, regaría las plantas, se maquillaría, se pondría otro vestido
combinando los zapatos con la cartera y con renovada ilusión, saldría a la
calle para hacer otro itinerario, otro periplo y el mismo ritual. Caminaría sin
cesar, perdiéndose entre la multitud, buscando en forma infructuosa a ese
hijito anhelado, que tanto extrañaba, que tanto amaba…
PAUL FABRA
Obras: Una aurora abortada (2000), El
silencio de las palabras (2002), Este
solitario camino (2003), Mi último
poema (2006), El jardín de Leia
(2008), Afasia (2009), Hipersomnia (2010), Matriz (2012), Bilú Guidaí
(2013). Estas obras pueden leerse en los blogs que se citan al pie.
AINAT
puedes
ver la luz?
Paul Fabra ©
era una tarde invernal la que decidí
caminar por la playa, que esperaba el ocaso de un nuevo día., transmutando sus
colores.
de repente, del sol, surge una
lucecita, que flotando en el aire se dirige hacia mí, que estupefacto caigo de
rodillas en la arena mirando al mar.
la luz me habla: —hola niño. —no soy
un niño, soy un hombre.
—para mí eres un niño… mi niño.
creí que estaba volviéndome loco. al
fin y al cabo estaba conversando con una luz que me asustaba y seducía. temblando
sonreí y me levanté: —quién sos? qué sos?
—yo soy tú. soy tu miedo y tu
esperanza. soy tu nacimiento y tu muerte. soy tu voz. soy tu luz. yo soy tú.
—pero no saliste de mí, saliste del
sol.
—solamente tú me viste salir del
sol.
—qué querés de mí?
—yo no quiero nada, tú quieres.
—qué es lo que yo quiero?
—no lo sabes? tú acaso no quieres
enamorarte destruyéndome?
—y yo no era tú?
—exacto. si quieres enamorarte
tienes que destruirte. amar es un desafío.
—vos sos mi amor?
—no, yo soy tú…
mi cuerpo ya no temblaba. el miedo
se había transformado en curiosidad. sentía paz, sentía tranquilidad. la luz no
solamente me iluminaba, también me daba calor. cerré mis ojos y senti su
brillo. los abrí y ella, o él, o eso, aún estaba allí… no allá. estaba allí.
—qué querés hablándome luz?
—yo no te hablo, tú estás hablándote
a ti mismo, mediante mi voz, que es la tuya.
—entonces, cómo puedo enamorar a la
mujer que amo?
—ah! eso no puedes. sólo puedes
aceptar tu enamoramiento. pero, no puedes forzar a una persona para que te ame.
—pero, yo creo que la amo.
—si no estás seguro es que no la
amas. sino que amas lo que ella te hace sentir.
—eso no significa que la amo a ella?
- no, significa que amas lo que eres
a su lado, no que la amas a ella. si la amaras a ella, adorarías su ausencia.
—es que la extraño.
—mentira! extrañas tu imagen a su
lado. a ella no la extrañas ni la amas. tú amaste un instante en el tiempo. y
eso a veces es muchísimo.
la luz se intensificaba hasta casi cegarme,
inmediatamente se atenuó y su voz se alejó.
—no te vayas luz. quiero que me
ilumines.
—tú no me verás, pero yo siempre
estaré dentro de ti.
—y si no te veo, como sabré que
estás en mí?
—acaso ves el aire que respiras?
confía en tu corazón.
—yo confío en mi corazón, no confío
en el corazón de ella.
—entonces no confías en tu corazón.
para que ella te ame, tienes que escuchar su voz, no solamente la tuya. ahora
me voy.
—ella me ama?
—eso es algo que debes sentirlo tú
mismo.
—cómo lo sabré?
—nunca los sabrás, solamente lo
sentirás.
—cuándo?
—cuando no me veas, cuando
únicamente veas la luz que hay en ella.
—pero ella no ve mi luz.
—si ella no la ve, es que tu luz no
ilumina su amor. el amor es luz...
ZYX
la mente
miente
Paul Fabra ©
me desperté sobresaltado. lo que
sucede es que tuve un sueño muy raro, soñé que estaba con mis padres y un primo
en un fuerte que se incendiaba. entonces venía un indio a caballo y nos hablaba
en un idioma ininteligible.
bueno, eso no es tan extraño, lo
raro fue lo que me sucedió al despertarme: estoy sentado leyendo un libro de
sigmund freud, cuando de repente siento una presencia atrás mío. lentamente
muevo mi cabeza sobre mi hombro izquierdo, pero no había nadie ni nada.
rápidamente giro mi cabeza y miro sobre mi hombro derecho, y nada tampoco. me
asusto y me levanto. nuevamente miro para atrás en ambas direcciones, cada vez
más rápido. comienzo a girar sobre mí mismo, más y más, hasta que me mareo y
caigo. unos duendecitos aparecen de la pared y me atan los pies como a gulliver.
quiero levantarme pero me agarran de las manos y también me las atan. inmóvil
grito que me dejen en paz, y en ese momento las cuerdas de mis manos se rompen.
miro arriba y veo un cíclope de unos 3 metros de alto. con un dedo rompe las
ataduras de mis pies. los duendecitos salen corriendo y el cíclope los aplasta
con sus manos y pies. el susto no me deja mover. el cíclope me agarra del
cuello me tira contra la pared. caigo al piso con un intenso dolor en la nuca y
me agarra de nuevo, para tirarme otra vez contra la pared. como puedo salgo
corriendo y el cíclope al atravesar la puerta explota.
quedo tirado en el piso, mirando el
cielo celeste, pero entonces las nubes comienzan a teñir el cielo de gris, cada
vez más. tapan el sol y el cielo cae sobre mí. intento protegerme con las manos
y lo logro por unos segundos. pero el cielo me aplasta. se levanta un poco y me
aplasta repetidamente, hasta que fugazmente se levanta y las nubes se comprimen
para dejar lugar, otra vez al cielo celeste.
entro a mi casa y me apoyo en la
pared, pero la atravieso y caigo en ella. grito, pero nadie me escucha. estoy
solo en casa. no sé como, la pared me expulsa y caigo de rodillas en el living.
debajo del sillón aparecen unos zombies que me rodean. comienzo a pegarles pero
ellos siguen como si nada. me abrazan y espero mi final. entonces, del techo
caen rayos sobre los zombies que quedan como una televisión en un canal neutral
y después se esfuman en nubes de gas.
exhausto me arrodillo. del suelo
emana agua y mi casa se inunda. mi cuerpo flota al llegar al techo me golpeo
violentamente. mi nariz se quiebra, pero inmediatamente se sana. surge fuego de
las paredes y el agua se evapora. mi cuerpo se incinera. me arde todo, pero no
me quemo.
mis manos se mueven violentamente y
me golpeo los hombros con los brazos cruzados. mi cabeza tiembla y no la puedo
controlar. inmediatamente todo mi cuerpo entra en una convulsión. no puedo
controlar mi mente y un deja vu no me abandona. todo esto ya lo viví, aunque no
sé si lo viví o lo imaginé.
me levanto y me doy contra la pared.
no lo puedo controlar. qué me sucede? esto no puede ser cierto. es mi mente la
que crea estas imágenes, pero no las puedo controlar. trato de calmarme y debo
calmarme.
de repente, suena la alarma de mi
celular. es mediodía y debo ir a trabajar. tengo que salir de esta casa ya.
debería bañarme, pero no voy a hacerlo, ya que si sigo aquí, puedo sufrir otra
de estas malditas alucinaciones. donde está mi laptop? debo ir al consultorio.
al fin y al cabo soy un psiquiatra y mi última pacienta hoy es daniela, esa
morocha que tanto me tranquiliza verla.
ANA ROMEO MADERO
Nació en Buenos Aires. Reside en
Villa Gesell (Buenos Aires), Argentina. Escribe guiones, cuento y novela,
aunque, sobre todo se siente poeta. Colabora con distintas web literarias.
Su libro Enumeración de la palabra obtuvo primera mención de honor del Fondo
Nacional de las Artes (Poesía Inédita 1990). También recibió similar distinción
en cuento por su obra La sombra, en
el Concurso Nacional Literario 1999 de la Liga Argentina por
los Derechos del Hombre (miembro fundador de la Federación Internacional
por los Derechos Humanos de las Naciones Unidas ante el Consejo de Europa).
Primer premio en el Concurso Provincial del Poema Ilustrado de la Secretaría de Cultura
de Esteban Echeverría por su poema Ayer,
compartido con el pintor argentino Raúl Ángel Seco (Primer premio en plástica).
Entre sus publicaciones se cuentan: Un solo sol (poesía, 1975), Los Riesgos de la Sangre (poesía, 1976). Nosotros hoy aquí (poesía), junto a seis
Poetas de Buenos Aires (con 16 poemas), prologado por la escritora María
Granata y presentado en la
Embajada de España, Ed. Para Todos, 1977.
Sus poemas han sido ilustrados por
los pintores argentinos Martín Olivera, Duzan Stiglich, Raúl Ángel Seco,
Romualdo P. de Lillo y Ernesto Deira (esta última obra fue expuesta en el Museo
de Arte Moderno de Nueva York). Ha sido invitada y participó en encuentros y
congresos de escritores de Argentina.
Participó en los Cuadernos de Poesía, Poemas para Viajar (# 3 y 5), como poeta
invitada por la Provincia
de Buenos Aires (Buenos Aires, Ed. Para Todos, 1978). Ha coordinado talleres
literarios de adolescentes y adultos y, de manera especial, a niños de escuelas
carenciadas (Secretaría de Educación y Cultura de Almirante Brown). Desde junio
de 2002, en el Espai Cultural del Pueblo de Albalat dels Sorells (Comunidad
Valenciana, España) ha organizado un taller literario para niños y
adolescentes. Algunos de sus trabajos han sido publicados en el Libro de
Fiestas 2002. Es Embajadora de la
Paz (Ginebra-Suiza) desde 2004.
EN ESTA
NOCHE
Ana Romeo Madero ©
en esta noche fría despótica mojada
que me separa una vez más de tu
tibieza
que me propone oscuridad silencio y
cobardía
que baja sobre mí y me reclama
volver a los parajes conocidos
resecos y desérticos sin siquiera
espejismos
la humedad de tus labios en los míos
tu música en mi oído
tu canto en mi poema
tu desvaída sonrisa entre mis manos
mi sangre marcándote latidos
mi alma abrigándose en tus alas
la poesía creyendo que le basta
para subir un último peldaño
hasta llegar al cielo que nadie más
conoce
y nos tuvo
y perdimos
dejando el corazón a la deriva
en esta noche oscura sin luna
sin estrellas
busco la luz
que debe haber quedado también a la
deriva
y viene a rescatarnos
¿por qué?
porque esta noche es larga y siempre
está el milagro
y siempre hicimos magia de la nada
LATINOAMERICANO
Ana Romeo Madero ©
¡es tu hermano!
y le importa tu alma
dolorosa
tibieza
al
aire
descolgada
y le importa tu vida
derramada
a pedazos
y le importa esta muerte
tu
hambre
esa
pena
la
bronca del costado
los
vientres de tus hijos
de
tu mujer el llanto
tu
techo agujereado
tus
manos de limosna
y
los pies
tumefactos
que
caminan la calle de los desocupados
y el balcón de los otros
hacedores del hambre
—vergüenza en el Palacio—
esos nidos
sin pájaros
ÁLVARO ALFONSO ACEVEDO MERLANO
Oriundo de Ciénaga Magdalena, creció
entre el mar Caribe, la zona bananera de García Márquez y la Sierra Nevada de
Santa Marta, Colombia. Es etnógrafo y antropólogo egresado de la Universidad del
Magdalena; candidato a magister en comunicación y desarrollo de la Universidad Cecilio
Acosta en Venezuela y maestrante en educación de la Pontificia Universidad
Javeriana. Actualmente es miembro del grupo de investigación sobre oralidad,
narrativa audiovisual y cultura popular en el Caribe Colombiano (Oraloteca) y
miembro asociado del Grupo de investigación sobre Antropología de la Ciencia y la Tecnología de la Universidad del
Magdalena (ACTUM). Forma parte de la red mundial de escritores en español
(REMES). Como investigador ha participado en diversos proyectos de
investigación social y ha publicado varios artículos además de algunos libros y
textos literarios de escritura creativa.
VIVA Y
MUERTA
Álvaro Acevedo Merlano ©
Lugar: Dormitorio principal
Año: 1998
Existen reflexiones en nuestros
pensamientos
que escapan a la linealidad de las
palabras
y solo viven en el mundo de lo
abstracto.
Siempre estás allí sentada
mirando absorta esas páginas
de libros ya caducos,
inventando inventos ya inventados
y sonriéndole con cinismo a la muerte.
Pero aunque te juzgue,
no podré maldecir tus memorias.
Solo camino descalzo
tratando de aferrarme a esta tierra;
tú te fuiste Margot
y ahora solo me queda la esperanza
de una muerte prematura.
Hoy las pastillas recorren mi
garganta
como el desayuno matutino,
y a pesar del tiempo,
aún no puedo maldecir tus memorias.
El olor de esta habitación
nunca volverá a ser el de la leche
caliente
de nuestras mañanas;
solo los cuadros rectangulares de
mis baldosas
siguen acompañándome,
y mi soledad nunca me abandonará
hasta que yo parta primero.
Es cierto que la maldición de estar
vivo
flagela mi alma;
hoy mi espíritu añora con fuerza
esos abrazos de hermandad
que se convertían
en obscenas escenas de misericordia;
y tú ahí como siempre
burlándote de mis desgracias,
escribiendo signos que me condenarán
a tu imposible retorno.
Esa eres tú Margot,
una mala y falsa verdad,
un absurdo en la nada;
mejor no vuelvas
porque solo en la lejanía
tus memorias nunca serán malditas.
CLAUDIA AINCHIL
(Buenos Aires, Argentina,
1964). Poeta y periodista. Varios libros publicados. Sus obras se hallan
difundidas en varios países.
Un currículo más completo puede
apreciarse, junto con algunos poemas, en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº
52:
ALERTAS
Claudia
Ainchil ©
Acaso
todo sucedió así
desmedidos
arquetipos y recopilaciones de extraños
circularon
al revés
viajes
sin proyecciones frenéticas
siendo
temporal implicado.
El
definitivamente no existe
ha
trepado al vértice donde se reciclan alertas
y
se unen infinitos sin llaves
…insertar
el punto estático en la cornisa
el
alerta del viento
de
la duda, del instante feliz
unos
cuantos exilios
esa
luminiscencia de tus ojos
en
alerta roja al escuchar señales …
el
destino es el hacedor
quien
erige
el
siempre
y
el jamás
y
nosotros somos ese aluvión de estaciones
con
calles subterráneas.
MIRADA
Claudia
Ainchil ©
Inmediatas
pequeñeces
magnéticas
nimiedades seduciendo
una
córnea
la
pared hueca que oscila
tambaleo
no
poder detener la inacabable desmesura.
Como
en un circo de espectadores
ávidos
de sangre licuada
detectives
perdiéndose a medianoche
para
no encontrar un algo que nos convierta
la
inteligente orilla
lo
real del resplandor
desierto
doble visión.
Una
córnea se imposibilitó a si misma
apretó
lluvias y desmanes
diría
que fue solo un vestigio
telenovela
de tardes sin otros.
Y
en los peldaños, alejada, la córnea que no fue deslumbrada
observando
teórica fría
acostumbrada
a la disección feroz
realismo
carente de explosión ni ahora.
Un
sitio en venta, unos ojos nuevos irregulares
empezar
otra vez a sorbos… como siempre…
alas
que no tienen nombre y apellido
vapor
sin oscuridad
risas
contaminando
luz
mucha
luz
de
pronto luciérnagas
cuando
el mundo simula ser una caja de Pandora
que
ha olvidado las miradas.
INVERTIDOS COMETAS
Claudia
Ainchil ©
Inesperado
se escurrió el ademán
inyección
vertiginosa de ojeadas interiores
mi
iris en la maleza esquiva
es
posible que coexistan crucigramas
los
siglos de los siglos
o
tal vez esa mutación de acto teatral
magias
emergiendo
libidinosas
carnales
aunque
luego desaparezcan.
Uno
empieza.
Uno
rescinde.
La
ciénaga y los ocultos
cuestión
de suponer lo que ya se sabe
otro
imán hipnótico arranca la píldora de lo cotidiano
destino
o boomerang…
las
casualidades no existen…
casualidades,
apuntó de repente
cometas
invertidos guardados en el cajón
bajo
setenta llaves
una
imagen con los brazos abiertos
en
plena noche lejana.
A LO LEJOS
Claudia
Ainchil ©
El
vuelo continúa
puedo
tantear horas
la
casa de los monstruos sorprende
someramente
es brillante
arca
de oraciones en cada costilla
edictos
imperiales, los míos
rugidos
agitados
revoltijo
de agua y aceite
sin
embargo, un esbozo de tira cómica
precipita…
sueños
¿como
sueños o realidades?
Abrigo
cada perceptible deshora
acuerdo
cortezas madreselvas
hojas
dispersas y un susurro.
Lenguas
diversas acaparan mi alma.
A
lo lejos la muchedumbre.
POEMA DESCUBIERTO
Claudia
Ainchil ©
Lo
descubrí con el rabillo del pez
tiburón
ojo mojarrita
ajetreos
tallados y dibujos dormidos
fui
rastreada tras enigmas, levemente somnolientos.
Ningún
abracadabra se apiadó
del
eterno e inconcluso ser no ser
siempre
la misma cantinela…
a
ver si las catacumbas seleccionan viscosas manos
que
estremezcan a los sombríos consumidores de almas.
¿Será
posible?.
Tomé
el anzuelo liviano de maldiciones
la
premisa fue liberando complicidades
ex
antídotos para no resbalar en submundos
que
intentan persuadirnos que son mundo.
En
tantas ocasiones anónimos sin pisada
acarician
la zona que existe entre la inercia
y
cada deuda propia.
Un
manojo marca abril
seguir
entre fabricas humanas a medio construir.
Abril…
el corazón arde en secreto
la
soledad improvisa gestos
fórmulas
para no desistir en la misión
de
lanzar botellas al mar.
CAOS
Claudia
Ainchil ©
Ese
caos silencioso
Al
ras de pesadillas
De
jirones
Descosidos
en tu rostro
Que
es deserción catada
Cuando
me doy vuelta
No
giras
Telescopios
para mirar mejor
Igual
perpetuamente me engaño
Caigo
en la trampa
Ahogo
linternas para no ver
No
estas y en el turno de la locura
Invento
tus palabras
Vital
tic tac haciendo doble personaje
Justifico
al reloj, se ha detenido
Un
inconcluso bolsillo roto por el que desploman
Significados
inexpresivos
Y
nada existe
Puedo
decir existe la poesía
Esa
perspectiva sonido lluvia
Mojándome
Ser
tarde de un minuto que no existió
Y
advertir tiempos en los incidentes
Cayendo
por huecos sin salida al exterior
Cuando
no me doy vuelta
Giras
en parte
Imágenes
sin conductor
Un
pie sí un pie no
Ese
caos de universos estridentes
Al
ras del corazón
De
pedazos del corazón
Cosidos
en un rostro
Que
es el mío.
ÓSCAR ALBERTO MARCHESÍN POLINELLI
Nacido en Buenos Aires, Argentina,
vive en Montevideo, Uruguay. Escritor y crítico literario. Egresado de la Facultad de Filosofía y
Letras (UBA) y de la Universidad
Tecnológica Nacional (UTN) como ingeniero industrial, ambos
títulos en Argentina.
Publicó varios libros y colabora en
diversas revistas del mundo. Ganador de varios certámenes literarios
internacionales y locales.
Cofundador de varias revistas
literarias vigentes y de los tiempos de las dictaduras en América como ser
Oeste, Amaru, El Econauta, etc.
Miembro directivo de SADE, Sociedad
Argentina de Escritores, y de su sección en Uruguay. Tribólogo especialista.
Secuestrado por la dictadura en 1976
en la Facultad
y cinco años torturado sin conocer el motivo.
Y MARILYN?
Óscar A. Marchesín Polinelli ©
Y de marilyn qué?
La mató el poder del poder y le puso
nombre:
Sobredosis...
Su madre suicida y ella violada...
La droga cual caramelo de frutilla
Cóctel de frutas alcohol y polvos
divinos...
Armaron la carrera más veloz hacia
el final tan premeditado
Como por ella buscado...
Todo apareció en su interior
La luz más brillante de su sonrisa
Y toda la basura que la mente pueda
imaginar e imagina...
Jugó el odio el rencor los celos el
temor a que diga lo indecible
Jugó al amor sin amar tentó al poder
y no pudo con él...
Una ruleta rusa donde de antemano
Ella había elegido la calidad de su
ataúd...
Todo apareció en su interior como en
un saco
Quién sabe cuánto quién sabe cómo...
Como todos saben quien es el poder
sobre la vida
Aunque no lo tuvo sobre la muerte...
Ese poder que no tienen los dioses
que creen serlo...
Los dioses no son eternos ni existen
las vírgenes...
Por fin algún gusano los penetra en
la tierra...
Marilyn violada
Porque en la tierra están los dioses
que protegen las especies
Como la de los gusanos que también
tienen el poder...
Y de marilyn que?
Seguirá eternamente levantando sus
piernas entre sedas
Y ventiladores que flamean sus
polleras...
Películas de quinta clase y su
sonrisa la única la última
Entre carteles de neón y saliva
incontenida...
Entre mandíbulas débiles de
masturbados mentales
Incapaces impotentes ante su
presencia...
En el país del tío sam la noche
lluviosa no opaca su fiesta
Y marilyn entre nubes de algodón y
ángeles mafiosos
Que impidieron que viva...
Los medios poco claros apremiados...
La mentira se hizo la verdad de los
ingenuos...
Las hadas también son asesinadas...
Y los periódicos se venden y se
venden...
GENERADORES
DE DEGENERADOS
Óscar A. Marchesín Polinelli ©
Estamos en presencia de la vaca
sagrada del hambre de las panzas hinchadas
Estamos en presencia de las verduras
monsantito naturales radioactivadas
Estamos en presencia del no haré
nada en mi vida salvo trabajar
O sea nunca haré nada...
Estamos en presencia del hombre que
no duerme
Para aprovechar su tiempo perdido en
el trabajo asalariado
Estamos en presencia del que se
equivoca siempre no ayudando al inútil semejante
Estamos en presencia de una piraña
amiga que me espera para reír juntos
Estamos en presencia de mi ovejero
que siempre me espera con su cola agitada
Estamos en presencia de mi perro
cantando canciones de Charly y Pappo
Estamos en presencia de Nerón y su
asado a punto
Estamos en presencia de los que
dicen estupideces y hablan de religiones-sectas
Estúpidos inútiles apócrifos sermoneros
del vacío infinito que quieren vendernos
Estamos en presencia de diarios
llenos de entrelíneas
De oculta información
premeditadamente encubierta obvios inescrupulosos
Que se dicen periodistas parodistas
payasistas
Estamos en presencia de un pubis
femenino con un debajo rosado
A la espera del amor matutino
fingiendo orgasmos nocturnos
De amigos del marido infiel
Estamos en presencia del victorioso
guerrero yankee
Con la sangre del pobre entre sus
dientes el petróleo a cuestas
Con el SIDA ya sembrado más las
siembras actuales
De pingües regalías para sus
laboratorios de la muerte
Estamos en presencia de los trapos
de las sirvientas
Que cuelgan junto a los de las
princesas
En las sogas de la indiferencia
donde todo se iguala
Y en los inodoros donde todo da lo
mismo
Y la respiración agitada se mezcla
entre sirvientas y príncipes
Entre princesas y princesas entre
príncipes y príncipes
Porque todo da lo mismo todo se
igualó hacia abajo el pozo ciego de siglos
Como en una inmensa ensalada rusa todo
se confunde
Mientras los viejos pescadores del
mar se ponen en fila
Y arman la cola más larga que puedas
llegar a imaginar
Y nos perdemos más allá de las
montañas purpúreas
Andamos perdidos desnudos por fin el
mono a sus orígenes y Darwin
Como la navaja después de darlo todo
menos sus filos
Después de escupirlo todo como un
inesperado hueso de aceituna
Mientras la chica de la máquina del
teléfono grita:
No llame más no vuelva a molestar me
desintegro no comprendo
Solo habla con máquinas y está
borracho y habla de besos
Y de generaciones a gestar en la
creación por venir
La nueva barca de Noé se está
gestando
Pero Noé será ese Mono del futuro
Y no permitirá que un mísero hombre
pise el arca...
EL
CASTILLO DE LOS ILUSIONISTAS
Óscar A. Marchesín Polinelli ©
Los ilusionistas definieron la vida y sus consecuencias...
Entre Aladino y uno de los
Superhéroes
creo que Herodes y Gandy colaboró
embarazaron una vez más a una virgen
ya con siete hijos
violaron al milico ángel de la
guardia aún sin galones
y de todo eso culparon al Papa de
turno, el “gran” Pietro
muy ocupado en la inquisición
genocida y ayudando a Hitler...
asesinaron a un supuesto mesías que
dormía borracho
dentro de un contenedor entre la
basura que comía a diario
invocaron a mil diablos, quemaron a
toda la gente inocente
cazaron brujas ficticias sin escobas
recalcitrante invento.
Liberaron de la botella:
a los disminuidos mentales
gobernantes del mundo
corruptos sin madres con neuronas
nefastas fascistas
provocadores del hambre de los pueblos
aparecieron los Genios de la
historia
los rumores de la vida salieron
volados
la primera arteria de roja sangre
mercurio impío o tinta sucia
la primera vena de sangre podrida
del ser increado innecesario
el ridículo ser llamado raza
superior ja ja ja !!!
En el silencio se decía y se oían
corrillos consabidos
el antiguo libro aquel que dividió
las aguas y deshizo el tiempo apócrifo
los náufragos llegaron hasta las
puertas del castillo
montados en las ilusiones del
incienso de los relatos
fusilaron a Noe y por las dudas
quemaron el arca
pero volaron las palomas y nadaron
los monos
inventaron el paraíso para beneficio
de los gobernantes
cuidando a morir la miseria de los
pueblos bien miseria
cruzaron un chancho con María
Antonieta
y nació la histeria de Nerón y del
mundo.
Soy tu dolor, tus ironías, historias
y muertes
abrázame ahora Señor que soy ceniza.
Entre los ilusionistas...
…una simple escupida mezclada con
dos lágrimas de ausencia
el semen de una noche desperdiciada…
…dos gotas de sangre fresca y un
poco de sudor…
necesito tan solo eso para vivir
nuevamente y dos ojos.
Debajo de tu ombligo mi nombre
rozando el infierno dorado
siempre me mantuve cerca de
infiernos de azufre y azúcar
naufragando en flujos incorpóreos de
fantasmas estelares
soy un corcho flotando entre las
orillas del sexo
y voy a los golpes de labio a labio
sin saber nadar
proclamada la fertilidad imbuida de
la penetración asistida
aparecí una noche, hecha la noche
dibujados los astros.
Quién dijo la primera palabra, quién
dijo agua y se comió la sal?
el castillo de todos los
ilusionistas entre la bruma de la duda
la invasión establecida
dos siglos antes cautivaba a los
mercenarios de la historia.
Un dormitorio para momias egipcias
reconstruidas
otro para romanos de a dos o más y
el juego prohibido
otro para Cleopatra y su comitiva
de hombres, mujeres y demás animales
otro para los cyber humanoides del
futuro
otro para las monjas recalcitrantes
prostitutas
y los curas pedófilos...
“Con un punto de apoyo moveré el
mundo”
con la mente de un político, la
palabra de un cura
la formación de un militar y la mano
de un médico
destruiré el Universo.
Y en el desierto del castillo
encerrados los mecenas
adoraron el oro de los alquimistas
primerizos
oropel falso oro de cobre y migajas
relegadas
por los ejércitos del fin del mundo.
Los inquisidores ríen ante tal
desborde
muerto Aladino Clavada la virgen a
una cruz
se diluyeron las paredes hechas de
siglos
y el castillo es hoy viento norte
cálido hasta el fuego de sus
componentes
los alquimistas fabricantes de
dioses
continúan sus obras pero sin errores.
ALEJANDRA ZARHI GARCÍA
(Santiago, Chile) Escritora,
periodista, gestora cultural y editora. Escribe desde los doce años y su primer
libro, el poemario Cinco caminos, lo publicó a los quince con prólogo del
escritor Mafud Massis.
Ha obtenido diversos galardones,
destacándose entre los premios internacionales su primer lugar en poesía del
Alfonsina 90 (Argentina), su otro primer puesto en poesía (Brasil) entre dos
mil participantes y la coronilla de plata (Italia).
Entre sus treinta y seis obras
publicadas (cinco con doble edición), citaremos: Cinco caminos, Nacer entre
espinas, Canto a unos ojos hechiceros, El embrujo de Mejillones (traducido al
francés por Salvador Dalí), Las torres de marfil, Caliche encantado, Ausencia
del ángel, Mi elefante negro (traducido al italiano por Salvador Dalí), Alondra
solitaria, El niño hechicero, Zamira y otras vidas (dos ediciones), Bailando en
el bosque, Aullidos de loba en celo, El Dragón de mis praderas, El gautero del
Diablo, Mundo de cristal (novela en colaboración con Osvaldo Cristi Pereira).
Varios de sus libros han sido traducidos a otros idiomas, como francés,
italiano, árabe, chino, portugués, ingles, etc.
Es directora y editora de la Revista Internacional
Cultural “Imágenes de Océanos” desde hace más de treinta y seis años, revista
que cuenta con corresponsales en todo el mundo y en la que ha editado a más de
seiscientos escritores.
Pertenece a la Sociedad de Escritores de
Chile (SECH) desde el año 1965, así como también a diversas entidades de
escritores de otros países e internacionales. También fue directora de la SECH de Antofagasta.
Autora de varios programas
culturales por radio en la pampa salitrera y en la ciudad de Antofagasta, fue
además colaboradora de las radios Minería, Nacional, La Portada , entre otras.
Ha participado en cuatro maratones
poéticas de las cuales tiene el record de 74 horas ininterrumpidas de lectura.
El pueblo de Tal-Tal le puso en su honor “Maratón Poética Alejandra Zarhi”.
Esta información figura en los archivos del “Libro de Records Guinnes”.
AL FINAL DEL CAMINO
Alejandra
Zarhi García ©
Ni
tierna infancia
ni
caricias amadas.
Turbación,
recogimiento:
torpe
andar de niño,
Gritos,
golpes, sin amigos.
Obra
inconclusa:
un
corazón milenario
que
desfallece,
un
querer acumulado.
Clamor
terrible, huérfanos
desvalidos
unos
brazos sin dueños.
Es
como escalar la marejada
de
una pesadilla.
Prosigo,
esperando
al final del camino
mostrarme
concreta-ida.
DÉJAME SER
Alejandra
Zarhi García ©
Déjame
ser la otra parte de ti,
mirarnos
frente a frente,
y
decirnos toda la verdad.
Tengo
las ganas acumuladas
derritiéndose
por el pecho ardiente.
Hombre,
espécimen encontrado
en
las redes de los misterios.
Regalo
del infierno, negro tormento
acechándome
los pasos.
PIEL MADURA
Alejandra
Zarhi García ©
En
este cuerpo maduro
que
rejuvenece en tus caricias
baño
el deseo con la dulce miel.
Pronuncio
tu nombre
y
quedo sin voz.
El
roce de tus besos
produce
temblor
en
los intentos.
Bebo
todo aquel manjar
que
recorre esta piel,
y
con la lengua temblorosa
ahogo
en gritos
los
gemidos del placer.
ALBERTO JULIÁN PÉREZ
Nació en Rosario (Santa Fe),
Argentina. Reside en Texas, Estados Unidos. Doctor en literatura por la New York University,
narrador, poeta, ensayista y crítico literario. Ha publicado varios libros y parte
de su obra ese halla incluida también en el blog literario que se ofrece al pie.
Un currículo más completo puede leerse,
junto con un cuento, en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 63:
@Ajulianperez1
http://albertojulianperez-literatura.blogspot.com.ar/
LOS
SUICIDAS
Alberto Julián Pérez ©
I
Estábamos en el país de la vida.
La poesía era nuestro refugio.
Buscábamos el mutuo goce con
desesperación.
Éramos crueles y después nos
avergonzábamos
de nuestros juegos de amantes
terribles.
No se trataba tan solo de ser
felices
sino de arriesgar y perdernos
y gozar intensamente en la caída.
Exigíamos placer a nuestros sentidos
y descendíamos, afiebrados, al
orgasmo.
Tejíamos nuestra guirnalda de
secretos.
Llevados por el alcohol y el éxtasis
viajábamos a nuestros paraísos
imaginarios.
Deseábamos estar ya en ese otro
mundo
parecido a aquel poema nuestro
en que creábamos imágenes exaltadas
y atroces,
metáforas dolorosas del amor.
Lamentábamos nuestro exilio,
y sentíamos miedo y aún terror.
Nos mirábamos en el cristal de
nuestros sueños
a ver si descubríamos el secreto de
la locura.
Salíamos a andar por la ciudad
llevados por la ansiedad y la
angustia.
Jugábamos con la idea del fin.
Imaginábamos bellas formas del
suicidio.
¿Qué forma de morir era más
patética?
¿Elegiríamos el veneno, como Romeo y
Julieta?
¿O, como Enrique y Delmira, un
balazo en un cuarto de hotel?
Entregados a la velocidad de nuestro
tiempo,
en avalancha de amor liberaríamos
los sentidos.
Nuestra muerte violenta en el mundo,
sellaría el pacto de sangre de los
amantes.
Un día nos detuvimos en la barrera
del tren
con la idea de arrojarnos.
Juramos así coronar nuestro amor
ofreciendo los maderos de la cruz al
hierro de los clavos.
Aún recuerdo el vértigo
cuando pasó el tren a centímetros de
nuestros cuerpos
y nos abrazamos palpitantes
creyendo que quizá el otro se
animara
a dar el salto final, unidos.
Queríamos escapar del vacío de la
existencia
para salvar el amor y la juventud.
Defendíamos nuestros símbolos:
el placer, el deseo del otro y la
poesía.
Buscábamos la eternidad y el
martirio.
No aceptábamos vivir la vida sin
heroísmo.
Recuerdo aquel día en que estábamos
desnudos en tu cuarto
cerca del goce, casi sofocados por
el esfuerzo
cuando de pronto, terrenal y
ridícula, se abrió la puerta y entró tu madre.
Recuerdo nuestra sorpresa y tu
declaración solemne:
“No vamos a casarnos”.
Cómo nos reímos de eso luego,
y claro que no podíamos casarnos.
Queríamos descender por la noche
a los túneles subterráneos de Buenos
Aires
y descubrir lo más monstruoso, lo
más abyecto.
Queríamos matar la mediocridad
que destruye lo sagrado, que odia a
dios.
Queríamos pasearnos por las cloacas
de la eternidad
y ver caídos a nuestros hermanos,
los ángeles.
Sabíamos que lo más elevado y lo más
bajo
se unen en el corazón de los
amantes.
No hay amor ni poesía sin ritual.
Había que encender los altares del
sacrificio.
¿Cómo separar al amor del mal y de
la muerte?
¿Cómo renunciar al egoísmo que todo
lo salva
y sin el cual la vida no es posible?
Perdidos en nuestro laberinto
tratábamos de lacerar el espacio que
nos circundaba
y abrirlo con nuestro sexo.
Buscábamos someter la ciudad,
poseerla,
degradarla, corromperla y amarla.
Queríamos un amor bello y terrible
que se pareciera a nosotros.
No aceptábamos falsificaciones ni
substitutos.
¿Cómo podíamos casarnos
y abandonar nuestra rebeldía,
nuestro amor a la revolución
universal?
Buscábamos consagrar el mundo,
no reproducirlo. Buscábamos ser los
únicos y los últimos
y no dejar en el tiempo a nadie que
se nos pareciera.
Queríamos ser inmortales
y cortar el ciclo de la vida y de la
muerte.
Queríamos que nuestro poema
fuera el último
antes que la vida estallara en la
eternidad
y nos integráramos al sol
o a las estrellas de la noche.
Queríamos imponer nuestra ley
y desafiar a todos.
Nos burlábamos de la sociedad
adquisitiva y vulgar
que nos rodeaba. La juzgábamos con
desprecio
porque nos creíamos más allá de todo
eso.
Queríamos elevarnos al momento más
sublime de la poesía
y confundirnos con los símbolos de la
totalidad deseada.
Éramos los rebeldes, los amantes,
a nada le temíamos.
Ese fue el momento más cercano a la
inmortalidad
que conocimos.
Recuerdo una noche en que nos
inyectamos ácido
y rezamos nuestra locura de amor a
las estrellas.
Recuerdo aquel sueño tuyo, en que
cabalgabas en un río
que descendía al abismo,
te llevaba a lo más sagrado del
orgasmo
y te lanzaba en una lluvia de
estrellas
a la mañana.
Soñábamos con estar muertos
y contemplar el universo
desde el paraíso
inmortal de los amantes.
Queríamos asimilar la vida a nuestro
goce
y ser crueles como ella es cruel.
Sentíamos la burla y la condena de
los otros
y eso nos gustaba. Nos lastimaban
con su mezquindad. ¿Quién podía
comprendernos?
¿Quién podía saltar al abismo de la
poesía?
Secretamente sabíamos, sin embargo,
que errábamos indefensos por un
laberinto
del que no podíamos escapar.
Sólo la ilusión de las metáforas,
y los símbolos que trascienden los
límites del cuerpo
nos daban una sensación de
eternidad.
II
El tiempo, mortal, ha pasado
y de todos aquellos momentos
sublimes del amor
solo me han quedado
los recuerdos
de la embriaguez que provocaban
las esencias de tu cuerpo a mis
sentidos,
la memoria
de la claridad de tus pechos a
medianoche,
las imágenes
del tejido inesperado de metáforas
que inventaba para cantarte.
Lo que se ha ido es la realidad de
la vida,
el cuerpo, la solidez del lenguaje.
Así guardo esta carencia,
esta gran ausencia que crece día a
día
y es ausencia de amor
y ausencia de poesía.
Siento que las palabras ya no transportan
y no podemos, como antes, satisfacer
nuestros sentidos
con sensaciones lujuriosas y seguir
cayendo
en aquella caída maravillosa
en que nos hundía nuestro amor.
Si un día, por azar, nos
encontráramos
qué difícil sería poner en palabras
la prosa de nuestras vidas,
qué poesía distinta escribiríamos
ante la crudeza de las cosas.
Cómo nos golpearía la realidad el
rostro.
Qué podríamos decir de aquellos
gestos, de aquél perfume,
cómo podríamos cortejar el fin.
Jugábamos a morir juntos,
¿recuerdas?
Resucitábamos en el infinito
en un orgasmo cósmico.
Dónde han quedado el más allá y la
eternidad.
Qué distinta se nos presenta ahora
la idea de dios
y la imagen del amor.
Ya no hay quien nos salve.
Hemos caído indefinidamente y hemos
perdido
lo que más amábamos en la vida.
Aquel gran poema
fue poema de amor
y quedó escrito en el paraíso de los
amantes.
Nada pudimos guardar
más allá del recuerdo y las
palabras.
Quizá porque no supimos morir a
tiempo
estamos condenados a morir solos.
No entendimos la inmortalidad.
Qué poco faltaba para ser dioses.
Qué cerca estaba nuestro poema
de ser la suma y el fin de la
poesía.
No sé si lo que buscábamos con
nuestro sacrificio
era salvar el amor o salvar la
poesía.
En nuestro recuerdo son
inseparables.
III
¡Ay dios mío, permite, al menos como
un juego,
que se repita nuestra historia!
¡Deja que la literatura
vista de sangre
el espacio azul de nuestras
esperanzas!
¡Danos otra vez la oportunidad
de morir de amor y vivir para
siempre!
Déjanos visitar el paraíso donde los
amantes
sueñan unidos la poesía y el amor.
La nuestra era poesía de vida.
¡Mira, amiga, si dios lo
consintiera,
y en nuestra desolada madurez
volviéramos a ser jóvenes y a
amarnos!
¡Experimentaríamos otra vez el
éxtasis
que sentimos cuando estábamos
juntos!
Sabemos que la vida está dispuesta a
quitarnos todo
y el amor a darnos la vida para
siempre.
En nuestra existencia condenada
damos vuelta la página del libro.
Como en los cuentos mágicos el
tiempo no ha pasado,
nuestra aventura se repite. Volvemos
a esperar el tren de la muerte.
Soñamos que llega con la fuerza de
un torrente
que todo lo arrastra a su paso.
Su furia nos arranca del suelo e
impulsa hacia el vacío.
Abrazados, nos elevamos al espacio
sideral.
El tren de oro sube, con nosotros,
hacia el sol.
Vuela vertiginosa la máquina
y, en un mundo ya sin tiempo,
nos sabemos por siempre jóvenes.
Sin detenerse, nos lleva hasta el
paraíso
de los amantes suicidas. Allí nos
aguardan, abrazados,
aquellos que buscaron, antes que
nosotros,
en la muerte la eternidad del amor.
Sus cuerpos hermosos, expectantes,
entre las nubes flotan.
Como en los cuadros sagrados, vemos,
en la parte superior de la escena,
a Dios rodeado de ángeles.
Nos reclinamos en el prado de nubes
junto a los otros amantes
y extendemos nuestras manos hacia
Dios
hasta tocar, sensuales,
con las puntas de nuestros dedos
los dedos de las manos de sus
ángeles.
Un rayo de luz divina nos atraviesa.
Hemos ganado nuestro lugar en el
paraíso.
Permanecemos abrazados
bajo la mirada redentora del Dios
padre. En nuestro sueño
él nos ha perdonado. Ha salvado
nuestro amor
y ya nunca tendremos que enfrentar
la vejez, el dolor y la muerte.
Bañados de eternidad, en el espacio
andamos,
jóvenes de amor, por siempre
ángeles.
Imaginemos que, como en los cuentos,
esto verdaderamente ha pasado y
somos sus personajes.
Ten compasión, Señor, de estos
amantes arrepentidos
de haber vivido una larga vida
separados.
Mejor hubiera sido morir juntos.
La eternidad estaba a nuestro
alcance.
El paraíso es tierra fértil para
aquellos
Que mueren por amor y llevan a Dios
su pequeño poema.
Laurel que la paloma no pudo cargar
en su pico
Y ellos transportan en su espíritu
transparente.
Santo, santo, es el señor, rey del
cielo y de la tierra,
Que su nombre sea loado para
siempre.
Lector amigo, ha concluido nuestro
viaje.
Peregrinos somos de un mundo
transitorio.
Di, por favor, ¿nos guardarás en tu
memoria?
Abraza y protege nuestras sombras.
Contigo estamos, en el amor unidos,
Y en el horror de la literatura.
MARCO ORTEGA COLLAS
Nació en Lima en julio de 1971. Pasó
su infancia en un pueblo azucarero que se llama Paramonga, regresó a vivir a
Lima terminado el colegio, estudió en varios talleres cine, pintura, actuación
y dibujos animados. En una conferencia de haikus quedó impresionado por ese
género poético, sin saber que años después se atrevería a escribirlos.
Haikus
1
Mientras
el sol
la semilla
en la oscuridad
2
Cae
la hoja
el árbol
tranquilo
3
El
escarabajo
Bañado de sol
parece inmortal
4
Infinitos
Origamis
el tren se fue
el aire gira
Poemas
5
Levanté
mi mano
el colibrí volaba
te acarició
nuestro amor
es el camino sin meta
Me tomas cinco besos
el colibrí
volando
es del camino
6
Sin
frío
las palomas
muerden
tu torta de
cumpleaños
con el sonido
de la armónica
la muerte
a tu oído
pide un deseo
sorpresa tuya
una carta
JULIO GARCÍA VENTUREYRA
Nacido en 1946 en Bahía Blanca,
Argentina, ciudad en la que reside, es autor de cuentos (muchos publicados en
revistas y suplementos literarios), novelas y guiones cinematográficos.
Ha dirigido también cortometrajes y
recibido premios. Tiene varios libros publicados.
Un currículo más completo puede
apreciarse, junto con otro de sus cuentos, en Suplemento de Realidades y
Ficciones Nº 62:
EL
CANDIDATO
Julio García Ventureyra ©
En aquel pequeño país americano, se
aproximaba la fecha de elecciones.
El Señor Presidente se paseaba con
nerviosismo por su despacho. Era cerca del mediodía y se hallaba reunido con su
secretario.
—Te lo dije… —empezó el mandatario—.
No me cae nada bien el nuevo candidato que tiene nuestro principal partido
opositor. De antecedentes intachables, honesto… con lo que puede lograr, entre
otras cosas, que el pueblo crea en él; rubio y casado con bonita señora rubia,
y con varón y nena, también rubios… reuniendo el perfil exacto de lo que el
pueblo considera ideal… ¡Ah!… y hasta juega bien al golf.
—No creo que sea para
intranquilizarte… —exclamó seguro el secretario—. Ni siquiera va a llegar a
hacerte sombra en las elecciones.
—Te noto muy confiado. Pero yo no lo
estoy, en absoluto, creo que es un peligro inminente que nos acecha.
¡Maldición! ¿Por qué habrá aparecido? ¡Si veníamos tan bien! ¡No teníamos
oposición para lograr el nuevo mandato!
—Dionisio Barrera no va a llegar
lejos —volvió a decir el secretario desde su sillón.
—Han hecho una buena campaña
proselitista que puede conducirlos al éxito. Quedaríamos afuera justo en el
mejor momento que tenemos prácticamente adjudicadas dos importantísimas
factorías extranjeras que nos llevarían a enriquecernos a lo grande; por
supuesto, también iba a ser fuente de trabajo para muchos a quienes les vendría
como una bendición de Dios por el desempleo que hay —hizo una pausa y se detuvo
pensativo—. Correr el riesgo de perdernos esto…, sería más que una lástima.
Luego de llamar a la puerta, entró
uno de los integrantes del personal de servicio, anunciando:
—Señor Presidente, el aperitivo está
servido.
—Tenemos que pensar algo… sí, un
buen plan —le dijo a su secretario mientras se dirigían a la sala contigua.
Mientras desayunaban, Dionisio
Barrera le decía a su esposa:
—Anoche tuve un sueño grandioso. En
este país ya no gobernaba el tirano que está ahora. Dios me había concedido el
mundo para restaurar la justicia y la igualdad en el país. Luchaba
denodadamente en contra de la pobreza y el desempleo, contra el autoritarismo y
los bajos salarios… y lo maravilloso era que las cosas se iban concretando… el
pueblo notaba las mejoras… el país empezaba a florecer.
—¿No es demasiado idealista? ¿No es
un sueño muy difícil de hacer realidad?
—Se puede convertir en realidad si
la vocación de servicio es auténtica.
Ella tomó la mano la mano de su
marido. Sabía bien acerca del convencimiento que tenía.
El discurso había sido brillante y
el pueblo colmaba la plaza y la principal avenida de la ciudad capital. El
candidato caminaba ahora entre la gente que lo estrechaba ovacionándolo.
¡Era la esperanza de tantos! ¡Tantas
ilusiones había depositadas en él! ¡Un país nuevo, libre y progresista!
El hombre joven se abrió paso con
agilidad ente la muchedumbre.
Cuando estuvo cerca del candidato, a
pocos pasos, extrajo de su campera una pistola automática descerrajándole tres
disparos.
Hubo gritos, alboroto, corridas;
pero Dionisio Barrera yacía en la calle sangrando profusamente al haber sido
alcanzado por dos de los balazos en el cuello y la cabeza.
Los guardias aferraron al asesino,
quitándole el arma, retorciéndole un brazo y aplicándole un golpe.
Conducido de urgencia al hospital,
Dionisio Barrera había dejado de existir pocas horas después.
El presidente, desde su despacho,
junto a su secretario, habían presenciado todo lo ocurrido por la enorme
pantalla de televisión que tenían, como si el espectáculo hubiese sido una
serie más de intriga y acción, pero en directo y, dos días después, nuevamente reunidos,
le dijo a su secretario:
—Bueno… no podemos quejarnos, salió
todo perfecto, un teatro bien armado; hasta ese detalle que el criminal tuvo
remordimientos y se confesó arrepentido, pidiéndole disculpas a la mujer y a
los hijos del candidato, fue por demás creíble. A propósito… —dio unas zancadas
deteniéndose frente al ventanal junto al enorme cortinado, y miró hacia el
cielo. Se veía alejarse un avión—. Ahí se lo llevan al asesino y bien lejos. No
quiero verlo nunca más en mi vida. Que no se olviden de raparlo, afeitarle el
bigote y entregarle los nuevos documentos y de largarlo bien lejos, porque aquí
está cumpliendo “perpetua”. En fin, soy de cumplir con mi palabra. Así es el
poder, tiene sus cosas desagradables que uno igual tiene que hacer.
Permaneció en silencio unos
instantes y luego, mirando a su secretario, agregó:
—Sabés… anoche tuve un sueño
grandioso… y era que este país comenzaba a reflorecer en todo pero, para
lograrlo, necesitaba tener el camino despejado, para el bienestar total.
SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 70 — Septiembre de 2016 — Año VII
ISSN 2250-5385
Exp. 5259277 del 21/10/2015, Dirección Nacional del Derecho de Autor / República Argentina.
Av. Del Libertador 6039 (C1428ARD)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
(currículo en http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/ - Suplemento Nº 56)
Colaboradores
Resistencia (Chaco), Argentina
(currículo en revista Realidades y Ficciones Nº 13)
Mónica Villarreal
Scottsdale (Arizona), Estados Unidos
Monterrey (Nuevo León), México
@mon_villarreal
(currículo en revista Realidades y Ficciones Nº 17)
@RyF_Supl_Letras
@RyFRevLiteraria
Las opiniones vertidas en los artículos de esta
publicación son de exclusiva responsabilidad del autor pertinente.
Gracias muy querido y admirado Héctor Zabala.
ResponderEliminarMe ha resultado grato estar en Realidades y Ficciones.
Con sincero afecto, Ana.
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